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Los libros que me mordieron

Al acercarse a un libro, siempre lleva uno su equipaje de prejuicios acerca del autor, del
tema, de la carátula o de la tipografía y no sé cuantas cosas más. Cuando finalmente termina el
coqueteo y nos encontramos cara a cara con el texto, se revela un nuevo escenario, de debate, de
reflexión, de angustia o de enamoramiento. Hoy somos una maraña de prejuicios y de textos,
que adquirimos y compartimos, que hemos leído o aprendido.
Hay dos libros que me han marcado, de diversas maneras, dieron en el blanco. Son: El
Principito de Antoine de Saint-Exupéry y Los Cenci de Stendhal.

"Había una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande
que él y que tenía necesidad de un amigo..."

El Principito es un librito infantil que leía de niño, me atraían los dibujos y la letra
grande. Tiempo después retomé su lectura y descubrí su poesía, su profundidad, la letra chica,
esa que se lee entre líneas y la voz del autor en cada uno de sus personajes, el LIBRO tras el
librito infantil. Cuando un filósofo me explicó el contenido oculto del libro, me interesé aún más
y me sumergí nuevamente a su lectura.

“Y volvió hacia el zorro:

-Adiós - dijo.
-Adiós - dijo el zorro -. He aquí mi secreto.
Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es
invisible a los ojos.
-Lo esencial es invisible a los ojos - repitió el principito, a fin de
acordarse.”

Nos reunimos con El Principito una vez por año, en la playa, en la montaña o en un
sillón de mi casa y descubro, cada vez, un nuevo sentido del libro. Encuentro que lo esencial
reside en el mensaje que trasciende el texto mismo, en fin, que vive en un lugar invisible a mis
ojos.
Desde el comienzo el autor nos asesta: "Todas las personas grandes han sido niñas
antes. (Pero pocas lo recuerdan.)"
Stendhal, autor de Rojo y Negro y La Cartuja de Parma, escribió una pequeñita obra,
Los Cenci, cuyo prólogo dice: «Bellos crímenes: trágicos, extremados, firmes, dictados por el
honor del alma».
El libro cuenta el asesinato de Francisco Cenci; muerto por su hija, Beatriz, su hijo
Santiago y su mujer, el 15 de septiembre de 1598 en Roma, Italia. Los documentos históricos
son la fuente del libro. Stendhal transcribe literalmente gran parte de aquel relato que fue escrito
el 15 de septiembre de 1599, cuatro días después de la ejecución de los autores.

"...de la muerte de Santiago y Beatriz Cenci, y de Lucrecia Petroni


Cenci, su madrastra, ejecutados por delito de parricidio el sábado
pasado, 11 de septiembre de 1599, bajo el reinado de nuestro santo
padre el papa Clemente VIII Aldobrandini".

Desde el asesinato de Abel, a manos de Caín el hombre ha ido evolucionando en los


más diversos universos, entre ellos, el arte de matar. La crudeza y la frialdad del relato
sorprenden.
El parricidio fue planeado y llevado a cabo por una niña de 15 años, que había sido
violada reiteradas veces por su padre. La vehemencia de los hechos me asombró. Son de esos
libros que se degluten - más que leerse de un tirón - sin pausas y con ansiedad. Confluyen las
realidades más opuestas del ser humano: lo inexplicable y el raciocinio, la mente diabólica y la
serenidad monástica.
La ingenuidad de El Principito y la frialdad de Beatriz Cenci me cautivaron. Las
semillas de las rosas y de los baobabs (los árboles que crecen en el hogar del Principito),
cuando son pequeñas, son muy parecidas. Buena semilla, mala semilla, es sólo cuestión de
disciplina.
En la sencillez del asteroide B 612 o en la opulencia de un palacio romano, se aleja tan
poco descubrir lo invisible a nuestros ojos y un asesinato. Es, tal vez, lo aterrador de esta
paradoja, lo que me mordió. ¿Buena semilla, mala semilla, es sólo cuestión de disciplina?

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