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CUMplo con informar

Ricardo Sánchez Orfo


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Ricardo Sánchez Orfo

Cumplo con informar

Cumplo con informar, Edición virtual, 2010

www.cuchitrildeadrede.blogspot.com
ricardo.sanchez.orfo@gmail.com
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Cumplo con informar


Del vidrio al vidrio hay una consideración escasa/penitente y deshabitada/
aparece un espasmo leve/ levísimo incluso sobre la cama

(esponja de abuelos muertos/


brillo de sacristía cuando vuelve la mano al callo de los ojos)

escucho hojear un libro mientras quince hombres eyaculan al cielo esperando la


redención de las tristes putas/
el país se esconde en una piedra breve/
el país cabe en una mano que se cierra/

cumplo con informar que desde hoy todo es herida/


hallazgo de nada entre los cuerpos indescifrablemente apabullados/

la llavecita pálida que gotea en el jardín roñoso/tu nombre malgastado es una


herida/una improvisada forma de inaugurar el llanto/
la herida es herida de su propia herida
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Mil novecientos setentaialgo


Estamos llenos de tópicos y de puertas a medio cerrar por donde el viento no pasa.
Hasta cuándo las horas, hasta cuándo, hasta cuándo la sintaxis y el panorama
cinematográfico que reserva una butaca a ese cuerpo que nunca llega: ¿habrá sonrisas
antes de dormir?
¿o agujas enhebrando el carnívoro
convencimiento de insectos
cayendo a la intemperie?
Ciudad asesinada entre socorros;
asciendes en pánico a la última
ventana común.

Silencio, horas l a r g a s y aburridamente nostálgicas, por eso la apagada hojarasca


que se vino de pronto sobre nuestras piojentas cabezas: porque nunca llegó alguien a
colmarnos los vacíos,
los huesos asomados del cuerpo,
las copas sin vino o la pasión pasajera.

En el estadio que dejaron los milicos la gente alcanzó a guardar sus manos debajo de
los muertos, ahí están sus dedos flacos y apesadumbrados manoseando y dejándose
manosear por los mismo gusanos que años antes tragaron sus cabezas hippies y
chasconas.
Desde la silla que dejé antes hacerme el muerto, antes de jugar a los síntomas
apagados de todos mis ojos abiertos y pálidos, la palabra se acuclilla y luego salta a un
hoyo negro que ocupan tus poemas tristes, llenos de marejadas y miserias, llenos de
café con Benedetti.
lluvia y pastillas de moda, me reconozco, me recuerdo a pesar de ti y de nosotros que
nunca fuimos más que dos pendejos malamados/
hijos huachos y hediondos que boté camino a casa/ vacíos inacabables.
…hasta cuándo la muerte/ hasta cuándo
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Trescientos treintaitrés

Habrá fiesta, sin duda, cuando los hijos maricones dejen de dormir en su miedo
plácido/ juguemos al verso sin sentido: Una mano va cayendo por los ojos

No será para siempre una cama abierta adonde dos


hombres buscan la continuidad de la locura incierta de
estar arrojados al infierno, ninguna hoja fue tan
mayúsculo escándalo, sólo la certeza de verla cayente,
caída,
rota.

No es casual la ventana ni el aparato vidrioso que guarda su nombre, no es porque sí


el viento crítico de alguna mañana, ni las rodillas flacuchentas de perro huacho que me
tiritan de frío.

Alguno de nosotros lavó sus manos en la sangre de su cuerpo. Otro silencio. Pensaré
en una mujer cualquiera, pensaré en un muchacho virgen que llore noche por medio,
pensaré que hay otra forma de hacerse el muerto y de patear piedras en la calle vieja,
y de emborracharse o abrazar árboles para salvarse de uno mismo.

No es tan casual llevarse adentro/ ascender a dios y rascarle el ombligo haciéndole


cosquillas/
Qué duda hay,
el verso carece
de sentido:

un ojo va subiendo por las manos


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Sólo por si acaso


Se agita rápido ventilando las basuritas del cuerpo
y los poemas agrios sobre esta manga de países solos/

tomando el riesgo de hacerlo me siento en la puerta a esperar.

Estuviste abriendo las manos por si a acaso queríamos llorar, y no lloré, entonces sin
más que hacer caminaste al metro incendiando los ojos, los rincones luminosos de
cada panfleto y de cada bandera;

estuviste abriendo las manos por si acaso, sólo por


si acaso, entonces algo parecido al llanto de cada noche
surgió en una muchacha flaca que compraba anuncios y
funerales; y crujió, y gimió retorcida por la aberrante y
siniestra condenación que somos.

Quién dijo que no había cosas nuevas,


por ejemplo un muerto embalado
en rutilantes sermones venidos a menos,
un milico envuelto en huincha aisladora
mirando con cara de enfermo la sangre
dispersa en sus manos cholas,
gruesas, sedientas.

Con cada diagnóstico médico se inaugura una reserva en cualquier parte cercana a la
tumba comunitaria que nos recibirá. Lágrimas sueltas, eso es nuevo, una cayente y
lagrimosa nostalgia de hospital público/

Con lugar a todo tipo de dudas


-la noche no es más
que un invento triste
cada vez que llueve-
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Ene ene
Animal, no vomites en la mesa, déjate de ser así de enfermo.
(el día que dijo eso aprendí a llorar en los velorios)

Existe cierta franqueza en los abuelos cuando se pean y luego deciden morir para que
sus nietos los lloren, o para que sus hijos los lloren mirando fotos familiares junto al
calendario viejo de la cocina.

No quisiste decirme llora, no quisiste decírmelo, mira que tonto me veo con cara de
infarto y leyendo novelas pasadas de moda.

Tonto, cuándo aprenderás que nada de lo dicho es tuyo,


Tienes un luminoso ataúd,
Una pestaña sombría que se abre y cierra arrastrando una lágrima aparente que cae

-cae
y
finalmente
se
detiene
en
la
ventana,
en
la
purgante
entrada
a
uno
mismo.
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Sobre todo
andén escasamente iluminado
los autos que siguen p
a
s
a n d o/

-La muerte nos recoge de vez en cuando,


la aguja que pasa cosiendo la rajadura
que quedó después del escándalo
nos ahuyenta por su filo
y su sangre vertida en los dedos-

Esto queda para nosotros: socorrernos cuando llegue la noche, caminar hacia nuestra
propia tumba, asomarnos a cualquier lugar público y llorar, sobre todo llorar.
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(Entre)paréntesis
Cuántos paraguas habré perdido en esta afanada conquista deshecha.
Vértigo, claro que hay vértigo, otra procesión de pequeños infartos,
un calambre odioso en las piernas y una mandíbula parásita que no sabe de
abstinencia, mordedura o insurrección, qué más da, rasguño y golpecitos en la espalda
de los ojos, de los años.

Entre paréntesis, podrá no ser la valentía más que un exabrupto tan momentáneo
como siútico, tan resbaloso como trémulo.

Vértigo, claro que hay vértigo, murallas pintadas de rojo bien comunista para decir que
alguien estuvo vivo a veces, sólo a veces, luego meterse al sobre y no dormir con los
presagios del mañana en que lloverá, luego toser bien fuerte para acordarse de uno
mismo, de nuestro cáncer tal vez, o del insomnio.
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No tenemos dónde
Nunca dejaste de pensarlo, por eso caigo de pie en lo que no tenemos, en la sombra
burlatoria de una sábana manchada con mocos y sangre.

Siempre hubo algo, o alguien, mucho más sabroso que tomarnos de la mano, por
ejemplo un recuerdo de patria en candombe, un camabalache sobrepoblado de
adioses.

Especulación, todo es ello, incluso la puerta donde estuvimos manoseándonos antes


del incendio que por supuesto no ardió; me retuerzo de pronto mientras llueve y
piensas o tarareas la canción de Elvis.

Nunca dejaste de pensarlo, por eso la posibilidad de que ciertas tragedias se hagan
llegables es ésta: absoluta.

En qué ventanilla abierta –o cerrada- habrá quedado la mano irreprochable que se


metió entre tus piernas.

Ahora no hay motivos para llorar, él también te piensa mientras mis hijos
desparramados, perdidos y muertos vienen de a poco a esta puta elegía.

Estamos seguros que dios ha muerto, se cayó de bruces jugando a ser dios con
mayúscula y se raspó las rodillas, estamos seguros que no habrá promesas ni fáciles
corazones, la esquina de mis ojos llora, la esquina de tu lado oscuro piensa en él
… no tenemos adónde caer
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A propósito de la muerte del maestro Benedetti


la coincidencia de los edificios
sopló una voz que no era tuya,
un vaivén, un naufragio en los nombres.

No quiero ver la tele ni perderme


en las calles luego hacerme el muerto,
luego de contar hasta treinta y tres
estrechando los ojos contra el olvido,
luego de recordar la historia del hotel país
y la de sus presos en nombre de nadie.

Surge en tu mano fría un muerto


que se deja acariciar, una ventana
cualquiera adonde cuelgan las heridas,
la tregua de hace años.

No quiero leer más a Santomé ni escuchar que Benedetti ha muerto.

Y tu voz que no llegó era la soledad,


y tu hospedaje en cualquier sitio herido
era la soledad, tus soledades son la soledad de otro,
de un tipo viejo que necesita un gesto,
una pesadilla sin vernos,
un día sábado humeante y silencioso.

Por eso escribimos en las paredes


sobre la patria cansada,
sobre las viudas rencorosas,
por eso escribimos en las butacas
frías la letra inventada y cancerosa
con que comenzamos a sobrevivir,
por eso dijimos algo sobre la noche
que cae lenta y sin forma,
por eso callamos algo sobre nuestras ventanas abiertas.

Y tu voz, que nunca más llegó, era la soledad.


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Contra el tiempo
/así pasarán las horas, lentas y llenas de manicomios, de asilos y hospederías.

Cae al fondo del oído una ópera que nadie escucha, digamos por ejemplo: otra versión
de los niños muertos. De momento tus ojos miran un tren cuando no pasa, un incendio
en la cárcel, en el túnel, en la hostil malvenida de los años.

Así pasarán los días y las noches ácidas de cabarets y toque sin queda, pasarán y
nosotros estaremos mirando imágenes en el cine arte pirulo, muy bien así de sordos,
creando promesas que nunca se cumplirán o quizá sólo inventando infartos.

Quisimos dejar de mirar parejas solas y parques fríos, muertos que hacen (o hicieron)
fiesta en funerales regados de cuartos vacíos y lugares comunes- y lo hicimos a pesar
del que dijo que no era que las habitaciones estuvieran solas, sino que los hombres
adentro de ellas estábamos solos, heridos y gastados.

Cumplo con informar que la gente va a cualquier parte convenciéndose de que vivir no
es tan malo, cuando en el fondo, las paredes pesan, los hijos lloran, las puertas se
cierran y el olvido hace otra triste fiesta entre todos.

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