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Ollas limpias

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Hace días que se siente rara, dolorida por fuera y por dentro.
El cuartucho siempre frío, sin luz y con olor a orines la está enfermando de a poco. La
humedad le oprime el pecho. Aunque no sabe si es eso o es tristeza.
En cuclillas, con la pollera descolorida envolviéndole las jóvenes rodillas, aprende a
fregar las ollas con la misma arena del patio.
Cocinar sabía. ¡ Lo había hecho tantas veces para sus nueve hermanos ¡
También es buena para el amor. Él no se lo dice, pero gime satisfecho y sofocado; a
veces hasta le roza las mejillas con esos dedos ásperos por el trabajo indócil del peón
rural. A veces lo nota ausente. Ya son muchas las noches que vuelve borracho.
Agresivo.
Las ollas quedaron limpias. Se levanta con dificultad, la cintura le duele. No sabe si es
por su panza en crecimiento o por la patada que recibió ayer, cuando le esquivó la
boca, por que el olor a vino le revolvía el estómago.
Como está mas gorda no entran en el catre: ella duerme en el piso, sobre un cuero de
vaca que el padre le regaló. Las lagartijas pasan frente a su nariz, las espanta y se
duerme.
Los gallos la despiertan cuando despunta el sol. Le ceba unos mates a su hombre que
se va sin saludar. Y así empieza un día triste del largo calendario de su pequeña vida.
Quiere estar contenta por el chiquito que lleva adentro, pero a medida que cae la noche
y siente los pasos cansinos, la alegría huye, dándole lugar al miedo.
Y se hace pis. Lo chupa la arena. A la sangre que cae de su boca después del
puñetazo, también.
Ahora cualquier motivo desata la furia y la catarata de golpes. Ella solo atina a juntar
los cacharros y masticar silenciosamente la angustia.
Intenta cocinar, pero un fuerte retorcer del estómago la paraliza. Cae y ve salir de sus
piernas o más allá, sangre que serpentea por el piso. Se desmaya y despierta cuando el
olor del alcohol asciende por sus fosas nasales y destapa los oídos para alcanzar a
escuchar la voz de la comadrona del pueblo que le da la noticia de que su bebé ha
muerto.
Revuelve el guiso con fruición. Cortó las cebollas gruesas para rehogarlas con el
vidrio y que se confundan. Las zanahorias en daditos ayudarán también.
Se pone el vestido de los domingos, las alpargatas de color con las que salió de la casa
de sus padres, y prepara la mesa.
Él llega sudoroso y agotado, el ceño siempre fruncido, los labios resecos por el sol.
Ella sirve la comida y se apura a tragar las primeras cucharadas.
Él no la mira, agacha la cabeza sobre el plato y come sin saborear, sin disfrutar del
último guiso.

CLARA

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