Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Los Silencios de Una Copa
Los Silencios de Una Copa
cuerpo; sus correosos dedos deslizándose sobre sus caderas e incluso llegando a rozar
con las yemas de aquéllos más alargados la parte más baja de su cintura. Ella se dejó
llevar.
La botella de cava yacía abierta, náufraga en el mar de un hielo pilé bañado en sal que
su boca, dejando caer sobre sus labios un fino hilo del venéreo elixir, del fluido del
placer, de la pócima del deseo. Una sucesión de perlas burbujeantes que decidieron
La botella regresó a su propio mar para dejarles solos de nuevo. La luz de las velas era
reloj a la que nadie presta atención a pesar de ser la dueña del tiempo; la inexistencia de
amor, del deseo, de la atracción fatal, estaba situado a tan solo unos centímetros de su
boca. Ella se preguntaba cuánto tiempo ocuparía ese espacio entre ellos dos, y si la
extensión de dicho espacio equivaldría en valor a una millonésima parte de ese conjunto
bezos. Advirtió que la suavidad con la que la mano derecha de él mantenía aun cogida
levitar como en un sueño. Podría incluso jurar que sentía todo su cuerpo colocado a la
Los gruesos buces de él no vacilaron más, y de repente ella notó todo su ser dentro suyo
a la vez que sintió cómo ella misma se adentraba en él; cómo toda su esencia pasaba a
formar parte de sus sentidos; cómo llenaba todos y cada uno de los resquicios del
interior de su cuerpo. Poco a poco fue vaciándose para llenarlo del mismo elixir con que
él la había llenado a ella minutos antes sirviéndose de la botella de cava que descansaba
en la cubitera.
hasta que sació su sed, y cuando ambos necesitaban darse un respiro –el estrictamente
ella de esa espumosa sustancia que a ella se le presentaba cada vez más afrodisíaca, y
sin despedirse –debió dar cuenta de la necesaria ininterrupción que exigía el momento-.
después de unas horas de auténtico derrame de pasión entre los dos amantes. Él estaba
sentado en un taburete, con los codos apoyados sobre la mesa, y mirándola fijamente,
sin perder ni un solo momento el camino marcado por su mirada. No mediaba palabra
hadas-.
Ella se estremeció. Tanto que su equilibrio se vio en peligro seriamente y estuvo a punto
se hallaba justo detrás de ella. Miró la foto que el marco adornaba, y llorando caminó
hacia la ventana. Allí, mirando hacia el infinito de la noche, volvió a repetir “te quiero”
entre sollozos.
Fue entonces cuando ella se sintió sucia, humillada. Se sintió una más; como ese
pañuelo gastado por la consolación; como ese segundo plato ya frío; como esa copa de