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VAGABUNDOS
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© 2010 Bubok Publishing S.L.
1ª edición
ISBN:
DL:
Impreso en España / Printed in Spain
Impreso por Bubok
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Este libro se lo dedico a Javier Barros, a Ángel González García
y, sobre todo, a Emilio Escartín Nuñez, de quien aprendí tanto y con
quien fui tan injusto.
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I. Gneis.
- ¿Lo ves? Te digo que estoy con otra persona y te preocupa lo que
piense de tus escritos tontos.
- ¿Tontos? Oye, esto sí que duele, Gneis. Creo que te estás pasando.
Mira: no sé a qué se dedica ese tipo, pero supongo que con el tiempo
también te cansarás de su profesión.
- No le conoces y ya le envidias.
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- Cierto, no le conozco; si le conociera, al menos hubiera intentado
intercambiarte por algo de valor, no sé, un bulldog inglés, una
cassette de Black Sabbath o, incluso, me conformaría con…
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tristeza, mi soledad por reconocerlo? No. Por eso soy nihilista: da lo
mismo todo, y lo único que es alcanzable es totalmente superficial,
porque lo trascendente, no lo de dentro, la materia, no la forma, es
inalcanzable, es la fotografía de un pollo asado en el bolsillo de un
mendigo.
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Francesco dei Pazzi, rodeado por los tomates y naranjas que el
populacho enfervorecido le lanzó como rosas del holocausto y
sacrificio en honor al mílite Giuliano, hermanísimo Medici. Dicen las
malas lenguas que Gneis se fue; por una vez he caído en la tentación
de creerlas, de tenerlas cerca cerca como consejeras fatales de la
desilusión de ser hombre y no polvo. Quisiera morir aquí y ahora,
fulminado por uno de esos rayos de sol que bañan profunda y
extensamente el Arno como si fuera una lengua de fuego en medio de
dos Firenze, de dos paraísos de piedra y tiempo.
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olvidó, por ser pretencioso, vanidoso y ufano, y los cigarrillos le
supieron a mierda, y el café a mierda líquida, y no le quedó otra que
salir corriendo y estamparse contra el frío asfalto de Padova, buscando
aire, sol y brisa- encontrando sólo vendaval y lluvia, como
inevitablemente en Padova-; más bien, iba camino de convertirse en
algo parecido a un hombre sentado en su sofá sobre una playa
desierta, leyendo un diario deportivo, segundos antes de un tsunami.
Ya había pasado el tsunami, y el golpe no le había matado, las
funciones vitales estaban intactas, pero el periódico y el cigarrillo se
habían esfumado: la vida era sensiblemente peor que antes.
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se largaba dejando tirado al personal? Montella seguía ahí, a lo suyo,
recogiendo botellas vacías, y mientras hubiera por las calles, no
emigraría; al menos, era éste el consuelo, toparse con Montella, sentir
el timbre de su bicicleta –la bicicleta que le ayudó a escapar de la
hoguera siglo XV- y charlar de calcio storico, de sbanderatori, de los
barrios, de la parte güelfa, de los nuevos gobiernos incomprensibles,
de la antigua política del régimen fascista,… de las palomas en Santa
Croce y de sus años tristes tristes como anticuario: el anticuario
Montella, que tenía de todo, y no vendía nada, por amor y cariño que
tomaba a sus enseres; al final le brotaba una lágrima recordando cómo
su mujer le dejó por un tabernero de Arezzo y con un seco
“Arrivederci” se marchaba como una centella “ring-rineante” entre el
bullicio y las burlas de los muchachos florentinos que le tenían por
loco.
La mirada fija fija fija en la casa siglo XII o XIII, Dante y punto, y
Luca dejaba ya de lejos todo ese caótico y ruidoso flujo torrencial de
los visitantes USA, de los outsiders USA, de los extraterrestres USA,
que venían a comer pizza, a agarrar buenas sbornias que les hicieran
estallar el pequeño cerebro, y a vivir por un día la frecuencia cardiaca
de ser florentino adoptado, caminar florentino, piropear, jugar, besar,
amar y fornicar florentino. Savonarola sbornioso le miraba titubeante,
como perdiendo el equilibrio y los clavos de los pies, y los tornillos de
la cabeza, y..., pero Luca pensaba en aquello del gran Giorgi –sí, sí:
Bassani – que estallaba en los oídos de aquel profesor de filosofía,
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“...vecchia talpa accademica, fraterna talpa...”, y que le exhortaba a
pensar en esa”...minima frangia di semivita...” que aún les quedaba.
- Provaci.
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blanca, comienza a hablar de Carl Einstein y su asombro a la hora de
hablar del Expresionismo. Pero cambia de hombre y se centra en
Jünger.
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exasperante “a las cinco menos cuarto frente al Gelso”; por eso, estas
circunstancias las solucionaba con un “ya nos veremos”, mucho más
señorial, más indeterminado, más abstracto y lord cadáver en
Missolonghi, más indómito. La relatividad de las cosas, de los asuntos
y trasuntos, de las problemáticas y disyuntivas, siempre estuvo a la
orden del día. También la relatividad del tiempo. ¿A qué velocidad
viaja el tiempo?¿ tiene bombín? ¿ juega a las cartas? Ah! Sí, sí; algo oí
de aquella necedad de piel en Montecatini , con esa ralea de gente
alrededor, eructando y profiriendo gritos y letanías en la noche,
echándose encima de aquellas damiselas españolas, uh uhh uhhh, y
luego al cuello del bajito español, del mísero torero que tiraba la
chaqueta al suelo, etc. El tiempo había puesto aquella finísima película
de polvo en la mente de Luca, a manera de tapete, repleta de esas
partículas, esos recuerdos...
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discursiva hitleriana; y que, finalmente, tal vez, aquel culto violento a
la voluntad, a los gritos en la niebla, a los gritos en la noche,
acabaron siendo los gritos victimarios de La Noche de los Cuchillos
Largos y La Noche de los Cristales Rotos... Y es que, créanme, la
confirmación de los vínculos entre el Expresionismo y el horror nazi
viene dada por dos circunstancias no conjeturables: la adhesión al
N.S.D.A.P de la mayoría de los pintores expresionistas; y la
exposición de “Arte Degenerado”, en que los cuadros de Kandinsky
estaban girados, obedeciendo a esa fuerza centrífuga de sus lienzos, a
esos mecanismos giratorios que siempre aparecen por algún lado en
las obras expresionistas, lo que me lleva a pensar que los nazis fueron
los únicos que entendieron esto del Expresionismo... ¿Y quién podría
entender el Expresionismo sino los propios expresionistas, sino los
nazis, los mayores expresionistas?
Los sillares de piedra siglo XII, pensaban con él, recordando esa
deshilachada secuencia, a manera de quipu inca, en la que se
entremezclaban personajes y años, pero siempre en ese mismo lugar...
Peor que las lluvias eran los besos, peor que los besos era el tiempo,
peor que el tiempo era esa incompresible sucesión de catástrofes, de
pequeñas liturgias fallidas que se desparramaban por aquí, por allá...
Luca seguía estando junto a Gneis, mirándola mientras dormía,
mientras sus pulmoncitos rítmicamente se hinchaban y vaciaban; Luca
seguía mintiéndose, oyéndose a sí mismo hablar con los mismos
fantasmas que un día fueron algo más que puro éter: con su nonno,
con el vecchio Gondi, con el Daniel de Montecatini, con Platón en la
Facultad, cuando estudiaban juntos, con aquella Judith impasible y sin
misericordia del italiano mísero y vulgar,... con su Gneis amada, con
la Gneis Dietrich –femme fatale - , con la Gneis soñadora escribiendo
poemas a Gessner y a F.Camon, con Gneis dada, porque todo seguía
naciendo de dadá para acabar muriendo y resucitando en dada, y
Gneis no era una excepción, menos aún cuando le perdía el vicio de
ocultarse en Ognissanti, o jugar con las palomas en Piazzale
Michelangelo, o esperar a Lucca sentada a los pies de aquella verja de
hierro forjado que estaba enfrente de su casa, Vittorio Alfieri 9. Algo
tenían que ver aquellas formalidades fiorentinas –el café oloroso al
atardecer, los báquicos susurros del Arno, ese ir y venir de almas en la
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facultad al mismo ritmo y tiempo que en el Borgo Pinti – en el
prolongado monólogo de los fantasmas; Luca lo sabía, como también
sabía que lo había estado fomentando desde hacía y largos años:
siempre puso mucho cuidado y esmero en el regusto por el café vicino
a Via dei Neri, con el sol muerto de risa atardeciendo, muerto de risa
por las fachadas fiorentinas, muerto de risa en anaranjada y esponjosa
felicidad, y con todas esas hordas de yankees insaciables que llegaban
dando tumbos para intentar ser latinos durante, al menos, una semana
–sin conseguirlo- , al menos mientras el escenario acompañase;
siempre se mostró muy picajoso con ese, a veces violento, prescindir
del paseo por las márgenes del Arno –desde el Palazzo Favard hasta la
Piazza D´Azeglio, ya en pleno corazón fiorentino, con todo ese
revuelo de piedras, almohadillados y fantasmas que colgaban del
alumbrado como telarañas -, muy reticente a la hora de desdeñar esa
caminata linda, tranquila, cadenciosa, siguiendo esa lengua de agua
que, aún después de muchas centurias, seguía separando Firenze,
Fiorenza, y que enamoraba a Luca con todas esas arrugas y vejeces en
forma de sillares, estandartes purpúreos y secretos que el viento
escondía cerca del Cimitero degli Inglesi, en la Piazza Donatello;
siempre prefirió escuchar y ver las apresuradas carreras de los
alumnos por los pasillos de la facultad que asistir a esos conciertazos a
los que acudía Gneis, engañada, porque no tenía ni idea de música
clásica, porque a ella todo aquel campo semántico, el de las sonatas,
las arias, los allegros, etc, le sonaban a algo frío, ingrávido, carente de
toda asiduidad e intangible,... a esos conciertazos de orquestillas
empeñadas en asesinar 200 años después al Genialoide Wolfgang A. o
al Tormentoso Ludwig Van.
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fumar, fumar y pasear. Se detuvo en Via Cavour para contemplar el
Medici Ricardi, para contemplarse a si mismo años antes, con ella,
cuando aún se podían contar las cosas como en un papel, y los turistas
anglosajones no intentaban ser italianos sin serlo; Gneis estaba
preciosa, era una verdadera joya de porcelana, aguamarinas y caoba,
con esa voz tan ardiente, tan cálida, de radiación, abrasadoramente
maternal, como siempre fue ella... Dadá estaba cerca,¿cuándo no lo
estuvo?, dadá estaba y no estaba, se escondía y volvía a restallar
cuando no se lo esperaban; Luca, denodadamente, tiñó sus ojos con la
dulce caricia del recuerdo: Gneis “la bella”, todavía gritaban los
pequeños Martinelli, primos de ella, en aquel intento de boda del tío
Carmine, en Marghera, en una tarde de Mayo imborrable, divertida,
apocalíptica, en la que la novia terminó llorando, y casi pidiendo
perdón por el fracaso de la ceremonia; se casaron, sí, ¡pero de qué
forma!¡pero en qué circunstancias!; los Martinelli, enanos de edad
enana, además de ir de aquí para acá, corriendo, mostrando sus
gorduras míticas al público asistente, sus mofletes, sus codos y
rodillas rollizas, no paraban de gritar que querían la camiseta de
Maradona, del Napoli, of course, perdón, scusatemi, del Napul’é
maradoniano, de niños rollizos, como würstels embutidos en
camisetas celestes; ¡qué boda la de aquel día!... Luca no pudo reprimir
una leve sonrisa recordándolo.
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Via Cavour iluminada, cielo añil, medio adormilado, del otoño
florentino, con el Ricardi somnoliento mirando pasar a borrachos de
conversación histórica, turistas de sandalias y mochilas de acampada,
toscanos repeinados, vestidos con trajes de sobrios tonos marrones en
busca de sus citas, en terrazas apartadas del bullicio, donde muchachas
morenas, con ojos verdes y voces lánguidas pero ardientes esperarían
ciegamente a sus galanes.
A Luca el Ricardi siempre le miró mal; nunca fueron el uno del gusto
del otro y las furtivas miradas por el rabillo del ojo estuvieron a la
orden del día; no era enemistad, sino simple incompresión, un no
querer mirarse cara a cara y decirse sin medias tintas las verdades que
venían al paladar. Pero aquella tarde, el Ricardi miró con pena en sus
carnes de almohadillado, al Catilina solitario y pintado del siglo XIX,
al historiador pensativo que caminaba con paso torpe hacia Alfani.
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olor familiar, de tabaco negro, antiguo. Venía el olor de una
alcantarilla apenas dejada a la izquierda, como el cadáver de un
enemigo vencido. Continuó caminando y ese olor se dejaba sentir con
mayor intensidad. De pronto, como si tuviera la imperiosa necesidad
de apagarlo, de ahogar ese aroma del pasado, giró y volvió la mirada a
su espalda. Gondi, apoyado en el robusto muro del edificio junto al
cual corría la acera, estaba allí, quitándose el polvo, mesándose de
nuevo los cabellos, subiéndose acompasadamente el pantalón con un
gracioso toquecito, rascándose la barba, y limpiando sus entrañables
gafas con la tela polvorienta de su camisa.
- ¡Gondi!...
- Ya, ya. Bueno, deja de lado las historias y los protocolos. Tengo
unos pocos minutos; en cuanto me fume el pitillo me vuelvo para
“abajo” corriendo. He dejado a los muchachos en plena partida de
bridge y no me fío ni un pelo. En la última mano me han desplumado
y creo que hacen trampas. Y el peor de todos ellos es Kahnweiler;
cierto que Chardin es un poco truhán pero no llega ni a la mitad de
ladrón que otros; Malevich es un cachondo, pero siempre tiene que
guiñar un ojo; y luego la Stäel, de la que uno nunca se puede fiar
porque como está enamorada del Lord cojo le ayuda en las trampas y
argucias… Además, está chiflada. Otro cantar es la Blavatsky, que allí
abajo tiene enchufe,…¡y del bueno!
- Luca, a veces pareces un poco lelo. ¡Claro que hay más gente ahí
“abajo”!...Es la consecuencia directa de 3 millones de años de
humanidad. Cierto que los nazis, emperadores romanos y españoles e
inquisidores –precisamente por haber contribuído a tal hacinamiento-
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están en celdas donde escarabajos gigantes les obligan a comer sus
heces… Pero aún así, sin contarles, o descontándoles… somos
bastantes en esos humeantes antros subterráneos. Pero a lo que voy,
Luca; he venido a decirte algo, un buen soplo, o sea, un consejo desde
el más allá donde se juega al bridge y se bebe a expuertas…
- No entiendo nada.
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olvidaba: deja de pensar en ella; ya te dije que los artistazos se crían y
se juntan solitos, una pintora de olores y un poeta que se atreve a
finiquitar lo único que nos queda… la belleza, la música,... el sol de
las tardes junto al Arno en las montañas… pero no es así; esta vez no
les ha criado ni juntado. Es lo que debes saber por el momento; ella
piensa en ti mucho más a menudo de lo que crees. Te estará esperando
en un futuro bajo el cielo intenso del triste Véneto, pero tú no irás,
porque “tu fuerza es la fuerza de diez”.
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- Créeme si te digo que estoy desconcertado, abrumado. No he sido un
buen “partner”, he estado ocupado, y la he desatendido, y cuando…
- Está bien, Lucía; siempre fuiste como una madre para mi y sentí tu
brazo protector no sólo con Gneis sino también conmigo.
- Gracias, hijo.
- Sí, Luca.
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II. Gondi y las estrellas.
“I want to sleep
in the night
in his eyes
in the rain
in Berlin”
“Awake at the wall”. Christian Death.
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manera, en forma de larvas de gusanos depredadores, carroñeros que
reducirían al pobre Gondi, al genio a una simple anécdota, a un hueso
descarnado, cubierto por una piel que, poco a poco, se iría quedando
por el camino; un pitido definitivo que significaba que la vida se había
fugado al espacio, a esquivar cachivaches espaciales y cosas de ese
estilo…
- ¿De qué?
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- No debería nunca haber sido así, Luca. Es monstruoso dejar de esta
forma a alguien que fue un genio, a alguien que nos dio tanto.
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lengua que teníamos en 4º año de escuela primaria? Tendríamos
aproximadamente 9 años…
- Lo recuerdo.
- Entonces, Platón, ese libro tiene que formar parte de los tesoros del
club.
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obsesionado. –Platón miró al suelo, se ajustó las gafas, y volvió su
rostro al Arno, como callándose palabras para no herirle-.
- Mira, lo único que puedo decir es que fui felíz mientras estábamos
todos juntos, tramando, organizándonos, planeando, proyectando. ¿Y
si la vida no es más que eso: proyectar, proyectar, proyectar? ¿Es
mejor hincar la nariz en el suelo y caminar cabizbajo, ir a la facultad a
domesticar a esas fieras, o comulgar con los derroteros
socioeconómicos que nos intentan inculcar, o trabajar 9 horas al día en
un fast food, en una oficina o reparando lavadoras?
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incompetentes, acabados, preocupados por burocracias, acrobacias,
acacias, etcétera. Entre todos ellos había un topo académico, un tupé y
una barba blanca que hablaba del arte que importaba realmente, de
aquellos detalles importantes; un tipo que no practicaba la
historiografía forense del arte.
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de cara a una fácil evaluación o consecución de un aprobado. Muy
pocos iban a sus lecciones con ánimo de escuchar y poder llegar a
conclusiones sobre el arte contemporáneo; la mayoría, incluso, de los
que se matriculaban en sus clases eran alumnos interesados por las
cuatro piedras dejadas de la mano de dios en algún poblacho del norte
de Italia del período Longobardo, o por ese terror de pinturas
románicas que podrían dormir hasta a un tipo con 2 kilos de cocaína
en el cuerpo.
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nuestros días; encontraréis matices, desviaciones, meandros, atajos,
corredores, pasadizos, veredas, pero a grandes rasgos y desde el
espacio sólo se pueden ver dos escuelas o, como dije anteriormente,
secuencias en el mundo de la pintura: la escuela de la línea y la
escuela del color. Otra cosa es que uno considere esto fundamental a
la hora de ver el arte y/o posicionarse, inmiscuirse, sentirse parte de, o
militante de; pero son las dos escuelas que decidieron un poco, a pesar
de que el profesor Carlo Gelso diga lo contrario e intente contaminar
el reducido espacio libre de drogas que aún se conserva inmaculado en
vuestro diminuto cerebro.
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- Yo ni siquiera lo afronto. Pero, dígame, ¿qué problema/s le da el
arte? ¿qué tiene el arte que le quite el sueño? –respondió con
mordacidad Gondi.
- No, lo que me quita el sueño es el examen que nos hará Ud. porque a
mi, personalmente, un aprobado no me vale, aunque se empeñe en
“pan-calificar”, o sea, aprobado general sin posibilidad de calificación
superior.
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su rostro entre un hombro, el tirabuzón de la jai que corría
extresadísima hacia su siguiente clase.
- ¿Por qué no? Hoy, según he visto esta mañana, dan un aperitivo si se
toma un spritz antes de las 14:30. ¿Qué me dices?
- ¿Qué tal la clase? –preguntó Platón?- Ese tío, Gondi, ¿está tan loco
como dicen?
- La gente.
- ¿Por ejemplo?
- No sé,… de cosas.
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- Cosas, Platón, simplemente. No habla de gilipolleces, no se limita a
pasar diapositivas como el resto, no se toma esto como si se tratara de
encontrar al “delincuente” que esculpió el Davide, o al “chorizo” que
tuvo la “insana” idea de pintar ‘La coronación de Napoleón’.
- ¡No!, pero si ni siquiera hablamos fuera de las clases. Eso sí, creo
que el hombre, aunque siempre estamos discutiendo sobre algunas
ideas…
- …ve que soy el único que le presta atención, que no se duerme, que
no le juzga como un bicho raro, o que no le cojo del brazo como esa
asquerosa sanguijuela de Rekha, que como su padre fue un pintor
pseudo beat amigo de Gondi, piensa que a base de cafés con él podrá
obtener el 30 e lode, vamos una puta del expediente académico.
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parte, se fugó a Japón a realizar allí un complejo doctorado de Ukiyo-
e y su vertiente oscurantista. Durante 3 años los dos amigos apenas se
vieron.
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- Platón, te produce escalofríos una ciudad que simplemente tuvo un
par de episodios negros en su historia y, por el contrario, te encanta
Firenze, que no levantó cabeza desde que colgaron al Pazzi desde la
Signoria. Boh!En fin, quería volver a veros antes de irme a España y
perderos de vista definitivamente.
- Bueno, dejaos de tonterías.¿Para eso nos has hecho venir hasta aquí?
–preguntó sin acritud Bardelli, que ya empezaba a enloquecer al ver a
la camarera y su trasero, y no en este orden.
- Sí. Nadie de Firenze debe saber nunca lo que aquí os diré. Si alguien
se va de la lengua y cuenta lo que se hablara en esta taberna lo pagará.
¿Entendido?
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el objetivo fijado conscientemente o sea, loar y cantar mediante la
ejecución de cuadros, escritos, ensayos, poemas, la grandeza del arte
anterior a Rafael. O sea, muy visto. Era genial el objetivo
inconsciente, del que ni siquiera el tipejo que pensó en la fundación
del grupo tenía ni idea: la destrucción del arte, la construcción de
objetos telúricos, la colección de objetos y símbolos de poder.
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- ¡¿Pero tú eres tonto o qué te pasa?!- le reprendió duramente Platón.-
Si nos oyen nos descubrirán.
- ¿Qué tiene esa lápida, Luca?- inquirió Bardelli, para quien el culo de
la camarera era ya como un mapa de la región de Abisinia 1942, o sea,
intrascendente.
- Es una lápida con una fecha, con un principio y un fin, con un final
terrible, obviamente.
- Nada más.
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Aquí buscamos, señores, lo verdadero, lo espiritual, lo auténtico, no la
imagen de la imagen de la imagen. ¿Lo entiendes ahora, Bardelli? -
Bardelli asintió- Además, no sólo pienso en esa lápida; hay otros
objetos.
- No lo es.
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- Bueno; con 17 años yo ya sabía que me dedicaría de todas formas al
negocio familiar; de tal manera, ¿de qué me hubiera servido estudiar
arquitectura, jurisprudencia, filosofía?He estudiado lo que me siempre
me gustó y ahora me tocará dedicarme al interesantísimo mundillo de
la producción de aceite de oliva.
- ¿Bardelli?
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Bardelli, por el contrario, al llegar a su casa, se quitó sus zapatos, se
enfundó sus babuchas, se puso su batín de color azul oscuro, fue hacia
el salón; se acercó a un cajón, y extrajo de él una serie de planos, dos
de ellos pertenecientes a un mismo edificio, y otro correspondiente a
un callejero ampliado de la ciudad. Cogió un vaso vacío y una botella
de whisky; se sirvió hasta la mitad del vaso y bebió contemplando
satisfecho aquella documentación.
Por tanto, los dados estaban echados. Ahora Platón y Luca se habían
convertido en bárbaros del meollo metartístico, corsarios del período
espacial que se dedicaban a la chatarra, a las sobras con musgo; la
vida siempre tuvo gente así; siempre hubo herreros y chatarreros,
ladrones de guante blanco y ladrones de “cosas” sin sentido. En
cualquier caso, hacía falta un plan logístico, pero Luca le comentó a
Platón en el tren que ya hablarían cuando se volvieran a ver, una vez
llegado el período navideño y, por tanto, de obligado retorno al hogar
familiar, en Firenze.
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Ambos amigos se citaron en la loggia de la fachada principal del
Ospedale degli Innocenti, el 25 de diciembre a las 12:30 de ese mismo
año, o sea, seis meses después.
Luca pasó los dos días siguientes comprando ropa, y demás objetos
que, tal vez necesitaría en su estancia en España. También volvió a
recorrer las esquinas y rincones de aquella que era su Firenze, su
madre de piedra tura y una lengua antigua de agua.
Al tercer día, justo una semana antes de partir, decidió salir de casa de
sus padres, que estaba en la Via dei Serragli, Oltrarno profundo, y
caminar un rato, hasta San Miniato. Salió hacia Via di San Agostino,
luego Mazetta y finalmente a aquel pulmón de la Piazza del Pitti;
desde allí era simple; era tomar aquella arteria repleta de vida, Via
Guicciardini hacia el Arno, pero antes de toparse con ese anciano de
barbas mojadas tomaría, siempre atravesando la Piazza di Santa María
Sopra l’Arno, la Via dei Bardi, subiendo por esa carretera por donde
pasaban los coches de turistas romanos y napoletanos pitando y
burlándose de los florentinos mustios, nostálgicos que necesitaban de
ciertas peregrinaciones periódicas a San Miniato para sobrevivir a
cada año. Después de 20 minutos de ascensión, Luca pudo divisar la
silueta de la fachada románica, polícroma, no ese románico severo,
aburrido del resto de Europa, sino este más festivo, con sus cinco
arquillos ciegos sobre columnas adosadas de fuste fino entre las que la
decoración de casetones a base de planchas polícromas de mármol
parecía preconizar aquella de Santa Maria Novella; sobre este
silencioso cuerpo inferior, y una transición arquitrabada se disponía el
remate en frontón griego truncado por un cuerpo central resaltado y
también coronado, esta vez sí, por el mítico frontón visible desde
cualquier punto de Firenze.
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blanco y gafas de sol graduadas que miraba absorto el atardecer
furioso sobre los tejados flo
rentinos.
- Sí, es posible. Tal vez tengas razón, Maurizio. Sin embargo, uno
tiene automatizadas ciertas rutinas, manías que no son otra cosa que
reminiscencias que los padres nos dejan como cáscaras de pipas o algo
por el estilo que hay que ir quitando una a una; toda la vida lo mismo:
pónte derecho, no toques la pared con la mano que luego se pone
negra, no te hurgues la nariz, no bebas sin comer antes…
- Ja, ja, ja. Nunca lo había visto desde ese punto de vista. Aún así, si
sigues esas pistas, esas indicaciones, no te irá del todo mal en este
lugar tan inhóspito que es la vida.
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- ¿Por qué? -preguntó Luca, aun sabiendo que verdaderamente echaría
bastante de menos la ciudad como a una madre-. En España se vive
como aquí -dijo para autoafirmarse o engañarse un poco.
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que desmontaría todo el cotarro-. Yo no digo que Italia sea el centro
del mundo, o se viva mejor que en Alemania o Inglaterra o España;
simplemente digo que hoy, en el mundo globalizado, también se ha
globalizado la comida y uno puede prepararse una cotoletta alla
milanese hasta en Alaska; y precisamente porque los países en
términos de bienestar están en una tendencia de aproximación,
prefiero vivir en Firenze que te aporta cosas imposibles de encontrar
en Madrid o París o Londres como el recogimiento, la adecuación
arquitectónica al hombre, la belleza extrema, la particularidad de cada
día, de cada atardecer. O sea, Madrid, o te acaba gustando mucho a
base de peloteo al personal, o en pocos meses estarás deseando salir
corriendo de aquella cárcel de asfalto y cemento y olor a fritanga.
Luca observó a Gondi con los ojos como dos huevos cocidos.
- Son,…distintos, ¿no?
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- Maurizio, Platón y yo estamos muy ocupados preparando nuestros
respectivos viajes como para tramar nada. No nos traemos nada entre
manos.
- ¿De qué?
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mensaje en la botella. Diez minutos más tarde, cuando me iba a
encender mi sexto cigarrillo, oí un chasquido detrás de mi; giré y allí
estaba la delgada figura de un tipo sbornioso, a medio caer, con una
camisa amplia de seda bourdeux, con brocados, con unos pantalones
siglo XIX, y botas de tope vuelto blanco…
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extraña maquinaria que, por otra parte, hace que un Lord Cojo en
Missolonghi, se convierta en mito, y que, casi doscientos años después
de su muerte, aparezca un chaval de Nottingham exactamente igual
que aquel, con sus mismos rizos, ojos, boca, en el mismo lugar donde
residió aquel, disfrazado de aquél, y hablando de la amante de aquel
como quien pregunta el precio de las manzanas de fuji o las peras de
conferencia. ¿Entendido?
- No te preocupes, Maurizio.
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en su día, a ambos flancos de la puerta; todo cerrado exteriormente
por un cierre metálico de persiana que a Luca le encantaba ver caer.
Neblina. Una ciudad sobre una roca. Una noche sobre una roca.
Desde el corazón de la ciudadela parte una callejuela serpenteante,
medieval, macabra, Brueghel y su triunfo de la Muerte, zoom
disparado hacia ese esqueleto descarnado que sale del ataúd para
devorar a aquella masa de carnes veloces, que corren despavoridas
como si pudieran escapar. Una ciudad sobre una roca, la noche sobre
una roca; una calle desde la ciudadela hasta el río, un río oculto por
las ramas y copas de álamos traidores, caducos. Hay que bajar
caminando, hay que alejarse del zoco y enfrentarse a ese foso, a esas
bestias ocultas, a esos fantasmas y a esas brujas. No hay nadie, y en
el suelo el empedrado compone un nombre, un nombre conocido, un
topónimo: Cuenca.
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inhóspito; tengo que conquistar ese fondo terrible. Calle abajo.
Alumbrado siglo XIX, farolas de forja, o imitación, sobre muros de
mampostería siglo XIV, y zarzas en el extremo de la calle que da al
vacío, al barranco, a ese riachuelo negro, mortal, mentiroso, que sabe
algo que nosotros no, y no lo quiere decir. Un kilómetro cuesta abajo
y un claro, una plaza ante el río. Y en mitad de la plaza un cortile
formado por fuertes olmos, dieciséis, formando un octógono, ocho
ocho ocho, y en medio una cruz, una cruz de hierro, de Santiago y
hierro, de ahorcados…
- No lo tome a mal, Señorita, pero hay tres autores de los que prefiero
no hacerme cargo a la hora de dirigir un doctorado: el cansino Boilly,
el infumable Marc, y el chorizo Tápies.
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Finalmente, Platón, al despedir al disidente de lo japonés, a aquel
traidor de la chinería y de lo recargado, del pan de oro sobre columnas
rojas, tomó con su mano derecha el teléfono, descolgó y llamó a Luca
por la línea interna.
- ¿Luca?
- Dime, Platón.
- Son pocos años los que hemos pasado juntos y haces bien en
dudar… -respondió Luca, malhumorado y con desgana.
- Está bien.
52
- Yo. -y de entre la multitud apareció un hombre llamado Slomo,
carnicero, de dimensiones ciclópeas, y se colocó justo delante de
Platón.
Al entrar allí, Luca, como siempre, esbozó una sonrisa. Platón miró a
su compañero esperando ese resplandor en el rostro, ese golpe de risa
al ver la “gran metralla”, como genialmente la llamó Bardelli en
alguna ocasión.
- ¿Pero qué humor quieres que tenga? -le espetó bruscamente a Luca.
53
- ¿Un caso? Me acaba de pegar un puñetazo un hebreo de dos metros
y su hijo me ha marcado la espinilla, ¿debo encima estar contento?…
- Pareces más judío que ellos. En fin; ¿a qué hora te dijo Chiara que
vendría?
- No vendrá.
- ¿Y Daniel?
- Platón, en la vida tiene que haber gente así; no es malo que alguien
dé consejos en una existencia donde, precisamente, lo que faltan, son
instrucciones para saber qué hacer en cada ocasión. ¿No crees? Otra
cuestión es pensar en la posibilidad de cambiar las personas que dan
consejos -que normalmente son lelas y no saben nada de nada- por
gente que sí tenga un poco de idea -que normalmente es gente que
permanece en silencio por propia voluntad-. Además, tienes que ser
indulgente: en las facultades de periodismo enseñan a aparentar saber
de algo: hoy te toca un reportaje sobre la clonación y mañana tienes
que cubrir la exposición de Giorgione de la fundación Guggenheim, y
en ambos lugares tienes que aparentar saber más que el mayor de los
especialistas de la galaxia sobre la materia.
54
- Sí, tienes razón; sin embargo, Daniel, es un mal bicho. Es un tipejo
insoportable y no quiero hablar más de él.
Fue entonces el rostro terrible, la cara recia del gestor, del cerebro del
hampa, fue entonces el nubarrón descargando con fuerza, o el frío
Mitch a su paso por el apéndice, por el pene colgante de los USA.
Platón entendió que Luca tenía cosas en la cabeza, y que en ese
momento, o mejor dicho, en ese preciso momento, lo que menos
necesitaba era un problema, un roce, un “Luca, no soporto a Fulano,
me cae mal Mengano”; la policía en España ya tenía preparado el fusil
de precisión apuntando a la salida de la madriguera, y sólo era
cuestión de tiempo, el salir y recibir un proyectil violento entre ceja y
ceja. Lo de Cuenca fue un fiasco, una mierda; se obtuvo el trofeo, pero
sucio, con barro, con sangre, con un tío portugués tirado junto a aquel
paraíso de ahorcados, y con ese alcohólico gritando por las calles que
había visto “algo”, que había sido testigo de “algo”. Una jodienda.
- Platón, ahora tenemos que hilar muy fino. Esto no es entrar al Pitti y
coger el Van Poelenbourgh de Bardelli. Tú viste lo mismo que yo en
Cuenca y en San Miniato. Tuvimos suerte allá arriba -dijo señalando
aproximadamente y dentro de aquel local de paredes grises, sin
decorar, la ubicación de San Miniato al Monte-, pero lo de Cuenca fue
una mierda impresionante; todo nos salió mal. Y, Ares,…¡pobrecillo!,
allí le dejamos tirado, abandonado a la policía, a los forenses.
55
tornillo a tornillo, se iba descomponiendo, se podía preveer el terrible
estallido.
- Sólo digo, Luca, que todo esto me da mala espina. Nada más.
56
dobló como una exhalación por Via del Oriuolo hacia la izquierda, y
súbito a la derecha por el Borgo Pinti, el siempre temido Borgo Pinti,
lugar de desapariciones, de cigarrillos que caen de manos
sorprendidas, lugar desde el que ciertos entes inexplicables -excepto a
niveles subatómicos- se lanzaban a la conquista de Firenze, quinientos
o seiscientos años después, ¡cosas de la vida!. Una bicicleta, un ring
ring familiar que casi le embistió a la altura de la Via de’Pilastri; Luca
alzó la vista, y por allá, hacia Via degli Alfani, se perdía la silueta de
un Savonarola sbornioso, pedal a pedal, año tras año, botella a botella,
ganando el pulso al Medici nefasto que le relegó al
ostracismo; ¡Maldito Montella!¡Qué susto me ha dado! Siempre que
le veo sucede algo,… y casi siempre nada bueno. Allá aparecía la Via
della Colonna que salía como un proyectil de fachadas grises, de tres,
cuatro y hasta cinco pisos, desde la Santissima Anunziata, divino
ágora florentina. Eran metros, segundos, unos peldaños, porque ya
estaba en Vittorio Alfieri; de repente, al cerrar el portón del edificio y
toparse con el silencio de mármol, eco y diafanidad de la escalera
oscura, Luca se apoyó sobre su buzón, bajó la cabeza para luego
alzarla mirando al techo, atravesando el techo, abrir un agujero con los
ojos y primer piso con los Renai discutiendo, segunda planta con la
viuda Agostina, tercer piso en alquiler -vacío pero lleno, sin personas
pero con personalidades, sin un Fulano de Tal, pero con niveles
subatómicos que gritaban Stendhal o Simonetta Vespucci y otros
nombres que conformaban una suculenta lista de invitados a aquel
simposio de fantasmas-, cuarto piso propiedad de Monica Cipressi,
mezzosoprano, incomprendida, solterona, llorona, triste, muy triste.
Bajó la cabeza y volvió a alzarla atravesando el edificio entero, y ya
estaba en el cielo, pensando en Gneis, en aquella mierda de artistazo al
que le gustaría desintegrar con 12 horas ininterrumpidas de napalm
sobre su cabeza, en Ares que decidió fugarse al Hades sin comprar
billete, subiéndose al tren en marcha, en Ares y aquel rostro
desencajado y aquellas manos en brutal tensión que cayeron como un
muñeco de trapo, en Platón que se quedó lelo durante una semana
después de aquello. Platón y Daniel; Platón el sabio, Daniel el
sabelotodo; Platón, la aurora y el ocaso; Daniel, la mañana de
polución y lluvia, la noche de fin de año, de capodanno maldito;
Platón, la apuesta segura; Daniel, el sueño de una victoria épica que
jamás tendría lugar. Platón tenía razón, Platón tenía razón y aquel
tipejo tenía que desaparecer del club.
57
Luca subió lentamente las escaleras, sin ganas. Discutir con Platón era
lo último que quería; Platón tenía la manía de tener razón y Luca, en
cambio, el hábito de perderla. Se acercó al teléfono para llamarle,
pedirle disculpas, un café en Via del Proconsolo, etcétera. Sin
embargo, el contestador tenía un mensaje. ¿Quién sería? Él ya no tenía
mensajes, sólo cartas del banco, cartas del rector aparcacoches,
terrorista anti siglo XV e invitaciones de asociaciones para
conferencias y patochadas del estilo.
Un mensaje, un mensaje y ese típico “01” en rojo sobre el display del
contestador tan inquietante. Pulsó el botón 9 para escuchar el mensaje.
Gondi se larga. Esta noche Gondi no será más que un recuerdo, una
imagen, un cromo amarillento, un cromo dadá y amarillento, como la
portada de ese diario que, cuando era niño, recorté y que hablaba de
esto y aquello que hoy no tiene sentido alguno. Gondi está a punto de
caramelo, el asado en el horno, la muerte cocinera, la muerte nos
cocina; ¡qué putada quedarme, quedarnos sin Maurizio!
58
Luca salió corriendo de casa, acordándose antes de coger la gabardina
beis. Tomó un taxi y, tras una carrera de 35 euros llegó al hospital del
Campo Marte. Dejó al taxista dos billetes de veinte sin esperar el
cambio. Corrió velozmente hasta el mostrador de información del
vestíbulo del Hospital.
59
de allí” y, aunque aún se podía ver cómo su pecho se hinchaba y
deshinchaba rítmicamente, estaba dormido, con un ojo y la boca
entreabierta, con su baba y todo.
Luca acercó una silla y se sentó junto a la cama. Se quedó frito, tieso,
durmiendo como una piedra o una rama seca. Echar el cierre, una
caída metálica, una caída, un metal. Echar el cierre, finiquitar el
impresionismo, finiquitar algo, ¿por qué no finiquitar el club?¿por qué
no finiquitar la amistad de Daniel, esa amistad interesada, falsa,
superficial, anecdótica, foruncular, totalmente prescindible?
60
ídolos, de los iconos, de las ventanas a la marea y al más allá, que en
el fondo estaba más acá, casi vomitando y estertorando sobre su nariz
de viejo zorro mientras la venus de Urbino coqueteaba con el San
Sebastián asaeteado de Piombo, con los fighettini que la hacían
estremecerse de gozo y sombra, dejando de lado a su cantor, a su
eterno admirador y enemigo –porque la vida siempre fue así, quien
amaba odiaba, y quien perdía sus occhiali por ver en el fondo se moría
de impaciencia por cerrar los ojos o sacárselos a golpe de
escepticismo –el viejo Rozz que la cantaba, que la odiaba desde sus
poemas y la cortejaba junto al micrófono mientras su voz salía partida,
como la gaviota que escapa de una jaula o de una marea negra... El
vecchio Gondi con sus geniales tics: del pelo cano de su venerable
testa entre sus manos, el toque sutil a la nariz, al levantamiento
acompasado del pantalón pasando por el inevitable rascado de barba...
Y de ahí a las ideas, a las campanas de ver a Romeo perdido en el
laberinto de Guillermo Tell, mientras éste último pensaba en aquel
mítico arquero que fue Minotauro que supo salvar a Julietta de una
muerte segura al apuntar bien con su arco –aquel que Tetis, madre de
Mazeppa encomendó realizar al bueno de Gerión, que era el
encargado de todo pero al que todo se le iba de las manos, como aquel
mítico rebaño que, antes de todas las batallas Mazeppa cuidó y
protegió de las garras de Aquiles, que llegó a realizar uno de sus doce
trabajos, como aquel buen caballero cosaco que murió atado a su
caballo devorado por los lobos fieros de la estepa eslava que se llamó
Heracles– ... Y de ahí los ojos giradísimos, y de ahí a Vía del
Proconsolo a visitar los viejos fantasmas de aquella esposa suya que
cada tarde le abandonaba para llamar a la puerta del señor Franco E. y
charlar un poco debajo de las sábanas, sin malicia ninguna sobre
literatura, música y arte; Gondi dadá lo entendería, Gondi irónico lo
aceptaría con ironía... es lo que suele pasar, no? es lo que suele
suceder con los irónicos, de los que no habla ni la Biblia, ni el Corán...
ni Bodhisathwa, ni Krishna, ni Dios... es lo que sucede con los que
eligen desde pequeños la empantanada región de la sorna, de la burla,
del doble sentido, de los cuadros de Fragonard y Boilly, de los
collages dadá, de los ready mades de Duchamp... por eso siempre
Luca se preguntó ¿dónde Marcel, dónde Rozz, dónde Gondi?...
Imposible responder... Desgraciadamente las mujeres de aquella
Firenze loca preferían las apariencias, las camisas, los pantalones, los
gemelos,... y pasaban como un fórmula uno a todos los irónicos,
61
hermanos desprotegidos, sin hacerles demasiado caso... y Gondi no lo
entendió, ni lo aceptó, sus años le costaron comerse la ironía a golpe
de artículo, a golpe de visitar a Del Sarto taumaturgo, a golpe de
sacarse el corazón con la mano derecha y hacer un bello ready made
poniéndole encima un código de barras y un cigarrillo en el ventrículo
superior derecho... Ella era una maldita que sólo quería un buen pene,
ready made, que sólo deseaba conocer el arte desde el neófito, no
desde el genio, no desde ese saber que Malevich es Malevich pero
sólo a veces y cuando el cuadrado negro comienza a agrietarse y a
dejar ver lo que hay debajo...
He estado escuchando una y otra vez las cabronadas que esa mujer
hacía al genio, al estudioso, al escritor, y no dejo de pensar “pero
hacia qué extraño fin conducirán todas esas memeces, todas esas
tonterías de los de allí, dañando –quizá sin quererlo –, a los
poseedores de una sensibilidad tan especial?”... Todo había sido una
traición más al viejo sabio, al Tiresias que quedaría como un
hipopótamo hastiado de conocimiento, medio muerto, seco, frito, sin
aliento sobre el adoquinado y bajo el cielo... Aquella perversa mujer
había buscado un músculo pendular, una máquina de placer, un juego
con el que llenar las tardes de invierno en que escuchaba las
proféticas palabras de aquel hombrecillo que decíase su marido;
había estado, como una loba en celo, buscando en las lluvias de
Marzo, bajo los paseos crepusculares por Lungarno Torrigiani, justo
antes de llegar al Ponte alle Grazie, por las alamedas de los octubres
sonrojados, cubiertos de esas hojas caducas que tan bien sentaban al
viejo Lord Malo en sus paseos decimonónicos previos a las fiebres
griegas... había estado buscando, digo, encelada, la fusta, el sexo
caliente, la lengua joven, el brazo gimnasta... y demás objetos varios
del inventario de las mujeres enceladas que dejan a un marido genio–
sabio en casa para poder redescubrir los extraños caminos que un
día, como Alicia en aquel País de las Maravillas, recorrieron con la
sensación de estar soñando...
62
sol radiante en Piazzale Donatello con un jovencito en un yate en
aguas de la Spezia, bronceándose, jugando, top-lessando un poco,
dando cremita a espaldas musculosas, generosas, y pagando a golpe de
tarjeta Gondi, los que según ella iban a ser unos días aburridos junto a
sus hermanas en Génova.
Gondi quedará rendido, mirando hacia el techo, viendo más allá del
cuadrado negro, como si mantuviera ya aquella ansiada conversación
con Malevitch y estuviera diciendo: “Ahora, ahora, ¡¡¡ya lo veo!!!,
hay eternidad, ¡qué cabroncete que eras Kassimir, cómo nos
engañaste a todos!”. Sería como un muñeco de trapo, pero con cierto
aire de travieso dadá inconfundible, una media sonrisa, unos ojos
pequeños, antes vivaces y que, ahora, serían de mármol poco
duradero, pero irremediablemente dadá, que siempre fue su
constante, su forma, su lugar, su espacio, su necesaria vacuna contra
la peste que le rodeaba. Siempre pensé en él como si fuera un padre,
más que como un mentor estrictamente académico. Era un diablo de
tupé blanco blanco blanco, de barba eterna, y parecía que nunca
moriría, que eso no iba con él, que pasaría siempre de cerca pero sin
rozar; sin embargo, ahora su tupé ya no se movería, tampoco su cana
barba tendría manos que la mesaran… Gondi de cabeza al ataúd y
lanzadísimo a la eternidad, a algo así como espacios o galaxias de
chatarra dadá donde buscar, donde meter la tijera, donde decirle a
Schwitters “Eh, córtate un poco, hombre, que Merzbild era un buen
psiquiatra!”, donde reciclar y reciclar el arte; o galaxias más de
aquellos verdes Matisse para relajarse, para entrar y salir, para
dejarse caer en un sofá, descansar, y asomar desde lejos la cabeza en
los colores planos, o jugar al rol del “Doctor Cuadro”, coger un
estetoscopio y auscultar los lienzos, mirar atentamente las enfermades
de las telas, y concluir con sabia grandilocuencia “Si es rojo, malo…
es fauvismo”.
63
en la nuca, pero con la sesera hueca,…tirándose a la mujer de este
ángel bebedor de whisky, fumador de Davidoff”.
Una ciudad sobre una roca. Álamos en el fondo del precipicio, junto a
un río que se esconde, que quiere estar al margen de todo. El viento
sobre esa ciudadela, la luna sobre las rocas, las rocas sobre el vacío.
Una calle desde la ciudadela hasta una cruz junto al río. Una figura
encaramada sobre ella forcejea, se retuerce, un rayo, un relámpago
y…y la figura,… y la figura… ¡Un momento!¿De dónde viene esa
voz? Viene desde fuera; es como si el río o todo lo que hay aquí se
pudiera rasgar como una sábana y escondiera otra escena, otra cosa.
- Luca…
64
- Déjala,…Luca; estará –cada vez con mayor dificultad- en la cama…
con aquel… gig…gig…gigoló véneto… -y en ese momento, sus ojos
perdieron la vida, se quedaron como canicas, como si fueran de cristal
o porcelana.
65
III. Bardelli y los faunos.
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totalmente absurda –por cierto, ¿alguien puede decirme qué hacemos
aquí?-; y quinto y último problema, el empeño de “algunos
historiadores” en considerar el arte como una “problemática”. Lo
incongruente es plantear siquiera esto último. El arte nunca ha sido, ni
será un problema. No se puede considerar en ese sentido jamás,
excepto en el caso de desear que nos quedemos sin empleo; algo, por
otra parte, que, sinceramente, me dejaría un regusto de satisfacción
enorme.
67
- ¿Por qué te asusta tanto que los demás puedan opinar, subscribir,
solaparse?…
- Yo creo que la solución pasa, no por un micro bigbang sino por una
calma verdadera donde poder organizar un poco las ideas y
resituarnos, resituarse.
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- ¿Cuándo dejarás esas chorradas del zen?¿Has follado últimamente?
- ¿La conozco?
- ¿Qué? ¡No!...
69
- Ellos son una gran hez del arte. La historiografía del arte es, cuando
menos, un cáncer bíblico. ¡Viva Santo Tomás, joder!...Sospecho de
todas; pero si tuviera que apostar las 3000 liras que llevo ahora mismo
en el bolsillo, lo haría por Chiara, tu discípula e inminente doctora.
- ¡Chiara!
70
Durante semanas había ido continuamente al Palazzo Pitti; allí iba
directo a ver el “Paisaje con faunos” de Van Poelenbourgh en la Sala
delle Colonne.
71
- ¿Conferencia de…? –se atrevió a inquirir Mirko Andrelli, profesor
de Historia Contemporánea, misógino, artistazo renegado y gilipollas.
- Aldo, no puedes…
- Claro que puede -. Afirmó una voz que sonó como una bala, un
“bang” seco pero profundo como una decapitación. Era Luca.
- Lo haremos.
72
Y, sin dejar de mirarle…
- ¿Verdad, Platón?
Platón abrió sus ojos como platos y todo azorado no supo qué decir en
un medio minuto eterno. Sin embargo, no pudo rechazar la ancestral
llamada de su amigo de infancia que llegaba en forma de un Luca
enigmático y confiado, defensor del crimen organizado, de la apología
de la locura y de la reestructuración del Pitti –previa sustracción,
claro-.
- Sí, Luca.
- Eres un estúpido, Ambrosi. O sea, para que nos enteremos los aquí
presentes: un profesor viejo, cojo y chiflado, un catedrático gordo
como un buda que no sería capaz de dar dos pasos sin sudar o utilizar
un inhalador, y un nihilista fumador fracasado van a robar en el Pitti
de noche, descolgarse desde un punto indeterminado de la azotea, para
entrar de forma y por una ventana indeterminadas, y se deslizarán,
contorsionándose para evitar los láseres del sistema de seguridad,
robar el cuadro y vuelta atrás, y de salto en salto escapar por los
tejados de la ciudad…
73
primero, y hacia Platón después- tenemos que planear un hurto; y de
los buenos.
74
Platón bajó un poco la voz y continuó…
- Sí, lo sé. Pero esto, sin exagerar, quizá sea lo único que tengo, lo
único que es mío. Sin ello, sin esta flema mía, no sería más que una
americana polvorienta, un nudo de corbata demasiado fino o
demasiado grueso, o un simple cuello abierto, además de un
desgraciado infelíz. Por lo que puedo decir que ahora, de momento,
soy un desgraciado, sí, pero felíz. Como, bebo, respiro, fumo, no me
drogo –y aunque lo hiciera eso no cambiaría nada- y tengo un
75
excelente amigo que cada día se parece más a uno de esos ronin del
mundo flotante de la escuela Shindo Munen.
Bardelli abrió la puerta del baño y salió con su bastón por delante,
cojeando y con cara concentrada, como si estuviera realizando un
ejercicio de autocontención. Llegó a la mesa donde Platón y Luca
discutían acaloradamente y, apenas sentado, golpeó con fuerza la mesa
para exclamar:
76
- Podríais echar una carrera. Sería divertido. Apuesto por Bardelli;
creo que el asma te atacaría a ti primero, Platón.
77
Dos días después, a Bardelli se le saltaban todas las tuercas de la
cabeza, echaba el guante al “Van Po” y salía corriendo, a la velocidad
que un marco considerable del siglo XVII y su cojera le permitían;
Platón echó a correr por los Boboli, y en mitad de la huida un pájaro
gigante bajó, defecó en su cabeza de sabio oriental y prendió con sus
garras el cuadrito –que a la sazón era una pequeña tabla de François
Clouet, siglo diecinueve profundísimo, “Retrato de Enrique II de
Francia”, y substraído delicadamente de la Sala de la Ilíada- y se
esfumó ante el desgarrado grito de Platón, que era igualito a la
escultura de Sileno de los mismos Boboli, con barba y todo… Luca, se
echó al monte también, y corrió por aquí, por allá, y un guardia de
seguridad gordo, sudoroso y jadeante, en muy baja forma, le gritaba
“¡Eh, alto!, ¡espere, descansemos un poco, que estoy muerto!”; pero
¡zas! una viejecita adorable, incapaz de matar un mosquito sin
permiso, se atravesó en el camino de Luca, le quitó el cuadro, le dio
un buen bofetón y le llevó el lienzo al guardia; Luca siguió corriendo.
¿Y Bardelli? Para aquel entonces, ya había tapado el lienzo con un
trapito y lo había dejado en la tienda de un amigo suyo carnicero; salió
de la tienda como si tal cosa –había logrado escapar de los gorilas que
le perseguían-, y recuperó la trayectoria normal y corriente hacia su
casa, en Via Monteverdi, fumándose un buen cigarrillo.
- Bardelli,…
- ¿Sí?
78
hubieras cogido algún Botticelli… Y ahora me voy a echar a dormir
durante, por lo menos, 4 días. Adiós.
Platón había pasado la mitad de esa tarde corriendo por los Boboli y
los montes y la otra mitad en la comisaría, aclarando lo oscuro del
caso: es decir, ¿cómo pudo entrar aquel pájaro en el museo, coger el
cuadro y salir por puertas o ventanas sin que le vieran los guardias? ;
también su implicación y su grado de complicación con el ave para
proceder a la sustracción de la tabla de Clouet.
79
80
IV. El club
- ¡Ah, ya!Lo último… fue dadá,¿ verdad? ¿Fue dadá y aquella efusiva
necesidad que os comenté de humillaros con mi próximo examen o
simplemente demasiado ron anoche?
81
La clase asintió.
82
como la que tienen los hombres de este tiempo, y la universidad debía
de existir también en los días funestos y grises como este, a pesar de
las tormentas, de las nubes negras y las bolsas de papel girando en
torbellinos cerca de San Lorenzo.
83
- Creo que dijo llamarse Daniele, aunque era español, por lo que el
nombre debe ser...
Por eso, cuando prosiguió hasta su despacho, y una vez entrado en él,
se cercioró de cerrar con llave la puerta del mismo, a cal y canto, para
que no se le ocurriera ni por un momento entrar... Tomó el número de
teléfono que le había dado Grazia, y llamó a Daniel.
Daniel fue uno de las primeros españoles que conoció; luego llegaron
las conferencias y las estancias complutenses, madritenses y
toledanas, y ese maremagno de nuevas caras que a uno le asaltan
cuando se está da un paese straniero. Él era uno de aquellos
estudiantes europeos que visitaban Italia en temporada baja para no
sufrir los indecentes precios del alojamiento estival; fue un primero de
Marzo, de noche, de hacía ya unos cuantos años...; Montecatini;
Daniel iba con un grupo de amigos a tomar unas copas, cuando, de
repente, un par de chicas españolas que, casualmente, también estaban
84
alojadas en la ciudad termal, solicitaron su auxilio debido a que una
banda de borrachos transalpinos querían algo más que hablar con
ellas. Luca estaba sentado en una terraza cercana, charlando con
Antonio, un amigo de la infancia; unas voces llamaron fuertemente la
atención de éstos: eran aquellas muchachas, Daniel y sus amigos, y
una treintena de salidos nativos de Montecatini; se acercaron a todo
aquel tumulto y vieron una escena, a falta de dramatismo y urgencia
de lágrimas, más bien cómica: encrespados italianos de cuellos
alzados y patillas veloces, navajas, navajas, un españolito de medio
metro en medio del tornado encarándose con un larguirucho y orejudo
teenager que tan sólo decía “ ah, ah”, nenas histéricas que clamaban
por una esclava de plata perdida, Daniel con otro barriobajero de la
localidad, navajas, navajas, uh uhh uhhh, Antonio buscando la
esclava, el borracho mirando atento con ojos de pez globo, Luca
dialogando con unos y con otros, “ah, ah”, y el íbero de medio metro
“¿a que eso no me lo dices en el Valle del Kas?”, la esclava no
aparece, “ ¡Dios mío!, si la esclava no aparece, mi novio me deja!”,
navajas, navajas, Daniel parecía cada vez más convencido de que no
tenía sentido aquel revuelo, el borracho se caía, estaba cayéndose, se
cayó, Luca “ tranquilos, tranquilos; a ver, ¿qué ha pasado?”, “ah, ah”,
“ ¡que no me toques! ¡macarra!”... La esclava no apareció. Pero
Antonio encontró una buena excusa para poder dialogar con unas
cuantas muchachitas españolas. Los macarras se fueron. Allí quedaron
las nenas y Daniel y cuatro amigos suyos; ¿el españolito?; por ahí,
saltando, de jardín en jardín, sorteando perros y faros de automóviles
sospechosos, evitando en las sombras termales, quizá, un
linchamiento. Daniel se desesperó un instante; “¡pero dónde se ha ido
ese cabrón!, ¡y con todos esos sabuesos persiguiéndole!”. En fin, la
España de siempre, la de las viejas persecuciones a los maquis, la de
la caza del rojo, la de echarse al monte y correr para luego no volver a
aparecer nunca y los las lenguas vecinales contando leyendas
gigantísimas de lobos, licántropos y otras amanitas, pero lejos, pero
exportada, más internacional, más europea y aperturista: el maqui
existía y el papel de los falangistas quedaba deliciosamente
representado por aquella turba de mulos de Montecatini –quizá algo
menos macarras que los de Falange, pero también un poco más
espabilados que aquéllos-. Mas, como Luca advirtiera la preocupación
de aquél por su amigo, se ofreció a ayudar a buscarle y llevarle sano y
salvo al hotel, lejos de aquellos jabalíes salidos.
85
-¿Cómo te llamas?
- Daniel. ¿Y tú?
Y así salieron en busca del sujeto hispano, del lobo ibérico que huía de
aquella enfervorecida batida de primates. Recorrieron un par de
manzanas, sin comérselas, sin hablar, en silencio. Pronto oyeron gritos
y voces...Eran el canis lupus iberiae y un charlatán llamado Manu que
se lo había llevado para evitar todos los jaleos posibles. Daniel
agradeció la ayuda prestada a Luca y a su primo Antonio, y les dio su
dirección exhortándoles a que, si en un futuro visitaren España, no
dejasen de pasar por su casa .
86
española, ya que el español vivía en Madrid, cerca de Mariano de
Cavia, en la calle de Cavanilles. Los años habían pasado y Daniel
seguía apreciándole. Eso estaba bien; no era algo que solucionara el
problema de la evaporación, del huir sin huellas ni vestigios de la
ciudad toscana, del irse a las nubes por el camino más corto, por Via
de´ Bardi hacia Piazzale Michelangelo y San Miniato: tampoco venía
a suplir ausencias del lecho y las noches de cálida melaza hirviendo,
del sexo caliente y urgente y naciente: pero era bueno, pero era Daniel
que llamaba por lo de siempre, seguro, por ese frío invierno del
destierro en los frentes de guerra, etcétera. Porque Daniel, como el
viento y los pájaros, era corresponsal de guerra, y viajaba y caminaba
la vieja senda del cruzado, del aeda que cantaba las batallas; hacía un
mes que no tenía noticias de él, y lo último fue aquel conflicto extraño
en Madagascar, con carnicerías y filtros rojos cubriendo los objetivos
de las cámaras; seguían aún en guerra, seguirían muriendo niños, y
madres, y padres, y no quedarían ni siquiera estratos de la Edad del
Bronce, pero Daniel debía regresar.¿Por qué? Luca no lo sabía. Tenía
curiosidad por saberlo. Como también tuvo curiosidad por saber qué
sucedió con el vecchio Gondi, dopo la delusione, come tutti che ci si
aspettavano la fortuna de ser cajones oblongos, juegos de mantas,
amasijos de hierro en un cementerio de automóviles; curiosidad por
saber qué sucedió con Gondi después de aquella despedida, de aquella
última clase de doctorado, lejos ya de la facultad, en una birreria,
frente a frente, Tiresias revelándolo todo ante el Laertiada Odiseo,
transmitiendo las últimas frases y oraciones al asombrado Luca, figlio
del greco, en torrente o bruma, Picasso y Kahnweiler, Mondrian y su
grafitti contínuo, la ciénaga del vecchio Mourneau y su monstruo por
las calles de Brehme; y luego, la distancia, el sopor de la ausencia del
sabio del Hades, ese monstruo que, como con lo de Gneis dio en
llamar “Soledad”. Tuvieron que pasar 5 años hasta volver a saber del
viejo; y con Daniel, igualmente.
87
de algún céntrico café, a mitad de camino entre el uno y el otro, entre
el corresponsal y el historiador del arte.
Luca esperaba con ansiedad que los frecuentes y rítmicos tonos del
teléfono diesen paso a la voz cálida, que en aquella taberna madrileña
le confesó las ganas locas que tenía de salir al mundo y verlo todo,
aquella que, como la canción, le dijera, con la golosa rota, “ pondré
casa en un país/ lejano para olvidar” , y todas esas cosas que, como en
un cajón desastre iban quedando en la mollera nuclear, atómica, a
punto de estallar, del malinconico proffesore- dottor Ambrosi...
- ¿Sí?
- Bien, ¿y tú?
- ¡Ah! ¡Claro!...
- ¿Y Gneis?
- No; cuenta...
88
Unas horas después, en una cafetería pequeña, minúscula, cerca de
Via Bufalini, estaban sentados ambos, frente a frente, escudriñándose
mutuamente, tras una larga ausencia de dos años.
- Tengo una vaga noción de ello. ¿Sigues con aquella mujer que
presentaba sucesos en la caja tonta?
- No. Como sucedió con Gneis y tú, ella no tenía demasiado apego por
mi. Además, si te soy sincero, yo tampoco se lo tenía a ella: estoy
fuera de casa meses y meses; me mandan a Beirut o a Islamabad y
quiere venir conmigo… Me dicen que me van a dar un aumento y ella
me salta con que le ha llegado la hora de dejar de trabajar y vivir
juntos con mi sueldo. ¿Te das cuenta?
- Tú fuiste un lastre para Gneis. Y aún así, cuentas vuestra historia sin
pestañear, como si fuera pim-pam-pum.
89
- Ares me llamó por teléfono desde Lisboa. Le están sucediendo
cosas, desde lo de San Miniato.
- No. Desde hace dos años, dos meses y una semana, o sea, desde el
mismísimo día después de aquello, desde el maldito minuto siguiente,
dejé de buscar, de intentar explicar, o de bucear en busca de pistas o
lógicas de lo inmaterial o como lo quieras llamar. Me la trae floja,
sinceramente.
- ¿Está aquí?
- Platón.
90
- ¡Sí! Está dando clase, si no me equivoco, y aburridísima, por cierto,
sobre Feng Sui o la organización interna de las casas de la ruta de
Tokaido.
Allí estaban los años, junto a todo ese tremendo aparato de radio,
junto a esa media sonrisa de hiena, junto al orgasmo precipitado, al
“romeo y julieta” mal apagado, o a la cadena del w.c. rota, cada vez
más numerosos. Luca quería parar su avance en seco, pero era un
ejército muy numeroso, un ascensor que subía, el borracho Montella,
Savonarola absurdo, estúpido, que aún decía que sí, que sí, que
aquello de la religión era cosa de “depuración + electricidad”... Cada
año había sido lo mismo: una larga serie de tardes en Orsanmichele, el
correr huyendo de las lluvias por el enlastrado enormísimo de la
Signoria, las mañanas despertando junto a Gneis, adorándola un poco
más, como ella siempre reclamó para si...
Y ahora, ¡qué lanzado sería todo! Daniel había llegado a Firenze para
encontrarle a Luca los demonios de siempre, las dudas de siempre, las
fragancias de tabaco negro y gomina, de after –shave y ordenadores,
esas de profesor lánguido y perdido en el meollo histórico, en la
extraordinaria prisión del arte, ese laberinto al que hizo, muchos años
atrás, alusión el vecchio Gondi. Daniel había perforado las bíblicas
páginas para llevarse al profesor, al historiador del arte, al futuro
catedrático, al fiorentino malinconico directamente al foso de los
leones...
91
relativo tan general,que casi es como decir “cosas”. ¡Sucesos! Sólo es
necesario abrir un periódico para darse cuenta de que cada día suceden
mil cosas, a cada cual más rara.
92
El club quedó configurado después de Arezzo. Otra cosa fueron las
incorporaciones, los aditivos, Daniel y Ares, y otra cosa también muy
distinta, la genial adhesión de Chiara -florentina, uno setenta, morena,
ojos marrones y voz maternalmente cálida, discípula de Platón, tesis
doctoral sobre el arte nepalí, etcétera-.
93
un artículo y entregárselo al jefe de redacción del diario de tirada
nacional para el que estaba realizando prácticas remuneradas. A Luca
no le quedó más remedio que aceptarlo, aceptarlo y hacer que Platón
aceptara.
94
V. Un café en Firenze.
95
copa de limoncello y contaba maravillas, cuando ya entraba en el
estado glup –glup, del Gita, de Arjuna y sus disquisiciones morales
que tenían la fácil salida de la acción, aunque lo omnipresente con
Platón era ese seguirle el rastro al zen, al tao, y a todas las grandes
tiritonas de Oriente; profesor, profesor de arte indio, Platón se
disgustaba mucho con ese mirar a hurtadillas del arte occidental hacia
Oriente, hacia todas esas terminaciones nerviosas y muy puntuales del
Levante, hacia todo ese arjé/ areté repleto de especias y mágica
insipidez. En ese punto, cuando Platón declaraba a los japoneses
guardianes del buen gusto, por ese amor a lo insípido – que les hacía
apreciar en mayor medida los sabores, los olores, etc -, era cuando
Luca le contestaba que gracias a ese mirar de reojo a la insipidez
japonesa el arte contemporáneo nació, antitéticamente, entre una
explosión de los sentidos.
-Luca, sólo te digo que debes bajarte del burro, de vez en cuando.
96
y allá. Apreciaba sus peculiares interpretaciones de la Historia del
Arte, o mejor, de la intrahistoria del Arte, aquella que no se ve, pero
que palpitaba; no obstante, sobremanera, valoraba todas las ideas que
el maestro había estado acumulando durante años de páginas y viajes,
hoy en Terni y mañana en Ferrara, acerca de la vida, ideas
lanzadísimas, de manera wagneriana, ideas que acababan
configurando una personalidad y una forma de vivir, así como una
hermosa manera de ver el mundo y corresponderle, y devolver a las
pequeñas cosas pequeñas reflexiones, pequeñas conjeturas, pequeños
tragos de limoncello frío, pequeñas caladas de tabaco y humo negro.
Gondi en un principio se mostraba un poco reticente a la hora de
tomar café con los alumnos nuevos; pero tiempo al tiempo y el sabio
Gondi, barba y tupé blancos, acabaría aproximándose a los muchachos
hasta forjar una enriquecedora amistad. El viejo tomaba siempre un
café y luego instaba a los alumnos más allegados –irremediablemente,
Platón y Luca, y alguna que otra vez, Del Orto –a ir a su casa para
acabar la tarde con una buena copa de oùzo griego –al que Gondi
atribuía propiedades socráticas, la tenue sonrisa mayeútica, la tibia luz
de la tribu dialéctica-...
Pero Luca se sentía más a gusto tomando el buen café fiorentino con
Gneis, con ese juego interminable dada, con ese fútil intervalo de
frases, palabras tomadas de algún diario, sonidos de algún vinilo del
Divino Rozz, antes de aquel jugar con el cuello, un alambre de espino
y una silla, antes de aquel dejar de existir tan violento en una
buhardilla parisina. Se sentía más a gusto cuando el café se
prolongaba y se enfriaba debido a la conversación y a las miradas,
debido a los giros y a las risas, a los Horacios apagados y a la
Gioconda medio inerte... todo ese flirtear con todo, todo ese jugar con
todo, eso que es eso y que a veces se llama amor.
97
que ella jamás se separaría de ese estudio en Via Lambertesca, que en
las mañanas de sol parecía de oro por los destellos del astro sobre el
parqué, sobre la cabeza mezzo vencida de Gneis, con el cabello largo
y acaobado, los labios implorantes, la sana costumbre de verla dormir
y respirar.
98
Firenze se contemplaban mal y sin prestar demasiada atención, no
como en su Urbino natal que era patria de soñadores y hermosas
leyendas.
Luca no lo sabía, no quería saberlo, se tapaba los ojos, los oídos; pero,
de una forma inexplicable, lo intuía. Por eso aquellas largas,
interminables tardes en Gianpaolo Orsini, cerca de Coluccio Salutati,
cerca de Lungarno Serristori, cerca del Arno y del cielo sobre Piazzale
Michelangelo, donde un David copiado en bronce admiraba, con ojos
soñadores aquello que un día fue un sueño, y que ahora era más o
menos un sueño, pero siempre cerca del Arno y del cielo. Luca sabía
que sus pocas palabras eran contraproducentes, que debía contraatacar
rápido, que debía parar los pies a aquel poeta –seguramente malo,
99
seguramente ni siquiera poeta- ;pero había llegado Daniel, y el bueno
de Platón quería la inmediatez de algo verdaderamente grande. El
viejo Bonnard hubiera sabido qué hacer: él supo qué hacer con su
mujer verde dándose continuos baños de sales, él supo que había que
pintarla y esperar su pronta muerte para contratar a una modelo
profesional, una gitana; también supo qué hacer el bueno de Montella
cuando vio desde la hoguera el siglo XX a lo lejos: directamente saltó
de aquel patíbulo de la Signoria y cogió una bici que bajó del cielo
para pasar por encima de las cabezas de Carlos V, de Luis XIV, de
Robespierre y Napoleón y también de Bismarck –no lo olvidemos- y
de golpe y porrazo en el XX, junto a aquellas agitadas calles
fiorentinas de principios de siglo. Sí: ellos supieron qué hacer. Pero él
era incapaz de quitar de en medio a un simple poeta.
100
- Claro! Un poco de tranquilidad está bien, ¿no? Y qué me dices de ti,
¿dónde te gustaría pasar el domingo? Anda, no te enfades conmigo…
- Creo que me juzgas con demasiada severidad. ¿Por qué estás tan
tensa?
101
- Gneis –dijo Luca, con voz suave, como le gustaba hablarle a ella por
las mañanas al despertar-, tienes razón. Los pintores sois seres
extraordinarios porque, a la par de ser sintéticos, sois también
analíticos y, sin duda alguna, sois capaces de averiguar y sintetizar la
naturaleza de las personas en pocas palabras, es por ello que debemos
esperar mucho de la pintura. Creo que tienes un talento extraordinario;
y también soy de la opinión que has llevado este “secuestro”
florentino con una dignidad propia de una emperatriz bizantina.
Entiendo dos cosas: la primera, que soy un estorbo y un obstáculo, o
un quiste, como prefieras llamarme, incluso un montón de mierda; la
segunda, que tu poetastro de Urbino, podrá llevarte de vuelta a tu
Véneto natal, donde podrás corretear entre montañas, o ir los
domingos a esos pueblecitos con canales que tanto te gustaban. Nada
más.
Ella quedó impresionada porque ignoraba que Luca supiera nada del
poetastro. Quizá estaba equivocado Luca, no es algo para contar
ahora. Sin embargo, si que es reseñable que ella quedara en silencio
observándole, mientras él, con su abrigo de color marrón obscuro, su
pañuelo rojo con minúsculas flores de lis de color azafrán anudado al
cuello, estaba absorto viendo cómo se divertían unos chiquillos
jugando al fútbol.
102
Los cafés en Firenze tenían siempre la dimensión de una epifanía, de
una revelación que le dejaba como nuevo.
103
casitas blancas a tan sólo medio metro del cielo, o a medio metro de la
tierra, o sobre las cabezas o bajo los pies, pero siempre en fondos
verdes verdes friulanos -. Todo así; y Luca caidísimo siempre en
Orsanmichele, recordando aquellas promesas de bonheur, de ser
flâneur salvaje, medio wild, en alguna latitud septentrional donde la
lluvia cayera siempre como un manto de nostalgia sobre el
adoquinado taciturno y pensativo.
104
doctor Caligari, con el Ángel Azul y aquellas canciones rotas de Edith
Piaf.
- Son celos, Platón, o, en caso de no serlo, veo ovnis donde no los hay,
sin mirar al cielo. Por qué el arte no nos introduce en estas sendas, por
qué el viejo David no nos dijo nada del peligro que corremos si
intentamos una aleación entre una pintora friulana, salvaje, y libre, de
ojos azulísimos y un poeta malo, de Urbino, con ideas gigantísimas
sobre Santa Croce, sobre el callejón de Altafronte?
-Bah, tranquilo, Luca... ésos dos no durarán mucho; que se ha ido con
él?bho, verás que pronto regresa de rodillas suplicándote... (o al
menos eso siempre es lo que nos dicen que sucederá)... El jacobino
estaba demasiado girado pensando en aquellas salidas de tono de los
saint culottes y de Napoleón como para pensar en cosas tan necias...
105
que veo, nunca lo habéis hablado: de haberlo hecho...seguramente
ahora estaríais juntos, en Porcia, en Palermo, en Itaca, yo qué sé! Pero
juntos.
- Está bien, Platón. Ella se ha ido porque estaba triste. Pero es que
estará mejor en aquellos páramos del Véneto? Allí las personas se
mueren de tedio, oh!, y encima tener que soportar haberla visto partir
con aquel tipejo, ese poeta malo, rancio, a la altura de los peores
poemas de D’Annunzio, con la salvedad de no ser D’Annunzio, coño.
106
- Cálmate. Además, tú has nacido para estar sólo que te lo digo yo.
107
V. UN SECRETO.
108
silencioso, y una ladera ardiente sobre la tierra donde descansaba la
carne de Gondi.
Era un día cualquiera de diciembre. Tocaba hablar del siglo XIX. Los
alumnos lo pedían a gritos, por lo visto, y todo el mundo, en tropel, se
había matriculado de Pintura del Romanticismo en Francia, Inglaterra
y Alemania. Luca estaba bastante sorprendido. Pero tenía que romper
el hielo, volver a convertirse en ventríloco de sí mismo y hablar de lo
que tocaba hablar cada año exactamente en la misma fecha, o sea,
soltar el rollo.
109
como ya os he dicho antes, es un siglo de fantasmas, de fantasmas y
trapos…
Al echar un vistazo al final del aula, Luca pudo vislumbrar una figura
solitaria que le miraba con tantísima atención que parecía eclipsar la
presencia del resto de alumnos. Era la figura de una mujer mayor,
sonriente, cándida, celestial, ardorosamente maternal y que, por un
momento, hizo que mereciera la pena todo en esa vida, las clases, los
cafés en La Polse, las travesías estrechas de Oltrarno, los juegos dadá
cercanos a Santa Croce, el arte mismo. Luca intentó forzar un poco la
vista mientras seguía con su clase, para poder ver mejor a aquella
mujer. Finalmente entendió de quién se trataba, era Lucia, la madre de
Gneis; no pudo reprimir su sorpresa y dejó de hablar durante cinco
segundos. Los alumnos miraron todos hacia el final del aula.
110
- Señor Ambrosi, aquí tiene los trabajos del grupo D de cuarto año; las
cartas de Padova, Catanzaro y Bergamo para ponencias en Julio y
Agosto que debe revisar y confirmar o no su asistencia; y, por último,
el borrador de tesis de la señorita Da Zecca.
111
Decidió sentarse, dominar esa mesa repleta de documentos, de
exámenes, de trabajos, de cartas, de aquel “esto y aquello”
burocrático.
- Vamos a ver, -dijo en voz alta, tomando un examen entre sus manos
y echando un vistazo al nombre del alumno-… Lorenzo Vignola; a ver
qué tal te has portado…
Hizo sonar su timbre, ring ring, y se fue hacia el centro del laberinto.
Luca quedó sobrecogido, sin saber por qué, por la providencialidad de
Montella, siempre presente, como un santo o un fantasma endémico
de estas calles y plazas. Luca prosiguió hacia Via dei Servi, y desde
allí hasta el Duomo y su plaza ensombrecida. Via del Calzaiuoli
presentaba un aspecto tranquilísimo; pocos turistas, pocos gritos de
adolescentes americanos, poco hacinamiento,…un buen día para
pasear, un mal día para comerciantes.
112
Llegó a Orsanmichele, dobló a la derecha, por la paralela a Via de
Lamberti, y luego a la izquierda, Arte della Lanna 1, pulmón del
mundo, elíseo de Luca, lugar donde se podía pensar, reflexionar,
recordar a solas... No, a solas no. Allí estaba aquella figura, aquel
cándido rostro. Lucia, con rostro de pilla, miró a los ojos a Luca y le
sonrió ampliamente, y sus mejillas sonrojadas denotaron una
satisfacción por el reencuentro. Ella estaba apoyada en la barandilla de
Orsanmichele, esperándole.
- Sigues siendo muy previsible, Luca –dijo con su voz cálida, véneta,
con ese acento que le encantaba a Luca y con ese mismo aire de
pilluela que tenía Gneis. Luca respondió con una media sonrisa.
- Hace tiempo que me fui de tus clases, Luca -dijo, y se mesó los
cabellos, sin apartar su vista de él, como compadeciendo su estupidez.
- No te entiendo.
- No lo sé.
113
- Ni un día. Al llegar a Sacile se echó a llorar. Anda, sé bueno,
escríbela una carta y, sin decir nada, preséntate allí. Ella te fue fiel y
no hizo nada de todo lo que pensaste.
Luca sintió cómo una llama le dejaba tieso por dentro, le convertía en
ceniza asquerosa, y le quemaba el rostro hasta dejárselo rojo rojo rojo.
En silencio, una lágrima escapó de su ojo izquierdo, y se tiró por el
tobogán de la mejilla; su mano derecha, que colgaba como un estúpido
adorno, se cerró fuertemente entonces, y la rabia ahogó el aire de la
palma violentamente. Lucia se acercó e intentó, sin éxito, secarle con
su mano blanquísima esa lágrima que era la del final de años de
tortura, de un Plaszdow personal e intransferible de cámaras de gas
diarias que ni Orsanmichele, ni las visitas a la Signoria, o a Lungarno
Vespucci lograron paliar.
Así, Gneis se perdió un día frío de Marzo sólo por la estupidez, por la
ceguera brutal, jacobina, de Luca, que parecía sólo escuchar al Arno
maldito, a las piedras y sillares imbéciles. Aunque se refugió en el
Véneto cercano, Luca sintió que había perdido años sin ella, que el sol
se moría de risa a lo largo y ancho de Firenze por su culpa, porque era
un hombre totalmente absurdo, ridículo, prescindible. La vida era eso:
una caricia y un puñetazo en el mismo sitio a intervalos periódicos de
tiempo. Se largó por la ancha y larguísima avenida de las idas, sin
solución de retorno, sin un atisbo de regreso, ni siquiera con
prismáticos.
114
I though I found a paradise
But, paradise came and wept
Like the wind through the
Winter’s woods
It cowed and took a breath
115
Pasaron las semanas y Luca se plantó en Venezia, la Venezia serena
de los sueños malvas de Luca. En ella algo parecido a aquel sol
muriendo de risa por las riberas del Arno tenía lugar; era esa nostalgia
de Gneis, ese fuego de ausencia, ese amargo sabor de la derrota -¡una
más!-, esa frustración de no poseer nada, ni siquiera los siglos de los
palacios y de las plazas que le entraban al pasear por Firenze. En
Venezia, alguna vez, años atrás, sin demasiada presunción, Luca
pensó para sí mismo en aquella casa destartalada yo sería felíz; junto
a Santa Maria dei Frari, junto a los canales minúsculos y al cielo, entre
esta o aquella bottega donde aún era posible toparse con Casanova,
invitarlo a la grappa de Cividale, fluido delicioso, sangre de friulanos
y vénetos, y contarle las pequeñas visicitudes del ratón académico en
Firenze. Aún, sin pestañear demasiado, sería plausible encontrar
pequeñas soluciones para las grandes cosas, ir solucionándolas a golpe
de grappa y risotada con el Chevalier Seingalt, como si primero fuera
beber, luego conocer en la ebriedad los problemas y en la resaca emitir
un diagnóstico brutal, caótico…divertido.
Venezia 22 Febrero.
116
encima? ¿En qué viccolo se quedaron aquellos cantos de juventud?
Queríamos emular al lord cojo y a Hobbhouse, y nos quedamos en
una versión mala de un par de divorciados que van los domingos a
protestar frente al Comune por los derechos de custodia de sus
vástagos. Pero nosotros, ¿qué derechos tenemos a estas alturas para
reclamar y reconquistar nuestra minima frangia di semivita como dijo
el topo Bassani?
¡Qué lejos quedan ya aquellas excursiones a Cortina D’Ampezzo,
aquellas tardes de sol moribundo y sbornioso sobre el triste fiume que
lame Firenze con el descaro de la mujer infiel, aquel elixir de
juventud que eran las estaciones y los trenes, en cuyas tripas
viajábamos y fumábamos escondiéndonos en los baños mínimos de los
vagones!
117
fiorentino amado, con nuestra “h” aspiradísima, y llamar “hasa” a la
“casa”, “hortile” al “cortile”, dejar de disimular lo que la tierra nos
ha dado, esos deliciosos desperfectos que aquellos sborniosos
académicos tachan de “dialectismos”; también ellos algún día
tendrán que dejar de lado esas costras de palabras y menudencias
semióticas para poder decirle al pobretón que tengan cerca que les
asista, que les pida un taxi, que les llame a un cura, que necesitan
confesión, o una cucharada de azúcar. Necesidad: la necesidad no es
artificial; nace de la entraña más honda y nos despoja de miedos, de
reparos,…de palabros y conceptos. Necesitamos lo original,
despojarnos de todos esos artificios, de esas tretas del pensamiento,
de lo artificial que hay en nuestros hábitos, conductas, palabras. Esas
mierdas que nos han metido hasta las entrañas y por las que encima
pagamos en su día, arruinándonos y dejando a veces a deber
alquileres para poder seguir matriculados en aquellas fábricas de
mutantes, deben desaparecer de nuestras vidas, haciéndonos, o tal
vez, como diría Gondi, rehaciéndonos más dignos del aire que
respiramos.
118
dejándome anclado en casa, o en alguna plaza; me acostumbré y tomé
afición por el paseo diario por Lungarno Vespucci y el Borgo Pinti,
con la Patética de Beethoven en mi cabeza y el dandy cojo en
Missolonghi; ni una palabra en días, un silencio sepulcral, y ella,
mientras, pintaba y pintaba, paseaba en soledad, arrimándose a las
piedras de los edificios cercanos a la Annunziata, al Barghello; yo
naufragaba, en cambio, Platón, contigo y con el girado de Bardelli,
que tramaba y urdía el robo imposible, que finalmente fue posible,
contigo y con el bueno de Gondi, que también nos dejó secos cuando
se marchó a jugar a las cartas al otro barrio con Kahnweiler y
compañía, aunque esto último pertenezca a otros días y otros cajones
de mi memoria. ¡Ella era tan libre, Platón, que no acertaría a
imaginar otra criatura de la creación con tal disposición a conquistar
su propio espacio, su propio albedrío! Nosotros, en cambio, haciendo
acopio de reflexión, intentando esclarecer cómo timar a Dios y a
nosotros mismos para poder disfrutar de un mínimo segundo a solas
con nuestra íntima libertad; mientras ella tomaba por el cuello a la
serpiente y tiraba la manzana tan lejos como podía, sus alas le
llevaban aquí y allá, a decir sí o no mirando a los ojos, a decir “me
pareces un imbécil” o “me gustas tanto que mirándote ya he tenido 3
orgasmos”…pura espontaneidad; nosotros como robots bobos de la
era atómica,…pura chatarra de juventud la nuestra, ¡qué desperdicio!
Tu mustio Luca.
119
A pesar de que las lluvias se llevaron mucho de entre los muebles, los
armarios y los recuerdos made in Japan, a Platón nunca el tiempo le
apartó de la carta de su amigo Luca, al que con tanto cariño y afecto
recordaba frecuentemente. Y un día no muy lejano volvería a Firenze
junto a Chiara a buscar y reencontrarse con Luca.
Venexia 22 de Febrero.
Te necesito, Gneis. Necesito verte, oírte, darte mi mano –sólo por eso
sería capaz de dejarme matar-; lo sé, suena sentimental, poco creíble
viniendo de mi, que los hombres no cambiamos y todo eso. ¡Qué me
vas a contar! No he cambiado, sigo siendo el mismo, pero en soledad,
luego he tenido que echarme el orgullo a la espalda, y mi egoísmo
tirarlo por el retrete.
120
entendamos los dos que lo que sucedió hoy es lo que tenía que
suceder, ni más ni menos, tarde o temprano.
Siempre tuyo.
Tu Luca.
121
esos momentos de felicidad y más al fondo aquellos otros más tristes,
o más irresolutos por la memoria y la mente. Recordaba esa noche
disparatada en Cividale del Friuli cuando, cerca del Templo
Longobardo, unos carabinieri le preguntaron amablemente si era él un
tal Codarin, un escritor famoso friulano, y casi le escoltaron hasta
Udine, en su retorno a la casa alquilada que tenían esos días Gneis y
él; ¡cómo reía ella!, y ¡qué pazguatos ellos!, pero innegablemente
cómicos con ese acento que podría asemejarse al rum rum de un
motorino. Estuvieron riendo toda la noche de aquellos agentes; incluso
no pudieron dormir hasta bien entrada la madrugada porque en la
oscuridad se reían, carcajeaban, lloraban al pensar en ello.
122
mirando de cerca el hombro, y una lengua húmeda y calmante en el
mismo lugar para calmar ese tibio, pero dulce, dolor; un temblor de
piernas, de manos y brazos y el escalofrío que llegaba como un bólido,
precedido de una sensación de vértigo, de descarada y colérica
agitación, glóbulos rojos en tensión… Gneis se estremecía a cada
beso, Luca decidía cerrar los ojos para imaginarse así para siempre.
Él, voraz cazador de espacios y lugares, de volúmenes trémulos; ella,
insaciablemente excitada, dejándose sus fuerzas a cada respiración,
perdiendo la sensación de gravedad y sintiéndose cada vez más ligera,
a miles de metros de la tierra, como si besar fuera despegar, y
entonces sintió la mano de Luca tocando las puertas de su sagrado
recinto… y los fluidos se intercambiaron. Allí, sin vacilación, llegó el
sexo hirviendo, viciado por ese ir y venir de lenguas y salivas y semen
y el cielo, un poquito más cerca, y Firenze un poquito más lejos, allá
abajo, bajo los pies, a miles de kilómetros… y entonces ya estaban en
ámbitos siderales, donde el amor se hacía en un zen
desproporcionadamente calmo, saturado de humo de cigarrillos y con
sabor a almendras. Y el olor a lavanda y lluvia prevalecía. Gneis y
Luca.
123
Finalmente, llegó el día del reencuentro. Tardó en vestirse, en
arreglarse completamente. Sin embargo, al final, después de todo
aquello…
Salió del hotel y afrontó Rio Terra San Leonardo hasta el Campiello
dell’Anconeta; allí tomó la Calle dell’Anconeta, Rio Terra Della
Magdalena , Vittorio Emanuele, la Strada nova hasta el Campo dei
Santi Apostoli. Después de un par de recodos enfiló la Calle Larga
Gallina, para ver la imponente fachada al fondo de la iglesia de los
Santos Giovanni e Paolo, pero sólo ver, y sólo al fondo, porque antes,
tomaría la Calle della Testa a su derecha, bajando en dirección al
satánico Rialto, donde sólo quedaría atravesarlo y seguir recto por el
Sotoportego di Rialto, y llegar hasta la Rughetta del Ravano y tomarla
hacia la izquierda, en dirección a San Polo, hacia aquellas facultades
donde los alumnos flotan dentro de las aulas. Después, con paciencia
y esperando en cualquier esquina una fata saliendo de algún ventanal,
o alguna vieja vestida de negro con dientes afilados, tomó Salizada di
San Polo, cruzando el Rio di San Polo, hasta la Calle dei Saoneri, a la
derecha, y luego, a 40 metros aproximadamente, a izquierda buscando
Rio Terà, de donde nace la Fondamenta dei Frari. Luca tomó entonces
dirección hacia aquel retiro espiritual, retiro de turistas, retiro de una
mundanidad totalmente corrupta, viciada, un retiro de esa necesidad
de excentricidades, de acciones gigantísimas, directas contra lo que
uno más amaba.
Nunca antes Santa Maria dei Frari fue como aquel día; jamás tan
lánguida, jamás su cuerpo de ladrillo tuvo tanta esbeltez y sobriedad.
Silenciosa, como siempre. El lugar de Gneis no fue el rincón de
Orsanmichele, sino este callejón junto al muro norte de la Gloriosa dei
Frari, este delicado viccolo donde también el tiempo se paraba y
parecía que traía de aquí para allá a un Cocteau, a un Hemingway
hasta los huevos de todo, a un Cioran alicaído o a un Géricault
124
gigantísimo, o el viento seducía a base de silbidos del Lord Cojo que
vivía al otro lado del Gran Canal, entre las paredes del Ca Mocenigo.
Gneis, como de costumbre, estaría ya rondando los alrededores,
oteando, vigilando, espiando la llegada de Luca; seguramente, como
acostumbró tantos y tantos días, rondaba como la loba en busca de su
cachorro, y vio cómo un Luca con nuevas canas, con un rostro
marcado por una nostalgia profunda, mucho más triste que nunca
antes, se sentó en la terraza y pidió un café liscio con un té frío;
también percibiría aquel cigarrillo que encendió y, tal vez, sintió de
nuevo el olor del Davidoff profundo, de aquel tabaco alemán que
siempre odió, pero que ahora, irremediablemente, sentía con afecto y
cariño. Luca lo sabía, y permanecía como uno de esas góndolas de
murano, para mesas de centro, esperando que aquel acercamiento se
produjera inminentemente.
125
Ella, sobre la mesa, extendió su brazo, ofreció su mano a Luca y
ambos se tocaron, se dieron amor mutuamente, como la corriente
alterna.
Sonrió Gneis.
Luca miró a Gneis a los ojos. Ella sintió que en la mano de Luca que
tenía entre las suyas, había temblor, un ligero espasmo.
126
Epílogo.
1. Requiescat in pace.
127
el mejor de los casos, papel mojado, o escarcha sobre la bicicleta de
Montella.
Menos mal que Platón se largó con Chiara y, por un pelo, pudo
enderezar el rumbo, su vida.
128
esta absurda carta a una lápida; se la daría al viejo Montella, pero,
¿quién sabe dónde acabaría?...
FIN
129