Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Hace exactamente veinte aos que navego con una biblioteca a bordo. Porque
una biblioteca personal, como saben ustedes, no es un lugar donde se colocan
libros, sino un territorio en el que uno vive rodeado de inmediatez y de
posibilidades. Hay libros que estn ah, sin leerse todava, aguardando
pacientes su momento, y otros que ya leste y a cuyas pginas conocidas
retornas en busca de memoria, de utilidad, incluso de consuelo. A medida que
envejeces, el nmero de esa segunda clase de libros, los viejos amigos y
conocidos, aumenta respecto a los que aguardan turno; aunque siempre existe
la melanclica certeza de que, por mucho que vivas, nunca acabars de leerlos
todos; que la vida tiene lmites, que siempre habr libros de los que te
acompaan que apenas abrirs nunca, y que un da, tanto ellos como los ya
ledos caern en manos de otros lectores: amueblarn otras vidas. Parece algo
triste, pero en realidad no lo es. Porque tales son las reglas. En cierto modo,
ms que una vida de lecturas, una biblioteca es un proyecto de vida que nunca
llegar a culminarse del todo. Eso es lo triste, y lo fascinante.
Un velero no siempre deja tiempo para la lectura. A menudo ests atento a la
maniobra, al estado de la mar, a la recha en el horizonte, al trfico de los
malditos mercantes que te vienen encima. Pero siempre hay ratos de calma:
das tranquilos con marejadilla y quince nudos de viento, con todo el trapo
arriba, o fondeos apacibles en lugares sin algas, donde cuarenta metros de
cadena permiten dormir algo ms tranquilo. Ah es donde los libros se vuelven
compaa perfecta, al sol o a la sombra en verano, abajo en la camareta en
invierno, a veces de noche, a la luz de una lmpara, mientras arriba, en la
baera, alguien te releva cuatro horas en la guardia y oyes el vago rumor del
canal 16 en la radio.
Durante mucho tiempo, a bordo slo llev libros sobre el mar. Es una vieja
costumbre. Quiz porque he ledo demasiados de ellos, hace un par de aos
empec a admitir polizones terrcolas en la biblioteca marinera, donde antes
estaban proscritos. Aun as, stos siguen siendo pocos, y por lo general se