Está en la página 1de 3

El pequeño caminó con cuidado sobre los carcomidos y crujientes tablones que

componían el suelo de la desvencijada casa. Las sombras envolvían todo como un


manto de oscuridad, solo interrumpido por la esporádica y mortecina luz lunar que a
través de las agrietadas ventanas se colaba. Sus padres dormían en una de las
habitaciones colindantes. John contuvo la respiración y dio un nuevo paso. Un crujido.

Tragó saliva al ver la lujosa y provecta puerta que frente a él se alzaba. Enorme e
infranqueable. Nadie había entrado ahí desde hacía más de cien años. Era lo único que
quedaba en pie de la casa original en la que la pobre familia de John se había
instalado. Fuera lo que fuera lo que había allí, era tan poderoso como para hacer que
el tiempo no continuara su avance destructor. El niño tenía miedo, era un miedo
extraño, un miedo ancestral; el miedo de estar atentando contra algo sagrado, un
temor incapaz de ser explicado por palabras. Estuvo tentado de salir disparado en
dirección contraria, de meterse en su cuarto, de dormir... Pero su curiosidad venció a
su pavor, y se atrevió a tender una mano sobre el pomo dorado de la puerta. Lo giró...
No emitió ni un solo sonido antes de abrirse.
John vio como la pesada puerta se deslizaba sobre su eje, sin que él hiciera siquiera un
mínimo de presión, era como si se hubiera abierto para él. Como si estuviera
esperando para él... El pequeño dio un paso al frente. Podía ver lo que al final de la
habitación se encontraba... Podía verlo... Era algo cuadrangular, de aspecto pesado.
John lo cogió con cuidado, contra todo pronóstico, no tenía ni una sola telaraña. Lo giró
entre sus manos con cuidado, dándole vueltas y tanteando la superficie rugosa del
objeto. La verdad es que John nunca había visto un libro, por tanto no sabía leer, pero
había algo en aquella cosa que... que le fascinaba, como un sapo que mirara a los ojos
de una serpiente. Se sintió tentado de abrirlo en ese momento, pero recordando que
no estaba precisamente en el mejor lugar para hacerlo, prefirió volver a su cuarto con
toda la velocidad que le permitía un cada vez más descuidado sigilo.

Finalmente, llegó a su cama, en la que entró de un salto impaciente. Se arrebujó entre


las sábanas y apoyó su espalda en el cabezal, todavía con el libro entre las manos.
Había algo en él que lo fascinaba. Una voz parecía llamarlo...

Lo abrió... Y algo lo llenó, ramificándose desde la punta de sus dedos hasta la última
fibra de su ser. Era... Era... ¿Qué era?
De repente, sin motivo lógico, las hojas del libro se imbuyeron de algún tipo de luz
mística, cálida, plena... Una ilusión infantil plasmada en aquellas letras que llenó la
habitación de una luminosidad casi dañina a la vista. Ante los ojos sorprendidos de
John, empezaron a formarse formas... difusas al principio, más nítidas a continuación.
Formas que revelaban dragones fantásticos abalanzándose sobre héroes legendarios,
mujeres diminutas aladas como mariposas, gigantescos y rudos gigantes, aviones... Y,
en lo más profundo de todo, la inmensidad. Una corriente cristalina y diáfana que se
sentía más que se veía, algo que estaba ahí, que era como un rutilante vacío frente a
un precipicio. Algo que le arrastraba hacia dentro... Que tratase de... devorarle.

Y, cuando quiso darse cuenta, descubrió, con horror, que no podía dejar de contemplar
lo que en el interior de ese libro se formaba. Vio payasos alados, a cuatro jinetes
cabalgando sobre el mundo, vio la Fantasía que en la mente de un niño puede
fraguarse. Tan infinito como el cielo. En torno a su ser, nubes formadas por pura
fantasía giraban, frenéticas, cambiantes, brillantes. No podía cerrar el libro, no podía
apartar la fascinación que llenaba su mente. No podía evitar ser tragado, poco a poco,
por aquella vorágine de sueños.

¿Por... qué?
***
Llegó la mañana. Sus padres se levantaron como cada día, preparándose para dirigirse
a la fábrica. Todo sería normal sino fuera porque... Porque la Puerta estaba abierta.
Ambos se miraron un solo segundo... y corrieron hacia la habitación del pequeño.
Cuán fue su sorpresa al ver a su hijo, que yacía recostado contra el cabezal, abrazado
a un libro que jamás habían visto, pero cuya procedencia imaginaban; pálida la tez,
abiertos los ojos, abiertos sin ver. Palidecieron.

Volvieron a mirarse, con cautela; ella asintió y se acercó, poco a poco. La magia que
en el ambiente flotaba la hicieron flaquear en su voluntad. Cerró los ojos, dio un
paso... Y en toda la casa resonó el aullido de mil historias siendo profanadas, entre las
que destacaba la de un pequeño, la de un niño. La de John. Con el corazón en un
puño, se acercó más. El libro se abrió entonces; las páginas se movían frenéticamente,
su pequeño gritó a pleno pulmón; la madre lloró y se alejó, incapaz de soportar por
más tiempo el sufrimiento que su sola presencia producía. Solo cuando ambos adultos
salieron del cuarto los aullidos del niño cesaron, y el libro se tranquilizó.

Entonces, y solo entonces, se dieron cuenta de que había sido devorado. Asimilado.
Tragado por...

La Fantasía.

También podría gustarte