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ANTONIO PRIANTE

MUNDO
DEMONIO
Y
FAUSTO

TRAGICOMEDIA FANTÁSTICA

EN

TRES ACTOS

NUEVE JORNADAS

ENTREGA 2
ACTO II
(GRAN MUNDO)

Despacho oval del Emperador de Occidente. Reunión de Consejeros Fácticos. En


torno de la mesa, presidida por el Emperador: el Consejero Fáctico de la Guerra, el
Consejero Fáctico de la Banca, el Consejero Fáctico de la Salud Única, el Consejero
Fáctico de la Industria Pesada, el Consejero Fáctico de la Buena Imagen, el
Consejero Fáctico de la Opinión Programada, el Consejero Fáctico de Banderas,
Iglesias y Símbolos y el Consejero Fáctico de Información y Propaganda; a la
izquierda del Emperador, Ideator (Mefisto) y Henry Fost (Fausto).

EMPERADOR.- Estimados Consejeros, os he mandado llamar con tanta urgencia


porque necesito vuestra ayuda para tratar de resolver un problema de la máxima
gravedad; tan grave es que, si no le damos respuesta en breve plazo, el Imperio puede
perecer.
CONSEJEROS FÁCTICOS.- ¡No, no! ¡Dios no lo permitiría! ¡Nadie puede contra el
Imperio! ¡Antes habrán de pasar por encima de las cabezas de los nuestros! Estamos
a tus órdenes, oh jefe carismático.
EMPERADOR.-Y yo a las vuestras, por descontado... Escuchadme, el peligro que
nos acecha, el problema que hemos de resolver antes de que sea demasiado tarde
es...que...no tenemos enemigo.
CONSEJERO BUENA IMAGEN.- Alabado sea Dios, no hay enemigo que el Imperio
no pueda descabezar. Nuestra victoria ha sido completa.
CORO DE CONSEJEROS.- Alabado sea Dios. No hay enemigo que el Imperio no
pueda descabezar...
EMPERADOR.- Atentos. Parece que no habéis entendido. Si no hay enemigo, no hay
Imperio. Si no hay enemigo...¿en qué se emplearán nuestras armas? ¿adónde
dirigiremos nuestra propaganda? ¿cómo nos mantendremos como la salvaguarda
mundial frente a una amenaza que ya no existe? Mientras el Imperio de Oriente
mantuvo, por las armas y por la insidia, sus siniestras asechanzas sobre el mundo,
nuestro Imperio florecía y se fortificaba...y se justificaba hasta el último rincón de la
Tierra. Ahora que Oriente se ha desmoronado, ¿de qué clase de enemigos habremos
de salvar al mundo?
CONSEJERO INDUSTRIA PESADA.- Perdona, Emperador, pero...¿por qué hemos
de salvar al mundo?
EMPERADOR.- Consejero, te conviene un buen repaso de nuestro diccionario de
sinónimos y eufemismos. Salvar al mundo quiere decir...(Ideator carraspea con
fuerza) bien, todos sabemos lo que quiere decir. Abreviemos. Hay que adelantarse a
los acontecimientos. Me he permitido contactar con una de las firmas más antiguas de
la vieja Europa, experta en conflictos internacionales. Os presento al señor Ideator y
al señor Fost, sus delegados en América. Ellos mismos os expondrán el estado de la
cuestión y la metodología a adoptar. Adelante, señor Ideator.
IDEATOR.- Honorables consejeros, no es oro todo lo que reluce, ni hay mal que por
bien no venga, y aunque es cierto que a quien madruga Dios le ayuda, no es menos
cierto que a la ocasión la pintan calva, claro está que hay quien opina que un clavo
saca otro clavo, pero yo más bien pienso que ande yo caliente ríase la gente. ¿Alguna
pregunta?
CONSEJERO BANCA.- ¿Qué consecuencias puede tener esa aplicación en la
fluctuación del índice bursátil?
IDEATOR.- Buena pregunta. La respuesta está en el viento, y en los demás
elementos, pero no hay que desesperar, dado que poco a poco hila la vieja el copo.
¿Más preguntas?
EMPERADOR.- Hay algo que no acabo de entender, señor Ideator. ¿Qué es copo?
IDEATOR.- El masculino de copa. Pero éste es un aspecto no sustancial en el tema
que nos ocupa (o nos ocopa).
EMPERADOR.- Muy bien. Y ahora quizá el señor Fost tenga alguna precisión que
hacernos al respecto.
IDEATOR.- No...
FOST.- Sí, sólo quiero...
IDEATOR.- (Al oído de Fost) No, hables, no puedes hablar todavía...
FOST. - (Como si no le oyese) Sólo quería decir que es un gran honor para mí
hallarme ante vosotros, dignos representantes del nuevo mundo. Yo vengo de un
mundo antiguo, de un continente anclado en las profundidades de la historia, que
desde hace ya siglos agoniza bajo el peso de los mármoles y las sonatas. Vosotros sois
los hombres nuevos, vosotros sois los nuevos romanos que vuelven a arrebatar el
cetro a los caducos griegos.
CONSEJEROS VARIOS.- (entre ellos) ¿Qué dice?... No se le entiende nada...¿Nos
ha llamado marranos?....No, ha dicho romanos...¿Qué es romanos?...Yo vi una
película de romanos, llevaban pecho de hojalata y faldita corta...No, esa era de gays.
EMPERADOR.- ¡Silencio!
IDEATOR.- No hay que ser impacientes, señores, todo se aclarará. Una primera
exposición es como un amanecer en el Polo: siempre hay algo que no cuadra. (A
Fost) Ya ves tú, ¿por qué no callarás cuando se te dice?
EMPERADOR.- Y ahora al trabajo, señor Ideator. El Imperio confía en ustedes.
Piense que en sus manos está ahora el futuro del orden y la libertad mundiales.
IDEATOR.- Okey. (Por cierto, nunca ha estado en otra parte).

Atardecer. Fausto y Mefisto pasean por el West Potomac Park.

MEFISTO.- ¿Lo has entendido?


FAUSTO.- Lo he entendido, y aun siendo mi ilusión muy alta y mi fuerza irresistible,
no sé si lograré estar a la altura de tamaña empresa. Se trata de crear un Imperio,
¡nada menos! No me dirás que no habrá que recurrir a algo de magia.
MEFISTO.- No es tanto como parece. Si dices "crear un Imperio", la tarea parece
abrumadora, lo reconozco. Pero si dices "crear un enemigo", la cosa se simplifica
mucho. Un Imperio requiere soldados, armas, propaganda, dinero, mucho dinero...Un
enemigo no requiere necesariamente todo eso. Basta con que sepa hacerse percibir
como enemigo. En realidad, ni siquiera es necesario que exista. Mírame a mí: desde
hace veinte siglos el Enemigo por excelencia soy yo, y sin embargo hace ya tiempo
que la ciencia y la filosofía dictaminaron que nunca he existido.
FAUSTO.- No me sirven tus palabras. La dificultad está ahí, es algo real, y tú sólo
sabes oponerle palabrería vana. Espero que hagas algo práctico, algo efectivo.
MEFISTO.- Hacer es algo que te corresponde a ti. Pero no menosprecies mis
palabras. En ellas está toda la sabiduría de los mundos. Si te quedas más acá, no
saldrás del agujero, si pretendes ir más allá, te estrellarás. ¿Algo práctico y efectivo?
De acuerdo. Lo mejor será abandonarte a tus propias fuerzas. Desaparezco.

Mefisto desaparece. Se acerca, patinando, un joven ejecutivo (Max).

MAX.- Increíble, increíble. Señor, ¿qué hace usted aquí, a estas horas en el Parque?
FAUSTO.- Paseo, y hablo conmigo mismo.
MAX.- ¿Paseo? Error, no reconozco "paseo". Es usted extranjero ¿no? No sabe lo
peligroso que es esto a estas horas.
FAUSTO.- ¿Peligroso? No veo ningún peligro. De hecho, fuera de estos árboles tan
hermosos no veo nada ni a nadie. ¿Dónde está el peligro?
MAX.- ¡Usted es el peligro, hombre! A quién se le ocurre. Tendría que estar
prohibido.
FAUSTO.- ¿Prohibido? ¿Qué? ¿Pasear?
MAX.- Error, no reconozco, ya se lo he dicho. ¿Qué significa eso?
FAUSTO.- ¿Pasear? Es caminar lentamente, sin rumbo ni destino, al ritmo de
pensamientos, que vienen y se van como hojas mecidas por el viento, aquí aspiro el
aroma de una flor, allá aparto una piedrecita del camino, mientras el sol de la tarde
declina su majestad entre el rojo decorado de las nubes. ¿Nadie pasea aquí?
MAX.- Es usted extranjero, claro. Alemán ¿no? Me caen bien los alemanes. Será
mejor que me acompañe. Yo le pondré a salvo. ¡Monte!

Max se agacha para que Fausto pueda montar a horcajadas sobre sus hombros, y
emprende veloz carrera. Al salir del Parque se le unen grupos de jóvenes ejecutivos
patinadores.

PATINADOR 1.- ¿Qué llevas ahí, Max?


MAX.- Un extranjero loco. Estaba solo en el Parque.
PATINADOR 1.- ¿Solo en el Parque? ¿Y qué hacía?
MAX.- Dice que paseaba.
PATINADOR 1.- Error, no reconozco "paseaba".
MAX.- Eso mismo le he dicho yo, y me ha dado una explicación muy rara.
PATINADOR 2.- Tráetelo a la fiesta. Será una bomba.
MAX.- En eso pensaba.
PATINADOR 3.- ¿De dónde es?
MAX.- Alemán.
PATINADOR 3.- ¿Nazi?
MAX.- (a Fausto) ¿Eres nazi?
FAUSTO.- Mucho corréis, y no puedo captar vuestras palabras, a parte de que esta
cabalgadura es bastante más incómoda que los lomos del viejo Quirón.
MAX.- ¿Lo veis? No se le entiende nada, y eso que apenas tiene acento. (a Fausto)
¿Hace mucho tiempo que vives aquí?
FAUSTO.- Sí, hace mucho tiempo que vivo. Y lo peor, es que el tiempo no aporta
nada. La selva de las confusiones se va enredando en vez de desenredarse.
PATINADOR 2.- Te lo he dicho: una bomba. Corramos.
CORO DE PATINADORES.-
Corramos, volemos, saltemos,
¿pasear? no reconocemos.
Skating, jogging, surfing,
el mundo es una pista,
la vida va por ella
sobre ruedas o tablas
o enfundados los pies
en suaves deportivas.
Libertad en las manos
y viento en el cerebro,
skating, jogging, surfing,
corramos, volemos, saltemos,
¿pasear? no reconocemos.

FAUSTO.- ¡Alto! Te lo suplico, no lo resisto más.

Max se detiene, y también los demás patinadores. Fausto descabalga, se sienta en el


suelo, y los patinadores también se sientan formando círculo alrededor de él.

MAX.- ¿Qué te ocurre? ¿Te mareas? Vaya alemán flojo estás hecho.
FAUSTO.- Es que...no sé adónde me lleváis. Yo tengo una misión.
PATINADORES.- ¿Una misión?
FAUSTO.-Un trabajo.
MAX.- ¿Y cuál es ese trabajo, si puede saberse?
FAUSTO.- No puedo decirlo.
MAX.- ¿Eres espía?
PATINADOR 1- ¿Espía? ¿De quién? ¿De qué país puede ser espía si no hay
enemigo?
FAUSTO.- Cierto, no hay enemigo. El Imperio goza de un espléndido período de
paz...Pero yo tengo una duda, que a la vez es un temor: ¿puede ser, pregunto, que en
algún lugar de este mismo país exista alguien que, quizá sin saberlo, esté incubando
en este momento el huevo de un poderoso enemigo, alguien, quiero decir, tan opuesto
a las esencias de este Imperio que lleve en su mente el germen de un Imperio
contrario?
MAX.- Te explicas como un libro, muchacho, pero yo tampoco soy tonto, y si no te
he entendido mal, la respuesta es: sí, lo hay, y más de uno.
PATINADOR 2.- Pero todos están en Nueva York.
PATINADOR 3.- Y son intelectuales.
MAX.- Y judíos.
FAUSTO.- Dadme un nombre, os lo suplico.
MAX.- Woody Allen.
FAUSTO.- ¿Eso es un nombre?
MAX.- Sí, el que merece el representante de la basura neoyorquina.
FAUSTO.- ¿Dónde lo puedo encontrar?
PATINADOR 1.- Donde haya una niña china.
FAUSTO.- No es una gran pista. ¿A qué se dedica?
MAX.- Practica el incesto, toca música de negros y engorda a los psicoanalistas.
También hace películas.
FAUSTO.- ¿Cine? Yo he visto una película.
MAX.- Enhorabuena...Esto me empieza a aburrir. Chicos, ¿nos vamos?

Lentamente se aproxima una limousine. Se detiene a unos pasos del grupo. El chófer,
uniformado, con gorra de plato y botas de caña alta, desciende, abre una puerta y se
queda firme con la gorra sobre la mano. Fausto se incorpora y, ante el asombro de
todos, camina hacia el coche. El chófer le hace una señal con la cabeza para que
entre, regresa a su puesto y arranca.

FAUSTO.- Creía que había de componérmelas solo.


CHÓFER-MEFISTO.- Y así es. Tú decides y actúas. Yo sólo me ocupo de la
intendencia y de la logística...¡A Nueva York! Me encanta esa ciudad. Los que la
comparan con el Infierno no saben de lo que hablan.

Nueva York. Apartamento de Woody Allen.

FAUSTO.- Buenas tardes.


WOODY.- Buenas tardes. ¿Qué se le ofrece? Le advierto que tengo de todo…aunque
usted no tiene pinta de vendedor.
FAUSTO.- No lo soy. Solo quiero que hablemos de un asunto que a ambos nos
interesa.
WOODY.- Eso me dijo una vez un tipo y por poco acabo tocando la pandereta con
los hare-krishna.
FAUSTO.- A usted no le gusta este país.
WOODY.- Hombre, reconozco que el agua corriente podría ser de un color menos
subido.
FAUSTO.- Usted haría cualquier cosa por destruirlo.
WOODY.- No crea, no soy especialmente violento….Usted tampoco lo es…¿verdad
que no lo es?…ejem…le he dejado entrar en mi casa…no le conozco de nada, no sé
nada de usted…sólo que es alto…y fuerte, y …ese extraño acento…No pensará
hacerme daño, ¿verdad?…Al menos, no me haga sufrir…no soporto sufrir por cosas
inevitables, me da mucha rabia, qué quiere que le diga…Oiga, cuando esté distraído,
mirando hacia allá, por ejemplo, me da un buen golpe en la cabeza…y que haya
suerte, caray.
FAUSTO.- No acabo de entenderle, señor. Es bien cierto que para comunicarse con
gente de otro país (y de otra época) no basta con conocer el idioma. ¿Acaso teme que
le haga daño?
WOODY.- No, qué va, sólo ha sido una idea, ¡se le ocurren a uno tantas ideas al cabo
del día! Mire, si yo no escribiese y no hiciese películas no sé qué haría con los
montones de ideas que se me vienen encima todos los días. Tendría que poner una
parada en Central Park, supongo. Y ahora volvamos al principio, ¿qué se le ofrece,
señor pacífico?
FAUSTO. Ando en busca de la madriguera donde las fuerzas adversas se hallan en
estado de latencia, para desatarlas, organizarlas y empujarlas al gran Enfrentamiento.
WOODY.- Un primo mío también buscaba algo así, pero sólo encontró dos entradas
para el zoo.
FAUSTO.- Sigo sin entenderle, señor. Dígame con claridad, se lo suplico, si desea
ayudarme en la tarea de configuración del gran Adversario.
WOODY.- Ya sé a quien me recuerda, hombre. A la Muerte, sólo le falta la cara
blanca. Una vez la Muerte visitó a un personaje mío. Hizo un pobre papel, por cierto.
Perdió jugando al roomy con mi personaje y tuvo que volverse de vacío. Pero lo que
más me extrañó es que, en un momento dado, y sin que venga para nada a cuento, le
pregunta a mi personaje “¿Ha leído Fausto?” Y mi personaje responde “¿Qué?” y ahí
se acaba el tema. Es extraño ¿no?
FAUSTO.- No sabe hasta qué punto. Pero no me ha contestado a mi pregunta.
WOODY.- ¿De si he leído Fausto?
FAUSTO.- No, de si desea ayudarme.
WOODY.- Oiga, la verdad, no me apetece organizar nada –bastante tengo con mi
vida- ni me interesan lo más mínimo los adversarios, enemigos y especies parecidas.
A usted le han informado mal.
FAUSTO.- ¿No es usted el peor enemigo del sistema de gobierno imperial? ¿No es
intelectual? ¿No es judío?
WOODY.- ¡Por el Dios de los rabinos! Ése es Chomsky, Noam Chomsky. Ande, vaya
a buscarlo. En alguna Universidad le encontrará, aunque en estos momentos lo más
probable es que se esté tomando un café doble con veinticinco ex marines reciclados
de vietnamitas. Buenas tardes.
FAUSTO.- Buenas tardes.

Fausto va caminando por las calles de la ciudad. Se adentra por barrios marginales,
poblados por indigentes de todas las razas. Ha anochecido y el frío es intenso. Se
acerca a un grupo formado por una docena de hombres y mujeres que tratan de
entrar en calor en torno a un fuego improvisado. Se abre paso entre ellos para
aproximarse a la hoguera.

NEGRO JACK.- Alerta al señorito.


MULATO PÉREZ.- ¿A que nos birla la estufa?
NEGRA DAISY.- Eh, tío, te has equivocado de planeta. ¿Tienes pasta?

Fausto observa atentamente a la concurrencia. Por unos momentos quedan todos


amedrentados ante su mirada contemplativa y profunda.

FAUSTO.- ¿De dónde habéis salido, criaturas de la noche? Ni en los sueños más
horribles, ni en las pesadillas más espantosas he conocido seres como vosotros.
Lleváis la oscuridad en la mirada, la derrota en el rostro, la condenación en todo el
cuerpo. Cuesta creer que hayáis salido de vientre humano. Pero si es así, si vuestro
linaje no es distinto del mío y de cuantos pueblan las esferas superiores, decidme
¿quién os ha arrojado aquí? ¿qué nefando pecado o qué inmerecido conjuro os ha
lanzado a esta tenebrosa antesala del Infierno?
NEGRO JACK.- ¡Joder!
MULATO PÉREZ.- ¡Qué vaina!
NEGRA DAISY.- Vale, ¿pero tienes pasta o no?

Fausto busca en los bolsillos y saca todos los billetes que encuentra. En cuanto los
tiene en las manos, se abalanzan todos y se los arrebatan. Luego, lo sujetan entre
varios y lo registran de arriba abajo.

NEGRA DAYSI.- Nada, ni reloj, ni joyas, ni tarjetas. ¿cómo vas por el mundo así,
tío, sin una mala Visa?

Fausto, ya libre y anímicamente intacto, se dirige con voz potente a la concurrencia,


y de nuevo quedan todos amedrentados, impresionados, con los billetes en las
manos.

FAUSTO.- No me habéis contestado, criaturas de la noche, ¿cuál es la causa, cuál el


origen de vuestra terrible desgracia?
MULATO PÉREZ.- Somos pobres, señor.
FAUSTO.- Pobres he visto en mi larga existencia, y todos tenían un rostro humano.
Su pobreza era un desequilibrio entre necesidades y recursos, no una caída en los
dominios del espanto. Sois seres humanos. Pertenecéis a la esfera superior de la vida.
No podéis moveros como lagartijas, entre las grietas de las ciudades. ¿Qué se ha
hecho de vuestra patria, de vuestra comunidad, de vuestra aldea, de ese ámbito claro
de afectos y reconocimientos donde cada cual tiene un lugar, un nombre, un rostro?
El señor, el comerciante, el artesano, el estudiante, el sacerdote, el pobre, sí, el
pobre…¿Qué se ha hecho de todo eso? ¿Cómo, cuándo, por qué lo perdisteis y
fuisteis abandonados a esta horrible tiniebla, a este caos de miseria sin sentido?…

Mientras Fausto habla, cada vez más enardecido, va aumentando la concurrencia.


De todas las esquinas surgen multitudes de indigentes. Ya son millares y siguen
aumentando. Aprovechando una pausa del parlamento de Fausto…

NEGRO JACK.- He oído a muchos predicadores, hermano, pero a nadie como tú, te
lo juro. ¿De dónde has salido? ¿Quién te envía? ¿Qué pretendes?
FAUSTO.- No habéis de preguntar de dónde vengo. Preguntaos dónde estáis
vosotros, qué hacéis aquí, adónde vais, qué esperáis de vuestra existencia. ¿Quién os
ha arrancado de la vida, si es que alguna vez la conocisteis? Levantad el rostro del
oscuro suelo. Arriba de estos muros de piedra y de metal hay un cielo, más allá de
este asfalto insensible hay una tierra. La naturaleza aún está viva, pero no vosotros,
vosotros estáis muertos. Resucitad, no os resignéis a ser la escoria de las ciudades,
¡resucitad!
MILES DE VOCES.- ¡Resucitad!
FAUSTO.- Anunciadlo a vuestros hermanos, el día de la acción ha llegado.

El mensaje se va extendiendo por toda la ciudad, por todo el país, por todo el
Imperio y llega hasta los últimos confines de la Tierra, donde inicia el camino de
regreso, debidamente adaptado.

CORO DE LOS POBRES DE LA TIERRA.-


Camina o revienta, camina o revienta.
¿Conoces el país donde ríe la abundancia,
allá donde el hombre es hombre y no bestia?
Allá hemos de ir, allá hemos de ir,
al norte feliz.
Los jóvenes cuerpos decoran piscinas,
conducen veloces vehículos planos
y en los jardines de todas las villas
los fieles mastines dormitan atados
con longanizas.
¿Conoces el país donde ríe la abundancia?
Allá hemos de ir, allá hemos de ir,
al norte feliz.
Camina o revienta, camina o revienta.

Tres meses después. Conversación telefónica en la cumbre del Imperio.

EMPERADOR.- ¿Qué está pasando, Consejero?


CONSEJERO INFORMACIÓN.- Los informes son confusos.
EMPERADOR.- No me interesa saber si los informes son o no confusos. Quiero
saber qué está pasando.
CONSEJERO INFORMACIÓN.- Hay un movimiento, una insurrección, una
rebelión, no sé, en algunas partes del Imperio.
EMPERADOR.- ¿De dónde ha salido? ¿Quién la organiza?
CONSEJERO INFORMACIÓN.- Parece que surgió en Nueva York, luego se trasladó
a África, y luego a Asia y América del Sur.
EMPERADOR.- ¿Y ahora?
CONSEJERO INFORMACIÓN.- Ahora el contingente principal se halla concentrado
en la frontera sur de la metrópoli.
EMPERADOR.- ¿El contingente principal? ¿Cuántos?
CONSEJERO INFORMACIÓN. – No sé…entre…quinientos y mil millones.
EMPERADOR.- ¿Estás loco? ¡Entre quinientos y mil millones! ¿Cómo es que nadie
me ha informado antes?
CONSEJERO INFORMACIÓN.- Hasta ahora no han hecho mucho ruido, señor.
EMPERADOR.- Pero…¿qué quieren? ¿qué buscan? ¿quién los manda?
CONSEJERO INFORMACIÓN.- No se sabe lo que quieren, señor. Sus consignas
van siempre enmascaradas de cantos y músicas. Nuestros sistemas no están en
condiciones de descodificar esos sonidos…¿Quién los manda? En principio parece
una masa informe sin estructura ni organización, aunque hay tres nombres que suenan
mucho: Spartacus, El Mahdi y Kuo-fei. También es cierto que algunos informes
apuntan la posible existencia de un organizador en la sombra, hablan de una especie
de mago que apareció una noche en el Bronx. Lo llaman el Mago del Bronx, pero
ninguno de nuestros inflitrados ha logrado verlo. Solo se sabe que es europeo…Lo
siento, señor, pero todo parece indicar que estamos ante una gran amenaza para el
Imperio.
EMPERADOR.- ¿Europeo? ¿Mago? ¿Una amenaza para el Imperio? No puede ser,
no puede ser…

El emperador marca otro número. Mefisto, que está colgado del puente de Brooklyn
examinando un detalle de su estructura, coge el móvil con la mano izquierda
mientras sigue suspendido del puente con la derecha.

EMPERADOR.- Señor Ideator.


MEFISTO.- A sus órdenes, emperador.
EMPERADOR.- ¿Cómo va el trabajo que les encargué?
MEFISTO.- Bien, creo que bastante bien, he leído algo en los periódicos. Bueno,
quizá haya un pequeño desvío respecto a preferencias de opciones no especificadas.
Es eso lo que le inquieta, ¿no? Lo comprendo, yo también me siento muy incómodo
(cambia el móvil de mano al mismo tiempo que la mano con que se agarra al
puente), pero piense que no puedo hacer nada. El tema es de competencia exclusiva
del señor Fost y en estos momentos…no sé cómo podría localizarlo.
Se le cae el móvil al vacío. Mefisto trepa hasta arriba del puente. Una vez ahí, lanza
una amplia mirada a toda la estructura…

MEFISTO.- No es tan distinto de los que yo estuve haciendo durante mil años.
Después de todo, la teoría es siempre la misma: si quieres tender un puente entre dos
orillas, no olvides dejar un espacio hueco por debajo.

Al sur del Río Grande, sobre una colina que domina un mar inmenso de
desarrapados, se alzan varias tiendas de campaña. En una de ellas están reunidos
Spartacus, El Mahdi y Kuo-fei.

SPARTACUS.- Sólo una espada en cada diestra y el Imperio caerá hecho trizas al
momento.
EL MAHDI.- Una columna de mis hombres armados vale más que toda esa multitud
inerme.
KUO-FEI.- Y ya no os digo con un subfusil por barba.
SPARTACUS.- Pero es inútil. Las órdenes son que ni un arma. En esto el Mago es
inflexible.
EL MAHDI.- Él nos ha llevado hasta aquí y merece todo nuestro respeto…pero
también puede equivocarse.
SPARTACUS.- Y yo digo que es una equivocación no proveernos de armas.
KUO-FEI.- Y las equivocaciones se pagan… a no ser que se corrijan antes de que sea
demasiado tarde.
SPARTACUS.- ¿Pero quién nos proporcionaría armas?
EL MAHDI.- El mismo enemigo ¿quién si no? ¿No sabéis que uno de sus principios
morales consiste en venderse por cualquier cosa?
KUO-FEI.- Pero no tenemos nada que ofrecer…es decir, sí, tenemos algo muy
valioso, algo por lo que darían lo que fuese.
LOS TRES.- ¡El Mago del Bronx!
Entra Fausto, acompañado por su ayudante, el diminuto Homúnculus

FAUSTO.- Espero que mi visita intempestiva aparte de vuestra mente los malos
pensamientos.
EL MAHDI.- Nada malo podemos pensar de ti. Eres nuestro benefactor.
FAUSTO.- Precisamente. El acreedor es siempre más odiado que el deudor. Pero no
os preocupéis, no considero que estéis en deuda conmigo. Es verdad que yo os he
dado forma, rescatando vuestros rasgos de las sombras de la historia; es verdad que
volvéis a lucir, junto a vuestro nombre, el poder que un día os dieron los hados; es
verdad que, gracias a mí, estáis al frente de un ejército que ni los tres juntos podríais
haber soñado. Pero no penséis que he hecho todo esto por vosotros, ni tampoco por
esa multitud de desgraciados. La acción tiene en sí misma su recompensa.
SPARTACUS.- Sí, es verdad que, gracias a ti, tenemos un ejército…pero sin armas. Y
un ejército sin armas no es en verdad un ejército.
FAUSTO.- Te equivocas, Spartacus. A un ejército armado siempre lo puede vencer
otro ejército armado. La humanidad desnuda y en marcha es invencible.
KUO-FEI.- Veremos cómo suena eso entre el fragor de los misiles.
HOMÚNCULUS.- Más respeto a tu señor, chinito, o te rebano lo que te queda de
nariz.
KUO-FEI.- No soporto a ese tipejo, señor. ¿Es necesario que hayamos de aguantar
siempre su presencia?
FAUSTO.- No os lo toméis a mal, es sólo un hombrecillo artificial, el ejemplo
máximo de lo que la ciencia puede hacer en asuntos humanos. Es bueno tenerlo
siempre presente. Y ahora, prestadme atención. Mañana es el día señalado. Cuando
ese sol que ahora asciende entre arreboles haya completado su círculo y se halle de
nuevo en el mismo punto, las trompetas llamarán a la acción, y se iniciará el avance,
lento, continuado, sin pausa y sin un paso atrás, de esa multitud de hombres y
mujeres en busca de su dignidad perdida. Las armas contrarias nada podrán. Es cierto
que, si se emplean, morirán muchos. Pero no importa; ya están muertos; ahora se trata
de renacer.
EL MAHDI.- ¿Y después, qué ha de venir después? ¿Serás tú el nuevo emperador?
FAUSTO.- No te preocupes de lo que ocurrirá mañana, cuando el día de hoy tiene
tantos cuidados.
SPARTACUS.- Pero nosotros somos las cabezas visibles de la masa. Tenemos
derecho a saber qué lugares nos reservas en el nuevo Imperio.
FAUSTO.- No ha de haber un nuevo Imperio, sino tantos imperios como seres
humanos. Ésta es la finalidad explícita de la acción.
KUO-FEI.- No te entiendo, señor. ¿Quieres decir que no hemos de organizarnos en
un nuevo poder?
FAUSTO.- Eso quiero decir. El hombre es un mundo en sí mismo. No hay imperio
mayor que el que abarca la mente del ser humano.
KUO-FEI.- Sigo sin entenderlo. Yo he dedicado todas mis vidas a luchar contra reyes
y emperadores. He practicado la guerrilla, el bandolerismo, el terror para desatar la
anarquía allá donde había un asomo de orden, eso es verdad y creo que deseable. Pero
es verdad y deseable visto desde abajo. Porque en cuanto uno ha vencido y se ha
subido sobre el cuerpo del enemigo, es necesario envolver al vencido con una red
opresora, para tenerlo quieto.
FAUSTO.- Esa es la ley que ha regido al mundo hasta ahora, pero yo he venido para
cambiarla por otra. Y el que no lo entienda sólo tiene dos opciones: acatarla con ciega
confianza o desaparecer.
HOMÚNCULUS.- Desaparece, chinito, desaparece.
KUO-FEI.- (a Homúnculus) Descuídate y te aplasto, engendro. (a Fausto) Perdona
mis dudas y vacilaciones. Ya sabes que, por encima de todo, tengo confianza en ti.
SPARTACUS Y EL MAHDI.- Todos confiamos en ti.
FAUSTO.- Y yo confío en vosotros, y espero que la sazón de los tiempos permita el
triunfo de la acción.

Horas después, en Sant Cugat, Europa. Sala de estar de una vivienda adosada, más
bien lujosa. Niña de siete años, Papá, Mamá y el perro Rodrigo.
PAPÁ.- (leyendo el periódico) “…se calcula que el número de extremistas que se
hallan concentrados junto a la frontera sur de la metrópoli supera los mil millones”.
MAMÁ:- ¡Qué horror!
PAPÁ.- …”contingentes de similar importancia se están concentrando desde hoy
(ayer para el lector) en la orilla sur del Mediterráneo”
MAMÁ.- ¡Qué espanto, Dios mío, qué espanto!
NIÑA.- (jugando con el perro) Qué espanto, Rodrigo, qué espanto.
MAMÁ.- Es horrible. A mí que no me digan que no pueden hacer nada.
PAPÁ.- Qué quieres, mujer, si se veía venir. Se aflojan las leyes de extranjeros, se
regala el dinero, el dinero de todos, nuestro dinero, a las oenegés, y luego qué pasa.
Pues ahí tenemos lo que pasa, la chusma, la chusma en estado puro, a punto de acabar
con la civilización y el progreso, si se veía venir…
MAMÁ.- Yo tengo mucho miedo. ¿Qué será de nosotros? ¿Te imaginas que esa
purria llegase hasta aquí? ¿Y si de verdad llega? Ay, Dios mío, qué espanto.
NIÑA.- Mamá, ¿qué es purria?
MAMÁ.- (abrazando a la niña) Ay, hijita, no lo quieras saber. ¿qué será de nosotros?
PAPÁ.- No asustes a la niña, mujer. Yo creo que el tema se controlará. El potencial
armamentístico del Imperio será una barrera infranqueable.
NIÑA.- Mamá, ¿qué es purria?
MAMÁ.- Ay hijita, es una gente horrible, hombres malos, sucios, mal vestidos y que
no creen en Dios.
NIÑA.- ¿Como el tío Ernesto?
MAMÁ.- ¡Niña!
NIÑA.- El tío Ernesto va mal vestido y no cree en Dios, ¿verdad, papá?
PAPÁ.- Sí, hija, por desgracia es así. Pero el tío Ernesto no es purria, porque…
porque… es de la familia, y la purria nunca es de la familia.
NIÑA.- (al perro) Purria, Rodrigo, tú sí que eres una purria.
RODRIGO.- ¡Guau!
MAMÁ.- Niña, no le digas esas cosas al pobre animalito. ¿Le has dado la medicina?
NIÑA.- Sí, mamá, y ahora le daré las galletitas. Con qué las quieres, Rodrigo, ¿con
leche o con coca-cola?
RODRIGO.- ¡Guau, guau!

A la misma hora, en los estudios de Radio Roma.

MODERADOR.- Hola amigos, como todas las tardes, aquí estamos, dispuestos a
comentar y analizar algunos de esos temillas de rabiosa actualidad y que sin embargo
parece que requieren una profunda reflexión. Porque la actualidad no está reñida con
la profundidad, y la profundidad no está reñida con la amenidad: ese es el doble lema
de nuestro programa. Tenemos con nosotros a nuestros tertulianos habituales: Franco
Giacchetta, periodista, Carla Cazzola, sexóloga y Aristarco Visconti, elitista, los tres,
como muy bien han demostrado, expertos en todo lo divino y lo humano. Nuestro
invitado de hoy es míster Peter Dollar, asesor del Banco Imperial, experto sólo en
economía planetaria, aunque estamos seguros que ello no será obstáculo para que
pueda brillar a la altura de nuestros omniscientes contertulios. Y ya sin más
preámbulo, entramos en materia. Señor Dollar, ¿puede ofrecernos una teoría que
explique los sucesos que estos días están conmoviendo al mundo?
DOLLAR,- Me alegro enormemente que se me brinde esta oportunidad. Sé que lo
que voy a decir ha de doler a algunos colegas, encerrados en parámetros obsoletos,
pero es mi obligación abrir paso a la verdad, mi obligación como profesional y como
representante de la institución con la que me digno colaborar. Hay que reconocer que
la situación es alarmante: nunca se había visto que una punta de estagnación
encubierta se solapase con una deflación invertida, cuyos picos estadísticos
chisporrotean entre impávidas coordenadas. Mi teoría es la siguiente…
GIACCHETTA.- Perdón, un inciso, ¿Sabe el señor Dollar cuál es el tema de debate
de hoy?
MODERADOR.- ¿Lo sabe, señor Dollar?
DOLLAR.- Vamos a ver, usted me ha hablado de unos sucesos que están
conmoviendo al mundo.
MODERADOR.- Eso es, ¿y?
DOLLAR.- Pues a eso iba. Mi teoría es que la vieja idea de que los indicadores
macroeconómicos pueden proporcionarnos…
CAZZOLA.- Señor Dollar, por favor, ¿de qué nos está hablando?
DOLLAR.- …es falsa, absolutamente falsa. Yo ofrezco una teoría sin un sólo punto
débil, donde…
MODERADOR.- Señor Dollar, reconduzcamos la cuestión, si le parece, ¿Qué piensa
usted del aluvión de indigentes que parecen dispuestos a asaltar el núcleo privilegiado
del Imperio? ¿Sabe que en estos momentos, en las fronteras de nuestro bienestar, hay
centenares de millones de hombres y mujeres de todas las razas dispuestos a acabar
con nuestro mundo, teorías incluidas?
DOLLAR.- Eso es una falacia.
GIACCHETTA.- ¿Cómo dice?
DOLLAR.- Eso es una falacia. ¿Por qué nos habrían de invadir?
GIACCHETTA.- Quizá porque son muy pobres y nosotros somos muy ricos.
DOLLAR.- Eso es una falacia. Si son pobres, cuanto más ricos seamos nosotros,
mejor les irá a ellos. Si esas gentes supiesen leer, les recomendaría que diesen un
vistazo a mi libro El crecimiento es bueno para los pobres, donde demuestro que no
es cierto que la mundialización y el crecimiento económico favorezcan a las clases
medias y altas y empeoren la situación de los pobres…
GIACCHETTA.- Puede usted decir misa, pero ya están ahí.
DOLLAR.- Y demostrarlo no ha sido una tarea fácil.
GIACCHETTA.- Estoy seguro.
DOLLAR.- Junto con mi colega Karay comprobamos datos de 125 países a lo largo
de 40 años referentes al ingreso medio por persona y al ingreso por persona del
quinto más pobre de la población, con ellos conseguimos varios centenares de puntos
en los que observar la relación entre el ingreso general y el ingreso…
VISCONTI.- ¡Cállese, mentecato!
MODERADOR.- ¡Señor Visconti!
VISCONTI.- ¡Ah, cuándo llegarán los bárbaros y nos liberarán de tanta basura
tecnocrática!
DOLLAR.- (algo azorado) Señores, yo he sido invitado aquí a dar mi opinión…
CAZZOLA.- No se puede opinar sobre un hecho cuya existencia se niega.
DOLLAR.- Todas las opiniones son respetables.
VISCONTI.- No y mil veces no. Esa sí es la gran falacia de nuestro tiempo. Las
opiniones monstruosas, estúpidas, absurdas o vulgares no merecen ningún respeto. En
todo caso, las personas serán respetables (suponiendo que lo sean).
MODERADOR.- Calma, señores. ¿Y usted qué opina, señora Cazzola?
CAZZOLA.- Opino que los hechos están ahí y que no se pueden negar. Los pobres de
la tierra reclaman su ración de bienestar; la masa ha dicho basta ya. Para mí está muy
claro lo que esto significa, y hay que estar ciego para no verlo. Significa el fin de la
falocracia.
DOLLAR.- ¿La qué?
CAZZOLA.- La falocracia, el dominio absoluto del pene, que nos ha tenido
esclavizadas a lo largo de toda la historia.
VISCONTI.- No estoy de acuerdo contigo, queridísima Carla. Yo creo que, dada la
tendencia natural al dulce no hacer nada, sólo una poderosísima pasión puede haber
movilizado a tantos millones de seres humanos. Y creo que se trata de una pasión
muy noble, que nada tiene que ver con las vulgares necesidades del comer y del
tener… y esa pasión es: la envidia de nuestra decadencia…Pero en el fondo se trata
de una pasión inútil, porque la decadencia es algo que no se puede obtener si no se
cuenta primero con un rico acervo de cultura y civilización. Por eso, yo creo que esa
multitud está condenada al fracaso, es decir, a la eterna ignorancia de las mieles y
hieles del decadentismo.
DOLLAR.- Ustedes perdonen, a ver si lo entiendo. Yo he sido invitado como experto
en economía..
MODERADOR.- Seamos sinceros, señor Dollar, usted será experto en economía, en
tortillería peruana o en lo que se le antoje, pero ha de reconocer que está haciendo un
papel lamentable. Lo menos que se puede esperar de un invitado es que esté a la
altura de los contertulios habituales. Su comportamiento me parece vergonzoso,
sencillamente vergonzoso… luego hablamos. Y ahora, unos minutos de publicidad.
Campamento sin fin al sur del Río Grande. Tiendas de campaña y otros habitáculos
hechos con los materiales más diversos se extienden hasta donde alcanza la vista.
Hombres y mujeres de todas las razas van de un lado a otro, se cruzan, se saludan,
preguntan por sus familias respectivas, tal que habitantes de una aldea intemporal.
Ha anochecido. Las innumerables fogatas velan el resplandor de las estrellas. Por
las callejas improvisadas, animadas por los cantos, alegres o melancólicos, de sus
pobladores, Fausto camina solo.

FAUSTO.- Nunca estando tan acompañado me había sentido tan solo. ¿Qué hay de
común entres estas gentes y yo? La materia de que están hechas la carne y la sangre,
la facultad de formar conceptos y de hablar. Pero en ellos y en mí, los sueños tienen
formas diferentes, los impulsos buscan metas dispares, la memoria contiene paisajes
distintos. Si les hablase como me hablo a mí mismo no me comprenderían. Y sin
embargo, he sabido dirigirme a ellos en el idioma adecuado. Debería estar orgulloso:
todo esto es obra mía… pero me siento poseído por una extraña sensación de
malestar. Porque, si lo pienso bien, ¿qué es lo que se puede atribuir a mi autoría?
Levantar el velo, descubrir la fuerza, señalar el camino, quizá. Pero ni siquiera la idea
surgió de mí mismo, sino que una noche, en los sumideros de la gran ciudad, se dejó
caer ante mis pies como fruta madura y ajena.. Y ahora esta gente me sigue, y confía
en mí tanto como en sus propias fuerzas…Me pregunto ¿he hecho bien llevándoles
hasta aquí, al borde mismo de una frontera que es un abismo? …No parecen
desdichados, no, y hasta diría que no les falta nada esencial…¿de dónde sacan lo
necesario para mantenerse? Por lo que veo, comida no les falta…y hasta hay sobras
para los perros…como ese chucho negruzco que hocea entre los cacharros. ¡Qué
animal tan desagradable!…Ahora viene hacia aquí. Me mira y se queda quieto, como
si esperase algo. Lo siento, chucho, no tengo nada que ofrecerte. Pero…¿qué es esto?
Se alarga, se agranda, se transforma, es…
MEFISTO.- Ya me ofreciste lo más preciado, no te preocupes.
FAUSTO.- Casi me había olvidado de tu existencia. ¿Me espías?
MEFISTO.- Digamos que te tutelo.
FAUSTO.- No necesito tu protección.
MEFISTO.- ¿No? Hace un momento te preguntabas de dónde saca esta gente lo
necesario para mantenerse. ¿Olvidas que yo me encargo de la intendencia y de la
logística?
FAUSTO.- Lo malo de este tipo de relación es que uno no sabe nunca dónde termina
el mérito propio y dónde empieza el del socio.
MEFISTO.- Eso ocurre en todos los casos. Por eso, en todos los casos, el primero que
puede arrambla con todas las medallas.
FAUSTO.- No seré yo. Al contrario, he de confesarte una cosa: aunque he conseguido
lo que parecía imposible, no me siento satisfecho en absoluto.
MEFISTO.- No te llamarías Fausto si la satisfacción lograra adormecerte (lo siento,
pero de vez en cuando hay que resaltar el carácter del protagonista, dando de paso un
poco de coba al personaje). Pero te comunico que hay alguien que aún se siente
menos satisfecho que tú, e incluso seriamente cabreado, diría.

Suenan los primeros compases, metálicos, del Dies Irae. Mefisto se saca el teléfono
móvil y lo mira.

MEFISTO.- Es él…Ideator al habla.


EMPERADOR.- Señor Ideator, necesito una entrevista urgente con el señor Fost.
MEFISTO.- Me temo que no será posible. El señor Fost está muy ocupado
últimamente.
EMPERADOR.- No me venga con historias. Quiero verle ahora mismo.
MEFISTO.- ¿Olvida que estamos separados por una frontera, por un río con decenas
de alambradas y con todo su ejército en pie de guerra en la orilla norte?
EMPERADOR.- ¿Olvida que soy yo quien pone y quita las fronteras, y que puedo ir
adonde me place y como me place? ¡No se muevan de ahí!

Un sordo rumor en el cielo se hace cada vez más audible. Una nave volante se sitúa
sobre la vertical de Fausto y Mefisto. Un potente foco proyecta un círculo de luz
sobre los dos, que son abducidos por la nave. Salita de estar de la nave imperial.

MEFISTO.- (a Fausto) ¡Vaya susto! He de reconocer que, comparada con la moderna


tecnología, nuestra vieja magia es cosa de niños.
EMPERADOR.- Señor Fost, ¿a qué jugamos?
FAUSTO.- Estoy cumpliendo mi parte del contrato.
MEFISTO.- En eso de los pactos y contratos es muy cumplidor (espero).
EMPERADOR.- ¡Su parte del contrato! Me parece que los términos estaban muy
claros. Se trataba…
FAUSTO.- De crear un enemigo para el Imperio.
EMPERADOR.- Eso es. ¿Y dónde está ese enemigo?
FAUSTO.- A sus pies, quiero decir, ahí abajo.
EMPERADOR.- ¡Por la sangre de Kennedy! ¿Eso es un enemigo? Óigame bien, en
todo la historia de la teoría política y militar, desde Aristóteles hasta Clausewitz, y sin
despreciar a Mao, un enemigo es un poder organizado, un ente con cara, con ojos,
con manos, con centro de decisiones, con teléfono rojo si me apura, con el que se
puede hablar, negociar, pactar. Un enemigo es un colectivo armado, sobre todo
armado, no lo olvide, a quien se puede amenazar, intimidar, chantajear. Un enemigo
es una entidad de derecho público con sus representantes con corbata y zapatos
negros con los que uno puede reunirse en las cumbres y cambiar bromas y tomar
copas mientras se juega a los dados sobre el mapa del mundo. Un enemigo es una
potencia, ¿me oye?, una potencia, con su cultura, su economía, sus medios de
comunicación, su programa espacial, su… y eso viscoso que se mueve ahí abajo,
¿dice usted que es un enemigo?
FAUSTO.- Lo afirmo, y el único enemigo capaz de derrotar al Imperio.
EMPERADOR.- ¿Pero de qué me habla, hombre de Dios?…
MEFISTO.- (Del Diablo, si no le importa).
EMPERADOR.- …Usted no ha entendido nada. ¿Cree que yo quiero que se derrote
al Imperio? ¿Cree que soy idiota? No se trataba de derrotar al Imperio, que Dios
guarde, se trataba, a ver si se entera de una vez, de CREAR LA COARTADA QUE
PERMITA AL IMPERIO EXTENDER Y AFIANZAR SU PODER PARA SIEMPRE
JAMÁS. ¿Lo entiende ahora, señor estúpido?
MEFISTO.- (Cómo las gastan los soberanos de hoy, aunque la verdad es que todo se
les va en palabras. En otros tiempos ya habría actuado el verdugo.)
EMPERADOR.- Le he oído, señor Ideator, y a eso voy. Óigame bien, señor Fost,
ahora le voy a devolver a tierra, con su querida chusma. Pero a cambio me hará un
favor. Convencerá a esa… cosa para que se disuelva y se vuelvan todos a sus casas.
Si así lo hace, el caso quedará cerrado, y ya me guardaré muy mucho de confiar otra
vez en expertos europeos. Si no lo hace, si en seis horas contadas desde el momento
en que entró en esta nave ese océano de humanidad apestosa no se esfuma, usted
morirá entre dolores espantosos.
MEFISTO.- (Suele ser el premio de los que se meten a redentor).
FAUSTO.- Hombre vulgar y abominable, has de saber que el poder no lo es todo. Has
de saber que los que imaginan que la parte de poder que detentan les convierte en
dioses, no son nada, absolutamente nada. Y finalmente has de saber que tu poder no
puede alcanzarme.
MEFISTO.- (No lo jures).
EMPERADOR.- Estoy hablando en serio. Cuando ha entrado en la nave, mientras le
cacheaban, han introducido un minúsculo dispositivo en cierto lugar de su cuerpo. Si
a las seis horas desde ese momento, la masa de ahí abajo no se ha disuelto, el
dispositivo entrará en acción y en cuestión de minutos su cuerpo quedará reducido a
un montoncito de partículas elementales. ¿Me ha entendido? Va en serio,
absolutamente en serio…Y ahora, ¡largo de aquí los dos, imbéciles!

Amanece sobre ambas orillas del Río Grande. En el norte, el sol naciente refleja sus
rayos sobre la bruñida superficie de las máquinas de guerra. En el sur, el océano
humano se despereza entre rezos y cánticos. Spartacus, El Mahdi y Kuo-fei
multiplican sus esfuerzos transmitiendo órdenes para que la masa se organice
mínimamente en disposición de marcha. En la cima de la colina, Fausto y Mefisto.
FAUSTO.- Llegado este momento, me pregunto ¿vale la pena continuar? ¿Qué le
espera a esa pobre humanidad? Después de todo, no serían menos desgraciados
acabando sus miserables vidas bajo las mismas estrellas que les vieron nacer. ¡Cuánto
dolor, cuánta mortandad pesa ya sobre mi conciencia! Pero aún hay una pequeña
esperanza…¿Crees tú que serán capaces de usar las armas contra una multitud
inerme?
MEFISTO.- No lo dudes, lo primero es lo primero. La palabrería sobre los derechos
humanos, que forma parte de la propaganda oficial del Imperio, no es más que eso:
palabrería y propaganda. Siempre ha sido así: el que defiende su dignidad está
dispuesto a morir; el que ve amenazados sus privilegios no duda nunca en matar.
FAUSTO.- Morir, matar…qué palabras tan espantosas. Y qué alejadas de lo más
noble del espíritu humano, que sin cesar desea vivir, ser, crear.
MEFISTO.- Son dos aspectos de la misma cuestión. Lo que tú llamas el espíritu
humano cree que se puede alcanzar las alturas con las manos limpias. Pero lo primero
es vivir, y no hay animal que no mate para mantenerse vivo. Entre vosotros, los
individuos matan con preferencia a animales y plantas, mientras que los imperios
matan naciones y sobre todo a los pobres de las naciones.

Se acercan Spartacus, El Mahdi y Kuo-fei.

SPARTACUS.- Señor, ya ha amanecido y todo está dispuesto.


EL MAHDI.- Esperamos la orden.
KUO-FEI. – Solo una palabra y el Imperio será barrido.
FAUSTO.- (a Mefisto) ¿Qué debo hacer?
MEFISTO.- No has llegado hasta aquí para volverte atrás.
FAUSTO.- (dirigiéndose al cielo) Espíritu inmortal, tú sabes cuán pura es mi
intención, cuán limpia de intereses mezquinos es mi acción…Y yo sé que todos, los
del norte y los del sur, estamos acogidos en tu seno… y que sólo se obra tu voluntad.
MEFISTO.- (Y con estas frasecitas nos ahorramos las largas parrafadas de Krishna y
Arjuna).
FAUSTO.- ¡Adelante!

La orden la repiten Spartacus, El Mahdi y Kuo-fei, y se va repitiendo y extendiendo.


Suenan trompetas, tambores, chirimías, cacerolas…La inmensa multitud se pone en
marcha a los sones del himno de los

POBRES DE LA TIERRA.-.
Camina o revienta, camina o revienta.
¿Conoces el país donde ríe la abundancia,
allá donde el hombre es hombre y no bestia?
Allá hemos de ir, allá hemos de ir…

En la orilla norte hay un silencio tenso, sólo roto por el chirriar de las máquinas de
guerra, que buscan en vano algún objetivo destacado. Las primeras líneas de la
multitud comienzan a trepar por las alambradas.

MEFISTO.- ¡Alto ahí! ¡Todos quietos!

La multitud se queda paralizada. En el norte, las máquinas y los hombres se han


detenido en seco y el silencio es absoluto.

FAUSTO.- ¿Qué ocurre?


MEFISTO.- Nada grave: la acción ha quedado suspendida, congelada. Míralos, unos
y otros no son ahora más que figuras de un grabado antiguo…o más bien, de una
realidad futura. Porque has de saber que esto tendrá lugar. No valoro tanto la
inteligencia de tus congéneres como para pensar que sabrán evitarlo….Pero no es
ahora el momento. Otro mundo te está esperando.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

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