Está en la página 1de 26

DEVILYDEIDDES

LA CABAÑA Y LA
HIERBA DEL DIABLO
DEVILYDEIDADES
“La Cabaña Y La Hierba Del Diablo”

Copyright HANNAH&SANAEL
Spain-2010
“Puede ser que nunca en toda mi vida... haya podido andar tanto, tantos años, y con tanto esmero en
llegar a tú cabaña... John.”

Ocho de Septiembre; quién puede saber dónde concretamente se encontraba el lugar en el que habitaba
este hombre, perdido más bien, entre el paraje recóndito de la vieja California. Tras un largo sendero, lleno
de ramas y hojas que dejan caer los árboles que cubren completamente el cielo de este camino...
Aunque en estas horas oscuras de la noche, es mejor no ver que te observa desde el bosque; las doce me-
nos diez, decía la luna.
Un viejo búho, observa todo desde la rama de su árbol, nos señala, con sus grandes ojos, la pequeña caba-
ña escondida en la oscuridad; echa de maderas ya muy vividas al paso del tiempo y de las estaciones; a un
lado de la cabañita, en una de las ventanas, una tenue y bailarina luz danza sensualmente sobre la sombra
inmóvil de un hombre... Sentado en el suelo, más lejos de este extraño mundo que en él, sus piernas, fuer-
tes y largas, se cruzan a modo de indio, meditando. Sus brazos, como raíces prolongadas de su tronco,
caían sobre las rodillas, firmes, reposando... acabados en dos manos abiertas hacia el techo, o el cielo...
Como un rayo inesperado, llegó un escalofrío interno, de la nada, a traición sobre su nuca, cayendo rápida-
mente vértebra por vértebra... rodeandole la cintura hasta llegar al vientre, zambulléndose en él...
Entonces abre los ojos, despacio, poco a poco y con tranquilidad... el verde que pinta sus ojos, cambia de
brillo, sus reposadas e invasoras pupilas color sombra, huyen asustadas hacia una espiral eterna... El hom-
bre, sorprendido y casi boquiabierto, observa a través de la ventana que a comenzado a nevar... Se levanta
rápidamente, incrédulo de lo que ven sus ojos, acerca su rostro a la ventana, tanto, que acariciaba con los
labios el frío cristal; de nuevo un escalofrío traidor, eriza su piel, tan solo cubierta por una vieja camiseta,
que no le ampara, ni mucho menos, del frío.
Deja a un lado la nieve, y se encamina, decidido, cruzando a través de su pequeño inmueble, en la búsque-
da de un jersey. Casi no había tocado el pomo, cuando un golpe, seco y sonoro, como una roca chocando
contra otra bajo el agua, retumbaba tras la puerta de entrada... seguido de dos segundos de absoluto silen-
cio... para oir de nuevo otro golpe igual al anterior... otros dos segundos de silencio, y un último golpe...
Tres golpes... En mitad de la noche, justo en ese momento, un lejano reloj, daba paso a la hora maldita, las
doce de la noche, cuando la Tierra se para...
Una frase y su recuerdo, cruzó por la cabeza “Si golpeas tres veces la puerta de alguien... no esperes sa-
lir...”
Por un momento duda, recuerda la nieve, lo extraño de ese silencio... y ese miedo en el ambiente, esa en-
fermedad que no cura ni el paso del tiempo, comido por él, pero... cuando quiso darse cuenta, su mano ya
había girado el pomo...
Tras la puerta, frío y un hombre, al final de tres pequeños escalones, ni siquiera rozándolos, cubierto por
una larga chaqueta hasta los pies, muy usada ya, calzando unas viejas botas, con ese aspecto de haber ca-
minado mucho tiempo, vaqueros rasgados, camiseta roída...

-Buenas noches! Disculpe que llame a estas horas, pero... bueno, para empezar me llamo Munin
Su cara, era la viva representación de la humildad, cubierta casi por una capucha, bajo ella, puede ver par-
te de unos ojos oscuros, acunados por unas ojeras que cuentan historia... Una larga y fina nariz, pero sobre
todo esa gran sonrisa, tan sincera, quién podría desconfiar de alguien que te ofrece esa sonrisa gratuita-
mente?...
Piensa “Solo el Diablo lleva perilla”...

-Buenas noches Munin... puedo ayudarte en algo?


-Claro que puede! Verá, llevo muchas horas caminando, y como ve... - Señala hacia el cielo con una mue-
ca de sorpresa -... a comenzado a nevar, por alguna extraña razón que se escapa a mi conocimiento...-
Emite una tenue carcajada para sí mismo - ...y su cabaña, es el primer lugar que veo en días, en el que
podría, si usted me permitiera, descansar por un rato.

Durante unos segundos, una intensa electricidad en la mirada, les conectó el uno al otro, sintió su miedo
pero... esa sonrisa, la primera, en toda su vida, que vió sincera a través de sus ojos, tan humildes... sus ma-
nos, se movían abiertas frente a su pecho, cubiertas por unos guantes deshilachados, que dejaban al aire la
mitad de unos largos y finos dedos, un posible pianista callejero?... un violinista?... Un susurro de aire he-
lado se interpone entre los dos...

- ...por supuesto... pasa porfavor...


-Muchísimas gracias! Es usted muy amable, gracias!

Munin sube sonriente y agradecido el primer escalón, solo cuando el hombre se dió la vuelta para dejarle
paso, y solo cuando se giró, su sonrisa y su ceja izquierda se arquearon...
Dentro, resguardados del frío y la oscuridad, resurge de nuevo el silencio y las miradas, junto con el ca-
lor... El hombre, intranquilo pero seguro, comienza a sentir, en el centro de su pecho, una ligera presión
que se esparce por su cuerpo... Su respiración se acelera, y es precisamente su respiración y la sonrisa de
Munin lo que rompe el silencio...

-Por favor, siéntate, estás en tu casa; supongo que tendrás la ropa empapada... te traigo algo?
-No quiero estorbarle más de lo necesario...
-Si no es un estorbo tio!, precisamente antes de que llamaras iba a buscar un jersey...
-Veo que prefieres el tuteo... - Amplifica su sonrisa - Entonces... si fueras tan amable...
-Ok ahora vengo...
Munin le observa entrar en su habitación...

El hombre rebusca automáticamente, la mitad superior de su cuerpo metida dentro del armario, entre un
montón de oscuridad y tela enredada, apartando la ropa que más le gusta
... absorto en mil nuevos pensamientos... Perdido en el retrato mental de su nuevo inquilino... Cayendo por
esos dos agujeros negros, sus ojos, tan oscuros... enfocándole, directamente, dentro del alma, puede que
rebuscando entre un montón de enredados pensamientos... Pero es imposible, solo es un pobre hombre,
que tiene frío... pero si es pobre, porque tiene los dientes tan cuidados?... Tanta educación al hablar?, por-
que no hay miedo, pena, tristeza o locura en sus ojos?... Simplemente un viajero, un mochilero que va de
estado en estado sin buscar nada en concreto, solo viajar...

-Necesitas ayuda?
Tras un doloroso golpe contra la estantería y un rayo de luz blanco y rojo... Asustado y avergonzado, se
gira hacia Munin, que tapa su boca con la mano...

-Te has hecho mucho daño...


-Si... No... vamos si pero da igual... solo es que... uff! Que golpe mas tonto... Es que estaba pensando y...
no te oí entrar... bueno...
-Lo siento... John

Munin da dos pasos hacia él, justo para acabar a pocos centímetros de su cara, sintiendo su respiración...
y su miedo... Apoya la mano sobre la nuca dolorida del hombre, que le mira boquiabierto, totalmente em-
brujado, al tacto helado, pero reconfortante de la mano de Munin, que le masajea atravesando mechones
largos de pelo.... arrebatándole su calor... o incrementándoselo....
Sin mover ni un solo músculo, el hombre, embrujado...

-Cómo es que sabes mi nombre?


-Yo?... Porque dices eso?
-Creo que dijiste mi nombre... te oí decirlo...
-... pues... no, lo siento pero yo no se tu nombre... aunque no estaría nada mal
-Yo creía... En serio que no dijiste mi nombre?
-Igual el golpe te afectó más de lo que piensas?...
-Seguro, en fin, me llamo John... Quieres un té? Caliente? - John, incómodo, recoge el montón de ropa que
había preparado para Munin, y se lo entrega nervioso y rápidamente
-... Sería perfecto... Esta noche tendría frío hasta el diablo....
Mientras Munin se cambia de ropa en la habitación de John, este, en su cocina de bolsillo, calienta agua en
una cacerola... pero su mente comienza de nuevo a navegar, se pregunta que habría pasado si no hubiera
hablado, que acto habría comenzado en la habitación, recordó la mirada de Munin al ver su cama, como le
miró a él, como le tocaba la nuca, su tacto helado... Recordó que sentía mientras le masajeaba, ese calam-
bre en el vientre, luchando por acampar un poco mas abajo... El agua comienza a gritar, hirviendo como él,
clamándole que sea retirada del fuego... Ójala pudiera apagar todos los fuegos...

Tras él, las viejas botas de Munin, marcan el sonido de su presencia... Una ligera ráfaga de brisa helada
por la espalda... Oye el sonido de su ropa rozándole el cuerpo a su paso, cortando el aire decidido a embru-
jar a aquel que se le cruce en medio... Otra ráfaga de aire helado trae a John el olor de su piel, el olor de un
hombre... otra piel...
Regresa con Munin, ya sentado en un sillón, y apoya las dos tazas ardiendo sobre la mesita que hay en
frente del sofá. Mientras John se sienta, observa como Munin rebusca entre la oscuridad de su mochila...
abriéndose camino a través del ruido... finalmente, esconde en su mano izquierda, un frasquito de cristal,
no muy grande, justo el hueco de su amplia mano... De la derecha saca una bolsita de tela, muy usada...

-Puedo fumar John?


-Claro... Yo a veces fumo... no te preocupes
-Si, pero... - Abre la mano dónde está el frasquito - Es que no es tabaco...

Munin deja sobre la mesita el frasco, John lo mira curioso un segundo, pero en seguida reconoce el color
del contenido, y sonríe...
-Es... Marihuana?
-Exactamente es “La Hierba del Diablo”...
-Creo que no he oído hablar de ella
-Fumas Marihuana?
Por un momento John enrojece - Si... a veces, en fin...
-No me des explicaciones John, nada es malo... ni es pecado... Puedo hacer uno?
-Claro... estás en tu casa...

Munin levanta la mirada de su frasco, para posarla con una insinuante sonrisa en John, que no puede dejar
de mirarle la boca; avergonzado, baja la mirada hacia sus manos y cuando quiere darse cuenta, Munin ya
está encendiéndose su “cigarro”... entre humo espeso, sus miradas vuelven a entrelazarse, puede que con-
versando en silencio, puede que simplemente guardándose silencio... se inclina hacia delante, con el brazo
estirado, ofreciéndole a John el porro... pero justo cuando consigue atraparlo, tras torpes y nerviosos inten-
tos, Munin roza con agilidad la muñeca palpitante de John... inmóvil, le mira sorprendido...

-Puedo preguntarte algo Munin?


-Puedes
-De dónde vienes?... Quien eres en realidad?...
-Porque? Qué mas da... no cambia nada de donde vengo...
-No, no lo hace, pero quiero saber quién eres... De dónde vienes, porque asi a lo mejor entenderé porque
eres tan...
-... Qué?...
-Pues... tan... peculiar
-Mira, John, la gente suele mantener o quiere mantener todo ordenado en cajas con etiquetas y fechas...
No te preocupes por mi esta noche, no vine a hacerte ningún daño... Tú linda compañía se debe tan solo a
que eres buena persona John... Eso es todo... Preferiste arriesgarte y dejarme entrar a que me helara de
frío...
-Bueno... Quién no lo haría?!
-Huy John... Sabes perfectamente que muchas personas... No es cierto que la gente sea buena por natura-
leza...
-Alguien quedará...
-Tú! Y gente solitaria como tú... Porque esa gente sabe lo que es pasarlo mal con otra gente, y no quieren
dañar a los demás... Qué te paso a ti John?

Munin vuelve a robar una caricia, rozándole los dedos, dulcemente y sonriéndo...

-Creo que exploté... Me costó cuarenta años... La verdad es que me asusté mucho, un buen día tan solo
observé el mundo, escuché las noticias... Sentí miedo de verdad, vamos, pensé cómo pensaría un animal
cualquiera, viéndonos a los seres humanos haciéndo a saber que coño... Joder, pensé en el por qué de este
juego tan estúpido, intenté comprender sus reglas de verdad, pero... No se tio, la Tierra es la mayor rique-
za que podría tener un ser, y ahora es tan solo como una puta, o así quieren verla, no se trata ni siquiera
de por qué estamos contaminando... es esa esclavitud silenciosa lo que me asusta, esa cadena que no ve
nadie, pero que está bien sujeta a tu cuello... Tienen toda nuestra vida en tan solo unos números, nuestra
Tierra partida con banderas, monedas e idiomas...
-Creen querer a sus hijos, creen realmente que aman bien y con toda su alma... Pero no lo hacen; si tu vie-
ras a tu hijo, que se dirije corriendo hacía un río, el caudal es tan intenso que podría partirle los huesitos
de una corriente, no harías lo que fuera por salvarle?... Es decir, no te tirarías tú si hiciera falta?...
Esta vida, en este mundo de mierda, es peor que ese río y los padres lo saben! Saben que serán los perros
de alguien más vago, saben que sus vidas pertenecerán a alguien más poderoso, saben que les están lan-
zando a este mundo cruel... Y que hacen?
-No hacen nada...

Dicen que hayá fuera, la Tierra, sigue girando, pero en esa cabaña, el universo ha decidido interrumpir
cualquier tipo de movimiento... Esta noche solo ellos, ajenos al mundo exterior, ajenos a todo lo que no
sean sus ojos brillantes y sonrisas cómplices ya de presuntos deseos ocultos, escondidos o simplemente a
punto de estallar...
La nieve inesperada de fuera, ya no importa... el búho vigía, en lo alto de su árbol, hace guardia por ellos
esta noche... las manecillas de aquel reloj lejano ya solo quieren retirarse al silencio, sin molestar... Solo
importan los bailes de las sombras, que nacen de velas inmóviles que sueñan con bailar...

-Me acabo de acordar de algo, querido Munin...


-Ah si? Pues ya tienes mérito... Yo no me acuerdo ni de mí... -Comparten varios segundos de una larga car-
cajada a dúo...
-Voy a traer algo... Espera... No te escondas...
-Me esconderé bajo este mechero...

John consigue levantarse, con la sensación de que el suelo fuera un gran vacío sin fin, pero logra estable-
cer su cerebro... Se da la vuelta, con dos torpes pasos alcanza su meta, la cocinita, se agacha bajo una es-
tantería, Munin le observa, justo en frente suyo, observa su cuerpo curvarse, el pantalón ajustándose a su
cintura, más abajo...
John vuelve con una botella de vino en su mano, sonriéndo, la presenta ante Munin, este le devuelve la
sonrisa, un poco más insinuante...

-Tú si que sabes John...

Beben, fuman, hablan y no lo sabe John pero, Munin, cada vez más cerca, le embruja, le hace hablar...
Cada vez más cerca de su alma...
Rato después, entre risas ebrias, Munin pregunta a John donde se encuentra el baño...

-Justo ahi - Señalando una puerta de madera, como toda la cabaña, al lado de la cocina.
Antes de irse, se agacha y de rodillas entre las piernas de John, acercándose a su oreja, comienza a susu-
rrarle
-Ahora mismo vuelvo John... No te duermas...

Sin poder, ni saber que contestarle, le observa levantarse, sin ningún problema, sobre sus piernas firmes,
su olor... Su olor queda suspendido en el aire por largo rato... Oye tras él como se cierra la puerta, y como
fuegos artificiales, millones de escalofríos surgen por sus piernas, aunque en realidad por todo el cuerpo,
pero su punto de inicio se origina en el vientre... Luchando aún por bajar, luchando por no salir corriendo
hacia el baño, tirar la puerta abajo y... Qué?! Hacer exactamente que? Es un completo desconocido... y un
completo brujo. No logra entender porqué le ha contado tantos sentimientos, porque ha puesto su alma en
la mesita y se la ha mostrado a este tio? Y lo peor es, porqué ha invadido sus pensamientos?...
De repente, las manos heladas de Munin, se posan sobre los hombros de John, rozándole ligeramente con
sus dedos el cuello... a la vez que le hace una pregunta:
-Tienes hambre John?

De nuevo, de entre el silencio, su voz inesperada le asalta por detrás... Podría haber apostado cualquier
cosa a que no había hecho ningún ruido, ni siquiera la puerta al abrirse, o sus botas...

-Pero... cómo lo haces tio?


-Tengo comida en mi mochila... Te apetece comer?

John se gira, la cara de Munin está tan cerca a la suya, como lo había estado antes de irse, el calor de su
aliento chocando contra sus labios, un brillo especial danza en el centro de sus ojos, abrazando a John,
acariciándole dulcemente en el alma... De nuevo su olor, el olor de la piel, el olor de la excitación... Supu-
rando por todos los poros ese olor especial, que solo segrega el hombre, que solo se fabrica en sus cuer-
pos... Demasiado bueno, demasiado peligroso pero demasiado excitante y contagioso...

-Son dos botes de lentejas... Te gustan las lentejas John?


-... si... lentejas - Despistado se levanta, sin quitarle la mirada... Aspirando su estela...
Munin, rebuscando en su mochila, sonríe victorioso, provocador. Consigue encontrar las dos latas, y se las
entrega a John, que aún le mira embrujado.

Consigue encontrar la cocina, tras apartar miles de pensamientos oscuros, imágenes salvajes a las que, con
mucho esfuerzo y fuerza de voluntad, consigue dejar a un lado, para dedicarse por completo a la búsqueda
de una cacerola, en mitad del cúmulo montañoso de un desorden considerable. Angustiado rebusca, aparta
y tira ollas, cazos, sartenes... pero ni una cacerola...
-Veo que deberías ordenar de vez en cuando, o por lo menos contratar una eficaz mano femenina... O co-
cinar más a menudo!
-Lo se... Hey! La he encontrado!!

La alza hacia arriba como si acabara de ganar el premio al mejor buscador del mundo, y los dos comien-
zan a estallar en carcajadas nerviosas. No os ha pasado alguna vez, en medio de una situación tensa, o
incómoda, que cualquier otra cosa que pudiera acabar con ese momento, no importa el que, ni si es gracio-
so o si realmente es una tragedia, que terminas riéndote como un histérico, esa risa que más bien recuerda
a una hiena con la pata aplastada...

Rodeados de la penumbra de las velas, vuelve el silencio y las miradas, cautivos el uno del otro, deseando
a escondidas una nueva risa histérica... Deseándose. John observa el subir y bajar nervioso del pecho de
Munin, casi puede intuir a través de su camiseta, el palpitar de su corazón, chocando una y otra vez...

-Sabes, yo te he contado muchas cosas sobre mi, pero tú aún no me has hablado de ti, no se nada de ti
Munin... Porque no me hablas acerca de ti?
-Preferiría hacer otra cosa... Podríamos jugar a algo...
-Jugar a qué?
-Tú me haces tres preguntas, y debo contestar correctamente, si miento o no lo hago... te contaré lo que
quieras saber de mi... y si gano... pues... no se
-Mejor, cuando ganes o pierdas, luego, te diré que has ganado o que has perdido...
-Misterios en la noche! Ok, preguntame lo que quieras...
John, sin apartar la vista de aquel hombre que le está provocando, deja la cacerola sobre la encimera de la
cocina, y acerca sus pasos hacia Munin, plantado en la entrada de la cocina, tocándose las manos bajo la
mirada pensativa de John, que ya le roza, y casi puede besarle; siente un brazo rodearle por la cadera, atra-
yéndole, su pelo rozándole la mejilla, impregnandole de su aroma; ahora los labios de John le susurran al
oido...

-Dónde están las patatas?....

De nuevo un estallido nervioso de risas se adueñan del momento; Munin en seguida se gira, algo torpe, y
rebusca a tientas en una caja de cartón, debajo de una mesita chirriante y oxidada; siente el tacto rugoso,
bajo una ligera capa de tierra, y con una sola mano atrapa dos patatas.
Se incorpora rápido, como un rayo blanco cegador, siente perder fuerzas, el suelo se cae, su cuerpo al va-
cío oscuro... Todo da vueltas, intensamente, cuando le parece que está a menos de un segundo de desplo-
marse en el suelo, siente de nuevo las manos de John sobre su cuerpo, sujetándole por la cintura... Las pa-
tatas ruedan o huyen por el suelo camino de esconderse bajo la mesa de nuevo. John sujeta con la mano,
la barbilla de Munin, guiándole la cara para encontrarse con la suya...

-Segunda pregunta... me vas a besar?...

Porfin, después de tantas horas, sus bocas se unen dulcemente en un beso apasionado, deseado a cada se-
gundo... Inesperado y deseado... Durante un breve espacio de tiempo se separan, se miran, saborean los
residuos del beso... A lo mejor llevan años mirándose o solo tres segundos... Esta vez Munin se avalanza
sobre los labios de John, reteniéndole por detrás del cuello, bajo la nuca, juntándo su cuerpo al suyo...
Sientiendo su excitación, sientiendo como John le sujeta por los brazos y le conduce hacia el sofá, en sus
ojos ve una nueva expresión, presiente que algo está palpitándole en el cerebro como un martillo...
John le tumba de un empujón sobre el sofá, y vuelve a besarle, tumbado sobre él, buscando desesperada-
mente la manera de librar a Munin de ese cinturón celoso, que le separa de su amante, casi gruñendo y de
un tirón, lanza por los aires la primera cerradura que cubre su cuerpo... Mientras Munin, embrujado, sin
poder resistirse, dejado por la mano de este hombre, del primer hombre por el que se deja desnudar salva-
jemente, morder, arañar, por el que se deja besar... John, concentrado en su propia guerra contra esa mal-
dita tela, desgarrando cada centímetro entrometido. Con la misma fuerza de un león hambriento, John le
arranca la camisa... le mira, jadeando, le repasa, Munin casi le suplica con los ojos, pero sigue observán-
dole, castigándole, haciendole sufrir... Disfrutando de su sufrimiento, le mantiene con la mano en el pecho,
impidiéndole incorporarse hacia él. Poco a poco se encaja entre las piernas de Munin, con el pantalón des-
abrochado, sin camisa, agitándose debajo de él, insinuante comienza a besarle el cuello, sosteniendo sus
muñecas atrapadas, le inmoviliza bajo su cuerpo, sus labios repasan con besos el pecho, su olor, tan dulce
y salvaje, ahora si que puede ver y sentir ese corazón palpitar, y le besa los latidos...

Munin, sin mucha resistencia, se retuerce bajo el cuerpo que le retiene, fingiendo querer salir y rezando
por morir en ese momento, deseando pasar la eternidad en ese sofá, bajo ese hombre... y bajo los besos
que siembra en su cuerpo, sintiendo el calor y la humedad de sus labios.
John, habiendo llegado al vientre de su futuro amante, se encuentra con una nueva trampa en su camino...
un vaquero salvaje y desabrochado, otro celoso soldado con el que acabar...
Interrumpe por un momento su expedición, mira a los ojos de Munin, e ilumina su cara con una sonrisa
mientras desliza suavemente sus manos por ese pantalón, poco a poco, como un ritual sagrado, le libra de
los vaqueros, sonriente, inmovilizando todavía a Munin; por un instante puede ver en sus ojos reflejado
el miedo y el deseo, comprende el deseo, pero lo que le hace darse cuenta de ese miedo, ese pequeño mie-
do, es la chispa asustada que salta de pupila en pupila, no le hace falta ser muy inteligente, para compren-
der que nunca un hombre había explorado este terreno antes...
Olvida su expedición un momento, a menos de un centímetro de su boca, susurra dos palabras:

-Eres mío...

Completamente desnudo bajo John, y tras su sentencia, Munin, comienza a sentir miles de ráfagas heladas
y ardientes por todo su cuerpo, siendo besado en la boca, atrapado, casi totalmente inmovilizado, sintien-
do todavía la ropa que John aún no se ha quitado, sin poder parar de besarse, sin poder articular palabra,
dejándose, embrujado por algún tipo de deseo animal, que le impide negarse a nada y a la vez le obliga a
entregarse a todo...
Entre besos salvajes, mordiscos y golpes de cadera, John interrumpe:

-Quítame la ropa Munin...

Más tranquilo de lo que John estuvo, Munin desabrocha uno a uno los botones de la camisa, mientras se
miran a los ojos, y chocan sus respiraciones aceleradas, mientras algun beso se escapa sin tener valor de
frenarlo, sin querer dejar de besarse, consigue llegar al último, cerca de su vientre, cerca de su excitación,
deja un momento al aire el pecho de John, lo besa, le mira de nuevo, dulcemente le libera de ella. Cuando
la camisa aún no ha rozado el suelo, John vuelve a avalanzarse contra Munin, esta vez, con fuerza, le retie-
ne los brazos en alto, por encima de su cabeza, sujetándo de nuevo las muñecas con una sola mano...
un pequeño gemido de dolor, que John calma con millones de besos y caricias prohibidas, con su mano
libre, acaricia hábilmente su vientre, queriendo seguir camino abajo; Munin sigue retorciéndose bajo él,
gimiendo esta vez de placer, mordiéndose el labio inferior en un intento por no gritar, sintiendo esa mano
traidora vagando a su aire... sin poder evitarlo, libera sus brazos y se incorpora rápidamente, John, que no
lo esperaba, cae sentado sobre el reposabrazos del sofá, sorprendido, observa a Munin desnudo, jadeante,
excitado, mirándole con la boca entreabierta hacia los pantalones que cubren algo que desea y que no pue-
de esperar...
John es atraido hacia dentro de ese maravilloso sofá, le tumba con mucho más cuidado de lo que él lo hizo
con Munin, despacio pero claramente nervioso, esta vez le besan a él el cuello, seguido de tiernos mordis-
cos, decide explorar también, besándole cada parte de su piel, descubriendo el sabor de la piel de un hom-
bre, saboreando cada centímetro de músculo que se mueve bajo sus labios, al mismo tiempo que le des-
abrocha el botón maldito. Se incorpora lo justo para dejar paso a los pantalones y lanzarlos, algo le espera
bajo ellos, algo que nunca en su vida hubiera imaginado desear tanto.
John, sonriendo, le miraba esperando una reacción, observa como duda o desea, ve que quedo paralizado
un instante, sin pedir permiso, sin saber siquiera que estaba haciendo, se agacha sobre el más que excitado
miembro de John, que tampoco esperaba esta reacción, ni la criticaba, sintió subir de pronto por su vientre
a su estómago el deseo explotar.

Parte de su cuerpo, dependía de su boca, más bien todo su ser pertenecía, en ese momento, a la boca de
Munin. Miles de destellos de placer, corrían como la electricidad sobre sus terminaciones nerviosas, sus
venas latían con fuerza, casi explotando... delante de sus ojos bailotean pequeños puntitos brillantes, his-
téricos, unidos a la penumbra de la noche que se oscurecía junto al paisaje. Los sonidos, a su alrededor, se
convierten en musica vieja y sin compás... apagándose. Todo lo que se movía, junto con la Tierra, ahora
solo era quietud siniestra.
Los músculos que protegían su esqueleto se tensaban, se relajaban, y volvían a tensarse.... Sentía una ca-
beza extranjera entre su cuerpo y sus piernas, le dominaba... le obligaba a no hacer nada, a esperar, y eso
suponía un gran esfuerzo que no pensaba permitirse.
Con toda su agileza y fuerza de voluntad, separa a Munin de su cuerpo, sosteniéndole por los brazos, se
acerca a su cuello, y hunde sus dientes en su yugular, al mismo tiempo que lo tumba de nuevo bajo él, esta
vez, los dos completamente desnudos, jadeantes... abrazados.

-Te dije que eres mío...


-Puede ser que nunca en toda mi vida... haya podido andar tanto, tantos años, y con tanto esmero en lle-
gar a tú cabaña... John.
-Lo se...

Poco a poco y sin dejar de apartar la mirada el uno al otro, se suman en un estallido volcánico de pura pa-
sión, olvidando todo lo que podría ser ofensivo, o desagradable, la naturaleza del ser, el precio para seguir
siendo, para continuar siendo; y aunque en este caso no haya evolución, reproducción, si es lo que estabais
pensado, hay algo más importante que acompaña otro algo igual de importante, dejando a un lado cual-
quier pensamiento cuadrado bien definido por líneas invisibles, placer que acompaña respeto... placer de la
mano del diablo.
Durante unos segundos eternos, Munin gime de dolor, echando atrás la cabeza, cerrando los ojos, aspi-
rando profundamente el dolor comienza a desaparecer... se rompe en pequeños trozos, dando paso a una
inmensa oleada de placer, recorriendole, haciendo cosquillas en el alma. Sin darse cuenta, sus uñas arañan
con desesperación la espalda de John, que, lejos de la molestia, aviva su pasión, queriendo entrar al centro
de su energía, apoderarse de los rayos de luz que despide, quedarselo para él toda la eternidad...
Inconscientes de la hora, e icluso de su ubicación, el ritual concluye con los dos enredados en la sábana de
una cama y en sus piernas... Con un sol que llama timidamente a su ventana, rodeado de nubes que amena-
zan con atraparlo... John besa su boca, dulcemente, su cuello, allí donde reposa una marca evidente de un
mordisco, se abrazan... Cada uno acaricia el pelo del otro, cada vez más juntos, más enredados... Unidos
tras una guerra de arrebatos de pasión, disfrutan de la calma...

-Munin... que crees que va a pasar a partir de ahora?


-A pasar?
-Sí... Que será de nosotros después de esto?
-Te refieres a si cambiará algo?
-Exacto... Crees que cambiará algo?
-Es la tercera pregunta?
-.... Ten cuidado al contestarla, puede que gane yo...
-No creo que cambie nada, todo seguirá igual para los dos...
-... Vaya... Munin, has perdido, ahora nada será igual para uno de los dos...

John se incorpora sobre su brazo, observa sonriendo a Munin, que le mira extrañado, y se inclina sobre él,
sobre sus labios, le besa...

El sol, ya oculto tras unas nubes oscuras, violetas, cargadas de rayos, ilumina por la ventana el saloncito
de la cabaña; John lee tranquilamente un libro sentado en un sillón que se aparta de la luz. Sostiene en sus
dedos un cigarro de humo espeso; delante de él, en la mesita, reposa un frasquito de cristal, el frasquito de
la hierba del Diablo.
Apoyada a un lado del sillón, descansa una vieja mochila, la mochila de un viajero, un viajero que decidió
llamar a la puerta de la Cabaña, portando con él una hierba, un viajero que entró a una Cabaña y que nun-
ca más saldrá de ella... nunca más saldrá de él...

John apoya el libro sobre sus piernas, levanta la mano hacia su boca, aspira profundamente, tras el humo,
sus ojos, verdes y profundos, te observan... Si va a por tí, después de haber fumado su hierba, recuerda
portar dos monedas... Munin no lo hizo y su alma quedará de por vida absorvida por el beso del Diablo...

-Nunca fumes la hierba del Diablo a no ser que quieras llamar a mi puerta...

También podría gustarte