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DÁNAE DEVOLVIENDO LO QUE NUNCA FUE SUYO

Estaba en mi casa, con las piernas cerradas para que no saliera. Cuando pensaba en
la noche que sucedió el milagro supe que mi vida no volvería a ser la misma. Cuando
me cayó la lluvia divina levanté los ojos y vi a un hombre, solo, aburrido, con el asco
descrito en sus ojos, esos ojos que chupé para alargar mi vida. Una gracia que supe
que debía compartir después del sacramento.
El niño lloraba, rezaba, en la esquina el hombre me suplicaba mi jugo, el jugo de lo
eterno, de la extensión de una vida llena de penalidades. Le pregunté para que lo
quería, y me dijo:
– No me dan ni agua, el rincón siempre está meado pero no estoy a gusto en
ningún sitio que no sea éste. Como he visto que pasabas con la mano entre las
piernas pensé que me aliviarías, que te apiadarías en mi sufrimiento-
El niño seguía llorando y yo no sabía el motivo, sus ojos estaban tan rojos que pensé
que podría beber de ellos como tantas otras veces. No sabía en ese momento que
todo era una trampa, un juego siniestro en el que la única salida era la humillación
pública para purgar mis pegados y mi egoísmo. Entonces recordé que beber de los ojos
del niño se convertiría para mí en una atadura para la que no estaba dispuesta. Debía
soltarlo todo, lloverle encima al hombre para librarme de una cadena infinita que me
llenaba de vergüenza, una vergüenza que debía soltar de inmediato, para liberarme de
un hombre y buscar otro, y así salvar a mi padre, el único amor de mi vida.

¡Quiero beberlo todo, quiero ser un esclavo! Quiero que el líquido caliente riegue mi
garganta y ahogarme en esa atadura infinita. Se que tu no lo quieres, que estás
deseando deshacerte de él para no volver a ser esclava. Quiero esa responsabilidad que
a todo el mundo oprime y condena, una condena a una vida dependiente y
condicionada. Estar siempre pendiente de algo, algo físico, divino y caliente. Levantarme
preocupado y no tener tiempo de venir al callejón donde todos mean, dejando ese olor
pestilente que hace que ya no huela nada, que no sienta nada, que ha hecho que me
acostumbre a una vida que soy incapaz de dejar. En cuclillas esperando un próximo
sufrimiento en forma de moneda. Tu líquido lo curará todo, ese líquido dorado que me
convertirá en un ser digno, lleno de vida y gloria, ¿estoy equivocado en todo?

Soy el amor y lloro, lloro para que le des de beber al sediento que solo desea un
poco de felicidad en forma de jugo dorado. El pobre inútil nunca sabrá que su vida no
depende del oro, que su vida solo depende de sí mismo, como en todos los casos de
infelicidad y tristeza. No me verás mirarte, te dejo sola con tu vergüenza si es que
alguna vez la tuviste. No te culpo de nada, solo se lo que has hecho porque te he
visto, te he guiado hacia el amor durante toda tu vida y nunca lo encontraste, por eso
cuando te lo dieron nunca supiste reconocerlo. Ese es el verdadero sentido de tu
tristeza, tu imposibilidad de ver más allá de tu padre, ese ser nefasto que siempre te
encerrará en tus trajes de mil euros y tacones de doce centímetros.
Quiero volver a ser regada, quiero que mi padre lo vea y se arrepienta, quiero que
sepa lo que es el sufrimiento como yo lo sé, quiero que nunca vuelva a mirar a otra.
Mi madre siempre me miró con desprecio por lo que yo nunca iba a tener, y murió
sabiendo lo que era la venganza. La falsedad siempre formó parte de su vida pero en
su lecho de muerte yo me encargue de que todo fuera sincero, cuando la mirábamos
yo y mi padre ella supo en su último aliento lo que iba a suceder, murió con una
sonrisa. Ahora se que es lo que ella pensaba y por eso se que nunca volveré a ser
feliz, creía que había ganado, pero nunca lo hice, siempre ganan los que se van
primero. Mi padre me abrazó como nunca lo había hecho, y yo me agarré a él en mi
inocencia como una sustituta, barata y fácil, ese fue el único momento de felicidad que
recuerdo en sus brazos.

¡Necesito el abrazo cálido de la felicidad! Ese estúpido niño que siempre está a mi
lado sonriente nunca me transmitió nada. Cuando me giro y lo veo me entran náuseas
por su falta de olor, es como si no tuviera vida. Una vez que me atreví a hablarle:
– Niño, ¿porque no hueles a nada y siempre tienes esa expresión estúpida en tus
ojos?-
Y el me respondió,
– -¿Es que no sabes que la felicidad es algo que se busca?, cuando encuentres
algo que te haga feliz no debes pensar nada más que en ello, así encontrarás
la felicidad dentro de la tristeza, que es donde realmente está. Y una advertencia
he de hacerte, la próxima pregunta que me hagas será la última, en ese
momento desapareceré de tu lado y nunca más volverás a verme, y tu tristeza
será infinita-
Y entonces la vi a ella, que salía de la iglesia con la mano en el coño, así todos los
días, como sujetando una felicidad inexistente que la mantenía prisionera en una eterna
sonrisa. ¿Cual sería el motivo de su felicidad? El motivo era que la felicidad para ella
no existía, y que iba a dármela en todo su esplendor, para que yo supiese lo que es
el dolor.

Sois víctimas, victimas de vuestra propia búsqueda, siempre lamentándoos de no


encontrar algo inencontrable. Deberíais salir de esa cueva de tinieblas en la que os
encontráis para volver a ver la luz líquida y dorada que es el centro de toda vuestra
vida, que es el único sitio donde veréis el brillo de la verdad. Una verdad que nunca
será objetiva, porque se perdió con la bendición.

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