Está en la página 1de 2

Otra historia de Caperucita Roja

Su madre la envi otra vez, como cada semana a casa de su abuela: sta haba
llamado por la tarde contndole a su hija que se senta muy mal, que apenas
poda levantarse de la cama y que en su casa haca mucho fro. Su hija,
amorosa y atenta, no tena tiempo de ir a socorrer a su madre as que, en su
lugar, enviaba a su pequea Ana, a quien todos llamaban Caperucita Roja
porque le gustaba vestir con todo el rostro cubierto de un pao de ese color.

Andando iba la nia con su canasta llena de comida preparada especialmente


para la abuela y su rostro rgido. No le gustaba hacer ese mandado; odiaba a
su abuela y detestaba ese camino que separaba sus casas. No quera llegar as
que se entretuvo juntando florecitas y mirando la vida de los pajaritos, libres,
felices, que la rodeaban y que, en ese instante en el que ella se diriga hacia
casa de esa abuela mala, ellos sobrevolaban el cielo con sus alitas pequeas:
le habra gustado tanto ser un pjaro.

Cuando lleg a la casa de su abuela esta se encontraba perfectamente: lozana


como cada tarde que llamaba llorando penurias a su hija. La nieta conoca de
sobra esta historia, pero no se atreva a contarle la verdad a su madre. Pasaron
la tarde jugando a las cartas y como se hizo muy tarde la abuela le dijo, como
cada da, que era mejor que se quedara con ella, para evitar que le ocurriera
algo que pudieran lamentar. Y as fue.

Cuando iba a acostarse la nia encontr al lobo metido en la cama; no era esa
abuelita tierna con la que disfrutara de la tarde, ahora se vea enorme, como
los monstruos de los cuentos que vea. Haba visto una foto de un lobo y no se
pareca a ella, pero no conoca ms animales con los que identificar a ese ser
que cada noche la acosaba y le impeda aferrarse a su inocencia.

A la semana, Caperucita se hallaba leyendo en su habitacin cuando entr su


madre con la cara completamente descompuesta y le cont que su abuela
haba fallecido. Ni ese da, ni muchos aos despus la madre pudo explicarse
por qu la cara de su hija se haba iluminado con tanta espontaneidad; y
mucho menos por qu no haba llorado su muerte y se haba resistido a besar

el cadver, como hacan todos los asistentes al funeral. Su abuela se haba ido,
ahora poda amar a los lobos.

También podría gustarte