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Jerome Bruner Actos de significado Mas alla de la revolucion cognitiva _ Alianza Psicologia minor «Con su habitual brillantez y amplitud de miras Bruner explora el fascinante terreno que se extiende mas alla de la revolucién cognitiva.» Howard Gardner. Universidad de Harvard En este libro, Jerome Bruner, uno de los padres de aquella revolucion cognitiva que hace mas de treinta afios cambié la psicologia, hace una critica brillante e incisiva de su desarrollo histérico y de su situacion actual. Bruner nos obsequia con un recorrido divertido y agudo por los avatares de la revolucion cognitiva, deteniendo su irénica pluma de forma especial en la actual preocupacion por los computadores y el calculo que anima a los herederos de la revolucién. Bruner acusa a la actual psicologia cognitiva de haberse enredado con problemas técnicos que son marginales a los propdsitos y el impulso que animaron aquella revolucién que él ayud6 a crear. El interés por la mente como una entidad que procesa informacién esta alejando a la psicologia de un objetivo mas importante: comprender la mente como creadora de significados y como producto no solo biolégico sino también cultural. Bruner da la voz de alarma sobre la tecnicalizacién y la fragmentacién de la psicologia, que pueden alejarla de la comprensién de los problemas verdaderamente importantes del ser humano. La lectura de este libro, verdadero alegato en favor del didlogo interdisciplinar y la amplitud de miras, es un ejercicio intelectual extrema- damente saludable en una época en que la «ciencia cognitiva» tiende a sentirse peligrosamente satisfecha de si misma. Bruner es uno de los pocos psicdlogos que ha conseguido trascender los limites de la psicologia y cuyos escritos dificilmente aburren o dejan indiferente al lector. JEROME S. BRUNER es profesor de psicologia en la Universidad de Nueva York. Protagonista de la revolucién cognitiva, ha sido siempre pionero en la apertura de nuevos campos de investigacién psicolégica. Su interés por la teoria es paralelo a una profunda inquietud por los proble- mas sociales y educativos del ser humano. En 1987 fue galardonado con el Premio Internacional Balzan «por su contribucién de toda una vida a la psicologian. ISBN 84-206-7701-9 9 HN 9 INDICE Prefacio.... Agradecimientos Capitulo 1. Capitulo 2. Capitulo 3. Capitulo 4. Notas...... EL ESTUDIO APROPIADO DEL HOMBRE ..... = LA PSICOLOG{A POPULAR COMO INSTRUMENTO DE LA CULTURA... LA ENTRADA EN EL SIGNIFICADO.. LA AUTOBIOGRAFIA Y EL YO. Capitulo 1 EL ESTUDIO APROPIADO DEL HOMBRE Quiero comenzar adoptando como punto de partida la Revolucién Cognitiva. El objetivo de esta revolucién era recuperar la «mente» en las ciencias humanas después de un prolongado y frfo invierno de objetivis- mo. Pero lo que voy a contar a continuacién no es la tfpica historia del progreso que avanza siempre hacia adelante'. Porque, al menos en mi opi- ni6n, actualmente esa revolucién se ha desviado hacia problemas que son marginales en relacién con el impulso que originalmente la desencaden6. De hecho, se ha tecnicalizado de tal manera que incluso ha socavado aquel impulso original. Esto no quiere decir que haya fracasado: ni mucho menos, puesto que la ciencia cognitiva se encuentra sin duda entre las acciones mas cotizadas de la bolsa académica. Més bien, puede que se haya visto desviada por el éxito, un éxito cuyo virtuosismo técnico le ha costado caro. Algunos criticos sostienen incluso, quiz4 injustamente, que la nueva ciencia cognitiva, la criatura nacida de aquella revolucién, ha conseguido sus éxitos técnicos al precio de deshumanizar el concepto mis- mo de mente que habfa intentado reinstaurar en Ia psicologfa, y que, de esta forma, ha alejado a buena parte de la psicologfa de las otras ciencias humanas y de las humanidades.? En breve me extenderé més sobre estas cuestiones. Pero, antes de seguir adelante, quiero explicar cudl es el plan de este capitulo y de los que vienen a continuacién. Una vez echada una mirada retrospectiva a la revolucién, quiero pasar directamente a hacer una exploraci6n preliminar de una nueva revolucién cognitiva, que se basa en un enfoque mis inter- pretativo del conocimiento cuyo centro de interés es la «construccién de 19 ano da la impresion de que en cuaiguter parte a ia que mremos hoy en dia” Tengo la sospecha de que este vigoroso crecimiento es un esfuerzo por recupcrar ¢} impulso original de ta primera revoluciGn cognitiva. En capi- tulos posteriores, intentaré desasrollar este esquema preliminar con algu- nos ejemplos concretos de investigaciones situadas en las fronteras entre la psicologfa y sus vecinos de las humanidades y las ciencias sociales, inves- tigaciones que recuperan aquello a lo que me he referido como el impulso originasio de Je revolucion cognitive. Pero, para empezar. voy @ ‘contarles sobre qué crefamos yo ¥ mis ami- gos que trataba la revolucién alld a finales de los afios 50. Crefamos que se trataba de un decidido esfuerzo por instaurar el significado como el con- cepto fundamental de la psicologfa; no los est{mulos y las respuestas, ni la conducta abiertamente observable, ni los impulsos biolégicos y su trans- formacién, sino el significado. No era una revolucién contra el conductis- mo, animada por el propésito de transformarlo en una versién mas adecua- da que permitiese proseguir con la psicologfa afiadiéndole un poco de mentalismo. Edward Tolman ya lo habfa hecho, con escasos resultados.4 Era una revolucién mucho mds profunda que todo eso. Su meta era descu- brir y describir formalmente los significados que los seres humanos crea- ban a partir de sus encuentros con el mundo, para Juego proponer hipétesis acerca de los procesos de construccién de significado en que sé basaban. Se centraba en las actividades simbélicas empleadas por los seres huma- nos para construir y dar sentido no sélo al mundo, sino también a ellos mismos. Su meta era instar a la psicologfa a unir fuerzas con sus discip! nas hermanas de las humanidades y las cfencias sociales, de car4cter inter- pretativo. Ciertamente, bajo la superficie de la ciencia cognitiva, de orien- tacin m4s computacional, esto es precisamente lo que ha ocurrido; al principio, con lentitud, y ahora cada vez con més {mpetu. Y asf, hoy en dfa encontramos florecientes centros de psicologfa cultural, antropologfa cog- nitiva e interpretativa, lingiifstica cognitiva y, sobre todo, una préspera industria de Ambito mundial que se ocupa, como nunca habfa sucedido desde los tiempos de Kant, de la filosoffa de 1a mente y del lenguaje. Pro- bablemente sea un signo de los tiempos el que las dos personas encargadas de pronunciar las Jerusalem-Harvard Lectures del aio académico 1989-90 fuésemos representantes precisamente de esta tradicién: el profesor Geertz, en el Ambito de la antropologfa; y yo mismo, en el de la psicologfa. Eesnc'c acccecece'Pertre 21 La revolucién cognitiva. tal y como se concibié originalmente, venia a ‘amente ave 1a psicologia uniera fuerzas con Ia antropelog la lingiistica, fa filosotia y la historia, incluso con [a disciplina del Dere- cho. No es sorprendente y, desde luego no fue una casualidad, el que en aquellos primeros afios el ‘comité asesor del Centro de Estudios Cognitivos de Harvard estuviera compuesto por un fildsofo, W. V. Quine, un historia- dor del pensamiento, H. Stuart Hughes, y un lingilista, Roman Jakobson. O que entre los miembros del Centro hubiera casi tantos filésofos, antro- pdlogos y lingiiistas como p: Slogos propiamente dichos (entre otros, exponentes del nuevo constructivismo como Nelson Goodman). Y por lo que se refiere al Derecho, tengo que decir que varios miembros distingui- dos de esa facultad acudfan ocasionalmente a nuestros coloquios. Uno de ellos, Paul Freund, reconocié que acudfa por que le parecfa que en el Cen- tro est4bamos interesados en cémo afectan las reglas (reglas como las de la gramética, mds que leyes cientfficas) a la accién humana, y, ¢n resumi- das cuentas, ese es también el objeto de la jurisprudencia> Creo que a estas alturas deberfa haber quedado totalmente claro que lo que pretendfamos no era «reformar» el conductismo sino sustituirlo. Como dijo algunos afios después mi colega George Miller: «Colgamos en la puerta nuestro nuevo credo y esperamos a ver qué pasaba. Todo fue muy bien; tan bien, en realidad, que puede que en ultima instancia hayamos sido victimas de nuestro propio éxito». Podrfa escribirse un ensayo absorbente sobre Ia historia intelectual del tiltimo cuarto de siglo intentando averiguar qué sucedié con el impulso originario de la revolucién cognitiva, cémo llegé a fraccionarse y tecnica- lizarse. Quizd sea mejor que la redaccién de la historia completa quede para los historiadores del pensamiento. Basta con que ahora nos fijemos en algunos indicadores del camino, tos suficientes para que podamos hacer- nos una idea de cul era el terreno intelectual sobre el que nos movfamos todos nosotros. Por ejemplo, algo que sucedié muy temprano fue el cam- bio de énfasis del «significado H» a la «informacién», de la construccién del significado al procesamiento de la informacién. Estos dos temas son profundamente diferentes. El factor clave de este cambio fue la adopcién de la computacién como met4fora dominante y de la computabilidad como criterio imprescindible de un buen modelo teérico. La informacién es indi- ferente con respecto al significado. Desde el punto de vista computacional, Ja informacién comprende un mensaje que ya ha sido previamente codifi- cado en el sistema. El significado se asigna a los mensajes con antelaci6n. —————— MLE” No es el resultado del proceso de computacién ni tiene nada que ver con esta ultima salvo en e] sentido arbitrario de asignacién. El procesamiento de la informacién inscribe los mensajes en una direc- cién determinada de la memoria o los toma de ella siguiendo las instruc- ciones de una unidad de control central, o los mantiene temporalmente en un almacén amortiguador, manipul4ndolos de formas prescritas: enumera, ordena, combina o compara la informacién previamente codificada. El sis- tema que hace todas estas cosas permanece ciego respecto al hecho de si lo que se almacena son sonetos de Shakespeare o cifras de una tabla de niimeros aleatorios. Segiin Ja teorfa clasica de la informacién, un mensaje es informativo si reduce el mimero de elecciones alternativas. Esto implica la existencia de un cédigo de elecciones posibles establecidas. Las catego- rfas de la posibilidad y los ejemplos concretos que comprenden se proce- san de acuerdo con la «sintaxis» del sistema, es decir, de acuerdo con sus posibles movimientos. De acuerdo con esta disposicién, la informacién s6lo puede tener algo que ver con el significado en el sentido de un diccio- nario: el de acceder a Ja informacién léxica almacenada siguiendo un siste- ma codificado de direcciones. Hay otras operaciones que guardan algin parecido con el significado, tales como permutar un conjunto de entradas con el fin de contrastar Jos resultados con un criterio determinado, como sucede en el caso de los anagramas o en el juego del Scrabble. Pero el pro- cesamiento de informacién no puede enfrentarse a nada que vaya més alld de las entradas precisas y arbitrarias que pueden entrar en relaciones espe- cfficas estrictamente gobernadas por un programa de operaciones elemen- tales. Un sistema como este no puede hacer nada frente a la vaguedad, la polisemia o las conexiones metaféricas y connotativas. Cuando parece que lo hace, es como un mono en el Museo Britnico, dando con la solucién del problema mediante Ia aplicacién de un algoritmo demoledor o embar- cAndose en la aventura de aplicar un heurfstico arriesgado. El procesa- miento de informacién tiene necesidad de planificacién previa y reglas precisas.” Excluye preguntas de formacién tan anémala como estas: «iCémo est4 organizado el mundo en Ja mente de un fundamentalista isl4- mico?» o «,En qué se diferencian el concepto del yo de la Grecia homéri- ca y el del mundo postindustrial?». Y favorece, en cambio, preguntas de este tipo: «,Cudl es la mejor estrategia para proporcionar informacién de control a un operador con el fin de asegurar que un veh{culo se mantenga en una 6rbita predeterminada?». Ms adelante, tendremos més cosas que decir sobre el significado y los procesos que lo crean. Estos procesos estén Sete cece eee eee ee eee eee cee eee eee sorprendentemente alejados de lo que normalmente recibe el nombre de «procesamiento de informacién». Dado que en el mundo postindustrial se estaba produciendo una Revo- luci6n Informativa, no es sorprendente que se produjese esa acentuaci6n. La psicologfa y las ciencias sociales en general siempre han sido muy sen- sibles, muchas veces hipersensibles, a las necesidades de la sociedad que las acoge. Y siempre ha sido una especie de reflejo intelectual de 1a psico- logfa académica el redefinir al hombre y su mente a la luz de las nuevas necesidades sociales. Y no es sorprendente que, dadas estas condiciones, se haya producido un cambio de interés correlativo, que ha Ilevado de la mente y el significado a los ordenadores y la informacién. Porque, a prin- cipios de los afios 50, los ordenadores y la teorfa computacional se habfan convertido en la met4fora matriz del procesamiento de la informacién. Dado un numero de categorfas de significado lo bastante bien formadas dentro de un dominio determinado como para ser la base de un cédigo de operaci6n, un ordenador adecuadamente programado habrfa de ser capaz de hacer verdaderos prodigios de procesamiento de informacién con un conjunto mfnimo de operaciones; y este es el reino de los cielos tecnolégi- co. Muy pronto, la computacién se convirtié en el modelo de la mente, y en el lugar que ocupaba el concepto de significado se instalé el concepto de computabilidad. Los procesos cognitivos se equipararon con los progra- mas que podfan ejecutarse en un dispositivo computacional, y nuestros esfuerzos por «comprender», pongamos por caso, la memoria o la forma- cién de conceptos, eran fructfferos en la medida en que éramos capaces de simular de forma realista la memorizacién o la conceptualizaci6n humanas con un programa de ordenador.® Esta Ifnea de pensamiento se vio enorme- mente auxiliada por 1a revolucionaria idea de Turing de que cualquier pro- grama computacional, con independencia de lo complejo que fuera, podfa «imitarse» mediante una M4quina Universal de Turing, mucho més senci- lla, y que efectuarfa ‘sus cAlculos con un conjunto finito de operaciones bastante primitivas. Si adoptamos Ia costumbre de pensar que esos com- plejos programas son «mentes virtuales» (por tomar prestada Ia frase de Daniel Dennet), no tenemos ya més que dar un pequefio pero crucial paso para acabar creyendo que las «mentes reales» y sus procesos, al igual que Jas «mentes virtuales» y los suyos, podrfan «explicarse» de la misma manera.? Este nuevo reduccionismo proporcioné un programa sorprendentemen- te libertario para la ciencia cognitiva que estaba naciendo. Su grado de 24 Actos de significado permisividad era tan elevado que incluso los antiguos teéricos del aprendi- zaje E-R y los investigadores asociacionistas de la memoria pudieron vol- ver al redil de la revolucién cognitiva, en la medida en que envolvieron sus viejos conceptos con el ropaje proporcionado por los nuevos términos del procesamiento de la informacién. No habfa ninguna necesidad de tra- pichear con los procesos «mentales» o con el significado. El lugar de los est{mulos y las respuestas estaba ocupado ahora por Ia entrada (input) y la salida (output), en tanto que el refuerzo se vefa lavado de su tinte afectivo convirtiéndose en un elemento de control que retroalimentaba al sistema, haciéndole Negar informacién sobre el resultado de las operaciones efec- tuadas. En la medida en que hubiese un programa computable, hab{a «mente», Al principio, esta especie de retruécano de la mente no parecié provo- car el tradicional p4nico antimentalista entre unos conductistas aparente- mente conversos. A su debido tiempo, sin embargo, comenzaron a resur- gir nuevas versiones de antiguas controversias ya clésicas y familiares, especialmente en relacién con las discusiones sobre la denominada «arquitectura del conocimiento»: el problema de si esta debe ser concebi- da como un conjunto de estructuras de reglas jerérquicamente organiza- das, como las de la gramética, mediante las cuales se acepta, se rechaza 0 se combina la entrada de informacién, o si, mas bien, deberfa concebirse como una red conexionista organizada de abajo a arriba cuyo control se encuentra completamente distribuido, como en los modelos PDP (Proce- samiento Distribuido en Paralelo), modelos muy parecidos a la antigua doctrina asociacionista pero a la qué se habrfa sustrafdo la s{ntesis creati- va de Herbart. La primera opcién simulaba la tradici6n psicolégica racio- nalista-mentalista o de arriba a abajo, yendo y viniendo con toda facilidad entre las mentes «reales» y las «virtuales»; la segunda era una nueva ver- sién de aquellas posturas de las que Gordon Allport se mofaba en sus charlas tach4ndolas de «empirismo baldfo». El computacionalismo de la Costa Este de Estados Unidos trabajaba con términos mentalistas, como «reglas», «graméticas» y cosas por el estilo. Los de la Costa Oeste no querfan tener nada que ver con este mentalismo simulado. El campo de batalla no tard6 mucho en empezar a presentar un aire cada vez més tradi- cional y familiar, aunque los veh{culos que lo recorrfan eran mucho més veloces y gozaban de un ntimero de caballos de potencia formalista mucho mayor. Pero el hecho de si sus maniobras tenfan algo que ver con la mente o s6lo con la teorfa de la computacién siguié siendo una cuestién El estudio apropiado del hombre 25 que ambas partes consideraban infinitamente posponible. A quienes se atrevfan a formular la pregunta se les aseguraba que el tiempo dirfa si, como reza el dicho anglosajén, con la oreja de un cerdo se pod{fa o no hacer un bolso de seda.!° Era inevitable que, siendo la computacion la metéfora de la nueva ciencia cognitiva y la computabilidad el criterio necesario, aunque no sufi- ciente, de la funcionalidad de una teorfa en la nueva ciencia, se produjese un resurgimiento del antiguo malestar respecto al mentalismo. Con la mente equiparada a un programa, ,cudl serfa el status de los estados men- tales (estados mentales a la vieja usanza, identificables no por sus caracte- risticas programéticas en un sistema computacional, sino por su vitola sub- jetiva)? En estos sistemas no habfa sitio para la «mente» («mente» en el sentido de estados intencionales como creer, desear, pretender, captar un significado). No tard6 mucho en alzarse 1a voz que pedfa la erradicacién de estos estados intencionales dentro de la nueva ciencia. Y probablemen- te no hay ningtin libro publicado, ni siquiera en el apogeo de Jos primeros tiempos del conductismo, que pueda igualar el celo antimentalista de From Folk Psychology to Cognitive Science [De la psicologta popular a la cien- cia cognitiva] de Stephen Stich.'' Ciertamente no faltaron esfuerzos diplo- miéticos para hacer las paces entre los viejos y quisquillosos cognitivistas de corte mentalista y los flamantes antimentalistas. Pero todos estos inten- tos se reducfan, o a seguir la corriente a los mentalistas o a intentar engatu- sarlos. Por ejemplo, Dennett propuso que lo que habfa que hacer era sim- plemente actuar como si la gente tuviera estados intencionales que les hicieran comportarse de determinadas maneras; mds adelante, descubrirfa- mos que no necesitamos esas nociones tan imprecisas.'? Paul Churchland admitié a regafiadientes que, aunque era un problema interesante el por qué la gente se aferra a ese mentalismo erréneo y simple, la cuestién es que esto era algo que habfa que explicar, y no algo que habfa que dar por supuesto. Quiz4, como decfa Churchland, la psicologfa popular parece describir c6mo suceden realmente las cosas, pero {c6mo podrfan una creen- cia un deseo o una actitud ser causa de alto en el mundo fisico, es decir, en el mundo de la computacién?!3 La mente, en sentido subjetivo, era o un epifenédmeno que surgfa del sistema computacional bajo determinadas condiciones, en cuyo caso no podia ser causa de nada, 0 no era més que una manera en que Ja gente hablaba sobre la conducta después de haber ocurrido (es decir, otra salida del sistema), en cuyo caso era una conducta més, que simplemente necesitaba un grado mayor de andlisis lingfstico. Y, por supuesto, no voy a dejar de hacer menci6n del nativismo de Jerry Fodor: la mente también podrfa ser un subproducto de procesos innatos incorporados en el sistema, en cuyo caso seria un efecto mds que una cau- sa. El renovado ataque a los estados mentales y la intencionalidad venfa acompaiiado de un ataque parecido al concepto de agentividad. Los cientf- ficos cognitivos, en general, no tienen nada que objetar a la idea de que la conducta est4 dirigida, incluso dirigida a metas. Si la direccionalidad esta gobernada por los resultados de computar la utilidad de resultados alterna- tivos, ésta resulta perfectamente admisible y, de hecho, constituye incluso la pieza maestra de la «teorfa de la eleccién racional». Pero la ciencia cog- nitiva, en su nueva modalidad, a pesar de la hospitalidad que exhibe hacia la conducta dirigida a metas, se muestra atin cautelosa respecto al concep- to de agentividad. Porque la «agentividad» supone la conducta de la accién bajo el dominio de estados intencionales. De manera que, actual- mente, la accién basada en creencias, deseos 0 compromisos morales —a menos que sea puramente estipulativa en el sentido de Dennett— es consi- derada por los cientificos cognitivos bienpensantes como algo que hay que evitar a toda costa. Es algo asf como el libre albedrfo para los determinis- tas.!5 No faltaron arrojados guerrilleros que se rebelaron contra el nuevo antiintencionalismo, como los filésofos John Searle y Charles Taylor, 0 el psicélogo Kenneth Gergen, o el antrop6logo Clifford Geertz, pero sus pun- tos de vista fueron marginados por el grupo mayoritario de cientificos ads- critos al computacionalismo.!® Me doy perfecta cuenta de que posiblemente estoy dando una imagen exagerada de lo que sucedié con la revolucién cognitiva cuando se vio subordinada al ideal de la computabilidad en el edificio de la ciencia cog- nitiva. He notado que, cuando un cientffico cognitivo ortodoxo utiliza la expresién «Inteligencia Artificial» (aunque sea sélo una vez), casi siempre afiade en maydsculas las iniciales IA entre paréntesis: «(IA)». Me parece que este acto de abreviacién puede indicar dos cosas. La forma abreviada podrfa ser la reduccién que prescribe ya ley de Zipf, segtin la cual el tama- fio de una palabra o una expresi6n es inversamente proporcional a su fre- cuencia —como en el caso de «televisién» que acaba por abreviarse en «TV»—, lo cual indicarfa que la abreviatura «(IA)» es una forma de cele- brar una ubicuidad y difusién de mercado similares en ambos productos. Lo que proclaman con orgullo las iniciales IA es que son aplicables a todos los artefactos mentaloides, incluso a la mente misma, si considera- mos que esta no es més que otro artefacto, un artefacto que responde a las leyes de la computacién. Pero, por otra parte, la abreviatura puede ser un signo de vergitenza: ya sea porque hay un aura de obscenidad en el hecho de artificializar algo tan natural como Ja inteligencia (en Irlanda, dicho sea de paso, IA es la pudorosa abreviatura de Inseminacién Artificial), 0 por- que IA es una forma de abreviar una expresién que, en versi6n integra, podrfa parecer un oxfmoron (la viveza de la inteligencia unida a la langui- dez de la artificialidad). El orgullo de la ley de Zipf y la vergtienza del ocultamiento son, ambos, merecidos. No cabe ninguna duda de que la ciencia cognitiva ha contribuido a nuestra comprensién de cémo se hace circular la informaci6n y cémo se procesa. Como tampoco le puede caber duda alguna a nadie que se lo piense detenidamente de que en su mayor parte ha dejado sin explicar precisamente los problemas fundamentales que inspiraron originalmente la revolucién cognitiva, e incluso ha llegado a oscurecerlos un poco. Por eso, vamos a volver a la cuestién de cé6mo puede construirse una ciencia de lo mental en torno al concepto de signifi- cado y los procesos mediante los cuales se crean y se negocian los signifi- cados dentro de una comunidad Il Comencemos por el concepto mismo de cultura, especialmente su papel constitutivo. Lo que era obvio desde el primer momento era quiz4 demasiado obvio para ser apreciado en su totalidad, al menos por nosotros, los psic6logos, que tenemos el habito y la tradicién de pensar desde puntos de vista mas bien individualistas. Los sistemas simbélicos que los indivi- duos utilizaban al construir el significado eran sistemas que estaban ya en su sitio, que estaban ya «allf», profundamente arraigados en el lenguaje y la cultura. Constitufan un tipo muy especial de juego de herramientas comunal, cuyos utensilios, una vez utilizados, hacfan del usuario un reflejo de la comunidad. Los psic6logos nos concentrébamos en estudiar cémo «adquirfan» los individuos estos sistemas, cémo los hacfan suyos, mAs 0 menos igual que podrfamos preguntarnos cémo adquirfan los organismos en general sus adaptaciones especializadas al entorno natural. Incluso nos sentfamos interesados (una vez ms, de forma individualista) por la dispo- sici6n innata y especifica del hombre para el lenguaje. Pero con pocas excepciones, entre las que hay que destacar a Vygotsky, no prestamos 28 Actos de significado atenci6n al impacto que la utilizacién del lenguaje tenfa sobre la naturale- za del hombre como especie.!7 Tardamos mucho en darnos cuenta plenamente de lo que la aparicién de la cultura significaba para la adaptacién y el funcionamiento del ser humano. No se trataba slo del aumento de tamaiio y potencia de nuestro cerebro, ni de la bipedestaci6n y la liberacién de las manos. Estos no eran més que pasos morfolégicos de la evolucién que no habrian tenido dema- siada importancia si no fuera por la aparicién simultdnea de sistemas sim- b6licos compartidos, de formas tradicionales de vivir y trabajar juntos; en una palabra, de !a cultura humana. El Rubicén de Ja evolucion humana se cruzé cuando la cultura se convirtié en el factor principal a la hora de con- formar las mentes de quienes vivfan bajo su férula. Como producto de la historia m4s que de la naturaleza, Ja cultura se habfa convertido en el mun- do al que tenfamos que adaptarnos y en el juego de herramientas que nos permitfa hacerlo. Una vez cruzada Ja Ifnea divisoria, ya no podfa hablarse de una mente «natural» que se limitaba a adquirir el lenguaje como un accesorio. Ni podfa hablarse de la cultura como afinadora o moduladora de las necesidades biolégicas. Como dice Clifford Geertz, sin el papel consti- tutivo de la cultura somos «monstruosidades imposibles... animales incom- pletos, sin terminar, que nos completamos o terminamos a través de la cul- tura»,'8 Estas conclusiones son actualmente banales en la antropologfa, pero no en la psicologfa. Hay tres buenas razones para mencionarlas ahora, al prin- cipio mismo de nuestra exposicién. La primera es una cuestién metodol6- gica de hondo calado: el argumento constitutivo. La participacién del hombre en la cultura y la realizaci6n de sus potencialidades mentales a través de la cultura hacen que sea imposible construir la psicologfa huma- na bas4ndonos sélo en el individuo. Como mi colega de hace tantos afios, Clyde Kluckhohn, decfa con insistencia, los seres humanos no terminan en su propia piel; son expresi6n de la cultura. Considerar el mundo como un flujo indiferente de informacién que es procesada por individuos, cada uno actuando a su manera, supone perder de vista c6mo se forman los indivi- duos y cémo funcionan. O, por citar de nuevo a Geertz, «no existe una naturaleza humana independiente de la cultura».!? La segunda raz6n es consecuencia de lo que acabamos de decir, y no menos convincente. Dado que la psicologfa se encuentra tan inmersa en la cultura, debe estar organizada en torno a esos procesos de construc- ci6n y utilizaci6n del significado que conectan al hombre con la cultura. El estudio apropiado del hombre 29 Esto no nos conduce a un mayor grado de subjetividad en la psicologfa; es exactamente todo lo contrario, En virtud de nuestra participaci6n en la cultura, el significado se hace puiblico y compartido. Nuestra forma de vida, adaptada culturalmente, depende de significados y conceptos com- partidos, y depende también de formas de discurso compartidas que sir- ven para negociar las diferencias de significado e interpretaci6n. Como intentaré describir en el capftulo tercero, el nifio no entra en la vida de su grupo mediante la ejercitacién privada y autista de procesos primarios, sino como patticipante en un proceso piiblico ms amplio en el que se negocian significados ptiblicos. Y, en este proceso, los significados no le sirven de nada a menos que consiga compartirlos con los demds. Incluso fendmenos aparentemente tan privados como los «secretos» (que tam- bién son en sf mismos una categorfa culturalmente definida), una vez revelados, resultan ser ptiblicamente interpretables ¢ incluso banales; exactamente igual de estructurados que cuestiones admitidas abiertamen- te. Existen incluso procedimientos normalizados para «presentar excu- sas» por nuestra excepcionalidad, cuando los significados que pretenden nuestros actos resultan oscuros, formas tipicas de hacer piiblico el signi- ficado relegitimando de esta forma lo que pretendemos.”° Por ambiguo o polisémico que sea nuestro discurso, seguimos siendo capaces de llevar nuestros significados al dominio piiblico y negociarlos en él. Es decir, vivimos piblicamente mediante significados publicos y mediante proce- dimientos de interpretaci6n y negociacién compartidos. La interpreta- cién, por «densa» que Ilegue a ser, debe ser ptiblicamente accesible, 0 la cultura caer4 en la desorganizacién y sus miembros individuales con ella. La tercera razén por la que la cultura ha de ser un concepto fundamen- tal de la psicologia radica en el poder de lo que voy a denominar Folk psy- chology («psicologfa popular.) La psicologfa popular, a la que esta dedi- cada el segundo capitulo de este libro, es la explicacién que da la cultura de qué es lo que hace que los seres humanos funcionen. Consta de una teo- rfa de 1a mente, la propia y la de los demas, una teorfa de 1a motivacién, y todo lo demés. Deberfa llamarla «etnopsicologfa» por el paralelismo ter- minoldgico con expresiones como «etnoboténica», «etnofarmacologfa» y jinas ind{genas que terminan por ser desplazadas por el conocimiento cient(fico. Pero la psicologfa popular, aunque cambie, nunca se ve sustituida por paradigmas cient{ficos. Y ello se debe a que la psicolo- gia popular se ocupa de la naturaleza, causas y consecuencias de aquellos 9U_Actos ge signmcaue estados intencionales —creencias, deseos, intenciones, compromisos— despreciados por el grueso de Ia psicologia cientifica en su esfuerzo por explicar la accién del hombre desde un punto de vista que esté fuera de la subjetividad humana, lo que Thomas Nagel denominaba, en feliz expre- sidn, «el punto de vista de ninguna parte».2! De manera que la psicologfa popular sigue dominando las transacciones de Ia vida cotidiana, Y aunque experimente cambios, se resiste a ser domesticada y pasar al Ambito de la objetividad. Porque se encuentra enraizada en un lenguaje y una estructura conceptual compartida que estén impregnados de estados conceptuales: de creeencias, deseos y compromisos. Y, como es reflejo de la cultura, parti- cipa tanto en la manera que la cultura tiene de valorar las cosas como en su manera de conocerlas. De hecho, tiene que hacerlo asf, porque las insti- tuciones culturales orientadas normativamente —las leyes, las institucio- nes educativas, las estructuras familiares— sirven para inculcar la psicolo- gia popular. Ciertamente, la psicologfa popular, a su vez, sirve para justificar esa inculcacién. Pero esta es una historia de la que nos ocupare- mos més adelante. La psicologfa popular no es inmutable, Varfa al tiempo que cambian las respuestas que la cultura da al mundo y a las personas que se encuen- tran en él, Merece la pena plantearse la pregunta de cémo los puntos de vista de héroes intelectuales como Darwin, Marx y Freud se van transfor- mando gradualmente y terminan por ser absorbidos por la psicologfa popular, y digo esto para dejar claro que (como veremos en el tltimo capf- tulo) 1a psicologfa cultural resulta a menudo indistinguible de la historia cultural. La furia antimentalista contra Ia psicologia popular sencillamente yerra el blanco. La idea de desprendernos de ella, como quien suelta las- tre, en aras de liberarnos de los estados mentales en nuestras explicaciones cotidianas de la conducta humana equivale a tirar a la basura los fen6éme- nos mismos que la psicologia necesita explicar. Nos experimentamos a nosotros mismos y a los demas mediante categorfas de la psicologfa popu- lar, Es a través de la psicologfa popular como la gente se anticipa y juzga mutuamente, extrae conclusiones sobre si su vida merece o no la pena, etc. etc. Su poder sobre el funcionamiento mental del hombre y la vida humana radica en que proporciona el medio mismo mediante el cual la cultura conforma a los seres humanos de acuerdo con sus requerimientos. Al fin y al cabo, la psicologfa cientffica forma parte de ese mismo proceso cultural, y su postura hacia la psicologfa popular tiene consecuencias para | | la cultura en que existe, cuesti6n esta de la que vamos a ocuparnos a con- tinuacién. Il Pero estoy yendo demasiado lejos y demasiado rapido, y estoy pasan- do atropelladamente sobre los reparos que suelen hacer que los cientfficos de la conducta eludan una psicologfa centrada en el significado, orientada culturalmente. Sospecho que se trata de los mismos reparos que facilitaron el que la Revolucién Cognitiva eludiese algunas de sus metas originales. Estos reparos se refieren fundamentalmente a dos cuestiones, que son, ambas, «cuestiones fundamentalés» de la psicologfa cientffica. El primero tiene que ver con la restriccién y depuracién de los estados subjetivos, no tanto como datos de la psicologfa, ya que el operacionalismo nos permite aceptarlos, por ejemplo, como «respuestas discriminativas», sino como conceptos explicativos. Y, ciertamente, lo que acabo de decir acerca del papel mediador del significado y de Ia cultura y su encarnaci6n en la psi- cologia popular parece cometer el «pecado» de elevar la subjetividad a un status explicativo. Los psicélogos nacimos en el positivismo y no nos gus- tan las nociones relativas a estados intencionales, tales como la creencia, el deseo o las intenciones, como explicaciones. El otro reparo se refiere al relativismo y el papel de los universales. Una psicologfa basada en la cul- {ura suena como si inevitablemente tuviera que atascarse en el cenagal del relativismo precisando una teorfa psicolégica distinta para cada cultura que ¢studiemos. Voy a ocuparme de cada uno de estos dos reparos por tuo. En mi opinién, buena parte de Ia desconfianza que provoca el subjeti- vismo de nuestros conceptos explicativos tiene que ver con la supuesta discrepancia que existe entre lo que las personas dicen y lo que hacen de verdad. Una psicologfa sensible a la cultura (especialmente si otorga un papel fundamental a la psicologfa popular como factor mediador) est4 y debe estar basada no sélo en lo que hace la gente, sino también en lo que dicen que hacen, y en lo que dicen que los llev6 a hacer lo que hicieron. También se ocupa de lo que la gente dice que han hecho los otros y por qué. Y, por encima de todo, se ocupa de cémo dice la gente que es su mun- do. Desde el rechazo de la introspecci6n como método fundamental de la psicologfa, hemos aprendido a considerar que esos «relatos verbales» no son de fiar; incluso que, de alguna extrafia manera filos6fica, no son ver- 32 Actos de significado dad. Nuestra preocupacién por los criterios verificacionistas del.significa- do, como ha sejialado Richard Rorty, nos ha convertido en devotos de la prediccién como criterio de la «buena» ciencia, incluida la «buena psico- logfa».22 Por consiguiente, juzgamos lo que la gente dice sobre sf misma y sobre su mundo, o sobre los demas y sus mundos respectivos, en funcién casi exclusivamente de si predice o proporciona una explicacién verifica- ble de lo que hace, ha hecho o hard. Si no es asf, entonces, con ferocidad filosdfica chumeana», tratamos lo que se ha dicho como «nada ms que error e ilusin.» O quizd lo consideramos como un mero «s{ntoma» que, adecuadamente interpretado, nos llevar4 a la verdadera «causa» de la con- ducta cuya prediccién era nuestro legftimo objetivo. Incluso Freud, con su devoci6n ocasional a la idea de «realidad psfqui- ca», alimenté esta actitud mental, ya que, como tan agudamente dice Paul Ricoeur, Freud se adherfa a veces a un modelo fisicalista del siglo XIX que fruncfa el cefio ante explicaciones que diesen cabida a estados inten- cionales.?3 Por consiguiente, forma parte de nuestra herencia de modernos hombres y mujeres postfreudianos el oponer una mueca de desdén a lo que dice \a gente. Eso no es ids que contenido manifiesto. Las causas reales puede que ni siquiera sean accesibles a nuestra conciencia corriente. Lo sabemos todo sobre la defensa del yo y la racionalizacién, Y, en cuanto a nuestro Yo, sabemos que es un sfntoma de compromiso que cuaja a partir de la interaccién entre la inhibicién y Ja ansiedad, una formaci6én que, para ser conocida, ha de ser excavada arqueolégicamente con las herramientas del psicoandli O, en términos ms contempordneos, como muestran Lee Ross y Richard Nisbett en sus minuciosos estudios, es obvio que la gente no es capaz de describir correctamente ni la base de sus elecciones ni los sesgos que afectan a la distribucién de esas elecciones.*4 Y si fuesen necesarias pruebas atin mds contundentes de esta generalizacién, podrfan encontrarse en el trabajo de Amos Tversky y Daniel Kahneman que, por cierto, citan como antecedente de su trabajo un conocido libro de Bruner, Goodnow y Austin. : La acusacién de que «lo que la gente dice no es necesariamente lo que hace» lleva consigo una curiosa implicacién. Esta es que lo que la gente hace es més importante, més «real», que lo que dice, 0 que esto ultimo s6lo es importante por lo que pueda revelamnos sobre lo primero, Es como si el psicélogo quisiera lavarse totalmente las manos respecto a los estados mentales y su organizaci6n, como si afirm4semos que, al fin y al cabo, i { i i | i El estudio apropiado del hombre 33 «decir es algo que versa sdlo sobre lo que uno piensa, siente, cree 0 expe- rimenta. Es curioso que haya tan pocos estudios que vayan en Ia direcci6n opuesta: ver cémo lo que uno hace revela lo que piensa, siente 0 cree. Todo ello a pesar del hecho de que nuestra psicologfa popular es tan atrac- tivamente rica en categorfas tales como «hipocresfa», «insinceridad», y otras por el estilo. Esta acentuacién sesgada de la psicologfa cientffica ciertamente no deja de ser curiosa a la luz de nuestras formas cotidianas de enfrentarnos a la relaci6n entre decir y hacer. Para empezar, cuando alguien actiia de una manera ofensiva, lo primero que hacemos para enfrentarnos a esta situa- ci6n es averiguar si lo que parece que ha hecho es lo que pretendfa hacer realmente; es decir, intentamos enterarnos de si su estado mental (tal y como se pone de manifiesto por lo que nos dice) est o no de acuerdo con sus obras (tal y como se ponen de manifiesto en lo que ha hecho). Y si la persona nos dice que lo ha hecho sin querer, la exoneramos de culpa. En cambio, si el acto ofensivo fue a propdsito, podemos intentar «razonar con ella», es decir, «hablarle para que deje de comportarse de esa manera». O quiz4 esa persona puede intentar persuadirnos de que no hay raz6n para que nos disgustemos por su accién «present4ndonos excusas», que es una forma verbal de explicar que su conducta estd exenta de culpa y, por consi- guiente, de legitimarla, Cuando una persona insiste en mostrarse ofensiva hacia un ndmero suficientemente grande de gente, puede que alguien intente incluso convencerla para que vaya a un psiquiatra, que, mediante una terapia oral, intentaré enderezar su conducta. No cabe duda de que el significado que los participantes en una inte- raccién cotidiana atribuyen a la mayor parte de los actos depende de lo que se dicen mutuamente antes, durante o después de actuar; o de lo que son capaces de presuponer acerca de lo que el otro habria dicho en un contexto determinado. Todo esto es obvio, no sdlo en el nivel del diélogo informal sino también en el nivel de un didlogo formal privilegiado como, por ejemplo, los dilogos codificados del sistema legal. Las leyes contrac- tuales versan enteramente sobre la relacién entre lo que se hace y lo que se dijo. Lo mismo sucede, en un nivel menos formal, con las conductas de matrimonio, parentesco, amistad y compafierismo. El fenémeno se da en las dos direcciones. El significado de la palabra se encuentra poderosamente determinado por el tren de accién en que ocu- rre («jsonrfa al hablar!»), exactamente igual que el significado de la accién s6lo puede interpretarse en funci6n de lo que los actores dicen que preten- 24 Actos de significado den (decir «lo siento» al empujar accidentalmente a alguien). Al fin y al cabo, se acaba de cumplir un cuarto de siglo desde la publicacién de la teorfa de los actos de habla de John Austin.” La tinica respuesta posible a aquellos que quieren concentrarse en si lo que Ja gente dice sirve o no para preilecir lo que va a hacer es que separar ambas cosas de esa manera es hacer mala filosoffa, mata antropologia, mala psicologia y un derecho qui- mérico. Decir y hacer constituyen una unidad funcionalmente inseparable en una psicologfa orientada culturalmente. Cuando, en el siguiente capitu- lo, entremos a discutir algunas de las «mAximas operativas» de la psicolo- gfa popular, esta reflexién resultard crucial. La psicologfa orientada culturalmente ni desprecia lo que Ia gente dice sobre sus estados mentales, ni trata lo que dicen sdlo como si fueran indi- cios predictivos de su conducta visible. El supuesto fundamental de este tipo de psicologfa es, ms bien, que la relacién entre lo que se hace y lo que se dice es, en el proceder normal de la vida, interpretable. Esta psico- logfa adopta Ja postura de que existe una congruencia publicamente inter- pretable entre decir, hacer y las circunstancias en que ocurren lo que se dice y lo que se hace. Es decir, existen relaciones candnicas establecidas por mutuo acuerdo entre el significado de lo que decimos y lo que hace- mos en determinadas circunstancias, y esas relaciones gobiernan cémo conducimos nuestras vidas unos con otros. Existen, ademds, procedimien- tos de negociacién para desandar el camino cuando esas relaciones cané- nicas son violadas. Esto es lo que hace que Ia interpretacién y el significa- do sean fundamentales en Ia psicologfa cultural, o en cualquier psicologia ociencia de lo mental, si a eso vamos. La psicologfa cultural, casi por definicién, no se puede preocupar de la «conducta» sino de la «accidn», que es su equivalente intencional; y, més concretamente, se preocupa de la accién situada (situada en un escenario cultural y en Jos estados intencionales mutuamente interactuantes de los: participantes). Lo que no significa que la psicologfa cultural tenga que prescindir definitivamente de los experimentos de laboratorio o de Ia biis- queda de los universales humanos, cuestién de la que nos vamos a ocupar a continuacién. El estudio apropiado del hombre 35 Iv He propugnado que la psicologfa deje de intentar «liberarse del signifi- cado» en su sistema de explicacién. Las personas y las culturas que son su objeto de estudio estén gobernadas por significados y valores compartidos. La gente consagra su vida a su biisqueda y realizacién, muere por ellos. Se ha dicho que la psicologfa debe «liberarse de la cultura» si aspira a descu- brir algtin dfa un conjunto de universales humanos trascendentales, aun cuando esos universales estén acotados por precisiones relativas a varia- ciones «transculturales».2? Voy a sugerir una manera de concebir los uni- versales humanos que es coherente con la psicologfa cultural y que, sin embargo, elude tanto Jas indeterminaciones del relativismo como las tri- vialidades de la psicologfa transcultural. La psicologfa cultural no puede reducirse a una psicologfa transcultural que proporcione unos cuantos pardmetros que permitan explicar la aparicién de variaciones locales en las leyes universales de la conducta. Ni, como vamos a ver ahora mismo, nos condena a la elasticidad acomodaticia del relativismo. La solucién del problema de los universales radica en denunciar una falacia, ampliamente difundida y bastante anticuada, heredada del siglo XIX por las ciencias humanas, que hace referencia a la relaci6n entre bio- logfa y cultura, De acuerdo con esta idea, la cultura vendrfa a ser una espe- cie de «capa superpuesta» sobre la naturaleza humana, que estarfa deter- minada biolégicamente, Se daba por supuesto que las causas de la conducta humana radicaban en ese sustrato biolégico. En cambio, lo que yo me propongo sostener es que las verdaderas causas de la accién huma- na son la cultura y la busqueda del significado dentro de la cultura. El sus- trato biolégico, los denominados «universales de la naturaleza humana», no es una causa de Ia accién sino, como mucho, una restriccidn 0 una con- dicién de ella. De la misma manera que el motor no es la «causa» por la que vamos en coche al supermercado para hacer la compra del fin de semana, nuestro sistema reproductor biolégico no es la «causa» que, casi infaliblemente, hace que nos casemos con alguien de nuestra propia clase social, nuestro mismo grupo étnico, etc. Admitiendo, por supuesto, que sin el motor no podrfamos desplazarnos en coche hasta el supermercado y que, quiz4, tampoco habria matrimonios en ausencia de un sistema repro- ductor. Pero la palabra «restricci6n» es una manera demasiado negativa de abordar la cuestién. Las limitaciones de origen biol6gico que operan 38 Actos de significado sobre el funcionamiento humano son también retos a la invenci6n cultu- ral. Las herramientas de cualquier cultura pueden describirse como un conjunto de prétesis mediante las cuales los seres humanos pueden supe- rar, e incluso redefinir,-los «lfmites naturales» del funcionamiento huma- no. Las herramientas humanas son precisamente de este género, tanto las tangibles como las inmateriales. Por ejemplo, existe una limitacién biolé- gica que afecta a la memoria inmediata, el famoso «ntimero siete mas 0 menos dos» de George Miller.?8 Pero los seres humanos hemos construi- do dispositivos simbélicos para superar esta limitacién: sistemas de codi- ficaci6n como los némeros octales, procedimientos mnemotécnicos 0 tru- cos lingilfsticos. Recuérdese que la idea mas importante que defend{a Miller en aquel artfculo que marcé un hito era que, reconvirtiendo la informacién mediante esos sistemas de codificacién, como seres huma- nos dotados de cultura, estébamos capacitados para enfrentarnos a siete «porciones» variables [chunks] de informaci6n en lugar de a siete «unida- des» mfnimas [bits]. Nuestro conocimiento, por consiguiente, se convier- te en conocimiento aculturado, que no puede definirse como no sea mediante un sistema de notacién basado culturalmente. Mientras tanto, hemos conseguido soltar las amarras originales establecidas por la deno- minada biologfa de la memoria. La biologfa pone I{mites, pero no por siempre jamfs. O fijémonos en los denominados «motivos humanos naturales», Seria del género tonto negar que a la gente le entra hambre o se excita sexual- mente, o que hay un sustrato biolégico sobre el que se asientan esos esta- dos. Pero el compromiso de los judfos devotos de ayunar durante el Yom Kippur, o el de los musulmanes creyentes de respetar el Ramadan, escapa totalmente a cualquier disertaci6n sobre la fisiologfa del hambre. Y el tab del incesto posee un poder y una capacidad prescriptiva que no se encuen- tran en las gonadotropinas. Ni el compromiso cultural de consumir ciertas comidas 0 comer en determinadas ocasiones puede reducirse a un proceso de «conversién» de impulsos biolégicos en preferencias psicolégicas. Nuestros deseos y las acciones que realizamos en su nombre estén media- dos por medios simbélicos. Como dice Charles Taylor en su diltimo y espléndido libro, Sources of the Self, un compromiso no es simplemente una preferencia, Es una creencia, una «ontologfa», como dice él, de acuer- do con la cual un determinado modo de vida merece nuestro apoyo, aun cuando nos resulte dificil vivir de acuerdo con él. Nuestras vidas, como veremos en el Capitulo 4, se entregan a encontrar la mayor realizaci6n El estudio apropiado del hombre 37 posible dentro de esas formas de vida, llegando a sufrir por ello si es nece- sario, Obviamente, también hay limitaciones que afectan al compromiso con una forma de vida que son més biolégicas que culturales. El agotamiento fisico, el hambre, la enfermedad y el dolor pueden quebrar nuestras cone- xiones 0 truncar su crecimiento, Elaine Scarry sefiala en su emocionante libro The body in pain que el poder del dolor (como en los casos de tortu- ra) reside en que destruye nuestra conexié6n con el mundo personal y cultu- ral, borrando el contexto significative que da sentido a nuestras esperanzas y anhelos.”9 El dolor reduce la conciencia humana hasta el punto de que, como bien saben Jos torturadores, el hombre se convierte pricticamente en una bestia. Y aun asf, el dolor no siempre triunfa, tan poderosos son los vinculos que nos unen a esos significados que dan sentido a la vida. La espantosa bestializacién del holocausto con sus campos de la muerte esta- ba planificada para deshumanizar tanto como para matar, y eso fue lo que la convirtié en el momento més tenebroso de la historia humana. Los hom- bres se habfan matado antes, aunque nunca a esa escala y con tal nivel de burocratizacién. Pero nunca se habfa producido un esfuerzo concertado comparable con el fin de deshumanizar mediante el sufrimiento, el dolor y la humillacién intolerable. Bs un mérito que hay que atribuir a Wilhelm Dilthey y su Geisteswis- senschaft, su ciencia de! hombre basada en la cultura, el que reconociese el poder de la cultura para formar y guiar a una especie nueva, en perpetuo cambio.3? Yo deseo alinearme con sus aspiraciones. Lo que quiero demos- trar en este libro es que son la cultura y la busqueda del significado las que constituyen la mano moldeadora, en tanto que la biologfa es la que impone limitaciones, pero que, como hemos visto, la cultura tiene incluso el poder de ablandar esas limitaciones. Pero, para que esto no parezca el prefacio a una nueva forma de opti- mismo sobre el género humano y su futuro, me voy a permitir decir algo més antes de pasar a ocuparme, como he prometido, de la cuestién del relativismo. A pesar de toda la creatividad de su inventiva, la cultura humana no es necesariamente benigna ni se caracteriza por su extrema maleabilidad en respuesta a los problemas. Todavia es costumbre, a la manera de Jas antiguas tradiciones, echar la culpa de los fracasos de la cul- tura humana a la «naturaleza humana», ya sea en forma de instintos, de pecado original o de cualquier otra cosa. Hasta Freud, a pesar de su pene- trante olfato para la insensatez humana, cayé a menudo en esta trampa, sobre todo en su doctrina del instinto. Pero no cabe la menor duda de que se trata de una forma conveniente y autocompasiva de disculparse. ,Pode- mos realmente invocar nuestra herencia biolégica para justificar, ponga- mos por caso, la agresiva burocratizacién de la vida que se produce en nuestros dfas, con la consiguiente erosién de nuestro sentido de la identi- dad y la compasi6n? Invocar a diablos biolégicos o a «Pedro Botero» es eludir nuestra responsabilidad por algo que hemos creado nosotros mis- mos. A pesar de nuestro poder para construir culturas simb6licas y estable- cer las fuerzas institucionales necesarias para su ejecucién, no parece que seamos muy expertos en enderezar el rumbo de nuestras creaciones hacia las metas que manifestamos desear. Harfamos mejor en cuestionar nuestra capacidad de construcci6n y reconstruccién de formas comunales de vida que invocar las deficiencias del genoma humano. Lo cual no quiere decir que las formas comunales de vida sean faciles de cambiar, aun en ausencia de limitaciones biolégicas; se trata sélo de dirigir nuestra atencién al lugar adecuado, no sobre nuestras limitaciones biolégicas sino sobre nuestra inventiva cultural. v Y esto nos lleva inevitablemente al problema del relativismo. ,Porque qué queremos decir cuando afirmamos que no estamos demasiado «capa- citados» 0 no somos demasiado «ingeniosos» en la construccién de nues- ros mundos sociales? ,Quién hace ese juicio y de acuerdo con qué nor- mas? Si la cultura da forma a la mente, y si las mentes hacen esos juicios de valor, 4no nos vemos abocados a quedar encerrados en un relativismo sin escapatoria posible? Serfa mejor que examindsemos lo que esto puede significar. Lo que debe preocuparnos en primer lugar es el lado epistemo- légico del relativismo mas que el evaluativo. Lo que conocemos es «absoluto» o es siempre relativo a alguna perspectiva, a algtin punto de vista? gExiste una «realidad aborigen» 0, como decfa Nelson Goodman, la realidad es una construccién?3! La mayorfa de los intelectuales optarfa hoy en dfa por alguna postura medianamente perspectivista. Pero muy pocos estén en condiciones de abandonar completamente Ia nocién de que existe una realidad aborigen singular. Carol Feldman ha legado a sugerir un posible universal humano cuya tesis principal es que dotamos a las con- clusiones de nuestros cdlculos cognitivos de un estatus ontolégico espe- cial, externo a nosotros mismos.>2 Nuestros pensamientos estan, como si dijéramos, «aqu{ dentro». Nuestras conclusiones estan «alld afuera». Carol Feldman denomina a este error tan humano «dumping’ 6ntico», y nunca le ha costado demasiado trabajo encontrar ejemplos de este universal. Sin embargo, en la mayor parte de las interacciones humanas, la «realidad» es el resultado de prolongados ¢ intrincados procesos de construccién y nego- ciacién profundamente implantados en la cultura, Son las consecuencias de practicar este constructivismo y de recono- cer que lo hacemos tan espantosas como se las hace aparecer? ,De verdad nos Ileva esta practica a un relativismo del tipo «todo vale»? La tesis basi- ca del constructivismo es simplemente que el conocimiento es «correcto» © «incorrecto» dependiendo de la perspectiva que hayamos decidido tomar, Los aciertos y los errores de este tipo —con independencia de lo bien que podamos verificarlos— no equivalen a verdades o falsedades absolutas. Lo mejor a que podemios aspirar es a ser conscientes de nuestra propia perspectiva y de las de los demas cuando decimos que algo es «correcto» 0 «incorrecto». Expresado de esta manera, el constructivismo. no parece algo tan exético. Es lo que los especialistas en derecho Haman «el aspecto interpretativo» o, como dijo uno de ellos, una huida del «signi- ficado autoritarion. Segtn Richard Rorty, en su exploracién de las consecuencias del pragmatismo, el interpretativismo forma parte de un movimiento profun- do y lento cuyo objetivo es desposeer a la filosoffa de su status «funda- cional».33 Seguin él, el pragmatismo —y el punto de vista que he presen- tado cae dentro de esta categorfa— no es «mas que antiesencialismo aplicado a nociones como ‘verdad’, ‘conocimiento’, ‘lenguaje’, ‘morali- dad’ y otros objetos semejantes de la teorizacién filoséfica». Como ejem- plo de esta idea, Rorty cita una definicién de William James, de acuerdo con la cual «verdadero» es «lo que es bueno en materia de creencias». A favor de James, Rorty afiade que «lo que quiere decir es que no sirve de nada que nos digan que la verdad es ‘correspondencia con la realidad’... Ciertamente, uno puede emparejar fragmentos de lo que cree que es el mundo de tal manera que las oraciones en las que uno cree tengan estruc- * Carol Feldman recurre a un término mercantil, dumping, que se utiliza para referirse a la préctica comercial de inundar e! mercado, principalmente en un pats extranjero, con produc- tos vendidos a bajo precio, con el fin tanto de ganar un mercado nuevo como de mantener los precios en el propio. [N, del T.] 40 _Actos de significado turas internas isomérficas con las relaciones entre las cosas del mundo». Pero tan pronto como vamos més all4 de oraciones tan sencillas como «el gato est4 en la alfombra» y empezamos a enfrentarnos a universales, hipétesis o teorfas, esos emparejamientos resultan «confusos y ad hoc». Esos ejercicios de emparejamiento son de muy poca ayuda a la hora de determinar «si nuestra idea actual del mundo es, mds o menos, la que deberfamos tener, y por qué». Llevar estos ejercicios a un extremo supo- ne, como bien advierie Rorty, «querer que la verdad tenga una esencia», estar en lo cierto en algtin sentido absoluto. Pero decir algo ttil acerca de la verdad, afiade, es «explorar la préctica en lugar de Ia teorfa... la acci6n en lugar de la contemplacién». Afirmaciones abstractas como «La Histo- ria es la crénica de la lucha de clases» no han de juzgarse limitandonos a formular preguntas como «;Capta esa frase adecuadamente la cuestién?». Serfa mejor formular cuestiones pragmdticas, perspectivistas: «,Qué supondrfa creer esa frase?» 0 «,A qué me estarfa comprometiendo si la creyese?». Y esta actitud est4 muy alejada del tipo de esencialismo kan- tiano que busca principios que establezcan la esencia definidora del «conocimiento» 0 la «tepresentacién» o la «racionalidad».34 Me voy a permitir ilustrar estas ideas con un pequefio estudio de caso. Queremos saber més sobre la valfa intelectual. Y decidimos, sin pensarlo dos veces, utilizar el rendimiento escolar para evaluar esta capacidad y predecir «su» desarrollo. Al fin y al cabo, en lo que a la valfa intelectual se refiere, el rendimiento escolar es de importancia capital. Entonces, des- de Ja perspectiva que hemos elegido, resulta que en Norteamérica los negros tienen menos «valfa» que los blancos, que, a su vez, tienen un poco menos que los asidticos. «;Qué tipo de resultado es ese?», preguntarfa un erftico de orientacién pragmética. Si en la discusi6n subsiguiente prevale- ciese la buena voluntad, se producirfa un proceso de lo que s6lo podemos lamar destruccién y reconstruccién sucesivas. {Qué significa el rendi- miento escolar y cémo se relaciona con otras formas de rendimiento? Y, en cuanto a la valfa intelectual, qué significa «ese» concepto? {Es singu- lar o plural? ;Y no podrfa su misma definicién depender de algiin proceso sutil mediante el cual una cultura seleccione determinados rasgos para honrarlos, recompensarlos y cultivarlos, como ha propuesto Howard Gardner?35 O, desde un punto de vista polftico, 4no se habré amajiado el rendimiento escolar mediante una seleccién del currfculum encaminada a legitimar la descendencia de los que «tienen» y marginar a los que «no tie- nen»? Muy pronto, la cuestién de qué es la «valfa intelectual» se ver sus- El estudio apropiado del hombre 41 tituida por cuestiones relativas a cémo deseamos usar el concepto a la luz de distintas circunstancias: polfticas, sociales, econémicas e incluso cient{- ficas. Esta es una discusién t{picamente constructivista y un método t{pica- mente pragmAtico de resolverla. ,Es esto relativismo? Se trata de esa temida forma de relativismo segitin la cual una creencia es tan buena como cualquier otra? Hay realmente alguien que sostenga un punto de vista asf, 0 el relativismo es més bien algo que invocan los fildsofos esencialistas para apuntalar su fe en la «verdad lisa y Mana» (ese compatiero de juegos imaginario que tiene perpetuamente asignado el papel de aguafiestas en el juego de la raz6n pura)? Creo que Rorty tiene raz6n al decir que el relati- vismo no es el obst4culo al que se enfrentan el constructivismo y el prag- matismo. Es indudable que formular las preguntas del pragmatista — icémo afecta este punto de vista a mi punto de vista sobre el mundo o a mis compromisos con é1?— no puede Ilevar a la postura del «todo vale». A lo que puede Ilevar es a un desembalaje de presuposiciones, tanto mejor para explorar nuestros propios compromisos. En su hondo y reflexivo libro The Predicament of Culture, James Clifford sefiala que las culturas, si alguna vez fueron homogéneas, han dejado de serlo, y que el estudio de la antropologfa se ha convertido for- Zosamente en un instrumento para manejar la diversidad.>® Podtfa inclu- so suceder que los argumentos basados en esencias y «realidades aborf- genes», al cubrir la tradicién con el manto de la «realidad», sean medios de crear estancamiento y alienacién cultural. Pero qué puede decirse de la acusacién de que el constructivismo debilita 0 socava los compromi- sos? Si el conocimiento depende de la perspectiva, gqué pasa con la cues- tidn del valor, con la eleccidn de perspectiva que uno hace? ,No es mds que una cuestién de preferencia? {Son los valores tinicamente preferen- cias? Si no, ,cémio elegimos entre valores distintos? En torno a esta cues- tién, existen dos puntos de vista psicolégicos seductoramente erréneos: uno de ellos se basa en un aparato aparentemente racionalista; el otro es roménticamente irracional. Este dltimo sostiene que los valores estén en funcién de reacciones viscerales, conflictos psfquicos desplazados, el tem- peramento y cosas por el estilo, En la medida en que los irracionalistas toman en cuenta la cultura, lo hacen como una fuente de aprovisionamien- to, una especie de restaurante autoservicio de valores entre los que uno eli- ge en funcién de sus impulsos 0 conflictos individuales. Los valores no se ven en funcién de cémo relacionan al individuo con la cultura; su estabili dad se explica recurriendo a fijadores tales como los programas de refor- zamiento, la rigidez neurética, etc.” Los racionalistas adoptan un punto de vista muy diferente, que deriva fundamentalmente de 1a teorfa econémica y cuyo ejemplo més caracterfsti- co es, quizé, la teorfa de Ja elecci6n racional.?® De acuerdo con Ia teorfa de la eleccién racional, nuestros valores se ponen de manifiesto en nuestras elecciones, situacién por situacién, y guiados por modelos racionales, como la teorfa de 1a utilidad, las reglas de optimizacién, la minimizacién del dolor, o lo que sea. Estas elecciones (en condiciones apropiadas) reve- lan notables regularidades, que recuerdan mucho el tipo de funciones que pueden observarse en los experimentos de condicionamiento operante con palomas, Pero, para un psiclogo, la bibliograffa sobre la «eleccién racio- nal» es interesante principalmente por sus vividas anomalfas, por sus vio- laciones de las reglas de la utilidad. (La utilidad es el resultado de multi- plicar el valor de una eleccién determinada por su probabilidad subjetiva de ser ejecutada provechosamente, y ha constituido la piedra angular de las teorfas econémicas formales desde Adam Smith.) Veamos las anomalf- as. Richard Herrnstein, por ejemplo, describe una que tiene el divertido nombre de «mejor por docenas», y que consiste en que se ha demostrado que la gente prefiere comprar abonos para la temporada de misica aunque sepan que lo mas probable es que s6lo vayan a la mitad de los concier- tos.29 La manera de afrontar esta anomalfa es asignar al «esnobismo» 0 al «compromiso» 0 a la «pereza» un valor en la situacién de elecci6n. El valor asignado es aquel que hace que el resultado se ajuste a la teorfa de la utilidad. Esto, por supuesto, deja al descubierto cul es su juego. Si acepta- mos la teorfa de la utilidad (0 alguna de sus variantes), no hacemos mas que asignar valores a las elecciones de tal manera que la conducta de elec- cin se ajuste a sus postulados. La teorfa de la eleccién racional tiene poco 0 nada que decir sobre cémo se forman los valores: si se trata de reaccio- nes viscerales, si estén hist6ricamente determinados, o qué. Tanto el enfoque irracionalista de los valores como el racionalista pier- den de vista algo que es crucial: el compromiso con «formas de vida» determinadas es inherente a los valores, y las formas de vida, en su com- pleja interaccién, constituyen una cultura. Ni nos sacamos de la manga los valores en cada situacién de eleccién que se nos plantea, ni estos son pro- ducto de individuos aislados dotados de impulsos férreos y neurosis apre- miantes. Mas bien, los valores son comunales y consecuentes desde el punto de vista de nuestras relaciones con una comunidad cultural determi- nada. Cumplen funciones en interés nuestro en el seno de esa comunidad. Los valores que subyacen a una forma de vida determinada, como sefiala Charles Taylor, se encuentran tan s6lo ligeramenre abiertos a la «reflexi6n radical».4° Se incorporan a nuestra propia identidad y, al mismo tiempo, nos sitdan en una cultura. En la medida en que una cultura no es, en el sen- tido de Sapir, «espuria», los compromisos de valor de sus miembros pro- porcionan, o bien la base para llevar satisfactoriamente una forma de vida ©, por lo menos, una base para la negociacién.4! Pero el pluralismo de la vida moderna —podrfa objetarse— y los rdpi- dos cambios que impone crean conflictos que afectan a los compromisos, conflictos que afectan a los valores y, por consiguiente, conflictos que tie- nen que ver con la «validez» de distintos postulados relativos a nuestro conocimiento de los valores. Sencillamente no sabemos cémo predecir el «futuro del compromiso» en estas circunstancias. Pero resulta un poco chistoso suponer que, en las actuales condiciones mundiales, insistir con obstinacién en la nocién de valor absoluto vaya a hacer que las incerti- dumbres desaparezcan. Lo tinico que cabe esperar es un pluralismo viable respaldado por la voluntad de negociar nuestras diferencias en la manera de ver el mundo. Lo cual me lleva directamente a una tiltima cuestién general de la que me tengo que ocupar, que constituye otra raz6n por la que creo que una psicologfa cultural como la que propongo no necesita preocuparse por el espectro del relativismo. Esta cuestién tiene que ver con la receptividad y el liberalismo, ya sea en Ia polftica, la ciencia, la literatura, 1a filosofia o las artes, La receptividad de la que hablo es la voluntad de construir el conocimiento y los valores desde multiples perspectivas sin perder el com- promiso con los propios valores. Esta receptividad es la piedra angular de lo que Ilamamos una cultura democrdtica. Hemos aprendido, a base de sufrimiento, que ni la cultura democrftica ocurre por prescripcién divina, ni debe darse por supuesto que va a durar para siempre. Como todas las culturas, descansa sobre valores que generan formas caracterfsticas de vida con sus correspondientes concepciones de la realidad. Aunque valora los soplos de aire fresco que puede aportar la sorpresa, no siempre estd a salvo de las conmociones que la receptividad a veces inflige. Su misma recepti- vidad genera sus propios enemigos, porque no cabe duda de que hay una limitacién biolégica que afecta a nuestro apetito de novedad. En mi opi- ni6n, el constructivismo de la psicologfa cultural es una expresién profun- 44_ Actos de significado da de la cultura democrdtica.4? Exige que nos hagamos conscientes de cémo desarrollamos nuestro conocimiento y todo lo conscientes que poda- mos de los valores que nos llevan a adoptar nuestras perspectivas. Exige que nos hagamos responsables de cémo conocemos y por qué. Pero no pretende que haya una sola forma de construir el significado, o una sola forma correcta. Se basa en valores que, en mi opinién, son los que mejor se adecuan para hacer frente a los cambios y fracturas que se han converti- do en un rasgo tan caracterfstico de la vida moderna. VI Para terminar, me voy a permitir volver a la postura de animadversién de la «psicologfa cientifica» positivista hacia la «psicologfa popular», La psicologfa cientffica reitera, con raz6n, que tiene derecho a atacar, discutir e incluso reemplazar los postulados de la psicologfa popular. Insiste en su derecho a negar la eficacia causal de los estados mentales y de la cultura misma. Llega incluso al extremo de asignar conceptos tales como la «libertad» y la «dignidad» al reino de la ilusién, aunque sean conceptos esenciales del sistema de creencias de una cultura democritica. En esta posicién extrema, se dice a veces de la psicologfa que es anticultural, antihistérica, y que su reduccionismo es antiintelectual. Quizd. Pero tam- bién es verdad que esa especie de celo de «ateo del pueblo» exhibido por muchos positivistas extremos ha alentado discusiones sobre la naturaleza del hombre, y que su insistencia sobre los procedimientos de investigacién «objetivos» u «operacionales» ha tenido un saludable efecto astringente sobre nuestras especulaciones. Pero, sin embargo, sigue existiendo una preocupacién un poco puntillosa. Todavfa recuerdo la primera conferencia de las William James Lectu- res que Wolfgang Kéhler pronuncié en Harvard bajo el titulo de The Place of Values in a World of Facts.*3 Kohler narra una conversaci6n imaginaria con un amigo que se queja del car4cter de «nada més que» de que adolece la psicologfa: de que represente la naturaleza humana como nada més que una concatenacién de reflejos condicionados, vfnculos asociativos 0 impulsos animales transformados. Y ese amigo imaginario se pregunta entonces, preocupado, qué sucederd cuando el cartero y el primer ministro también Ileguen a pensar de ese modo. A mf también me preocupa saber El estudio apropiado del hombre 45 qué sucede cuando el modelo empieza a pensar que es como aparece en su retrato. Recordemos la respuesta que dio Picasso a los amigos de Gertrude Stein cuando le dijeron que pensaba que el retrato que le habfa hecho no se le parecfa mucho. «Decidle que espere», respondié el pintor, «ya se pare- ceré», Pero la otra posibilidad, desde luego, es que el modelo acabe por apartarse de esa clase de pintor.44 En palabras de Adrienne Rich, «cuando alguien que tiene la autoridad de un profesor, pongamos por caso, describe el mundo y tii no estés en él, hay un momento de desequilibrio psfquico, como si te mirases a un espejo y no vieses nada».45 En una sociedad democratica, los intelectuales constituyen una comu- nidad de erflicos culturales, Pero los psicélogos, desgraciadamente, pocas veces se han visto a sf mismos de esa manera, en gran medida por lo atra- pados que estén en esa autoimagen generada por la ciencia positivista. Des- de este punto de vista, la psicologfa se ocupa sélo de verdades objetivas y rehtiye la critica cultural. Pero hasta la psicologfa cientffica se moverd mejor cuando reconozca que sus verdades, como todas las verdades acerca de la condicién humana, son relativas al punto de vista que adopte respecto a esa condicién. Y conseguiré una posicién més eficaz hacia la cultura en general cuando Iegue a reconocer que Ia psicologfa popular de la gente corriente no es simplemente un conjunto de ilusiones tranquilizadoras, sino las creencias e hipétesis de trabajo de la cultura acerca de qué es lo que hace posible y satisfactorio el que la gente viva junta, aun a costa de gran- des sacrificios personales. Este es el punto de partida de la psicologfa y el punto en que es inseparable de la antropologfa y las otras ciencias de la cultura. La psicologfa popular necesita ser explicada, no descalificada. { Capitulo 3 LA ENTRADA EN EL SIGNIFICADO En el tiltimo capitulo, me ocupé especialmente de describir lo que he llamado «psicologfa popular,» o quiz4 habrfa sido més adecuado el térmi- no de «ciencias humanas populares». He querido mostrar cémo los seres humanos, al interactuar entre sf, crean un sentido de lo canénico y lo ordi- nario que se constituye en telén de fondo sobre el que poder interpretar y narrar el significado de lo inusual, de aquello que se desvfa de lo estados anormales» en la condicién humana. Estas explicaciones narrativas produ- cen el efecto de enmarcar lo idiosincrético cn un molde «vital» o cotidiano que favorece la negociacién y evita las interrupciones y divisiones de la confrontacién. Por tiltimo, planteé una concepcién de Ja creacién cultural del significado, segtin la cual se tratarfa de un sistema que se ocupa no s6lo del sentido y de la referencia sino también de las «condiciones de felicidad», es decir, las condiciones mediante las cuales Jas diferencias de significado pueden resolverse invocando las circunstancias atenuantes que dan cuenta de las interpretaciones divergentes de la «realidad». Este método de negociar y renegociar los significados mediante la interpretaci6n narrativa me parece que es uno de los logros mds sobresa- lientes del desarrollo humano, en los sentidos ontogenético, cultural y filo- genético de esa expresién. Culturalmente, el desarrollo se ve enormemente ayudado por los recursos narrativos acumulados por la comunidad y por los instrumentos igualmente preciosos que suponen las técnicas interpreta- tivas: los mitos, las tipologfas de los dramas humanos y, también, sus tra- diciones para localizar y resolver narraciones divergentes. Filogenética- mente, como veremos enseguida, este desarrollo se ve apoyado en el curso de Ja evolucién por Ia aparicién en los primates superiores (incluso antes 40) Actos ae signiticado de la existencia del Homo) de una capacidad cognitiva primordial para reconocer y explotar las creencias y deseos de sus congéneres. David Pre- mack fue el primero en calificar esta capacidad cognitiva con el término de «teorfa de la mente».! En el presente capitulo, me propongo examinar algunos de los caminos que conducen a los jévenes seres humanos a lograr (0 a hacer realidad) su poder narrativo, su capacidad no sdlo para marcar lo que es culturalmente canénico sino también para poder dar cuenta de las desviaciones incorpo- r4ndolas a una narracién. Espero poder demostrar que el logro de tal habi- lidad no es s6lo mental sino también social, un logro de prctica social que proporciona estabilidad en la vida social del nifio. Porque, junto al conoci- do sistema de intercambios que nos sefialara Levi-Strauss, una de las for- mas mds poderosas de estabilidad social radica en la tendencia de los seres humanos a compartir historias que versan sobre la diversidad de lo huma- no, y a proporcionar interpretaciones congruentes con los distintos com- Promisos morales y obligaciones institucionales que imperan en cada cul- tura.’ IL Pero debemos recorrer un amplio camino antes de llegar a ocuparnos de estas grandes generalidades. Ya que lo que quiero hacer es analizar cémo entran en el significado los nifios desde muy pequeiios, cémo apren- den a dar sentido, especialmente sentido narrativo, al mundo que los rodea. Decimos de Ios recién nacidos que no pueden captar los «significa- dos». Y, sin embargo, en un perfodo de tiempo muy corto (como veremos, en nuestra opinién, desde el momento en que comienzan a utilizar el len- guaje) Ilegaran a ser capaces de entender esos significados. Por ello quiero empezar esta secci6n con una necesaria digresi6n en torno a lo que, a falta de un término mds adecuado, tendré que llamar «la biologfa del significa- do». Esta expresién puede parecer a primera vista un ox{moron, puesto que el significado es ya un fenémeno mediado culturalmente cuya existencia depende de un sistema previo de sfmbolos compartidos. Por eso, ,cémo podrfa hablarse de una «biologfa» del significado? Desde C. S. Peirce, reconocemos que el significado depende no s6lo de un signo y de su refe- rente, sino también de un interpretante: una representacién mediadora del La entrada en el significado 77 mundo en funci6n de ta cual se establece la relacién entre signo y referen- te3 Recordemos que Peirce distingufa entre iconos, indicios y s'mbolos. Para él, el icono tenfa una relaci6n de «parecido» con su referente, como en el caso de un dibujo o una fotograffa; el {ndice tenfa una relacién de contingencia, como 1a del humo con el fuego; y el simbolo dependfa de un sistema de signos en el que la relacién de éstos con sus referentes es arbi- traria y esté gobernada tinicamente por el lugar que aquellos ocupan en el sistema, de acuerdo con el cual se define qué es lo que «representan». En este sentido, los simbolos dependen de la existencia de un «lenguaje» que contiene un sistema de signos ordenado o gobernado por reglas. El significado simbélico, por tanto, depende criticamente de la capaci- dad humana para internalizar ese lenguaje y usar su sistema de signos como interpretante de estas relaciones de «representacién». La tnica for- ma en que podrfamos concebir una biologfa del significado serfa por refe- rencia a algtin tipo de sistema precursor que preparara al organismo prelin- gilfstico para entrar en tratos con el lenguaje, algtin tipo de sistema protolingilfstico. Entenderlo asf serfa equivalente a invocar Io innato, a decir que tenemos una capacidad innata para el lenguaje. Estas apelaciones a lo innato no son nuevas, y pueden adoptar diversas formas. Hace una generacién, por ejemplo, Noam Chomsky propuso un «mecanismo de adquisici6n del lenguaje» innato, que operaba aceptando s6lo aquellas entradas de informacién lingufstica procedentes del medio infantil que se ajustaran a las caracterfsticas de una supuesta estructura profunda subyacente a todas las lenguas humanas.‘ Su nocién de estructu- ra profunda era completamente sintéctica y no tenfa nada que ver con el «significado» ni con el uso concreto que se hiciera del lenguaje. Era una capacidad totalmente lingiifstica, una competencia para el lenguaje. Su tesis se basaba en Ja supuesta capacidad del nifio para captar las reglas de formacién y transformacién de las emisiones lingiifsticas mediante su exposicién a una experiencia puramente lingiifstica, experiencia que era incluso insuficiente para deducir tales reglas por constar de datos «degene- rados» o «semigramaticales», El significado de las emisiones o la manera en que se utilizaban no tenfan ninguna influencia. En los afios que han transcurrido desde entonces han corrido rfos de tinta sobre esta disposicién sintdctica innata que postulaba Chomsky. No es necesario pasar revista a la historia de esta controversia puesto que sélo nos afecta aquf de un modo indirecto. Pero, al menos, logré despertarnos del suefio empirista que, desde San Agust{n, habfa dominado todas las ches 78 Actos de significado especulaciones sobre la adquisicién del lenguajé. Y, ademas, provocé un torrente de investigaciones empfricas sobre las condiciones en que se pro- duce la adquisicién infantil de la lengua materna.> De esta enorme cantidad de literatura cientffica surgieron tres ideas sobre la adquisicién del lenguaje que pueden guiarnos en nuestra biisqueda de una biologfa del significado. La primera se refiere al hecho de que, para adquirir el lenguaje, el nifio requiere mucha més ayuda e interaccién con los adultos que le cuidan de lo que habfa supuesto Chomsky (y muchos otros). El lenguaje se adquiere utilizéndolo y no adoptando el papel de mero espectador. Estar «expuesto» al flujo del lenguaje no es tan importante como utilizarlo mientras se «hace» algo. Aprender una lengua es equivalente a aprender «cémo hacer cosas con palabras», por usar la célebre expresién de John Austin. El nifio aprende no s6lo qué hay que decir sino también cémo, dénde, a quién, y bajo qué circunstancias.6 Sin duda, es una ocupacién legitima de los lin- gilistas examinar exclusivamente qué reglas caracterizan lo que un nifio dice de una semana a otra, pero el estudio de estas reglas no puede propor- cionarnos en modo alguno una explicacién de las condiciones de las que depende la adquisicién del lenguaje. La segunda conclusién de los estudios sobre la adquisicién de! lengua- je es muy importante y se puede expresar de forma muy sencilla. Determi- nadas funciones o intenciones comunicativas estén muy bien establecidas antes de que el nifio domine el lenguaje formal con el que puede expresar- las lingiifsticamente, Entre ellas habrfa que incluir, al menos, las de indi- car, etiquetar, pedir y despistar. Desde una perspectiva naturalista, parece como si el nifio estuviese parcialmente motivado para aprender el lenguaje con el fin de poder realizar mejor estas funciones in vivo. De hecho, hay algunas habilidades comunicativas generales que parecen estar bien asen- tadas antes de que aparezca el lenguaje propiamente dicho, y que se incor- poran al habla infantil una vez que ésta se establece. Entre las mds impor- tantes estén la atencidn conjunta a un referente putativo, la adopcién de tumos y el intercambio mutuo. La tercera conclusién es, en realidad, un apretado resumen de las dos primeras: la adquisicién del lenguaje es muy sensible al contexto; lo que quiere decir que el progreso es mayor cuando el nijio capta de un modo prelingilfstico el significado de aquello de lo que se le est4 hablando o de la situacién en la que se produce la conversacién. Dandose cuenta del con- texto, el nifio parece més capaz de captar no s6lo el Iéxico sino también los aspectos apropiados de la gramética del lenguaje. La entrada en el significado 79 Esto nos devuelve directamente a la pregunta original de c6mo «capta el nifio el significado» de las situaciones (0 de los contextos) de tal manera que le sirva de ayuda para llegar a dominar el léxico y la gramdtica correspondientes a esas situaciones. {Qué tipo de interpretante, en el senti- do de Peirce, puede estar actuando para que se produzca esa captacién del significado? Me voy a permitir retrasar la respuesta a esta pregunta para intentar aclarar antes qué es lo que me propongo hacer. Para abordar la cuestién de la predisposicién humana para el lenguaje, ala luz de las investigaciones de las dos wltimas décadas ( y especialmente en relacién con las tres conclusiones a las que tales investigaciones nos han conducido), voy a proponer un enfoque muy distinto del de Chomsky. Sin pretender menospreciar la importancia de la forma sintdctica en el len- guaje, me concentraré casi exclusivamente en la funcién y en lo que he Hla- mado la «captacién del contexto». La sutileza y complejidad de las reglas sintécticas me inclinan a creer que slo pueden aprenderse instrumental- mente, es decir, como instrumentos con los que llevar a cabo ciertos obje- tivos y funciones operativas. En el reino de los animales superiores no hay ninguna habilidad sumamente especffica y relativa a actos susceptibles de combinaciones muy diversas que pueda ser aprendida «autométicamente», o de memoria, ni siquiera cuando existen fuertes predisposiciones bioldgi- cas para su adquisicién, No sucede asf ni con la conducta sexual, ni con la alimentacién, ni con las conductas agresivas o agonisticas, ni con la distri- bucién espacial.” Para desarrollarse por completo, todas estas conductas necesitan ser practicadas y moldeadas por el uso. Por ello, pienso que no es sorprendente que el modo como «entramos en el lenguaje» descanse en una «disposicién prelingiifstica para el signifi- cado» de naturaleza selectiva. Esto quiere decir que habrfa ciertas clases de significados para los que los seres humanos estarfamos innatamente orientados © sintonizados, y que buscarfamos de un modo activo. Con anterioridad a la aparicién del lenguaje, estos significados existirfan de un modo primitivo, como representaciones protolingifsticas del mundo, cuya plena realizacién dependerfa del instrumento cultural que es el lenguaje. Dejemos bien claro que esto no supone, en absoluto, negar la existencia de Jo que Derek Bickerton ha llamado —siguiendo a Chomsky— un «biopro- grama» que nos alerta sobre determinadas estructuras sintdcticas.® Si exis- te ese bioprograma, su puesta en funcionamiento no puede depender tini- camente de la presencia en el medio infantil de ejemplares lingiifsticos apropiados, sino también de la «sensibilidad del nifio al contexto», la cual s6lo puede surgir a partir de esas predisposiciones a los significados cultu- ralmente relevantes que estoy proponiendo. Es necesario haber adquirido ya el lenguaje para que uno pueda adquirir mds lenguaje adoptando el papel de mero «espectador». La primera vez, el lenguaje s6lo puede llegar a dominarse participando en él como instrumento de comunicacién. 2En qué consiste entonces esa disposicién prelingiifstica para determi- nadas clases de significado? La hemos caracterizado como una forma de representacién mental. Pero qué es lo que representa? Creo que se trata de una representaci6n muy maleable, pero innata, que Se pone en funcio- namiento con las acciones y las expresiones de otros seres humanos y con determinados contextos sociales, muy bdsicos, en los que interactuamos. En otras palabras, no venimos al mundo equipados con una «teorfa» de la mente, pero sf con un conjunto de predisposiciones para construir el mun- do social de un modo determinado y para actuar de acuerdo con tal cons- truccién, Esto equivale a afirmar que llegamos al mundo equipados con una forma primitiva de psicologfa popular. Volyeremos a ocuparnos ense- guida de la naturaleza de las predisposiciones que la constituyen. No soy el primero en sugerir que esta «disposici6n para el significado» social es producto de nuestro pasado evolutivo. Nicholas Humphrey ha propuesto que la disposicién del hombre hacia 1a cultura puede depender de algtin tipo de «sintonizacién» diferencial hacia los otros. Y Roger Lewin, después de pasar revista a la literatura cientffica sobre los primates publicada en las tiltimas décadas, llega a la conclusién de que el criterio selectivo para Ia evolucién de los primates superiores ha sido probable- mente la sensibilidad a los requisitos que plantea Ia vida en grupo. Cierta- mente, los estudios sobre el cardcter cambiante y oportunista de las coali- ciones sociales en los primates, sobre la utilizaci6n que hacen del «engafio» y la «desinformacién» para mantener y fomentar esas coalicio- nes, hablan en favor del origen prehumano del tipo de representaciones de psicologfa popular que estoy proponiendo.'° Pero primero quisiera ilustrar qué es lo que quiero decir cuando afirmo que existe en la praxis una captacié6n protolinglifstica de la psicologfa popular, antes de que el nifio pueda expresar 0 comprender estas mismas cuestiones mediante el lenguaje. La comprensién prictica se manifiesta inicialmente en la regulaci6n infantil de las interacciones sociales. El material del ejemplo con que voy a ilustrar esta idea procede fundamental- mente de una demostraci6n experimental muy bien argumentada, publica- da recientemente por Michael Chandler y sus colaboradores. «Poseer una feorfa de la mente es», segin ellos, «adoptar un determ- nado marco explicativo, comtin a la psicologfa intuitiva de la mayor parte de Jos adultos, de acuerdo con el cual se entiende que ciertas clases de conducta estén predicadas a partir de deseos y creencias particulares adop- tados por aquellos de cuyas acciones se trata».!! Ha habido una controver- sia muy viva en la literatura que versa sobre «el desarrollo de las teorfas de la mente» acerca de si los nifios tienen tales teorfas antes de la edad de 4 afios,!2 y, como suele suceder en los estudios sobre el desarrollo infantil, buena parte del debate se ha centrado en «cémo puede medirse» esa capa- cidad. Si se utiliza un procedimiento que requiera que el nifio «explique» que alguien ha hecho algo porque crefa errdneamente que habla sucedido una cosa, el nifio menor de 4 afios no consigue hacerlo, especialmente si él no est4 directamente involucrado en Ia accién. Parece que, antes de esa edad, los nifios son incapaces de predecir las acciones apropiadas que rea- lizar4 una persona en funci6n de sus falsas creencias.'3 Sin embargo, los datos aportados recientemente por Chandler y sus colaboradores demuestran que, si ponemos a los nifios en una situacién en la que deben ser ellos mismos quienes impidan a otros descubrir algo que han escondido, entre los dos y tres afios de edad son ya capaces de ocultar la informacién relevante, e incluso de crear y proporcionar informacién falsa, como, por ejemplo, poner huellas de pisadas en direccién errénea, para confundir a quienes buscan el tesoro escondido. Los autores sefialan que esta tarea del escondite «afectaba claramente a los intereses del propio sujeto... contraponiéndolos a los de otra persona real» y «les permitfa poner de manifiesto directamente en la accién las falsas creencias de los otros... en lugar de tener que hablar sobre ellas».!4 Nadie duda de que los nifios de cuatro’ o seis afios posean teorfas de la mente m&s maduras que les permiten abordar lo que piensan o sienten otros sujetos con quienes no estén interactuando. Sin embargo, la cuestién crftica es que no es posible interactuar humanamente con los demés, ni siquiera antes de que el len- guaje se convierta en el instrumento de esa interaccién, sin poseer alguna forma protolingtifstica de «teorfa de la mente». Esta es inherente a la con- ducta social humana y se expresa en consonancia con el nivel de madurez del sujeto en cuestién; como, por ejemplo, cuando el nifio de 9 meses sigue ocularmente la trayectoria seffalada por la mano del adulto y, no encontrando nada, vuelve para comprobar no s6lo la direccién en la que el adulto sefiala con el dedo sino también la direccién de su mirada. De estos antecedentes de psicologfa popular surgirdn en su momento logros lingiifs- ee... EE hy 82 Actos de significado ticos como los demostrativos, los etiquetados y otros parecidos.!5 Una vez que el nifio haya dominado mediante Ja interaccién las formas prelingUfsti- cas apropiadas para manejar la referencia ostensiva, avanzard hasta operar dentro de los Ifmites del lenguaje propiamente dicho. Tl Esto no quiere decir que las formas lingiifsticas «crezcan» de las préc- ticas prelingiifsticas. Creo que, en principio, es imposible establecer nin- giin tipo de continuidad formal entre una forma «preverbal» y una forma lingiifstica posterior funcionalmente «equivalente». ,En qué sentido, por ejemplo, podrfa decirse que la forma sintéctica de peticién con inversion del sujeto en inglés (como en «Can I have the apple?»; literalmente, «{Puedo yo coger la manzana?») es una continuacién del gesto de peticién con la mano extendida que le precede? Lo m4s que podemos decir es que ambos, el gesto y la estructura sintdctica invertida, cumplen una misma funcién de «petici6én». Las reglas sint4cticas tienen una relaci6n arbitraria con las funciones que cumplen, Y hay muchas reglas sintdcticas distintas que desempefian la misma funcién en lenguas diferentes. Pero esto no es todo. De hecho, es sdlo la mitad de la historia. Aun admitiendo que las reglas gramaticales sean arbitrarias respecto a cémo. cumplen sus funciones, podrfa ocurrir que el orden de adquisicion de las formas gramaticales reflejara una cierta prioridad, por asf decir, de las nece- sidades comunicativas, prioridad que, a su vez, reflejarfa una necesidad de comunicacién de orden superior. La mejor analog(a es la adquisicién de la fonologfa del lenguaje. Los fonemas se adquieren no por ellos mismos sino porque constituyen los elementos con los que se construyen los lexemas, y se llegan a dominar Jos primeros en el proceso de adquisicién de los segun- dos. Lo que me gustarfa argumentar es que, de un modo anélogo, las for- mas y las distinciones gramaticales no se adquieren ni por ellas mismas ni meramente en interés de «una comunicacién mds eficaz». Las oraciones, en tanto que entidades gramaticales, son el fetiche de los graméticos formales, pero no constituyen Jas unidades «naturales» de la comunicacién. Las for- mas naturales son. las unidades del discurso que cumplen funciones ‘prag- miticas’ o ‘matéticas’, por utilizar la terminolog(a de Halliday." Las fun- ciones pragméticas implican t{picamente hacer que los otros actéen en La entrada en el significado _83 nuestro nombre. Las matéticas tienen que ver con «dejar claros nuestros pensamientos acerca del mundo», por usar la antigua definicin de John Dewey. Ambas usan oraciones, pero ninguna de las dos funciones est4 con- finada en ningiin sentido dentro de los limites de la oracién. Sin embargo, las funciones del discurso, para su realizacién, requieren que sean accesi- bles determinadas formas gramaticales, por arbitrarias que sean, del mismo modo que las «palabras» del léxico, para ser utilizadas, dependen de que se establezcan ciertas distinciones fonolégicas arbitrarias. Me he esforzado denodadamente por demostrar (y lo seguiré haciendo més adelante en este capitulo) que una de las formas més frecuentes y poderosas de discurso en la comunicacién humana es la narracién. La estructura narrativa est4 presente incluso en la praxis de la interaccién social antes de adquirir su expresi6n lingilfstica. Quisiera defender ahora un punto de vista atin ms radical, de acuerdo con el cual lo que determina el orden de prioridad con que el nifio domina las formas gramaticales es el «impulso» de construir narraciones.'7 Para que las narraciones puedan realizarse de forma eficaz, son nece- sarios, como sefialdbamos en el capftulo anterior, cuatro constituyentes gramaticales fundamentales. En primer lugar, se necesita un medio que enfatice la accidn humana o la «agentividad», es decir, la accién dirigida a determinadas metas controladas por agentes. En segundo lugar, es necesa- rio que se establezca y se mantenga un orden secuencial, que aconteci- mientos y estados se encuentren «alineados» de un modo tfpico. En tercer lugar, la narracién requiere una sensibilidad para lo que es canénico y lo que viola dicha canonicidad en la interaccién humana. Por Ultimo, la narraci6n requiere algo parecido a lo que serfa la perspectiva de un narra- dor, En la jerga de la narratologfa, una narracidn no puede carecer de una voz que la cuente. Si existiese un impulso narrativo que operase en el nivel de! discurso, estos cuatro requisitos deberfan reflejarse en el orden de adquisicién de las formas gramaticales, Hasta qué punto sucede asf? Afortunadamente para nuestra investigacién, buena parte de los trabajos sobre la adquisicién del lenguaje efectdan sus descripciones utilizando las categorfas de la gramati- ca de casos, cargadas de significado y basadas en relaciones seménticas. Esto nos permite saber a qué categorfas de significado es més sensible el niffo pequefio al principio. Una vez que los nifios captan Ia idea bdsica de la referencia, necesaria para usar cualquier lenguaje —es decir, una vez que pueden nombrar, oy Auius ue siymmicage sefialar la recurrencia, y registrar el cese de la existencia de algo— su principal interés lingiifstico se centra en la accién humana y sus conse- cuencias, especialmente en la interaccién humana. Agente y accidn, accién y objeto, agente y objeto, accién y localizacién, poseedor y pose- sién constituyen la mayor parte de las relaciones semAnticas que aparecen en la primera etapa del lenguaje.'® Estas formas aparecen no sélo en los actos de referencia sino también en los de peticién, en los intercambios de posesi6n, en los actos de dar o al hacer comentarios sobre las interacciones de los dem4s. Ademis, el nifio pequefio es, desde muy temprano, profun- damente sensible a las «metas» y a su consecuci6n. Por eso, también lo es a variantes de expresiones como «ya est4» o «se fue» para referirse a acciones completas, o como «huy» para referirse a acciones incompletas. Las personas y sus acciones dominan el interés y la atencién del nifio. Este es el primer requisito de la narracién.!9 Un segundo requisito consiste en la existencia de una predisposicién temprana para marcar lo que es inusual y dejar de marcar lo habitual, para fijar la atencién y el procesamiento de la informacién en lo insélito. De hecho, los nifios pequefios se sienten tan cautivados por lo inusual que quienes trabajamos con bebés nos hemos aprovechado de esta caracter{sti- ca. El procedimiento experimental de la «habituacién» se basa en esta poderosa tendencia de los nifios. Ante lo que es inusual el bebé abre los ojos, mira més fijamente, deja de succionar, muestra una desaceleracién del ritmo cardfaco, etc.29 Por ello no es sorprendente que, al comenzar a adquirir el lenguaje, los nifios dediquen sus esfuerzos lingilfsticos a lo que es inusual en su mundo. Ante lo infrecuente, no sdlo abren los ojos sino que gesticulan, vocalizan y, finalmente, hablan de ello. Como nos decfa Roman Jakobson hace ajios, el acto mismo de hablar es un modo de mar- car lo inusual frente a lo habitual. Patricia Greenfield y Joshua Smith se encuentran entre los primeros investigadores que lograron demostrar empfricamente esta cuestién tan importante.?! Respecto al tercer requisito, la «linealidad» y el mantenimiento de una secuencia t{pica, se trata de una caracterfstica inherente a Ia estructura de todas las graméticas conocidas.?* Con todo, hay que sefialar que la mayor parte de las graméticas naturales conocidas facilitan esta tarea de alinear utilizando el orden SVO (sujeto-verbo-objeto: alguien hace algo) en las emisiones indicativas, que preserva el orden fenomenoldgico. Ademés, en la mayorfa de los casos, estas formas SVO son las primeras que se domi- nan en una lengua. Los nifios empiezan pronto a dominar las formas gra- La entrada en el significado 85 maticales y léxicas para «ligar» las frases que dicen, utilizando adverbios temporales como «entonces» y «después», hasta que terminan por utilizar las partfculas causales, tema sobre el que volveremos luego. En cuanto al cuarto requisito de las narraciones, la voz que narra o la «perspectiva» —de la que luego encontraremos ejemplos interesantes— sospecho que funciona mas mediante el Ilanto y otras expresiones afecti- vas, mediante el nivel de entonacién y otros rasgos prosédicos del habla temprana, que mediante procedimientos Iéxicos 0 gramaticales. Pero de lo que no cabe duda es de que se utiliza desde muy temprano, como ha demostrado abundantemente Daniel Stern en sus trabajos sobre las «pri- meras relaciones».3 Estos cuatro rasgos gramaticales/léxicos/prosédicos, que son de los primeros en aparecer, proporcionan al nifio un equipamiento abundante y temprano de instrumentos narrativos. Mi tesis, cuya radicalidad he de admitir, sostiene sencillamente que es cl impulso humano para organizar la experiencia de un modo narrativo lo que asegura la elevada prioridad de estos rasgos en el programa de adquisicién del lenguaje. Vale la pena sefia- lar, aunque sea casi demasiado evidente, que, como resultado de ello, los nifios comprenden y producen historias y se tranquilizan o asustan al escu- charlas, mucho antes de que sean capaces de manejar las proposiciones Iégicas més elementales de Piaget, susceptibles de ser expresadas lingilfs- ticamente. Sabemos, de hecho, gracias a los innovadores trabajos de A. R. Luria o de Margaret Donaldson que los nifios entienden més facilmente las proposiciones I6gicas si forman parte del curso de una historia. El gran morfélogo del folklore ruso, Vladimir Propp, fue uno de los primeros en sefialar que las «partes» de una historia son «funciones», como él las deno- mina, de esa historia y no «temas» 0 «elementos» auténomos. Por ello, basdndose en trabajos como los de Luria o Donaldson, Ie tienta a uno la idea de que las narraciones podrfan quiz4 servir como los primeros «inter- pretantes» de las proposiciones «Iégicas», antes de que el nifio disponga del equipamiento mental necesario para manipularlas mediante los cAlcu- los légicos que llegan a utilizar los adultos mas adelante en el desarrollo.”4 Sin embargo, al sostener que una disposicién «protolingufstica» para la organizacién y el discurso narrativos establece la prioridad del orden de adquisicién gramatical, no estoy afirmando que las formas narrativas dela cultura en la que crece el nifio no tengan un efecto potenciador sobre el discurso narrativo del nifio. Por el contrario, mi razonamiento es que, aun- que tengamos una predisposicién primitiva e «innata» para la organizaci6n Lice 86 Actos de significado narrativa que nos permite comprenderla y utilizarla de modo ffcil y rdpi- do, la cultura nos equipa enseguida con nuevos poderes narrativos gracias al conjunto de herramientas que la caracterizan y a las tradiciones de con- tar ¢ interpretar en las que comenzamos a participar muy pronto. Espero tener ocasién de demostrar este razonamiento reiteradamente en lo que queda de este capitulo. Iv A continuaci6n, quiero ocuparme de varios aspectos distintos relativos a la socializacién de las précticas narrativas de los nifios que aparecen mds adelante en su desarrollo. Voy a adelantar algunas notas del programa de mi exposicién. En primer lugar, y un poco como prueba de su existencia, quiero demostrar el poder de los acontecimientos no canénicos para desen- cadenar narraciones en nifios muy pequefios. A continuacién, quiero mos- trar muy brevemente lo frecuentes y densas que son las narraciones «modelo» en el entorno inmediato del nifio. Hecho esto, quiero examinar a continuacién dos ejemplos sorprendentes de socializacién de la narracién en el nifio pequefio: mostraré narrativamente in vivo lo que Chandler y sus colegas han mostrado in vitro con sus trabajos experimentales.?5 Estos ejemplos mostrarfn cémo los nifios reconocen desde muy temprano que aquelllo que han realizado, o planeaban realizar, ser4 interpretado no sdlo por los actos mismos sino también por el modo como lo cuenten. Logos y praxis son inseparables culturalmente. El marco cultural de nuestras pro- pias acciones nos fuerza a ser narradores. Lo que pretendo hacer ahora no es unicamente examinar cémo se involucra el nifio en la narracién, sino también mostrar lo importante que resulta esta implicacién para vivir en una cultura. Comencemos con la demostracién del poder de los acontecimientos no can6nicos. Se trata de un pequefio experimento con nifios de preescolar, muy sencillo y elegante, realizado por Joan Lucariello.6 Su tinico objeti- vo era descubrir qué tipo de cosas desencadenaban una actividad narrativa en nifios de 4 y 5 afios. Lucariello les contaba a los nifios una historia, en unos casos sobre una fiesta t{pica de cumpleaiios, con regalos y velas para apagar soplando; y en otros; sobre 1a visita de un primo de la misma edad del nifio y sobre cémo jugaban juntos. Algunas de las historias de cumple- afios violaban la canonicidad: la nifia del cumpleafios estaba triste, o echa- La entrada en el significado 87 ba agua en las velas en lugar de soplar, etc... Las violaciones estaban pla- neadas para introducir un desequilibrio en la péntada de Burke, que discu- timos en el capftulo anterior: un desequilibrio entre Agente y Accién, 0 entre Agente y Escena. Hab{a también variaciones similares en la historia del primo, pero, como no existe una versién canénica de este tipo de histo- rias, las variaciones no contenfan ninguna «violacién» verdadera, aunque parecieran un poco raras. Después de contarles la historia, el experimenta- dor hacfa a los nifios algunas preguntas sobre lo que habfa sucedido en la historia que acababan de oft. Lo primero que se descubrié fue que las his- torias anticanénicas, comparadas con las candnicas, producfan un torrente de invenciones narrativas diez veces superior. Uno de los sujetos explicaba Ia tristeza de Ja nifia del cumpleafios diciendo que probablemente se le habfa olvidado la fecha y no se habfa puesto el vestido adecuado para la fiesta, otro hablaba de una disputa con su madre, etc... Si se les preguntaba directamente por qué estaba feliz la nifia del cumpleafios en la versién candnica de la historia, los nifios se mostraban absolutamente perplejos. Todo Io que se les ocurrfa decir era que se trataba de su cumpleajios y, en algunos casos, se encogian de hombros como avergonzados por la fingida inocencia del adulto. Incluso las versiones ligeramente excéntricas de la historia del «primo que venfa a jugar» provocaban cuatro veces ms elabo- raciones narrativas que 1a historia normal. Las elaboraciones adoptaban las formas discutidas en el capitulo anterior: aludfan a un estado intencional (como la confusién de fechas de la nifia del cumpleafios) en yuxtaposici6n con un imperativo cultural (el requisito de llevar un vestido apropiado para una fiesta). Las narraciones lograban su objetivo: proporcionar sentido a una aberracién cultural aludiendo a un estado subjetivo del protagonista. No cuento estos resultados con Ja intencién de sorprender al lector. Lo que me interesa de ellos es precisamente su cardcter obvio. Los nifios de 4 afios pueden no saber mucho acerca de Ia cultura pero saben lo que es canénico y est4n dispuestos a proporcionar una historia que pueda explicar aquello que no lo es. Como demuestra un estudio de Peggy Miller, tampo- co es sorprendente que los nifios sepan tanto como saben.?? E! estudio de Miller es sobre el medio narrativo que rodea a los nifios negros de un gueto de Baltimore. Miller grab en los hogares las conver- saciones entre nifios de edad preescolar y sus madres, asf como las conver- saciones entre éstas y otros adultos que tenfan lugar a una distancia tal que resultaban audibles para los nifios. En estas condiciones de intimidad, el flnio de historias que recrean las exneriencias cotidianas es, parafraseando Lewy ue oyrneaue a Miller, «incesante». En cada hora de conversaciones grabadas habfa, de media, unas 8,5 narraciones, una cada siete minutos, de las cuales tres cuartas partes eran narradas por la madre. Se trata de narraciones sencillas, muy utilizadas en el uso cotidiano del inglés americano hablado. Es una forma narrativa que suele encontrarse en el habla del nifio a partir de los 3 afios. Consiste en una orientacién sencilla, una descripcién lineal de un acontecimiento que se precipita, una resolucién y, a veces, una coda.28 Puesto que el nifio las utiliza ya en el habla, también puede entenderlas. Una cuarta parte de elas se refieren a las actividades del propio nifio. Un considerable ntimero de estas narraciones trata de violencias, agre- siones 0 amenazas, e incluso, en una proporcién no desdefiable, se ocu- pan explfcitamente de la muerte, del maltrato infantil, de la agresién fisi- ca a mujeres o de tiroteos. Esta ausencia de censura, este desfile de «crudas realidades», forma parte de un énfasis deliberado para «endure- cer» a los nifios y prepararles pronto para la vida, caracterfstico de la cul- tura negra de las clases bajas. Shirley Brice Heath se ha referido al mismo fendmeno en sus estudios sobre los nifios negros de pequefias ciudades turales.? Las historias, por otra parte, suelen dejar siempre bien parado al narra- dor. El triunfo de éste consiste, con frecuencia, en quedar por encima de alguien en un didlogo. Esto sucede, por ejemplo, con el uso del estilo direc- to, estilo directo que no sélo es dramatico sino que ademés resulta apropia- do retéricamente para la presentacién de una versi6n dura e inmediata de uno mismo, como sucede en el siguiente fragmento: «Y dijo ella, ‘Mira esa B-R-U-J-A de nariz larga’. Y me volvf y digo, ‘Ah, gme hablas a m{?’, Dije yo ‘,ME ESTAS HABLANDO A MI?. Digo, ‘Bueno, gordo asquero- 80, fe pongo en una cacerola hasta que te encojas a tamaiio normal, si te metes conmigo'».29 El corpus contiene pocos ejemplos de «contar historias de uno mismo». En lo que se hace hincapié es en los peligros que se cier- nen sobre la Agentividad en un mundo duro, y en cémo afrontarlo de pala- bra y de obra. En los pocos casos en los que Miller tuvo la suerte de grabar a los nifios contando historias que habfan sido grabadas previamente en la version adulta, los nifios exageraban tanto la trama como las Tasgos para- lingiifsticos del original. : No pretendo singularizar a los nifios negros del gueto de Baltimore como si estuvieran rodeados de un medio natrativo especial. Los medios narrativos estén todos especializados para necesidades culturales determi- nadas, todos estilizan al narrador como una forma del Yo, todos definen algiin tipo de relacién entre narrador e interlocutor. Podrfa haber utilizado la descripcién de Shirley Brice Heath sobre las narraciones literales y expurgatorias de la pequefia ciudad blanca de Roadville.>! Cualquier ejem- plo de medio narrativo que examinemos de cerca nos mostrard la presen- cia continua de narraciones en el mundo de los nifios (y en el de los adul- tos, si a eso vamos), asf como su importancia funcional para incorporar a los nifios a Ia cultura. Vv Podemos pasar a ocuparnos ahora de Ia utilizacién que los nifios hacen de sus narraciones. Para ello, no hay mejor lugar en que comenzar que el libro de Judy Dunn The Beginnings of Social Understanding —Los Inicios de la Comprensién Social—. Dice Dunn que «rara vez sc ha estudiado a los nifios en el mundo en el que se produce su desarrollo, o en un contexto en el que podamos darnos cuenta de las sutilezas de su comprensi6n social».>2, Lo que Dunn quiere no es simplemente un enfoque naturalista que garantice la «validez ecolégica» de la investigacién psicolégica. Su tesis es, ms bien, que la comprensién social, con independencia de lo abs- tracta que pueda Ilegar a ser, comienza siempre como una praxis en un con- texto determinado en el que el nifio es protagonista: ya sea como agente, victima o cémplice. El nifio aprende a representar un papel en el «drama» familiar cotidiano antes de que tenga que contarlo, justificarlo 0 disculpar- lo. Lo que es permisible y lo que no lo es, lo que conduce a determinados resultados y los resultados a que conducen determinadas cosas, es algo que se aprende inicialmente en la accién. La transformacién de este conoci- miento enactivo en lenguaje s6lo se produciré mas tarde y, como ya sabe- mos por otras discusiones anteriores, el nifio es lingtifsticamente sensible a estos «objetivos referenciales» vinculados a 1a accién. Pero hay algo mds que caracteriza a los actos de habla de los nifios cuando se refieren a las interacciones en las que estén involucrados ellos mismos. Es algo muy importante y sobre lo que Dunn también nos llama la atencién. Los nifios frecuentemente oyen relatos de sus propias interacciones contados por sus hermanos mayores o sus padres, relatos integrados por la familiar péntada de Burke: la Accién de un Agente hacia una Meta mediante algtin Instrumento delimitada en un Escenario determinado.23 Pero el relato se proporciona en una versién que es contraria a los intere- 90 Actos de significado ses € interpretaci6n del nifio. A menudo se hace desde la perspectiva de otro protagonista y de su meta, que puede entrar en conflicto ya sea con su versién de lo que «habia sucedido», ya sea con su versidn del «problema». En estas circunstancias, las narraciones ya no son neutrales. Tienen objeti- Vos ret6ricos e intenciones ilocutivas que no son expositivas sino clara- mente partidistas, concebidas para plantear la situacién, si no de forma antagonista, sf al menos convincentemente desde el punto de vista de una interpretacién concreta. En estos precoces conflictos familiares, las narra- ciones se convierten en un instrumento no sélo para contar lo que ha suce- dido, sino también para justificar la accién relatada. Como sucede con la narrativa en sentido amplio, «lo sucedido» se recorta y ajusta hasta que encaja con el «por eso». Dunn ve esto como un reflejo de lo que podrfamos !lamar la «politica familiar», no la de los dramas freudianos de altos yuelos sino la de las necesidades cotidianas. El nifio, como es natural, tiene sus propios deseos pero, dada la dependencia familiar de su afecto, estos deseos crean fre- cuentemente un conflicto al entrar en colisién con los de los padres o los hermanos. Ante el conflicto, la tarea del nifio consiste en equilibrar sus deseos con sus compromisos hacia otros miembros de Ja familia. Y pronto aprende que la accién no es suficiente para lograrlo. Tan importante como actuar es contar Ja historia apropiada, situar sus acciones y sus metas bajo una uz de legitimidad. Lograr lo que uno quiere significa, muchas veces, dar con la historia apropiada. Como dijo John Austin hace muchos ajios en su famoso ensayo «Un alegato en pro de las excusas», la justificacién con- siste en relatar una historia de circunstancias atenuantes.*4 Pero dar con la historia apropiada, oponerla con éxito a la del hermano pequefio, requiere saber cudl es la versién canénica aceptable. La historia «apropiada» es aquclla que conecta tu version, a través de los atenuantes, con la version can6nica. Y asf, como en el caso de los nifios negros de Baltimore, estos nifios también Ilegan a entender la narrativa «cotidiana» no sélo como una forma de contar sino también como una forma de retérica. Cuando tienen tres 0 cuatro afios, vemos a los nifios aprender a usar sus narraciones para hala- gar, engajiar, adular, justificar, obtener lo que pretenden sin provocar una confrontacién con aquellos a los que quieren. Y, de paso, se encuentran en camino de convertirse en conocedores expertos del género de historias que producen el mismo resultado. Abordando el tema desde la perspectiva de la teorfa de los actos de habla, conocer 1a estructura generativa de las La entrada en el significado 91 narraciones les permite construir locuciones que cumplan con los requisi- tos de un amplio abanico de intenciones ilocutivas. Este mismo conjunto de habilidades proporciona a los nifios una empatfa més penetrante. A menudo, son capaces de interpretar para sus padres el significado y las intenciones de un hermano menor que trata de hacerse ofr, especialmente cuando no hay un conflicto de intereses planteado entre ambos hermanos. Resumiendo, Ia captacién del drama familiar cotidiano se logra prime- ro en la praxis. El nifio, como ya sabemos, domina pronto las formas lin- gilfsticas para referirse a las acciones y a sus consecuencias. Muy pronto aprende que lo que uno hace se ve profundamente afectado por el modo como uno cuenta lo que hace, lo que ha hecho o lo que va a hacer. Narrar se convierte entonces en un acto no sdlo expositivo sino también retérico. Para narrar de una manera convincente nuestra versién de los hechos, no se necesita s6lo el lenguaje sino también dominar las formas canénicas, puesto que debemos intentar que nuestras acciones aparezcan como una prolongacién de lo canénico, transformado por circunstancias atenuantes. Mientras adquiere estas habilidades, el nifio aprende también a utilizar algunos de los instrumentos menos atractivos del mercado ret6rico: el engaiio, la adulacién, y demés argucias. Pero aprende también muchas de las formas tiles de interpretacién y, gracias a ello, desarrolla una empatia més penetrante. Y asf entra en la cultura humana. VI Volvamos ahora hacia atrds en la cronologfa del desarrollo: a Emily, cuyos soliloquios, grabados en diferentes momentos entre los 18 meses y los tres afios de edad, dieron lugar al libro Narratives from the Crib [Narraciones desde la Cuna}.>5 A pesar de su corta edad, Emily sufria los avatares de la vida. Tuvo un hermano, Stephen, que la desplaz6 no s6lo de su condicién de hija nica de la familia sino también de su propia habita- cin y de su cuna. Si, como dice Vladimir Prop, los cuentos tradicionales se originan en la ausencia y el desplazamiento, este fue sin ninguna duda un tiempo «narratogenético» para Emily.36 Ademés, al poco tiempo de la Hegada de su hermano, se vio introducida en la aparatosa vida de una escuela infantil. Como sus dos padres trabajaban, también pasé por las manos de cuidadores; y todo ello, en el marco de una ciudad mal planifica- da en la que incluso los recorridos del autobiis escolar podfan Iegar a ser Qo ¥~ Actos ae signiticado tensos y errdticos, La expresién «los avatares de la vida» no es una exage- raci6n. Tuvimos Ia suerte de que Emily estuviera mejorando en el uso de su lengua nativa mientras sucedfan todos estos acontecimientos de su vida. Ese hecho nos permitié observar el desarrollo de su lengua no sdlo como instrumento comunicativo sino también como vehfculo para reflexionar en voz alta al final de sus atareadas jornadas. Sus soliloquios eran de una gran riqueza. En realidad, desafiando al principio vygotskiano «establecido», sus soliloquios eran m4s complejos gramaticalmente que su habla conver- sacional; presentaban emisiones de una longitud mayor y se referfan menos al «aquf y ahora.» Posiblemente ello se debfa a que, al hablar consi- go misma, sus emisiones no tenfan que adaptarse a los intersticios que suponen los comentarios e interrupciones de un interlocutor. LPor qué nos hablamos a nosotros mismos? Y, sobre todo, ,por qué lo hard un nifio pequefio, aunque se trate de una nifia un tanto precoz? John Dewey propuso que el lenguaje era un procedimiento para clasificar y organizar nuestros pensamientos sobre el mundo, y hay capftulos en Narratives from the Crib que confirman esta especulacién. Volveremos sobre esta cuestién mds adelante. Emily también hablaba a sus animales de peluche y daba variados recitales sobre los libros favoritos que le habfan lefdo 0 sobre las canciones que habfa aprendido. Aproximadamente una cuarta parte de sus soliloquios eran relatos narrativos: narraciones autobio- gréficas sobre lo que habfa hecho o sobre lo que pensaba que iba a hacer al dfa siguiente. Al escuchar las cintas grabadas y leer varias veces las trans- cripciones de las mismas, nos sorprendfa la funcién constituyente que ten{- an estas narraciones monoldgicas. No se limitaba a contar sin mas lo suce- dido, sino que trataba de encontrar sentido en su vida cotidiana. Parecfa estar buscando una estructura global que pudiera dar cuenta simulténea- mente de lo que hacfa, de lo que sentfa y de lo que crefa. Como el habla léxico-gramatical de casi todos los nifios mejora sin cesar durante los primeros afios de su vida, tendemos a dar por supuesto que la adquisicién del lenguaje es «auténoma». De acuerdo con este dog- ma, que forma parte de la herencia chomskiana a la que nos referimos antes, la adquisicién del lenguaje no precisa de ninguna motivacién extrin- seca, ni de ningtin apoyo explicito y especializado del medio; no necesita nada mas que el despliegue de algun tipo de «bioprograma» cargado de forma independiente. Sin embargo, mirando con detenimiento las trans- cripciones y escuchando las cintas, habfa momentos en los que tenfamos la irresistible impresién de que los saltos hacia adelante en el habla de Emily estaban alimentados por una necesidad de construir significados, més con- cretamente significados narrativos. Y, aunque tengamos que admitir que para lograr la construccién del significado se requiere el uso de una gra- mitica y de un léxico, puede que para la busqueda del mismo estos no sean necesarios. Lois Bloom sefialé al final de uno de sus trabajos, al igual que nosotros, que el dominio que el nifio llega a conseguir de, por ejem- plo, las expresiones causales parece estar dirigido por su interés en las razones por las que la gente hace Jas cosas. En un sentido muy parecido, el impulso que lleva a mejorar la construccién gramatical y ampliar el Iéxico parece provenir de la necesidad de organizar las cosas en un orden secuen- cial apropiado, marcarlas por lo que tienen de especial, adoptar una cierta postura respecto a ellas, Sin duda, los nifios Hegan a interesarse con el tiempo por el lenguaje en cuanto tal, como si fuera una forma de juego. Al igual que Anthony en la obra de Ruth Weir, Emily sélo parecfa «jugar con el lenguaje» en algunos de sus tiltimos monélogos, pero aun entonces parecfa haber algo més.>7 De qué podrfa tratarse? Decimos en lingiifstica evolutiva que «la funcién precede a la forma». Hay, por ejemplo, formas gestuales de pedir e indicar muy anteriores al habla 1éxico-gramatical que permite expresar dichas funciones. Y son estas intenciones prelingUfsticas de pedir ¢ indicar las que parecen guiar la biisqueda y el dominio de las expresiones lingilfsticas apropiadas. Y eso mismo debe suceder con el impulso infantil de dar significado o «estructu- ra» a la experiencia, Muchas de las primeras adquisiciones de Emily pare- cen estar dirigidas por una necesidad de fijar y expresar una estructura narrativa: el orden de los acontecimientos humanos y su importancia para cl narrador/protagonista. Ya sé que esta no es la versién oficial de la adquisicién del lenguaje, pero me gustaria especificar algunos detalles de ella. Los tres logros més precoces y notables de los soliloquios narrativos de Emily tuvieron como resultado fijar sus narraciones més firmemente al lenguaje. En primer lugar, se produjo un dominio cada vez mayor de for- mas lingiifsticas que le permitfan alinear y secuenciar sus relatos de «lo que habfa pasado». Sus primeros relatos comenzaban ligando los sucesos mediante simples conjunciones. Luego empez6 a usar adverbios tempora- les como y entonces para pasar a utilizar finalmente partfculas causales, como los porqués, tan frecuentes en su lenguaje. {Por qué era tan cuidado- sa en esta labor de ordenar, hasta el punto de autocorregirse a veces res- 94 Actos de significado pecto a quién o qué precedi6 o sigui6 a quién o a qué? Al fin y al cabo, no estaba ms que habléndose a sf misma. Comenta William Laboy, en su his- t6rico articulo sobre la estructura de las narraciones, que el significado de lo que «ha sucedido» est estrictamente determinado por el orden y Ia for- ma de su secuenciaci6n.°8 Este parece ser el significado que busca Emily. En segundo lugar, hay un progreso muy rdpido del interés de Emily por lo canénico y habitual y por las formas para lograr distinguirlo de lo inusual. Palabras como a veces o siempre aparecen en los soliloquios del segundo afio y son utilizadas de forma deliberada y haciendo hincapié en ellas. Emily muestra un claro interés por lo que le parece estable, fiable, ordinario. El conocimiento de ello le sirve como telén de fondo para expli- car lo excepcional. Trabajaba deliberadamente para aclarar este tipo de cosas. En ello se parece mucho a los nifios estudiados por Dunn en Cam- bridge. Sin embargo, una vez que Emily hubo logrado establecer y expresar lo que era cuantitativamente fiable, comenzé a introducir algunos apuntes de necesidad 6ntica. Hay que aparece en su léxico y sirve para marcar aque- Ilos acontecimientos que no sélo son frecuentes sino que son, como si dijéramos, comme il faut. Esto es lo que sucede cuando anuncia en uno de. sus soliloquios, tras una visita en avidn a su abuela, que «hay que tener equipaje» para poder subir al avién. Y, a partir de ese momento de su desa- rrollo, comenzé a utilizar el tiempo verbal del presente atemporal para referirse a los acontecimientos candnicos rituales. Ya no le basta con rela- tar el desayuno de un domingo como Papd hizo pan de matz para que lo tomara Emily. A partir de ahora, los domingos son una especie de aconte- cimiento atemporal: cuando te despiertas, pero los domingos por la mafta- na nos despertamos... a veces nos despertamos por la mafiana. Estos rela- tos atemporales aumentan su frecuencia relativa al doble entre los 22 y los 33 meses. Tienen un significado especial sobre el que volveremos en bre- ve. En tercer y tiltimo lugar, Emily introducfa una perspectiva y una eva- luaci6n personal en sus narraciones, que es la manera habitual de afiadir al paisaje de accién de una narraci6n un paisaje de conciencia. Emily hacfa esto de una manera cada vez més frecuente a lo largo del periodo estudia- do, normalmente mediante la expresién de sus propios sentimientos acerca de lo que estaba narrando. Pero también establecfa una perspectiva episté- mica, por ejemplo sobre su incapacidad para entender por qué su padre no habfa sido admitido en una maratén local. En sus tiltimos soliloanios nare- La entrada en el significado 95 cfa distinguir claramente entre sus propias dudas (pienso que quizd...) y los estados de incertidumbre del mundo (a veces, Carl viene a jugar...). Ambos tienen significados diferentes en sus soliloquios. El primero se refiere a estados mentales del Actor-Narrador (es decir del autobiégrafo). El otro se refiere al Escenario. Ambos tienen perspectiva y ambos tienen que ver con los «y por eso...» de los relatos sobre sucesos. El motor de todo este esfuerzo lingiifstico no es tanto un impulso hacia la coherencia Iégica, aunque éste también esté presente, como una necesi- dad de «construir bien la historia»: quién hizo qué a quién y dénde, si fue lo que sucedié «realmente», si cra lo habitual o algo singular, y qué es lo que siento acerca de ello. El lenguaje de Emily la ayudaba pero no la obli- gaba a hablar y pensar de esa manera. Utilizaba un género, al que habla accedido de modo facil y, quiz4, natural. Sin embargo, como nos muestra Carol Feldman en su anflisis de los solitoquios de Emily mientras resuelve problemas, ésta ya posefa previamente otro género que utilizaba y perfec- cionaba.*? En aquellos, Emily se entretiene con las categorfas de un mun- do cambiante, sus causas, atributos e identidades, con los «por qué» de las cosas. Este género, tal y como lo describe Feldman, «plantea un patr6n ordenado e intrincado de rompecabezas que se plantean, consideraciones que se sugieren y soluciones que se alcanzan». Fijémonos en el siguiente ejemplo de Emily, en el que trata de entender por qué su padre no ha sido admitido en el maratén: Hoy papé fue, intentaba ir en la carrera, pero la gente dijo que no asf que tuvo que verla por Ia televisién. No sé por qué se lo dijeron, a lo mejor por- que habfa mucha gente. Creo que era por eso, por eso no pudo correrla... Me hubiera gustado verle. Me hubiera gustado haber podido verle. Pero ellos dijeron que no, no, no, pap4, pap4, papa. No, no, no. Tengo que, tengo que verla por la televisién. Por supuesto que, al final, Emily aprende a intercalar estos dos géneros bAsicos (como el resto de nosotros), utilizando uno para clarificar o ilustrar al otro. Tenemos un ejemplo sorprendente de ello a los 32 meses. Convie- ne fijarse en que el fragmento de narracién que viene a continuacién se ocupa de lo canénico, mds que de lo excepcional. Sin embargo, esta cano- nicidad se superpone a otro acontecimiento bastante preocupante: haber cin daiada nar lnc madres annie cea en tina econela infantile 96 Actos de significado Majiana, cuando nos levantemos de la cama, primero yo y luego papé y mamé, i, toma el desayuno, toma el desayuno como hacemos normalmente y, luego vamos a j-u-g-a-r, y luego cuando venga enseguida pap4 va a venir Carl y entonces vamos a jugar un poco. Y luego Carl y Emily van a ir en coche con alguien, y nos van a Ilevar a la escuela (susurrando), y Ivego cuando Heguemos allf vamos a bajar todos del coche y vamos a entrar en la escuela y papd nos va a dar besos y luego se va y luego dice adiés, y luego va a (rabajar y vamos a jugar a las escuelas. ,A que va a ser muy divertido? E inmediatamente cambia al género de resolucién de problemas: Porque algunas veces voy a la escuela porque es un dfa de ir a la escuela. Algu- nas veces me quedo con Tanta toda la semana. Y algunas veces jugamos a las mamés. Pero normalmente, algunas veces, voy... hum... a Ia escuela. De modo que, a sus tres aiios de edad, Emily sabe cémo poner al servi- cio de su capacidad para narrar experiencias la secuenciacién, la canonici- dad y la perspectiva. El género sirve para organizar su experiencia de las interacciones humanas de una forma narrativa y natural al mismo tiempo. Su entorno narrativo era, a su manera, tan caracterfstico como el de los nifios negros del gueto de Baltimore. Sabemos, por las entrevistas con sus padres, previas a los soliloquios, que este entorno hacfa mucho hincapié en hacer bien las cosas», en ser capaz de dar «razones» y entender las opcio- nes que se ofrecen. jDespués de todo es hija de padres universitarios! Como los nifios de Cambridge que estudié Dunn, Emily aprende a hablar y pensar retéricamente, a disefiar sus emisiones de forma mds convincente para que expresen su posicién. Como vemos, con el tiempo incorpora a sus narraciones otro género, el de solucionar problemas. Y, muy pronto, este género importado se con- vierte en un obbligato de sus narraciones. Utilizo el término musical expresamente. Como sefiala el Diccionario Oxford, el obbligato es algo «que no puede omitirse... una parte esencial para completar una composi- cién». No es que los modos de discurso narrative y paradigmiético se fun- dan. No fo hacen. Sucede, mds bien, que se utiliza el modo Idgico 0 para- digméatico para explicar las rupturas de la narracién, La explicacién se da en forma de «razones», y es interesante que esas razones se expresen en un presente atemporal, que es el m4s adecuado para distinguirlas del curso de los acontecimientos pasados. Pero, cuando se utilizan asf las razones, con- La entrada en el significado 87 viene que no sean tinicamente I6gicas sino que ademés se parezcan a las de la vida real, puesto que los requisitos de la narracién siguen pesando. Esta es la interseccién critica en que verificabilidad y verosimilitud se unen, Lograr una buena convergencia de ambas equivale a lograr una bue- na retérica. El préximo avance importante en nuestra comprensién del proceso de adquisicién del Jenguaje se lograr4 probablemente cuando este intrincado tema sea iluminado por la investigacién evolutiva. VIL El punto de vista que he propuesto es interpretativo, tanto en lo que Tespecta a cémo ve a quienes practican las ciencias humanas como en lo relativo a los sujetos que estas ciencias estudian, De acuerdo con este pun- to de vista, lo que constituye una comunidad cultural no es s6lo el compar- tir creencias acerca de cémo son las personas y el mundo o acerca de cémo valorar las cosas. Evidentemente, debe existir algtin tipo de consen- So que asegure la convivencia civilizada. Pero hay algo que puede ser igual de importante para lograr la coherencia de una cultura, y es la exis- tencia de procedimientos interpretativos que nos permitan juzgar las diver- sas construcciones de la realidad que son inevitables en cualquier socie- dad. Posiblemente tenga raz6n Michelle Rosaldo cuando habla de la solidaridad creada por un acervo cultural de dramas y personajes.’° Sin embargo, dudo que eso sea suficiente y quisiera explicar por qué. Es muy probable que los seres humanos sufran siempre conflictos de intereses con las consiguientes rifias, facciones, coaliciones y cambios de alianzas. Pero lo interesante de estos fraccionamientos no es tanto lo que consiguen separarnos como Ia frecuencia con que son neutralizados, olvi- dados 0 excusados. El primatélogo Frans de Waal advierte contra la ten- dencia de lds et6logos a exagerar la agresividad de los primates (incluido el hombre) y a infravalorar (y no observar adecuadamente) la enorme can- tidad de procedimientos mediante los cuales estas especies superiores mantienen la paz.4! En el caso de los seres humanos, con su prodigiosa capacidad para narrar, uno de los principales medios de mantener la paz consiste en presentar, dramatizar y explicar las circunstancias atenuantes que rodean las rupturas originadoras de conflictos en la vida ordinaria. El objetivo de tales narraciones no es tanto el de reconciliar o legitimar, ni siquiera el de excusar, como el de explicar. Y las explicaciones ofrecidas 98 Actos de significado en los relatos habituales de estas narracionés no siempre perdonan al pro- tagonista objeto de la narracion. Al contrario, suele sef el narrador quien © sale mejor parado en ellas. En cualquier caso; la narraci6n hace compren- sible lo sucedido, contrastindolo con el telén'de fondo de lo que es habi- tual y aceptamos como el estado basic de: Ja vida, aun cuando el hecho de comprender lo sucedido no haga que nos resulte més agradable. Perte- necer a una cultura viable es estar ligado a un conjunto de historias inter- conectadas, aunque esa interconexién no suponga necesariamente un con- senso. = Cuando se produce una ruptura en una cultura (0 incluso enuna micro- cultura como es la familia), esta puede yincularse con varias causas. La primera serfa la existencia de una profunda discrepancia sobre lo que es lo ordinario y lo canénico en Ia vida, y qué eg lo excepcional o divergente. De ello sabemos bastante hoy en dfa por Jo que podrfamos Hamar Jas «batallas por los estilos de vida», tan exacerbadas por los conflictos inter- generacionales. Hay una segunda amenaza‘que es inherente a la excesiva especializacién ret6rica de las narraciones, cuando las historias se hacen tan ideolégicas y de motivacién tan egofsta que la desconfianza sustituye a Ia interpretacién, y «lo sucedido» se desealifica como puramente fabrica- do. Esto es lo que sucede a gran escala en los regimenes totalitarios, y los novelistas contempordneos de Europa Central lo han documentado con una dolorosa exquisitez (Milan Kundera, Danilo Kis y muchos otros).*? BI mismo fenémeno se manifiesta en las burocracias modernas en las que se silencia y oculta todo lo que no sea la versi6f| oficial. Finalmente, hay una ruptura que proviene directamente del empobrecimiento extremo de los recursos narrativos, como sucede con el subproletariado permanente de los guetos urbanos, con la segunda y tercera generaciones de los campos de refugiados palestinos, con los pueblos pérhanentemente hambrientos de Jas aldeas azotadas por las sequfas del Sahara inferior africano. No-es que se haya perdido totalmente la capacidad para narrar la propia experiencia, sino que el «peor de los escenarios» se ha yuelto tan dominante en la vida diaria que las variaciones ya no parecen posibles. : Conffo en que esto no parezca excesivamente alejado del detallado andlisis de las primeras narraciones infantiles que constituyen el niicleo. de este capftulo, He querido dejar bien claro qye nuestra capacidad para con- tar nuestras experiencias en forma de natracién no es s6lo un juego de nifne sino también un instrumento para ‘proporcionar significado que La entrada en el signitiéaido 99 de,dormir hasta los testimonios de los testigos en nuestro sistema legal. En tilimo término, no resulta tan sorprendente que Ronald Dworkin compare _el proceso de interpretacién juridica con.el de. interpretaci6n. literarias ni ‘que'rhiuthos'estudiosos de la jurisprudencia le sigaien ‘esa’Gomparacién,*?, Nuestro sentido de lo normativo se alimenta en la narracién, pero.lo mis- “mo sucede con nuestra concepcién de la ruptura y de lo excepcfonal. Las * igtorias hacen de Ja «realidad» una realidad atenuada, En mi opinién, los “ pifios. est4n naturalmente predispuestos a comenzar sus carreras como nattadores con ese espfritu. Y nosotros les equipamos con modelos y pro- mientos para que perfeccionen esas habilidades. Sin ellas niinca serfa- -més capaces de sobreponernos a los conflictos y contradicciones que geridra la vida en sociedad, y nos convertirfamos.en incompetentes para vivir dentro de una cultura. - ‘

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