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Leyendascarlos
Leyendascarlos
Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro. Con
lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada
noche distintas, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el
velado rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y
languidísimo lamento; puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado
hacia el mismo rumbo, al llegar a orillas del salobre lago, que en ese tiempo
penetraba dentro de algunos barrios, como una sombra se desvanecía.
"La hora avanzada de la noche, - dice el Dr. José María Marroquí- el silencio y
la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de aquella
mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su
gemido, que daba siempre cayendo en tierra de rodillas, formaba un conjunto
que aterrorizaba a cuantos la veían y oían, y no pocos de los conquistadores
valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte,
quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de
mármol. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia,
aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer
en llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose
averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba,
se le dio el nombre de La Llorona."
Tal es en pocas palabras la genuina tradición popular que durante más de tres
centurias quedó grabada en la memoria de los habitantes de la ciudad de
México y que ha ido borrándose a medida que la sencillez de nuestras
costumbres y el candor de la mujer mexicana han ido perdiéndose.
"La Llorona - cuenta D. José María Roa Bárcena -, era a veces una joven
enamorada, que había muerto en vísperas de casarse y traía al novio la corona
de rosas blancas que no llegó a ceñirse; era otras veces la viuda que veía a
llorar a sus tiernos huérfanos; ya la esposa muerta en ausencia del marido a
quien venía a traer el ósculo de despedida que no pudo darle en su agonía; ya
la desgraciada mujer, vilmente asesinada por el celoso cónyuge, que se
aparecía para lamentar su fin desgraciado y protestar su inocencia."
El alma del niño salió a la superficie y se refugió en los socavones del cerro
cercano, que domina toda la geografía del sur de esta provincia. Desde allí,
cuando hay luna llena y cuando el frío comienza a hacerse sentir, el niño
aparece en la huella pedregosa en forma de luz, trepándose en las rocas de la
bella serranía.
Durante las últimas semanas de su vida, su carcelero había visto que Valentín
era un hombre de letras y le llevó a su hija Julia para recibir lecciones. Julia era
una joven ciega de noble corazón que comenzó a ver el mundo a través de los
ojos de Valentín, quien le enseñó Además la fuerza de la fe cristiana. Pero Julia
sólo deseaba poder ver, por lo que Valentín se arrodillo junto a ella y sostuvo
sus manos en oración. De pronto, una luz brillante iluminó la celda de la prisión
y milagrosamente Julia pudo.
Antes de ser ejecutado, Valentín le envió una carta a Julia pidiéndole que se
mantuviera cerca de Dios y la firmó “De Tu Valentín”. El día siguiente, el 14 de
febrero del año 270, fue ejecutado cerca de una puerta que luego se llamaría
Puerta de Valentín. Su cuerpo descansa en la que es hoy la Iglesia de
Práxedes en Roma, donde se dice que Julia plantó un almendro de flores
rosadas para su querido Valentín.
Cuenta la gente que aquí en Tuxpan existía una señora que la mataron
en la playa mejor dicho Barra Galindo a punta de balazos entonces la gente
que va de las 12:00 p.m. va a escuchar a la señora gritando y arrastrando
cosas en la playa y deja huellas muy grandes en la arena y palabras escritas.
LA LEYENDA DEL MAÍZ
Cuentan que antes de la llegada de Quetzalcóatl, los aztecas sólo
comían raíces y animales que cazaban.
No tenían maíz, pues este cereal tan alimenticio para ellos, estaba escondido
detrás de las montañas.
Los antiguos dioses intentaron separar las montañas con su colosal fuerza pero
no lo lograron.
Los aztecas plantaron la semilla. Obtuvieron así el maíz que desde entonces
sembraron y cosecharon.
Dicen los abuelos que donde quiera que pasaba dejaba algún bien, alguna
alegría sobre la tierra.
Sssh sssh... ahí iba por montes y llanos, mojando todo lo que hallaba a su
paso. Sssh sssh... ahí iba por montes y llanos, dándoles de beber a los
plantíos, a los árboles y a las flores silvestres. Sssh sssh... ahí iba por el
mundo, mojando todo, regando todo, dándole de beber a todo lo que
encontraba a su paso.
Hubo un día en el que los hombres pelearon por primera vez. Y la serpiente
desapareció. Entonces hubo sequía en la tierra.
Hubo otro día en el que los hombres dejaron de pelear. Y la serpiente volvió a
aparecer. Se acabó la sequía, volvió a florecer todo. Del corazón de la tierra
salieron frutos y del corazón de los hombres brotaron cantos.
Pero todavía hubo otro día en el que los hombres armaron una discusión
grande, que terminó en pelea. Esa pelea duró años y años. Fue entonces
cuando la serpiente desapareció para siempre.
Cuenta la leyenda que el murciélago una vez fue el ave más bella de la
Creación.
Un día frío subió al cielo y le pidió plumas al creador, como había visto en otros
animales que volaban. Pero el creador no tenía plumas, así que le recomendó
bajar de nuevo a la tierra y pedir una pluma a cada ave. Y así lo hizo el
murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas
y de más colores.
Pero era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada vez más
ofensivo para con las aves.
Durante todo el día llovieron plumas del cielo, y desde entonces nuestro
murciélago ha permanecido desnudo, retirándose a vivir en cuevas y olvidando
su sentido de la vista para no tener que recordar todos los colores que una vez
tuvo y perdió
LA PIEL DEL VENADO
Los mayas cuentan que hubo una época en la cual la piel del venado
era distinta a como hoy la conocemos. En ese tiempo, tenía un color muy claro,
por eso el venado podía verse con mucha facilidad desde cualquier parte del
monte. Gracias a ello, era presa fácil para los cazadores, quienes apreciaban
mucho el sabor de su carne y la resistencia de su piel, que usaban en la
construcción de escudos para los guerreros. Por esas razones, el venado era
muy perseguido y estuvo a punto de desaparecer de El Mayab.
Pero un día, un pequeño venado bebía agua cuando escuchó voces extrañas;
al voltear vio que era un grupo de cazadores que disparaban sus flechas contra
él. Muy asustado, el cervatillo corrió tan veloz como se lo permitían sus patas,
pero sus perseguidores casi lo atrapaban. Justo cuando una flecha iba a
herirlo, resbaló y cayó dentro de una cueva oculta por matorrales.
—Lo que más deseo es que los venados estemos protegidos de los hombres,
¿ustedes pueden ayudarme?
Sólo deseaban que las noches terminaran pronto para que el sol, con sus
caricias, les diera el calor que tanto necesitaban.
Hubo una burla general hacia el pobre animal. ¿Cómo iba a ser que ese
animalito, tan chiquito él, tan insignificante, fuera a traer la lumbre? Pero éste,
muy sereno, contestó así: -No se burlen, como dicen por ahí, "más vale maña
que fuerza"; ya verán cómo cumplo mi promesa. Sólo les pido una cosa, que
cuando me vean venir con el fuego, entre todos me ayuden a alimentarlo.
Así pasó siete días sin moverse, hasta que los guardianes se acostumbraron a
verlo. En este tiempo observó que con las primeras horas de la madrugada,
casi todos los guardianes se dormían. El séptimo día, aprovechando que sólo
el tigre estaba despierto, se fue rodando hasta la hoguera.
-Pero, compadre, ¿por qué? - le dijo el tlacuache-. ¿No ves acaso que estoy
sosteniendo el cielo? Ya casi se nos viene encima y nos aplasta a todos.
Podrías mejor ayudarme, quedándote en mi sitio mientras yo voy por una
tranca. De esa manera estamos salvados.
Siguió esperando, sin moverse. Pronto ya no pudo más. -Me voy aunque el
cielo se venga abajo -pensó y se levantó rápidamente.
Se asombró de ver que no pasaba nada, que las cosas seguían en su sitio. El
tlacuache lo había engañado otra vez. Salió a buscarlo enfurecido. Lo encontró
en la punta de un peñasco, comiendo maicitos, a la luz de la luna llena. En
cuanto el tlacuache lo vio venir, hizo como que contaba los granos y se
apresuró a decirle:
-Mira compadre, ¿ves esa casa que está allá abajo? Ahí venden ricos quesos,
podemos comprar muchos con este dinerito.
-Bueno, saltemos juntos. No vaya a ser que te quedes aquí arriba o que llegues
primero abajo y te escapes.
Mientras el tigre recogió los maicitos, pensando que eran dinero, el tlacuache
aprovechó para encajar su cola en una grieta, sin que el otro se diera cuenta.
Los dos se pararon en el borde de la peña. Cuando el tigre dijo: "¡ya!", el
tlacuache saltó pero no se movió de su sitio pues tenía la cola encajada.
El tigre pegó un gran brinco y voló derechito hacia la luna llena, hasta
desaparecer. Por fin, herido y exhausto, el tlacuachito llegó hasta el lugar
donde estaba los otros animales y los huicholes. Allí, ante el asombro y la
alegría de todos, depositó la brasa que guardaba en su bolsa. Todos sabían
que tenían que actuar rápidamente para que el fuego sobreviviera. Así que
levantaron al fuego, lo apapacharon y lo alimentaron. Pronto creció una
hermosa llama.
Este grupo conserva hasta ahora costumbres muy antiguas. Los hombres
visten pantalón y camisa de manta blanca con algunos bordados, faja y
sombrero. Las mujeres usan falda amplia, blusa de percal, un paliacate sobre
la cabeza y, en ocasiones, el quechquémitl, que es un pequeño jorongo
triangular.
Los huicholes se dedican a la artesanía, la cual está muy relacionada con sus
creencias. Ellos quieren a las cosas de la naturaleza como quieren a algún
familiar cercano.
Dicen que sus "abuelos" son el sol y el fuego; sus "abuelas", la fertilidad, la
luna y la tierra, sus "tías", la lluvia y las tormentas. Por eso los representan en
sus bordados y otros trabajan artesanales.
LA CASA DEL TRUENO
Eran tiempos lejanos en los que aún no llegaban los hispanos ni las
portentosas razas, conocidas hoy como Totonacas, que poblaron el lugar que
después llamaron Totonacan.
Esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban
cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban
flechas encendidas al cielo. Y poco después atronaban el espacio furiosos
truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies
acuáticas que moraban en los ríos.
Llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dio
cuenta de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete
sacerdotes de la caverna de los truenos.
Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para
evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se
reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que
nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamamos sencillamente
naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía,
adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que
acababa de escapar de un monstruoso desastre.