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siniestro, tra.

(Del lat. sinister, -tri).

1. adj. Dicho de una parte o de un sitio: Que está a la mano izquierda.

2. adj. Avieso y malintencionado.

3. adj. Infeliz, funesto o aciago.

4. m. Daño de cualquier importancia que puede ser indemnizado por una compañía
aseguradora.

5. m. Propensión o inclinación a lo malo; resabio, vicio o dañada costumbre que


tiene el hombre o la bestia. U. m. en pl.

6. m. Der. En el contrato de seguro, concreción del riesgo cubierto en dicho


contrato y que determina el nacimiento de la prestación del asegurador.

7. f. mano izquierda (‖ la opuesta a la derecha).

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¿Qué es para mí lo siniestro?... siempre lo he relacionado con la obra de Poe, que me impactó
mucho cuando la leí de pequeño. Encontré una versión light del Gato Negro de las que editaba
Anaya para los colegios, recuerdo que incluía también el Pozo y el Péndulo, cuento que no
entendí hasta que lo leí en la adolescencia. Me obsesioné con los escenarios humedecidos y
musgosos, siempre he encontrado en ellos algo acogedor, como si me transmitieran intimidad.
Vas creciendo y encontrándote experiencias en la vida que hacen que los escenarios que
siempre encontraste y denominaste como siniestros se conviertan en sitios idílicos, lejos de la
siniestralidad de la vida real, que es donde se encuentra el verdadero terror.
Cuando me refiero a la obra de Poe me refiero a lo siniestro estéticamente, incluso desde la
temática en la que se mueve, llena de personajes en situaciones límite encontrándose con la
muerte o luchado por conseguir algo sin importarles las consecuencias que sus actos puedan
acarrear a otras personas que se ven inmersos en ellos. La maldad y el egoísmo en el ser
humano son algo intrínseco, que es siempre un tema central en la obra de Poe, lo que la
convierte para mí en un espejo gótico de la realidad en la que todos nos movemos cada día.
La muestra más terrible de lo siniestro con la que me he encontrado en mi vida estaba debajo
de mi casa en Agullent. Mi vecino de abajo tenía una gotera en el techo del baño, al lado de la
tubería general, una mujer enferma de una esclerosis múltiple degenerativa y un hijo
esquizofrénico. A pesar de toda la desgracia que le rodeaba en su vida sus principales
preocupaciones eran: salir a robar a los campos por la noche, e intentar que yo le pagara una
reparación de la que debía encargarse la comunidad. Venía todas las noches, antes de salir a
robar, a llamar a la puerta de mi casa para que fuera a mirar la gotera que le caía del techo del
baño, su obsesión con que le pagara la reparación era tal, que cuando le explicaba que el
seguro ya estaba avisado no me escuchaba, toda su respuesta era:
- el agua cae de arriba…-
Le podía decir todo lo que quisiera, su respuesta siempre era la misma.
Mi situación me recordaba a la de Polansky en el Quimérico Inquilino, cuando llamaban al
timbre sobre las nueve de la noche siempre miraba por la mirilla, y si lo veía a él se me ponían
los pelos de punta, era una situación de tensión constante que la mirilla acentuaba, ver la
distorsión de su imagen me ponía de mala leche, conseguía sacar lo peor de mí. Llegué a
extremos de humillarle verbalmente, no le importaba en absoluto, tenía una siniestra misión
en su vida, y lucho con toda su maldad hasta el final. Cuando murió recuerdo una sensación de
alivio, y no me sentí mal por ello.
A lo que me refiero con este relato de hechos reales en mi vida, es a que lo siniestro te
envuelve, no se encuentra en los escenarios, se encuentra en la actitud de las personas con las
que te relacionas en tu vida. Tiene que ver más con la maldad y el egoísmo que te encuentras
en tus relaciones que con el escenario en que te encuentras, que siempre es una consecuencia
de las personalidades que lo habitan.
La primera vez que entré en su casa no pude sentir otra cosa que escalofríos, mantenían las
barras de apoyo en el pasillo cuando ya hacía tiempo que su mujer no podía moverse.
Recuerdo que pensé en lo fácil que era quitar las barras que simplemente estaban atornilladas
a las paredes. Tenían a la pobre mujer en el comedor, en una camilla de hospital, con un
gotero enchufado, tapada con una sábana. Ya había visto lo que era la degradación que puede
producir la enfermedad en mi familia, tenía los recuerdos de mis abuelos en su piso cuando
mis padres los cuidaban y yo tenía que ir a quedarme con mi hermano algunas noches, pero al
ver la situación en la que se encontraba esa familia, no encontré en el ambiente ninguna
sensación que me hiciera pensar que entre ellos había cariño, lo único que vi en los ojos de la
mujer enferma cuando la saludé fue odio hacia mí.
Recuerdo que pensé mucho en cómo las personas pueden acumular rencor, en cómo días y
días de conversaciones interminables sobre una gotera pueden ayudar a enardecer un odio
bajo un convencimiento basado únicamente en el egoísmo y la tacañería, o simplemente en la
soledad.
Lo más siniestro de toda esta historia es que les llegó la muerte y la gotera jamás se reparó.

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