I. Lacrisis del cultoal Libro
1. El libro, instrumentoespivitual
Las péginas que siguen ineentarin sefialar
émo las implicaciones contemporineas de la
ilustre cita difieren de las que suponia en 1870, y
‘cul parece ser la concepcién actual del Libro, esa
esencia iltima del espiricu donde culminaba el
Universo para Stéphane Mallarmé.
Desde ya: pretender explicarse la fisono-
‘ma contemporénea del hecho literario” dentro de
tuna linea tradicional donde el Libro, arca de la
Alianza, merece un respeto fetichista del que la bi-
bliofilia es signo exterior y la literatura sostén
«sencial, conduce al desconocimiento y malentendi-
do del entero clima «literario» de nuestros dias,
malogra el esfuerzo inteligente pero no intuitive
de buena parte de la critica literaria que se mantie-
‘ne en las vias seculares por las mismnas razones que
lo hace la mayoria de los autores de libros
Si analizamos la actitud del literato al mo-
do de Gustave Flaubert —en el cual llegan al
+ Propngo, para um mejor apshensin de equ sigue, zene por
liars irra esta y concurs
Imevionata eae adc de engine36
4pice un itinerario y una filiacién de las letras —
Jo veremos encarar su obra como un objeto estéti
camence concebido y ejecutado, que se resume en
‘cuanto objeto estético en las dimensiones verba-
les del Libro, Las consecuencias extraliterarias de
Ja obra (influencia social e histérica, avance en el
conocimiento de cualquier orden) emanan a pos-
teriori, mientras el Libro como objeto estético
parece quedar a su espalda sosteniéndolas, prove-
yéndoles una a modo de base de operaciones es-
piritual desde la cual vuelan y a la cual incluso
retornan para reaprovisionarse esos valores que
incidiran en los hombres, la sociedad y finalmen-
te la época. El acento més intencionado del escri
tor reposa en la estructura estética del libro, su
logeo y adecuacién verbal, basamento celular de
a colmena que perdura atin después de agorada
su carga viva, como de tanto libro perdura la
construccién tras de cumplida su accién sobre el
‘medio. Asi Flaubert —aludimos ya al coral de
escritores que su imagen resume— esté ante todo
preocupado por la resolucién formal de su obra
liceraria. La forma, producto directo del empleo
estético del lenguaje, hallazgo azaroso de la ade-
cuacién entre las intenciones expresivas y su ma-
nifestaci6n verbal, constituye en mayor menor
grado la preocupacién del literato que Hlamare-
‘mos precariamente tradicional. Y ello ocurre coin-
Cidiendo con los impulsos radicales de todo es-
fuerzo artistico, el avance andlogo de la plastica,
la miisica, la poesia y la prosa hacia la fijacién
estética de formas; no en vano un André Gide
37
afirmaré hasta con petulancia que s6lo por la
forma duran las obras del hombre. (Lo que no es
paradoja desde que la forma bella supone y revela
estéticamente profuundidad en la idea que la habi-
tay la motiva; de donde el superado repertorio
ideol6gico del pasado se sostiene en las grandes
obras por razones meramente estéticas —porque
esta bellamente expresado).
El siglo x1x es por excelencia el siglo del
Libro, dentro de procesos literarios que merecen
consignarse. Importa sefialar primeramente que el
romanticismo alteré en la prictica el principio te6-
rico al cual debfa en buena parte su prestigio ini-
cial y su fuerza interior. Frente al ono alegorizance
del clasicismo, su preferencia por los tipos de corte
universal, el romaintico de la primera hora se habfa
propuesto la liceracura como empresa de indivi-
duo, de donde el Libro se le volvié objeto inmedia-
to, personal: La Nowvelle Héloie después de un Té-
Finague. Con frecuencia el libro clasico del siglo xvit
y XVIII produce la impresién de un capfculo deter-
minado dencro de ese libro total constituido con
los aportes de la generacién y el pafs correspon-
dientes, monografia que integra la Enciclopedia
global. Se advierte que el escritorclisico, imbuido
de un alto espiritu de universalidad, de arquetipi-
ficacién, ve en el libro un medio para expresat y
cransmitir las modulaciones individuales que asu-
men sin quebrarse las grandes lineas de fuerza
spiritual de su siglo. Incluso su estilo tiende a
uuniformarse ret6ricamente —y entonces la deca-
dencia se precipita irremisible—, como si el escri-38
tor futese menos individuo que instramento agente
dentro de un orden que lo subordina y lo supera
Contra tal actitud, el romanticismo reivin-
dica los derechos individuales del escritor y, por
ende,al libro como expresi6n de wa conciencia, El
culto del estilo individual engendraré la hiperva-
lorizacién de la forma, del asunto (del asunto con
cierta forma) y en iiltimo término del Libro que
acoge y sostiene filialmente los elementos que le
han dado el ser. Mas esta concepcién eminente-
mente estética de la literatura, que conducfa a la
cexaltacién de lo formal como manifestacién de los
-«estados de alma», se vio pronto desmentida en la
ejecucién por una actitud de mesianismo que signa
la obra de las figuras mayores del romanticismo,
desde Rousseau, Madame de Staél y Chateau-
briand hasta Vietor Hugo en Francia, desde Schi-
ler hasta Heine en Alemania, desde Wordsworth
hhasta Dickens en Inglaterra. El romanticismo se
presenta como ejercitaci6n de la tendencia hedo-
nista que rompe con el clasicismo y propone en
cambio la formulacién estética de la realidad sensi-
ble (Pushkin, Keats, Maurice de Guérin), inédia
siempre y adecuandose a la ecuacién individual del
poeta del artista. Pero en el romanticismo asoma,
coexistente, una no menos intensa motivacién: la
rebeldia, en grado mayor cuanto mas acusada se
‘manifiesta la personalidad individual. Sefialo aqui
solamente que la rebeldia romantica sigue dos vias
mayores de expansién: la blasfemia desesperada,
generosamente impartida por el romanticismo
inglés, y la lucha en pro de una reforma social y
39, a
spiritual. Poreste segundo camino, estrechamente
condicionado por razones deterministas, el roman-
ticismo se lanza pronto a una desenfrenada lite-
tatura de tesis que ahoga todo hedonismo goz0so,
sactifica toda forma o la acepta a lo sumo como
excipiente azucarado para ayudar a tragar el mate-
rial excralicerario. Es el mesianismo desatado de
Hugo, Lamartine o Shelley —en sus obras no poé-
ticas, 0 secundariamente poéticas.
De ahi que, por saturacién contra la cual se
reacciona estéticamente, la segunda mitad del si-
glo sefiale un retorno pendulara la hipervaloracién
del Libro, que habri de acusarse sobre todoen Fran-
Cia, El libro como fin estético, la renuncia creciente
a utilizarlo en funcién panfletaria o docente, se
acenta en escritores como Balzac y las hermanas
Bronti frente ala Linea apostdlica de los Dickens y
Jos Hugo, para culminar con aquel que hari del
libro la razén de ser de la literatura, Gustave Flau-
bere. No es novedad afirmar que razones estéticas
presiden la obra flaubertiana, en la que los valores
éticos dimanan naturalmente de la personalidad
del escritor y desu tematica, pero no aparecen nunca
jntencionadamente insertados en una trama.
Este retorno al Libro muestra, sin embar-
£0, una alteracién interna que no permite confun-
dirlo con el del primer romanticismo. En éste se
afirmaba el Libro por razones principalmente
cexistenciales, de afirmaciGn individual; cal ¢ el
‘caso de Chateaubriand, de Byron, de Leopardi,
incluso de William Blake. Mientras que para el
realismo —que se alza contra lo romntico ya des-40
navuralizado—laafirmacién del Libro se apoya en
bases estéticas. Una deliberada despersonalizaci
signa la obra de Flaubert, tal como antes lo busca-
rael Parnaso en la poesia. El Libro, objeto de arte,
sustituye al Libro, diario de una conciencia. El
siglo XIX se cerrard en una densa atmésfera de este-
ticismo bibliogréfico, del que el simbolismo en
poesfa y laliceracura de Oscar Wilde en prosa dan
Ja pauta. Bl siglo xx, en cambio, revelard en su
segunda década un retorno con marcadas analo-
_gias al clima del primer romanticism; la literatu-
ra mostraré tendencia a la expresién coral del
hombre en vez de reducirse a sus quintaesencias
cestéticas. Atin no se advierte crisis en la concep-
cién mandarina del Libro; el esfuerzo literario lo
sostiene como el receptéculo de las formas, informa
‘en él sus elementos. Pero —y ésta es su analogia
mas penetrance con el espiticu del primer roman-
ticismo— el escritor se siente cada vez més compro-
‘metido coma persona en la obra que realiza, principia
aver en el libro una manifestacién consubstancial
de su ser, no un mediatizado simbolo estético, y
aunque la corriente simbolista que entraen el siglo
sostenga la legitima rafz humana de su obra, el
escritor de 1910 husmea desconfiado el sacurante
clima de los dramas de Maeterlinck o Le Martyre de
Saint Sébastien, y se aparca de una literacura que
quizé busque lo eencial pero que, ciertamente, no
tiene nada de existencial. Asi, movido por un im-
pulso que lo distancia de toda estética —en cuanto
se le antoja mediatizadora—, el escritor se ve pre-
cisado a apartarse a la vez del libro como objeto y
a
fin de su tarea, rechazar el fetichismo del Libro,
inserumento espiritual, y considerarlo por fin (y
‘esto en la etapa que precede a nuestra primera guc-
ra) como producto de unaactividad que escapa ala
vez a todo lujo estético y a toda docencia delibera-
da, instrumento de aucomanifestacin integral del
hombre, deaucoconstruccin, wehfauo y sede de walo-
esque en tia instancia, no son ya litera.
En su forma mas inmediata y agresiva,
cesta concepcién del libro como producto de una
‘experiencia nunca disociada del hombre —autor
y lector— se manifiesta en forma de abierto des-
precio hacia el Libro, columna inmanente de la
liceratura tradicional. El drama se plantea en tér-
minos de aparence contradiccién, desde que un
‘examen superficial no descubre diferencia mayor
centre los libros literarios y estos otros libros no
literarios; hasta se tiene la sospecha de asiscir a
tuna autodestruccién en la que el objeto amado es
a la vez objeto a destruir, mantis religiosa que se
come al macho en el acto de la posesi6n. La ola de
ciega rabia que sacudié a Europa conera el movi-
miento dadaista no tiene otra explicacién, y se
‘comprende que por falta de perspectiva no hubie-
ra posibilidad de reaccionar de otra manera. A lo
que se suma el importante hecho de que las dos
pprimeras décadas ven nacer obras admitables den-
tro de la linea tradicional, y el repentino despre-
cio hacia las formas (contenidas en la Forma ma-
gistral, el Libro) parece antes estallido de barbarie
que tentativa de renovacién. Basta analizar hoy
esas obras admirables a que aludimos, para adver-2
cit que también en ellas se insinuaba la corrosién,
de un distinto criterio acerca de lo «liveration.
Ahi estén para probarlo D'Annunzio, Valéry, Joy-
ce, Kafka, Kathetine Mansfield, Arnold Bennect,
Valle Inclén, Gabriel Mir6. Desde la tentativa su-
pperestilistica de Uses hasta la plética parnasiana
de Figuras dela pasin del Senor, seadierte que la lec-
ci6n de Flaubert continuaba valiendo magistral-
mente para los prosistas en andloga medida que la
leecién de Mallarmé pesaba para los poetas. Pero
con una diferencia —y el salto a la angustia del
hombre contemporineo nace siempre de las dife-
rencias que descubre en las «seguridades» de todo
‘orden de que parecfa habernos provisto el siglo XIX
con su ciencia y sus letras y su estilo de cultura— la
de que estos grandes continuadores de la literacura
tradicional en todas sus gamas posibles no caben ya
dentro de ella, os acosa la oscura intuicién de que
algo excede sus obras, de que al cerrar la maleta de
cada libro hay mangas y cintas que cuelgan por
fuera y es imposible encerrar; sienten inexplicable-
‘mente que toda su obra esté requerida, urgida por
fazones que ansian manifestarse y no alcanzan a
hacerlo en el libro porque no son razones literaria-
mente reductibles; miden con el alcance de su
que trascienden toda empresa estilistica, todo uso
hhedénico y estético del instrament literati: y sos-
pechan angustiados que ese algo es en el fondo lo
«que verdadleramente importa.
Porque ya habr sospechado el lector que
la raiz de la agresi6n contra el Libro esté en la des-
43
confianza y el rechazo de su formulacién «litera-
ria», insinuada apenas en la obta de los estilistas
—cuyo combate contra las limitaciones literarias
se traduce en experimentos, sondajes, nuevos en-
foques: aludimos por ejemplo a los nombres cita-
dos mas arriba, que tan arbicrariamente reunidos
parecerin a las mentes didécticas—, mientras
queen la generacién perteneciente a la década 10-
20 asume la forma agresiva de la destruccién y la
reconstruccién sobre nuevas bases. La forma exte~
rior de esta incomodidad, de esta friccién entre el
escritor y sus instrumentos literarios, se manifies-
ta con fuerza crecience a partir del dadafsmo y el
surrealismo. Es significativo que el dadafsmo se
propusiera abiertamente una empresa de disloca-
ién, de liquidacién de formas. A ello seguirfa el
surrealismo como etapa de liquidacién y destruc-
ci6n de fondes —comprometiéndose sus empresa-
rios de la rue de Grenelle a proveerlos nuevos y
‘mejores al igual que los recursos expresivos. Serfa
ppueril persistir en creer que este «tiempo del des-
precio» literario es cosa epidérmica y que nada
revela sobre un trasfondo espiritual. Nada menos
pueril que el hecho de que el dadaismo prefiriera
hacer poemas recortando un diccionario y agitan-
do las palabras en un sombrero, y que el surrealis-
mo reclamara una actividad extralibresca, romper
Ja jaula dorada de la liceratura tradicional, susti-
cuir la poesia de album por la vida poética. Bl des-
precio hacia el Libro marca un estado agudo de a
angustia contempordnea, y su victima por excelen-
cia, el intelectual, se subleva contra el Libro en44
cuanto éste le denuncia como hacedor de méscaras,
sucedéneos cle una condicién humana que él ineu-
ye, espera y procura diferente. La aparente parado-
ja de esta mantis religiosa devorando su propia
fuente de placer encubre la verdad de un divorcio
entte dos hombres s6lo exteriormente semejantes:
el que existe para escribir y el que escribe para exis-
tit. Frente al escritor «tradicional», «vocacional»,
para quien el universo culmina en el Libro, se alza
agresivo el joven escritor de 1915 para quien el
libro debe culminar en lo universal, ser su puente y
su revelacién. Sin que valga para él soscener que la
primera f6rmula equivale ala misma cosa, pues ve
en ella un derrorero de saturada liceracuraesteticis-
aque su actitud vital pone en crisis primero y ter-
mina rechazando.
2. El conformista y el rebelde
Por muy iconoclasta que fuera el escritor
que hemos acordado lamar «tradicional», por
nds que escribieran literalmente para fines extra-
iteratios (considerados literarios por falta de pre-
isién connotativa) y empleara un estilo estético
omo vehiculo receptor y expositor de elementos
norales,filos6ficos, hist6ricos o cientificos, es in-
uestionable que valoraba el libro, la obra en su
stuche, en medida muy superior a la que mani-
iesta el escritor contemporinco no tradicional.
ncluso un examen de cualquier «historia de la li-
eratura» prueba cémo el libro es asimilado a la
45
categoria de objeto natural, llega a constituir un
_género que subsume a las distintas formas involu-
cradas en el concepto «literatura. No hay litera-
‘ura sin libros. Incluso el teatro resulta un a modo
de libro oral, el periédico un libro por entregas;
los recursos menores de la oratoria en sus formas
sermonatias, didécticas 0 politicas, tienen un tin-
re tan marcadamente literario que un volumen no
tarda en acoger su versiGn escrita. El libro es
entendido y ejecutado para durar, y antes del ro-
manticismo se prefiere siempre que contenga lo
universal en lo particular, que la raz6n cortija a la
ineuicién. Asi llegé el Libro a constituirse en un
sancuario de ciertos 6rdenes de ideas y sentimien-
0s, que cumplia un apostolado a medida que el
peregrinar de los leccores iba librando a la con-
ciencia colectiva sus reliquias y sus oréculos. Tal
€s, por ejemplo, el concepto de la Enciclopedia,
altar laico, y el de Emile en una actitud mis litera~
ria, Fécil es apreciar que el libro destinado a aco-
‘ger la instantaneidad de una conciencia en el
tiempo de creacién, el libro-segundo, el libro-
minuto, ef libro de! mes, el libro que sélo tiene
valor intermedio entre una intencién y sus efectos
en quien Ia recibe como lector, el libro efimero
{que en tan gran medida lena la obra de nuestros
novelistas al modo de Paul Morand 0 Benjamin
Jarnés, ese libro no alcanzaba a ser concebido por
‘escritores sumidos en una concepcién més grave y
retérica de la realidad, apasionadamente adheri-
dos a la lera de esa obra que aseguraba duracién a
su idea. Tomando como paradigma la dureza dela46
estatua —alli donde la gracia queda presa para
siempre—, el libro responde por analogia a la
concepcién que tan Iujosamente explayara Victor
Hugo en Notre-Dame de Paris: sucesor de la arqui-
tectura, destructor de la arquitectura; columnas
mentales, arquitrabes del sentimiento, fustes del
espitieu; libro para durat.
Contra ese valor fetiche, contra el género
Libro que contiene el total de los géneros litera-
tios, la actitud del escritor del siglo Xx se oftece
con una apariencia de livianisima e irreverence
despreocupacién hacia las formas exteriores de la
‘reacién literaria. Si tal actitud asume con fre-
‘cuencia formas agresivas contra el libro, es fécil
advertir que por debajo de su simbolo exterior y
‘material se esté combatiendo el alma del libro, lo
que el libro represent6 hasta ahora como produc-
to literario, Si el libro es siempre simbolo, la itre-
vverencia hacia él resulta igualmente simbélica. La
vverdadera batalla se libra alli donde dos actitudes
ante la realidad y el hombre se descubren antagé-
nicas, Y cuando un surrealista edia un libro atan-
do paginas sueltas a un arbusto de alambre, su
violento desafio Ileno de burla, mal gusto, fasti-
dio, encubre una denuncia de otro orden, el es-
tadio intermedio entre una etapa de destruccién
‘ya cumplida y el nacimienco de una etapa de cons-
truccién sobre bases esencialmente distintas.
La década 10-20 es el terreno de la prime-
raetapa y los albores de la segunda. Como sindro-
‘me general, se advierce la aparici6n de un tipo de
escritor —con todo lo que hay de dramético en
a
‘que se trate precisamente de él, de un hombre que
scribe libros— para quien la nocién de géneros,
de toda estructura genérica se le da con la pers-
pectiva visual de barrotes, cércel, sujecién, Este
escritor contempla con profundo recelo y admira-
tivo resentimiento la profunda penetracién que
contindan en el siglo los escritores de filiacién
tradicional, los escolares de la literatura. Uno de
estos, Paul Valéry, insisting sagazmente en su teo-
ria de las convenciones, tan valiosa en el orden
estético pero nula apenas la empresa de creacién
busca cumplirse fuera de la estética y por ende de
la «literatura». Los depositarios de la antorcha del
siglo x1X, los Proust, Gide, Shaw, Mann, Wells,
‘Valle Inclin, Claudel, D’Annunzio, contindan
dentro de un ordenamiento estético personal los
<6rdenes literarios tradicionales, la filiacién nove-
centista. Su problemstica —desde que la livera-
tra se plantea cada vez més en términos de pro-
blematicidad, como la filosoffa— es concebida y
cencarada de manera tal que admica la manifes-
tacién literaria. (El joven escritor se pregunta
si alcanzan a manifestarla enteramente, o bien si
su concepcién de los problemas no estd ya pre-
viamente condicionada por la visién verbal, lite-
ratia, de la realidad). La nocién tradicional de
énero, de conservacién de valores retéricamente
entendidos como literarios, no se quiebra siquiera
en un Marcel Proust. Ninguno de ellos intenca
romper las formas estilisticas, se limita.a someter-
las a las torsiones més agudas, a las més sutiles
insinuaciones, No se tarda en ver que sus aventuras48
ns osadas quedan siempre simbélicamente con-
tenidas entre las tapas del Libro, Se hace alli gran
literatura, pero siempre la tradicional, la que
resulta del uso estético de la lengua y no alcanza a
salitse de él porque no lo cree necesario o posible.
Advierte uno—y nadie mejor para ello que nues-
‘ro joven escritor rebelde — cémo las dificultades
expresivas que les plantean las limitaciones idio-
miticas y aun estilisticas, se traducen al modo
valeryano en ejercitacién fecunda; cémo un
Proust, un Gide, se complacen en encarar las difi-
cultades por el placer estético de resolverlas
armoniosamente. Mas nuestro escritor se pregun-
ta en este punto si aquellos que creen resolver las
dificuleades no estaran en cierto modo limitando
la esfera de su experiencia. Los imagina distribu-
yendo admirablemente los muebles en el aposen-
to-libro, aprovechando todo el espacio y la expan-
sidn disponibles y posibles; avanzando sobre los
decoradores afiejos por un mejor equilibrio entre
el tamaiio y Iinea de los muebles con relaci6n a la
forma, dimensiones y posibilidades del aposento,
Llega un momento en que lo ven todo, lo calculan
todo, lo resuelven todo; pero estin ciegos al més
alld de las paredes. Las usan como rebore, como
reaccién convencional que los prove de nuevas
fuerzas, semejantes al sonetista en su casa de ca-
torce aposentos. Hacen lo que el boxeador que
aprovecha la elasticidad de las sogas para duplicar
su violencia de avance. Se confirman. Pero todo
conformarse —dira tristemente el joven escti-
tor—, cno es ya una deformacin?
49,
3. Vocaciiny recurso
Una cosa es la vocacién y otra el recurso
literatio. Lo primero supone fntima armonta previa
entre un sistema de elementos enunciables, una
carga afectivo-intelectual determinada, y un ins-
ttumento expresivo: el lenguaje literaio, el avila.
Uneescritor vocacional busca y establece en el curso
de sus primeras obras el paulatino equilibrio enecre
su necesidad de enunciar y su instrumento enun-
ciador. La carrera literaria de un Balzac lo muestra
con escolar evidencia. Les Chouans denuncia a un
Balzac que se debate entre una potente voluntad de
construccién novelesca con fines sociales (fisiollgi-
8, para decirlo como su tiempo), y un idioma con-
taminado de adherencias roménticas y sometido a
Iineas estilisticas que no concuerdan con la carga,
novelesca a expresar; el resultado, sobre todo hacia
el final de la obra, se malogra por esa inadecuacién
del contenido y el continente. Pero en las novelas
siguientes se va precisando un avance del continen-
te hacia el contenido, y —lo que deploraré el joven
escritor rebelde— un no menor avance de éte
hacia aquél. La necesidad de la soleura formal lleva
inconscientemente a Balzac a un compromiso
esencialmente literario: no tratar mas que aquello
reductible ala literatura. Lo que podriamos llamar
estilo del asunto se va transformando conjunta-
‘mente con el estilo verbal, hasta coincidir como las
dos imagenes en un telémetro, Con Gbseck (1830),50
Balzac alcanza la adecuacién perfecta de los mue-
blesal aposento, el equilibrio de los valores a expre-
sar con el instrumento verbal que los manifiesta
En ningtin momento se advierte que el idioma
literario le ofrezca problemas de enunciacién, y es
«que él ha sacrificado ya todo problema que no sepa
posible de resolucién con los medios a su alcance;
con amplio respirar, los periodos balzacianos abra-
zan el mundo escogido por este escritor tan profun-
damente profsional, ¢ incluso las alternancias de
buena y mala prosa, de maravillaestética y desalifio
escolar (como el comienzo de Le Pire Gort) coinci
den estéticamente con los descuidos psicol6gicos
de Balzac, sus esbozos apresurados junto. los retra-
‘0s plenamente concluidos.
La bella jaula literaria se conseruye asf por
el doble compromiso de las intenciones del escri-
tor frente a sus recursos expresivos, tanto que toda
‘carrera liceraria plenamente concluida supone la
sintesis en que la dicotomia inicial cede 2 una
Jogcada verbalizacién de un valor en la forma que
‘mejor alcanza a expresarlo, y porende la renunciaa
Ja verbalizacién de todo valor que no parezca re-
ductiblea una forma estética del verbo. Del grado
de profesionalizacién del escritor dependers el
resultado-Balzac, donde los problemas expresivos
‘esti abolidos por preseleccién y renuncia, o el
resultado-Flaubert, donde la duda sobre el logro
de la sintesis gravitaré hasta el fin en la conducta
del escritor,
Creo preciso afiadir que esta concepcién
de lo literario tradicional no incluye en modo
51
alguno a la Poesia. Aparte ésta, toda la historia
de la literarura occidental, partiendo de las pri-
meras preceptivas clisicas, no ha sido otra cosa
‘que una biisqueda de adecuacién de los 6rdenes que
engendran la obra literaria: una situacién a ex-
resar, y un lenguaje que la exprese. A ninguno
dle los escritores vocacionales parece plantedrsele
la duda que angustia al escritor contemporéneo,
reflejo localizado de una angustia general del
hombre de nuestros dias: la duda de que acaso las
posibilidades expresivas estén imponiendo limites a lo
expresable; que el verbo condicione su contenido, que la
palabra esté erapobreciendo su propio sentido,
Si insisto en sefalar Ia «vocacién» de la
linea tradicional de escritores, es porque me pare-
ce obvio que toda auténtica predestinacién litera-
tia comienza con una necesidad y una facilidad de
expresi6n formal; principia con la aptitud para
decir, lo que supone sentimiento estético del ver-
bo, adhesin a las valencias idiométicas. Todo
escritor que haya cumplido una carrera de tipo
vocacional sabe que en sus primeras obras los pro-
blemas expresivos eran vencidos con mayor facili-
dad que los problemas de formulacién, de com-
posicin tematica. As{ como los negros poseen en
alto grado el sentido innato (vocacional, para acen-
tuar la analogia) del ritmo, y el poeta apenas ado-
lescente escribe malos versos perfectamente rit-
mados y rimados, asf el literato vocacional piensa
serhalmente en una medida mucho mayor de la que
se da en aquel para quien el idioma consticuye
oscuramente una resistencia a la que importa bur-52
lar y crascender. Pero el compartir por adhesién
innata, por vocacién, las estructuras idiomaticas
como elementos naturales de la expresi6n, induce al
esctitor vocacional a aceptar el idioma como ve-
hiculo suficiente para su mensaje, sin advertir que
ese mensaje estd pre-deformado porque desde su
origen se formula en estructutas verbales. El idio-
‘ma funciona y gravita entonces como elemento
condicionante de la obra literaria; i se lo trabaja,
si se lo fuerza, si la angustia expresiva multiplica
las tachaduras, todo aquello reposa en la concien-
cia casi orgdnica de que existe un limite tras del
cual se abre un territorio tabi; que el idioma ad-
mite los juegos, las travesuras, las caricias y hasta
los golpes, pero que ante la amenaza de violacién
se encrespa y rechaza.
Cuanto de nominalismo no sistemético,
no formulado, habita esta confianza orginica en
que el lenguaje es como la piel de la Literatura, su
limite tras el cual, para decirlo con una imagen
de Neruda, «lo extranjero y lo hostil alli comien-
za. Cudnto de magia atadvica, también: el respe-
to al verbo que es su objeto, precisamente porque
todo objeto es en cuanto verbo, modo intemporal
‘que le concede eternidad.
‘Oponiéndose a toda inmanencia verbal, la
década 10-20 muestra en acci6n los primeros
‘grupos para quienes el escribir no es mas que un
recurso. Al margen del itinerario vocacional, 0 sus-
trayéndose a sus facilidades con una rigurosa re-
sistencia (como, en el orden intelectual, un Paul
‘Valery, en el estético un André Gide y en el ético
33
un Franz Kafka), numerosos escritores llegan a la
siteratura» movidos por fuerzas extraliterarias,
cextraestéticas, extraverbales, y procuran mediante
laagresién y la reconstruccién impedira todo pre-
cio que las trampas sutiles del verbo motiven y
encaucen, conformandolas, sus razones de expre-
sin, He aqui a los dadaistas, que se resignan a es-
cribir porque, como antafio el pobre Pécrus Borel,
no pueden set... caribes. Tras de ellos vendriin los
surrealistas, para quienes la via es atin més azarosa,
desde que significa simultaneamente el rechazo de
Jas formas y del fondo tradicionales”.
Un escritor de esta linea admire con fran-
‘queza su filiacién romantica, en tanto que en él lo
intuitivo gufa su conducta intelectual. Acepta de
Jos abuelos una tendencia a proponerse la realidad
en términos de inadecuacién del hombre en el cos-
‘mos, asumitla sin escamoteo y luchar por superar-
Jaa través de la rebelién contra toda regla durea,
todo «clasicismo», ques le antoa la formula estética
09) Portus, L. (2000). Descuento Bancario- Descuentos y Comisiones- Descuentos en Cadena- Tasas Escalonadas y Pagos Parciales y Ventas a Crédito de Corto Plazo. en Matemáticas Financieras. (Pp. 42-85). México McGraw-Hi