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PALIDO
1. CARACTERISTICAS ORIGINARIAS.
2. PRINCIPIOS PROGRAMATICOS
3. UBICACION IDEOLOGICA.
4. RENDIMIENTO ELECTORAL
1. CARACTERISTICAS ORIGINARIAS
2. PRINCIPIOS PROGRAMATICOS
3. UBICACIÓN IDEOLÓGICA
4. RENDIMIENTO ELECTORAL
a. ELECCIONES PRESIDENCIALES
b. ELECCIONES LEGISLATIVAS
5. EL PARTIDO EN LA PRESIDENCIA
BIBLIOGRAFÍA
LIBROS
ENTREVISTAS
PARTIDO LIBERAL
PARTIDO CONSERVADOR
INTRODUCCION.
Es fundamental entonces, al tiempo que se van creando normas para regular la vida de
los partidos y se van ensayando estrategias internas para el cambio, avanzar en lo
referente a cómo son esas organizaciones a las que se pretende reestructurar para
fortalecer el sistema democrático colombiano y en qué medida se están transformando
para asumir esos nuevos retos. Es un gran riesgo continuar con los procesos de
transformación de unos partidos cambiantes y complejos, sin el apoyo de estudios
orientados a la comprensión de su estructura interna y de su dinámica organizacional,
y sobre todo sin saber quiénes son, qué piensan y cómo actúan los sujetos que los
conforman. El estudio de las elites políticas es de gran importancia, pues tratándose de
unas organizaciones con bajo nivel de institucionalización y que han experimentado
procesos de atomización creciente en los últimos años, los partidos políticos
colombianos no pueden ser comprendidos partiendo solo del análisis de su estructura
formal, sino también y especialmente del comportamiento y actitudes de las elites
políticas que los conforman.
También el Gobierno Pastrana intentó sin éxito hacer aprobar una reforma
constitucional en 1999 que modificaba el sistema electoral con la intención anunciada
de modificar así el sistema de partidos. Se trató de un proyecto que recogía tanto
algunas de las principales propuestas de la Comisión de Reforma del anterior gobierno,
como sugerencias de los distintos grupos y personas que conforman la alianza que
respaldó la elección del nuevo Presidente. El proyecto fracasó estruendosamente por
diversos motivos, pero en gran medida por tratarse de una sumatoria inconexa de
normas que fueron modificándose al son de negociaciones parlamentarias sin un
horizonte claro, pero con un evidente desconocimiento de los alcances, las limitaciones
y las técnicas de la ingeniería institucional. El nuevo proyecto ya ha sido aprobado en
una primera legislatura, pero no se ven tan claros los consensos para su aceptación
definitiva. Es pues un proceso en curso.
La situación actual de Colombia está caracterizada por una gran incertidumbre sobre el
futuro del país, debido al conflicto guerrillero principalmente, y existe también un
marcado escepticismo sobre la capacidad de reforma del sistema político,
especialmente en lo referente a los partidos. Los ejemplos de dos países limítrofes,
que parecen haber prescindido de estos últimos para lo sustancial de la vida política,
no ha hecho más que reforzar estas ideas. No obstante esta situación, entre la propia
clase política, alguna parte del mundo académico, diferentes sectores de opinión y
algunos ciudadanos, se sigue considerando que los partidos son claves para la
democracia, y se proponen diferentes tipos de medidas para lograr su modernización.
Pero uno de los factores comunes en las diferentes propuestas para reformar los
partidos en los últimos 10 años, ha sido la existencia de una serie de imaginarios
colectivos, muchas veces contradictorios, sobre lo que son los partidos políticos
colombianos. Se trata de convicciones muy arraigadas entre los políticos, periodistas e
incluso académicos, así como entre los ciudadanos comunes, sobre lo que son esas
colectividades, a partir de los cuales se proponen hacer las reformas. En gran medida
la dificultad pare encontrar algun consenso mínimo para proponer cambios
modernizadores se debe a que esas convicciones chocan unas con otras, al estilo de la
moderna realidad virtual, dando lugar a una serie de verdades superpuestas, que se
van diseminando como dogmas indiscutibles.
El libro contiene en resumen una reflexión general sobre la crisis de partidos a nivel
mundial, un análisis de la crisis colombiana de partidos con especial referencia al
clientelismo, un estudio sobre los intentos de reforma de los partidos con especial
referencia al tema de la financiación y una descripción politológica de los dos partidos
mayoritarios en nuestro país. Con este conjunto creemos estar haciendo un importante
aporte a la escasa literatura sobre partidos existente en el país, que servirá tanto de
referencia para los expertos como de material de estudio para los estudiantes de
ciencia política.
Este trabajo surge como el producto de una investigación no financiada, adelantada por
el autor en la Universidad Nacional de Colombia, primero como ganador del Concurso
125 años en el área política en 1997, y luego como profesor de partidos políticos en la
Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, y como investigador de la Unidad
de Investigaciones Jurídicas y Sociales Unijus, luego de haber sido seleccionado el
proyecto en varios microconcursos. En esta etapa se creó un semillero de
investigadores en la Línea de Partidos, en la cual han participado más de 30
estudiantes de Ciencia Política y se han formado tres auxiliares de investigación:
Claudia Arenas, Luisa Salamanca y Alberto Bejarano, contratados por Unijus, cuya
contribución fue determinante para la parte final del libro. El semillero cuenta
actualmente con 10 estudiantes voluntarios y continúa profundizando en las temáticas
señaladas con el objeto de preparar una publicación complementaria. Una buena parte
de la obra se ha realizado bajo los parámetros del Equipo de Investigación en
Partidos Latinoamericanos del Instituto de Estudios de Iberoamérica y Portugal de la
Universidad de Salamanca, del que es miembro el autor, y que es dirigido por el
catedrático Manuel Alcántara. Esa particularidad hace que la obra también sea un
aporte a la ciencia política internacional en el campo de la política comparada.
CRISIS, REFORMA, PRESENTE Y FUTURO DE LOS PARTIDOS EN COLOMBIA.
Hasta el siglo XVIII se pensaba que la democracia era inaplicable a los grandes
Estados. Aristóteles, quien la consideraba una forma corrompida de gobierno, sólo la
aceptaba para lugares donde los oradores pudieran ser escuchados por todos los
ciudadanos. Incluso para Rousseau y Montesquieu, democracia directa era sinónimo
de sociedad poco numerosa. Solo David Hume expuso que un gobierno grande era el
propicio para desarrollar la democracia, pero proponía elecciones indirectas.
Pero este doble triunfo, el de Los Federalistas contra los Antifederalistas en Estados
Unidos, que dio lugar a la democracia representativa, y el de la democracia liberal
sobre la democracia popular socialista, no han podido evitar voces esporádicas de
inconformidad por parte de quienes consideran que solo la democracia clásica o directa
es la auténtica democracia. Sobre todo en los años sesenta, se dio el gran "boom" del
resurgimiento de la democracia participativa, según la cual todo ciudadano tiene
derecho a ejercer la cuota de poder que le corresponde. Esta época se caracterizó por
la participación directa a través de la protesta estudiantil y obrera, que tuvo una vida tan
intensa como corta, pero que dejó de todos modos planteada la cuestión de la
democracia participativa como un ideal democrático depurador de las imperfecciones
del sistema representativo.
El mismo autor insiste en que estas o cualquier otra forma de gobierno popular
directo tienen los mismos dos insalvables inconvenientes: la incompetencia de las
masas y la falta de tiempo. En cuanto al primero, compartimos el pensamiento de
George Sand remitido por Michels, de que el plebiscito cuando no está respaldado por
la inteligencia de las masas es un ataque a la libertad.
Existe una idea generalizada de que los partidos políticos están en decadencia y que
el propio sistema de representación democrática se ha agotado como modelo. No
obstante, aceptando que la democracia representativa es la única forma posible de
democracia moderna, y ante la no existencia de un sistema diferente que se
autoconsidere digno de emular tras la caída del bloque socialista, la pregunta correcta
es ¿cómo debe transformarse la democracia liberal? y en modo alguno buscar su
sustitución por modelos agotados o aun no inventados.
Muchos analistas de la crisis de los partidos políticos olvidan que éstos, como
sostiene Duverger, son bastante recientes, pues en 1850 no existía ningún partido en el
mundo, en el sentido moderno de la palabra. Además, aun en un sentido no moderno,
fueron proscritos durante siglos, y sólo irrumpieron con fuerza como tales luego de la
Primera Guerra Mundial. Únicamente en el periodo de entreguerras se hizo claro su
carácter intermediador entre el elector y la clase política y apenas fueron reconocidos
en las constituciones después de la Segunda Guerra Mundial.
Es por ello que autores como Klaus Von Beyme insisten en que la pérdida de
representación de los partidos no significa una decadencia de los partidos sino un
simple cambio de unas funciones asumidas hace menos de un siglo, por otras acordes
a las transformaciones políticas. Se trata más bien, como sostiene el autor, de unos
"gigantes desconcertados", que debieran inventarse si no existieran.
Esta ausencia de actores sociales colectivos afectó a los partidos políticos y se debe
en gran medida a la movilidad social y espacial que ha experimentado la población.
Pero además, existiendo escasez de iniciativas colectivas, muchas fueron canalizadas
por los movimientos sociales, aunque algunas, fueron luego asumidas por los partidos.
Finalmente, la mayor parte de estas movilizaciones se fueron caracterizando por su
carácter coyuntural, haciendo que los potenciales electores se habituaran a formas no
convencionales y más laxas de participación, a las que son movidos en razón de esas
identidades fragmentadas. Es decir, la gente ya no se identifica con una determinada
clase social o con un partido, por lo cual se abstiene de votar, pero sí con específicas
reivindicaciones relacionadas con categorías subjetivas o convicciones individuales
(defensa de los animales, prestaciones laborales, derechos de la mujer, seguridad
nuclear, ética pública, etc.).
Lo llamativo de este fenómeno, señala Beyme, es que mientras más insistieron las
teorías de la legitimación desde la izquierda y las de ingobernabilidad desde la derecha
en la decadencia de los partidos, mas se desarrolló en occidente el Estado de Partidos.
Justamente, todo parece indicar que se trató de una especie de compensación
promovida por la clase política ante el debilitamiento de la relación entre gobernantes y
gobernados, y sobre todo entre la dirección del partido y los electores.
Ahora bien, las elecciones no son la esencia del sistema democrático como suele
creerse, sino simplemente, tal cual señala Dieter Nohlen: "una técnica para constituir
cuerpos representativos".Una técnica que por otra parte es anterior a la democracia,
pues surgió en la vida monástica del medioevo, y que además no es exclusiva de las
democracias.
Así las cosas, como antítesis a todo lo dicho, podría afirmarse que siendo el sistema
electoral una simple técnica, la representación no requeriría de la existencia de los
partidos. Lo que resulta difícil de determinar es ¿si ese fenómeno tan variado de la
antipolítica puede considerarse un modelo alternativo al de la democracia de partidos o
un simple hecho transitorio o complementario de la política a través de los partidos?
Tenemos entonces una democracia que no puede ser más que representativa, un
sistema electoral que es meramente una técnica para elegir cuerpos representativos,
una apatía creciente por la vinculación a los partidos políticos y por la participación en
los procesos electorales, unos partidos en proceso de transformación de sus funciones,
y un fenómeno emergente, que es la antipolítica. Gran parte de la clave respecto al
futuro de los partidos está justamente en descifrar hasta qué punto la antipolítica podrá
ser un verdadero sucedáneo de la actividad partidista.
Conviene destacar que no parece existir sin embargo una proporcionalidad entre el
desencanto por los políticos y la opinión que tienen los ciudadanos sobre la necesidad
de partidos. En una encuesta del Centro Interamericano de Asesoría y Promoción
Electoral CAPEL, en cuatro países latinoamericanos, se constató que los ciudadanos
prácticamente no se sienten representados por sus congresistas y consideran que los
partidos políticos buscan el poder en más de un cincuenta por ciento para robar,
volverse ricos u obtener un beneficio personal. No obstante, al preguntársele si los
partidos políticos eran necesarios, entre el cincuenta y el setenta por ciento contestaron
afirmativamente.
Pero Fujimori es sin duda el ejemplo clásico del "outsider" exitoso, y el "fujimorismo"
es prácticamente el modelo antipolítico por excelencia. Como fenómeno resulta bien
interesante, pero como modelo es una figura bastante peligrosa para la democracia.
Sus jugadas de ajedrecista sin normas, tales como el cierre del parlamento y el
reemplazo de su gabinete plural por uno tecnócrata, se están constituyendo en reglas
básicas del dictador civil de la postmodernidad. El Presidente Serrano en Guatemala
fracasó en su intento de asumir poderes totales, pero por la falta de apoyo de Estados
Unidos. Los presidentes Paz Zamora y Rodrigo Borja, de Bolivia y Ecuador
respectivamente, han amenazado con seguir el ejemplo de su vecino. En Venezuela ya
se escuchan voces en ese sentido (tal como lo ha manifestado el recién electo Hugo
Chavez), y en Colombia muchos creen que la solución a la crisis política pasa por una
nueva revocatoria del mandato de los legisladores. Como expone Horacio Godoy,
refiriéndose al caso de Colombia el éxito de los políticos es simplemente el producto de
la crisis, de una elección por eliminación. Incluso en Rusia y en el propio Estados
Unidos, Yeltsin y Perot parecen haberse acercado a esta idea en algunos de sus
discursos, y en Italia algunos no ven otra opción al callejón sin salida en el que han
entrado los partidos políticos.
Este fenómeno, por popular que sea, es preocupante para quienes consideramos
que la democracia es uno de los resultados positivos de la civilización occidental y que
cualquier sugerencia autoritaria sólo refleja una impaciencia irresponsable, que en
contextos históricos no muy lejanos ya ha conducido a catástrofes bien conocidas. Se
trata, como expone Juan Rial, de una inquietante nueva ola de autoritarismo, bajo la
forma de una especie de bonapartismo civil de difícil categorización.
Esta última afirmación puede suscitar una enconada controversia por parte de
quienes ven en la antipolítica una forma sana de acabar con la corrupción, de hacer
política sin políticos corruptos. El ejemplo más recurrido de estos defensores de la
antipolítica sería el de Antanas Mockus, quien ostentó el segundo cargo político en
importancia en el país por elección popular, la alcaldía de la Capital, y quien figuró
durante un tiempo en primer lugar entre los favoritos para el sillón presidencial. Mockus
es el ejemplo más sano de líder antipolítico que no parece creer en los partidos
políticos, aunque como sostiene Horacio Godoy, prácticamente fue su pinta, actitudes e
ideas antipolíticas las que le dieron la popularidad y no sus cualidades personales.
Otra cosa bien diferente es aceptar que el político independiente tiene un grave
problema para constituir equipo de trabajo y una cautela por momentos excesiva, que
repercute en su eficacia decisoria, pero sobre todo en su eficiencia. Tal es la principal
acusación que se la ha hecho al ex-alcalde Mockus en infinidad de artículos. En
nuestro concepto, sin unas élites reclutadas a través de un partido, es difícil que pueda
llevarse a cabo un programa de gobierno coherente, y este también debe provenir en
alguna medida de los debates que se den al interior de los mismos.
Entendiendo por eficacia, según señala Linz: "la capacidad de un régimen para
encontrar soluciones a problemas básicos con los que se enfrenta todo sistema
político".
Es por ello que la reforma de los partidos es una opción contundente por las formas
democráticas de gobierno, que permiten ese simple axioma democrático del que
hablan los teóricos del tema: que las decisiones de gobierno se tomen por mayoría con
respeto de la minoría, el cual no tiene un instrumento más adecuado de momento para
la constitución de esas mayorías que la lucha en el Estado de Derechos entre los
partidos políticos.
El debate está servido, y el país tendrá que ocuparse de él en los próximos años,
con independencia del éxito de las reformas propuestas y las crisis coyunturales. Se
trata de un debate universal que excede nuestras fronteras e incluso la región
latinoamericana y que por lo tanto requiere de un análisis de cuestiones politológicas
de gran entidad, que en ocasiones son olvidadas entre interminables discusiones de
corte parroquial.
Los sistemas de gobierno, el sistema electoral y los sistemas de partidos. Los dos
primeros se relacionan asimétricamente con el sistema de partidos, pues se considera
que la variable sistema de partidos no es una variable institucional en sentido estricto,
ya que no ofrece alternativas en ingeniería política, mientras que las otras si. Es decir,
mientras que la decisión de los actores políticos y constitucionales define la elección de
una determinada forma de gobierno o de un sistema electoral especifico, la concreción
de una determinada configuración del sistema de partidos no depende de la decisión
de los actores políticos o constitucionales sino mas bien de factores históricos y
socioculturales que no admiten el mismo grado de intervención voluntario de los
actores para su transformación. En conclusión, en el campo de la consultoría política
o del diseño institucional, el espectro de intervención se restringiría solamente a la
forma de gobierno y el sistema electoral, aunque la variable sistema de partidos
dependería de las decisiones tomadas en lo referente al sistema electoral y de
gobierno.
En síntesis, los sistemas electorales tendrán uno u otro efecto en los partidos, de
acuerdo a las condiciones sociopolíticas concretas y por lo tanto no se acepta la visión
de Sartori del sistema electoral como variable independiente. Aunque para Sartori
también hay causalidad circular y multifactorial, la diferencia entre estos y los
empírico-históricos es que para los primeros hay relaciones causa efecto determinables
lineal y unívocamente en una serie dada de fenómenos, mientras que para los
segundos dicha linealidad es solo una de las posibilidades.
Así pues, nadie niega que la democratización interna de los partidos tiene como uno
de sus supuestos una cierta igualdad entre los partidos, un reconocimiento de los
derechos de la oposición y un importante grado de adecuación del sistema electoral.
Pero ello no significa que no se pueda de ir allanando parte del camino si no existen
tales realidades. Aunque las democracias que hoy conocemos no fueron por decirlo de
algún modo planificadas, lo cierto es que la sola consideración de los obstáculos que
debieron superar para alcanzar su estado actual, sin duda hubiese desanimado al más
audaz de los reformadores.
A pesar de que dichos valores y principios han sido asumidos por los Estados y son
defendidos por la doctrina en lo referente al Estado, se da la gran contradicción de que,
no solo de facto sino también teóricamente, no son aceptados al interior de los partidos.
Gran parte de la doctrina jurídica y de la ciencia política, considera que los derechos
fundamentales y la estructura democrático formal no se dan de igual forma en los
partidos que en el Estado.
En especial para el caso que nos interesa, el colombiano, esta aclaración es de vital
importancia. Mientras que en los partidos europeos la designación de candidatos y la
elaboración de listas electorales corresponden a los partidos, en Colombia la situación
es muy distinta. Como expone Pierre Gilhodes, "los partidos políticos colombianos, en
particular los dos partidos históricos, son en su cúpula agrupaciones de notables, se
hallan cohesionados por elementos culturales comunes, se activan en tiempo de
elección y cuentan con estructuras mínimas y sin disciplina".
Más que esto, como sostiene Javier Sanín, "los partidos colombianos tradicionales
son en su núcleo maquinarias electorales regionales, extremadamente fluidas e
indisciplinadas".
Por todo ello, la poliarquización interna de los partidos políticos colombianos puede
significar no sólo un proceso hacia una mayor democratización del sistema por la
regulación de la actividad política partidista, sino que además puede conducir a una
transformación positiva de esos partidos atomizados en organizaciones más
disciplinadas. Con todo esto no se pretende convertir a los partidos colombianos en
partidos de corte parlamentario estilo europeo, pero ello sí contribuiría a que tiendan
hacia una mayor coherencia ideológica y programática, lo que de algún modo ayudará
a superar el abstencionismo político y la consiguiente crisis de representación.
Así las cosas, y como conclusión meramente tentativa, debemos decir que una vez
se logre un consenso nacional sobre la democracia interna de los partidos (y también
respecto de las demás propuestas de cambio), el paso siguiente será el de encontrar,
también mediante una amplia y quizá prolongada deliberación, los mecanismos
necesarios para lograr la implementación de esa norma reina, pero siempre teniendo
en cuenta las particulares características de nuestro sistema político y de acuerdo a los
objetivos específicos que se pretenden lograr al intentar modificar la dinámica política
existente.
Así mismo, una investigación sobre participación política realizada en 1981 llegó a la
conclusión de que los partidos políticos no parecían ofrecer una alternativa real de
participación al pueblo colombiano en el campo político. Pero es de señalar que
aunque los bajos índices de votación parecen demostrar una innegable crisis de los
partidos tradicionales, ello no significa que el pueblo colombiano esté despolitizado
completamente, por cuanto la apatía electoral no supone una apatía política.
Habría que resaltar también que el sistema bipartidista rígido colombiano, a partir del
Frente Nacional, no es el bipartidismo clásico del que hablan los autores, pues para
decir que hay auténtico bipartidismo, la alternación debe de ser sólo una posibilidad,
una mera expectativa y no un hecho seguro, una alternancia pactada contradice el
bipartidismo clásico al que usualmente se hace referencia. Así, el bipartidismo sui
generis que se ha dado en Colombia no fue garantía de estabilidad, pues condujo a la
quiebra del sistema en la década de los cincuenta, ni lo es desde el Frente Nacional,
porque en su singular exclusionismo está gran parte de la explicación de la
inestabilidad persistente.
El hecho de que los partidos políticos que se enfrentaron durante la Violencia, más
que partidos eran intransigentes subculturas políticas, condujo a que al desaparecer la
lucha irracional, no estuviesen preparados para una confrontación democrática, y
entrasen en crisis, pasando a depender de las prácticas clientelistas. La solución a la
intransigencia de los partidos, el Frente Nacional, surgió tras la reanudación de la
violencia y esa utópica ambición de Rojas Pinilla de sustituir un bipartidismo pujante y
conflictivo. Y fue esta inercia pactada la que propició la crisis de los partidos.
El debilitamiento del bipartidismo llevó a que el sistema político del clientelismo
utilizara el Estado, fortalecido en varios aspectos a partir del Frente Nacional, para
compensar la pérdida de control. A su vez, el clientelismo también contribuyó a
aumentar la desconfianza en el sistema, debido a que las prácticas clientelistas que
suponían el manejo poco riguroso de los recursos estatales condujo a una situación
generalizada de corrupción administrativa. Aunque en diferentes niveles éste es un
fenómeno propio de toda sociedad capitalista, en Colombia el comportamiento político
fraudulento o sencillamente antiético en la administración pública, multiplicado y oculto
en las brumas de investigaciones que muchas veces hacen parte de negociaciones
clientelistas ha llegado a afectar un número alto de las decisiones estatales, incluso las
de especial importancia. El problema es que este comportamiento contradice no sólo
cierta amplitud de beneficiarios que debería existir en la sociedad civil con tales
decisiones, sino incluso la racionalidad de reproducción del capital.
Desde este momento entró en crisis el modelo oligárquico, pero no pudo ser
reemplazado con éxito por ningún modelo alternativo, aunque ciertamente existieron
variadas posibilidades que resultaron fallidas. La instauración o más bien la reedición
de la democracia oligárquica que se llevó a cabo mediante el Frente Nacional debe
atribuirse en gran medida al fracaso de los intentos por crear un modelo alternativo. Los
diez años de cambios de la década de los cincuenta fueron años de experimentos de
nuevos modelos que se intentaron instaurar a partir de la ruptura de las clases
dominantes, que supuso la crisis del modelo oligárquico. En primer lugar, el proceso
revolucionario que a partir de la muerte de Gaitán parecía se estaba gestando, a juzgar
por las transmisiones radiales, fue parcial y casi fantasmal. En el otro extremo, Alvaro
Gómez se propuso el establecimiento de un modelo corporativista e intentó incluso
reemplazar la Constitución para darle esta orientación, pero fue frenado por el golpe
militar incitado por los partidos tradicionales, pues veían que en tal proyecto se estaban
poniendo en peligro las bases oligárquicas y clientelistas en que fundaban su poder. Lo
mismo sucedió con el intento del general Rojas de imponer un sistema por fuera de la
lógica bipartidista.
El clientelismo es concebido por autores como Edgar Reveiz como una de las
formas que reviste el tradicional sistema de cooptación, heredado del régimen de
concesiones en que se basó la conquista. Sistema que así reeditado "se ha convertido
en sustituto imperfecto de la seguridad social y de la prestación de bienes públicos por
parte del Estado". Pero en estricto sentido, el origen de lo que se ha denominado el
clientelismo moderno se sitúa a partir del Frente Nacional, puesto que hasta entonces
el crecimiento de las ciudades fue relativamente modesto, pudiéndose reproducir el
viejo sistema sin dificultades.
No obstante, el Frente Nacional sólo fue el factor político de la crisis, pues el factor
económico coadyuvante de la expansión industrial de la segunda posguerra, también
fue determinante. A partir de entonces la migración a los grandes centros urbanos y el
crecimiento de los mismos con amplias zonas marginales, modificaron las relaciones
clientelistas. Pero además, con la expansión económica, el Estado se vio fortalecido y
tuvo capacidad para asumir la prestación de determinados servicios públicos y
aumentar la cobertura de la asistencia social. A su vez, este cambio incidió
directamente en la estrategia partidista, en el sentido de acelerar el proceso de
identificación de intereses y de programas entre los dos partidos. El desarrollo
capitalista fue un factor importante para la consolidación del clientelismo, puesto que se
multiplicaron las posibilidades presupuestarias y aumentó la influencia política de los
gobiernos sobre la economía.
Conviene analizar cuáles eran las características del clientelismo tradicional, para
ver como se transformó hasta su forma actual. Eduardo Díaz señala tres características
fundamentales del viejo clientelismo: El predominio de la lealtad personal no interesada,
el carácter hereditario y vitalicio de la filiación respectiva y la configuración regional de
la adscripción partidista. En cuanto a esta última, fue un hecho que regiones más o
menos vastas fueran conocidas como claramente liberales o conservadoras. Respecto
de la lealtad no interesada, parece ser que la incondicionalidad obedeciera
precisamente a que las gratificaciones eran más bien de tipo emocional.
También a nivel regional hubo cambios. Eduardo Díaz distingue cuatro niveles de
liderazgo en el moderno clientelismo, en el que se sitúan de manera descendente: El
jefe político regional, los subalternos inmediatos del anterior, los funcionarios públicos
de menor entidad, y por último, los líderes o capitanes o tenientes políticos.
Por todo lo expuesto, es un hecho que el clientelismo a partir del Frente Nacional
presenta características bien diferentes, pues el proceso de despolitización bipartidista
hizo que se perdieran estos rasgos, con lo que se solucionó el problema de la violencia
liberal-conservadora, pero se abrió camino a la crisis del régimen bipartidista, debido a
la apatía política, al desánimo electoral y a la consiguiente crisis de legitimidad que dio
lugar a la oposición antisistema armada. No obstante, para algunos autores el aspecto
sicológico sigue en gran medida vigente en el moderno clientelismo, en lo referente a la
identificación, aunque los especialistas en el tema lo consideran prácticamente
inexistente, debido al carácter mercantilista que lo distingue del viejo clientelismo, este
sí, claramente aglutinante por causas emocionales. Pero es claro que el clientelismo en
su nueva versión también cumple una función simbólica e implica una identificación
afectiva, que merece ser estudiada.
Debe reconocerse que ambos tipos de clientelismo tienen un factor común, el de que
no supone negociaciones interpares, toda vez que se trata de "una relación siempre
asimétrica, que se apoya en la diferencia de poder entre las partes". Pero el
clientelismo político moderno se diferencia claramente tanto del clientelismo económico,
como del clientelismo tradicional. Lo que lo distingue de estas otras manifestaciones
del fenómeno es la injerencia creciente del Estado. En Colombia, para obtener un
nombramiento es necesario pertenecer a un grupo político específico, y para ascender
o incluso conservar el cargo, es necesario estar comprometido con el jefe político del
grupo al que se pertenece. Así, "El funcionario público es, antes que servidor público,
representante dentro de la entidad en que trabaja, del jefe político que lo nombró y del
grupo político al que se matriculó. El funcionario pertenece al jefe político". Con esta
práctica se ha intentado compensar el deterioro del sectarismo partidista, en el que se
apoyaba el sistema tradicional.
Normalmente la financiación de las cada vez más costosas campañas sigue siendo
en principio de origen familiar, cuando es legal, como inversión en el prestigio social
que supone un congresista en la familia. Pero es una inversión que también se espera
recuperar en términos económicos, y esto sólo puede hacerse, como lo reconocen
algunos congresistas, substrayendo beneficios del Estado.
Otro de los soportes del clientelismo fueron hasta 1991 los auxilios parlamentarios.
Para mantener las clientelas regionales los congresistas disponían de una partida del
presupuesto nacional de aproximadamente el 1% del valor total, para destinarlos a
obras concretas en las regiones, a modo de auxilio de fomento. También se presentaba
éste fenómeno a nivel de las asambleas departamentales y en algunos consejos
municipales. Las comisiones de presupuesto de cada Cámara se encargaban de
repartirlos entre los congresistas de acuerdo a su número por cada departamento, pero
también con base en negociaciones privadas. Estos auxilios eran tan insuficientes y
obedecen a criterios tan lejanos a la planificación, que sólo benefician al político con el
que las gentes identificaban la obra realizada. Muchos de estos auxilios terminaban en
entidades ficticias o simplemente eran captados para fines particulares. Con la
eliminación de los Auxilios en 1991, la clase política clientelista perdió algo de su
fuerza, aunque con la figura de los Fondos de Cofinanciación se ha burlado de alguna
manera la norma preventiva. Por añadidura, estos fondos dependen en su mayor parte
de entidades muy centralizadas como Planeación Nacional, Minhacienda y Presidencia,
lo que los convierte en instrumentos de negociación del Ejecutivo.
El sistema político ante la incapacidad del Estado de llegar más allá de los grupos
cuyas demandas sean políticamente rentables si se atienden, involucra en la
maquinaria clientelista intermediarios pertenecientes a organizaciones no oficiales
como la Federación Nacional de Cafeteros, que realiza obras por su cuenta en ciertas
zonas, o como las acciones comunales, que suplen al Estado en las zonas deprimidas.
Este tipo de prolongación atípica del Estado tiene efectos positivos a nivel de progreso,
pero es ante todo funcional para las estructuras de dominación, pues legitiman el
sistema en algunos sectores de la sociedad civil a donde difícilmente podría llegar la
negociación clientelar.
A modo de conclusión general, debe señalarse como principal efecto político
negativo del clientelismo, el debilitamiento del Estado. El clientelismo frenó el
fortalecimiento de un Estado que se estaba ensanchando institucionalmente, y esto se
debió fundamentalmente a la inexistencia de una oposición real y alternativa, por la
convivencia parasitaria de los dos partidos en el poder. Al impedir el fortalecimiento del
Estado, el clientelismo le ha impedido asumir el reto de la nueva organización social
que fue creando el desarrollo capitalista. Además del debilitamiento del Estado, se han
señalado como consecuencias políticas negativas del papel protagonista del
clientelismo la confrontación con el Estado de quienes se sentían excluidos de los
beneficios del clientelismo, el alejamiento de los partidos de los verdaderos problemas
de la sociedad y el faccionalismo al interior de los partidos que fragmentó los intereses
partidarios alejándolos de la política oficial, debilitando el Gobierno y potenciando la
crisis.
Una de las consecuencias más negativas del clientelismo ha sido el hecho de que la
proliferación de las prácticas clientelares ha modificado la cultura política colombiana
hasta el punto de exceder el ámbito de los partidos tradicionales en que se ha formado.
Los partidos políticos en general, las guerrillas en sus zonas de influencia y
especialmente el narcotráfico para captar simpatizantes en su guerra contra el Estado,
han recurrido a las prácticas clientelares con frecuencia. Existe una general aceptación
de que el clientelismo es una forma más de hacer política y hasta se ha llegado a
considerar como una parte importante y necesaria de las relaciones sociales. Esta
actitud constituye uno de los más grandes obstáculos para el proceso modernizador,
pues contradice los presupuestos de una transformación de este tipo. Especialmente a
partir de las inconmensurables ganancias del narcotráfico y dadas las condiciones de
miseria generalizada, la práctica clientelista contaminó una gran parte de las relaciones
sociales, modificando una serie de valores necesarios no solo para el desarrollo político
sino incluso para la simple convivencia pacífica. Por ello, es evidente que toda reforma
política sólo puede tener efectos prácticos si logra modificar de alguna manera esta
cultura política del clientelismo, tan férreamente arraigada y tan extensamente
difundida en la sociedad colombiana.
A pesar de que los partidos políticos han sido determinantes en la historia política del
país, los intentos por institucionalizarlos han sido débiles y tardíos. Los partidos Liberal
y Conservador, que han dominado la política colombiana durante mucho más de un
siglo, sólo estuvieron legitimados en 1985 para solicitar al Estado personería jurídica.
En 1990, los firmantes del Acuerdo Político que hizo posible la convocatoria de la
Asamblea Nacional Constituyente se dieron cuenta que era necesario derogar la
prohibición constitucional decimonónica que prohibía las "juntas políticas populares de
carácter permanente", e institucionalizar los partidos políticos, así como estudiar la
posibilidad de hacer obligatoria la democratización interna de los mismos. Pero la
reforma de los partidos políticos es un tema que quedo aplazado en la Constitución de
1991.
Aunque son muchas las temáticas que involucran a los partidos y que deben ser
debatidas, una en especial es la que concentra mayor atención por su trascendencia: la
democratización interna de los partidos. Mientras que el artículo 103 faculta al Estado
para reglamentar a las asociaciones cívicas, sindicales, comunitarias, etc., para que
constituyan mecanismos democráticos de representación, el artículo 108 le prohibe
establecer exigencias en lo referente a la organización interna de los partidos políticos.
El texto que no fue aprobado en el artículo 107 hacía una clara referencia a este
tema:
Fue por ello que, cuando la Ley 130 de 1994 consagró inicialmente la democracia
interna de los partidos y movimientos políticos, la Corte Constitucional, en la sentencia
C-089 de 1994, la declaró inexequible, con lo que quedó claro que era necesario volver
a reformar la Constitución Política para poder introducir en Colombia la
democratización de los partidos y movimientos.
Pero lo cierto es que, salvo esta y otras excepciones, la Corte Constitucional declaró
exequible la Ley 30 de 1994, con base en el artículo 152 de la Constitución, que
permite al Congreso regular el régimen de los partidos. Para ello, señala Eduardo
Pizarro, debió recurrir a innumerables malabarismos intelectuales, pues fue necesario
conciliar lo irreconciliable, un artículo que prohibe la reglamentación y otro que la
ordena.
"La constitución de 1991 abrió las puertas de la participación política, pero fue muy
tímida en la reglamentación de los partidos. Nos quedamos con el pecado y sin el
género del nuevo esquema. Mi gobierno considera básica una reforma de los partidos
para consolidar los espacios de participación abiertos por la nueva constitución".
Los temas más debatidos, en lo que respecta a los partidos políticos, fueron
justamente la imposición constitucional de la democracia interna al interior de los
partidos y de la obligación de hacer oposición, además de la prohibición de la doble
militancia, y la racionalización en la concesión de avales por los partidos.
Con igual empeño se trabajará por parte de los signatarios de este acuerdo porque
en la Ley Estatutaria de Partidos y Movimientos Políticos, se determinen los
mecanismos y procedimientos que hagan efectiva la democratización de los partidos y
movimientos políticos."
Aunque esta es, digámoslo así, la norma reina, de las propuestas por la Comisión,
también se sugirieron normas para evitar la doble militancia y el abuso de los avales,
con el objetivo de combatir la "operación avispa" o lucha por las curules a través de los
residuos, así como otras prácticas antidemocráticas.
También es cierto que el posterior viraje del Gobierno en 1996, proponiendo una
reforma con claros tintes antireformistas, pero manteniendo el tema de la democracia
interna de los partidos, acabo de quitarle toda legitimidad a esta cuestión y ganó
muchos enemigos contra las causas defendidas por la Comisión, como lo demuestra la
vehemencia de sus críticos. Desafortunadamente este viraje del Gobierno, cualquiera
que hubiesen sido sus causas y a pesar de que luego lo corrigió dejando hundir el
proyecto en el Congreso, creo un dilema más para Colombia: “Reformofobia o
Contrarreforma”, el cual debe resolverse a favor de intentar la reforma pero vigilar para
que no se incluyan elementos antireformistas.
Ahora es más que evidente la opción modernizadora, y en ello el Estado tiene aún
un papel importante que jugar, pues, como sostiene Manuel Garretón, "al contrario de
lo que afirman ciertas tendencias neoliberales de derecha, centro e izquierda, en esa
combinación de modernización y democratización sociales, no podrá prescindirse del
fortalecimiento del papel del Estado como agente de ambos procesos". Pero a pesar de
la evidencia, aun se escuchan voces que ponen en duda la necesidad de reformar los
partidos políticos. Voces que se apoyan en visiones catastrofistas de la crisis de los
partidos a nivel mundial, o que se excusan en la esperanza de una presunta
democracia participativa que sobrevendrá como por arte de magia con el fin del
milenio.
Con la elección del candidato de la coalición Gran Alianza por el Cambio el tema de la
guerra y la paz fue el centro del debate institucional. En este aspecto el gobierno del
presidente Pastrana se comprometió con una Reforma Política que traduciría en
transformaciones del sistema político el descontento social y la inestabilidad política
que vivía el país.
El país que encontró la Reforma política propuesta por el Gobierno Nacional fue un
territorio dominado por la polarización, la incertidumbre y el conflicto armado interno
en su máxima expresión. Elisabeth Ungar afirma que “la Reforma se desarrolló en un
estado de afán de un sector de la misma clase por tomar distancia política de la
corrupción y reconquistar alguna legitimidad antes que los alzados en armas entraran
a disputársela”.
Efectivamente, en el caso del artículo 108 que trata de los Partidos Políticos, el sistema
electoral y los votantes, como bien señaló en su momento Juan Martín Caicedo, “el
texto que recibió la Comisión Primera del senado era pálida sombra del originalmente
pactado por las fuerzas políticas: a cada norma bien intencionada le colgaron su
excepción nefasta”. Veamos como fue ese proceso.
En primer lugar se planteo, que con el fin de reafirmar el carácter ideológico de los
partidos y movimientos políticos, disciplinar su acción en temas de la esencia
programática e ideológica y al mismo tiempo propender por su democratización interna,
el proyecto modificaba el régimen de partidos y de postulación de candidatos, y fue así
como se propusieron las siguientes normas:
" *La organización de los partidos estará basada en un esquema democrático que
debe reflejarse en sus estatutos.
* En el nivel territorial la ley establecerá requisitos mas flexibles con el fin de garantizar
una línea de ascenso, que permita que de cumplirse con los requisitos legales, los
partidos territoriales puedan acceder a la condición de partidos nacionales. La
personería se mantiene hasta elección siguiente en ambos niveles. Con todo, será
posible postular candidatos a nivel territorial mediante recolección del numero de firmas
que establezca la ley.
* Los partidos que tengan personería jurídica nacional podrán tener acceso a los
medios de comunicación de carácter nacional, pudiendo avalar candidatos en los
niveles nacional y territorial.
* Los partidos y movimientos en el orden territorial solamente harán uso de los medios
de comunicación del orden territorial, pudiendo únicamente avalar candidaturas a ese
nivel.
" *Articulo 107. Se garantiza a todos los nacionales el derecho a fundar, organizar y
desarrollar Partido y Movimientos Políticos, y la libertad de afiliarse a ellos o de
retirarse.
En cuanto este último artículo, el Gobierno Nacional tuvo que conceder diferentes
puntos en contra de la “reforma inicial” con el fin de no dejar hundir el proyecto,
cuestión ésta que hace pensar más en los intereses electorales de la reforma que en el
verdadero propósito transformador del gobierno. Como sostuvo la senadora Piedad
Cordoba, que había sido miembro de la Comisón de Reforma de Samper, la cual fue
contundente en lo de democracia interna, el resultado final del articulo más importante
no era alentador:
“Con reformas como la del artículo 108 de la Constitución, los partidos mantienen su
estructura y funcionamiento interno al margen de la participación amplia y plural,
promoviendo así los fraccionalismos”.
Así mismo para algunos analistas la Reforma Política en principio no fue un acuerdo
negociado, que representara los cambios por los que atravesaba la estructura política
del país y que dejaba pendientes otros problemas urgentes que afrontaba el país como
la crisis de la justicia, la crisis fiscal, la desigualdad social y el ordenamiento territorial.
Esta reforma considerada por muchos como inoportuna, resultaba un proyecto
electorero más que un verdadero cambio político durable, pues el acuerdo de la Casa
Medina y otros consensos preestablecidos se desfiguraron finalmente en torno a
cuestiones como la cifra repartidora, el umbral, el voto preferente entre otras
propuestas, mostrando una reforma excluyente y sin la legitimidad necesaria para ser
aprobada. Hernando Gomez Buendía lo expuso de la siguiente manera:
“La Reforma Política son tres proyectos de Reforma, el uno limpia las elecciones, pero
las complica, el otro le da enormes poderes a Pastrana, y el otro es un regalito para los
congresistas que voten por la reforma”
La necesidad de una reforma política implicaba pactos colectivos que pasaran del
campo electoral y se constituyeran en conceptos programáticos entre partidos y/o
facciones, que a su vez conformaran fuerzas sociales y políticas organizadas en el
país.
Los partidos políticos de hecho tienen tres fuentes de financiación posibles: las
cuotas de los afiliados, las donaciones de terceros y el capital estatal. La cuestión es
determinar cuáles de ellas y en qué circunstancias deben combinarse, para favorecer
una serie de principios que se considera deben regir las leyes de financiación. Existe
cierta coincidencia entre los autores sobre cuáles deben ser estos principios:
A estos principios, habría que agregar otros tres, que consideramos de trascendental
importancia para la situación colombiana, y que están incluidos en el proyecto del
Gobierno:
- Está muy restringido en países que, como la Gran Bretaña, los consideran sujetos
de Derecho Privado.
- En cambio es muy común en los países en los que son reconocidos o mencionados
constitucionalmente, aunque sean considerados de derecho privado, como Suecia,
Francia, Italia o Portugal.
- Incluso cuando no existe una ley que reconozca los partidos, como es el caso de
Grecia, se acepta la financiación pública.
En Colombia, los partidos políticos son también vistos como entes de derecho
público y por lo tanto reciben financiación estatal, tanto para su funcionamiento como
para las campañas electorales. La cuestión a debatir en el momento actual no es si
debe haber o no financiación pública de los partidos y las campañas electorales en este
o aquel país. La polémica va a centrarse en dos cuestiones fundamentales: la
intensidad de esa ayuda estatal, y las limitaciones y controles que se impondrán a la
actividad partidista y electoral para evitar situaciones de ilegalidad que pongan en jaque
la legitimidad de los procesos electorales.
En segundo lugar, que la financiación estatal debe ser claramente delimitada, pues,
como sostiene Santiago González Vargas: "La democracia pierde su sentido si los
partidos no son agentes, nacidos y sustentados socialmente... la democracia no puede
sobrevivir por subvención".
Tercero, que el sistema que se implante debe considerar el principio de igualdad de los
partidos frente a la ley, pero debe combinarlo con el de favorabilidad para los partidos
con menos tamaño, sin perder de vista la proporcionalidad respecto del apoyo
electoral.
Y cuarto, que cualquier sistema que se diseñe puede resultar inútil si no se preveen
mecanismos que garanticen la transparencia del manejo financiero del partido y un
control sobre sus actividades económicas.
Pero lo que realmente interesa para el debate de mayor o menor financiación son los
casos de países que mediante la financiación estatal pretenden depurar vicios del
sistema electoral, que sería el caso de Colombia. Es decir, no cabe duda que el
sistema de financiación por cuotas es el aparentemente más sano y democrático, pero
la cuestión dialéctica real es entre financiación pública o privada por donaciones. Por
ello resulta importante detectar las razones por las cuales países como Francia, Italia o
Estados Unidos tienden, cada uno a su manera y por distintas razones, a intentar
controlar la financiación privada o incentivar la pública, o ambas cosas
simultáneamente.
No deja de ser paradójico que los Estados Unidos sea el principal acusador
internacional de ilegitimidad del Presidente Samper, por la entrada de dineros de
narcotraficantes en su campaña. En Estados Unidos, técnicamente hablando, un fiscal
no puede acusar por soborno a un funcionario elegido por realizar una acción judicial a
nombre de uno de los contribuyentes. Pero en Colombia, el Fiscal General sí puede
acusar al Presidente por no haber impedido que entrasen en su campaña fondos
provenientes de reconocidos capos, aunque jurídicamente estos no hayan sido
declarados como delincuentes. No obstante, distintas estancias del gobierno
norteamericano han juzgado al sistema jurídico colombiano como muy imperfecto,
castigando a Colombia con la descertificación y otras medidas unilaterales con algunos
visos de neoproteccionismo camuflado a título de sanciones comerciales. Parece ser
que el gobierno de Estados Unidos ha querido dar satisfacción a la opinión pública
de su país demostrando que si bien no ha podido controlar el tráfico interno ni adoptar
un adecuado sistema de educación contra el consumo de drogas, sí ha asestado un
duro golpe a una macabra nación que envenena a su pueblo y a un Presidente que ha
“husseinizado” a su antojo.
Para insistir en que no se trata de un exabrupto nacionalista, basta mirar la prensa
norteamericana, que frecuentemente cuestiona el famoso sistema de Lobby
estadounidense. The New York Times, publicó un artículo titulado "Soborno o
Donación", en el que se expone abiertamente como en la política norteamericana "el
dinero que se da para ejercer alguna influencia forma parte fundamental del quehacer
político, al punto que el sistema de campañas se iría a pique si no se contara con dicho
dinero". Como explica el ex procurador general de Clinton, Philip Heymann, lo difícil
es probar el quid pro quo, pues siempre es fácil argumentar la falta de conexión entre el
aporte y el interés.
Otro ex procurador general, George O´Connell, va más allá de esta simple cuestión
probatoria, pues sostiene que respecto de la financiación de las campañas "existe un
código de silencio entre la gente que participa en la cultura política".
Ese proceso, les ha permitido a los partidos políticos constituirse en legítimas entidades
autónomas provistas de personalidad jurídica. Este hecho ha generado una
reactivación de la actividad proselitista, produciendo un aumento en los gastos
político-electorales, lo cual coloca a estas organizaciones partidistas en una difícil
situación, que los conduce a aceptar la financiación ilegal. Debido a ello, la mayoría de
las legislaciones de América latina, han contemplado la subvención pública.
Vale la pena aclarar que, gran parte de los Estados latinoamericanos han optado por
un sistema de financiación mixto (público y privado) o tienen algún tipo de garantía
directa, indirecta, o mixta de financiamiento público:
De otro lado, es importante señalar que hasta 1998 el único país que carecía de este
recurso era República Dominicana. Pero debido a una modificación a la legislación
electoral en 1997, se consideró una financiación pública de los partidos a partir de 1998,
manteniendo el financiamiento privado por parte de personas naturales. La ley
contempla el financiamiento de partidos por parte del Estado en una cantidad
equivalente al 0.5% de los ingresos nacionales en los años de elecciones generales y
0.25% en los años no electorales.
FINANCIACIÓN PERMANENTE.
Bolivia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador,
Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, y Perú.
Sin embargo, los instrumentos de exigencia de cuentas, aunque en casi todas las
legislaciones son tenidos en cuenta, éstos aún se encuentran sumamente débiles, lo
cual obstaculiza el proceso de transparencia en los procesos electorales, disminuyendo
la credibilidad en los mecanismos que tiene el sistema democrático para garantizar la
competitividad en condiciones justas, así como la legalidad en las acciones de los
partidos políticos en el interior del proceso electoral.
Como se pudo observar con anterioridad, al parecer en los países en donde se está
debatiendo la cuestión de la financiación, existe un predominante consenso en torno a
una mayor financiación por parte del Estado, y al mismo tiempo una tendencia
creciente a establecer correlativas limitaciones respecto al origen y monto de las
contribuciones.
Una de las causas de inclinación hacia esta tendencia, son los crecientes índices de
corrupción que se han ido presentando en las campañas electorales, gracias a que el
aumento en el costo de las campañas provoca una desorbitante influencia del dinero, el
cual es aportado por emporios económicos y en general por las personas con los
recursos necesarios. De esta manera, se abre la puerta grande a la corrupción política,
la cual distorsiona el ideal funcionamiento del sistema democrático y dificulta la justa
competencia electoral, poniendo en tela de juicio la legitimidad del poder político, así
como la verdadera transmisión de la voluntad general.
Así mismo, y referente a este tema, existe un amplio consenso entre los analistas de la
política en considerar indispensable la complementariedad entre las reformas a las
disposiciones legales en materia electoral, y la modificación de las prácticas políticas
por parte de los aspirantes a ser elegidos para un cargo público.
A pesar de todos los problemas señalados, es un hecho que en los países en donde
se esta debatiendo la cuestión de la financiación, existe un predominante consenso en
torno a una mayor financiación por parte del Estado, pero al mismo tiempo una
tendencia creciente a establecer correlativas limitaciones respecto al origen y monto de
las contribuciones.
Desde hace varios años se ha venido reconociendo como un hecho innegable que
durante las dos últimas décadas ha habido una connivencia entre sectores ligados con
el narcotráfico y algunos personajes de la élite política del país. Durante ese tiempo ni
los gobiernos, ni la justicia, ni los medios hicieron caso de quienes denunciaron la
creación de grupos paramilitares aliados a los carteles, hasta que estalló la guerra
entre el Gobierno y Pablo Escobar y el narcoterrorismo se hizo presente en las
ciudades.
Solo a finales de 1993, el Congreso expidió la Ley 84, en la cual reguló de manera
permanente las campañas electorales, pero la Corte Constitucional declaró
inconstitucional lo referente a las campañas, apoyada acertadamente en que la nueva
Constitución había creado el rango de Leyes Estatutarias (con mayoría absoluta del
Congreso y una sola legislatura) para regular materias específicas como esta y que una
ley ordinaria no podía servir igualmente para legislar sobre ese tema.
Así pues, se expidió el Estatuto Básico de los Partidos mediante la Ley 130 de 1994,
que también se ocupa de reglamentar lo referente a las campañas, y que es la norma
vigente. De esta Ley pueden destacarse las siguientes innovaciones:
2. La financiación por parte del Estado del funcionamiento de los partidos mediante
un fondo especial que se constituye anualmente tomando del presupuesto de la Nación
un monto que equivale a $150 por cada ciudadano que este inscrito en el censo
nacional electoral distribuidos por el Consejo Nacional Electoral de acuerdo a ciertos
criterios incluidos en la norma: una suma básica equivalente al 10% del Fondo
distribuido por partes iguales entre todos los partidos y Movimientos Políticos, el 50%
entre los Partidos y Movimientos en proporción al número de curules obtenidas en la
última elección para el Congreso o para Asambleas Departamentales, el 30% para
contribuir a las actividades que realicen los Partidos y Movimientos para cumplir sus
fines y propósitos, y un 10% restante que no tiene asignación específica.
El tema de los beneficiarios es muy poco claro ya que se señala que la entrega que
se haga de los recursos puede hacerse a través de los movimientos, los partidos, o a
organizaciones adscritas a estos; en caso de que se trate de candidatos
independientes respaldados por movimientos sin personería jurídica, los valores se
darán directamente al candidato.
Esta Ley fue señalada repetidamente como inapropiada por distintos autores, y los
propios miembros del Consejo Nacional Electoral la han calificado como incoherente,
ineficaz y falta de rigor conceptual y de procedimientos disciplinarios.
En Colombia las discusiones giraban en torno a sí las campañas deben ser total o
parcialmente financiadas por el Estado, pero a raíz del agravamiento de la situación del
Presidente y los ministros respecto del proceso 8000, se aceptó que lo realmente
trascendente de un cambio legislativo es lo que hace referencia a la transparencia y al
control.
Uno de los más importantes esfuerzos que se han hecho por tratar de reformar esta
ley que rige lo concerniente a la financiación de los Partidos y de las campañas y por
tratar de sanear de alguna manera el sistema político, fue precisamente el proyecto de
Reforma Política que intentó sacar adelante el gobierno nacional a través del Ministerio
del Interior durante la administración Samper.
Como se estudió, esta reforma no pudo salir adelante y se quedo en una simple
propuesta. Sin embargo, es importante señalar los principales aspectos que intentaron
ser objeto de reforma y los distintos planteamientos que vinieron de distintos sectores
con este fin reformista.
La comisión del Congreso de la República decía que esta financiación debía ser mixta,
que las personas jurídicas no podrían hacer donaciones, la propaganda política sería
limitada y la publicidad sería gratuita en los medios de comunicación del Estado.
El Consejo Nacional Electoral sostenía que debía haber una financiación estatal pero
no total sino con reposición por lo gastado y en forma directa. Proponía poner un límite
del 50% del costo total a los aportes de personas naturales. Este organismo señalaría
un costo máximo permitido por campaña. Estaría prohibida la propaganda que
causara polución, mientras que la financiación estatal de la propaganda en los medios
de comunicación se fortalecería. Abogaban tambien por aumentar los recursos del
fondo para los partidos.
En general, los miembros del Consejo Nacional Electoral del periodo anterior,
insistían en querer tener un papel más importante en el control de las actividades
electorales y señalaban que la celeridad con la que se promulgaron las normas
pertinentes al control entorpeció en alguna medida su trabajo y que el carácter
administrativo de sus decisiones hace que los esfuerzos realizados no tengan una
repercusión social proporcional a los mismos. Fernando Cepeda, al criticar la labor del
Consejo Nacional Electoral respecto del control sobre la financiación de la pasada
campaña presidencial, señaló que no obstante parece real una falta de instrumentos
jurídicos por parte de dicho organismo y que "convendría revisar si cuenta con la
estructura y herramientas suficientes para su trabajo".
Por otra parte, un elemento de peso en contra del aumento de la financiación estatal
es la penuria de los presupuestos estatales. Como señala Angel Alvarez, el hecho de
que los Estados latinoamericanos están agobiados por tal número de tareas en el plano
social y económico, que no realizan eficientemente y para las cuales no tienen
suficientes recursos, hace que deba pensarse si se justifica que el Estado aumente su
aporte financiero a los partidos, teniendo que dejar de lado otras necesidades más
apremiantes de una gran parte de la población.
Existe entonces una clara diferencia entre afirmar que los partidos Liberal y
Conservador atraviesan por una gran crisis, y señalar que ello implica su eventual
extinción. De alguna forma es más una crisis del sistema que de los partidos,
reflejada tanto en el abstencionismo (el mayor en América Latina), como en la
evidencia de un clientelismo muy arraigado y una lucha electoral dominada por
grandes capitales. A pesar de ello, los elegidos en todos los niveles (Presidencial,
Congreso, Asambleas, Concejos, Juntas Administradoras Locales), siguen siendo
los candidatos avalados por el Partido Liberal en primer lugar y por el Partido
Conservador con cierta distancia. Pero ninguno de ellos en la actualidad obedece
las instrucciones del partido, salvo excepciones y coyunturas. En los últimos
niveles, el aval se da sin hacer ninguna averiguación sobre la verdadera filiación
del candidato o sus antecedentes políticos o judiciales, e incluso para avalar
candidatos al Congreso no hay mayores requisitos que tener cierto poder regional
y mucho dinero.
A raíz de todos los inconvenientes que se han presentado en este y otros sentidos,
durante la pasada década se han venido formulado múltiples propuestas para
reformar el sistema electoral y de partidos, para lograr una mayor transparencia y
organización de los mismos. La principal de ellas hace referencia obviamente a
la financiación pública de las campañas para las elecciones nacionales en su
totalidad, para evitar la entrada de dineros ilícitos y a su vez evitar que los grupos
económicos influyan en el accionar de los partidos, movimientos y candidatos. De
momento los temas que más consenso han generado son: efectiva limitación de
ingresos y egresos, financiación total de las presidenciales, prohibición de la
publicidad pagada en televisión y limitación de la calidad de aportantes a las
personas naturales.
Se puede decir que el Partido Liberal es el partido que más poder ha tenido en toda
América Latina, pues lleva 150 años compitiendo por el poder, de los cuales la mayor
parte del tiempo ha sido dominante, excepto la larga hegemonía conservadora, el
período de violencia, dos presidencias pactadas y dos presidencias en competencia
libre. Desde el fin del Frente Nacional hasta el momento actual, la vida política nacional
ha girado en buena medida en torno a este partido que, como se verá, ha obtenido el
apoyo de amplios sectores populares y la mayor parte de las presidencias y de los
curules en los cuerpos colegiados, a la vez que ha sido actor central en todos los
momentos claves de la vida política nacional: Olimpo Radical en el siglo XIX,
modernización política en los treinta, movimiento gaitanista en los cuarenta, "La
Violencia" de los cincuenta, el Frente Nacional y su desmonte, la guerra contra el
narcotráfico, la Constitución de 1991, los primeros acuerdos de paz con la guerrilla, la
apertura económica, etc.
El primer planteamiento ideológico del Partido Liberal colombiano fue obra de Ezequiel
Rojas, quien el 16 de Julio de 1848 publicó un artículo conocido como: "La Razón de
mi Voto", en el periódico El Aviso, proponiendo un ideario para que realizara el
gobierno de José Hilario López. En este primer programa se abogaba por la defensa
de los derechos y las libertades públicas, el respeto por la ley y la separación entre la
religión y la política. Se puede decir que se trataba de una ideología burguesa,
derivada de las ideas utilitaristas de Jeremías Bentham, según las cuales el principio
de la utilidad debía buscar la máxima felicidad, convirtiéndose en el regulador de la
moral, el derecho, la política y la economía. Por ello, uno de los objetivos primordiales
de la ideología del Partido Liberal era borrar los rasgos del estado colonial, lo cual
significaba crear un sistema representativo, con separación de poderes, control del
legislativo sobre el ejecutivo, concesión de derechos y libertades públicas a los
ciudadanos y una recta y pronta administración de la justicia. En el campo económico,
el Partido Liberal propugnaba por ampliar el mercado, desarrollando el comercio e
incorporando nueva fuerza de trabajo libre, de indígenas y esclavos. Y efectivamente,
durante la segunda mitad del siglo XIX, hasta que perdieron el poder los liberales en
1985, se llevaron a cabo reformas radicales que respondieron en gran medida al
primer programa liberal: declararon la libertad de cultos, concesión del sufragio
masculino directo, abolición de los diezmos, supresión de la pena de muerte,
separación de la iglesia y el estado, desamortización de bienes de manos muertas,
instauración del matrimonio civil y del divorcio, etc.
a. Principios programáticos
Al parecer los actuales estatutos van a ser reemplazados este año por los
estatutos desarrollados a partir de la Constituyente Liberal, cuando sean
refrendados por las bases del partido mediante votación. Esta especie de
apelación al constituyente originario del partido fue precedida de un interesante
debate en comisiones y grupos sobre cual debía ser la ideología del partido y
como debían ser sus nuevos estatutos. Quienes participaron en ella asumieron
con seriedad la tarea de transformar al partido, pero no constituyen el poder real
del mismo, por lo cual en el aspecto ideológico seguirá siendo un adorno para el
partido de momento más que un paradigma. Es de señalar sin embargo que el
texto final no presenta ambigüedades ideológicas mayores, lo cual significa un
avance respecto del estatuto anterior:
" El Partido Liberal Colombiano es el Partido del pueblo, constituye una coalición de
matices de izquierda democrática... defenderá los principios de tanto mercado como
sea posible, tanto estado como sea necesario; en contraste con el Neoliberalismo que
promueve el capitalismo salvaje". En consecuencia el Partido Liberal incorpora a su
ideario el principio socialdemócrata: si a la economía de mercado, no a la sociedad de
mercado... Mantendrá el principio de función social de la propiedad, que ha sido
bandera del Partido... Fomentará el desarrollo con equidad así como la extensión de la
seguridad social."
Más allá de lo dicho en los estatutos, en la actualidad el partido no ha podido definir
una ideología unificadora de las tendencias que hay en su interior. Sobre todo no hay
ninguna posibilidad de momento de obligar al presidente liberal a cumplir un programa
del partido. Así sucedió en 1984, cuando el Presidente Virgilio Barco inició tímidamente
la apertura económica y Hernando Agudelo Villa, miembro de la dirección liberal en
aquel entonces, lo acusó de estar traicionando la ideología del partido. El presidente
hizo caso omiso del aviso y lo mismo sucedió con su sucesor años más tarde,
existiendo ya el mencionado estatuto, que es incluso más enfático en cuestiones
ideológicas. Con base en ese estatuto el partido había presentado en 1990 su
programa para los siguientes cuatro años, reivindicando las ideas de la
socialdemocracia y apartándose expresamente de la corriente neoliberal,
considerándola perjudicial para los sectores populares. Pero justamente el candidato
elegido en la consulta de ese año, César Gaviria, declaró no estar de acuerdo con
dicho programa y de hecho, una vez elegido presidente hizo exactamente lo contrario
de lo señalado por el partido, siendo conocido su gobierno como esencialmente
neoliberal por haberse lanzado a un proceso de apertura económica radical,
privatización de empresas estatales, etc. Aunque en verdad tal proceso no fue tan
audaz, pues se trató de una apertura económica tímida en términos comparativos,
era evidente la falta de sintonía entre el Presidente y el Partido respecto de los asuntos
ideológicos.
De hecho ante la división ideológica del partido entre los gaviristas, presuntamente
neoliberales, y los samperistas (seguidores de Ernesto Samper) y serpistas
(seguidores de Horacio Serpa), autodenominados socialdemócratas, aparecieron dos
nuevas líneas. Por una parte Juan Manuel Santos publicó una obra sobre la aplicación
de la Tercera Vía en Colombia, y Álvaro Uribe expuso ante la prensa y grupos de
estudio su tesis del Estado Comunitario, en la cual se aparta del modelo neoliberal por
injusto, de la Tercera Vía por considerarlo un tatcherismo encubierto, y de la
socialdemocracia, por estar apoyada en la burocratización del Estado. Luego Juan
Manuel Santos hizo un pacto con el Partido y entró a participar en el proceso de la
Constituyente Liberal, hasta que aceptó el Ministerio de Hacienda, desde donde
propuso una reforma tributaria por el mismo llamada "de sudor y lágrimas", totalmente
en contravía del discurso socialdemócrata que estaba dominando en la Constituyente
Liberal.
Lo importante es señalar que mientras hubo éxito electoral en las presidenciales el
partido no se preocupó mayormente por estas cuestiones ideológicas, aunque sí hubo
algunos debates, sobre todo en 1992 y 1993 entre los llamados socialdemócratas y
neoliberales. De hecho la mencionada Constituyente Liberal, una propuesta surgida en
1998 de convocar a las bases liberales directamente para definir ideológicamente el
partido, reorganizarlo y renovarlo, surgió justamente de esa derrota, como lo reconoce
su propio Secretario General: "La pérdida de las elecciones presidenciales en 1998 en
últimas ha sido benéfica para el Partido Liberal por permitirle replantearse como
organización. Dentro del partido existen fuertes corrientes que llaman a retomar
ideales tradicionalmente socialdemócratas, a recobrar las raíces sociales del partido,
repensar su organización y elaborar un proyecto político acorde a ello, para ser
llevado a cabo una vez se encuentre en el poder el partido". En este mismo sentido,
también expresó uno de los miembros de la burocracia del partido más cercanos al
excandidato Horacio Serpa: "En estos momentos el Partido Liberal de Colombia
enfrenta un momento especial en el que el camino a seguir está por definirse, después
de perder las elecciones del año pasado parece ser la hora de emprender cambios y
procesos de renovación, en esta dirección apunta la Constituyente Liberal". De hecho,
la constituyente liberal, en uno de sus documentos de difusión, insiste en que tal
búsqueda de identidad ideológica legitima dicho proceso: "La Constituyente surge por
la necesidad de superar la confusión que existe en los cuadros directivos y en las
bases liberales, sobre cuáles son realmente los fundamentos, las bases ideológicas y
los compromisos programáticos."
Lo que en efecto sucedió entre las "irreconciliables posiciones ideológicas", fue que
todos terminaron aceptando que son socialdemócratas, aunque no está muy claro
como se evitará que cada presidente no obre según le parezca sin ninguna
consecuencia al ser elegido. De hecho, César Gaviria y su exministro de Hacienda,
Rudolf Hommes, manifestaron públicamente que no son neoliberales en absoluto,
sino socialdemócratas. A esta confluencia contribuyó el hecho de que en 1999, gracias
sobre todo a la diplomacia de partido de María Emma Mejía (exministra de Relaciones
Exteriores), el partido fue aceptado como miembro pleno de la Internacional Socialista
en 1999 (ya era observador desde 1982), e incluso ese mismo año se organizó una de
las reuniones regionales en Colombia, siendo anfitrión el Partido Liberal, y todos los
jefes importantes la aceptaron sin chistar, e incluso muchos asistieron. Horacio Serpa
a partir de 1999 comenzó a expresar la necesidad de "colombianizar los criterios de la
Internacional Socialista", y al parecer todos terminarán aceptando formalmente esos
contenidos.
Es importante señalar que estas discusiones ideológicas solo se dan en las altas
esferas o entre los militantes con mucha formación académica involucrados con la
burocracia nacional del partido, aunque el impresionante y persistente trabajo
desplegado por los organizadores de la Constituyente sí ha logrado ampliar en cierta
forma ese debate hasta el punto de que cualquier candidato liberal va a tener que
tener a mano la palabra social-democracia en sus discursos, cualquiera que sea su
verdadero pensamiento y su intención política.
En síntesis, los principios prográmaticos del partido siempre han estado
orientados por una concepción progresista de la sociedad, defensora del
intervencionismo, de la secularización, de la responsabilidad del Estado, y de
hecho, ha sido el partido de avanzada en Colombia, en el contexto
conservadurista del país (entre los partidos que han tenido poder). Sus líderes han
realizado o intentaron adelantar los mayores procesos de transformación
conocidos, destacandóse entre ellos a Alfonso López Pumarejo (Revolución en
Marcha), Jorge Eliecer Gaitán y Luis Carlos Galán, entre otros. Sin embargo sus
programas en el gobierno no han pasado de ser "liberales" en estricto sentido, no
diferenciandose en casi nada de los de los conservadores en las últimas décadas.
Es decir, su progresismo es mayúsculo en el contexto de la comparación con toda
la historia del partido conservador en Colombia, pero pierde fuerza al estudiársele
fuera de esa relación o analizarse detenidamente su comportamiento durante los
gobiernos que ha tenido en los últimos años. La pretensión de algunos de su
lideres de querer ocupar el partido el espacio de la izquierda moderada o
centroizquierda del espectro político, lo cual quedó consagrado en el texto de la
Constituyente definitivo, puede ser sincera pero no es posible de momento, pues
en términos absolutos sigue siendo un partido de centro, como quedó ratificado en
el estudio de autoubicación ideológica.
b. Autoubicación ideológica.
Cuadro II: Medias de autoubicación ideológica de los miembros del PLC (1= Izquierda y
10= Derecha)
1998: Legisladores n = 41
5
1999: Legisladores, Dirigentes y Militantes n = 7
5,7
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Pregunta Realizada: “Utilizando una escala ideológica donde 1 sea izquierda y 10
derecha: ¿dónde se ubicaría usted?” Fuente: PELA (1998), PPAL (1999).
Cuadro III: Medias de Ubicación del PLC según las percepciones de los miembros de los
otros partidos (1= izquierda y 10 = Derecha)
1998: Legisladores n=21
6,4
1999: Legisladores, Dirigentes y Militantes * n = 9
4
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Pregunta Realizada: “Utilizando una escala ideológica donde 1 sea izquierda y 10
derecha: ¿dónde situaría usted a los otros partidos? ”Fuente: PELA (1998), PPAL (1999).
3. EL PARTIDO COMO SISTEMA. LAS CINCO CARAS DEL PARTIDO
El Partido Liberal fue minoritario durante la primera parte del siglo XX, pero desde la
década de 1930 ha sido electoralmente mayoritario, y ello se ha reflejado en el
dominio del Congreso desde entonces y en el hecho de que cuando ha habido libre
competencia (respecto de los partidos tradicionales) siempre ha ganado las elecciones
presidenciales, excepto en tres oportunidades, dos de ellas por divisiones internas
(1946,1982), manteniendo en esos dos casos la superioridad numérica.
Especialmente desde la finalización del Frente Nacional en 1974 ha sido tal el éxito
electoral del partido que algunos llegaron a vaticinar su conversión en una especie de
PRI colombiano.
Todo parece indicar entonces que la mayoría liberal se debe no solo a que tiene una
mayor maquinaria política, sino también a ese voto tradicional del que hablaban los
primeros analistas de comportamiento electoral. Es decir, hay más votos liberales
también porque parece haber más personas que tienen sentimientos arraigados de
simpatía al partido, bien por razones familiares, o por tradición local, pues hay pueblos
y regiones total y casi totalmente liberales (y conservadores también), o por una
simple afiliación tradicional irracional al color, la historia, los personajes y el simple
nombre, al estilo de las fanaticadas del deporte. Aunque se insiste frecuentemente que
la adhesión partidista ha bajado y se citan encuestas sobre la pérdida de confianza en
los partidos, parece ser que aunque las personas hablen mal de los partidos
tradicionales en Colombia, a medida que se aproximan las elecciones afloran esos
sentimientos de pertenencia y los resultados indican que además se reflejan en votos.
Esto explicaría en parte los triunfos liberales en el Congreso y muchas presidenciales,
pero no su derrota en las presidenciales de 1998, en las que como se verá, pareció
operar más bien el "rational choice" de Downs (1957).
De cualquier forma el éxito del liberalismo electoralmente es evidente y basta para ello
mirar los resultados electorales desde 1974 hasta hoy para comprobarlo. Sin embargo,
además de los motivos comunes señalados, las razones del mismo son muy diversas y
varían en los diferentes niveles (nacionales, departamentales y municipales) y en cada
coyuntura histórica (fin del Frente Nacional, tragedia del Palacio de Justicia, nueva
Constitución en 1991, etc.). Es importante sin embargo explicar el éxito del partido en
algunos de estos niveles y con relación a ciertas circunstancias para aproximarnos a la
realidad electoral del partido más allá de explicaciones omnicomprensivas, y sobre
todo analizando hasta qué punto se deben, como se suele argumentar, al clientelismo
y compra de votos y al diseño del sistema electoral. Varía, pues, mucho la explicación
de las presidenciales a las parlamentarias, antes y después de la inclusión de la
elección popular de alcaldes o de la Constitución de 1991, en las regiones que en las
ciudades, en las asambleas que en los concejos, en regiones costeras o de montaña,
en zonas de guerrilla o de paramilitarismo, etc. Este estudio generalizado apenas se
está realizando en forma y no es el objetivo de esta breve síntesis, en la que
enfatizaremos sólo los aspectos más generales y algunas particularidades
sobresalientes.
Un rasgo que debe señalarse para entender la primacía electoral del Partido Liberal es
su capacidad de adaptación. Con el objetivo justamente de "desbaratar los feudos
podridos del bipartidismo", o sea quitarle fuerza a los llamados barones electorales que
manejan esas maquinarias para lograr su propia elección, la elección de sus
protegidos y "vender" sus votos al candidato presidencial, la Constitución de 1991
fomentó la creación de partidos políticos pequeños, reconociéndoles fácilmente la
personería jurídica. Pero esa aspiración pluripartidista inspirada en ríos de tinta
impresa sobre el exclusionismo del sistema bipartidista, al combinarse con un sistema
electoral que otorga curules a los residuos, aunque sí afectó a dichos barones
considerablemente, tuvo otras consecuencias, bien diferentes a las esperadas.
Ninguna tercera fuerza se pudo consolidar como alternativa al bipartidismo, con lo cual
en su debilidad perdieron su independencia, cayendo frecuentemente en pactos
absurdos con los mismos líderes que son objeto permanente de sus críticas.
Pero el efecto sobre el Partido Liberal de esta y otras reformas contra el clientelismo
(eliminación de los auxilios, circunscripción nacional para el senado, inhabilidad para
pasar de ser congresista a ministro, etc.), fue también inesperado, pues los dirigentes
liberales, para evitar que su mayoría electoral perdiera fuerza ante unas minorías
dispersas recién llegadas, decidieron presentar un gran número de listas para las
elecciones legislativas, de modo que si bien se perdían muchos votos que nunca
obtenían representación, un buen número de cabezas de listas liberales ganaban
curules con muy pocos votos, volviéndose un sistema formalmente plurinominal en un
sistema en el fondo uninominal.
La llamada "operación avispa" fue exitosa para el partido en la medida en la que siguió
siendo la mayoría numérica, pero la falta de cohesión partidaria que se venía dando
desde el Frente Nacional se profundizó aún más, pues cada candidato se convirtió en
un pequeño partidito con sede, recursos propios, burocracia independiente, y por
supuesto, casi total autonomía al tomar sus decisiones. Estas "empresas electorales"
se han convertido en el nuevo blanco de las reformas políticas, que quieren revertir
una supuesta fragmentación e incluso atomización de los partidos, proponiendo
medidas como la lista única, el umbral y la prohibición de la doble militancia, con la
idea un tanto peregrina de que al mismo tiempo se forzaría a las minorías para unirse
en una gran tercera fuerza que compita con el bipartidismo. No interesa en este escrito
analizar la bondad de esas reformas pero sí tratar de entender cómo es el Partido
Liberal en su cara electoral.
Con toda su fragmentación, sus nefastas influencias, sus terribles errores como
gobernante y su negligencia como legislador, los resultados electorales del Partido
Liberal lo sitúan como la organización política más fuerte del país, y de alguna forma
como una especie de débil contrapeso para equilibrar en términos de legitimidad la
fuerza desestabilizadora de la guerrilla. Se trata de un partido que no está
sobrerepresentado ni está favorecido por el sistema electoral de forma inequitativa
como se pensaba, que tiene una impresionante base social no explicable por el simple
clientelismo y aun sin estudiar suficientemente, y que en síntesis es el eje del sistema
de partidos en Colombia.
El siglo XIX estuvo más marcado por triunfos bélicos que electorales, por lo cual es
mejor medir el rendimiento electoral del Partido Liberal durante el siglo XX. Los
primeros 30 años del siglo estuvieron fuera del poder, pues era la continuación de la
Hegemonía Conservadora, paradójicamente inaugurada por un liberal independiente,
aunque hubo colaboración a partir de cierto momento.
Colombia ha sido uno de los países con mayor continuidad electoral durante el siglo
XX en Latinoamérica, pues todos sus presidentes han llegado al poder por elecciones,
a excepción de José Manuel Marroquín a principios de siglo (1900-1904) y Gustavo
Rojas Pinilla (1953-1957), que no eran liberales, o asumieron como encargados por
falta del presidente elegido. Así pues, todos los presidentes del Partido Liberal han
llegado al poder por las urnas (o como reemplazos), y las dos únicas dictaduras civiles
que ha habido, Mariano Ospina Pérez (1949-1950) y Laureano Gómez (1950-1953)
fueron gobiernos conservadores. Pero el Partido Liberal, a pesar de ser mayoritario
desde 1930 ha tenido menos presidentes elegidos en el siglo (11), que el Partido
Conservador (12). Para entenderlo deberemos clasificar el rendimiento electoral para
las presidenciales del Partido Liberal en cuatro períodos:
Primero: Período de ausencia por hegemonía conservadora: Desde finales del siglo XIX y
hasta 1930 fue un partido ausente del poder presidencial, debido a la Hegemonía
Conservadora.
Segundo: Período de República liberal: Comenzó cuando llegó al poder en 1930 Enrique
Olaya Herrera, debido a que el conservatismo se presentó dividido a las elecciones, pero
también al desgaste de ese partido en el poder durante tantos años y una serie de
problemas sociales y políticos. En este período se destaca la presidencia de Alfonso
López Pumarejo (1934-1938) y su programa de modernización "La revolución en Marcha".
Tras cuatro presidencias liberales (Enrique Olaya, Alfonso López, Eduardo Santos y
Alfonso López nuevamente), termina este período con la derrota en las presidenciales, al
llegar el partido dividido a las elecciones de 1946: la ala derecha del partido, liderada por
Gabriel Turbay, y el ala izquierda, con Jorge Eliécer Gaitán al frente.
Tercero: Período de ausencia por violencia política y régimen militar: Con el asesinato en
1948 del casi seguro ganador de las siguientes elecciones presidenciales, Jorge Eliécer
Gaitán, durante la presidencia del conservador Mariano Ospina Pérez, la violencia política
se acentuó hasta el punto de que los liberales no participaron en las elecciones de 1950 y
luego vino el golpe militar de 1953, que duró hasta 1957.
Cuarto: Período de la alternancia por el Frente Nacional: A partir del pacto bipartidista y
durante 16 años, los liberales ocuparon la presidencia cada cuatro años, primero Alberto
Lleras Camargo (1958-1962) y luego Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), pero no la
ganaron por contienda electoral libre.
PRESIDENCIALES 1974
Candidato Partido Votos Porcentaje
Alfonso López Liberal 2.929.719 56.20
Total 5.212.133
Fuente: Registraduría Nacional
En la segunda elección del Frente Nacional, los liberales triunfaron nuevamente frente
a los conservadores, aunque la diferencia fue mucho menor (49,5 contra 46,6). Se
considera que a partir del triunfo de Julio Cesar Turbay Ayala comenzó una nueva
etapa de la política liberal y nacional, pues llegó a la presidencia sin ser jefe natural,
ascendiendo lentamente los escalones de la política nacional, gracias a su magistral y
paciente manejo de la maquinaria clientelista, la cual estaba reemplazando a las
jefaturas naturales ante el debilitamiento de los lazos ciudadanos con los partidos
ocurrida durante el Frente Nacional.
PRESIDENCIALES 1978
Candidato Partido Votos Porcentaje
Julio César Turbay Liberal 2.503.681 49.50
Total 5.075.719
Fuente: Registraduría Nacional
El siguiente gobierno fue conservador, a pesar de que la mayoría de los votos los
obtuvieron los liberales (más del 50%), puesto que estos presentaron divididos en
dos candidaturas: López Michelsen (para ese momento expresidente y oficialista) y
Luis Carlos Galán (el nuevo disidente liberal).
PRESIDENCIALES 1982
Candidato Partido Votos Porcentaje
Alfonso López Liberal 2.797.627 41.00
Luis Carlos Galán Liberal 745.738 11.00
Total 6.840.392
Fuente: Registraduría Nacional
Para el siguiente período electoral hubo que imponer un jefe natural en las elecciones
de 1986, para dar una apariencia de unidad en las elecciones. Así como con Turbay
había terminado el llamado sistema de la fila india para la elección presidencial, en
1985 se desató una guerra entre los caciques regionales, que se consideraban con
igual derecho a la presidencia, y fue necesario que un grupo de "notables" eligiera a
Virgilio Barco como candidato y lo hiciera aceptar lentamente por los distintos grupos,
para "conservar la ficción de un Partido Liberal unido, con cobertura nacional" La
victoria liberal fue aplastante (58.3% contra 35.8% de los conservadores).
En la última década, de las tres elecciones presidenciales que hubo, el Partido Liberal
salió triunfador en las dos primeras, 1990, 1994, mientras que fue derrotado en 1998
por el conservador Pastrana, aliado con algunos liberales e independientes. Para la
elección de 1990 seguramente el presidente hubiera sido Luis Carlos Galán, quien
había creado un nuevo Partido Liberal (Nuevo Liberalismo) para regresar triunfante al
liberalismo oficial años después, a pesar de haberle significado su división la derrota
de los liberales en la presidencia ocho años atrás. Su asesinato catapultó a Cesar
Gaviria, uno de sus seguidores, como candidato oficial, luego de ser nominado por el
hijo adolescente de Galán durante el funeral. El turno para tal candidatura hubiera sido
para Ernesto Samper, pero el mencionado señalamiento y el hábil manejo político de
Gaviria le hicieron perder la consulta a Samper (primarias), quien debió esperar cuatro
años más. El éxito que tuvo Gaviria en la consulta se repitió en las elecciones, pues
ganó con el 47,80% obtuvo 2.891.808 votos, aunque le ayudó el hecho de que el
Partido Conservador se presentara dividido.
PRESIDENCIALES 1990
Candidato Partido Votos Porcentaje
César Gaviria Liberal 2.891.808 47.80
Total 6.047.576
Fuente: Registraduría Nacional
PRESIDENCIALES 1994
PRIMERA VUELTA
Candidato Partido Votos Porcentaje
Ernesto Samper Liberal 2.623.210 45.10
Total 5.821.331
PRESIDENCIALES 1994
SEGUNDA VUELTA
Ernesto Samper Liberal 3.733.336 50.27
Total 7.427.742
Fuente: REGISTRADURIA NACIONAL
1998
PRIMERA VUELTA
Candidato Partido Votos Porcentaje
Horacio Serpa Liberal 3.696.344 34.38
Total 10.751.465
1998
SEGUNDA VUELTA
Horacio Serpa Liberal 5.658.518 45.97
Total 12.310. 107
Fuente: Registraduría Nacional
Ante la derrota electoral después de tres gobiernos liberales, el Partido Liberal entró en
un proceso de transformación interna, en el que al mismo tiempo se busca una
reestructuración del partido en su cara burocrática y reunificar a sus principales líderes
en torno a una candidatura única para el 2002. Es de preveer que si logran esa
unidad y el actual gobierno conservador mantiene sus altos índices de imagen
negativa los liberales puedan nuevamente tener la presidencia, incluso sin necesidad
de transformaciones reales en la cara burocrática. Pero también puede suceder que la
conservadora Noemí Sanín, dentro o fuera del partido, arrastre a los decepcionados.
Todo dependerá del curso que tenga el proceso de paz y el ritmo de recuperación de
la economía.
Cuadro XII: Elecciones Para Senado a partir del Final Del Frente Nacional.
1974 1998. Partido Liberal
Años Liberal
1991 18
1994 22
1997 19
2000 19
Fuente : Registraduría Nacional Del Estado Civil
Puente
95 60.523 32 20.902 4
Aranda (11)
Localidad y
ediles
asignados Listas Votos Escaños
Total listas Total votos
() liberal liberales liberales
Desde 1849 hasta el año de 1885 el Partido Liberal se mantuvo en el poder, en lo que
se conoce como el Olimpo radical. En esta época, uno de los puntos centrales de
disputa entre el Partido Liberal y el conservador fue el problema religioso, que se
expresó en ocho guerras civiles, y decenas de revueltas regionales. La división liberal
comenzó luego de la guerra de 1876-77, cuando el partido se dividió entre radicales e
independientes con Rafael Nuñez. El Partido Conservador también se dividió entre
nacionales, favorables a Núñez e históricos, opuestos a cualquier alianza
suprapartidista. Finalmente durante el gobierno de Núñez de 1884, el radicalismo
liberal se lanzó a la revolución de 1885 para recuperar el poder, y el Partido
Conservador decidió apoyar al presidente y formó junto con él, el Partido Nacional, que
daría origen a la Regeneración.
Alfonso López (1974-1978), fue el primer presidente elegido libremente desde 1946.
Propuso la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, la cual nunca se
reunió, al ser declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia y denunciada
como no representativa por los partidos minoritarios, a los que se les excluyó de
participar en la misma. A pesar de haber iniciado su mandato con políticas favorables a
los trabajadores, el Paro Cívico Nacional de 1977 demostró el grado de insatisfacción
que producía la continuación real del Frente Nacional superada la fecha de su
terminación formal y la respuesta represiva a las movilizaciones evidenció que aquella
seguiría siendo la respuesta oficial a las exigencias de modernización política.
Pero la dinámica tradicional de funcionamiento del congreso está lejos de esa imagen,
debido a la gran independencia que tienen los congresistas respecto del partido. Existe
por supuesto una Junta de Parlamentarios Liberales, que se reúne para debatir
posiciones comunes y en algunas oportunidades escuchan la opinión del director del
partido o de los expresidentes. Sin embargo, al momento de votar no hay una
coincidencia con la aparente unanimidad de muchas de esas reuniones. Como
finalmente los congresistas utilizan la "franquicia" del partido a cambio solo de apoyo
durante las presidenciales (y a veces no apoyan al propio candidato del partido), no
dependen para nada del partido, ni como gobierno, ni como legislativo ni como
burocracia, y ni siquiera como simpatizantes. Esto porque ellos tienen sus electores y
se financian las campañas sin ayuda del partido, siendo la regla general el
personalismo. Quienes votan para congreso no lo hacen por el partido sino por el
personaje, a quien reconocen como defensor de su región, su raza, su oficio, o que
bien porque le ofrece una serie de ventajas a través de su maquinaria electoral
(puestos, becas, servicios privilegiados en entidades estatales, etc.). Por ello, a pesar
de que la Constitución de 1991 creó la circunscripción nacional para el Senado, ésta
siguió siendo regional, de modo que se puede concentrar el 90% de los votos en un
solo departamento, y de hecho en las listas elegidas en 1998 hubo un promedio de
concentración del voto de 67.41%.
En el Legislativo el desempeño del partido es pobre, por cuanto los congresistas que
están interesados en crear algún beneficio, éste está dirigido básicamente a las
regiones donde están sus electores. Por otra parte su voto es frecuentemente
negociado con el ejecutivo a cambio de puestos para sus correligionarios en los
distintos niveles de la administración central u otras dádivas. La Constitución de 1991
prohibió que se nombraran ministros a los congresistas para evitar este negociado,
pero muchos de los entrevistados insisten en que esa es la figura dominante, y que
todo presidente tiene por lo menos un lopista en el Congreso para afinar los acuerdos
y que muchas veces este es el propio Ministro del Interior o de la cartera referente al
proyecto en cuestión. Existen por supuesto congresistas estrellas en el Partido Liberal
(y en los otros) que producen y promueven proyectos de ley importantes y buscan
estar en las comisiones de las cámaras para trabajar por ellos, pero lo hacen más a
título personal que como representantes del mismo.
Los que mandan en el Partido Liberal son los congresistas, y especialmente los
senadores. Se puede constituir una Comisión Política Central que transmita la voluntad
de los congresistas a la Dirección Nacional, pero no siempre existe (en este momento
no la hay), y de todos modos el poder lo ejercen directamente los congresistas a través
de la Junta de Parlamentarios Liberales, que se reúne cuando quieren en el recinto del
Congreso y transmiten sus decisiones al Director Nacional o a la Dirección Nacional.
También son los congresistas los que dominan las convenciones, a las que se llegan
con prácticamente todas las decisiones tomadas en reuniones previas. No obstante,
algunos temas se salen de las manos, y los miembros no parlamentarios de la
convención logran imponer en ocasiones sus propuestas, aun con oposición de los
congresistas. Tal cosa sucedió en la convención ordinaria de 1995, en la que logró
evitarse la derogación del código de ética, que suponía la expulsión del partido de
miembros condenados por algún delito, y efectivamente muchos congresistas, algunos
de ellos "vacas sagradas" del partido fueron expulsados por este motivo.
Los congresistas representan los poderes regionales de los partidos, son la cabeza de
una especie de partido independiente, con una bien estructurada red de influencia
electoral en los departamentos y los municipios. La mayoría de los miembros de los
concejos municipales y asambleas departamentales dependen de estos jefes políticos,
y algunos representantes a la cámara son sencillamente los segundos en el grupo de
un senador poderoso. La elección popular de alcaldes que comenzó en 1988 supuso
un revés para estos "caciques", pero pronto recuperaron el control a través de hábiles
alianzas. Luego la Constitución de 1991 introdujo normas para disminuir su poder, pero
el efecto ha sido relativo, aunque algunos sí se vieron afectados. La eliminación de los
auxilios parlamentarios fue reemplazada por otras formas legales de negociación con
los bienes del Estado en beneficio de las regiones con fines electorales, y como se
explicó la circunscripción nacional para el Senado no tuvo el efecto buscado porque los
congresistas se las arreglaron para conseguir los votos suficientes en uno o dos
departamentos de su influencia.
El problema fundamental de esta nueva etapa del partido, tras la derrota presidencial
de 1998 ha sido definir lo que supone reorganizar el partido, pues mientras para unos
es sencillamente "aceitar las maquinarias electorales" y llamar a orden a los
colaboracionistas, para otros supone reestructurar el partido radicalmente. Estos
últimos han logrado convencer, gracias a la derrota electoral, a importantes miembros
del partido de adelantar una Constituyente Liberal, incluido al propio Serpa, quien le ha
dado todo su apoyo, cuidándose de no parecer que sea "su constituyente". Por ello en
parte renunció a la dirección nacional del partido y estuvo de acuerdo con el ingreso de
Santos a la misma.
El partido está legitimado para dar avales para todas las elecciones, pero como no
tiene organización en los departamentos y municipios, delega esa función en los
congresistas. Estos suele tener "casas liberales" que son sus propias sedes de
campaña y negocian con los candidatos la entrega de avales a cambio de apoyo
político en las elecciones legislativas y presidenciales. Estas casas reemplazan en
cierta forma la organización del partido, pero no hay ningún control sobre ellas. No
obstante esas redes, las diferentes normas de apertura política del desmonte del
Frente Nacional han roto algunos de esos vínculos (ya es más fácil crear partidos), y
los diputados independientes en el partido buscan crear su propio espacio
presentándose directamente al partido a pedir su aval.
La burocracia nacional del partido está financiada por el Estado, mientras que las
campañas electorales son financiadas exclusivamente por los candidatos y sus
patrocinadores. El partido recibió en el 2000: 2.668.840.535 de pesos, equivalentes a
1.2 millones de dólares.
En cuanto a las presidenciales, luego del escándalo por la utilización de
dineros del narcotráfico en la campaña del candidato Samper, y la violación de los
topes establecidos por parte de ambas campañas en 1994, hicieron que se vigilara
la financiación de las campañas de 1998 con extremado rigor por parte de una
veeduría ciudadana. Según ese informe, la campaña de Horacio Serpa por
ejemplo había gastado en su primera vuelta, para el 31 de mayo de 1998, un total
de 8.196.228 pesos (unos 4 millones de dólares al cambio actual), o sea el 94,9
por ciento de los gastos permitidos. El aporte privado fue de 4.440.638 (unos dos
millones de dólares al cambio actual), donado por 356 personas, destacándose el
de 11 empresas de los principales grupos económicos del país.
En lo referente a las campañas para Senado y Cámara, según cálculos que se hicieron
en 1994, una campaña gasta unas cinco o diez veces el dinero autorizado por el
Consejo Nacional Electoral. Por ejemplo si en 1994 se limitaba a 100 millones (50.000
dólares al cambio actual) el gasto de una campaña al Senado (y de hecho ninguna
reportó gastos mayores a 95 millones), se calculaba, analizando los precios del
momento y los gastos obvios que el gasto total de la campaña bien podría estar entre
los 500 y 1000 millones (250.000 a 500.000 dólares al cambio actual, entonces era la
mitad). Es de presumirse que la proporción se haya mantenido para las últimas
elecciones, para campañas de liberales y conservadores por lo menos. Puede
comprenderse entonces porque habiendo tantas listas al Congreso, la política en su
cara electoral es una auténtica danza de los millones. Piénsese por ejemplo lo que
costaron el conjunto de las 148 listas que presentó el Partido Liberal en las elecciones
de 1998 al Senado (de un total de 319, o sea un 47%).
Según los liberales encuestados, el partido plantea tener mayor cercanía con grupos
sociales como las asociaciones empresariales, nuevos movimientos sociales,
organizaciones religiosas, grupos étnicos minoritarios, asociaciones profesionales y
grupos sindicales. Ellos mismos identifican su potencial electoral en grupos de
pensionados, profesionales, obreros, burócratas, católicos, trabajadores rurales y
sindicatos principalmente.
En la práctica las bases del partido son la enorme red de concejales liberales y líderes
de colectividades, llámense ediles o presidentes de acción comunal o jefes sindicales,
pertenecientes al partido, que tienen contacto directo con el elector, a quien ofrecen
una serie de incentivos selectivos a cambio de su fidelidad.. Esta consiste no solo en
votar de acuerdo a las instrucciones del líder (importando muy poco su variabilidad)
sino también asistir a mítines de apoyo al candidato que él señale. De alguna forma la
negociación clientelista ha ido construyendo una extraña y voluble base social del
partido, solo que el punto de unión de la misma es a través de los negociadores del
voto. Los analistas siempre han presumido que esa base no es representativa sino
meramente mercenaria, pero es bien posible que muchas de esas colectividades
liberales tan folclóricamente organizadas estén alcanzando una representación
legítima de sus intereses a través de un sistema éticamente censurable pero práctico
para sus necesidades.
Las bases del partido no tienen poder en la toma de decisiones del partido, lo que los
convierte en unos meros intermediarios del voto, sintiéndose muchas veces incómodos
de ser utilizados en este sentido. Justamente los diputados y concejales son los que
más han apoyado en las reuniones descentralizadas de la Constituyente el cambio de
las reglas de juego y uno de los planteamientos que más se han discutido en la misma
ha sido el de lograr una democracia interna que reemplace el poder de los jefes
electorales de primer y segundo orden (nacionales y regionales). Un síntoma de esta
inconformidad ha sido el creciente éxito de candidaturas independientes en los
municipios, fenómeno que se viene notando con fuerza desde comienzos de la
década .
Si bien en los partidos actuales en el mundo el control de las bases es mínimo unas
normas de democratización del poder en el partido no excesivamente radicales pueden
contribuir a convertir esas bases extrañas del Partido Liberal en organizaciones
acordes con la idea de democracia participativa por la que aboga la Constitución de
l991. Teniendo en cuenta el poder electoral que posee el partido podría pensarse que
una transformación del Partido Liberal supondría un paso importante en el proceso de
democratización en el cual el país se ha empeñado en la última década, y que de
momento ha arrojado muy pocos resultados. De momento el Partido Liberal canaliza
intereses parcializados en alguna medida, pero su verdadera función debía ser la de
recoger las grandes demandas sociales y llevarlas a los órganos de decisión. Para ello
necesitará una transformación importante de sus estructuras y dinámica internas, lo
cual puede suponer un largo período de divisiones e incluso algunos riesgos
electorales.
Los estatutos surgidos de la Constituyente Liberal se caracterizan
justamente por intentar crear canales y mecanismos para ampliar las bases del
partido más alla de las filiaciones personales con determinados líderes. Por
ejemplo señala que el 30% de las asambleas departamentales del partido estarán
constituidas por organizaciones sindicales, de pensionados, de campesinos,
sociales, de base, minorias étnicas y jóvenes; y que un 20% es abierta a las
demas bases. Sin duda es un cambio de actitud interesante y seguramente
algunos de esos espacios van a ser ocupados, por ejemplo los de juventudes,
pero su evolución dependerá del verdadero apoyo que se les dé en momento
cruciales. El problema es que teniendo elecciones presidenciales el próximo año,
la campaña del candidato liberal seguramente absorberá la casi totalidad de las
bases de voluntarios no clientelizadas movilizadas durante estos tres años por el
partido siguiendo esa estrategia. Una segunda derrota curiosamente ayudaría a
consolidar esos equipos de voluntarios de forma permanente, pero obviamente
ese no es en modo alguno el deseo de los liberales.
D. EL PARTIDO CONSERVADOR COLOMBIANO.
Debido justamente a esa minoría, a partir del fin del Frente Nacional el declive de poder
del Partido Conservador ha sido evidente, tanto en las elecciones parlamentarias como
en las presidenciales, pero al mismo tiempo ha seguido siendo el otro pilar del sistema
de partidos colombiano, al lado del Partido Liberal. De hecho la mayor parte de las
características señaladas respecto del éste último son válidas para el Partido
Conservador, y las variaciones son más bien circunstanciales que permanentes. A
pesar de ser minoría mayoritaria no se caracteriza por su unidad, lo que le ha
supuesto también altos costos electorales. Ese carácter lo ha llevado igualmente a
colaborar en casi todos lo gobiernos liberales (incluso en el controvertido gobierno de
Ernesto Samper, sobre todo al principio), y a llamar a los liberales a compartir el poder
en momentos críticos (el actual Presidente conservador tiene como Vicepresidente a un
liberal y varios de sus más importantes ministros han sido liberales, incluso en la
principal cartera, que es Interior).
Aunque el Manual del Conservador afirma que desde 1837 existía un movimiento
político conocido como "republicanos moderados", "partidarios de la unidad nacional,
defensores de la libertad, amigos de la autoridad y el orden" e inspirados en Simón
Bolívar, los historiadores remiten su origen al momento de su fundación formal. Se
considera así, que el Partido Conservador colombiano fue fundado por Mariano Ospina
Rodríguez y José Eusebio Caro, el jueves 4 de Octubre de 1849, a través de una
declaratoria política, aparecida en el periódico “LA CIVILIZACION”, como respuesta al
artículo publicado por Ezequiel Rojas, fundador del Partido Liberal, unos días atrás. En
dicho texto se encuentran los principios esenciales del conservatismo inicial. En él, el
Partido Conservador reconoce el orden constitucional, la legalidad, la moralidad
cristiana, la propiedad, la seguridad, la igualdad legal y la tolerancia real. Este primer
programa buscaba conservar el statu quo y mantener la sociedad jerarquizada que
existía desde la colonia, lo cual se veía amenazada por las reformas que quería
adelantar el Partido Liberal. Los terratenientes, los esclavistas, los altos burócratas
civiles, el clero y la milicia aparecían por ello como el respaldo del partido, pero su
composición también incluía variados sectores sociales bajo la influencia de aquellos.
a. Principios programáticos
b. Ubicación ideológica
Desde cuando los conservadores recuperaron el poder en 1946 con Mariano Ospina
Pérez hasta el 2000, las figuras de los Gómez (Laureano, Alvaro y Enrique) llevaron la
vocería del ala más radical y continuaron dando una imagen derechista del partido,
aunque se volvían conciliadores en circunstancias particulares. Laureano fue elegido
Presidente en pleno período de La Violencia, desatada tras el asesinado del liberal
radical Jorge Eliécer Gaitán durante el gobierno de Ospina. Actuó como un dictador
civil y contribuyó a la intensificación del conflicto, por lo cual fue derrocado por el
General Gustavo Rojas, con la ayuda de los conservadores moderados. Luego de su
exilio, Laureano Gómez se tornó en un gran conciliador, pues fue el gestor del
acuerdo bipartidista de no agresión y repartición del poder en 1957 (Frente Nacional).
Alvaro, su hijo, fue varias veces candidato presidencial representando posiciones duras
dentro de la derecha del partido, pero adquirió también un lenguaje conciliador en la
Asamblea Nacional Constituyente. Tras su asesinato a finales de los noventa, su
hermano Enrique asumió la vocería de dicha corriente y dirigió el partido manteniendo
el tono virulento del periódico familiar El Nuevo Siglo, que siempre fue su principal
vehículo de expresión. Finalmente en el 2000 Enrique Gómez, quien no parecía tener
ni el carisma ni la capacidad de aglutinar de su padre y hermano fue derrotado en la
convención conservadora, siendo reemplazado por los dueños de los votos en el
partido, mucho más pragmáticos y menos dispuestos a definirse ideológicamente.
Aunque hay una extensa literatura explicativa de como el Frente Nacional desdibujó
las fronteras ideológicas entre los dos partidos apoyándose preferentemente en el
clientelismo, siempre se ha seguido considerando que se mantuvo una cierta
diferenciación. Lo difícil ha sido determinar en qué consiste ésta. Por lo menos no fue
tan clara en la Presidencia, toda vez que ninguno de los dos gobiernos conservadores
después del Frente Nacional de 1957 puede ser acusado de más tendencia
derechista que los liberales, pues ambos inclusive han promovido las conversaciones
de paz más audaces desde el comienzo de la guerrilla en los sesenta. El gobierno de
Belisario Betancur es considerado por ejemplo como menos a la derecha que el
gobierno liberal de Julio Cesar Turbay, y en el plano económico el gobierno de Andrés
Pastrana no se le ve como más neoliberal que el gobierno del liberal Cesar Gaviria.
De hecho el partido por las gestiones de Betancur y por unos años se denominó
"Partido Social Conservador", pretendiendo ayudar a diluir esa imagen retardataria ante
la sociedad. La explicación es que Betancur pertenece al ala moderada o de centro
izquierda del partido, que lideraba Mariano Ospina Rodriguez. Es una clara división
ideológica que solo termino cuando murieron, haca pocos años tanto Alvaro Gómez
como Misael Pastrana, quien heredó el poder de Mariano Ospina.
Cuadro II. Medias de autoubicación ideológica de los miembros del PC (1= Izquierda y
10= Derecha)
1998: Legisladores n =21
6,9
1999: Legisladores, Dirigentes y Militantes n = 13
7,10
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Pregunta Realizada: “Utilizando una escala ideológica donde 1 sea izquierda y 10
derecha: ¿dónde se ubicaría usted?” Fuente: PELA (1998), PPAL (1999).
Cuadro III. Medias de Ubicación del PC según las percepciones de los miembros de los
otros partidos (1= izquierda y 10 = Derecha)
1998: Legisladores n=46
8,4
1999: Legisladores, Dirigentes y Militantes n = 7
7,86
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Pregunta Realizada: “Utilizando una escala ideológica donde 1 sea izquierda y 10
derecha: ¿dónde situaría usted a los otros partidos?” Fuente: PELA (1998), PPAL (1999).
En los actuales momentos, habiendo sido derrotada la línea dura de Enrique Gómez,
bien diferente de la del Presidente Conservador que está negociando con la guerrilla, al
partido le queda difícil definirse por el lado de "autoridad y orden" de sus características
originarias, pero tampoco asume el neoconservadurismo como bandera pues ya está
colonizado por el ala derecha del Partido Liberal y tiene mala fama, ni se atreve a
controvertir los argumentos socialdemócratas del ala progresista del Partido Liberal
ahora dominante, porque no es rentable en cuanto a imagen ni votos. Por ello la
apelación que ahora hace, y es muy voluntarista en ello, está más orientada a
conservar y recuperar un sentimiento partidista, arropado con un adecuado discurso
ideológico internacionalista que no incomode a nadie especialmente, pero suficiente
para ambientar la creación de grupos de militancia entre los jóvenes, las mujeres y
algunos colectivos, no amarrados a algún líder del partido en particular.
El miedo a la presunta inminente extinción del partido, por ser cada vez más minoritario
y ser abandonado o menosvalorado por los grandes líderes (incluyendo al propio
Presidente), parece ser el motor principal de estos recientes intentos, que de ser
persistentes de todos modos pueden llegar a tener algún éxito en sus objetivos de
mantener vivo uno de los partidos más antiguos del mundo. En cierta forma los dos
criticados partidos colombianos pasarían la prueba de esfuerzo de quienes abogan por
defender y relanzar a los partidos para potenciar la democracia. El problema es que los
legisladores de ambos, el verdadero poder del partido, no están tan dispuestos a
aprobar reformas para dicha transformación, o por lo menos hasta este momento no se
ha aprobado ninguna reforma normativa audaz para contribuir a ese cambio.
A finales del siglo XIX y principios del XX el Partido Conservador tuvo la mayor
relevancia en términos electorales en su historia (la mencionada Hegemonía
Conservadora). Cuando a partir de 1930 el Partido Liberal llegó al poder comenzó el
declive del Partido Conservador. Especialmente desde 1934 fue muy notorio el
descenso de la votación conservadora y la conformación de mayorías liberales en el
Congreso, haciéndose más evidente después del Frente Nacional y en especial
después de 1991 con la creación de la Nueva Constitución. Aunque en los últimos
tiempos las elecciones presidenciales han favorecido más al Partido Liberal, al existir
en el partido la tradición de participación en el gobierno del partido, el Partido
Conservador en todos los gobiernos liberales tuvo en menor o mayor grado una
presencia. Es en parte por esto que no es posible hablar de sistema de partido de
gobierno y partido de oposición en Colombia, y mucho menos que el Partido
Conservador haya sido en las últimas décadas el fiscal político de los gobiernos
liberales, excepto en coyunturas específicas, como la oposición al gobierno Samper.
Basta un rápido vistazo a las cifras electorales del siglo pasado y de los últimos 10
años en particular, para concluir que sin lugar a dudas el Partido Conservador está en
un proceso de declive electoral vertiginoso. Entre los años treinta y los cincuenta por la
urbanización de la población del país, siendo su electorado preferentemente rural;
durante el Frente Nacional por la despolitización que supuso el pacto y la gran
migración a las ciudades; durante los setenta y los ochenta por haberse quedado atrás
en activismo político frente al Partido Liberal, y haber tenido poco acceso al poder y por
lo tanto al juego de la reproducción clientelista del mismo; y en la última década por la
convergencia de dos fenómenos: división y fragmentación. La división hizo incluso que
Alvaro Gómez se presentara a la Asamblea Nacional Constituyente como Movimiento
de Salvación Nacional; mientras que la fragmentación supone que cada miembro
importante del partido tiene su propio movimiento, casi sin excepción, que actúa como
un pequeño partido.
En las elecciones locales del 2000, donde el partido sufrió una gran derrota, al perder
alcaldías y gobernaciones en departamentos tradicionalmente conservadores como
Antioquia y Boyacá, quedó confirmado el declive electoral del partido. Sin embargo, la
lectura que hacen del fenómeno los conservadores es diferente a la de los analistas.
Así, el boletín Gestión Conservadora de diciembre (miniperiódico) comienza con el
titular "El Partido Conservador vive", sale la fotografía del gobernador del Valle del
Cauca, conservador que sí ganó y frases como las siguientes: " Perdimos dos partidos
en Antioquia y Boyacá jugando de locales, pero ganamos por goleada y de visitantes
en el valle y Risaralda"; "El Partido Conservador mantiene el 3'% de su participación en
los votos obtenidos para asambleas tanto en las elecciones de 1997 como en las del
2000"; y "En relación con las gobernaciones el partido tenía cinco y mantiene cinco"
En 1946 con Mariano Ospina Pérez los conservadores ganaron la presidencia ante la
división liberal, y en 1950 Laureano Gómez fue elegido presidente debido a la retirada
de los liberales del proceso electoral por la violencia desatada. Se puede decir que el
gobierno del General Gustavo Rojas de alguna forma era conservador aunque fue
apoyado también por liberales y luego se presentó como líder extraño al bipartidismo.
La Junta Militar de transición era de confianza de los dos partidos pero también podría
clasificarse como conservadora. Los siguientes presidentes lo fueron por turno, es decir
porque le tocaba el poder al Partido Conservador según el pacto realizado, pero no
porque hubieran arrastrado las mayorías nacionales.
Así pues, en la última mitad del siglo los presidentes conservadores llegaron al poder o
por el pacto frentenacionalista o porque el Partido Liberal se presentaba dividido a
elecciones o por un pacto suprapartidista. Ejemplos de lo primero son Guillermo León
Valencia (1962-1966) y Misael Pastrana Borrero (1970-1974), mientras que Belisario
Betancur (1982-1986) ejemplifica el segundo caso (por la aparición del Nuevo
Liberalismo de Luis Carlos Galán). Pero también los conservadores han hecho de las
alianzas una estrategia fructífera para alcanzar la Presidencia, como fue el caso en
1998 de la elección de Andrés Pastrana, actual presidente, que llegó al poder gracias
a su Gran Alianza por el Cambio, en la que acogió liberales con todo y sus
maquinarias.
Tal como decía el pacto, el partido liberal se abstuvo de lanzar candidato, mientras el
conservador propuso a Misael Pastrana Borrero y a Belisario Betancur, resultando
electo el primero. El problema fue que la Alianza Nacional Popular ANAPO, alcanzó el
38.68% de la votación total, superando por mucho al candidato Betancur y no muy lejos
del 40.26% de Pastrana. Los anapistas denunciaron incluso fraude electoral, cuestión
que nunca pudo comprobarse, pero que dio lugar a la aparición de un movimiento
guerrillero, el Movimiento 19 de abril. La Anapo fue extinguiéndose como fuerza política
en las elecciones posteriores, dejando al Partido Conservador como segunda fuerza
política sin tercería visible que le compitiera ese lugar.
70
60
50
40
Porcentaje de voto
30
20
10
0
1953 1958 1962 1966 1970 1974 1978 1982 1986 1990 1994 1998
PRESIDENCIALES 1974
Candidato Partido Votos Porcentaje
Álvaro Gómez Conservador 1.634.879 31.37
Total 5.212.133
Fuente: Registraduría Nacional
PRESIDENCIALES 1978
Candidato Partido Votos Porcentaje
Belisario Betancur Conservador 2.356.620 46.60
Total 5.075.719
Fuente: Registraduría Nacional
PRESIDENCIALES 1982
Candidato Partido Votos Porcentaje
Belisario Betancur Conservador 3.189.278 46.80
Total 6.840.392
Fuente: Registraduría Nacional
En 1986 de nuevo el Partido Conservador perdió las elecciones frente a Virgilio Barco
Vargas, quien además planteó un gobierno de partido, instando al conservador a
asumir la oposición. Desde el punto de vista de los conservadores fue el partido el que
se abstuvo de participar en los más altos niveles de la administración, proponiéndose
asumir una oposición reflexiva y “... no aceptar la participación que le ha sido
otorgada”.
PRESIDENCIALES 1990
Candidato Partido Votos Porcentaje
Álvaro Gómez Movimiento De Salvación
1.433.913 23.70
Nacional
Rodrigo Lloreda Conservador 736.374 12.20
Total 6.047.576
Fuente: Registraduría Nacional
El otro cambio que favoreció a los conservadores fue la doble vuelta presidencial, por lo
menos en las elecciones de 1998, en las que los liberales ganaron en la primera vuelta
y perdieron en la segunda.
PRESIDENCIALES 1994
PRIMERA VUELTA
Candidato Partido Votos Porcentaje
Andrés Pastrana Conservador 2.604.771 44.75
Total 5.821.331
PRESIDENCIALES 1994
SEGUNDA VUELTA
Andrés Pastrana Conservador 3.576.781 48.15
Total 7.427.742
Fuente: Registraduría Nacional
PRESIDENCIALES 1998
PRIMERA VUELTA
Candidato Partido Votos Porcentaje
Andrés Pastrana Alianza Por El Cambio
3.653.048 33.98
Total 10.751.465
1998
SEGUNDA VUELTA
Andrés Pastrana Alianza Por El Cambio
6.114.752 49.00
Total 12.310. 107
Fuente: Registraduría Nacional
La otra paradoja de las elecciones presidenciales de 1998 fue que a pesar de ser el
conservatismo un partido minoritario electoralmente, los votos de Pastrana en la
primera vuelta sumados a los de Noemí Sanín, que se presentó como independiente
siendo conservadora, sumaron más de un 60%. Más paradójico aun es el hecho
mencionado de que estando en el poder el Partido Conservador no tiene un candidato
fuerte para las próximas elecciones presidenciales.
La tendencia histórica en los años noventa nos muestra que cuando hay un descenso
en las votaciones para el Partido Liberal, esto no representa un aumento en los votos
conservadores, lo que quiere decir que cuando el liberalismo cae, lo hace el
bipartidismo en su conjunto, y el gran afectado termina siendo el Partido Conservador.
De hecho, resume un analista: “El Partido Conservador se ha mantenido como
segunda organización política, pero en cambio ha perdido el pie en el parlamento, a
manos de pequeñas minorías que, en alianza con el Partido Liberal, están en
capacidad de imponer su voluntad en casi todas las votaciones”. De todos modos, el
Partido Conservador ha mantenido una estrategia de coaliciones que le ha permitido
seguir siendo la segunda fuerza política.
Aunque en 1992 se afirmaba que las nuevas reglas electorales favorecerían al Partido
Conservador, la realidad ha mostrado lo contrario, como se vera en el comportamiento
electoral. En esta época Javier Sanín se refería al partido de esta manera: “Las nuevas
reglas del juego político harán que el conservatismo se adapte a ellas. Le favorecen”.
Cuadro XIII: Elecciones para senado a partir del final del Frente Nacional PCC.
En las cuatro elecciones para gobernadores que se han realizado en el país desde
1991, el Partido Conservador ha obtenido 3 en 1991, 7 en 1994, para descender otra
vez a 3 en 1997 ( el 9.3%), frente a 19 gobernaciones (59.37%) liberales. Lo que
significó la perdida de 4 gobernaciones para el Partido Conservador, con respecto a las
elecciones anterior. En el 2000 solo obtuvo 2. Es de señalar que se perdieron
gobernaciones importantes para el partido como la de Antioquia y Boyacá, lo cual
sorprendió pues en el primero se habían conseguido gran parte de los votos para el
presidente conservador. Sin embargo, como sostiene Oscar Delgado, "En este
departamento el triunfo liberal sobre el conservatismo no fue novedad, porque de vieja
data aquel partido ha sido mayoritario, elección tras elección para corporaciones. Otra
cosa es que debido a división liberal, o a acuerdos entre élites, ha habido gobernadores
conservadores en los últimos años".
Años Conservador
1991 3
1994 7
1997 3
2000 2
Fuente : Registraduría Nacional
Del Estado Civil
Durante la época del radicalismo liberal en el siglo XIX, que va de 1849 a 1885, el
Partido Conservador solo gobernó en dos ocasiones, con Manuel Mallarino (1855-57) y
con Mariano Ospina Rodríguez (1857-1861). En la presidencia de Rafael Nuñez en
1884, el Partido Conservador se alió con la facción independiente del Partido Liberal,
liderada por aquel y esbozó el programa político conocido como La Regeneración.
Desde 1886, cuando se promulgó la nueva constitución, de carácter autoritaria, católica
y centralista, el Partido Conservador se mantuvo en el poder, hasta 1930. Durante este
tiempo, la Hegemonía Conservadora, se destaca la unión del partido con la iglesia,
que no solo controlaba la educación, sino que además participaba activamente en la
política.
Luego del primer gobierno liberal, el segundo gobierno del Frente Nacional, le
correspondió al Partido Conservador, quien gobernó con Guillermo León Valencia
(1962-1966). Los aspectos principales de su gobierno fueron, la repartición de todos los
cargos públicos de acuerdo a la correlación de fuerzas de los sectores políticos
tradicionales en los cuerpos colegiados y la preponderancia de las Fuerzas Armadas.
En su gobierno surgieron las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia)
y del ELN (Ejército de Liberación Nacional), grupos insurgentes que aun hoy continúan.
La cuarta administración del Frente Nacional fue la del conservador Misael Pastrana
Borrero (1970-1974). En medio de inmensas dudas de fraude, el candidato del Frente
Nacional derrotó al candidato de la ANAPO, Gustavo Rojas Pinilla, en la madrugada del
19 de Abril de 1970, luego de las primeras informaciones que daban el triunfo a Rojas.
El objetivo del gobierno fue reorientar el gasto público y brindarle mayor atención a las
ciudades, dentro del acelerado proceso de modernización socioeconómica del país,
con especial énfasis en los sectores populares, para reforzar el apoyo electoral hacia
los partidos tradicionales. La estrategia del gobierno se basó en el sector de la
construcción, para generar empleo adicional y ampliar el mercado interno, elevando los
niveles de consumo, pero al final del gobierno Pastrana, la inflación continuó creciendo
y los sectores rurales se empobrecieron aun más, presentándose una fuerte
inestabilidad política.
La estrategia adoptada por el Partido Conservador desde finales del Frente Nacional,
ha sido aceptar su condición de minoría histórica y convenir en no lanzar candidatos
conservadores, sino multipartidistas, estrategia que ha utilizado con éxito, para ganar
las elecciones de 1982 y 1998. Fue así como, terminado el frente nacional, el Partido
Conservador regresó al poder con Belisario Betancur (1982-1986), quien fue elegido
por una alianza suprapartidista, que contó con una gran simpatía (3168592 votos a
favor, mayor votación hasta el momento que se había dado por candidato alguno en el
país). Los hechos más importantes durante su gobierno fueron, el fallido proceso de
Paz con las FARC y el acuerdo de la Uribe, la creación de la UP (Unión Patriótica) de
izquierda democrática, el proceso de paz fallido con el M19, que desembocó en la toma
del Palacio de Justicia, por el mismo grupo, el 6 y 7 de noviembre de 1985.
El asesinato del ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, el 1 de mayo de 1984, llevó al
inicio de la extradición de colombianos a Estados Unidos, el primero en ser extraditado
fue el narcotraficante Carlos Leder. Además, en su gobierno se inició una política de
vivienda “Sin cuota inicial”, se Promulgó el estatuto básico de los partidos (ley 58 de
1985), y se creó el Impuesto al Valor Agregado (IVA). Al final de su mandato, el país se
enfrentó a un fuerte aumento del desempleo, a una devaluación acelerada, al aumento
de la inflación, y a la caída de las reservas internacionales.
El artículo V de los estatutos del Partido Conservador establece que "la suprema
autoridad del Partido reside en la Convención Nacional y sus decisiones son
obligatorias para todos sus organismos y miembros. Los organismos del partido,
además de la convención nacional, son el directorio nacional, la junta de
parlamentarios, la conferencia de directorios regionales, los directorios
departamentales, distritales y municipales.
Mientras que el anterior secretario del partido del partido sostiene que más que un
desplazamiento lo que sucedió fue que el partido se quedó ácefalo por la muerte de los
lideres políticos que habían copado todo el espectro político, lo que fue aprovechado
por los mandos medios; el actual Secretario General afirma que en la Convención
Descentralizada del 2000 salió victoriosa una élite diferente, representante de una
nueva clase política en el partido. Lo cierto es que el Directorio sigue siendo
dominado por el principal "elector" del partido, Fabio Valencia, quien apoyó seis listas
para el Directorio y cinco tuvieron éxito. La única que no alcanzó por poco los votos, fue
la de Jorge Sedano, que fue nombrado Secretario General. La diferencia a la que
seguramente hace referencia Sedano, aunque no lo puede comentar seguramente, es
la cuestión de la obediencia a los notables. Ya comentaba un analista en 1995: “existe
un directorio presidido por Jorge Sedano, pero la fuerte personalidad de Misael
Pastrana gravita sobre sus decisiones”. Es decir, siguen siendo algunos miembros los
mismos, pero la diferencia es que ya la voz de los jefes naturales ya no es una orden
determinante como antes.
Los dirigentes del partido eran nombrados de acuerdo a consensos internos con
escasa democratización afirmaba Gómez Gallo en los documentos preparatorios de la
convención descentralizada: “el conservatismo es claramente contradictorio, su
dirección se encuentra confiada a un grupo de notables, a una minoría selecta de
ciudadanos”. La actual dirigencia es bastante autónoma de los notables porque ni
Alvaro Gómez ni Misael Pastrana viven y Enrique Gómez fue derrotado en la
convención. La mitad de los miembros obedecen a Fabio Valencia, actualmente
embajador en Roma y los demás son muy independientes. La coalición dominante
actual tiene arraigo en cada una de sus regiones, pero carece de un liderazgo nacional
fuerte para hacer las transformaciones que se están proponiendo, pues su Presidente,
Ciro Ramírez Pinzón, es un desconocido para la mayor parte de la opinión pública,
incluyendo muchos conservadores. Algunos ven como una ventaja el cambio
generacional que dejó por fuera a los notables, pero otros no ven con buenos ojos a
esta nueva dirigencia porque algunos de ellos pertenecieron al bloque de "lentejos",
que colaboraron con el pasado gobierno liberal o porque le parecen personajes con
poco liderazgo catapultados a una dignidad inmerecida.
Para algunos, en el 2000 hubo una especie de golpe de estado al interior del partido,
pero con 20 años de retraso, pues el poder de los jefes naturales es superior a su
electorado desde finales de los setenta, y de hecho el Presidente Betancur salió como
candidato de esa nueva clase política, solo que fue obediente a los jefes naturales. En
nuestro concepto se trata de una transición tardía y sin rumbo claro, que requerirá de
una estrategia más concertada para sacar a flote un partido que puede tener un juego
importante en la Colombia del nuevo siglo. De hecho hay 12 movimientos dentro del
partido que no respetan la jerarquía del partido, y si no se articulan de alguna forma el
partido seguirá debilitándose indefinidamente. La clave del asunto será una
combinación de concertación y persistencia durante los próximos 5 años cuando
menos.
En la práctica hay una relación fuerte entre la burocracia del partido y los candidatos a
elecciones departamentales. El partido es exigente a la hora de conceder avales para
elecciones a Asamblea Departamental, Gobernaciones y Alcaldías de las grandes
ciudades (aunque en la última elección prácticamente no hubo candidato conservador
para Bogotá, aunque sí se dio un aval). Se los dan, sostiene el actual secretario,
solamente a quienes son reconocidos conservadores: "por el diputado departamental
se vota es porque es conservador. Son los troperos del partido". Hay una cohesión
importante allí, aunque a la hora de tomar decisiones el partido no tiene ningún poder
sobre ellos, pues cada cual se guía por su jefe político nacional o bien negocia
directamente, de lo cual surgen curiosas coaliciones permanentemente. El aval del
concejal es por el contrario más anárquico, se le da a casi cualquiera que lo pida.
Según los estatutos del Partido Conservador anterior, las bases del partido, surgían de
la libre adhesión a los principios conservadores y luego de la obtención de la cédula
conservadora. Los actuales estatutos dicen que "son miembros del partido quienes
profesen libre y voluntariamente sus principios, compartan y acepten sus programas,
cumplan sus estatutos, colaboren con la aplicación de los mismos y acaten las
jerarquías legítimas".
Además de esta situación, el mismo senador Gómez Gallo reconoce la debilidad del
partido para organizar sus militantes. Al respecto afirma: “La carencia de organización
regional y local, que en algunas oportunidades se ha intentado suplir con convenciones
descentralizadas como una argucia de legitimidad, es una clara debilidad”.
De acuerdo a los estatutos del partido, las bases participan de acuerdo al tipo de
miembro en que se constituyan, si son participantes, simpatizantes o electorales. En la
realidad el conservatismo funciona como un grupo de notables, con relaciones
verticales que dejan poco espacio para que las bases tomen decisiones. Está por verse
en que cambió el partido desde la última convención descentralizada.
Lo que resulta finalmente interesante en cuanto a militancia son los esfuerzos que está
haciendo el partido para crear grupos de apoyo de base en este último período, entre
las mujeres y los jóvenes especialmente. No solo se organizan charlas en la sede y se
financian distintas actividades a diferentes grupos, sino que se intenta que estos no
dependan de un jefe político específico. Ya hay publicaciones periódicas, jefes de
juventudes y juniors, eventos a reventar en coliseos y un gran movimiento en la sede.
Es de esperar que este movimiento persista como base y no se electoralice en las
próximas elecciones, y que se mantenga aunque cambien las directivas. Es un proceso
que tiene menos de un año, del que aun no se pueden extraer conclusiones.
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