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La perinola

La imbatible fuerza del diálogo


Álex Ramírez-Arballo

Criticaba un amigo mío -un tercio en chanza y dos tercios muy en serio- lo que trazo todos los
días en esta columna. Decía el caballero que mis textos pecan siempre de "bonitos" y con ello
afirmaba, pues, que mis trazos son tan prescindibles e inútiles como una figurilla de ornato. Es
decir, el defecto que el aludido veía en mi pluma era el de la ausencia de combatividad, algo que
no dijo él pero que yo infiero y que implica, además, la falta de una rebeldía que tan buenos
dividendos provee a quienes mercan su tinta en los diarios. Gritar es efectista y quien así lo hace
es porque le faltan buenos argumentos.

No creo en los rebeldes ni en quien cree ver en el ejercicio de la violencia, directa o sutil, la
solución a ese gran problema de nuestro mundo: la injusticia. No creo en todo eso porque
adolece de un pragmatismo que clausura, que aniquila la diferencia y que en nombre de un ideal,
que bien puede ser cuestionable, envuelve el riesgo de cometer grandes averías.

Si acaso existe una rebeldía necesaria ésta ha de ser la caridad, y mire que hablar de estas cosas
hoy, cuando toda proposición sustancial es materia sospechosa, es casi un suicidio; pero no
encuentro entre mis ideas, entre ese conjunto de intuiciones que forman nuestro pensamiento,
nada que me indique otro camino. El tiempo de crisis actual tiene como única alternativa de
solución el de la recomposición ética de la persona, y entre las múltiples acciones que podemos
hacer para dar el primer paso en esa dirección está el promover el escenario propicio para el
diálogo.

Dialogar es contrastar, argumentar, proponer y posiblemente llegar a acuerdos que satisfagan a


las partes debatientes. De entrada, el diálogo reclama la voluntad prudente de quienes participan
en él: es un encuentro entre iguales; por otro lado, quien ofende, quien insulta o desatiende es
incapaz de reconocer al otro como su semejante, y quien asume algún tipo de superioridad
personal en relación a los demás sólo puede dialogar -si acaso- consigo mismo.

La construcción de una sociedad más democrática pasa, necesariamente, por la construcción de


una red dialógica. La demolición de los prejuicios más rígidos y esos muros de soledad que
hemos construido para protegernos del mundo son hoy, más que nunca, una labor prioritaria. Se
precisa, pues, una gran dosis de generosidad y una fuerte convicción de igualdad y aceptación
mutua.
P.S. Desde la filosofía son muchos los que laboran por desarrollar un cuerpo de ideas que
propongan la mediación y el encuentro. Día a día se impone con mayor claridad la necesidad de
organizar nuestra vida en relación a principios fundamentales que nos den dignidad y nos
otorguen una voz legítima, una voz que sea escuchada y que no interrumpa otras voces. El
problema está en que muchas veces, casi siempre, se espera que un decreto, un partido político o
alguna institución sea capaz de implantar en todos nosotros esta conciencia. La única verdad es
que se precisa de una convicción personal, de una participación voluntaria y segura en la
consolidación de una crítica humanísima que se edifique sobre un concepto eternamente
contracultural: la gentileza.

Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y actualmente trabaja como
profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo
electrónico es alexrama@orbired.com y su página web www.orbired.com Además puede establecer contacto con
él en las redes sociales:  Youtube: www.youtube.com/orbired Twitter: www.twitter.com/orbired Facebook:
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