Ya no siento la espalda, solo el calor que me pegotea el cuerpo al colchón
Desesperada espero que se acerque alguna enfermera para pedirle otro refuerzo de morfina. El dolor en las heridas me enloquece y solo quiero morir. Si, sí: morir. No me digan “hacelo por los chicos que te necesitan”.Yo también necesito descansar, dejar de sentir esto, y las continúas cirugías. Por fin llega la enfermera .Es solo un pinchazo, un súbito fuego en las mejillas y la puntada en el cráneo .Luego las almohadillas que flotan en el cerebro y nadar en este sopor suave. Me dan de comer por que no puedo mover los brazos .Veo venir hacia mi una mano enguantada, examino mas de cerca los bocados que la corriente arrastra, siento la comida deslizarse por la boca y caer pesadamente en el estómago.¿tengo estómago? ¿La metástasis dejó algo allí? No puedo pensar. Apenas distingo a papá que me saluda de lejos, con la mano en alto como si no nos viéramos hace tiempo. S e aleja con las llaves del auto en la mano. Quiero ir tras él porque seguro es domingo y nos quiere llevar a La Boca. Pero me duele tanto el abdomen que no lo puedo alcanzar. Ya no lo veo. Lloro y me duermo. Me despierta un fuerte pellizco en el lado derecho. Es el maldito diafragma que han cortajeado. Eso es lo que recuerdo de todo el palabrerio con que me embarulló el cirujano. ¿Para qué explican? Como si así, con identificación, doliera menos. Quiero moverme un poco, cambiar de posición. Las plegarias dan resultado porque vienen las auxiliares de enfermería, pura alegría y sonrisas. Las entrenan bien, sus caritas risueñas me levantan un poco el ánimo. Y sé que vienen a mimarme: bañar, pasar la esponja muchas veces por la espalda para que la sangre circule y recordar que tengo algo allí atrás. Me peinan y perfuman .En este microcosmos de alcoholes y extrema higiene el agua de colonia me hace sentir mas digna. Fin de la pequeña felicidad; otra vez el dolor. Y la rutina de morfina. Agradecer a la medicina y levitar. Me estoy adormeciendo pero alcanzo a ver la sombra de papá entrando al cuarto, arrastrando los pies porque si no las alpargatas se le salen. Alcanza a tocarme el pelo y el recuerdo se nubla. Otra vez los tirones en los puntos, como si en este instante estuvieran cosiendo. La enfermera viene cada vez mas seguido. Inyecta directamente en la yugular el líquido bendito. Las esponjitas en mi cerebro crecen como infladas, explotan y aparece la dormidera justo cuando llega papá. Siempre igual. Me esfuerzo para hablarle pero el calambre me calla. Quiero decirle que me saque de acá, que despegue el catéter del cuello por que me pica y no deja darme vuelta para mirarlo. Pedirle que vayamos a casa y comentar las noticias de hoy o discutir de Perón. Mira mis ojos y entiende lo que pienso. Me pasa las manos callosas por la espalda, como cuando era chica. Esa aspereza me reanima y puedo enderezar el cuerpo sin dolor; bajo de la camilla, busco las pantuflas pero se apura en darme la mano y arrastrarme hacia el pasillo. Tengo miedo que los guardias no me dejen salir en camisón Pasamos por la cocina y el olor a sopa me revuelve el estómago. ¿Tengo estómago? Papá me mira y sonríe. Mueve la cabeza hacia los lados y dice que no.