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Una moneda en la calle.

Bajo la larga espera de la noche transcurran las gotas color caf del
xido de la pileta del bao. Alfredo Caseros habra de estar lejos de aquel
calabozo, sumido en el sueo, pesando incontables pesadillas en el silln de
su sala de estar, de no ser por los rumores, vacos primero, infundados
despus, preocupantes con posterioridad. Su mujer, Brbara Mancilla, ama
de casa piadosa y obstinada en el cuidado de la familia, no habra de estar
enterrada cuidadosamente bajo dos metros de tierra, en este preciso
momento, de no ser por dichos rumores.

San Proteo es una ciudad chica, y al fin y al cabo, todos los trapitos
salen al sol comenta Ismael, resentido. Hoy la ciudad es un caos, no hay
nada que nos separe de la barbarie comenta Ismael, indignado, quien cabe
destacar, no habra estado siendo atosigado de preguntas si no fuera por su
padre, que de familia de buena fe y a la buena de Dios haba recibido en
herencia aquella desvencijada ferretera, all por los albores de la
independencia.

El comisario Benvolo jams haba estado tan cansado. Las pocas


horas de sueo eran rejunte matutino con la poca accin en San Proteo,

desencadenando tal y como era el caso, que en la curiosa confluencia de los


astros y un crimen en San Proteo l, al igual que todos los integrantes de las
fuerzas policiales, se hallara en un letargo, medio por confusin, medio por
admiracin, por aquel criminal que habra de darle color a aquel da. Casi ni
recordaba el ltimo crimen pasional de esa su patria minscula y acogedora,
mas si lo haca.

All por los albores de la independencia Don Justo Molinas mora tras
ser alcanzado 3 veces por balas furiosas de aquella humeante mujer, viuda y
futura cnyuge de Justo Serrano, de quien se deca que era su amante.

En la calle de titubeantes luces se oan los gritos y luego disparos, que


no evitaron que Marcos Caseros escuchara el tintinear de las monedas
cadas de un saco roto. Monedas con las cuales compr el corazn de
Margarita, y su unin en santo matrimonio, para que ambos, en el rincn
ms oscuro de San Proteo, concibieran a Alberto un equinoccio.

Alberto mira por la ventana de la locomotora a vapor y ve a Brbara,


cuyo nombre desconoce. Alberto olvida los pesares matutinos y abandona el
tren, buscando a la joven con la mirada. Era su da de suerte, pens,

mientras miraba caer la lluvia tenue, teida de xido, desde los sucios
tejados enchapados.

Orioluz

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