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-¡Buenas, Guille! ¿Qué tal te va?- contestó Mati, la bohemia e infantil bibliotecaria.
La biblioteca municipal era uno de los lugares más vacíos de la ciudad. De más de ciento
cincuenta mil personas que habitaban en la ciudad, sólo un par de decenas a la semana aparecían por
allí. Pero eso a Matilde poco le importaba. Su amor por los libros era lo que la había hecho
convertirse en lo que era. Eso, y su afán por encontrar gente como ella, enamorada de la literatura.
Después de tantos años dedicada exclusivamente a su trabajo, había conseguido encontrar gente muy
variopinta que, a pesar de sus diferencias, tenían algo en común: la literatura. Guille, un chico de once
años, era una de estas personas, de hecho, la más joven de estas. Vivía siempre preocupado por el
planeta; la contaminación, el hambre, las guerras, la enfermedad… Y se informaba leyendo. Sin
embargo, aquel día era algo diferente lo que le preocupaba:
-No me digas.
-Vaya- comentó Mati preocupada, aunque enseguida sonrió, como siempre hacía.-. Pero,
bueno, seguro que se curará. Tú no te aflijas. ¿Y tu hermana?
-Pues… No sé. Pensé que quizá un libro me ayudaría a distraer la mente de mis problemas.
-¡Ah! Qué gran idea.- exclamó entusiasmada Mati, levantándose del sillón.- ¿Y tienes idea de
qué te podría interesar?
- Pues no, no sé. Carlota me recomendó uno. Se llama “El alma del bosque”. Dice que a ella
le gustó mucho. Una historia de superación personal o algo así, dice ella. No me acaba de convencer.
¿Tú qué me sugieres?
-¡¡Ah, claro!! ¡¡Hay un libro perfecto para ti!! ¡Enseguida lo traigo!- dijo la bibliotecaria, y
salió corriendo hacia el interior de la biblioteca, perdiéndose entre las estanterías.
Guille se fijó entonces en lo que le rodeaba. Miles de libros, cada uno con una historia
diferente que contar… Entonces, oyó a su espalda una irónica voz familiar:
Guille se dio la vuelta. Allí estaba. Adèle Sartre, una treintañera francesa, amiga de Mati.
Escéptica e irónica, viajó a España y se quedó, enamorada del lugar. Conoció a la bibliotecaria
cuando estaba visitando la ciudad. Le encanta la poesía, y eso las unió.
- Así que tu mamá está malita, ¿eh?- dijo Sartre.- Miga, paga despejag tu mente, nada mejog
que la poesía. Te guecomiendo este libro- dijo, mostrando un enorme tomo. Se llama “Obra poética
completa”, de Garcilaso de la Vega.- Terminó, haciendo un esfuerzo por pronunciar las erres.
-¿Tú, recomendando un libro? Ven aquí, Guille. Te voy a dar un libro de verdad, y no uno
como ése.
Sartre pareció ofendida por el comentario, pero no respondió, sino que se limitó a seguir
leyendo el periódico. Santiago llevó a Guille por los corredores de la biblioteca hasta la sección de
novela fantástica. Cogió una novela y se la mostró al pequeño:
Los jugadores ni se inmutaron, estaban concentrados. El chico del libro saludó con la mano.
Estos tres eran también de aquel grupo de amantes de la literatura que Matilde había reunido. El joven
que jugaba al ajedrez era Dani, un chico de veintiún años fascinado por el cosmos, que estudiaba
física. Las tardes que pasaba en la biblioteca para estudiar le llevaron a conocer a Mati y a dejarse
contagiar por ese amor por la literatura. Desde entonces pasa las tardes en la biblioteca, parloteando
con Ana, la que entonces jugaba al ajedrez con él. Ana era una chica de unos diecisiete años, víctima
de bullying, que se refugiaba de su cruda realidad en las alegrías y el apoyo que le ofrecían sus
compañeros de biblioteca y los libros. El último de los chicos era Fernando, o Fer, para los amigos. Y
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si no había saludado a Guille con palabras era porque era mudo. Pero para él eso no era un
impedimento, ni mucho menos. La literatura le había hecho fuerte.
-Sí, bueno...
Fer se levantó y le mostró el libro que leía; “El mundo perdido”, de Arthur Conan Doyle.
Fer negó con la cabeza y señaló una estantería con un par de ejemplares más del mencionado
libro. Guille se acercó y cogió uno, que añadió al montón de libros que le habían recomendado el
resto de sus amigos.
-¿Un libro?-pensó en voz alta Dani- ¿Qué te parece “Historia del tiempo”, de Stephen
Hawking?
-Eso va a ser demasiado pesado para Guille.-dijo Ana- Es un libro larguísimo y con muchos
términos raros. Mira, te recomiendo “Marioneta”, de Beatriz Berrocal Pérez. A mí me ayudó mucho.
-Gracias a todos, en serio -comentó Guille, apuntando en un papel títulos y autores. Apareció
entonces Mati.
-Guille, aquí está el libro que te decía. “Alicia a través del espejo”, de Lewis Carrol. Te
encantará- dijo, entregándole el libro.-Aunque, veo que ya tienes muchos.
-Bah, da igual. ¡Búscame los libros que están en este papel y dámelos! Me los llevo todos.-
sonrió.