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Encrucijada

- ¿Cuánto crees que valgo?


No es lo que le preguntaría uno precisamente al demonio que te está comprando.
Quizás a una novia indecisa, a punto de decir que no. A lo mejor a un cazador de
talentos, que mira tu guitarra y tu cuerpo maltrecho antes de subir al escenario.
Pero al demonio sabes que no debes. Que no puedes preguntarle eso.
¿Quién sabe qué te contestará? En su afán por comprarte, ya está preparado para
ofrecerte lo que vos quieras. Podrías tener todo el oro del mundo. Las mujeres, el éxito,
el mundo. Tú lo vales todo. Tu precio está en donde quieras.
Por eso su cara. Su expresión de asombro.
Se rasca la barba con perplejidad y abre su boca en un gesto mudo, perdiendo las
palabras. Nunca le había pasado esto. ¿Cuántos años había vagado por este maldito
mundo, pagando los más altos precios y cumpliendo con las más alocadas y tiránicas
exigencias? Por su puesto que al final, el precio lo vale. Al final, para él es una ganga.
Pero ahí no había vejez ni diablo que valiera. Ante sí, tenía a un hombre
harapiento y borracho, sosteniendo un pedazo de madera al que le habían atado 6
cuerdas, en medio de una encrucijada. Ante sí, la decadencia de la raza humana,
desparramada al lado del camino, y él no sabía que cuerno hacer.
Una idea se le vino a la mente. No había perdido su ingenio, después de todo.
- Tú no vales nada -contestó con desprecio, esperando que su ardid le
sirviera de algo.
El ebrio alzó la mirada de ojos nublados por el alcohol. El pelo enmarañado, la
ropa sucia y los zapatos agujereados. Se puso al guitarra al hombro y se levantó como
pudo.
Abrió la boca y varios dientes brillaban por su ausencia. El aliento a ginebra era
penetrante, y hasta el demonio tuvo que apartarse del asco. Se hizo un silencio, los
grillos dejaron de chirriar y el pasto de mecerse.
- Si no valgo nada -entonó el hombre con dificultad-. Encontraré a alguien
que dé algo por mí.
Dio media vuelta y se fue, zigzagueando entre los maizales, la guitarra al
hombro y la ginebra en el bolsillo.
El demonio se quedó atónito, parado en esa encrucijada. Lo habían rechazado.
No había competido contra el más brillante, y eso lo dejaba más perplejo.
Días después, el borracho tocaba en una cantina de Nueva Orleáns y contaba su
historia. Apuró su vaso con un rápido gesto de su mano, y no encontró nada en el fondo.
Maldiciendo, comenzó a revisar sus bolsillos y el sombrero sobre su mesa. No había
dinero, ni siquiera para mojar los labios, y nunca podría apelar a la generosidad del
cantinero.
Una palmada resonó entre el barullo, y la frente del músico enrojeció por el
golpe. La revelación le llegó como un fogonazo en medio de la oscuridad, haciéndose
más brillante a cada segundo que pasaba.
- ¡Si seré idiota! –exclamó- Le hubiera pedido más ginebra.

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