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Los Días Oscuros: Entrada 13

El interior de la torre estaba fresco y oscuro, comparado con la temperatura asfixiante de la


pista. Cuando llegué a las puertas dobles, donde aguardaban Sor Cecilia y Lucía, me paré
un momento para recuperar algo de aire. Mis pulmones parecían querer estallar. Tantos
meses de vida sedentaria dentro del refugio del Meixoeiro habían pasado factura a mi forma
física, y los cuatrocientos o quinientos metros que había hecho a la carrera, embutido en el
neopreno, me habían dejado sin aliento. Lúculo, por su parte, no dejaba de pegar saltos a mi
alrededor, encantado de haber salido definitivamente de la cesta, (supuse que echaba de
menos la época en la que viajaba en SU asiento del coche, en vez de hacerlo
permanentemente encerrado en una celda de madera y paja).

Levanté la vista y observé como Prit avanzaba por la pista lentamente, de espaldas, sin
perder de vista ni por un momento al grupo de No Muertos que cada vez estaban mas cerca
de él. Cada pocos segundos el ucraniano se detenía, apuntaba con sumo cuidado y realizaba
un par de disparos, con una efectividad asombrosa. El camino de los No Muertos sobre la
pista estaba perlado de cadáveres desmadejados, sobre charcos de sangre que se secaban
lentamente al sol, pero el grueso del grupo estaba cada vez mas cerca del piloto, que perdía
unos preciosos metros de distancia cada vez que se detenía a disparar.

Súbitamente, una expresión preocupada cruzó el rostro de Viktor. Comprendí que se había
quedado sin munición cuando, con un gesto de rabia, arrojó su HK contra el grupo de No
Muertos y comenzó a correr hacia nosotros a toda la velocidad que le permitían sus
arqueadas piernas.

Me giré hacia las chicas, que se afanaban en colocar en su marco una de las dos puertas
metálicas de la torre, que habían sido arrancadas de cuajo por una explosión interior.

-Vamos!-les dije excitado- ¡Tenemos que colocar esto cuanto antes o estamos jodidos!-

-¡Pues deje de hablar, señor letrado, y échanos una mano de una puta vez, joder!- Me
respondió Lucía, cáustica como siempre que se ponía nerviosa.

Algo azorado, levanté una de las hojas metálicas del suelo, apartando los cascotes y restos
de material diverso que la cubrían. Aquella puerta estaba parcialmente alabeada por su
parte interna, como si algo hubiese impactado con violencia contra la misma. Mientras me
afanaba en encajarla en su sitio, haciendo que coincidiese con su pareja, Lucía y Sor Cecilia
se desgañitaban tratando de llamar la atención del ucraniano, que corría sobre la pista como
si le persiguiese el diablo en persona.

Sudando a raudales mientras apuntalaba aquella hoja, maldije por lo bajo. Sus puñeteros
gritos se tenían que oír en la otra punta de la isla, y además parecían excitar de algún modo
al grupo de la pista, que pese a caminar de manera tambaleante parecían ir incluso mas
rápido.

Pritchenko alcanzó finalmente la puerta, pasando como un obús de artillería por el hueco
que quedaba libre entre las dos hojas para, finalmente, estrellarse con estrépito contra un
montón de escombros a nuestras espaldas.

-¿Te has hecho daño, Prit?- le pregunté a gritos, mientras apuntalaba la puerta con un
pedazo de viga de hormigón.

- Solo en mi orgullo - respondió el ucraniano, lacónico como siempre, mientras se sacudía


el polvo de los pantalones y cogía mi HK caído en el suelo - ¿Crees que esto aguantará?-
preguntó, escéptico, mientras observaba con aire crítico la barricada que estaba
apuntalando.

- Lo dudo mucho- respondí- Las puertas están reventadas y fuera de sus goznes.- coloqué la
última vigueta contra la puerta- No creo que aguante el peso de toda esa multitud, pero al
menos no permitirá ganar tiempo- concluí.

El ruido del helicóptero ya era un rugido que apenas permitía que nos oyésemos entre
nosotros. El aparato estaba volando en círculos sobre la torre, mientras su tripulación
observaba el panorama. Supongo que su piloto debía estar bastante intrigado ante aquella
muchedumbre agolpada contra la torre y el Sokol abandonado a su suerte en la otra punta
de la pista. Pero en aquel momento tenía otras cosas de las que preocuparme.

-¡Rapido! ¡A lo alto de la torre!-Gritó el ucraniano, mientras yo colocaba otro virote en el


arpón. Los primeros No Muertos ya habían llegado al otro lado de la puerta y comenzaban
a golpearla desordenadamente. Una cacofonía de gemidos, que ponía los pelos de punta
salía de sus gargantas. El recuerdo de los claustrofóbicos días pasados en un oscuro
cuartucho de una tienda abandonada de Vigo me asaltó con violencia. Note, impotente,
como me empezaban a temblar las manos.

Sor Cecilia y Lucía (con Lúculo en sus brazos) ya subían trabajosamente por las escaleras,
siguiendo al ucraniano, que con el fusil en ristre abría camino hacia la parte superior. De
vez en cuando se veía obligado a empujar por el hueco de las escaleras algún montón de
escombros que obstaculizaba su camino. Todos aquellos restos caían con estrépito en la
parte baja, justo donde habíamos estado menos de un minuto antes, levantando enormes
nubes de polvo que apenas me dejaban vislumbrar la puerta.

Yo esperaba agazapado en el primer tramo de las escaleras, contemplando como las puertas
se cimbreaban cada vez que la masa rugiente del exterior le propinaba un empujón
especialmente fuerte. Cubierto de polvillo de cemento, tosí descontroladamente, consciente
de que ya no podía hacer absolutamente nada allí. Aquello no aguantaría mucho tiempo.

Comencé a subir las escaleras a tientas, hasta llegar al tercer tramo de escaleras, donde me
vi obligado a sentarme por un momento, tratando de respirar un poco de aire limpio. Un
enorme estrépito, parecido a una explosión me sobresaltó de repente. Los gemidos de los
No Muertos sonaron con potencia redoblada. Supuse que las puertas habían caído.

Ya estaban dentro.Joder.

Los pasos vacilantes de los No Muertos resonaban en las escaleras metálicas, que
conectaban entre si las entreplantas de cemento. Tragué saliva, expectante, mientras notaba
como mis manos sudaban alrededor del mango del arpón que sostenía firmemente apoyado
en la barandilla.
De repente, asomando por el recodo de la escalera se recortó la silueta del primer No
Muerto. Iluminado por una pequeña ventana de ventilación, pude verlo perfectamente
durante un par de segundos. Era un tipo joven, de unos veintitantos años, con el pelo
bastante largo y una barba incipiente en su cara. Su ropa, totalmente destrozada dejaba ver
dos enormes agujeros de bala en su pecho. Un enorme desgarrón en su pierna derecha le
hacía cojear, pero no le impedía subir las escaleras rápidamente. Toda su cara y su ropa
estaba cubierta de sangre reseca, y en sus ojos muertos brillaba la profunda expresión de
odio. El polvillo de cemento se había posado en todo su cuerpo, dándole un aspecto
diabólico.

Un rictus horrible se dibujó en su cara cuando me vio. Dio un par de pasos vacilantes hacia
mi. Respiré profundamente y apunté el arpón contra su cabeza. A menos de dos metros, era
un tiro imposible de fallar. Con un chasquido acuoso que ya me era familiar, el virote
atravesó limpiamente su frente, clavándose con profundidad en el cerebro de aquel ser
salido del infierno.

Una expresión confusa se dibujó en su rostro por un segundo, antes de estrellarse con
fuerza contra el suelo de cemento del descansillo. Sin pararme a contemplar el espectáculo,
di media vuelta y salí corriendo hacia la parte superior de la torre. Ahora el sonido del
helicóptero rugía estacionario, justo sobre nuestras cabezas.

Una calavera carbonizada me aguardaba sonriente al desembocar el último tramo de la


escalera. Con un escalofrío pasé por encima de aquellos restos, encaminándome hacia la
trampilla que daba acceso al techo de la torre.

Trepé por la escalerilla, mientras oía como los No Muertos comenzaban a desembocar en al
cúpula de la derruida torre de control. Prit pegó un tirón de mi cinturón para sacarme a toda
prisa, mientras Sor Cecilia se apresuraba a retirar la escalerilla del hueco. Jadeando,
contemplé el interior de la torre a través de la trampilla. Debajo de nosotros, docenas de No
Muertos se agolpaban rabiosos, tratando de alcanzar el hueco de la trampilla. Había ido por
un pelo.

Me giré aliviado hacia Pritchenko, pero su expresión asombrada me hizo darme la vuelta.
Estupefacto, contemplé el helicóptero que se balanceaba sobre nosotros, y del que se
descolgaba rápidamente una escala.

Aquello era de locos. No podía ser. Y sin embargo, lo tenía justo delante de los ojos.

El helicóptero, pintado con colores militares, se inclinó en aquel momento dejando ver su
puerta lateral en el que campeaba, en letras bien grandes el lema FUERZA AEREA
ARGENTINA.

Un helicóptero militar argentino.


En Canarias.

Mi cabeza era un vendaval. Gendarmes marroquíes, helicópteros argentinos..... ¿Qué


demonios pasaba allí?, me pregunté a mi mismo, mientras comenzaba a trepar por la escala.
Confiaba en que las respuestas a todas mis preguntas se encontrasen al final de aquella
escalerilla.

        
Los Días Oscuros: Entrada 14
Una mano enguantada al final de un brazo vestido de verde oliva me ayudó a entrar en la
carlinga del helicóptero, al tiempo que el aparato comenzaba a sobrevolar la pista a toda
velocidad. Me tumbé en el suelo del aparato, jadeante, con las típicas nauseas de malestar
que me asaltaban cada vez que escapaba de la muerte por un pelo. Traté de contenerme,
mientras me incorporaba. Había un puñado de desconocidos delante, y no diría mucho a mi
favor que la primera imagen que tuviesen de mi fuese la de verme vomitando a chorro por
la puerta de un helicóptero en marcha. Me giré sonriente hacia el hombre de la mano
enguantada. Era un tipo alto y delgado, de treinta y pocos años, vestido con un traje de
vuelo y con la cara parcialmente cubierta por un casco táctico y unas gafas de espejo. Antes
de que yo pudiese decir nada, el tipo abrió la boca.

- Póngase contra ese mamparo, por favor- La voz, con un inconfundible acento argentino
sonaba educada, pero firme.

-Hola, mi nombre es....- Traté de presentarme, mientras tendía una mano hacia mi salvador,
pero el cañón de un rifle apuntado hacia mi estómago me hizo desistir-

-Señor, le he dicho que se vaya contra el mamparo del fondo.....¡Ahora!!-

Levanté las manos, y sin perder de vista al individuo del rifle me desplacé hasta el
mamparo de popa, donde estaba ya apoyada el resto de mi “familia”. Lucía parecía
abiertamente asustada por la situación, mientras Sor Cecilia tenía en su cara la misma
expresión que debieron tener en su día los cristianos ante los leones. Prit, por su parte,
después de ser despojado de su rifle, echaba fuego por los ojos y daba la sensación de estar
a punto de saltar sobre alguien para partirle el cuello. Sabía que el ucraniano era
perfectamente capaz de eso y de mucho mas, así que le puse una mano en el hombro
tratando de tranquilizarlo un poco.

-Tranquilo, viejo amigo- le susurré al oído, mientras notaba todo su cuerpo hirviendo de
furia- No hagas ninguna tontería. Tratemos de ver que pasa aquí-

Me giré de nuevo hacia la parte delantera. La cabina del helicóptero, bastante mas pequeña
que la del Sokol, hacía que estuviésemos a apenas un metro de nuestros nuevos compañeros
de viaje. Eran dos, un hombre y una mujer, vestidos ambos con uniforme de combate. En la
parte delantera del aparato, el piloto y el copiloto se afanaban en controlar el helicóptero,
que en aquel momento se sacudía violentamente, atrapado por una corriente de aire
caliente. El copiloto hablaba con alguien a través de la radio. No pude distinguir lo que
decía debido al ruido del rotor, pero me pareció percibir una musicalidad en su voz que no
dejaba lugar a dudas sobre su origen porteño.

Argentinos, como el helicóptero en el que estábamos. Sin embargo los uniformes de vuelo
que vestían todos llevaban la escarapela bordada del Ejercito del Aire Español en su manga
derecha. Y podría jurar que cuando la chica se inclinó un momento hacia el primer hombre
y le dijo algo al oído su acento era inequívocamente catalán. Vaya lío.

- Disculpen el recibimiento- gritó la chica por encima del ruido de los rotores – Pero las
normas son así- No tenemos nada contra ustedes, pero hasta que pasen la cuarentena, existe
un protocolo de precaución que debemos seguir- Se interrumpió por un segundo y a
continuación nos miró con curiosidad- ¿Sois Froilos?-

-¿Froilos?- repliqué extrañado- ¿Qué se supone que es eso?-

-Olvidalo- contestó la chica, haciendo un gesto con la mano- A su debido tiempo lo sabréis
todo, si vivís para ello- Aquello no sonó precisamente halagüeño.

- ¿De donde vienen? – preguntó el tipo alto de acento argentino. Me fijé que pese a que
seguía la conversación aparentemente relajado no nos sacaba un ojo de encima,
especialmente a Viktor Pritchenko. Su dedo, apoyado sobre el gatillo del fusil decía
“cuidado con hacer ninguna tontería”. Aquel tipo sabía lo que hacía.

-De Pontevedra.... bueno, de Vigo... venimos desde Galicia- intervino Lucía.

-¿Desde la Península?- el tono de incredulidad era patente.

-Pues si- repliqué, un poco cabreado por aquel retintín- Hemos bajado bordeando toda la
costa africana hasta llegar a la altura de las Canarias. Luego, un ultimo salto hasta
Lanzarote, donde nos quedamos sin combustible y ahora....vosotros- concluí, dejando la
última palabra en el aire.

Miré inquisitivamente a nuestros interlocutores. Era su turno. Se miraron entre ellos y


parecieron relajarse un poco.

- Mirá, tomatelo con calma ¿vale?- dijó el argentino, dirigiéndose mas a Pritchenko que a
mi – No sabemos quien sos, ni de donde venís, ni siquiera si lo que decís es cierto o no.
Pero lo mas importante es que no sabemos si la tenés o no, así que hasta que estemos
seguros de eso disculpa si tomamos nuestras precauciones ¿de acuerdo?-

Comprendí todo de golpe. Evidentemente, nuestros salvadores no sabían a ciencia cierta si


estábamos o no infectados por el virus que afectaba a los No Muertos. Si, como
sospechaba, pertenecían a una colonia de supervivientes, resultaba lógico que tomasen
todas las precauciones del mundo. Comprendí que seguramente nos harían pasar un periodo
de cuarentena aislada, hasta comprobar con total certeza que no habíamos sido infectados.
Con un escalofrío adiviné que ante la menor duda, un pedazo de plomo en la cabeza sería
toda la bienvenida que recibiríamos. Había que hilar fino.

-¿Dices en serio que venís desde Galicia?- La chica catalana se dirigió a Lucía, con el
mismo tono de duda en su voz.

-¡Pues claro que si!- estalló Lucía- ¡Llevo mas de tres mil kilómetros sentada en esa puta
batidora rusa, y después de haber cruzado toda la puta Península y todo el puto desierto del
Sahara estoy harta! ¿Me oyes? ¡Harta! ¡Quiero un plato de comida caliente, quiero una
ducha enorme, quiero dormir tres día seguidos en una cama de verdad..!¡ Así que no me
preguntes si vengo “en serio” desde Galicia, porque no estoy para jodiendas! ¿vale?- La
joven no pudo mas y estalló en sollozos. La presión también había sido demasiada para
ella.

Estiré un brazo sobre su hombro y la apreté contra mi, mientras acariciaba su pelo. En el
fondo, pese a toda su pose de chica dura, tan solo era una cría de diecisiete años a la que le
había robado su mundo. Tenía todo el derecho del mundo a estallar.

- ¿A dónde vamos?- pregunté.

- A Tenerife- respondió el argentino, mucho mas calmado- A uno de los últimos sitios
seguros sobre la faz de la Tierra- Me miró de hito en hito, como si quisiera calibrar que
clase de persona era- Nos vamos a casa-

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