Haba dejado de nevar y los nios, ansiosos de libertad,
salieron de casa y empezaron a corretear por la blanca y
mullida alfombra recin formada. La hija del herrero, tomando puados de nieve con sus manitas hbiles, se entreg a la tarea de moldearla. Har un mueco como el hermanito que hubiera deseado tener se dijo. Le salio un niito precioso, redondo, con ojos de carbn y un botn rojo por boca. La pequea estaba entusiasmada con su obra y convirti al mueco en su inseparable compaero durante los tristes das de aquel invierno. Le hablaba, le mimaba...
Pero pronto los das empezaron a ser mas largos y los
rayos de sol mas calidos... El mueco se fundi sin dejar mas rastro de su existencia que un charquito con dos carbones y un botn rojo. La nia lloro con desconsuelo.
Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su
invierno, le dijo dulcemente: Seca tus lgrimas, bonita, por que acabas de recibir una gran leccin: ahora ya sabes que no debe ponerse el corazn en cosas perecederas.
EL MUECO DE NIEVE
LA LEONA Los cazadores, armados de lanzas y de agudos venablos, se acercaban silenciosamente.
La leona, que estaba amamantando a sus hijitos, sinti el
olor y advirti en seguida el peligro.
Pero ya era demasiado tarde: los cazadores estaban ante
ella, dispuestos a herirla.
A la vista de aquellas armas, la leona, aterrada, quiso
escapar. Y de repente pens que sus hijitos quedaran entonces a merced de los cazadores. Decidida a todo por defenderlos, baj la mirada para no ver las amenazadoras puntas de aquellos hierros y, dando un salto desesperado, se lanz sobre ellos, ponindolos en fuga.
Su extraordinario coraje la salv a ella y salv a sus
pequeuelos. Porque nada hay imposible cuando el amor gua las acciones.
LA OSTRA Y EL CANGREJO
Una ostra estaba enamorada de la Luna. Cuando su gran
disco de plata apareca en el cielo, se pasaba horas y horas con las valvas abiertas, mirndola.
Desde su puesto de observacin, un cangrejo se dio
cuenta de que la ostra se abra completamente en plenilunio y pens comrsela.
A la noche siguiente, cuando la ostra se abri de nuevo,
el cangrejo le ech dentro una piedrecilla. La ostra, al instante, intento cerrarse, pero el guijarro se lo impidi. El astuto cangrejo sali de su escondite, abri sus afiladas
uas, se abalanz sobre la inocente ostra y se la comi.
As sucede a quien abre la boca para divulgar su secreto: siempre hay un odo que lo apresa.