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Brian W. Aldiss EL ARBOL DE SALIVA J. G Ballard John Brunner a PR he Magazine i Fantasy and Science Fictiim@ _ : MINOTAURO FANTASIA Y CIENCIA-FICCION 3rian W. Aldiss EL ARBOL DE SALIVA 8 ohn Brunner LA ESTOFA DE Los sUENos = 75 sathleen James EL OJO CIEGO DE DIos §=96 . G. Ballard DESPIERTA EL MAR 129 udith Merril LA ESCENA INGLEsA (Libros) 142 \gusifn Mahieu LA PANTALLA INGLEsA (Cine) 151 9 uro. N99. Julio-Agosto de 1967. Publicacién bimestral. Edicion tellano de The Magazine of Pantasy and Science Fiction por acuerdo ‘L con Merewy Press, Inc., New York, USA. Queda hecho Gaito que previene la ley 11.728. ©) 1967 Hdiciones Minotaw R.L., Humberto Ie 545, Buenos Aires, Argentina. Se terminé de mir el quince de agosto de 1967 en los talleree grdficos de la Oom- Impresora Argentina, §.A., calle Alsina 2049, Buenoe Aires. EDITORIAL Ediciones Minotaure inicia esta nueva serie de publi- caciones bimestrales presentando una verdadera antolo- gia de la ciencia-ficcién inglesa actual. Las piezas mds caracteristicas son quizd las de Aldiss, Ballard y Brun- net, por razones que Judith Merril explica elocuente- mente en este mismo nimero; pero la obra de Kathleen James es también, de algun modo, una pieza itpica en el panorama inglés: la historia que no parece del gé- nero y que por eso mismo abre nuevas perspectivas al género. Esta entrega de Minotauro incluye ademds dos nuevas seeciones: cine y libros: un estudio sobre las letras in- glesas en 1965, vdlido aun a pesar de la reciente desa- paricién —se espera que momentdnea— de New Worlds. Estas secciones se complementarin préximamente con una serie de articulos dedicados principalmente a discu- tir la evolucidn y el significado del género. Es evidente ~—de acuerdo. con nuestra experiencia editorial— que la ficcién especulativa estd cambiando dia a dia y que al publico de habla castellana le interesa sobremanera ese cambio. Por este mismo motivo Minotauro presentard cada bimestre un mayor numero de textos experimen- tales, articulos y relatos que no alcanzan siempre a co- nocer la difusién del libro. En 1966, en el banquete anual de los escritores nortea- mericanos de ciencia-ficcién, El Arbol de saliva com- partid junto con una obra de Roger Zelazny el premio @ la mejor novela corta de 1965. El relato de Aldiss cuenta la historia de una espantosa invasién, y es tam- bién un homenaje al maestro H. G. Wells. EL ARBOL DE SALIVA Brian W. Aldiss No hay palabras ni lenguaje, pero las voces se oyen entre ellos. SALMO XIX —La cuarta dimensién me preocupa mucho —dijo el joven rubio, con un tono apropiado de seriedad. —Aja4 —dijo su amigo mirando el cielo nocturno. —Me parece que hay muchas pruebas en estos dias. éNo crees que se la ve de algun modo en los dibujos de Aubrey Beardsley? —Aja —dijo su compafiero, Los dos jévenes estan de pie en una loma baja, al este de la somnolienta ciudad inglesa de Cottersall, mirando las estrellas, y a veces se estremecen a causa del helado mes de febrero. No tienen mucho mds de veinte afios. El que se preocupa de Ja cuarta dimen- sién se lama Bruce Fox. Es alto y rubio y trabaja como oficial segundo de una firma de ubogados de Norwich: Prendergast y Tout. El otro, que hasta ahora sélo ha emitido un aja o dos aunque es en verdad el héroe de este relato, se lama Gregory Rolles. Es alto y mo- reno, de ojos grises, bien parecido e inteligente. Rolles © 1965, by Mercury Press, 4 MINOTAURO y Fox se han prometido a s{ mismos pensar con am- plitud, distinguiéndose (por lo menos asi lo creen ellos) del resto de los ocupantes de Cottersall en estos ultimos dias del siglo diecinueve. —jAhi cae otrot —exclamé Gregory, apartandose al fin del dominio de las interjecciones. Sefialé con un dedo enguantado la constelacién del Auriga. Un meteoro cruzé el cielo como un copo des- prendido de la Via Lactea y murié en el aire. —jHermoso! —dijeron los dos jévenes, juntos. —Es curioso —dijo Fox prolongando su discurso con unas palabras que los dos usaban muy a menudo—, las estrellas y las mentes de los hombres han estado siempre muy unidas, aun en los siglos de ignorancia antes de Charles Darwin. Siempre parecieron desem- pefiar un papel oscuro en los asuntos humanos. A mi me ayudan a pensar con amplitud, za ti no, Greg? —gSabes lo que pienso? Pienso que algunas de esas estrellas pueden estar habitadas. Por gente, quiero decir. —Respiré pesadamente, abrumado por sus pro- pias palabras Gente... quizd mejor que nosotros, maravillosa, que vive en una sociedad justa. —Ya sé, |socialistas] —exclamé Fox. En este punto no compartia el pensamiento avanzado de su amigo. Habia escuchado en la oficina al sefior Tout, quien sabia muy bien cémo estos socialistas, de los que tanto se ofa ahora, estaban destruyendo las bases de la so- ciedad—. jEstrellas pobladas por socialistas! — Mejor que estrellas pobladas por cristianos! Bueno, si hubiese cristianos en las estrellas ya hubiesen enviado misioneros aqui a predicar el evangelio. —Me pregunto si alguna vez habra viajes planetarios como dicen Nunsowe Greene y Monsieur Jules Verne. .. —empezd a decir Fox, pero la aparicién de un nuevo meteoro lo interrumpié en la mitad de Ja frase. Como el anterior este meteoro parecia venir aproxi- madamente de la constelacién del Auriga. Viajaba len- tamente, era de color rojo, y crecia acercandose. Los EL ARBOL DE SALIVA 5 dos jévenes gritaron a la vez y tomaron al otro por el brazo. La magnifica luz ard{a en el cielo y ahora un aura roja parecia envolver un nucleo anaranjado mas brillante. Pasé por encima de la loma (mas tarde dis- cutieron si no habian ofdo un leve zumbido) y desa- parecié detrds de un monte de sauces, iluminando un momenio los campos. Gregory fue el primero en hablar. —Bruce, Bruce, gviste eso? jno era un meteoro! Tan grande! zQué seria? —jQuiz4 un visitante de los cielos! —Eh, Greg, tiene que haber caido cerca de la granja de tus amigos, los Grendon, gno te parece? —|Tienes razén! Mafiana le haré una visita al viejo sefior Grendon y veré si él o su familia saben algo. Siguieron hablando, excitados, golpeando el suelo con los pies y ejercitando los pulmones. Era Ja con- versacién de dos jévenes optimistas e incluia mucha especulacién que comenzaba con frases como “No se- ria maravilloso que...” o “Supongamos que...” Al fin se echaron a reir, burldndose de todas aquellas ideas absurdas. —2Verds a toda la familia Grendon majiana? —dijo Fox timidamente. —Parece probable, si esa nave planetaria roja no se los ha Wevado ya a un mundo mejor. —Seamos sinceros, Greg. Tu vas a ver realmente a la bonita Nancy Grendon, gne es cierto? Gregory palmed risuefiamente a su amigo, —No estés celoso, Bruce. No hay motivo. Voy a ver al padre, no a la hija. Nancy es mujer, pero el viejo es progresista, y eso me interesa mas por ahora. Nancy es hermosa, es verdad, pero el padre... ah, jel padre es eléctrico! Riendo, se estrecharon alegremente Jas manos. En Ja granja de los Grendon Jas cosas estaban bastan- te menos tranquilas, como Gregory descubriria pronto. 6 MINOTAURO Gregory Rolles se desperté antes de las siete, como era su costumbre. Estaba encendiendo el pico del gas y deseando que el sefior Fenn (el panadero duefio de Ja casa) instalase pronto luz eléctrica cuando unas ra- pidas asociaciones de ideas lo Nevaron a pensar otra vez en el portentoso fendmeno de Ja noche anterior. Se entretuvo un momento en imaginar las posibili- dades que abria el “meteoro” y decidié ir a ver al sefior Grendon antes de una hora. Tenfa la suerte de poder decidir a sus afios cémo y dénde pasaria el dia, pues su padre era una persona adinerada. Edward Rolles habia tenido la fortuna de conocer a Escoffier, en los afios de Ja guerra de Crimea, y con Ja ayuda del notable chef habia lanzado al mer- cado una levadura, Eugenol, de gusto mds agradable que los productos rivales, y de efectos menos deleté- reos, que hab{a obtenido un considerable éxito comer- cial, Como resultado, Gregory estudiaba en una de las universidades de Cambridge. Se habia graduado ya y ahora tenfa que elegir una carrera. ¢Pero qué carrera? Habia adquirido —no tanto en clase como en sus charlas con otros esiudiantes— cierta comprensién de las ciencias; habia escrito al- gunos ensayos, bien recibidos, y habia publicado al- gunos poemas. Se inclinaba por lo tanto hacia las le- tras, y la inquieta impresién de que en la vida habia mucha miseria, fuera de las clases privilegiadas, lo habian Mevado a pensar seriamente en una carrera politica. Tenia también conocimientos firmes de teo- logia, pero (y de esto por lo menos estaba seguro) no se sentia atraido por el sacerdocio. Mientras decidia su futuro, habia venido a vivir aqui, lejos de ta familia, pues nunca se habia enten- dido bien con su padre. Esperaba que la vida cam- pesina de la Anglia Occidental le inspirara un volu- men titulado provisionalmente Paseos con un natu- valtsta soctalista donde expresaria simultaneamente to- das sus ambiciones. Nancy Grendon, que manejaba bien ™, EL ARBOL DE SALIVA 7 el lapiz, podria dibujarle un emblemita para Ja pa- gina del] titulo... Quizd hasta pudiera dedicarle el volumen a un autor amigo, e} sefior Herbert George Wells... Se vistid con ropa de abrigo, pues la mafiana era fria y nublada, y bajé a los establos del panadero. En- sillé la yegua, Daisy, monté y tomé el camino que el animal conocia bien. El terreno se elevaba ligeramente alrededor de la gtanja, y la zona de la casa era como una islita entre pantanos y arroyos que hoy devolvian al cielo unos tonos grises y apagados. A la entrada del puentecito la puerta estaba entornada como siempre. Daisy se abrié paso entre el barro hacia los establos y Gregory la dejé alli, entretenida con la avena. La perra Cuff y el cachorro ladraron ruidosamente alrededor de los ta- lones de Gregory, como de costumbre, y el joven caminéd hacia la casa palmedndoles las cabezas. Nancy aparecid cortiendo antes que Gregory Me- gara a la puerta de ta casa. —Hubo mucho alboroto aqui anoche, Gregory —dijo Ja muchacha, y Gicgory noté complacido que ella se habia decidido al fin a Hamarlo por el nombre. {Una cosa brillante! Yo ya me acostaba cuando se oyé el ruido y vino luego la luz. Corri a la ventana a mirar y vi esa cosa grande parecid a un huevo que se hun- dia en el estanque. La voz de Nancy, particularmente cuando estaba excitada, tenia el tono cantarin de las gentes de Norfolk. — El meteoro! —exclamé Gregory—. Bruce Fox y yo mirdbamos los hermosos aurigas que Hegan siempre en febrero, y de pronto vimos uno muy grande. Me parecié que habia caido por aqui cerca. —Bueno, .casi aterriza sobre la casa —dijo Nancy. Estaba muy bonita esta mafiana, con los labios rojos, las mejillas brillantes, y los rizos castafios todos albo- 8 MINOTAURO rotados. En ese momento apareciéd la madre con de- lantal y gorra y echandose rapidamente un mantén sobre los hombros. —iNancy, entra, no te quedes ahi, helandote de ese modol Qué cabeza loca eres, muchacha. Hola, Gregory, zcémo marchan las cosas? No pensé que lo veriamos hoy. Entre y caliéntese. —Buenos dias, sefiora Grendon. Nancy me esta con- tando de ese meteoro magnifico de anoche. —Fue una estrella errante, segtin dijo Bert Neckland. Yo no sé, pero si le aseguro que asusté a los animales. —eSe puede ver algo en el estanque? —Déjame que te muestre —dijo Nancy. La sefiora Grendon entré en la casa. Caminaba lenta y pausadamente, muy tiesa, y con una nueva carga. Nancy era su unica hija. Habia un hijo menor, Archie, un muchacho terco que habia peleado con su padre y ahora era aprendiz de herrero en Norwich. La sefiora Grendon habia tenido otros tres hijos, que no sobrevivieron a esa sucesién alternada de nieblas y vientos dsperos del este que eran los inviernos ti- picos de Ccttersall, Pero ahora la mujer del granjero estaba gravida de nuevo, y le daria a su marido otro hijo cuando Ilegara la primavera. Mientras se acercaba al estanque con Nancy, Gregory vio a Grendon que trabajaba con sus dos hombres en los campos del oeste. Ninguno alzé la mano para saludarlo. —éNo se excité tu padre con ese fendmeno de ano- che? ~—Si ;pero sdlo en ese momento! Saliéd con la esco- peta, y Bert Neckland fue con él. Pero no habia nada mas que unas burbujas en el estanque y vapor encima, y esta mafiana pap4 no quiso hablar de eso, y dijo que el trabajo no podia interrumpirse. Se detuvieron junto al estanque, una oscura exten- sién de agua con juncos en Ja otra orilla y mds alla el campo abierto. Miraron la superficie ondulada y EL ARBOL DE SALIVA 9 Juego Nancy sefialé el molino negro y alto que se al- zaba a la izquierda. Las maderas del costado del molino y el aspa blanca mis alta estaban salpicadas de barro. Gregory miré to- do con interés. Pero Nancy segufa su propia linea de pensamientos. —iNo te parece que papa trabaja demasiado, Gre- gory? Cuando no esta afuera ocupado en las cosas del campo se pasa las horas leyendo sus panfletos y sus libros de electricidad. Descansa sélo cuando duerme. ~Aja. No sé qué cayé aqui, pero salpicé bastante. No se ve nada ahora, bajo la superficie, eno es cierto? —Como eres amigo de él, mamd pensé que podrias decirle algo. Se acuesta tan tarde, a veces cerca de medianoche, y luego se levanta a las tres y media de la mafiana. {No le hablarias? Mama nunca le dird nada. —Nancy, necesitamos saber qué cayé en el estanque, sea lo que sea. No puede haberse disuelto. zEs muy profunda el agua? —Oh, no estds escuchando, jGregory Rolles! |Con- denado meteoro!} —Esto es un problema de interés cientifico, Nancy. No te das cuenta... —Oh, problema cientifico, zeh? Entonces no quiero oir mds. Me estoy helando, Quédate tu mirando si quieres, pero yo me voy adentro. Fue sélo una piedra que cayé del cielo, eso dijeron papa y Bert Neckland anoche, Nancy se alejé répidamente. —Como si el gordo Bert Neckland supiese algo de estas cosas! —le grité Gregory. Miré las aguas oscuras. Eso que habia llegado la no- che anterior estaba todavia alli, al alcance de la mano. Tenia que descubrir los restos. Se le presentaron de pronto unas vividas imagenes: su nombre en titulares en The Morning Post, la Sociedad Real que Jo nom- braba miembro honorario, su padre que lo abrazaba y le pedia que regresara al hogar. 10 MINOTAURO Camin6é pensativamente hacia el granero. Entré y Jas gallinas corrieron cloqueando de un lado a otro. Alzé la cabeza, esperando a que los ojos se le acos- tumbraran a Ja oscuridad. Recordaba haber visto alli un botecito de remos. Quizd cuando cortejaba a su futura mujer el viejo Grendon la habia Hevado a pasear por el lago Oats. El bote debia de estar ahi desde hacia afios. Lo arrastré fuera del granero hasta la orilla. Las maderas estaban secas, y el bote hacia agua, pero no demasiado. Sentd4ndose con cuidado entre la paja y la suciedad, Gregory empezd a remar. Cuando estaba ya casi en el centro del estanque, dejé los remos y miré por encima de la borda. El agua estaba turbia, y no se veia nada, aunque Gregory ima- ginaba mucho. Mientras Gregory miraba por un lado, el bote, inesperadamente, se inclinéd hacia el otro. Gregory giré en redondo. Ahora la borda izquierda tocaba casi el agua y los remos rodaron dentro del bote. Gregory no alcanzaba a ver nada, pero... ofa algo. Un sonido que se parecia al jadeo de un perro. Y la cosa que jadeaba asi estaba 2 punto de volcar el bote. —eQué es eso? —dijo Gregory sintiendo un frio que le subia por Ja espalda. El bote se bamboled, como si algo invisible qui- siera trepar a bordo. Aterrorizado, Gregory tomé un remo, y sin pensar un momento lo dejé caer de ese lado del bote. El remo golpeé algo sélido donde sélo habia aire. Dejando caer el remo, sorprendido, Gregory exten- dié la mano. Tocéd una materia blanda. Al mismo tiempo algo le golpeé con fuerza el brazo, Desde ese momento, Gregory actué guiado sélo por el instinto. La razén no cabia alli. Recogiéd otra vez el remo, y lo descargé en el aire, y dio contra algo. Siguié un chapoteo y el bote se enderezé tan brus- camente que Gregory casi se fue al agua. El bote se balanceaba atin cuando Gregory se puso a remar fre- EL ARBOL DE SALIVA al néticamente hacia la costa. Arrastré la embarcacién fuera del agua y corrié hacia la casa. Sdlo se detuvo cuando Ilegé a la puerta. Se sentia més sereno ahora, y el corazén ya no le saltaba ate- trorizado en el pecho. Se quedé mirando la madera agrietada del porche, tratando de reflexionar en lo que habia visto y en lo que habia ocurrido. ¢Pero qué habia ocurrido? Haciendo un esfuerzo, regresé al estanque y se de- tuvo junto al bote mirando la superficie oscura del agua. Nada se movia, excepto umas ondas pequefias en la superficie. Miré el bote. Habia bastante agua en el fondo. Todo lo que ocurrid, se dijo, fue que el bote casi se me da vuelta, y me dejé dominar por un miedo idiota. Meneando la cabeza, arrastré la embar- cacién hasta el granero. Gregory, como era su costumbre, se quedé a almorzar en Ja granja, pero no vio al sefior Grendon hasta la hora de ordefiar. Joseph Grendon estaba acercandose a la cincuentena y era unos pocos afios mayor que su mujer. Tenia una cara delgada y solemne y una barba espesa que lo ha- cia parecer mas viejo. Tenia un aspecto de hombre gra- ve, en yerdad, pero saludé a Gregory cortésmente. Los dos esperaron juntos a que las vacas entraran en el blo. Gaia Ja tarde. Luego fueron al granero préximo, v Grendon encendié la maquina de vapor que a su vez pondria en movimiento el generador de la chispa vital. —Huelo el futuro aqui —dijo Gregory, sonriendo. Ya habia olvidado el susto de la mafiana. —Ese futuro Megara sin mi. Estaré muerto en ese entonces. El granjero hablaba caminando, pausadamente, po- niendo con cuidado una palabra delante de la otra. —Eso dice usted siempre. Estd equivocado. El fu- turo se precipita. BL ARBOL DE SALIVA Il néticamente hacia la costa. Arrastré la embarcacién fuera de] agua y corrié hacia la casa. Sdlo se detuvo cuando llegé a la puerta. Se sentia mds sereno ahora, y el corazén ya no le saltaba ate- rrorizado en el pecho. Se quedéd mirando la madera agrietada del porche, tratando de reflexionar en lo que habia visto y en lo que habia ocurrido. :Pero qué habia ocurrido? Haciendo un esfuerzo, regresé al estanque y se de- tuvo junto al bote mirando la superficie oscura del agua. Nada se movia, excepto unas ondas pequefias en la superficie. Miré el bote. Habia bastante agua en el fondo. Todo lo que ocurrié, se dijo, fue que el bote casi se me da vuelta, y me dejé dominar por un miedo idiota. Meneando la cabeza, acrastré la embar- cacién haste cl pranero, Gregory, como cra su costinnbre, se qucdé a almorzar en la granja, pero no vio al sefior Grendon hasta la hora de ordciar. Joseph Grendon estaba acercaéndose a la cincuentena y cra unos pocos afios mayor que su mujer. Tenia una cara delgada y solemne y una barba espesa que lo ha- cla parecer mas viejo. ‘Tenia un aspecto de hombre gra- ve, en verdad, pero saludé a Gregory cortésmente. J.os dos esperaron juntos a que Jas vacas entraran en el establo. Caia la tarde. Luego fueron al granero préximo, y Grendon encendié Ja maquina de vapor que a su vez pondria en movimiento el generador de ja chispa vital. . ~Huelo el futuro aqui —dijo Gregory, sonriendo. Ya habia olvidado el susto de la mafiana. Ese futuro legara sin mi. Estaré muerto en ese entonces. El granjero hablaba caminando, pausadamente, po- niendo con cuidado una palabra delante de la otra. ~Eso dice usted siempre. Esta equivocado. El fu- turo se precipita. EL ARBOL DE SALIVA 13 hacia mi y me tocé, —Callé y sefialé el borde del es- tablo.— jMiret No digo mentiras, sefior. Fue un fan- tasma, y mire, ahi hay una huella mojada. Se acercaron y examinaron la tabla carcomida que separaba dos establos. Una mancha indefinida de humedad oscurecia la madera. Gregory recordé su experiencia en el estanque y sintié otra vez un es- calofrio a lo largo de la espina dorsal. Pero el gran- jero dijo tercamente: —Tonterias, es un poco de baba de las vacas. Bueno, siga ordefjando, Bert, y dejemos esto. Es hora de que tome mi té. ~Dénde anda Cuff? Beri se volvi6 hacia Grendon con ojos desafiantes. Si no me cree a mi quizd crea a Ja perra. Cuff vio tambien tt cosa y la persiguié. Recibié una patada, pero Li hizo escapar de aqui. Vere st fa encuentro ~ dijo Gregory. Cound afucra y se puso a Hamar a la perra. Ya era eo de noche. Aparentemente nada se movia en el patio de adelante de modo que fue hacia el otro lado, sendcero abajo, hacia La porqueriza y los campos, Ia- mando sicmpre. De pronto se detuvo. Mas alld, bajo los olmos, se gin unos grufiidos sordos y feroces. Era Cull. Gregory se adelanté lentamente. En ese momen- to maldijo Ja luz eléctrica que hab{a suprimido los fa- roles, y deseé también tener un arma. —éQuién esta ahi? —Ilamé. El granjero aparecié a su lado. —jVamos alld! . Corrieron juntos. Los troncos de los cuatro gran- des olmos se recortaban claramente contra el cielo oriental, y detr4s brillaba un agua plomiza. Gregory vio a Cuff y en ese instante Ia perra salté en el aire, giré en redondo, y volé hacia el granjero. Grendon estiré los brazos y esquivé el golpe. Al mismo tiempo Gregory sintié un viento, como si alguien hubiese pa- sado corriendo, dejando en el aire un olor de barro estancado. .Trastabillando, miré alrededor. La luz 14 MINOTAURO palida de los cobertizos se volcaba en la senda. Mas alla de la luz, detrds de los graneros, se extendian los campos silenciosos. ~—Mataron a mi vieja Cuff —dijo el granjero. Gregory se arrodillé junto a Grendon y examiné a Ja perra. No tenia ninguna herida, pero Ja cabeza le colgaba flojamente a un costado. —Cuff sabia qué habia ahi —dijo Gregory—. Se lanzé al ataque y cayd. eQué era eso? ¢Qué diablos era eso? —Mataron a mi vieja Cuff —dijo el granjero otra vez, sin oir, Tomé en brazos el cadaver de la perra, se volvié, y caminé hacia la casa. Gregory se qued6 donde estaba, la cabeza y el corazén intranquilos. Se sobresalté de pronto. Unos pasos se acercaban. Era Bert Neckland. —2Y? 2E] fantasma maté a la perra? ~Maté a Ja perra, cicrtamenic, pero era algo mucho mas terrible que un lantasma Era un fantasia, scnovito, No les tengo oticcdo a tos f —Sm cmbargo, usted parecia Tos establos, hace um minuto. El campesino se Uevé Jos panos a his caderas, Tenia s6lo dos aiios mis que Gregory y cra un joven rechon- cho, de cara encendida, y waa nariz roma que le daba a la vez un aire de comedia y de cuncnaza. —aSi, sefiorito Gregory? Bueno, usted también tiene un. aspecto raro ahora. —Estoy asustado, y no me importa admitirlo. Pero sdlo porque esto que vino es mucho mds espantoso que cualquier espectro. Neckland se acercé un poco mas a Gregory. —Si tiene tanto miedo, quiz4 no vuelva usted por la granja en el futuro. ~—Todo Jo contrario. Gregory eché a andar hacia la luz, pero el hombre le cerré cl camino, Vi muchos en mi vida. 1s, dusied si? aistamic asustado en EL ARBOL DE SALIVA 15 —Si yo fuera usted, no vendria —dijo y apoyd la frase hundiendo un codo en la chaqueta de Gregory—. Y¥ recuerde que Nancy tenia interés en mi mucho antes que usted llegara, sefiorito, —Oh, era eso. Me parece que Nancy puede decidir ella misma quien le interesa, eno le parece? —Yo le estoy diciendo en quién esta interesada, gen- tiende? Y sera mejor que no lo olvide, centiende? —Subrayé el discurso con otro codazo. Gregory lo aparté colérico. Neckland se encogié de hombros y se alejé diciendo:— Las pasaré peor que con un fan- tasma si sigue viniendo. Gregory se quedé alli, inmévil. El hombre habia hablado con una violencia contenida, y eso queria decir que habia estado alimentando odio durante un largo tiempo. No sospechando nada, Gregory se habia mostrado siempre cordial y habia atribuido la hos- quedad de Neckland a torpeza mental, recurriendo a toda su vocacién socialista para salvar esa barrera. Pensé un momento en seguir a Neckland y tratar de resolver el conflicto, pero eso pareceria sin duda un signo de debilidad. Siguiéd en cambio el camino que habia tomado el granjero con el cadaver de Ja perra y fue hacia la casa. Aquella noche, Gregory Rolles lleg6 de vuelta a Cottersall demasiado tarde para encontrarse con su amigo Fox. A la noche siguiente hacfa tanto frio que Gabriel Woodcock, el habitante mds viejo del pueblo, profetizé que nevaria antes que el invierno terminara (una profecia no aventurada que se cumpliria antes de Jas cuarenta y ocho horas, impresionando asi sobre- manera a todos Jos aldeanos, a quienes les gustaba im- presionarse y exclamar y decir: “Bueno, nunca lo hu- biera cre{do”). Los dos amigos prefirieron encontrarse en El caminante, donde el fuego ardia mds vivamente, aunque la cerveza era més débil, que en Los tres ca- zadores furtivos del otro extremo del pueblo. 16 MINOTAURO Sin omitir ninguna circunstancia dramatica, Gre- gory relaté los acontecimientos del dia anterior, aun- ue se salted Ja belicosidad de Neckland. Fox escuché fascinado, descuidando la cerveza y la pipa. —Asi son las cosas, Bruce —concluyé Gregory—. En ese estanque profundo acecha un vehiculo de algun tipo, él mismo que vimos en el cielo. Y en él vive una criatura invisible de torcidas intenciones. Temo por la suerte de mis amigos, como puedes imaginar. eTe parece que debiéramos contérselo a la policia? —Estoy seguro de que no seria ninguna ayuda para Jos Grendon que el viejo Farrish anduviese por alli tambaledndose de un Jado a otro —dijo Fox refiriéndose al representante local de la ley. Chupé un rato la pipa y luego pebié un largo trago del vaso—. Pero no estoy seguro, en cambio, de que hayas sacado las conclu- siones exactas, Greg, Entiende que no pongo en duda los hechos, por mas asombrosos que parezcan. Quiero decir que de algtin modo todos estamos esperando visitas celestiales. Las luces de gas y electricidad que estén iluminando las ciucades del mundo tienen que haber sido una sejial para muchas naciones del espa- cio. Ahora saben alli arriba que nosotros también somos civilizados. Pcro quisicra saber si nuestros vi- sitantes le han hecho dasio a alguien, deliberadamente. —Casi me ahogan y mataron a la pobre Cuff. No yeo adénde vas. No se presentaron de un modo amis- toso, zno es cierto? —Piensa en qué situacién se encuentran. Si vienen de Marte o de la Luna, sabemos que esos mundos son totalmente distintos al nuestro. Deben de estar ate- yrorizados. Y no creo que puedas lamar acto inamis- toso al hecho de que hayan querido entrar en tu bote. El primer acto inamistoso fue tuyo, cuando golpeaste con el remo. Gregory se mordié los labios. Tenia que darle la razon 2 Bruce. —Estaba asustado, EL ARBOL DE SALIVA W —Y quiz4 mataron a Cuff porque ellos también es- taban asustados. Al fin y al cabo, la perra los atacd, ao es asi? Me dan pena esas criaturas, solas en un saundo hostil, —éPero por qué dices “esas criaturas’? Hasta ahora sélo aparecié una sola, me parece. —Atiende un momento, Greg. Has abandonado por completo tu actitud inteligente de antes. Preconizas ahora la muerte de todas las cosas, en vez de tratar de hablar con ellas. gRecuerdas cuando hablabas de mundos habitados por socialistas? Trata de imaginar que estos sercs son socialistas invisibles y verds cémo te parecera mas facil Wratar con cllos. Gregory se acuicié la barbilla. Reconocia en su interior que fas palabras de Bruce Fox lo habian im- presionado mucho, Mabie permitide que cl panico lo dominara, y como tesuitado se habia comportado tan inmoderadamente como un salvaje de alin rincén perdido del Imperio Lente a la prinera locomotora de vapor. —Serd mejor que vuclva v la granja y ponga todo en orden —dijo—. Si esas cosas necesitan ayuda, la tendran, —Eso es. Pero trata de no pensar en ellas como “cosas”. Piensa en ellas como si fuesen... ya sé, aurigas. —Aurigas. Pero no te creas tan superior, Bruce. Si tt hubieses estado en ese bote... Ya lo sé, querido Greg. Me hubiera muerto de miedo. —Luego de este monumento de tacto, Fox con- tinué:— Haz como dices, Vuelve alld, y pon todo en orden, tan pronto como puedas, Estoy impaciente por conocer Ja nueva entrega de este misterio. No hubo munca nada parecido, desde Sherlock Holmes. Gregory Rolles regresé a la granja. Pero los arre- glos de que habia hablado con Bruce se retrasaron mas de lo esperado. Esto se debid, principalmente, a que 18 MINOTAURO los aurigas parecfan haberse instalado en paz en él nuevo hogar, luego de los problemas del primer dia. No habian vuelto a salir del estanque, 0 asi Je pare- cia a Gregory, o por lo menos no habian provocado nuevas dificultades. El joven graduado lo lamentaba de veras, pues se habia tomado muy en serio las pa- labras de su amigo, y estaba dispuesto a probar qué benevolente y comprensivo era con estas extrafias for- mas de vida. Al cabo de algunos dias empezé a pensar que los aurigas debian de haberse ido, tan inespera- damente como habian llegado. Luego un incidente menor le probdé que no era asi, y aquella misma noche, en su cuarte bien abrigado, sobre Ja panaderia, le es- cribié a su corresponsal de Worcester Park, Surrey. Querido sefior Wells: Debo disculparme por no haberle escrito antes, pero no habia nuevas noticias acerca del asunto de la granja Grendon. Hoy, sin embargo, jlos aurigas se mostraron otra vez! Aunque esto de “se mostraron” quizd no sea un tér- mino apropiado para criaturas invisibles. Nancy Grendon y ya estébamos en la huerta dando de comer a las gallinas. Hay todavia mucha nieve, y todo es muy blanco. Cuando las aves se acercaban corriendo a la batea de Nancy, noté que algo se mo- via en el otro extremo de la huerta. No era mds que un poco de nieve, que cata de la rama de un manza- no, pero el movimiento atrajo mi atencidn y entonces vi una procesién de nieve que cata y venta hacia nos- otros de drbol en drbol. Las hierbas son altas alli, y pronto adverti que un agente desconocido apartaba los tallos. Le hice notar a Nancy el fendmeno. El mo- vimiento en las hierbas se detuvo a unos pocos metros, Nancy parecta realmente asustada, pero yo estaba decidido a mostrarme como un verdadero britdnico, y me adelanté y dije: “zQuién es usted? ;Qué quiere? Somos sus amigos, si viene usted amistosamente.” va. ARBOL DE SALIVA 19 No hubo respuesta. Di otro paso adelante, y las plantas se abrieron de nuevo a los lados y me pareciéd que los pies de la criatura debian de ser grandes. En- lances, y por el movimiento de las hierbas, descubri que la ertatura habia echado a correr. Le grité y corrt dctrds, Las pisadas desaparecieron dei otro lado de la ruse, y no pude ver ninguna huella en el barre helado dcl patio, Pero el instinto me empujd hacia adelante, » dejando atrds el granero me acerqué @ la laguna. lntonces vi alli, sin ninguna duda, cémo el agua berrosa sé levantaba recibiendo un cuerpo que se deslizaba lentamente. Unas astillas de hielo se apar- taron cerca de la orilla, e inclindndome hacia adelante pude ver donde desaparecta aquel ser extvafo. Hubo wna agitacién en el agua, y nada mds. La criatura, era mdudable, habia bajado, zambulléndose, al misterioso vehiculo de las estrellas, Fstas cosas o gentes —no sé cémo llamarlas-- deben de ser acudticas, Quizd vivan en los canales del pla- ucta rojo. Pero imagineselo, sefior, juna humanidad in- visible! La idea es tan maravillosa y fantdstica que pa- rece arrancada de algin capitulo de su libro La mtguina del tiempo. Envieme por favor sus comentarios, y crea usted cn mi cordura y en la precisién de mis informes. Amistosamente suyo Gregory Rolles Gregory no conté sin embargo que Nancy se habia abrazado a él mas tarde, en el calor de la sala, y le habia confesado que tenfa miedo. Y Gregory habia tcchazado la idea de que estos seres fueran hostiles y habia visto admiracién en los ojos de la muchacha. Al lin y al cabo, pensé entonces, Nancy era una joven realmente bonita, y quiz4 valia la pena desafiar las vas de aquellos dos hombres tan diferentes: Edward Rolles, su padre, y Bert Neckland, el campesino. £1 tema del rocio maloliente se discutiéd una se- 20 MINOTAURO mana més tarde, a la hora del almuerzo. Gregory habia ido otra vez a la granja pretextando que que- ria mostrarle al sefior Grendon un articulo sobre electricidad. . Grubby fue el primero en mencionar el tema de- Jante de Gregory. Grubby y Bert Neckland eran to- da la fuerza laboral con que contaba Joseph Grendon, pero mientras que a Neckland (suficientemente ci- vilizado segim el consenso general) se le permitia alojarse en la casa y tenfa un cuarto en el altillo, Grubby, en cambio, dormia en un cuartito de adobe muy alejado del edificio principal de Ja granja. La miserable choza, que Grubby dignificaba Namandola “mi casa”, se alzaba del otro lado de la huerta de macdo que los ocupantes de los establos arrullaban con. sus vrufiides el sueito del ristico. —Nunca tuvimos un rocio asi, sefior Grendon —dijo Grubby, con tono firme, y Gregory pensé que el hom- bre ya debia de haber dicho algo parecide, en Jas horas de la matiana; Grubby nunca se aventuraba a decir nada original. —Pesado como un rocio de} otofo —replicé el gran- jero, como si continuara una discusién, Siguié un silencio, interrumpido sdlo por una mas- ticacién general y los largos sorbos de Grubby, mien- tras todos se abrian paso entre vastos platos de conejo cocido y cereales. —No es un rocio comin —dijo Grubby al cabo de un rato. —Huele a renacuajos —dijo Neckland—. O a agua estancada y i Mas masticacién. / —Debe de tener relacién con el estanque —dijo Gregory—. Algin fenémeno raro de evaporacién. Neckland resoplé. Desde la cabecera de la mesa el gtanjero interrumpid sus operaciones de carga y des- carga para apuntar con un tenedor a Gregory. —En eso quiz4 tenga usted razén. Y le diré por EL ARBOL DE SALIVA 21 qué. Ese rocfo ha caido sélo en nuestra propiedad. A un metro del otro lado de Ja cerca el camino esté seco. Seco como un hueso. —Ast es, sefior —convino Neckland—. Yo mismo vi que el campo del este estaba todo mojado y que en el helecho del prado no habja cafdo una gota. Es raro de veras, —Digan ustedes lo que quieran, yo nunca vi un rocio asi —dijo Grubby, y parecié que habia resumido los sentimientos de todos. El extrafio rocio no cayé otra vez. Era un tdépico de conversacién limitado, y aun en la granja donde no habia mucho de que hablar, se lo olvidé en unos pocos dias. Pasd el mes de febrero, ni mejor ni peor que otros febreros, y concluyé con pesadas tormentas de Iluvia. Llegé marzo, dejando entrar en los campos una helada primavera. Los animales de la granja co- menzaron a parir sus crias. Los nuevos animales Megaban en cantidades asom- brosas, como pata destruir las ideas del granjero sobre Ja esterilidad de su tierra. —jNunca vi nada parecido! —le dijo Grendon a Gregory. Gregory no habia visto nunca tampoco al taciturno granjero tan excitado, Grendon tomé al joven por el brazo y lo Hevé al granero. Allf Trix, la cabra, estaba tendida en el suelo con un grupo de tres cabritos de color castafio y blanco amontonados en el flanco, mientras que un cuarto se alzaba temblando sobre las patas ahusadas. —jCuatro! gHa oido hablar alguna vez de una cabra que tuviera cuatro crias? Sera bueno que escriba usted a los periddicos de Londres, Gregory. Pero espere a que vayamos a la porqueriza. Los chillidos que venian de las porquerizas eran més fuertes que de costumbre. Mientras descendian por el sendero, Gregory alzé los ojos hacia los olmos, de contornos verdes, y creyé descubrir una nota si- 22 MINOTAURO niestra en los chillidos, algo histérico que estaba rela- cionado de algun modo con el 4nirno de Grendon. Los cerdos de Grendon eran de todo color, con pre- ponderancia de animales negros. Comuinmente tenian camadas de unos diez lechones. Ahora no habia nin- gun animal que no hubiese tenido por lo menos cator- ce crfas. Alrededor de una cerda enorme y negra correteaban dieciocho cerdos pequefios. El ruido era tremendo, y mirando este enjambre de vida Gregory se dijo que era un disparate imaginar ahi algo sobre- natural, Sab{a tan poco de la vida en las granjas. Luego de haber almorzado con Grendon y los hombres —la sefiora Grendon y Nancy habian ido al pueblo en el carro— Gregory fue a dar una vuelta sintiendo aim una honda y (se dijo) insensata inquietud. El sol de Ja tarde era pilido y no penetraba muy profundamente en las aguas del cstanque. Sin embar- go, mientras Gregory, de pic junto a Ja artesa del caballo, miraba pensativamente cl agua, vio de pronto que el estanque era wn hervidero de renacuajos y ranas. Se acercé un poco mis. TInnumerables criaturas minusculas nadaban animando cl agua estancada. Un coleéptero salié de pronto de las profundidades y se apoderé de un renacuajo, Los renacuajos proporcio- naban también alimenio a Jos dos patos que nadaban con sus crias en los juncales del otro extremo del estanque. gY cudntas crias tenfan los patos? Una ar- mada de patitos desfilaba entre las cafias. Durante un minuto Gregory se quedé alli, titubean- do, y al fin volvié lentamente sobre sus pasos. Cruzé el patio hacia el cobertizo y ensill6 a Daisy. Monté y se alejé sin despedirse de nadie. i Cuando Hegd a Cottersall fue directamente a la plaza del mercado. Vio alli el carro de los Grendon, con el pony de Nancy, Hetty, entre las varas, frente a una tienda de viveres. La sefiora Grendon y Nancy salian en ese momento. Echando pie a tierra, Gregory llevé a Daisy por la brida y saludé a las mujeres. EL ARBOL DE SALIVA 23 —Ibamos a visitar a mi amiga la sefiora Edwards y a sus hijas —dijo Ja sefiora Grendon. —Si usted fuera tan amable, sefiora Grendon, yo le agradeceria que me dejase hablar en privado con Nancy. Mi casera, la sefiora Fenn, tiene una salita en Ja trastienda y sé que ella nos dejaria hablar alli. Seria completamente respetable. —Me importa poco lo respetable. Que Ia gente piense lo que quiera, como digo siempre. —Sin em- bargo, la sefiora Grendon se quedé meditando un rato. Nancy, junto a su madre, bajaba los ojos. Gregory la miro y le parecié que la veia por primera vez. Bajo el abrigo azul, de forro de piel, Nancy Ievaba su vestido ajedrezado, naranja y castafio, y se habia puesto un bonete en Ia cabeza. La piel de la cara era rosada y delicada como piel de durazno, y las largas pestafias le ocultaban Jos ojos oscuros. Los labios eran firmes, palidos, bien dibujados, y se le plegaban delicadamente en las comisuras. Gregory se sentia como un ladrén, contemplando a hurtadillas la belleza de Nancy mien- tras ella no lo miraba. —Iré a visitar a la sefiora Edwards —dijo al fin Mar- jorie Grendon—. No me importa lo que hagan ustedes dos siempre que se comporten decentemente... Pero me importar4, recuérdenlo, si no Megan a casa de la sefiora Edwards dentro de media hora. Nancy, eme has oido? ~Si, mama. La panaderfa estaba en la calle préxima. Gregory metiéd a Daisy en el establo y entré con Nancy en la sala por Ja puerta de atris. En esta hora del dia, el sefior Fenn descansaba en el primer piso y su mujer cuidaba Ja tienda, de modo que la salita estaba vacia. Nancy se sentéd muy derecha en una silla y dijo: ~Bueno, Gregory, ede qué se trata? Qué ocurrencia arrancarme asi de mi madre en medio del pueblo. —Nancy, por favor, tenia que verte. Nancy fruncié los labios. 24 MINOTAURO —Pues vas a la granja bastante a menudo y no he notado alli que tuvieras mucho interés en verme. —Qué disparate. Siempre voy para verte, sobre todo en estos ultimos tiempos. Ademds tu estds mds inte- resada en Bert Neckland, gno es cierto? —jBert Neckland! :Por qué he de estar interesada en ese hombre? Aunque no seria asunto tuyo si me interesara. —Es asunto m{fo, Nancy. {Te quiero, Nancy! Gregory no habia pensado en declararse de este modo, pero ahora ya era tarde y atacé a fondo cru- zando el cuarto y arroj4ndose a los pies de Nancy y tomdndole Jas manos. ~—Nancy, querida Nancy, dime que te gusto un poco. Animame de algiin modo. —Eres un caballero muy fino, Gregory, y te tengo carifio, claro esta, pero... —ePero? Nancy obsequid otra vez a Gregory bajando los ojos. —Tu posicién social es muy distinta de la mia, y ademas... bueno, ti no haces nada. Gregory se quedé mudo de sorpresa. Con el egofsmo natural de la juventud, no habia pensado que Nancy pudiera rechazarlo con ninguna objecién seria, pero ahora descubria Ja verdad de su propia posicién, por Jo menos tal como la muchacha la veia. —Nancy... yo... bueno, es cierto que puede pa- recerte que ahora no trabajo. Pero leo y estudio mucho aqui, y me escribo con mucha gente famosa del mun- do. Y estoy a punto de tomar una decisiébn muy importante acerca de mi carrera futura. Te aseguro que no soy un haragén, si eso es lo que piensas. —No, no pienso eso, Pero Bert dice que pasas muchas noches bebiendo en El caminante. —Ah, Bert lo dice, geh? ¢¥ qué puede interesarle a Bert que yo vaya a El caminante? «Qué puede intere- sarte a ti ademds? Condenado impertinente... eL ARBOL DE SALIVA 25 Nancy se puso de pie. ~Si no tienes otra cosa que decir ademds de un montén de juramentos iré a encontrarme con mi ma- dre, si me lo permites. —Oh, Dios. Estoy confundiéndolo todo. —Gregory tomé a Nancy por Ja mufieca.— Escichame, querida. Slo te pido una cosa: que trates de verme desde una perspectiva favorable. Y que me permitas decir algo de Ja granja. Estén ocurriendo cosas raras y no me gusta saber que pasas all{ la noche. Todas esas cria- turas que nacen, todos esos cerditos... jes sobrenatural! ~Pues a mi padre no le parece sobrenatural, y a mi tampoco. Pap4 trabaja mucho, y ha criado muy hien a sus animales, y eso lo explica todo. No hay me- jor granjero en muchos kilémetros a la redonda. —Oh, por supuesto, es un hombre maravilloso, Pero no fue él quien puso siete u ocho huevos en un nido de gorrién, gno es cierto? No fue él quien eché tantos renacuajos y mosquitos en el estanque. Este afio hay algo raro en la granja, Nancy, y quiero protegerte. Gregory hablaba muy seriamente, advirtid Nancy, y ademds estaba muy cerca, y le apretaba ardiente- mente la mano. —Querido Gregory —dijo la muchacha algo apaci- vuada—. No sabes nada de la vida en el campo, a pesar de todos tus libros. Pero me agrada que te preocupes, —Siempre me preocupards, Nancy, hermosa criatura. —jMe hards enrojecer! ~Si, por favor, enrojece, pues asi pareces més her- mosa atin. : Gregory abraz6 a la muchacha, y cuando ella alz6 la cabeza, mirdndolo, la acercé aun mds y la besd fervientemente, Nancy ahogé un gtito y se aparté, pero sin mucha prisa. —1Oh, Gregory! jOh, Gregory! {Mama esta espe- vindome! 26 MINOTAURO —Otro beso. No te irds si no me das otro beso. Gregory la besé y se quedé junto a la puerta tem- blando de excitacién. Nancy salié, susurrando: —Ven a vernos pronto. —Con el mayor de los placeres —dijo Gregory. Pero en Ja préxima visita hubo mds miedo que placer. Cuando Gregory llegé a la granja, el carro estaba en el patio cargado con cerdos que chillaban. El granjero y Neckland trabajaban alrededor. —Tengo Ja oportunidad de obtener una ganancia rapida, sory —dijo el granjero animadamente—. Las marranas no alcanzan a alimentar a todos estos, pero los Iechones son estimados en Norwich. Bert y yo los Uevaremos al tren de Heigham. —jIfan crecido mucho desde la ultima vezt ~Ab, si. Un kilo por dia. Bert, seri mejor traer una red y ccharla sobre el carro o se escaparan, j{Cémo se muevent Los dos hombres fucron hacia el granero, chapo- teando. Also aplasié el barro detras de Gregory. Se volvid. En el estcrcolero, entre ¢] cstablo y el carro, apare- cieron las huellas de unas pisadas: dos huellas parale- las. Parecfan imprimirse solas en cl barro, Gregory sintiéd un escalofrfo de terror sobrenatural y no se movid. Las huellas se acercaron y un color gris per- Jado se extendié de algin modo sobre la escena. El caballo se agité, intranquilo. Las huellas Iegaron al carromato, que crujié levemente, como si alguien se hubiese trepado encima. Los cerdos chillaron, ate- rrorizados. Uno de ellos escapé saltando por arriba de las tablas. Siguid un terrible silencio. Gregory segufa inmdvil, paralizado. Oyé un raro ruido de succién en el carro, pero no podia apartar los ojos de las huellas barrosas. No eran las huellas de un hombre sino de algo que arrastraba unos pies pa- UL ARBOL DE SALIVA 27 recidos a las aletas de una foca, De pronto recobré la vou: —Sefior Grendon! —gritd. Sdélo cuando el granjero y Bert Hegaron corriendo desde el granero, se atrevié a mirar el carro. Un ultimo animal parecia estar desinflandose rd- pidamente como un globo de goma. Al fin el cuero tlaccido cayé entre las pieles de los otros animales: un smontén de sacos vacios. El carro crujié. Algo chapoted pesadamente cruzando el patio, hacia el estanque. Grendon no vio nada. Habia corrido al carro y mi- raba alelado los cucros de Jos caddveres. Neckland mi- raba también y al fin dijo: ~jAlguna enfermedad que los atacé de pronto! jSeguramente una de esas enfermedades nuevas que vienen del continente de Europal —No es una enfermedad —dijo Gregory. Apenas podia hablar. Acababa de descubrir que en los ca- diveres no babia huesos—. No es una enfermedad. Miren el cerdo que esta todavia vivo. Sefialé el cerdo que hab{a saltado del carro. Se labfa quebrado una pata y ahora yacia en Ja zanja, a wnos pocos metros, jadeando. El granjero se acercd y lo levanté. —Escapé a la enfermedad saltando —dijo Neck- land—. Sefior Grendon, sera mejor que vayamos a la porqueriza a-ver cémo estén los otros. —Ah, si, quedan esos —dijo Grendon. Le alcanzé cl animal a Gregory, muy serio—. No vale Ja pena Ile- var uno solo al mercado. Le diré a Grubby que des- enganche el caballo. Mientras, podrias Hevarle esta «wiatura a Marjorie. Por lo menos comeremos cerdo asado mafiana a la noche. —Sefior Grendon, esto no es una enfermedad, Llame al veterinario de Heigham para que examine los ca- daveres. —No me digas cémo he de gobernar mi granja, mu- chacho. Ya tengo bastantes dificultades. 28 MINOTAURG Gregory, sin embargo, no podia mantenerse apar- tado. Tenfa que verla a Nancy y observar ademds lo que ocurria en la granja. Luego del horrible inci- dente de los cerdos, a la mafiana siguiente, recibié una carta de su muy admirado corresponsal, el sefior H. G. Wells, que decfa en uno de sus parrafos: Se me ocurre que en el fondo no soy optimista ni pesi- mista. Me inclino a creer que estamos en el umbral de una época de magnifico progreso —ya al alcance de la mano— ¥, a la vez, que quizd hayamos aleanzado el “fin du globe” anunciado por nuestros mds turba- dos profetas del fin del sigls. No me sorprende otr que una granja remota de Cottersall sea el escenario de un episodio tan importante, ignorado por todos, excepto nosotros dos. Ni piense que esto no me ate- rroviza, aunque no puedo dejar de exclamar: j;Qué maragilla! En otras circunstancias esta carta hubiera excitado sobremanera a Gregory. Demasiado preocupado, se la saciid en un bolsillo de Ia chaqueta y salié a ensillar a Daisy. Poco antes del almuerzo logré robarle un beso a Nancy y le planté otro en Ja mejilla encendida mien- tras la muchacha estaba aiareada en el horno de la cocina, Aparte de esto, no hubo ese dia otras cosas agradables. Grendon habia observado que Ja extrafia enfermedad no habia atacado a ningtin otro cerdo y estaba ahora mds tranquilo, aunque pensaba que la peste podia atacar de nuevo. Mientras, habia ocurrido otro milagro. En los pastizales mas bajos, en un co- bertizo en ruinas, Grendon guardaba una vaca que esa noche habia tenido cuatro terneros. No esperaba que el animal viviera, pero los temeros estaban bien, y Nancy los alimentaba con botellas de leche. El granjero se habfa pasado en pie toda Ja noche, cuidando a la vaca, y se senté cansadamente a la cabecera de la mesa en el momento en que la sefiora ta, ARBOL DE SALIVA 29 Grendon traia de Ja cocina la fuente con el cerdo asado, Pronto descubrieron que el animal era incomible. ‘Vodos dejaron caer los cubiertos. La carne tenia un sabor amargo y repugnante, y Neckland hizo el primer comentario, ~ La eniermedad! —grufié—. Este animal tenia tam- bién la enfermedad. Si lo comiéramos morixiamos to- les en una semana. Tuvieron que contentarse con un refrigerio de carne salada, queso y cebollas, alimentos todos poco ade- cuados para el estado de Ja sefiora Grendon. La mujer se retird escaleras arriba, diciéndose que habia fra- casado como cocinera, Moriqueando, Nancy corrié tras clla para consolarla. Luego de la desanimada comida, Gregory le hablé a Grendon. —He decidido ir mafiana a Norwich, donde pasa- xé tos dias. Usted tiene problemas aqui, me parece. éNo quiere que le atienda algin asunto en la ciu- dad? gNo quiere que le busque un veterinario? Grendon le palmeé el hombro. —Sé que tienes buenas intenciones y te lo agradezco. Pero no te das cuenta, parece, que los veterinarios cuestan dinero, y luego cuando estin aqui no son una gran ayuda, ~-Entonces permitame que haga algo por usted, Joseph, como retribucién por sus atenciones. Permi- tame que traiga un veterinario de Norwich, a mi cargo, s6lo para que eche una ojeada, nada més. —Qué terco eres, muchacho. Te diré lo que decia mi padre: si tropiezo en mis tierras con alguien a quien no he llamado, sacaré la escopeta y le descar- garé una andanada, como hice con aquel par de vaga- bundos el afio pasado. ¢He sido claro? —Creo que si. —Entonces me iré a ver la vaca. Y no te preocupes por lo que no entiendes. 30 MINOTAURO La visita a Norwich —un tio de Gregory tenia una casa en la ciudad— le ilevé la mayor parte de la sema- na, Mientras recorria el abrupto camino que unia Cot- tersall y la granja de los Grendon, Gregory observé con sorpresa y aprensién que el campo habia cambiado mucho ep los tltimos dias. Habia hojas nuevas en todos los arboles, y aun el soto parecia un sitio mds alegre. Pero cuando se acercé a Ja granja noté que la vegetacion habia crecido demasiado. Los sauicos y ma- torrales casi ocultaban los edificios. Gregory Hegd a pensar que Ja granja se habia desvanecido misteriosa- mente, y espoleando a Daisy vio que el molino negro emergia detris de unos arbustos. Los pastos eran muy altos. en los prados del sur. Aun los olmos parecian mas densos que antes y se alzaban amenazadoramente por encima de la casa. Los cascos de Daisy resonaban en las maderas del puentecito y Gregory vio mds allé del portén del patio unas ortigas cnormces y velludas que se amontonaban junto a las zanjas. Los pajaros iban en bandadas de un lado a otro. Sin embargo, Gregory tenfa una im- presidn de mucrte mis que de vida. Una pesada quie- tud dominaba cl lugar, como si una maldicién hubiese eliminado cl ruido y Ja esperanza. Gregory comprendié que esto se debia en parte a que Lardie, la perra ovejera que habia reemplazado a Cuff, no corria ladrando por el patio como cada vez que Hegaban visitas. E] patio estaba desierto. Aun Jas gallinas habfan desaparecido. Cuando Gregory llevé a Daisy a los establos vio all{ un caballo manchado y reconocié el animal del doctor Crouchxon. La ansiedad de Gregory cobré caracteres mds de- finidos. Como no habia sitio en el establo llevd a Daisy hasta el pilar, a orillas del estanque, y la até alli antes de ir a la casa. La puerta principal estaba abierta. Unos deformes dientes de leén crecian in- vadiendo el porche. La madreselva, bastante rala has- ta hacfa poco tiempo, se apretaba ahora contia las ‘ § 1, ARBOL DE SALIVA 31 ventanas mds bajas. Gregory advirtié un movimiento cu las hierbas y miré hacia abajo apartando Ja bota de montar. Un sapo enorme asomé bajo la maleza con una vibora en la boca, y miré6 a Gregory como pre- punténdose si el hombre le envidiaba o no el botin. Kstremeciéndose, Gregory entré rapidamente en la casa. Unos sonidos apagados llegaban desde el primer piso. La escalera rodeaba la chimenea maciza, y una puerta con aldabén la separaba de los cuartos bajos. Gregory no habia estado nunca arriba, pero no titu- beé. Abrié la puerta y subid por los escalones oscuros y casi en seguida tropezd con un cuerpo. Era un cuerpo suave, y reconocié en seguida a Nancy: Ja muchacha Ioraba de pie en la oscuridad. Cuando Gregory la abraz6 Hamandola en voz baja, la muchacha se libré de él y corrié escaleras arriba. Gre- yory podia ofr ahora mas claramente los ruidos que veufan del primer piso, aunque no escuchaba. Nancy alcanz6 la puerta que se abria en el descanso, se pre- cipité en el cuarto y se encerré. Cuando Gregory probé cl pestillo, oy6 que Nancy echaba el cerrojo. —Nancy! —llamé—. {No te ocultes de mi! sQué ha ocurrido? La muchacha no respondié. Gregory se quedé apo- yado en el marco, esperando, y al rato se abrié Ja puer- ta de la habitacion de al lado y el doctor Crouchron salié apretando una valijita negra. Era un hombre alto y sombrio, de cara arrugada, y asustaba de tal modo a los pacientes que muchos de ellos seguian es- trictamente las prescripciones y se curaban en seguida. Avi aqui llevaba el infaltable sombrero de copa, que tanto habia contribuido a su fama en la vecindad. ~@Qué ha pasado, doctor Crouchron? —preguntd 4regory cuando el médico cerré la puerta y comenzé a bajar las escaleras—, gQué ha atacado a esta casa? ila plaga o alguna otra cosa terrible? ~—gLa plaga, joven, Ja plaga? No, es algo mucho menos natural. 32 MINOTAURO El médico miré a Gregory con la cara muy tiesa, como prometiéndose no mover otra vez un misculo hasta que le preguntaran lo obvio. —¢Por qué lo Mamaron, doctor? ~—La hora de la sefiora Grendon llegd esta noche ~—dijo el médico. Gregory se sintié inundado por una marea de ali- vio. |Habia olvidado a la madre de Nancy! ~—Tuvo su bebé? Fue un nifio? El médico asintié con lentos movimientos de cabeza. ~—Dio a luz a dos nifios, joven. —Titubed, torcié Ja cara, y dijo:— Dio a luz también a siete nifias. )Nue- ve criaturas! Y todos... todos viven. Gregory encontré a Grendon afuera, del otro lado de Ja casa. 1 granjero Hevaba al hombro una hozna- ga de heno y caminaba hacia el establo. Gregory le sa- 4i6 al paso, pero cl hombre no se detuvo. —Quiero hablarle, Joseph. —Tengo mucho trabajo. Listima que no te des cuenta, —Quiero hablarle de su mujer. Grendon no septic, Dejé caer el heno, bruscamente, y se volvié a buscar sds. Era dificil hablar en esas con- diciones. Las vacas y los terneros, apretados en el es- tablo, parccian cmitir un mugido perpetuo y grave, y unos gruiiidos nada propios de la especie, Gregory siguié al granjcro hasta el campo, pero el hombre caminaba como un poseso, Tenfa los ojos hundidos, y la boca ian apretada que casi no se le veian los Jabios. Gregory le puso una mano en el brazo y el granjero se solté con un movimiento. Recogiendo otra hoznaga de heno se volvié hacia los cobertizos tan vio- lentamente que Gregory tuvo que saltar a un costado. Gregory perdié la cabeza. Siguié a Grendon hasta el establo, cerré los batientes bajos de Jas puertas, y eché el cerrojo exterior. Cuando Grendon volvié, Gre- gory se Je puso delante. vl ARBOL DE SALIVA. 33 ~—Joseph, equé le ha pasado? Parece que ya no tu- viera usted coriz6n. ¢No se le ocurre pensar que su mujer lo necesita en la casa? El granjero volvis hacia Gregory unos ojos curiosa- mente inexpresivos. Al fin habld, sosteniendo la hor- quilla con ambas manos, como un arma. —He estado con ella toda la noche mientras traia a1 mundo esos nifios... ~—Pero ahora... —Una enfermera de Dereham Cottages est4 con ella. Me pasé Ja moche a su Jado. Ahora he de cuidar la gran- ja... Todo sigue creciendo, —Todo crece demasiado. Deténgase y piense... —No tengo tiempo para charlas. Grendon dejd caer la horquilla, hizo a un lado a Gregory, alzé el cerrojo, y abrié la puerta. Tomando Jucrtemente a Gregory por el antebrazo empezé a em- pujarlo por los macizos de vegetacién hacia los prados del sur, Las lechugas tempranas habian alcanzado alli un (amafio gigantesco. Todo brotaba impetuosamente. Geendon corrié entre las lineas de plantas, arrancan- lo pufiados de rdbanos, zanahorias, cebollas de pri- miavera, y arrojandolos por encima del hombro. Mira, Gregory... nunca has visto nada de este (amaiio, jy todo antes de tiempol La cosecha ser4 extraordinaria. jMira los campos! jMira Ja huertal sefial6 con un amplio ademén las Iineas de drboles, cugados de capullos blancos y rosados—. No sé qué ovurre, pero vamos a sacarle provecho. Quizd no se re- pita otro afio... jParece un cuento de hadasl El granjero no dijo mds. Dio media vuelta, como si se hubiera olvidado ya de Gregory, y con los ojos fijos en el suelo, que de pronto parecia tan fértil, ca- miné de vuelta hacia los cobertizos. Nancy estaba en la cocina. Neckland le habia traido un balde de leche fresca, y la muchacha estaba tomando «mos sorbos de un cucharén. 34 MINOTAURO —Oh, Greg, perdona que me haya escapado. Estaba tan trastornada —Nancy se acercé a Gregory, y sin soltar el cucharén le pasé los brazos por encima de los hombros, con una familiaridad que no habia mostrado antes. Pobre mamd, creo que la ha trastornado eso de... eso de tener tantos chicos. Dice unas cosas muy yaras que nunca of, y me parece que se imagina que es de nuevo una nifia. —No me asombra —dijo Gregory, acariciindole el pelo—. Se sentiré mejor una vez que se recobre del shock. Se besaron, y al cabo de un momento la muchacha le ofreciéd a Gregory un cucharén de leche. Gregory bebié y escupié en seguida, con repugnancia. —jAj! eQué Je han puesto a esta leche? ¢Neckland querré envencnartc? gLa has probado? jEs amarga como hiell Nancy Jo miré sorprendida. ~Tiene un sabor un poco raro, pero no es desagra- dable. Déjame probar ova vez. —No, es demasiado horrible. Parece que le hubieran echado linimenio del doctor Sloan, Nancy no prest6é atencién a las advertencias de rei wee! 3 & 2 Gregory, se levé a Jos labios cl cucharén de metal, | sorbid, y meneé la cabeza. —KFstds imagindndote cosas, Greg. Sabe un poco distinto, es cierto, pero nada mis. ¢Te quedards a co- Mer con nosotros? —No, Nancy, tengo que irme. Me espera una carta que he de contestar hoy mismo. Lleg6 mientras yo estaba en Norwich. Fscucha, mi encantadora Nancy, es una carta de] doctor Hudson-Ward, un viejo co- nocido de mi padre. Es director en una escuela de Gloucester, y me ofrece un puesto de maestro, en las mejores condiciones. ;Ya ves que no estaré ocioso mu- cho tiempo! Riendo, Nancy se abrazé a Gregory. —jEs maravilloso, querido! {Qué maestro tan atrac- ta, ARBOL DE SALIVA 35 tivo serds! Pero Gloucester... queda en el otro extremo del pafs. Ya no vendra4s nunca aqui. —No hay nada definitivo todavia, Nancy. —Estards alli dentro de una semana, y no te volve- vemos a ver. Una vez que Hegues a esa vieja escuela, ya mo te acordards de tu Nancy. Gregory tomé Ja cara de Nancy entre las manos. Eres realmente mia? ¢Te importo realmente? Nancy entorné los ojos oscuros. —Greg, todo esta tan confuso aqui... Quiero de- cir... sf, me importas, me asusta pensar que quizd no te yea mas. Un cuarto de hora més tarde, Gregory se alejaba montado en Daisy, muy contento, recordando las pa- labras que le habia dicho Nancy... y sin pensar para nada en los peligros a que la habia dejado expuesta. 1 Joviznaba ligeramenie esa noche, mientras Gregory Rolles iba hacia El caminante. Su amigo Bruce Fox ya extaba en Ja taberna, sentado cémodamente en un ‘hvigado rincén. sta vez, Fox tenia mas interés en proporcionar detalles acerca de la préxima boda de su hermana «uc en escuchar lo que Gregory queria decirle, y como al cabo de un rato Negaron algunos amigos del futuro «unado, y se sucedieron las rondas de libaciones, la no- «he fue pronto despreocupada y alegre. Poco después, «l aguardiente hab{a animado también a Gregory, y ‘« unié cordialmente a los otros. A la mafiana siguiente desperté con Ja cabeza pe- sada y un humor ligubre. El dia era demasiado hiimedo pava salir y hacer un poco de ejercicio. Se senté en un ~ullon junto a la ventana, sin decidirse a responder al lector Hudson-Ward, el director de la escuela. Som- noliento, volvié a un pequefio volumen encuadernado cu cuero que habia comprado en Norwich unos dias nes y que trataba de serpientes, Al cabo de un rato, un pasaje le Hamé particularmente Ia atencién. “La mayoria de las serpientes venenosas, con ex- 36 MINOTAURO cepcién de los opistoglifos, sueltan a sus victimas lue- go de haberles clavado los colmillos. En algunos casos Jas victimas mueren a los pocos segundos, y en otros la agonia se prolonga durante horas o dias, La saliva de ciertas serpientes ademas de ser venenosa posee vir- tudes digestivas especiales. En Ja serpiente coral del Brasil, aunque no mide mas de treinta centimetros de largo, estas virtudes son sobreabundantes. Cuando muerden a un animal o a un ser humano, la victima mauere en cuestién de pocos segundos, pero la saliva le disuelve ademas las partes interiores, de modo que hasta los mismos bh’ sé transforman en una jalea. De-este modo la pequefia serpiente puede succionar a la victima como si ¢sta fuese una sopa o caldo por Jas incisiones que le ha practicado en la piel, que permanecera intacza.’ Pasé un largo zazo, y Gregory se quedé sentado junto a Ja venz2ra. con el libro abierto sobre las rodi- llas, pensands = granja de Grendon, y en Nancy. Se reproché 2 s: mismo haber hecho tan poco por sus amigos oro lentamente un plan de accién para la proxima visita, Pero tendria que esperar unos dias. La humeied parecfa haberse instalado en la re- gidn, con Hirueza desacostumbrada en esa época: ultimos di abril y primeros de mayo, Gregory trad ce pensar en la carta que le escribiria al doctor Hucsor-Ward, en el condado de Gloucester. Sabia que Gebia aceptar el empleo, que en verdad no Je desagradaba, pero no podria hacerlo hasta que viese a Nancy sana v salva. Al fin decidiéd postergar la res- puesta hasta el cia siguiente, y escribié entonces que Je agradaria aceptar el puesto y con el sueldo conveni- do, pero suplicaba a la vez que le dieran una semana para pensarlo, Cuando Mevé la carta a la estafeta de Los tres cazadores furtivos, aim seguia loviendo, Una mafiana ia lluvia cesé de pronto, y los cielos azules y amplios de Ja Anglia Occidental brillaron otra vez, y Gregory ensillé a Daisy y cabalgé a lo lar- EL ARBOL DE SALIVA 37 go del camino fangoso que habia recorrido tantas veces. Cuando Ilegaba ya a la huerta, vio que Grubby y Neckland trabajaban en la zanja destapdndola con unas palas. Los saludé y siguié adelante. Grendon y Nancy estaban en el terreno que se ex- tendia al este de la casa. Gregory Ilevé Ja yegua al establo y fue lentamente hacia ellos, notando mien- tras caminaba qué seco estaba alli el terreno, como si no hubiese lovido en los ultimos quince dias. Pero olvidé en seguida el problema, sobresaltandose, horro- rizado, Grendon estaba poniendo nueve crucecitas en nueve montones recientes de ticrra. Nancy sollozaba. La muchacha y Grendon alzaron los ojos mientras Gregory se acercaba a las tumbas, pero el granjero volvié en seguida a sus tareas, —Oh, Nancy, Joseph. Lo siento tanto —cxclamé Gregory—. Pensar que todos... 2Pero dénde esta el parroco? zDénde esta el parroco, Joseph? gPor qué estd usted enterrandolos, sin servicio religioso ni nada? —1Se lo dije, pero no me hizo caso! —exclamé Nancy. Grendon habia Ilegado a la thima tumba. Tomd Ja tosca cruz de madera, la alz6 por cn 1 de su ca- beza, y la clavé en el suelo como si quisiera traspasar el corazén de lo que habia abajo. Sélo entonces se enderezé y hablé. —No necesitamos aqui ningun pdrreco. No hay por qué perder tiempo. Tengo mucho trabajo. —{Pero son sus hijos, Joseph! ¢Qué Je ha pasado? —Son parte de la granja ahora, como lo fueron siempre. —Grendon se volvié recogiéndose am mas las mangas de la camisa en los brazos musculosos y partié rumbo a Ja zanja donde trabajaban Jos hombres. Gregory abrazé a Nancy y le miré la cara baiiada por las lagrimas. —1Qué dias habrds pasado! —Yo... yo pensé que te habias ido a Gloucester. iGreg! ¢Por qué no viniste? |Te esperé todos los dias! —Lilovia tanto y estaba todo inundado. 38 MINOTAURO ~E! tiempo ha sido hermoso desde que estuviste aqui. |Mira cémo ha crecido todo! —En Cottersall Novié a mares. —1Qué raro! Eso explica que el Oats traiga tanta agua y anegue la zanja. Aqui ha lloviznado apenas. —Nancy, ec6mo murieron estos pobrecitos? —Preferiria no hablar de eso, si no te importa. ~¢Por qué tu padre no ha Hamado al pdrraco Lan- don? ;Cémo puede ser tan duro? —No quiere que nadie de afuera se entere. Pues... oh, tengo que decirtelo, querido... Mamé4... perdidé Ja cabeza, jcompletamente! Anteayer a la noche cuan- do... —No me estaras diciendo que ella... —Ay, Greg, jme lastimas los brazos! Mama... ma- ma fue escaleras arriba sin que nos diéramos cuenta y... sofocé a todos: los bebés uno por uno, Greg, con la mejor almohada de plumas. Gregory advirtié que Nancy perdia el color. Soli- citamente, la Hevd de vuelta a los fondos de la casa. Se sentaron alli, juntos, en el muro bajo de Ja huerta, y Gregory rumi6 en silencio las palabras de la mu- chacha. —sCémo estd tu madre ahora, Nancy? —No habla. Papd tuvo que encerrarla en el cuarto. Anoche grité mucho, pero esta mafiana estaba tran- uila. a Gregory miré aturdidamente alrededor. Le parecié que una luz moteada cubria todas las cosas, como si la sangre que le hab{fa vuelto a la cabeza le hubiera infectado la vista con un sarpullido. En los frutales los capullos habian desaparecido casi del todo, y en las ra- mas colgaban ya unas manzanas embrionarias. Las le- guminosas se inclinaban bajo el peso de unas vainas enormes. Nancy siguié la direccién de la mirada de Gregory, y metiendo una mano en el bolsillo del de- Tantal sacé unos r4banos brillantes y rojos, grandes como naranjas. a tlt an i le a nN las in me genet tet este EL ARBOL DE SALIVA 39 —Prueba uno. Quebradizos, himedos y tibios, como los mejores. Gregory acepté distraidamente, mordié el globo tentador, y escupié en seguida. {Otra vez aquel sabor envilecido y amargo! —jOh, pero son magnificos! —protest6 Nancy. —gYa no te basta decir “algo raros” y Jos lamas “magnificos"? Nancy, gno te das cuenta? Algo sobre- natural y terrible esta ocurriendo agut. Lo siento, pero no veo otra salida. Tu y tu padre deben irse inmedia- tamente. —zImos, Greg? sSédlo porque no te gusta el sabor de estos rabanitos magnificos? «Cémo podriamos irnos? eA donde? 7Ves esta casa? Mi abuelo murié aqui, y el padre de mi abuelo. Es nuestro sitio. No podemos dejarlo todo asi porque si, ni siquiera luego de estas desgracias. Prueba otro rabanito. —Por amor de Dios, Nancy, ese sabor sélo ‘podria satisfacer a un paladar completamente distinto del nuestro... Oh... —Gregory miré fijamente a la mu- chacha.— Y quiz asi es, Nancy. Te explicaré... Se interrumpié, separandose del muro. Neckland habia aparecido en uno de los extremos de la casa y venia hacia ellos sucio todavia del barro de la zanja, con la camisa abierta y suelta. Traia en la mano una vieja pistola del ejército. —Dispararé si se acerca —dijo Neckland—. Esta pis- tola nunca falla, y estd cargada, sefiorito Gregory. ;Y ahora me escuchara! —jBert, aparte eso! —grité Nancy. Se movid hacia Neckland, pero Gregory la retuvo y se puso delante. —{No sea idiota, Neckland! jApatte esa pistolal —Dispararé, lo juro, dispararé si usted se mueve. ~—Neckland miraba a Gregory con ojos centelleantes y una expresién de resolucién en la cara oscura.— Me jurard usted que se ir4 en seguida de esta granja en esa yegua suya y que no vendrd mas por aqui. 40 MINOTAURO —Iré a dectrselo a mi padre, Bert —advirtié Nancy. —Si usted se mueve, Nancy, le aviso que le meteré una bala en la pierna a ese elegante amigo suyo, Ade- més, poco le interesa ahora al padre de usted el se- fiorito Gregory... Tiene otras preocupaciones. —:Como descubrir qué ocurre aqui? —dijo Grego- ry~. Escuche, Neckland. Todos estamos en dificultades. Unos monstruitos horribles dominan la granja. Usted no los ve porque son invisibles, pero... La pistola atroné el aire. Mientras Gregory habla- ba, Nancy habia echado a correr. Gregory sintié que la bala le traspasaba la tela del pantaldn, sin tocarle la _pierna. Furioso, se arrojé contra Neckland y lo golpeé duramente en el pecho, por encima del cora- zon, Cayendo hacia atris, Neckland solté la pistola y Janz6 un puiictazo que no dio en el blanco, Gregory Jo alcan’ otra vez. KI aire se le echdé encima y los dos empevaron a golpearse furiesamente. Gregory con- siguid libiuse al fin, pero Neckland insistié. Los hom- bres siguicion martilledndose las costillas. ame, cerdol --grité Gregory. Metié un pie deiris det iobillo de Neckland y los dos cayeron sobre Ja hicrba. Wacia Giempo Grendon habia levantado en esie sitio un muro de tierra, que corria entre la casa y los icrrenos bajos de la huerta. Los hombres rodaron cuesta abajo, y al fin chocaron con la pared de piedra de la cocina, Neckland llevé la peor parte, pues se golped la cabeza contra la arista de la pared y quedé tendido en el suelo, aturdido. Gregory se encontré mitando un par de pies cubiertos con medias de co- lores. Se incorporé lentamente, y se enfrenté con la sefiora Grendon a menos de un metro de distancia. La mujer sonreia. Gregory se quedé mirdndola un rato, ansiosamente, y se enderezd. -De modo que estabas aqui, Jackie, mi querido ~dijo Ja mujer. La sonrisa era m4s amplia ahora, y menos parecida a una sonrisa—. Quiero hablar con- EL ARBOL DE SALIVA 4) tigo. Tu eres quien sabe de esas cosas que caminan por los muros, yno es cierto? —No entiendo, sefiora Grendon. —No me llames con ese nombre tonto de antes, hijito. Tui sabes de esas cosas grises y pequefias que no debieran estar aqui, eno es cierto? —Oh, eso... ¢¥ si digo que si? —Los otros nifios malos dicen que no saben, pero tu sabes, gno es cierto? Tu sabes de esas cosas grises. Gregory sintié que la transpiracién le corria por la frente. La mujer se le habia acercado todavia mds, y lo miraba fijamente a los ojos, sin tocarlo. Pero Gre- gory sabia muy bien que la mujer lo tocaria en cual- quier momento. Vio de reojo que Neckland se movia y se alejaba de la casa arrastrandose. —2Y usted salvé a Jos bebés de esas cosas pequefias y grises? le pregunts a la sefiora Grendon. ~Las cosas grises querian besarlos, pero yo no las dejé. Fui mds lista que ellas. Escondi a los bebés bajo la almohada de plumas, jy ahora ni siquiera yo puedo encontrarlos! La mujer se eché a refr emitiendo un chirrido ho- rrible y bajo. —Son pequefias y grises y hiimedas, eh? —preguntd Gregory bruscamente—. Tienen pies grandes, membra- nosos como patas de rana, pero son pesadas y de baja estatura, y tienen colmillos de serpiente, zeh? La sefiora Grendon no parecia muy segura. De pron- to volvié Jos ojos a un lado, como si hubiese advertido un movimiento. —Ahi viene una —dijo—. La hembra. Gregory miré también, pero no vio nada. Tenia la boca seca. —¢Cudntas criaturas de esas hay, sefiora Grendon? Noté entonces que las hierbas cortas se movian, se aplastaban y se alzaban, casi a sus pies, y gritd, alarmado. Alzando el pie derecho, calzado con pesada bota de montar, describiéd un arco en el aire, casi a la 42 MINOTAURO altura del suelo. La bota golped algo invisible. Casi en. seguida recibié un terrible puntapié en el muslo, y cayé hacia atrds. Estaba tan asustado que se incor- poré en seguida, a pesar del dolor. La sefiora Grendon estaba cambiando. La boca se le hundié como si hubiera perdido un lado de la cara. La cabeza Je cayé a un costado. Los hombros se le inclinaron hacia adelante. Un arrebato de color le animé un momento las facciones, pero casi en seguida empalidecié y se achicé6 como un globo que se desinfla. Gregory cayé de rodillas, gimiendo, hundié la cara entre las manos, y apoyé la frente en el suelo. Sintié que se hundia en la oscuridad. Debié de haber perdido el conocimiento sélo un instante. Cuando se recuperd, el saco de ropas de mu- jer estaba pos.indose atin Icntamente en el suelo. —Joseph! jJoseph! —anlls. Nancy habia huide. Atccrorizado y furioso al mismo tiempo, Gregory lanss otro puniapié y corrié alrededor de ka casa hacia los establos. Neckland estiba a medio camino entre el cobertizo y el molino, frotindose el crinco. Descubrié a Gregory, que aparentemente to persegnia, y eché a correr. —jNecktand) —-grité Gregory. Corrié desesperadamente detrds del otro. Neckland Negéd al molino, entré de un salto, traté de cerrar la puerta, se aturdidé, y trepé ra4pidamente por las esca- leras de madera. Gregory lo siguiéd gritando. La persecucién. los llevé a lo alto del molino. Neck- land estaba tan asustado que no echéd el cerrojo de la puerta trampera. Gregory la abriéd con un solo movi- miento del brazo y subié jadeando. Acobardado, Neck- land retrocedié hasta que casi estuvo afuera apoyado en la estrecha plataforma, sobre las aspas. —Se caer4 usted, idiota —advirtid Gregory—. Escu- che, Neckland, no tiene por qué temerme. No quiero que haya enemistad entre los dos. Hay un enemigo mayor que hemos de enfrentar. |Mirel a sam ent ee eel A A eel el a EL ARBOL DE SALIVA 43 Se acercé a Ja puerta baja y miré Ja superficie oscura del estanque. Neckland se sostuvo tomandose de la po- lea que colgaba sobre su cabeza y no dijo nada. —Mire el estanque —dijo Gregory—. Alli viven los aurigas. Dios mio... Bert, mire, jalli va uno! Habia tanta ansiedad en la voz de Gregory que Neckland miré hacia el estanque. Los dos hombres observaron juntos una depresién que se formaba en el agua oscura, y unos circulos de ondas alrededor. Aproximadamente en medio del estanque, la depre- sién se transformé en un chapoteo. Hubo un breve torbellino, y las ondas se borraron poco a poco. —Ahi tiene usted a su fantasma, Bert —susurré Gre- gory—. Debe de ser el que atacé a la pobre sefiora Grendon. Me cree usted ahora? —WNunca supe de un fantasma que viviera bajo cl agua —dijo Neckland boquiabierto. —Las faniasmas no hacen dafio a nadie... Tenemos en cambio muchos ejemplos de lo que estos mons- truos son capaces de hacer. Vamos, Bert, démonos las manos, créame que no Je euardo rencor. Oh, ;vamos, hombre! Ya sé qué siente usted por Nancy, pero en- tienda que sélo clla puede decidir su propia vida. Los dos hombres sc estrecharon las manos sonrién- dose débilmente. —Ser4 mejor que bajemos y fe contemos al sefior Grendon lo que hemos visto ~ dijo Neckland.-. Ahora entiendo qué le ocurrié a Lard ihe. —¢Lardie? 2Qué le pasé? No Ja vi en todo cl dia. —Lo mismo que a los lechones. 1a cncontré dentro iel granero. Sélo quedaba de ella la pick. |No habia nada adentro! Como si le hubieran chupado las entrafias. Gregory tardé veinte minutos en reunir el consejo de guerra. Todos estaban ahora en Ia sala de Ia casa. Nancy no se hab{a sobrepuesto del todo a la noticia de la muerte de su madre y estaba sentada en un sillén 44 MINOTAURO con un chal sobre los hombros. Al lado de ella, de pie, el sefior Grendon esperaba impacientemente, con los brazos cruzados, y Bert Neckland se apoyaba en el marco de la puerta. Sdlo Grubby no estaba presente. Le habian dicho que siguiera trabajando en Ia zanja. ~Trataré una vez mas de convencerlos de que todos ustedes estan en grave peligro —dijo Gregory—. No se dan cuenta realmente. En verdad todos nosotros so- mos como animales ahora. ¢Recuerda usted aquel raro meteoro que cayé el invierno ultimo, Joseph? ¢Y re- cuerda aqucl rocio hediondo a principios de la prima- vera? Las dos cosas cstin relacionadas entre si, y ambas tienen que ver con todo lo que ocurre ahora. Aquel meteoro cra de algtin modo una maquina del espacio, Jo creo firmemente, y adeniro venia una forma de vida que... no se pucde decir que sea hostil a la vida terresire, pero si que no ticne en cuenta la cualidad de esa vida. Is erinturas de esa maquina, a quienes llamo amis exparcicron el rocio sobre la granja. Ese rocio cra tm atceclerador del crecimiento, un abono o feriilizante, que hace crecer a animales y plantas. —[Tanto mejor para nosotros! —dijo Grendon. —No, nee la mejor. Todo crecié de un modo extraordinario, es cierto, pero con un gusto distinto, un gusto apropiido para otros paladares, los de esas criaturas, Han visto ustedes qué ha ocurrido, No pue- den vender nada. La gente no querr4 los huevos o la Jeche o la carne de esta granja... tienen un sabor muy desagradable. —Qué tonteria. Los venderemos en Norwich, Nues- tros productos son mejores que nunca. Nosotros los comemos, gno es asi acaso? —Si, Joseph, ustedes los comen. Pero todos los que comen a esta mesa estén condenados. sNo entiende usted? Todos ustedes estan “fertilizados”, lo mismo que los cerdos y las gallinas. Este sitio ha sido transforma- do en una supergranja, y pata los aurigas todos ustedes son ahora carne comestible. "me EL ARBOL DE SALIVA 45 Hubo un silencio en el cuarto, hasta que al fin Nan- cy dijo con una vocecita: ~No creer’s realmente algo tan horrible. ~—2Y¥ tt cémo lo sabes? zTe lo han dicho esas cria- turas invisibles? —pregunié Grendon con tono tru- culento. —Ahi estan las pruebas, no puede negarlas. Perdone mi brutalidad, Joseph, pero a la mujer de usted se la comieron, lo mismo que a la perra y a los cerdos. Y¥ lo mismo le ocurriré a los demis, tarde o temprano. Los aurigas ni siquiera son canibales. No son como nosotros. No les importa que tengamos alina ni inteli- gencia, asi como a nosotros no nos importa Ja posible inteligencia de las vacas. —A mf no me comer nadie —dijo Neckland, deci- didamente pdlido. —Cémo podr4 impedirlo? Son invisibles, y pienso que atacan como las serpientes, Son criaturas antibias, y quizd de no més de medio metro de alinra. ¢Cémo se proteger4 usted? —Gregory se volvié hacia el gran- jero.— Joseph, el peligro es muy grandc, y no sdlo para los que estamos aqui. Al principio micniras nos estudiaban no intentaron hacernos dajio... si no yo hubiera mucrto aquella vez que eché el bote al agua. Ahora sin embargo son resueltamente hostiles. Le Tuego que me deje ir a Heigham y teleloncar al jefe de policia de Norwich, o por lo menos al dlestacamento local, para que vengan a ayudarnos. El granjero menedé Jentamente la cabeza y apunté con un dedo a Gregory. —Pronto has olvidado nuestras charlas, Gregory. No recuerdas ya lo que deciamos del socialismo y de cémo los poderes oficiales se irian debilitando. Tan pronto como te encuentras en una situacién un poco dificil, ya quieres Namar a las autoridades. No hay nada aqui que unos pocos perros bravos como mi vieja Cuff no puedan enfrentar. No me opongo a comprar un par de perros, pero me conoces poco si 46 MINOTAURO crees que Hamaré a Jas autoridades. |Buen socialista has resultado! ~jNo tiene derecho a hablarme asi! —exclamd Gre- gory—. Por qué no dejé venir a Grubby? Si usted fue- ra socialista, trataria a sus hombres como se trata a usted mismo. En cambio lo dejé trabajando en la zanja. Yo queria que Grubby asistiera a esta discusién. El granjero se inclinéd amenazadoramente por enci- moa de la mesa. —Ah, si, ech? g¥ desde cudndo mandas en esta gran- ja? Grubby puede ir y venir a su antojo. Famate ésta, amigo —el granjero se acercd aun més a Gregory, como si sintiese que la célera podfa ayudarle a olvidar el miedo. Tratas de asustarnos, gno es cierto? Pues bien, los Grendon no son gente miedosa. Te diré algo. Ves ese rifle en la pared? Est4 cargado. Y si no des- apareces de la granja antes de mediodia, ese rifle no seguird en la pared. Estara aqui, en mis dos manos, y te lo haré sentir donde te duela mis. ~—No puedes hacer eso, papi —dijo Nancy—. Sabes que Gregory cs amigo nucsizo. ~—Por amor de Dios, Joseph ~—dijo Gregory—, no ve dénde cstan sus enemigos? Bert, cuéntele al sefior Grendon qué vitos en el estanque. Vamos, jcuéntelel Neckland no tenfa muchas ganas de ser arrastrado a la discusidén. Se rascé Ja cabeza, se sacd del cuello un pafiuelo de cuadros rojos y blancos, se enjugd la cara, y murmuré: ~Vimos algo asi como unas ondas en el agua, pero no fue nada realmente, sefiorito Gregory. Quiero de- cir que pudo haber sido el] viento, yno es cierto? —Quedas advertido, Gregory —dijo el granjero—. Saldrds de la granja antes del mediodia en esa yegua tuya, o no respondo de mi. Salié a Ja luz palida del sol, seguido por Neckland. Nancy y Gregory se quedaron mirdndose. Gregory tomé las manos de la muchacha, que estaban frias. —Tui creiste lo que dije, Nancy? 3 4 EL ARBOL DE SALIVA 47 —Es por eso que la comida nos sibia mal al prin- cipio y Iuego nos supo bien otra vez? —Hay una tnica explicacién. En ese entonces los sistemas de ustedes no se habian adzptado atin al ve- neno. Ahora si. Los estén criando a ustedes, Nancy, asi como nosotros criamos ganado. ;Estoy completa- mente seguro! Y tengo miedo por ti, mi querida, ten- go tanto miedo. zQué haremos? {Ven a Cottersall con- migo! La sefiora Fenn tiene una hermosa salita arri- ba, y pienso que querria alquilarla. ~Est4s diciendo disparates, Greg. Cémo podria ha- cer eso? ¢Qué diria la gente? No, te irds ahora y espe- raremos a que a papd se le pase el enojo. Si puedes ve- nir mafiana, verd4s que est4 mucho mis tranquilo, pues lo esperaré esta noche y le hablaré de ti. Entiende que estd trastornado por la pena y no sabe bien lo que dice. —Bueno, querida. Pero quédate dentro de la casa todo el tiempo que puedas. Los aurigas no han entra- do aqui hasta ahora, y estards mds segura. Y antes de irte a la cama cierra todas las puertas y persianas. Y trata de que tu padre se Ileve ese rifle arriba. Los dias eran més largos ahora en su marcha contfia- da hacia el verano, y Bruce Fox Negé a su casa antes que se pusiera el sol. Bajé de un salto de la bicicleta y se encontré con su amigo Gregory, que lo esperaba impacientemente. Entraron juntos, y mientras Fox bebia un tazén de té, Gregory le conté lo que habia pasado ese dia en la granja. —Estds en dificultades —dijo Fox—. Mira, mafiana es domingo. No iré a la iglesia y tw acompaiiaré a la granja. Necesitas ayuda. —Joseph es capaz de dispararme con ese rifle. Lo haré con toda seguridad si me ve con un extrafio. Puedes ayudarme ahora mismo dici¢ndome dénde en- contraré un perro joven para proteger a Nancy. —Tonterfas. Iré contigo. De todos modos, ya no 48 MINOTAURO aguanto oir todo esto de segunda mano. Pero consegui- remos también un cachorro. El herrero dispone de una camada de la que quiere librarse. sTienes algun plan de accién? —Plan de accién? No, no realmente. —Necesitas tener un plan. Grendon no se asusta facilmente, eno es cierto? —Me parece que esta bastante asustado, Nancy dice que esta asustado. Pero no tiene mucha imaginacién y no se le ocurre otra cosa que seguir trabajando todo Jo posible. —Mira, conozco a estos granjeros. No creen nada hasta que se lo frotas por la nariz. Lo que debemos hacer es mostrarle un auriga. —Oh, espléndido, Bruce. 2Y¥ cémo? —Cazaremos uno, —No olvides que son invisibles... jeh, Bruce, si, por Jupiter, tienes razén! jSe me ha ocurrido una idea magnifica! Escucha, no habri mds preocupaciones si atrapamos a uno. Luego cazarcmos a todos los demas, no importa cudntos sean, y podremos matarlos. Fox sonriéd por encima del pedazo de torta de ce- rezas. —Estamos de acuerdo, entonces, en que esos aurigas no son partidarios del socialismo utépico, Era una gran ayuda, pensé Gregory, saber aproxima- damente qué aspecto tenian aquellas formas de vida extrafias. El libro sobre las serpientes habia sido un hallazgo afortunado, pues no sdlo le habia dado una idea de cémo los aurigas eran capaces de digerir tan rdpidamente sus presas —“una especie de sopa o cal- do”— y ahora alcanzaba a imaginar también el aspecto que podian tener. Para vivir en una maquina del es- pacio debian de ser bastante pequefios, y seguramente de naturaleza anfibia. La imagen que resultaba de todo esto era suficientemente extrafia: una piel esca- 4 NR Se NN nana EL ARBOL DE SALIVA 49 mosa quiz, como la de los peces; pies membranosos de rana; tstatura pequefia y forma de barril, y una cabeza diminuta con dos largos colmillos en la man- dibula. ;Parecia indudable que esa invisibilidad ocul- taba a unenano de aspecto realmente feol La maa@bra imagen se desvanecié en el aire, y Gregory siguiéd trabajando con Bruce Fox en la pre- paracién de la trampa. Grendon, atortunadamente, no habia traudo de impedir que entraran en la granja. Nancy hab{a logrado calmarlo. Y Grendon, por otra parte, habia tenido una terrible experiencia esa ma- fiana. Cinc gallinas habian quedado reducidas a poco mds que piel y plumas, cast delanie de sus ojos, y como resultado andaba alicaido y sin mirar mucho alrededor. Ahora estaba en un campo Icjano, traba- jando, y los dos jévenes podian Ievar adclante sus planes sin ser molestados, aunque de cuando en cuan- do miraban ansiosamente hacia el estanque. Micntras, Nancy, preocupada, los observaba desde una veniana. Nancy tenia a su lado un perro robusto, dle ocho meses de edad, llamado Gyp, y que Gregory y Bruce le habian traido del pueblo. Grendon, por su parte, habia conseguido que un vecino lejano Je prestiara dos mastines feroces. Estas bestias de anchas mandibulas estaban atadas a unas cadenas largas que les poxmiiian patrullar las orillas del estanque desde cl poste de los caballos en el lado occidental de Ja casa, haste los ol- mos y el puente que Hevaba a los campos del oeste. Ladraban estridentemente la mayor paric dcl tiempo y parectan inquietar a los otros euimales, que este mediodia emitian continuamente sus voces. Los perros serian un problema, habia dicho Nancy, pues rechazaban la comida de Ja granja. Quizd se decidieran a probarla cuando empezaran a tener hambre, Grendon habia puesto un tablén a la entrada de la granja, y habia pintado alli un letrero de advertencia para que nadie se acercase. 50 MINOTAURO Armados con horquillas, los dos jévenes Nevaron cuatro sacos de harina del molino y los pusieron en sitios estratégicos a lo largo del patio hasta el poridn. Gregory fue a los establos y sacé a uno de los terne- ros, atado a wna cuerda, casi bajo los dientes de los mastines. Sdlo cabia esperar que se mostraran tan hostiles con los aurigas como con los seres humanos. Llevaba el ternero por el patio, cuando aparecié Grubby. Sera mejor que no se quede por aqui, Grubby. Queremos atrapar a uno de los fantasmas. —~Si yo cazo uno, sefiorito, lo estrangularé con mis mismas manos. —Una horquilla es un arma mejor. Estos fantasmas son bestias peligrosas de cerca. —Soy fuerte, créame. Estrangularé uno, Para probar su afirmacién, Grubby se arremangé la isa rayada y les mostré a Gregory y Bruce el . Al mismo tiempo sacudié la cabezota, sacando Ja lengua, quiz para demostrar los efectos de Ja esirangulacién. —Magnifico brazo —convino Gregory—. Pero escu- che, Grubby, tenemos una idea mejor. Mataremos a este fantasma atravesindolo con Jas horquillas. Si quie- re unitse a nosotros, trdigase una del establo. Grubby lo miré con una expresion socarrona y ti- mida y se golpeé la garganta con la palma de la mano. —Prefiero el estrangulamiento, sefiorito. Siempre quise estrangular a alguien. —aY por qué, Grubby? El hombre bajé la voz. —Siempre quise saber si era muy dificil. Soy fuerte, y desarrollé los musculos estrangulando. Pero nunca a hombres, claro esta, sdlo a ganado. Dando un paso atr4s, Gregory dijo: —Esta vez, Grubby, emplearemos horquillas. Fue hasta los establos, tomé una horquilla, volvié y Ja puso en manos de Grubby. + eae EL ARBOL DE SALIVA 51 —Adelante con el plan —dijo Bruce. Fox y Grubby se tendieron en la zanja, a los dos lados del portén, con las armas preparadas. Gregory vacié uno de los sacos de harina en el patio, junto al umbral, de modo que cualquiera que dejara la granja tuviera que pisar la harina. Luego Ievé al ternero has- ta el estanque. El animal mugia continuamente, intranquilo, y las voces de las bestias cercanas parecian responderle. Los pollos y gallinas que andaban por el patio a la luz palida del sol corrieron de un lado a otro, como locos. Gregory sintié que la transpiracion le bajaba por la espalda, aunque Ja quimica de la expectacién Je habia enfriado la piel. Dio una palmada en el cuarto trasero del animal y lo obligé a entrar en el estanque. El ternero se quedé alli estremeciéndose, hasta que Gre- gory lo Ievé otra vez lentamente al patio, pasando junto al molino y el granero a la derecha, el abando- nado macizo de flores de la sefiora Grendon a la iz- quierda, hasta el portén donde esperaban los otros dos. ¥ aunque se habia prometido no volver la cabeza, no pudo dejar de mirar atras para ver si alguien lo seguia, examinando al mismo tiempo la superficie plomiza del estanque. Cruzé la entrada con el ternero y se detuvo. No habia otras huellas en Ja harina que las de sus zapatos y las pezufias del animal. —Prueba otra vez —aconsejé Fox—. Quizd estén dur- miendo la siesta alla abajo. Gregory repitié toda la pantomima, y luego una ter- cera y una cuarta vez, alisando en cada ocasién la harina derramada. Nancy lo miraba nerviosamente desde la ventana. Gregory sentia que ya no podia soportar Ja tensién. Sin embargo, la aparicién del auriga lo tomé de sorpresa. Habia Mevado al ternero hasta el porton por quinta vez cuando el grito de Fox se unié al coro de voces animales. En el estanque no habia aparecido ninguna onda, de modo que el auriga debia de haber 52 MINOTAURO venido de algiin sitio oscuro de la granja. De pronto, unas huellas de palmipedo se movieron en la harina. Gritando, excitado, Gregory solté la cuerda que retenia al ternero y se hizo a un lado. Tomando el saco de harina abierto que habia dejado junto al portén lo arrojé contra la figura invisible. La bomba de harina estallé sobre todo el auriga, que aparecié en el aire como dibujado con tiza. A pesar de si mismo, Gregory se descubrié gritando aterrorizado ante aquel torbellino blanco de palidez cadavérica. Lo mas monstruoso era el tamafio: la criatura, ajena a toda forma humana, era demasiado grande para el mundo terrestre... tenia tres metros de altura, jtres metros y medio quizi! Resueltamente, y con una horrible rapidez, se precipité hacia Gregory agitando unos brazos innumerabies. A la mafiana siguiente, el doctor Crouchron y su sombrero de seda aparecieron junto a la cabecera de Gregory. 1 médico le agradecié a la sefiora Fenn el agua cationee que te habia traido, y le vend6 la pierna a Gregory. —No es nada grave, por suerte —dijo el viejo—. Pero si me pernniie usted un consejo, sefior Rolles, seria mejor que wo volviera a la granja de Grendon. Es un lugar matdito, y no encontraré alli nada bueno. Gregory asintié con un movimiento de cabeza. No Je habia dicho nada al doctor, excepto que Grendon lo habia perseguido y le habia disparado un tiro, lo que se acercaba bastante a Ja verdad, pero no era mas que una parte de la historia. ~~Cudndo podré Jevantarme, doctor? —Oh, la carne joven cura pronto. Si no fuese asi los empresarios de pompas fiinebres serian ricos y los médicos muy pobres. Unos pocos dias mas y andard usted derecho como Ja Iuvia. Pero vendré a verlo ma- fiana. Hasta entonces quédese acostado de espaldas y no mueva esa pierna. EL ARBOL DE SALIVA 53 —Puedo escribir una carta, doctor? —Puede escribirla, joven. Tan pronto como el doctor Crouchron hubo des- aparecido, Gregory tomé pluma y papel y le escribié unas Ifneas urgentes a Nancy. Las lineas decian que Ja queria mucho, y que no soportaba la idea de que ella siguiese en la granja, que no podria ir a verla a causa de Ja herida en la pierna, y que ella debia venir inmediatamente a Hetty con una velija y sus cosas y alojarse en El caminanie donde habfa una alcoba que él pagaria. Que si él representaba algo para ella, debia Wevar a cabo este plan simple ese mismo dia y enviarle un mensaje tan pronto como se encon- trara alojada en la taberna. Gregory leyé esta carta dos veces, bastante satisfecho, la firmd, afiadié besos, y Hamé a Ja sefiora Fenn tocan- do una campanilla que la mujer le habia dejado con este propdsito. Gregory le dijo a la sefiora Fenn que cl cnvio de la carta era asunto de extrema urgencia, y que descaba confidrsela a Tommy, el muchacho de la panaderia, para que la Nevara luego de terminar Ia ronda de Ja mafiana. Le daria un chelin por el trabajo Fenn no mostré mucho entusiasmo, pero halagé un poco, y al cabo de un rato Ja mujer dijo que Je hablaria a Tommy y salié del cuarto Ilevindose la carta y el chelin, Gregory comenzé en seguida otra carta, esti para el sefior H. G. Wells. Hacia un tiempo que no ke es- ctibia, de modo que tuvo que hacer un relato bas- tante largo, pero al fin Heg4 a los acontecimientos del dia anterior. Tan horrorizado quedé al ver al ‘git (escribid) que no pude moverme, mientras la j:etina vclaba a nuesivo alrededor. g¥ cémo podria describirie el aspec- to del monstruo dibujado en blanco, a usted, quizd la persona de todas las islas britdnicas que mds se 54 MINOTAURO interesa en este vital asunto? Mis impresiones fueron, por supuesto, breves y oscuras, pero no es esta mi dificulted principal. jNada hay en la Tierra que pue- da compararse @ esas extrafias criaturas? Lo mds parecido, supongo, serta un ganso horrendo, pero con un cuello tan grueso como el cuerpo. En verdad eva casi todo cuerpo, o todo cuello, segtin el modo como se mire, Y encima de este cuello no habia cabeza sino un terrible aparato de varias clases de brazos, un nido de apéndices que se retorcian de aqui para alld, y antenas, y ldtigos, como un pulpo abra- zado aun buque de guerra del mismo tamafio, con unas pocas patas semejanies a mufiones y a estrellas de mar. ¢Parece esto ridiculo? Sélo puedo jurarle que cuando ese monstriio que me doblaba en altura se precipitd hacia mt, senti que era un espectdculo demasiado ho- rrible para unos ojos humanes, jaunque sélo vi la ha- rina que se adheria al cuerpo! Si Grubby, esc hombre de campo, simple, de quien a le hablé, no hubiese intervenido entonces, yo me hubiera ido al oiro mundo Uevdndome la visidn repul- siva del monstrun. Guando la harina cayéd sobre el auriga, Grubby dio un grito y corrid hacia adelante, soltando la horquilla. En el momento en que la criatura se volvia hacia mt, Grubby se le eché encima, Esto alteré nuestros planes, pues hablamos pensado que Fox y Grubby atacerlan al monstruo con las horquillas tratando de darle muerte. Grubby lo tomé entre las manos, lo mds arri- ba que pudo, y empezd a apretar con toda la fuerza de sus musculos poderosos. ;Qué contienda terrible! jQué combate espantoso! Reaccionando, Bruce se adelanié blandiendo la hor- quilla. Fue su grito de guerra lo que me sacé de mi pardlisis y me Uevd a la accién. Corrt y tomé la hor- quilla de Grubby y cargué también. ;El monstruo tenia brazos para todos! Nos golped una y otra vex y comprobé entonces que varios brazos tenian en ver- pre a Pi EL ARBOL DE SALIVA 55 dad colmillos venenosos, pues vi que uno de ellos venia hacia mi como una cabeza de serpiente, abrien- do la boca, No necesito subrayar el peligro, sobre todo si se recuerda que el efecto de la nube de harina era sdlo parcial, zy que a nuestro alrededor se agitaban muchos brazos asin invisibles! Nos salvamos sdlo porque el auriga era un cobar- de. Vi que Bruce lo golpeaba duramente, y un se- gundo mis tarde le atravesé la pata con la horquilla. Eso bastd. El monstruo emprendié la retirada sol- tendo a Grubby. Se movia con asombrosa rapidez, retrocediendo hacia la laguna. ;¥ nosotros lo perse- guiamos ahoval ¥ todas las bestias de la granja gri- taban a la vez. Cuando la forma blanquecina se arrojd al agua, Bruce y yo le arrojamos has horquillas, Pero la cria- tura se alejd nadande vigorosamente y al fin se su- mergid dejando sdélo una estela de harina cspumosa. Nos quedamos mirando el agua wn rato, y luego corrimos juntos hacia Grubby. Hable muerto. Yacia care arriba, y estaba irreconocible. Parecia que los col- millos del auriga lo habian alcan:ado cu seguida, Grubby ienia la piel de la cora may tirente, y de un color rojizo apagado. No era mds que ta cavicatura de una forma humana. Los venenos muy aclivos del auriga le habian disuelto toda la sustancia interior, y Grubby parecia un hongo giganicsco y podrido de forma de hombre. Tenia unas manchas en el eucllo y cn lo que habia sido una cara, y la sustancia inicrior se le escurria por estas heridas, de modo que se iha desinflando len- tamente en aquel lecho de harina y polvo. Quizd la mirada de la mitica Medusa, yue transformaba a los hombres en piedra, no cra peor que esto, pues nos quedamos paralizados mirando a Grubby, Una. anda- nada del rifle del granjero Grendon nos devolvid rd- pidamente a la vida. Grendon habia amenazado matarme. Ahora, viendo 56 MINOTAURO que le habiamos vaciado cuatro sacos de harina, y apa- rentemente a punto de irnos con un ternero, dispard contra nosotros. No teniamos otra alternativa y echa- mos a correr. Grendon no estaba con dnimos de recibir explicaciones. Nancy salid corriendo a detenerlo, pero Neckland habia empexado a perseguirnos también con los dos mastines, que ladraban y tironeaban de las cadenas. Bruce y yo habiamos llegado montados en Daisy, que nos esperaba ensillada. La saqué del establo al tro- te, ayudé a subir a Bruce ¢ iba a montar yo mismo cuando el arma dispard otra vez y senti un dolor quemante en la pierra. Bruce me izé hasta la silla y partimos, yo apenas consciente. Aqui me tiene guardando cama, y asi deberé perma- necer un par de dias. Aforitnadamente, la bala no me tocd cl hucso. En verdad, y ial como usted puede comprobarlo, jla granja es un sitio malditot En un tiempo se me ocurrid que podia Heger a ser un nuevo jardin del Edén, donde fructificarien los alimentos de los dioses para hombres como dioses. Fin cambio, ay, el primer encuentro entre la humanidad y unos seres de otros mundos ha sido realmente dcsastroso, y el Edén se ha convertido en un campo de batalla para una guerra de los mundos. Nuestras anticipaciones del futuro han de ser necesartamente higubres. Antes de cerrar este largo relato, quiero responder @ una pregunta que me hace usted en su carta, » hacerie yo otra, mds personal que la de usted. Me pregunta usted ante todo si les aurigas son to- talmente invisibles, y dice —si me permite usted citar su carta—: “Cualquier alteracién en el indice de re- fraceién de los lentes del ojo haria la visidn imposible, y por otra parte sin esa alteracién los ojos sertan vi- sibles como globulos vitreos. Y la vision necesita ade- més de una mancha purpurea detrds de la retina y de una cévnea opaca. gCdmo ven entonces los aurigas?” EL ARBOL DE SALIVA 57 La respuesta es que carecen de drganos visuales, tal como nosotros los conocemos, pues pienso que man- tienen naturalmente ese cardcter de invisibilidad. No sé pues edmo “ven”, pero el drgano correspondiente es sin duda eficaz, No sé tampoco cémo se comunican —jnuestro contendiente no hizo el menor ruido cuan- do le atravesé el pie!—, pero es evidente sin embargo que se comunican bien. Quizd, en un principio, trata- ron de comunicarse con nosotros por medio de un sentido misterioso que nosotros no tenemos, y no re- cibiendo respuesta presumieron que éramos tan poco inteligentes como nuestros propios animales. Si es ast, qué tragedia! Ahora mi pregunta personal. Sé, sefior, quc estd us- ted cada vez mds ocupado a medida que se hace mds famoso, pero esto que pasa ahora en un remoto rincén de la Anglia Occidental es de importancia tremenda, me parece, para el mundo y el futuro. ;No se decide usted a hacernos una visita? Encontraria usted alber- gue cédmodo en cualquiera de las dos tabernas del pueblo, y el viaje hasta aqui por ferrocarril es se- guro, aunque tedioso. Un coche de punto podria tracr- lo rdpidamente desde la estacién de Heigham, a doce hilémetros del pueblo. De este modo usted podria ver la granja de Grendon con sus propios ojos, y hesva quizd uno de esos seres interestelares. Siento que los informes que le envia el abajo firmante no sélo lo di- vierten a usted. También le preocupan. Pucs bien, le juro que no exagero en lo mds minimo. ; que viene! Si necesita otro argumento, piense en la alegria que dard usted a . su sincero admirador Gregory Rolles Leyendo esta larga carta de cabo a rabo, y luego de tachar dos adjetivos superfluos, Gregory se recosté en Ja cama con cierta satisfacci6n. Tenfa la impresién 58 MINOTAURO de neo haber dejado la lucha, aunque estaba ahora, mo- mentaneamente, fuera de combate. Pero las noticias que le Wegaron en las primeras horas de la tarde fueron inquietantes. Tommy, el chico del panadero, habia Negado hasta los mismos limites de la granja de Grendon. Luego las leyendas horribles que se habian tejido en torno al sitio lo para- lizaron de pronto, impidi¢ndole entrar. Las voces ani- males que Uegaban de la granja sonaban de un modo raro, y se confundian a veces con el ruido de unos mar- tillazos. Cuando Tommy se adelanté arrastrindose y vio al granjero —negro como un pozo de alquitran— que levantaba algo parecido a una horca, perdid el poco coraje que Je quedaba y volvié rapidamente atras sin haber cntregado la carta a Nancy. Gregory se quedé cn la cama pensando en Nancy muy preocupade, hasta que Ja sefiora Fenn le Ilevd la cena. Se s ‘ora, al menos, por qué los aurigas no habian cntrado en ja casa: eran demasiado grandes. Nancy a a salvo micnwas no saliera, aunque na- die podia sentinse a salvo en aquel condenado lugar. Se durmidéd temprano esa noche. En las primeras horas de la maitana, Luve wna pesadilla. Se encontraba en una ciudad extrafia donde todos los edificios eran nuevos y la gente vestia ropas brillantes. En una plaza crecia un drbol. Fn el suefio, Gregory tenia una rela- cién especial con ese 4rbol: lo alimentaba. Empujaba a la gente que pasaba contra la corteza del tronco. EI 4rbol era un arbol de saliva. Desde unos labios rojos y parecidos a hojas, que se entreabrian arriba en ca- pullos, bajaban arroyos de saliva resbalando por la corteza suave. Cuando la gente tocaba esa saliva se convertia en sustancia del drbo], Parte de la saliva mojaba a Gregory. Pero en vez de disolverlo, le daba el poder de disolver a los demas. Abrazé a la mucha- cha a quien querfa y acercé la boca para besarla. La piel de Ja cara de la muchacha se abrié y cayé como la cdscara de una fruta. EL ARBOL DE SALIVA 59 Gregory se desperté Ilorando desesperadamente y buscé a ciegas la lave del pico de gas. El doctor Crouchron Hegé a la mafiana siguiente, ya cerca del mediodfa, y le dijo a Gregory que e} muis- culo de Ja pierna necesitaba descanso, y que debia guardar cama otros tres dias por lo menos. Gregory no quedé nada satisfecho, No podia olvidar el suefio horrible y pensaba que habia descuidado realmente a su querida Nancy. La carta que le habia escrito estaba todavia alli sobre la mesa de luz. Luego que la sefiora Fenn le trajo el almuerzo, decidiéd que debia ir a ver a Nancy en seguida. Dejé la comida, salié de la cama, y se vistié lentamente. No habfa esperado que la pierna le doliera tanto, pero consiguié bajar las escaleras y llegar al establo sin demasiadas dificultades. Daisy se alegré aparen- temente al verlo. Gregory también se sentia contento y apoyé la frente en Ja mejilla del animal y le froté la nariz. —Quiz4 sea la Ultima vez que tengamos que hacer este viaje, querida mia —dijo. Ensillar la yegua fue una tarea comparativamente sencilla. Para montar, en cambio, tuyo que hacer es- fuerzos angustiosos. Al fin se instalé cOémodamente en la silla y tomé el camino familiar y desolado que llevaba al dominio de los aurigas. La herida le dolia mucho, y de cuando en cuando tenia que detenerse a esperar a que Ja pierna dejara de latirle. Noté también que ahora perdia sangre profusamente. Liegé al fin a las puertas de la granja y descubrid Jo que habia querido decir el chico del panadero cuando conté que Grendon estaba levantande una hor- ca. Habian clavado un poste en medio del patio. Un cable Hegaba hasta la punta, de donde colgaba un farol que podia iluminar todo el patio, de noche. Habia ocurrido otro cambio. Detrds del apeadero habian puesto una nueva cerca de madera, separando 60 MINOTA.URO el estanque de la granja. Pero en un punto, omino- samente, las maderas estaban rotas, astilladas y aplas- tadas, como si algo monstruoso hubicra levantado la barrera, sin, detenerse. Un perro feroz, encadenado junto al portén, ladraba furiosamente espantando a las gallinas. Gregory no se atrevié a entrar. Mientras se preguntaba cual seria el mejor modo de resolver este nuevo problema, la puerta de Ja granja se abrié unos centimetros y Nancy asomé la cabeza, espiando. Gregory la Namé agitando frenéticamente la mano. Nancy salié timidamente, corrié por el patio, y reteniendo al mastin permitiéd que Gregory entrara. Gregory Ia besd en Ia mejilla, aliviado, sintiendo en los brazos e] cucrpo firme de la joven. ~ Donde esté ta padre? ~—Mi querido, tu pica, jtu pobre pierna! |Toda- via te sangral No te preovupes por mi pierna. @Dénde est4 tu padre? —En el prado del sur, me parece. —Magnilic It a hablarle, Nancy. Quiero que vayas a Jit casa y cmpaquetes tus cosas. Te Hevo con- migo. —iNo puedo dejar a papal ~Tienes que hacerlo, Iré a decirselo. Gregory sc alcjé por el patio, cojeando, y Nancy Jo Namo temerosamente: —No se desprende nunca de ese fusil. ;Ten cuidado! Los dos perros lo persiguieron todo a lo largo de Ja cadena corrediza, mostrando los dientes brillantes, tratando de alcanzarle Jos tobillos y ahorcéndose casi. Gregory vio a Neckland que aserraba unas maderas cerca de la choza de Grubby. El granjero no estaba alli, Gregory fue impulsivamente hacia los establos. Grendon estaba trabajando en la oscuridad. Cuando vio a Gregory dejé caer el balde y se adelanté, ame- nazante, EL ARBOL DE SALIVA 61 —elias vuelto? gNo viste el letrero en el portén? No quiero verte por aqui, nunca més. Sé que tus inten- ciones son buenas, pero te he dicho que te mataré y cumpliré mi palabra. Entiéndeme, te mataré si vuel- ves de nuevo. Ya tengo bastantes dificultades para que ti afiadas otras todavia. Bueno, véte, jen marchat Gregory no se movid. —Sefior Grendon, esta usted tan loco como su mujer antes de morir? No entiende que en cualquier mo- mento repetird usted el destino de Grubby? ¢No sabe qué alberga usted en el estanque? —No soy tonto. Bueno, convengamos que Csos mons- truos se comen todo, incluyendo a los ‘s humanos. Aceptemos que esta granja les pertencce ahora. Aun asi necesitan que alguien la atienda. Pox cso divo que no me haran dafio. Mientras me vean trabajar dura- mente, no me hardin dafio. —Lo estin engordande, Grendon, eno se da cucnta? El trabajo que ha hecho usted este ultimo mes debia de haberlo dejado en los huesos. ¢No lo asusta cso? El granjero pareci6é perder la compostura un mo- mento, Miré rdpidamente alrededor. —No digo que yo no esté asustado. Digo que hard Jo que se debe hacer. No somos duciios de nucsiras vidas. Hazme un favor ahora y véte de aqui. Gregory habia seguido instintivamente la mirada de Grendon. Advirtié en la oscuridad, por primera vez, el tamafio de los cerdos. Los lomos anchos y negros eran visibles por encima de los establos. ‘{enian el tamafio de terneros. —Esta es Ja granja de Ja mucrie —dijo. —La muerte es el fin de todos, ccrdos, vacas y hombres. —Es cierto, sefior Grendon, y pucde seguir pensan- dolo asi si usted quiere. No compario esc punto de vista y no dejaré que las gentes que dependen de us- ted sufran las consecuencias de esas ideas, Sefior Gren- don, Je pido en matrimonio la mano de su hija. 62 MINOTAURO Nancy dejé la granja, y los tres primeros dias se los pasé acostada en su cuarto de El caminante entre Ja vida y la muerte. La comida comin parecia envene- narle la sangre. Pero gradualmente, y bajo los cuidados del doctor Crouchron, Nancy fue recobrando las fuer- zas, temiendo quiza que si no se curaba atraeria sobre su cabeza todas las furias del médico. —Hoy tienes mucho mejor cara —dijo Gregory to- mandole la mano—. Pronto podrds levantarte, cuando te libres de toda esa comida malsana de la granja. —Greg, mi querido, prométeme que no irds otra vez a la granja. No tienes necesidad de ir ahora que no estoy alli. Gregory bajé los ojos y dijo: —No me pedirds que te lo prometa, gno es cierto? —No quiero que ni ti ni yo vayamos alld alguna vez. Papa, estoy segura, vive en una suerte de encan- tamiento, Yo siento como si despertara ahora, como si estuviese recobrando mis sentidos, jy no me gusta pen- sar que tt estas perdiendo los tuyos! zY si esos mons- truos, esos aurigas, nos siguieran aqui, a Cottersall? —Sabes, Nancy, me he preguntado muchas veces por qué no habrdn salido de la granja. Una vez que descubrieron la debilidad de los seres humanos hubie- ran podido atacar a todos o amar a otros de su especie para tratar de invadirnos. Sin embargo se contentaron con quedarse en ese sitio reducido. Nancy sonrid. —Yo no seré tan inteligente como tu, pero me parece que tengo una respuesta para eso. No les interesa ir a ninguna otra parte. Se me ocurre que son una pareja y que han venido en esa md4quina del espacio a pasar ‘unas vacaciones en nuestro viejo mundo, asi como no- sotros podriamos ir a Great Yarmouth a pasar un par de dias en nuestra luna de miel. Quizd estan pasando la luna de miel. —jLa luna de miel! jQué idea horrible! —Bueno, unas vacaciones entonces, Esa era la idea EL ARBOL DE SALIVA 68 de papa... Pap4 dice que son sdlo dos, y que pre- tenden pasar unos dias tranquilos en la Tierra. A la gente le gusta comer bien cuando esta de vacaciones, eno es asi? Gregory miré a Ja muchacha, boquiabierto. —Pero eso es espantoso! jHablas como si los au- rigas fueran gente agradable! ~Pos supuesto que no, tontisimo. Pero supongo que entre ellos deben de encontrarse agradables. ~Bueno, prefiero imaginarlos como scres peligrosos. ~—Més razon entonces para que no te acerques a ellos. Pero no ver no impedia pensar. Gregory recibidé otra carta del doctor Hudson-Ward, una carta bonda- dosa y animosa, y no traté de contestarla. Sentie que no podia comprometerse con ninguna tarca que to alejara de alli, aunque Ja necesidad de Wabajar, en vista de los planes matrimonialcs, ahora cosa ur gente: la pensién modesta que le pisaba su pad alcanzaba para dos. No obstante, no lograba concen- trarse en esos problemas practicos. Iva ofa carta la que esperaba, y los horrores de la granja continuaban obsesionandolo. Esa noche sofié otra vex con cl arbol de saliva. Al atardecer se animé a contarles ¢] suciio a Fox y Nancy. Se encontraron en un sombiio compartimicnto de la parte de atrés de El camininte, un sitio intimo y discreto con asientos de felpa roja. Nancy se habia recobrado ya del todo y esa tarde se habia pascado un rato al sol. ~—La gente queria ofrecerse al arbol de sativa. Y aun- que yo no podia comprobarlo, ne parceié que quiza no morian realmente sino que cran transfortnados en alguna otra cosa, algo menos humano quizé. Y esta vez vi que el arbol era de alguna clase de metal y que crecia y crecia bombedndose a si mismo. Uno po- dia ver cémo la saliva movia los engranajes y los pistones, y cémo salia luego por las xamas. 64 MINOTAURO Fox se rié un poco secamente. —Parece que estuvieras describiendo un cuadro del futuro, con maquinarias en todas partes, hasta en las plantas. Te obsesiona el progreso, Greg. Escucha, mi hermana va a Norwich mafiana, en el coche de mi tio, ¢Por qué no os vais los dos con ella? Quiere com- prar algunos adornos para su vestido de novia, asi que eso puede interesarte, Nancy. Luego podrias pasar un par de dias con el tio de Greg. Os prometo que os escribiré en seguida si los aurigas invaden a Cotter- sall, para que no os perdais nada. Nancy tomé a Gregory por el brazo. —éNo podemos ir, Gregory? Hace mucho tiempo que no voy a Norwich y cs una ciudad hermosa. —Seria una buena idea —dijo Gregory, titubeando. Nancy y Fox insisticron hasta que Gregory tuvo que ceder. Dejé cl grupo tan pronto como le fue po- sthle, dio a Nancy un beso dle bucnas noches, y camindé Mipidamente calle abajo hacia Ja panaderia. De algo suro: si tenia que dejar cl distrito, antes que- ther qué estaba ocurricndo cn la granja, A a Juz del crepisculo de estio, la granja tenia un aspecto insdlito. Unas cercas de madera macizas, pin- tadas ripidamente con alquitran y de tres metros de alto, se alzaban en todas partes, no sdlo en el patio sino también a lo largo de los prados, entre los drboles frutales y las matas, en medio del pantano. Y Gren- don estaba levantando otras cercas, pues se ofa el ruido de un martilleo furioso, puntuado por las in- fatigables voces de los animales. No obstante, era Ja luz lo que daba a la granja ese aspecto sobrenatural. El poste solitario que habia sos- tenido la primera Jdmpara eléctrica en el patio tenia ahora cinco compafieros: junto al portén, detrés de la casa, a orillas del estanque, a las puertas del cobertizo, y al lado de los establos. La livida luz amarilla daba a la escena esa atmésfera enigmitica y extraiia que puede a et eee ee EL ARBOL DE SALIVA 65 encontrarse en la medianoche eterna de un sepulcro egipcio. Gregory no cometié el desatino de tratar de entrar por el portén, Até a Daisy a las ramas bajas de un espinillo y atravesé6 unas tierras baldias hasta llegar a los prados del sur. Desde alli caminé en linea recta hacia las tierras de alrededor. El trigo se alzaba ame- nazadoramente en la oscuridad moviéndose y murmu- rando. Las frutas habian madurado con rapidez. En los macizos las frutillas crecian como peras. Las espi- gas de maiz relucian como almohadones de seda. En Ja huerta los Arboles crujian bajo el peso de unos balones deformes que querian parecer manzanas: una de ellas, demasiado madura, cayé al suelo con un pesado golpe otofial. Habia movimientos y ruido en todas partes, tanto que Gregory se detuvo a escuchar. Se levantaba un viento. Las aspas del viejo molino emitieron un quejido que parecia el grito de una gaviota y empezaron a girar. En el cobertizo de los motores la maquina de vapor daba una nota constante y doble generando energia. Los mastines ladraban, acompafiados por el coro intranquilo de los otros ani- males. Gregory recordé el 4rbol de saliva. Aqui, como en el suefio, la agricultura se habia convertido en algo que semejaba una industria y los impulsos de Ja na- turaleza eran devorados por el nuevo dios de la cien- cia. Bajo la corteza de los Arboles subia ¢] vapor oscu- ro de fuerzas nuevas y desconocidas. Gregory se obligé a ponerse en marcha otra vez. Avanz6 cuidadosamente entre las sombras de las cer- cas y las luces de los faroles y Nugdé a las proximidades de la puerta de atrds de la granja. Una Jampara ardia en la ventana de Ja cocina. Gregory titubcé, y en ese momento se oyd un ruido de vicrios rotos, dentro de la casa. Corrié entonces silenciosamente, junto al muro, y Megé a la puerta. La voz de Grendon Iegaba alli con un tono curiosamente apagado, como si el hombre se hablara a si mismo. 66 MINOTAURO —}Quédate ahi! No me sirves, Esto es una prueba de fuerza. Oh, Dios, presérvame, jpermite que me pruebe a mi mismo! Tu que hiciste mi tierra estéril hasta ahora... jpermite que recoja sus cosechas! No sé qué estis haciendo. No quiero resistirme a ti, pero esta granja es en verdad mi vida. ;Malditos, malditos seant Son todos enemigos. El hombre siguié hablando asi un rato, como un borracho. Gregory se sintié arrastrado por una espan- tosa fascinacién, entré en Ja casa, cruzé la cocina y se detuvo en el umbral de la sala. Miré por la puerta entornada hasta que vio al granjero, una figura oscura y erguida en medio del cuarto. Sobre la chimenea apagada Ilameaba una vela, y Ja luz se reflejaba en las cajas de animales embalsa- mados. Era evidente que habian cortado las luces de la casa para dar mayor energia a los nuevos faroles de afuera. Grendon daba la espalda a Gregory. La vela le ilu- minaba una mejilla tensa y mal alcitada. Parecia un poco abrumado por cl peso de esos deberes que se hal cchado encima, y sin embargo, mirando esa espalda vestida con una chaqueta de cuero, Gregory sintié una suerte de reverencia por la independencia de 2quel hombre, y por el misterio que yacia bajo la aparente simpleza. Miré cémo Grendon iba a la puer- ta de enfrente, dejandola abierta, y pasaba al patio, murmurando siempre entre dientes, Luego el granje- ro se alejé por el otro lado de Ja casa y los perros renovaron sus ladridos. El tumulto no Ilegé a apagar un grufiido cercano. Mirando en las sombras, Gregory descubrié un cuerpo bajo Ja mesa. El cuerpo se movié a un costado, aplas- tando unos vidrios, y emitiendo un gemido ahogado. Aunque no se vela mucho, Gregory supo que el hom- bre era Neckland. Se acercé y le levanté la cabeza, apartando con el pie un pescado embalsamado. —{No me mate! Sdlo quiero ixme de aqui. ih chet na ANREP er ns naernes irene ene EL ARBOL DE SALIVA 67 —<¢Bert? Soy Gregory. Bert, zesté usted herido? Gregory veia algunas heridas en la espalda de Neckland. El hombre tenia la camisa prdcticamente destrozada, y los vidrios del piso le habian cortado la carne en el costado y en la espalda. Mas grave pa- recfa un moretén que tenia en el hombro y que se oscurecia cada vez mas. Enjugandose la cata y hablando con una voz mds racional, Neckland dijo: —aGregory? Yo creia que estaba usted en Cottersall. eQué hace aqui? El sefior Grendon lo matara si lo encuentra aqui, —zQué le pasé a usted, Bert? gNo puede levantarse? El hombre hab{fa recobrado ya el uso de sus facul- tades. Tomé el brazo de Gregory e imploré: —No levante la voz, por favor, o el sefior Grendon nos oird y vendrd otra vez y terminard conmigo de una vez por todas. Ha perdido la cabeza, y dice que esas cosas del estanque estan aqui de vacaciones. Casi me arranca la cabeza con el bastén, Suerte que tengo Ja cabeza dura. ~¢Por qué fue la pelea? —Se lo diré en seguida. Me di cuenta muy bien de lo que pasaba aqui en Ja granja. Si yo no me iba pron- to las cosas del estanque me comerian y chuparian como a Grubby. De modo que me escapé mientras el sefior Grendon no miraba y vine aqui a recoger mis trampas y mis otras cosas. Este lugar esta maldito, realmente maldito, y habria que arrasarlo. ,El infier- no no puede ser peor que esta granjal Neckland se incorporé del todo y se apoyé en Gregory para guardar el equilibrio. Fue hacia la escalera, gru- fiendo. —Bert —dijo Gregory, qué le parece si nos lanza- mos contra Grendon y lo maniatamios. Podriamos Ile- varlo al carro y Juego irnos todos juntos. Neckland se volvio y miré a Gregory desde las som- bras acarici4ndose el hombro con una mano. 68 MINOTAURO —Inténtelo usted si quiere —dijo, y dando media vuelta subid decidido las escaleras. Gregory se quedé donde estaba, miraudo de reojo Ja ventana. Habia venido a la granja sin un plan preconcebido, pero ahora que se lo habia dicho a Bert le parecia que no podia hacer otra cosa que lle- varse a Grendon de la granja. Se sentia obligado a hacerlo, pues aunque veia ahora a Grendon con otros ojos, el hombre lo retenfa con una especie de fascina- cién, y era incapaz de dejar que un ser humano, por mds perverso que pareciera, enfrentase solo los ho- rrores cxtrafios del granjero. Si conseguia que Gren- don, pensd, no recibiera a tiros a los intrusos, quizd podria traerse ayuda de las granjas vecinas, Dereham Cottages, por ejemplo. El cobertizo de las maquinas tenia una sola ventana, y con barrotes. Era de ladrillos, y la puerta, maciza, podia cerrarse desde el exterior, Quizd iuera posible atracrlo a Grendon, y Juego obiener ayuda de afuera. No sin apronsion, Gregory fue hasta la puerta y espié en Ja confuse oscuvidad. Kxamind ansiosamente el suelo, buscando alguna pisada mis siniestra que la del granjero, pere no | ndicaciou alguna de que los aurigas estuviescn inactivos. Salié al patio. No habia avanzado dos metros cuando se oyé un agudo giito de mujer. Gregory sintié como si unas manos heladas le apretaran las costillas y se acordé de la pobre sefiora Grendon, loca. En seguida recono- cid la voz: era Nancy. Los gritos no se habian apagado del todo cuando Gregory corria ya hacia el lado oscuro de la casa. * Sdlo mds tarde comprendié que habia corrido apa- rentemente hacia un ejército de gritos animales. Sobre todos ellos se oian los chillidos de los cerdos; cada una de estas bestias parecia tener que transmitir a un mis- terioso destinatario un mensaje agudo e indescifra- ble. Gregory corrié hacia los establos, esquivando las cercas gigantescas a la luz alta y enfermiza. ~ 2 ee Sa ST EL ARBOL DE SALIVA 69 En los establos el ruido era ensordecedor. Los cascos de los animales pateaban las maderas. En medio del establo principal colgaba una luz y Gregory pudo ver de qué modo terrible habfa cambiado la granja desde su ultima visita. Las marranas se habian desarro- Ilado enormemente y las grandes orejas les golpeaban las mejillas como tablas. Los lomos hirsutos se curva- ban hasta tocar casi las barras del techo. Grendon estaba en Ia entrada del oiro lado, sos- teniendo en los brazos el cuerpo inconsciente de Nan- cy. Un saco de alimento para cerdos yacia desparra- mado a sus pies. Habja abierto a medias las puertas de un establo y trataba de abrirse paso contra el flanco de un cerdo casi de su misma altura. De pronto Gren- don se volvié y miré a Gregory con una cara de indi- ferencia mds terrible que cualquier expresién de furia. Habia alguien mds alli. Las puertas de un establo, cerca de Gregory, se abrieron de par en par. Las dos cerdas apretadas entre las tablas lanzaron un terrible chillido en falsete, sintiendo claramente la presencia de un hambre insaciable. Patearon a los lados ciega- mente, y todos los otros animales expresaron el mismo terror. La lucha era inutil. Un auriga estaba alli. La muerte misma, la figura de la guadafia infatigable y de la inmévil sonrisa ésea, hubiese sido mis fAcil de evitar que esta presencia venenosa e invisible. Una mancha rosada se extendié ra4pidamente sobre cl Jomo de una de las bestias. Casi en seguida la cnorme masa empezd a decrecer, perdiendo ripidamenic toda su sustancia. Gregory no se detuvo a mirar cl repugnante proceso. Corrié hacia el granjero, que ya se movia otra vez. Y ahora era evidente qué se proponfa. Abrié las puertas del ultimo establo y dejé cacr a Nancy en el comedero de metal. Casi en scguida las marranas se volvieron chasqueando las mandilulas hacia este nue- vo forraje. Grendon, con las manos libres, se acercé a un gancho de la pared, que sostenia el rifle. El estrépito sacudia ahora los establos. La compa- ssideielshaiaiba 70 MINOTAURO fiera de la marrana que habia sido ingerida tan rapi- damente se libré y salié al pasillo central. Durante un momento se quedé alli —por suerte, pues si no Gregory hubiera quedado atrapado—, inmdvil, como paralizada por la posibilidad de libertad. Los establos se estremecieron y los otros animales lucharon por salir también de los corrales, derribando ladrillos, echando abajo las puertas. Gregory salté a un lado y unos cuerpos grotescos se apretaron en los pasillos luchando por ganar la libertad. Gregory habia Iegado junto a Grendon, pero la estampida los alcanzé antes que se tocaran. Un casco se le cruzé a Grendon en el camino, y el granjero se doblé hacia adelante con un grufiido y cayé bajo las patas de las bestias. Gregory apenas tuvo tiempo de esquivar el tropel metiéndose en el corral més préxi- mo. Nancy trataba en ese momento de salir de la artesa, y las dos bestias a las que habfa sido ofrecida se sacudian tratando de escapar. Animado por una energfa feroz, sin razén, y casi sin conciencia, Gregory alzé a la muchacha, salté hasta una de las vigas su- periores, pasé6 por encima una pierna, se incliné a yecoger a Nancy, y la ayudé a subir. Estaban a salvo, pero atm no del todo. Entre las nubes de polvo y las sombras del establo podian ver cémo las bestias enormes se apretaban en una y otra entrada. En medio se libraba una suerte de batalla en- tre los animales que se empujaban tratando de Iegar al extremo opuesto del edificio. Estaban despedazdn- dose, y la destruccién amenazaba al establo mismo. —Tuve que seguirte —jadeé Nancy—. Pero pap4... jereo que ni siquiera me reconocid! Por lo menos, penséd Gregory, Nancy no habia visto cémo Grendon caia bajo las patas de las bestias. Volviéndose involuntariamente, vio el fusil que Gren- don no habia Megado a tomar y que colgaba atin de un gancho en la pared. Arrastréndose por una viga transversal podfa alcanzar facilmente el arma. La ayu- EL ARBOL DE SALIVA 71 dé a Nancy a sentarse y se movidé a Io largo de la viga, a sdlo unos pocos centimetros por encima de los lomos de los cerdos, El fusil al menos les daria cierta proteccidén: el auriga, a pesar de parecerse muy poco a los hombres, no seria inmune al plomo. Cuando alcanzé el viejo fusil y lo descolgé del gancho, Gregory sintié de pronto el deseo de matar en seguida a uno de aquellos monstruos invisibles. Recordé entonces sus primeras esperanzas: la idea de que quizd fueran seres superiores, seres sabios y de ilustrado poder, que venian de una sociedad mejor donde unos cédigos morales elevados guiaban las acti- vidades ciudadanas. Habia pensado entonces que sédlo a una civilizacién semejante le seria concedido cl don de los viajes interplanetarios. Pero lo opuesto era quiza la verdad: quiza un objetivo parecido sélo podfa ser alcanzado por las especies indiferentes a fines mds humanos. ‘Tan pronto como se le presenté esta idea, se sintié abrumado por la visidn de un universo en- fermo, donde las razas que cultivaban el amor y la inteligencia habitaban unos mundos diminutos, de Jos que no salian nunca, mientras el cosmos era recorrido por especies asesinas, que descendian aqui y alli a sa- tisfacer sus crueldades y sus voraces apetitos. Regresé al sitio donde esperaba Nancy, sobre la san- guinaria lucha porcina. La muchacha sefialé con el dedo, muda. En el ex- tremo més lejano los animales habian derribado las puertas y escapaban ahora hacia la noche. Pero uno de los cerdos cayé y se aplasté contra el suelo como un saco informe de color carmes{. Otro animal que pasd por ese sitio suftid el mismo destino. El auriga actuaba impulsado por a ira? gLo habian lastimado Jos cerdos, al cargar ciegamente? Gregory alzé el fusil y apuntd. En ese momento vio una débil columna alucinatoria que se alzaba en el aire. Habia caido tanto polvo y barro y sangre sobre el auriga que era ahora parcialmente visible. Gregory dispard. 72 MINOTAURO El culatazo casi lo hizo caer de la viga. Cerré los ojos, aturdido por el ruido, y oyé apenas la voz de Nancy que lo abrazaba: —Oh, eres maravilloso, jeres maravillosol jLo al- canzaste justo! Gregory abrid los ojos y miré entre el humo y el polvo, La sombra que era el auriga se tambaleaba ahora. Al fin cayé, Cayé entre las formas distorsiona- das de los cerdos que habia matado, y unos fluidos corruptos se extendieron por el suelo. Luego el mons- truo se alzé otra vez. Nancy y Gregory vieron que avanzaba hacia la puerta y desaparecia en el patio. Durante un minuto los dos jévenes se quedaron mirdndose, con expresién de triunfo y de perplejidad a la vez. En los estables sélo quedaba un cerdo, ma- lamente herido. Gregory salté al suelo y ayudé a bajar ala muchacha. Fsquivaron Jos cspantosos restos como mejor pudieron y salicron al aire fresco de Ta noche. Arriba, sobre Ta hue en Jas ventanas de Ja casa, oscilaban unas Juces raras. —|Fuegol play fuego en Ja casal Oh, Greg, qeene- mos que salvar lo que podamost Las hermosas cajas de papa... Gregory retuvo a Nancy y se inclinéd hablindole directamente en la cara. —iFue Bert Neckland! Me dijo que habia que des- truir todo esto, y eso es lo que hizo. —Vamos, entonces. .. —iNo, no, Nancy, tenemos que dejarla arder! jEs- cucha! El auriga herido no puede estar muy lejos. No Megamos a matarlo. Si estas criaturas sienten odio o furla, trataran de matarnos... {No olvides que son més que uno! No tenemos que ir por ahi si queremos vivir. Daisy esta de este lado del prado y nos Ievard sin peligro a casa. —1Greg, querido, esta es mi casal —grité Nancy, desesperada. Las Hamas se elevaban mds y mds. Las ventanas de Pr nn ne eet "penne BL ARBOL DE SALIVA 78 Ja cocina se rompieron en una Iuvia de vidrios. Gre- gory corrié con Nancy en direccién opuesta gritando: —1¥o soy tu casa ahora! ;Yo soy tu casa ahoral Nancy corria también, sin protestar, y juntos se internaron entre los pastos altos. Cuando Iegaron al camino y al sitio donde espera- ba la yegua, se detuvieron a tomar aliento y miraron hacia atrds. La casa ardia por los cuatro costados. Era imposible salvarla ahora. Kil viento alzaba remolinos de chispas y una de las aspas del molino habia empezado a arder también. Las lamparas eléctricas de los postes emitfan una. Juz espectral y pdlida. De cuando en cuando la sombra de algtin animal gigantesco atravesaba la esce- na. De pronto, las luces se estremecieron y luego se apagaron. Un animal habia derribado un poste. La lampara habia caido al estanque y el corto circuito habfa interrumpido el sistema. —Vamonos —dijo Gregory y ayudé a montar a Nancy. Cuando subfa detrds, se oyé un rugido creciente, cada vez mis agudo. De pronto, se apagé. Una nube espesa de vapor burbujed sobre el estanque. Y de la nube salié la maquina del espacio, y subid, y subid, subid, y Nancy y Gregory la observaron boquiabiertos, an- gustiados. La maquina subié en el aire suave de la noche, se perdié de vista durante un momento, co- menzé a emitir un brillo opaco, y reaparecié tremen- damente lejos. Poco después, Gregory la buscaba desesperadamente en el cielo, pero la maquina ya habfa desaparecido, mas alld de los Hmites de la atmésiera tcrrestve. Sintié una terrible desolacién, mis terrible aun porque era enteramente irracional, y entonces pensd, y grité lo que pensaba: —[Quiz4 estaban pasando aqui sus vacaciones! ;Qui- 74 distrutaban aqui, y Jes hablardn a sus amigos de este pequefio mundo! ;Quiz4 el futuro de la Tierra sea sélo eso: un lugar de veraneo para millones de aurigas! 74 MINOTAURO El reloj de la iglesia daba la medianoche cuando Nancy y Gregory Ilegaron a las primeras casas de Cottersall. —Primero iremos a la taberna —dijo Gregory—. No puedo lamar a la sefiora Fenn a esta hora, pero tu patrona podrd servirnos comida y agua caliente y unas vendas para las heridas. —Yo me encuentro bien, querido, pero me alegra que me acompafies. —Te advierto que desde ahora te acompafiaré de- masiado. La puerta de la taberna estaba cerrada, pero aden- tro habia luz, y al cabo de un rato el posadero mismo vino a abrirles, ansioso por ofr alguna noticia que pu- diera transmitir luego a su clientela. ~En la habitacién mimero tres hay un caballero que desea hablar con usted a la mafiana ~le dijo a Gregory—. Un caballero simpatico que vino en el tren de la noche y que est4 aqui desde hace una hora. Gregory hizo una mueca. —Mi padre, sin duda. ~Oh, no, sefior. Es un sefior llamado Wills o Wells o Walls... La firma no es muy clara. —|Wells! |El sefior Wells! jHa venidol —Gregory tomé las manos de Nancy, sacudiéndoselas, excitado.— Nancy, juno de los mds grandes hombres de Inglate- tra esta aquil Nadie podria ofr con mayor provecho una historia como la nuestra! Iré a hablarle ahora mismo. Besando ligeramente a Nancy en la mejilla, Gregory corrié escaleras arriba y Ilamé a la puerta del cuarto numero tres. Titulo del original: The saliva tree. ‘Traduccién de G. Lemos Los suefios son la vdluula de seguridad de la mente, sugirié el alemdn W. Robert en 1886; tesis confirmada luego de algtin modo por los trabajos de L. Kubie, M. Jotvet, W. Dement, Ch. Fisher. Si a un hombre le impiden sofar se vuelve loco; pero también puede salvare, si encuentra a algvien que suefie por él. LA ESTOFA BE LOS SUENOS John Brunner Los hilos del electroencefalégrafo le aureolaban Ja cabeza como una tela tejida por una arafia ebria, y Jos blandos tapones adhesivos le cubrian los ojos co- mo monedas. Starling parecia un cadaver que el tiem- po habia adornado con guirnaldas himedas, pero un caddver-vampiro, rosado y bien nutrido en su muerte incompleta. En el cuarto habia un silencio de mauso- leo, aunque olfa a cera de piso y no a polvo. E] ataid de Starling era una cama de hospital y la mortaja una manta de algoddn. Las Wnicas luces del cuarto eran Jas lampatitas amarillas del equipo electrénico, instalado a Ja ca- becera del lecho, y las bujias piloto que podian verse por los orificios de ventilacién de Ja caja. Pero cuando Wills abrié la puerta el rayo de luz que entrala desde el corredor le permitiéd ver Garamenie a Starling. Hubiera preferido no verlo, no asf, extcndido todo a lo largo. Sélo le faliaben unas velas. No estaba muerto atin, pero la situacién podia corregirse facil- mente con los instrumentos apropiados: una estaca © 1962, by Mercury Press. 76 MINOTAURO puntiaguda, una bala de plata, el coche fiinebre que Mega a un cruce de caminos... Wills se domind. Tenfa la cara transpirada. ;Otra vez lo mismo! La idea disparatada se repetia como un acto reflejo, como Ia dilatacién de las pupilas bajo los efectos de la belladona, aunque tratara de evitar- la. Starling yacia alli parecido a un cadaver sdlo por- que se habfa acostumbrado a no quitarse los hilos de la cabeza... Nada mds que por eso, nada mds que por eso, jnada mds que por eso? Wills sintié que las palabras le golpeaban Ja mente, como un garrote. Starling habia dormido asi durante meses, Fstaba tendido de costado, en Ja actitud tipica del hombre que duerse, pero a causa de los hilos no se movia casi en cl curso de Ja noche, y no desarreglaba Jas sdbanas. Respiraba naturalmente. Todo era normal. Excepto que esto duraba ast desde hacla meses, lo que era increible, ¢ dmposible. Sacudiéndase de pics a heva, Wills dio un paso atrés alejiudose de la puerta. ¥ en cse momento, ocu- trig ota ver... como acurria dics 0 doce veces por noche. Emperd un suefio. Fl electroencefaldgralo registid un cambio en la actividad cerebral. Los tapones adhesivos que Je cu- brian los ojos a Starling sefialaron unos movimientos ocularcs. Un circuito se cerré. Un timbre débil pero agudo soné en el cuarto. Starling grufid, se agité, se movié econdmicamente como si quisiera espantar una mosca que se le habia posado en la cara. El timbre callé. Starling habia despertado: le habian cortado el hilo del suefio. Y¥ se durmié otra vez, Wills lo imaginé desperidndose del todo y advir- tiendo que no estaba solo en el cuarto. Retrocedié de puntillas hasta el corredor y cerré Ja puerta. El cora- z6n le golpeaba el pecho como si acabara de escapar aun desastre. ePor qué? Durante el dia podia hablar normalmente

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