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Soir de fête

Por Kimberly Cedeño


San Petersburgo, URSS, 1982.

Cerca de la estatua de Lenin, frente a la estación Finlandsky, nos encontrábamos mi abuela,


mi hermano Kolya, y yo, como era rutina de la babúlinka1 conseguir los víveres a primera
hora del día. No habían pasado cinco minutos, cuando mi inquieto hermano ya estaba
correteando por la plaza y echando ojo a las golosinas que siempre se le antojaban. El sol
brillaba fuerte y el reloj dio las ocho, seguido de las campanadas. Una, dos, tres, cuatro,
cinco, seis, siete, ocho, nueve campanadas. Escuché y miré extrañada. No había sido error
mío –el reloj dio nueve campanadas en vez de ocho. Una niña que, como yo, no podía tener
más de seis años estaba de pie cerca de ahí; había escuchado las nueve campanadas pero
se había volteado y visto las ocho. Me miró levantando una ceja y yo sólo me encogí de
hombros. En ese momento Kolya corrió bruscamente hacia mí y me entrego un jarro
pequeño de jalea de frutas y siguió correteando junto a otros niños en la plaza.
Seguidamente, Klavdia Polienko, la odiosa tendera y tan temida por los niños venía furiosa
hacia mí a arrebatarme el jarro de jalea, reclamándome e insultándome por habérmelo
llevado. Me congelé y no supe qué decir. La niña cerca de mí, quien había visto la escena, se
acercó y le dijo en tono dulce a la tendera:-Doña Klashka, no fue ella quien se lo llevó, sino
el muchacho de allá- señaló a mi risueño y maleducado hermano, quien jugueteaba con los
otros niños en la plaza. La tendera frunció el ceño e hizo un ademán involuntario con la
boca, y luego cambió su expresión a un semblante pacífico y sonriente, cosa que no
hubiera hecho nunca de los nuncas con ningún niño. Sin poder aún decir nada del miedo,
sólo le entregué el jarro a la señora, quien se dirigió a mi avergonzada abuela, le cobró la
jalea y se marchó refunfuñando y maldiciendo a Kolya. Me dirigí hacia la niña que había
abogado por mí y había salvado mi pellejo de unos seguros coscorrones:-¡Bozhe moy!2
¿Quién eres tú que le caes bien a Polienko?- la niña me sonrió y me dijo:-Vika Lazareva.
Mucho gusto. ¿Y tú?-. –¡Mucho gusto, Viktoria! Gracias por librarme de la Polienko, yo soy
Natalia Dmitrieva. ¿Vives cerca?- a lo que ella me respondió:-Ajá, a unas cuadras- en eso, su
madre se aproximó y le preguntó:-Vikos, ¿quién es tu amiga?- y yo, saludándola le respondí:-
Natalia, mucho gusto-. La mujer de semblante jovial y amable me sonrió y me dijo:-Hola,
Natasha, qué gusto. Deberías venir a jugar con Vika un día- se dirigió hacia su niña, la tomó
de la mano y le dijo:-Vikos, nena, vámonos-. Les hice con la mano, a lo que Viktoria me
sonrió con sus ojos grandes y centelleantes despidiéndose.

Después de ese día Viktoria y yo nos convertimos en inseparables amigas. Habíamos, hasta
entonces, vivido una al frente de la otra sin habernos visto, o si habíamos frecuentado los
mismos lugares, siempre llegábamos en diferentes tiempos. Ella era tan hiperactiva como
mi hermano, pero tenía un corazón de oro. Me conocía tan bien, que sabía se sabía todos
mis gestos y sabía el por qué de casi cada cosa que hacía o de mi forma de proceder. Ella

1
Manera cariñosa de decir abuela (bábushka) en ruso.
2
¡Dios mío! En ruso.
era la única que sabía, junto conmigo, dónde guardaba mi abuela sus joyas. Siendo
bábushka mi única familia además de mi hermano, compartía conmigo las joyas que ella
misma diseñaba. Vikushya se fascinaba viendo a mi abuela y su oficio, en particular también
porque cada joya tenía su historia de cómo hubo de conseguirla, así por ejemplo, su par de
padparaschas, o zafiros de color rosado-naranja, habían sido un regalo de una familia
dedicada a la minería en Sri Lanka en el 1948, mismo año en que Sri Lanka se había
convertido en república independiente; las esmeraldas provenientes de una pulsera las
encontró en Uttar Pradesh de un vendedor que tenía los ojos de un color semejantes a la
piedra, y su primer collar de perlas fue un regalo de su padre en su natal Francia, entre las
tantas que había en su posesión.

Toda mi infancia transcurrió en San Petersburgo junto a Kolya, bábushka y Viktoria al otro
lado de la calle; hasta que en el 1989 comenzada la Perestroika, mi abuela nos llevó a mí y a
Kolya a Francia para quedarnos.

Avignon, Francia, 1998.

Hacía tres años habíamos perdido a nuestra querida babúlinka y Kolya había construido su
status y fortuna como empresario y traficante de opio y sus derivados. Una mañana Kolya
había estado agitado desde que se despertó. No había dejado de discutir en el teléfono,
fumar y deambular de un sitio a otro. -¿Qué tienes, Kolya?- le pregunté, mientras el muy
cínico apenas me miró, viró los ojos, y al volver la mirada me respondió:-¡Estos lentos no
pueden hacer nada sin mí!- exclamó y tiró su cigarrillo a que cayera donde diera lugar-Será
posible que se les pide que traigan…- se llevó otro cigarrillo a la boca y no quiso terminar la
oración, recogí el cigarrillo del escritorio en el estudio y le pregunté:-¿Qué te propones,
Kolya?- me miró, estaba por decir algo colérico como estaba y solo atinó a decirme:-Mira,
nadie quiere a alguien metido en sus asuntos. Ni yo tampoco, así que encárgate de lo tuyo
y déjame a mí lo mío- dicho esto, no estuve dispuesta a escucharlo más, dispuesta a
retirarme le dije:-¡Nikolai, no te permito que hables así! ¿No sé en qué se equivocó
bábushka contigo!-

Más entrada la tarde Kolya parecía más tranquilo, y para cenar recibió visitas del trabajo.
Naturalmente, preferí quedarme en otra habitación de la casa, sin embargo podía
escucharse a mi hermano y sus socios. Uno de ellos le afirmó a mi hermano con evidente
emoción en su voz:-dix millions de francs- mientras para mis adentros me seguía
sorprendiendo el dinero que mi hermano podía ganar con la heroína y en la persona que se
había convertido con el tiempo. Al final de la velada, Kolya estaba sintiéndose radiante, por
lo que pasó a verme:-Un socio nos ha invitado a un evento mañana por la tarde. Pero será
algo formal, nada de música de hoy ni nada, todo como en los tiempos de la babúlinka,
tienes que verte decente- me dijo, rió y besó mi frente. Yo golpeé despacio su cabeza, reí y
le bromeé:-¿Qué, tienes miedo de que te haga pasar vergüenza?- el sonrió pícaramente y,
cambiando de tema dijo:-Que va. Hermanita, voy a casarme- casi no lo dejé terminar
cuando exclamé:-¡Cállate! ¿Cuándo pasó todo?- él inclinó la cabeza un tanto pensativo y
dijo:-En realidad, no ha pasado nada. Apenas la he visto. Aún no es oficial. Es que mi jefe
está presionándome porque me case con ella. Y la verdad, es lo mejor que puede
encontrarse por aquí- yo levanté una ceja:-¿Casado, tú? ¿No es eso contradictorio?-
pregunté, a lo que él rió y de una manera muy fresca dijo:-No, me casaré, bien, pero la
casada será ella- soltó una sonrisa mirando a un punto indefinido, luego me miró dispuesto
a retirarse y me dijo:-La conocerás mañana en el evento-.

La tarde del día siguiente no tardó en llegar. Mi hermano estaba notablemente contento, y
apenas llegamos al evento me presentó a sus socios, a su jefe, y por supuesto, a su posible
futura. Todos franceses de la alta sociedad, y tal como mi subconsciente lo había
concebido, yo sólo los veía con una elegancia nata aunque no en un buen sentido. Me era
tan sorprendente como en Francia hasta el muchachito vulgar más vulgar podía ser
elegante sin esfuerzo alguno. Los socios de mi hermano y las personas con quien se
codeaba tenían ese aire de guapos vulgares de los que las mujeres fáciles de impresionar
dicen “no está mal”, unos más que otros, y ese mismo sentido de nata elegancia, aunque
gratamente apreciable en el trato. La futura de mi hermano no era muy distinta a los
presentes, al menos en primera instancia. Me miró con sus pequeños y determinados ojos
al acercarse mi hermano, quien estaba junto a mí.

-Salute, je suis Nathalie et il est mon toujours irrévérencieux frère, Nicolas- dije procurando
que mi descuidado francés pasara por corriente.

-Nicolas, oui. Bon soir, Nathalie- dijo ella en un perfecto y típico francés –Je suis Victoire,
enchanté- en ese momento miró hacia el otro lado del salón y se excusó –Pardon.

-Oh, s'il vous plaît- respondí, mientras buscaba algún lugar cómodo donde pasar el resto de
la velada.

Las personas en el salón alternaban su pareja de baile cual siglo XIX mientras unos músicos
entonaban suave sus instrumentos. Mi hermano, mientras como los demás alternaba su
pareja, buscaba encontrarse con Victoire de entre los demás. Uno tras otro, la muchacha ni
los miraba. Hasta que desde el otro extremo del salón llegó un hombre, que caminaba
dando pasos largos, y con cada paso que daba era como si su emoción aumentara. Iba con
un rumbo fijo y nada le distraía de su objetivo. Victoire lo miró y sonrió. Dejó su pareja para
encontrarse con él y comenzaron a bailar. Él sostenía su mano y su cintura como si un
músico apasionado pudiera palpar una nota musical, cada mirada estaba llena de respeto y
cada palabra pronunciada caía de sus labios como si la acariciase. Los músicos empezaron a
tocar una canción con un instrumento que sonaba similar a una balalaika e igualmente la
melodía era alegre y al tiempo melancólica como las que había escuchado tanto de niña.
Luego unos acordeones me recordaron que me encontraba en Francia. Los acordeones
aceleraban sus notas al tiempo que ellos su ritmo. El hombre jugaba tiernamente con las
manos de ella mientras sus ojos centelleaban y de su cara nacía una sonrisa que iluminaba
su semblante. En ese momento, mi memoria asoció los recuerdos de mi amiga con la mujer
que estaba delante de mis ojos y supe que la posible futura de mi hermano no era sino mi
amiga de tantos años.

Esperé largo rato durante la velada hasta que puede encontrar a Viktoria y hablar con ella.

-Victoire,- la llamé por su nombre francés partiendo del supuesto que ella no sabía con
precisión a quién tenía delante –parlez-vous russe?

-Oui, mais comment…-se interrumpió al mirarme bien y darse cuenta de lo que yo había
notado hace un momento, profirió un animado chillido al tiempo que me abrazó –¡Dios
mío, Natasha!

-Mi papá insiste en que debería casarme con Nikolai,- se lamentaba Viktoria –le está
ofreciendo diez millones de francos para casarse conmigo, y no sé qué afán tiene. Mi papá
aún no entiende la clase de persona que en cambio es mi querido Antoine…

-Y ustedes se quieren- repuse.

-¿Querernos? Ja,- suspiró –para que se entienda, sí. Nos amamos.

-Pude darme cuenta. Vikos, espero que no te parezca extraño pero, ¿será posible que hable
con Antoine mañana? Por favor no hagas preguntas- rogué, a lo que Viktoria me miró
pensativa, pero luego tenía paz.

-Claro, le avisaré.

Tal como lo había arreglado, al día siguiente me reuní con Antoine, a quien me dirigía por
primera vez, aunque me costaba algo de trabajo disimular mi terrible francés.

-Antoine, ¿cómo te va?- lo saludé y me presenté –Nathalie, mucho gusto.

-Hola, Nathalie, disculpa, ¿puedo preguntarte el motivo de mi presencia aquí?

-En breve te revelaré todo. Primero necesito hacerte una pregunta:- Antoine asintió y yo
continué -¿por qué quieres casarte con Viktoria?
-Muchas personas comenzarían a mencionarte tantas cosas que quisieran hacer junto a su
pareja ideal durante toda su vida: enfrentar los problemas, criar hijos porque son “una
bendición de Dios”, tener las más cruciales conversaciones de sus vidas, caminar junto a
esa persona…-Antoine sonrió –El amor no es una rutina, el amor, a pesar de lo que muchas
personas digan, no es ni debe convertirse en una costumbre. El amor es una decisión, así
como el perdón o la felicidad, y en eso consiste: en que, a pesar de que muchas veces te
costará, tú decides amar. Y yo he decidido amar a Victoire aún si me costara.

-Antoine, yo sé cómo puedes casarte con ella con toda la aprobación de su padre, quien
tampoco la obligaría a casarse con nadie que ella no quisiera- traje un baúl grande cerca de
Antoine y lo abrí para que pudiera verlo –Aquí hay cincuenta millones de francos en joyas.
Ofrécelas al padre de Viktoria, él no podrá decir que no. Ella muy difícilmente permitirá que
yo haga esto, pero no hay nadie que se las merezca más que ella.

Resultó ser que el padre de Viktoria no necesitó aceptar las joyas para decir que sí con toda
la felicidad que el corazón de un padre puede albergar. Mi hermano pudo perdonarme
cuando entendió que yo tenía razón. Y como regalo de bodas, le di a Viktoria la mitad de las
joyas de mi bábushka porque sabía que ella estaría contenta de que sus joyas terminaran
en manos de alguien que les tuviera tanta afición y cariño como ella.

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