Desmontando Ágora

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«Ágora: Hipatia» (I)

El cine es un maravilloso medio para contar la Historia, pero tiene sus limitaciones: a
veces, las ambiciones excesivas pasan factura. Los realizadores de «El Código da
Vinci» pretendieron convertir a Magdalena en diosa y se pasaron. Amenábar pretende,
nada más y nada menos, contar una historia a partir de la cual «el mundo cambió para
siempre». Y se ha vuelto a pasar cuatro pueblos más. La película tiene tantos
mensajes ideológicos que es imposible meterlos en dos horas y, al mismo tiempo,
mantener un ritmo entretenido, interesante y espectacular.

El cine requiere medir las secuencias, los silencios, los tránsitos y, sobre todo, un guión
que mantenga la atención del espectador. Es una pena, porque la película contaba con
todos los mimbres: un gran director, una generosa producción, una preciosa actriz, un
maravilloso decorado y una perfecta ambientación. Pero lo que pretenden es inyectar en
una pastilla los siguientes mensajes:

Primero, que las religiones generan odio y violencia.

Segundo, que el cristianismo es la más talibán de todas y la que empezó.

Tercero, que existen dos mundos, por una parte, el de la filosofía y la ciencia,
contrapuesto e incompatible con el de la religión.

Cuarto, que el cristianismo al principio fue misericordioso, pero la jerarquía


eclesiástica y la Iglesia son por definición intolerantes y fundamentalistas.

Y, sobre todo, hay dos mensajes más que son especialmente queridos por la película y
por toda la explosión de libros y propaganda que estos días se vienen haciendo: el
cristianismo es la causa de la caída del Imperio Romano y de la desaparición de la
sabiduría grecolatina. Además, es el culpable de la subordinación y dominación de
la mujer por parte del hombre.

En fin, Alejandría e Hipatia son el símbolo de una civilización grecorromana basada en


la filosofía, la ciencia y la libertad, hasta que llegó el cristianismo y comenzó la oscura
Edad Media. Demasiado para una sola película. Y la cosa continúa porque, según
declara el director, «es increíble cómo se parece a la situación actual».

¿Es casualidad que desde julio hasta el estreno de la película se hayan publicado
más de cuatro biografías sobre Hipatia, paradigma de las cuales es la de Clelia
Martínez Maza, financiada por la Dirección General de Ciencia y Tecnología? Más de
10 novelas, ejemplo de las cuales es la escrita por el hermano de Carmen Calvo, ex
ministra de Cultura, además de multitud de estudios de historia sobre la época. Y todo
ello con el mismo mensaje. Que todo salga al mismo tiempo no puede ser
casualidad. Una vez más, nos encontramos con un ataque ideológico perfectamente
orquestado, del cual, por cierto, Amenábar suele ser pistoletazo de salida, como lo fue
en el caso de «Mar adentro» con la eutanasia.
.
Ahora la cosa va directamente contra la religión y particularmente contra el
cristianismo. Lo malo de la trama que cuenta la película es que es mentira desde el
principio hasta el final. Forma parte de la estrategia de reescribir la Historia a la que es
tan aficionada nuestra izquierda. Hipatia no fue asesinada siendo una joven tan hermosa
como Rachel Weisz, de 38 años, sino que murió en el año 415 y tenía 61. No fue
famosa por sus dotes de astronomía por más que en la película se empeñen terca y
cansadamente, atribuyéndole haberse adelantado a Kepler más de mil años; sino porque
era una «divina filósofa» platónica, en palabras del obispo cristiano Sinesio de Cirene –
única fuente coetánea que se conserva sobre ella–, a la que llama en sus cartas «madre,
hermana, maestra, benefactora mía». El citado obispo, a quien en la película se le hace
traidor y cómplice en el asesinato de la filósofa, murió dos años antes que ella, así que
es imposible que tuviera nada que ver con su muerte. Ella fue virgen hasta el final, pero
no vivió la castidad como ha dicho la protagonista, que se ha declarado feminista
radical, «para ser igual que un hombre y poder ejercer una profesión con plena
dedicación». Lo hizo porque, coherente con su filosofía, ejercía la Sofrosine, es decir el
dominio de uno mismo a través de las virtudes entendidas como el control de los
instintos y las pasiones.

Hipatia nunca fue directora de la Biblioteca de Alejandría, ni ésta fue destruida


por los talibanes cristianos. La biblioteca fue incendiada por Julio César, saqueada
junto con el resto de la ciudad por Aureliano en el año 273, y rematada por Diocleciano
en 297. Es verdad que en el año 391 fue destruido lo que quedaba del templo del
Serapeo después de la destrucción por los judíos en tiempos de Trajano, y también el
repaso que le pegó Diocleciano, quien, para conmemorar la hazaña, puso allí su gran
columna, razón por la cual los cristianos lo destruyeron, ya que él era el símbolo de las
persecuciones que sufrieron durante trescientos años. Pero lo que allí quedaba de la
biblioteca era tanto como lo que restaba en otros sitios. El paganismo siguió existiendo
en Alejandría hasta que llegaron los árabes. Y el neoplatonismo siguió floreciendo,
hasta que lo recuperó el renacimiento cristiano. Por cierto, que yo sepa, su más brillante
exponente se llamaba San Agustín, coetáneo de Hipatia.

Jesús Trillo Figueroa

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