EN EL ASCENSO DE GARLITOS,
"EL ORIENTAL" JUGÓ UN PAPEL
SIEMPRE SECUNDARIO PERO
DECISIVO.
osé Francisco
Razzano nació
en Montevideo,
muy cerquita de
la Plaza Independencia, en una
casa de la calle Policía Vieja, (hoy
Bacacay) el 25 de febrero de 1887.
Pocos recuerdos le quedaron de su
infancia montevideana porque a los
dos años de edad, la madre decide
radicarse en Buenos Aires con
otros parientes. Entonces será en el
barrio de Balvanera -calle Saran-
dí entre Victoria y Alsina-donde
transcurrirán sus primeros años.
Un sacerdote de la iglesia veci-
na lo incorpora al coro que acompa-
ña la misa cantada de los domingos,
donde José hace amistad con un
jovencito regordete, algo bajo, per-
manente componedor de muecas
muy risibles, que se llamaba Roberto
Casaubón y a quien el mundo del
arte porteño conocería años después
como Roberto Casaux.
Siempre andan juntos, José can-
tando y Roberto haciendo cómicas
imitaciones. Son precoces mucha-
chos que sin embargo intentan la
aventura de triunfar en Montevideo,
hacia donde huyen sin consentimien-
to familiar. Sólo consiguen conchabo
en un boliche orillero cercano a un
cuartel de soldados, que son los clien-
tes habituales.
En medio del desencanto les
llega una noticia salvadora. Uno de
sus amigos, Samuel, se ha sacado la
grande en Buenos Aires. Este no es
otro que el futuro autor de Lita o más
precisamente de la música del primer
tango canción, Mi noche triste, es de-
cir, Samuel Castriota. Con su ayuda
logran volver a Buenos Aires.
Eran los tiempos de plena eclo-
sión del movimiento nativista que
aparece, como dice Bruno Jacovella,
cuando un pueblo sufre procesos de
aculturación con riesgo de pérdida
de su cultura tradicional: tratan de
protegerla con intentos de emocio-
nalidad en los que entran todos los
elementos típicos de la tradición, es-
pecialmente el canto.
No es de extrañar, entonces, que
para los días de carnaval aparecieran
centros gauchescos, algunos de gran
prestigio y permanencia. En uno de
ellos, El Pacará, José Razzano animó
los corsos de 1903 junto a su amigo, el
gordito Roberto, y otro llamado José
Franco, quien sería no sólo el gran
actor de la escena nacional sino tam-
bién el padre de la inconmensurable
Eva Franco.
Luego se acopló al centro Los