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HOMBRE LOBO

Todo comenzó en el invierno de 1993. Yo tenía 24 años y era una


persona normal, joven y alegre. Había viajado solo al pueblo de mis padres en
Zamora para asistir al entierro de una tía de mi padre que había fallecido a los
84 años de edad.
Llegué cuando todo había terminado. Pedí disculpas a mi abuelo por no poder
haber llegado antes, pero es que todo había sido tan precipitado. Las
campanas tocaron a muerte, y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Comenzaba a anochecer y el frío se notaba cada vez más; además había
empezado a nevar. El pueblo parecía ser un pueblo fantasma.
Me dirigía a casa de mi abuelo que está alejada de las demás casas, y
entonces lo escuché nítidamente. Era un aullido, un tremendo aullido de lobo.
Sentí un aliento fétido a mis espaldas; me di la vuelta y entonces lo vi; era un
tremendo lobo negro. Sus ojos tenían un brillo asesino y sus fauces abiertas
buscaron mi cuello.
En un instante se abalanzó sobre mi y me tiró al suelo. No podía zafarme, tenía
mucha más fuerza que yo. Sentí el primer mordisco y después escuché un
disparo.
Cuando desperté me encontraba en casa de mi abuelo. El había sido el autor
del disparo. Pregunté por el lobo; y mi abuelo me lo enseñó. Allí estaba,
muerto. Era un ejemplar tremendo, quizás su peso llegara a los 70 kilos.
Me toqué el cuello; me dolía la herida que me había producido la terrible
alimaña.
Mi abuelo me trajo la cena y al poco rato me fui a la cama y me quedé
profundamente dormido. Soñé con el tremendo lobo, me miraba, sus ojos eran
claros y me sentí relajado.
Me desperté no se a que hora de la madrugada. Me seguía doliendo la herida
del cuello. Me acerque a un espejo para mirarme y entonces mi sangre se heló
en las venas.
Me toqué las orejas y me dí cuenta que eran puntiagudas; mis ojos ya no eran
azules, sino marrones y oblicuos, mi nariz era un largo y tremendo hocico, y
mis manos....
¡Dios!, mis manos no eran manos, se habían convertido en unas horribles
garras, garras de lobo... Y mi cuerpo estaba lleno de un pelo duro y negro...
¡Me había convertido en pocas horas en un hombre-lobo!... Era una locura; una
tremenda locura, pero asi era; y ahora sentía unas ganas tremendas de comer
¡carne fresca!
Escuché un ruido en la otra habitación; era mi abuelo que estaba roncando, me
acerqué a su cama, lo agarré por la cabeza y le mordí en el cuello; la sangre
empezó a salir a borbotones y yo comía su carne con tremendo apetito.
Después de esto, me acerqué a la ventana y miré la luna ¡Estaba llena y me
miraba! Un aullido lastimero salió de mi garganta.
Era la primera muerte de las muchas que tendría que llevar a cabo al haberme
convertido en un monstruo sediento de sangre y carne humana.
Me desperté con un dolor de cabeza increíble y un sabor agridulce en la boca.
Me toqué con los dedos la comisura de los labios y noté que tenía algo que
parecía reseco; entonces me dí cuenta de lo que era. ¡Sangre!...
Miré a mí alrededor y ví que estaba totalmente desnudo al lado de mi pijama
que estaba tirado en el suelo y totalmente destrozado.
¿Qué extraños sucesos habían ocurrido la noche anterior?...
Fui a la habitación de mi abuelo. Lo que vieron mis ojos parecía una pesadilla.
Allí estaba el viejo o lo que quedaba de él; toda la habitación estaba
ensangrentada. ¿Quién había hecho aquella atrocidad?. La respuesta no
quería aceptarla mi cerebro.
Han pasado ya dos meses desde aquellos terribles acontecimientos y cada
plenilunio se repite el mismo ritual. ¡Debo salir a buscar carne humana. He
leído bastante en este tiempo sobre la licantropía, esa tremenda enfermedad
que me ha convertido en una bestia asesina; en todos los libros dice lo mismo:
"Al hombre-lobo debe matarlo alguien que lo ame y sienta mucho cariño por él;
y debe hacerlo disparándole al corazón una bala de plata o en su defecto un
cuchillo plateado"...
Diré también que en este tiempo he conocido a una muchacha; yo siento
verdadera pasión por ella y me parece que ella también siente lo mismo por mi.
¡Dios mío!, cada vez que hay luna llena debo buscar cualquier pretexto para no
verla todo ese tiempo.
Es una locura, pero debo decírselo, debo contarle en lo que me he convertido...
Ella lo comprenderá; será esta noche. Tengo preparado ya el puñal...
Esta carta se encontró al lado del cadáver de un joven con un puñal de plata
clavado en el corazón.
Junto a él una joven que confesó haber sido la persona que lo había matado. El
motivo....
"Dijo que aquella noche él se había convertido en un hombre lobo.
LA LLORONA

Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del siglo XVI,


los vecinos de la ciudad de México que se recogían en sus casas a la hora de
la queda, tocada por las campanas de la primera Catedral; a media noche y
principalmente cuando había luna, despertaban espantados al oír en la calle,
tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una mujer a quien afligía, sin
duda, honda pena moral o tremendo dolor físico.

Las primeras noches, los vecinos contentábanse con persignarse o


santiguarse, que aquellos lúgubres gemidos eran, según ellas, de ánima del
otro mundo; pero fueron tantos y repetidos y se prolongaron por tanto tiempo,
que algunos osados y despreocupados, quisieron cerciorarse con sus propios
ojos qué era aquello; y primero desde las puertas entornadas, de las ventanas
o balcones, y enseguida atreviéndose a salir por las calles, lograron ver a la
que, en el silencio de las obscuras noches o en aquellas en que la luz pálida y
transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las altas torres, los
techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos.

Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro. Con
lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada
noche distintas, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el
velado rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y
languidísimo lamento; puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado
hacia el mismo rumbo, al llegar a orillas del salobre lago, que en ese tiempo
penetraba dentro de algunos barrios, como una sombra se desvanecía.

"La hora avanzada de la noche, - dice el Dr. José María Marroquí- el silencio y
la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de aquella
mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su
gemido, que daba siempre cayendo en tierra de rodillas, formaba un conjunto
que aterrorizaba a cuantos la veían y oían, y no pocos de los conquistadores
valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte,
quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de
mármol. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia,
aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer
en llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose
averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba,
se le dio el nombre de La Llorona."

Tal es en pocas palabras la genuina tradición popular que durante más de tres
centurias quedó grabada en la memoria de los habitantes de la ciudad de
México y que ha ido borrándose a medida que la sencillez de nuestras
costumbres y el candor de la mujer mexicana han ido perdiéndose.

Pero olvidada o casi desaparecida, la conseja de La Llorona es antiquísima y


se generalizó en muchos lugares de nuestro país, transformada o asociándola
a crímenes pasionales, y aquella vagadora y blanca sombra de mujer, parecía
gozar del don de ubicuidad, pues recorría caminos, penetraba por las aldeas,
pueblos y ciudades, se hundía en las aguas de los lagos, vadeaba ríos, subía a
las cimas en donde se encontraban cruces, para llorar al pie de ellas o se
desvanecía al entrar en las grutas o al acercarse a las tapias de un cementerio.

La tradición de La Llorona tiene sus raíces en la mitología de los antiguos


mexicanos. Sahagún en su Historia (libro 1º, Cáp. IV), habla de la diosa
Cihuacoatl, la cual "aparecía muchas veces como una señora compuesta con
unos atavíos como se usan en Palacio; decían también que de noche voceaba
y bramaba en el aire... Los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos, y
los cabellos los tocaba de manera, que tenía como unos cornezuelos cruzados
sobre la frente". El mismo Sahagún (Lib. XI), refiere que entre muchos augurios
o señales con que se anunció la Conquista de los españoles, el sexto
pronóstico fue "que de noche se oyeran voces muchas veces como de una
mujer que angustiada y con lloró decía: "¡OH, hijos míos!, ¿dónde os llevaré
para que no os acabéis de perder?".

La tradición es, por consiguiente, remotísima; persistía a la llegada de los


castellanos conquistadores y tomada ya la ciudad azteca por ellos y muerta
años después doña Marina, o sea la Malinche, contaban que ésta era La
Llorona, la cual venía a penar del otro mundo por haber traicionado a los indios
de su raza, ayudando a los extranjeros para que los sojuzgasen.

"La Llorona - cuenta D. José María Roa Bárcena -, era a veces una joven
enamorada, que había muerto en vísperas de casarse y traía al novio la corona
de rosas blancas que no llegó a ceñirse; era otras veces la viuda que veía a
llorar a sus tiernos huérfanos; ya la esposa muerta en ausencia del marido a
quien venía a traer el ósculo de despedida que no pudo darle en su agonía; ya
la desgraciada mujer, vilmente asesinada por el celoso cónyuge, que se
aparecía para lamentar su fin desgraciado y protestar su inocencia."

Poco a poco, al través de los tiempos la vieja tradición de La Llorona ha ido,


como decíamos, borrándose del recuerdo popular. Sólo queda memoria de ella
en los fastos mitológicos de los aztecas, en las páginas de antiguas crónicas,
en los pueblecillo lejanos, o en los labios de las viejas abuelitas, que intentan
asustar a sus inocentes nietezuelos, diciéndoles: ¡Ahí viene La Llorona!
LA LEYENDA DEL SOL Y LA LUNA

Antes de que hubiera día en el mundo, se reunieron los dioses en


Teotihuacan. -¿Quién alumbrará al mundo?- preguntaron. Un dios arrogante
que se llamaba Tecuciztécatl, dijo:
-Yo me encargaré de alumbrar al mundo. Después los dioses preguntaron:
-¿Y quién más? -Se miraron unos a otros, y ninguno se atrevía a ofrecerse
para aquel oficio. -Sé tú el otro que alumbre -le dijeron a Nanahuatzin, que era
un dios feo, humilde y callado. Y él obedeció de buena voluntad. Luego los dos
comenzaron a hacer penitencia para llegar puros al sacrificio. Después de
cuatro días, los dioses se reunieron alrededor del fuego. Iban a presenciar el
sacrificio de Tecuciztécatl y Nanahuatzin. Entonces dijeron: -¡Ea pues,
Tecuciztécatl! ¡Entra tú en el fuego! y Él hizo el intento de echarse, pero le dio
miedo y no se atrevió.
Cuatro veces probó, pero no pudo arrojarse. Luego los dioses dijeron:
-¡Ea pues Nanahuatzin! ¡Ahora prueba tú! -Y este dios, cerrando los ojos, se
arrojó al fuego.
Cuando Tecuciztécatl vio que Nanahuatzin se había echado al fuego, se
avergonzó de su cobardía y también se aventó. Después los dioses miraron
hacia el Este y dijeron:
-Por ahí aparecerá Nanahuatzin Hecho Sol-. Y fue cierto. Nadie lo podía mirar
porque lastimaba los ojos.
Resplandecía y derramaba rayos por dondequiera. Después apareció
Tecuciztécatl hecho Luna. En el mismo orden en que entraron en el fuego, los
dioses aparecieron por el cielo hechos Sol y Luna. Desde entonces hay día y
noche en el mundo.
LAS GEMELAS

Eran dos hermanas que se llevaban muy bien, nunca se peleaban ni


discutían, pero por razones de trabajo tuvieron que cambiar su residencia a la
ciudad, donde estaba una carretera que era peligrosísima en esos momentos.
Las niñas tuvieron que cruzar solas porque a la madre la llamaron del trabajo
para que fuera urgentemente. Les dijo a las niñas que cruzaran solas, pero que
tuvieran cuidado, mirando a los dos lados. Las niñas obedecieron. Nada más
girarse la madre para marcharse oyó un golpe muy fuerte detrás de ella. Eran
sus hijas, habían sido atropelladas por un camión. Desgraciadamente, las dos
habían muerto. Cuatro años más tarde la madre, aún joven, ya que tenía 34
años, todavía vivía en la misma casa cerca de la carretera y no olvidaba ningún
día a sus dos gemelas. Afortunadamente, había vuelto a tener hijos, y
casualmente eran dos gemelas. Además, eran muy parecidas a las que
murieron atropelladas. Esto hacía que la madre olvidara en parte ese trágico
suceso. Pero la fatalidad estuvo a punto de volver a la familia, a pesar de
prohibirles expresamente acercarse a la carretera. Un día las dos niñas
estaban jugando y decidieron cruzar la carretera. No venía nadie en ningún
sentido, no había peligro. En el último momento apareció su madre que
chillando muy alterada, les dijo que no cruzaran, a lo que las niñas
respondieron al unísono: - si no pensábamos cruzar,... Ya nos atropellaron una
vez y no volverá a ocurrir…
UN DUENDE EN SAN RAFAEL
Cuenta la misma que una noche de luna llena, avanzado ya el otoño,
que tan lindo vuelve esos parajes y toda la provincia (para intuirlo sólo es
necesario escuchar la famosa tonada folclórica No es lo mismo el otoñe en
Mendoza, de los geniales Jorge Sosa y Damián Sánchez), aparece un pequeño
niño hacia la zona del Cerro Nevado. El niño aparece y desaparece según
quién lo aviste: si uno sele acerca, el pequeño se aleja, y viceversa.

Los lugareños relatan que se trata de un alma en pena que escapó de un


cuerpecito que murió congelado en las profundas aguas del lago. El cuerpo del
niño quedó en el fondo atrapado por las lamas que crecen sin pausa.

El alma del niño salió a la superficie y se refugió en los socavones del cerro
cercano, que domina toda la geografía del sur de esta provincia. Desde allí,
cuando hay luna llena y cuando el frío comienza a hacerse sentir, el niño
aparece en la huella pedregosa en forma de luz, trepándose en las rocas de la
bella serranía.

Si alguien trata de acercársele, el duende – ya que así es denominado por


muchos de los visitantes que han podido verlo - al momento pone distancia sin
emitir ningún sonido. Camina lentamente y acompaña el sufrimiento de los
pobladores que ven en él a todas las almas que han abandonado esta hermosa
tierra.
LA LEYENDA DE SAN VALENTÍN
La historia comienza a mediados del siglo III en el Imperio Romano. Los
primero cristianos era perseguidos y castigados con la pena de muerte, pero
eso no impidió que Valentín mantuviese su fe, quedando en la historia como el
patrón de los enamorados.

El Imperio estaba en crisis y el emperador Claudio II pensó que los hombres


casados rendían mucho menos en el campo de batalla debido al lazo
emocionalmente con sus familias, mientras que los solteros sobresalían como
los mejores soldados. Por esta razón, Claudio prohibió el matrimonio de
soldados.

La noticia no fue bien recibida, y Valentín, un ferviente cristiano que predicaba


la palabra de Dios, se dedicó a realizar las ceremonias de los jóvenes
enamorados en secreto, para unirlos en sagrado matrimonio, desobedeciendo
las reglas del Emperador. En cuanto éste lo supo, Valentín fue apresado,
enviado a la cárcel y obligado a renunciar al cristianismo, pero la fe del cristiano
se mantenía firme.

Durante las últimas semanas de su vida, su carcelero había visto que Valentín
era un hombre de letras y le llevó a su hija Julia para recibir lecciones. Julia era
una joven ciega de noble corazón que comenzó a ver el mundo a través de los
ojos de Valentín, quien le enseñó Además la fuerza de la fe cristiana. Pero Julia
sólo deseaba poder ver, por lo que Valentín se arrodillo junto a ella y sostuvo
sus manos en oración. De pronto, una luz brillante iluminó la celda de la prisión
y milagrosamente Julia pudo.

Antes de ser ejecutado, Valentín le envió una carta a Julia pidiéndole que se
mantuviera cerca de Dios y la firmó “De Tu Valentín”. El día siguiente, el 14 de
febrero del año 270, fue ejecutado cerca de una puerta que luego se llamaría
Puerta de Valentín. Su cuerpo descansa en la que es hoy la Iglesia de
Práxedes en Roma, donde se dice que Julia plantó un almendro de flores
rosadas para su querido Valentín.

Dos siglos despues la Iglesia católica recuperó la historia de Valentín para


aplacar una tradición pagana entre los fogosos adolescentes y nombró a San
Valentín como el patrón de los enamorados. Con el tiempo las cartas y tarjetas
de San Valentín se hicieron populares y adoptaron a Cupido como figura
emblemática. Cada 14 de febrero, recordando a San Valentín, los enamorados
se envían mensajes de afecto y amor firmando “De tu Valentín”.
LA LUZ DE ANTELMO

Cuando los pescadores se iván a pescar a la laguna de tampamachoco


y hacia luna llena o había mal tiempo veían una luz a lo lejos se dice que se
sentían atraídos hacia ella y los pescadores que trataban de seguirle se
ahogaban.
LOS DUENDES

Se cuenta que hace muchos años en las partes solidas se aparecían


lanzándole piedritas alas personas que pasaban por las veredas,
acostumbraban a jugar con los niños en las noches apareciendo después,
estos niños en los patios, entraban en las temacos de las casas.y encendían
objetos que se encontraban.
LA SEÑORA

Cuenta la gente que aquí en Tuxpan existía una señora que la mataron
en la playa mejor dicho Barra Galindo a punta de balazos entonces la gente
que va de las 12:00 p.m. va a escuchar a la señora gritando y arrastrando
cosas en la playa y deja huellas muy grandes en la arena y palabras escritas.
LA LEYENDA DEL MAÍZ
Cuentan que antes de la llegada de Quetzalcóatl, los aztecas sólo
comían raíces y animales que cazaban.

No tenían maíz, pues este cereal tan alimenticio para ellos, estaba escondido
detrás de las montañas.

Los antiguos dioses intentaron separar las montañas con su colosal fuerza pero
no lo lograron.

Los aztecas fueron a plantearle este problema a Quetzalcóatl.

-Yo se los traeré- les respondió el dios.

Quetzalcóatl, el poderoso dios, no se esforzó en vano en separar las montañas


con su fuerza, sino que empleó su astucia.

Se transformó en una hormiga negra y acompañado de una hormiga roja,


marchó a las montañas.

El camino estuvo lleno de dificultades, pero Quetzalcóatl las superó, pensando


solamente en su pueblo y sus necesidades de alimentación. Hizo grandes
esfuerzos y no se dio por vencido ante el cansancio y las dificultades.

Quetzalcóatl llegó hasta donde estaba el maíz, y como estaba trasformado en


hormiga, tomó un grano maduro entre sus mandíbulas y emprendió el regreso.
Al llegar entregó el prometido grano de maíz a los hambrientos indígenas.

Los aztecas plantaron la semilla. Obtuvieron así el maíz que desde entonces
sembraron y cosecharon.

El preciado grano, aumentó sus riquezas, y se volvieron más fuertes,


construyeron ciudades, palacios, templos...Y desde entonces vivieron felices.

Y a partir de ese momento, los aztecas veneraron al generoso Quetzalcóatl, el


dios del aire.
LEYENDA DE LOS TEMBLORES
Por estas tierras se cuenta que, hace mucho tiempo, hubo una serpiente
de colores, brillante y larga.

Era de cascabel y para avanzar arrastraba su cuerpo como una víbora


cualquiera. Pero tenía algo que la hacía distinta a las demás: una cola de
manantial, una cola de agua transparente.

Sssh sssh... la serpiente avanzaba. Sssh sssh... la serpiente de colores


recorría la tierra. Sssh sssh... la serpiente parecía un arcoiris juguetón, cuando
sonaba su cola de maraca. Sssh sssh...

Dicen los abuelos que donde quiera que pasaba dejaba algún bien, alguna
alegría sobre la tierra.

Sssh sssh... ahí iba por montes y llanos, mojando todo lo que hallaba a su
paso. Sssh sssh... ahí iba por montes y llanos, dándoles de beber a los
plantíos, a los árboles y a las flores silvestres. Sssh sssh... ahí iba por el
mundo, mojando todo, regando todo, dándole de beber a todo lo que
encontraba a su paso.

Hubo un día en el que los hombres pelearon por primera vez. Y la serpiente
desapareció. Entonces hubo sequía en la tierra.

Hubo otro día en el que los hombres dejaron de pelear. Y la serpiente volvió a
aparecer. Se acabó la sequía, volvió a florecer todo. Del corazón de la tierra
salieron frutos y del corazón de los hombres brotaron cantos.

Pero todavía hubo otro día en el que los hombres armaron una discusión
grande, que terminó en pelea. Esa pelea duró años y años. Fue entonces
cuando la serpiente desapareció para siempre.

Cuenta la leyenda que no desapareció, sino que se fue a vivir al fondo de la


tierra y que ahí sigue. Pero, de vez en cuando, sale y se asoma. Al mover su
cuerpo sacude la tierra, abre grietas y asoma la cabeza. Como ve que los
hombres siguen en su pelea, sssh... ella se va. Sssh sssh... ella regresa al
fondo de la tierra. Sssh sssh... ella hace temblar... ella desaparece.

Igo de los hombres, el dios que les trajo el maíz.


LA LEYENDA DEL MURCIÉLAGO

Cuenta la leyenda que el murciélago una vez fue el ave más bella de la
Creación.

El murciélago al principio era tal y como lo conocemos hoy y se llamaba


biguidibela (bigudí = mariposa y Bela = carne; el nombre venía a significar algo
así como mariposa desnuda).

Un día frío subió al cielo y le pidió plumas al creador, como había visto en otros
animales que volaban. Pero el creador no tenía plumas, así que le recomendó
bajar de nuevo a la tierra y pedir una pluma a cada ave. Y así lo hizo el
murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas
y de más colores.

Cuando acabó su recorrido, el murciélago se había hecho con un gran número


de plumas que envolvían su cuerpo.

Consciente de su belleza, volaba y volaba mostrándola orgulloso a todos los


pájaros, que paraban su vuelo para admirarle. Agitaba sus alas ahora
emplumadas, aleteando feliz y con cierto aire de prepotencia. Una vez, como
un eco de su vuelo, creó el arco iris. Era todo belleza.

Pero era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada vez más
ofensivo para con las aves.

Con su continuo pavoneo, hacía sentirse chiquitos a cuantos estaban a su lado,


sin importar las cualidades que ellos tuvieran. Hasta al colibrí le reprochaba no
llegar a ser dueño de una décima parte de su belleza.

Cuando el Creador vio que el murciélago no se contentaba con disfrutar de sus


nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que
subiera al cielo, donde también se pavoneó y aleteó feliz. Aleteó y aleteó
mientras sus plumas se desprendían una a una, descubriéndose de nuevo
desnudo como al principio.

Durante todo el día llovieron plumas del cielo, y desde entonces nuestro
murciélago ha permanecido desnudo, retirándose a vivir en cuevas y olvidando
su sentido de la vista para no tener que recordar todos los colores que una vez
tuvo y perdió
LA PIEL DEL VENADO
Los mayas cuentan que hubo una época en la cual la piel del venado
era distinta a como hoy la conocemos. En ese tiempo, tenía un color muy claro,
por eso el venado podía verse con mucha facilidad desde cualquier parte del
monte. Gracias a ello, era presa fácil para los cazadores, quienes apreciaban
mucho el sabor de su carne y la resistencia de su piel, que usaban en la
construcción de escudos para los guerreros. Por esas razones, el venado era
muy perseguido y estuvo a punto de desaparecer de El Mayab.

Pero un día, un pequeño venado bebía agua cuando escuchó voces extrañas;
al voltear vio que era un grupo de cazadores que disparaban sus flechas contra
él. Muy asustado, el cervatillo corrió tan veloz como se lo permitían sus patas,
pero sus perseguidores casi lo atrapaban. Justo cuando una flecha iba a
herirlo, resbaló y cayó dentro de una cueva oculta por matorrales.

En esta cueva vivían tres genios buenos, quienes escucharon al venado


quejarse, ya que se había lastimado una pata al caer. Compadecidos por el
sufrimiento del animal, los genios aliviaron sus heridas y le permitieron
esconderse unos días. El cervatillo estaba muy agradecido y no se cansaba de
lamer las manos de sus protectores, así que los genios le tomaron cariño.

En unos días, el animal sanó y ya podía irse de la cueva. Se despidió de los


tres genios, pero antes de que se fuera, uno de ellos le dijo:

—¡Espera! No te vayas aún; queremos concederte un don, pídenos lo que más


desees.

El cervatillo lo pensó un rato y después les dijo con seriedad:

—Lo que más deseo es que los venados estemos protegidos de los hombres,
¿ustedes pueden ayudarme?

—Claro que sí —aseguraron los genios. Luego, lo acompañaron fuera de la


cueva. Entonces uno de los genios tomó un poco de tierra y la echó sobre la
piel del venado, al mismo tiempo que otro de ellos le pidió al sol que sus rayos
cambiaran de color al animal. Poco a poco, la piel del cervatillo dejó de ser
clara y se llenó de manchas, hasta que tuvo el mismo tono que la tierra que
cubre el suelo de El Mayab. En ese momento, el tercer genio dijo: —A partir de
hoy, la piel de los venados tendrá el color de nuestra tierra y con ella será
confundida. Así los venados se ocultarán de los cazadores, pero si un día están
en peligro, podrán entrar a lo más profundo de las cuevas, allí nadie los
encontrará.

El cervatillo agradeció a los genios el favor que le hicieron y corrió a darles la


noticia a sus compañeros. Desde ese día, la piel del venado representa a El
Maya: su color es el de la tierra y las manchas que la cubren son como la
entrada de las cuevas.
LA LEYENDA DEL FUEGO
Hace muchos años los huicholes no tenían el fuego y, por ello, su vida era muy
dura, En las noches de invierno, cuando el frío descargaba sus rigores en todos
los confines de la sierra, hombres y mujeres, niños y ancianos, padecían
mucho.

Sólo deseaban que las noches terminaran pronto para que el sol, con sus
caricias, les diera el calor que tanto necesitaban.

No sabían cultivar la tierra y habitaban en cuevas o en los árboles.

Un día el fuego se soltó de alguna estrella y se dejó caer en la tierra,


provocando el incendio de varios árboles. Los vecinos de los huicholes,
enemigos de ellos, apresaron al fuego y no lo dejaron extinguirse. Nombraron
comisiones que se encargaron de cortar árboles para saciar su hambre, porque
el fuego era un insaciable devorador de plantas, animales y todo lo que se
ponía a su alcance.

Para evitar que los huicholes pudieran robarles su tesoro, organizaron un


poderoso ejército encabezado por el tigre. Varios huicholes hicieron el intento
de robarse el fuego, pero murieron acribillados por las flechas de sus
enemigos.

Estando en una cueva, el venado, el armadillo y el tlacuache tomaron la


decisión de proporcionar a los huicholes tan valioso elemento, pero no sabía
cómo hacer para lograr su propósito. Entonces el tlacuache, que era el más
abusado de todos, declaró:

-Yo, tlacuache, me comprometo a traer el fuego.

Hubo una burla general hacia el pobre animal. ¿Cómo iba a ser que ese
animalito, tan chiquito él, tan insignificante, fuera a traer la lumbre? Pero éste,
muy sereno, contestó así: -No se burlen, como dicen por ahí, "más vale maña
que fuerza"; ya verán cómo cumplo mi promesa. Sólo les pido una cosa, que
cuando me vean venir con el fuego, entre todos me ayuden a alimentarlo.

Al atardecer, el tlacuachito se acercó cuidadosamente al campamento de los


enemigos de los huicholes y se hizo bola.

Así pasó siete días sin moverse, hasta que los guardianes se acostumbraron a
verlo. En este tiempo observó que con las primeras horas de la madrugada,
casi todos los guardianes se dormían. El séptimo día, aprovechando que sólo
el tigre estaba despierto, se fue rodando hasta la hoguera.

Al llegar, metió la cola y una llama enorme iluminó el campamento. Con el


hocico tomó una brasa y se alejó rápidamente.
Al principio, el tigre creyó que la cola del tlacuache era un leño; pero cuando lo
vio correr, empezó la persecución. Éste, al ver que el animalote le pisaba los
talones, cogió la brasa y la guardó en su marsupia. El tigre anduvo mucho sin
encontrarlo, hasta que por fin lo halló echado de espaldas, con las patas
apoyadas contra una peña. Estaba allí, descansando tranquilamente y
contemplando el paisaje.

El tigre saltó hacia el tlacuache, decidido a vengar todos los agravios.

-Pero, compadre, ¿por qué? - le dijo el tlacuache-. ¿No ves acaso que estoy
sosteniendo el cielo? Ya casi se nos viene encima y nos aplasta a todos.
Podrías mejor ayudarme, quedándote en mi sitio mientras yo voy por una
tranca. De esa manera estamos salvados.

El tigre, muy asustado, aceptó colocarse en la misma posición en la que estaba


el tlacuache, apoyando las patas contra la peña.

-Aguanta hasta que venga, compadre. No tardaré -dijo el tlacuache.

El tlacuache salió disparado, mientras el tigre se quedaba ahí, patas arriba.


Pasó un ratote y el tigre ya se había cansado.

-¿Qué andará haciendo este tlacuache bandido que no viene? -protestaba el


tigre.

Siguió esperando, sin moverse. Pronto ya no pudo más. -Me voy aunque el
cielo se venga abajo -pensó y se levantó rápidamente.

Se asombró de ver que no pasaba nada, que las cosas seguían en su sitio. El
tlacuache lo había engañado otra vez. Salió a buscarlo enfurecido. Lo encontró
en la punta de un peñasco, comiendo maicitos, a la luz de la luna llena. En
cuanto el tlacuache lo vio venir, hizo como que contaba los granos y se
apresuró a decirle:

-Mira compadre, ¿ves esa casa que está allá abajo? Ahí venden ricos quesos,
podemos comprar muchos con este dinerito.

-Pero no veo cómo llegaremos a esa casa.

-Es fácil compadre. Cuestión de pegar un salto. Ya otras veces ha saltado y


nada me ha pasado -argumentó el tlacuache.

-Bueno, saltemos juntos. No vaya a ser que te quedes aquí arriba o que llegues
primero abajo y te escapes.

Mientras el tigre recogió los maicitos, pensando que eran dinero, el tlacuache
aprovechó para encajar su cola en una grieta, sin que el otro se diera cuenta.
Los dos se pararon en el borde de la peña. Cuando el tigre dijo: "¡ya!", el
tlacuache saltó pero no se movió de su sitio pues tenía la cola encajada.
El tigre pegó un gran brinco y voló derechito hacia la luna llena, hasta
desaparecer. Por fin, herido y exhausto, el tlacuachito llegó hasta el lugar
donde estaba los otros animales y los huicholes. Allí, ante el asombro y la
alegría de todos, depositó la brasa que guardaba en su bolsa. Todos sabían
que tenían que actuar rápidamente para que el fuego sobreviviera. Así que
levantaron al fuego, lo apapacharon y lo alimentaron. Pronto creció una
hermosa llama.

Después de curar a su bienhechor, los huicholes bailaron felices toda la noche.


El generoso animal, que tantas peripecias pasó para siempre proporcionarles el
fuego, perdió para siempre el pelo de su cola; pero vivió contento porque hizo
un gran beneficio al pueblo. En cambio, cuenta la gente que el tigre fue a caer
en la luna y que todavía se le puede ver ahí de noche, parado con el hocico
abierto.

El pueblo huichol es un grupo indígena mexicano que habita en el norte de


Jalisco y parte de Nayarit, Zacatecas y Durango.

Este grupo conserva hasta ahora costumbres muy antiguas. Los hombres
visten pantalón y camisa de manta blanca con algunos bordados, faja y
sombrero. Las mujeres usan falda amplia, blusa de percal, un paliacate sobre
la cabeza y, en ocasiones, el quechquémitl, que es un pequeño jorongo
triangular.

Los huicholes se dedican a la artesanía, la cual está muy relacionada con sus
creencias. Ellos quieren a las cosas de la naturaleza como quieren a algún
familiar cercano.

Dicen que sus "abuelos" son el sol y el fuego; sus "abuelas", la fertilidad, la
luna y la tierra, sus "tías", la lluvia y las tormentas. Por eso los representan en
sus bordados y otros trabajan artesanales.
LA CASA DEL TRUENO

Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una


caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo
dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos.

Eran tiempos lejanos en los que aún no llegaban los hispanos ni las
portentosas razas, conocidas hoy como Totonacas, que poblaron el lugar que
después llamaron Totonacan.

Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la


tierra y sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las
deidades de esos tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o
sea hacia los cuatro puntos cardinales, porque según las cuentas esotéricas de
esos sacerdotes, cuatro por siete eran 28 y veintiocho días componen el ciclo
lunar.

Esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban
cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban
flechas encendidas al cielo. Y poco después atronaban el espacio furiosos
truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies
acuáticas que moraban en los ríos.

Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y


muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas,
Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando
inmensos desastres. Y cuanto más arrastraban los cueros mayor era el ruido
que producían los torrentes y cuanto más se golpeaba el
gran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más
relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias.

Pasaron los siglos...

Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular,


trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones.

Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de


México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de
estar siempre sonriendo como si fueran los seres más
felices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber
sufrido mil penurias en las aguas borrascosas de un mar en convulsión habían
por fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como
animales de caza, agua y clima hermoso.

Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y


ellos mismos se dijeron totonacas.
Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no
estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían
consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos,
relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de
amendrentarlos.

Llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dio
cuenta de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete
sacerdotes de la caverna de los truenos.

No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño


bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas
en donde se perdieron para siempre.

Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para
evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se
reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que
nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamamos sencillamente
naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía,
adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que
acababa de escapar de un monstruoso desastre.

Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el


culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el
asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las
tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que se le imploró
durante 365 días, como número de nichos tiene este
monumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia,
cuando es menester fertilizar las sementeras.

Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como


pirámide o templo de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las
tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.

Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios


del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la
llegada de los extranjeros, cuando el mundo parecía comenzar a existir.

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