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La perinola

Los enredados y el ciudadano feroz


Álex Ramírez-Arballo

Cualquiera que haya leído con cierta regularidad mis columnas se habrá dado cuenta de
que dos temas aparecen con intermitencia: México y la Internet. La realidad del país es -ya lo
sabemos todos- desastrosa; por otro lado, la red mundial de computadoras es un espejo fabuloso
en el que nuestro país descubre su verdadero rostro. Lo decía ayer, las redes sociales han sabido
construir un fresco fabuloso en el que los mexicanos descubrimos nuestro miedo, nuestro gozo,
nuestro proverbial ingenio y, sobre todo, ese conjunto abigarrado de contradicciones que los
antropólogos llaman vida cotidiana.
Lo ocurrido en los últimos diez años en materia de comunicación virtual ha permitido que
nuestros ojos recorran las calles y las avenidas del país de una manera casi instantánea. Somos
emisores y consumidores de imágenes, y lo hacemos casi a la velocidad de la luz. La violencia,
que ha sido parte constitutiva de nuestra historia, hunde también sus raíces en los laberínticos
senderos de la Internet, y desde ahí nos interpela en la comodidad de nuestra casa. Hace un par
de minutos alguien me envió un video en el que un grupo de sicarios ejecuta a un hombre frente
a una casa desde la cual alguien lo graba todo con su celular: de más está decir que las escenas
son escalofriantes y de plano ya me echaron a perder el día. Sin embargo, cuando hablo de
violencia no sólo me refiero a situaciones tan extremas como las ejecuciones, que se vuelven más
reales porque se multiplican en millones de pantallas de computadora; me refiero también a esa
otra violencia, no menos dolorosa y ubicua, que puebla todos los espacios en los que las personas
podemos expresarnos en la red. Ahí es la injuria, el anonimato, la descalificación, la infamia, la
cobardía, la perversión -todo esto- lo que priva. Se trata de la corrupción de un bien: la libertad
de expresión. Pareciera que ante la posibilidad de ejercer el derecho sagrado de decir lo que
pensamos, los seres humanos, los mexicanos, hemos optado por algo profundamente
rudimentario: la vociferación.

P.S. No es poca cosa hablar de este asunto, ni creo que todos los usuarios de Internet sean el
ciudadano feroz. Sin embargo es necesario poner el dedo en la llaga, esto con la esperanza de
que se pueda despertar conciencia en la sociedad de lo necesarias que son las más elementales
formas de la cortesía. Estoy plenamente convencido que la violencia verbal termina, tarde o
temprano, convirtiéndose en violencia física, en agresión y en muerte.
Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y actualmente
trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y Portugués de la Pennsylvania State
University. Su correo electrónico es alexrama@orbired.com y su página web www.orbired.com

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