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Pierre Thullier DE ARQUIMEDES A EINSTEIN Los coras ocultes de la invencidn cientifica ki DEAR GU\MEDESL A GINSTEI AN Al); MISRRE THUILUE PR 1), Abt AN ZA E. libro aborda la cuestion de la naturaleza de la ciencia y del método cientifico, enfocada desde un punto de vista historico-critico. ;COmo nace la ciencia? ~Como conciben los cientificos sus teorias? jEs la ciencia absolutamente «objetiva» y «racional»? Estas son algunas de las importantes preguntas que PIERRE THUILLIER intenta responder en (geen a age [TxE ARQUIMEDES A EINSTEIN. La obra empieza con un curieso estudio del enigma de «ios espejos de fuego» de Arquimedes, con los que éste supuestamente destruyo la flota romana que intentaba conquistar Sicilia. La «revoluci6n cientifica» del siglo x11, la idea de espacio y perspectiva al comienzo del Renacimiento, el papel de Leonardo de Vinci en el origen de la ciencia moderna, las razones del declive de la astrologia y la importancia de los jesuitas como pioneros de la citencia actual son otras tantas cuestiones debatidas con rigor y amenidad eneste “~ ,, eyVUY) jauUY :e}1391QnD libro, en el que debe también resaltarse por su iffterés~-~-—--—---—- particular el capitulo dedicado al auténtico peso especifico del experimente en los hallazgos de Galileo. Los casos de Darwin y Pasteur, el nacimiento dg la ciencia del inconsciente y el fendmeno Freud —§ constituyen el nucleo de la segunda parte del libto- qixe acaba con un incisivo estudio de la subjetividad en la ciencia, mediante un analisis en profundidad del caso Einstein. 4s ISBN 84-206-04¢)7-9 | 0 9 Fi libro de bolsillo Alianza Editorial | | i ti * 9"788420"60487 sla leila ee ti sa a ateale a eee 7 ito. Le Pils 4 = wnsitices iain ricintisiee Rica. . ‘'SoPOWIIN osu spies Usd ae ween “Bere Tile So DE ARQUMEDES AENSTEN as caras ocultas dela invencion clentifica | (4 ] cows a IST ¥ eq s0;fmyy 2 4 "Or Waste LRrT * Alianza Editoria > al z on, —— = — SS OV Ne a a a * | | i i } | | rh Li Seccién: Ciencia y Técnica Pierre Thuillier: De Arquimedes a Einstein Las caras ocultas de la invencion cientifica, 1 El Libro de Bolsillo Alianza Editorial Madrid rd EERE — : ee pa aE FOTOCOPIADORA C.b.l wea | Titulo original: D’Archinedde a Linstein, Les faces cachées de Uinvention scientifique. Premiere partie Traductor: Amalia Correa © Librairie Arthéme Fayard 1988 © Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1990 Calle Milan, 38, 28043 Madrid; teléf. 200 00 45 ISBN: 84-206-9835-0 (Obra completa) ISBN: 84-206-0487-9 (Tomo I) Depésito legal: M. 42.695-1990 Papel fabricado por Sniace, S. A. Fotocomposicién: EFCA, S. A. Avda. Doctor Federico Rubio y Gali, 16. 28039 Madrid Impreso en Lavel. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid) Printed in Spain Introduccion «La ciencia, considerada como un proyecto que se realiza progresiva- mente, es tan subjetiva y esta tan con- dicionada psicolégicamente como no importa qué otra empresa humana». Einstein a gE ee et te et an RL a TT TT #Qué es la ciencia? ¢Cémo ha nacido? ;De qué ma- nera elaboran sus teorias los cientificos? ;Disponen de ‘un «método» establecido de una vez para siempre que garantice la «verdad» de su saber? ¢Es cierto que la ac- tividad de los fisicos y de los bidlogos es totalmente «objetiva» y «racional»? ¢Existen criterios que permitan saber a ciencia cierta si se debe aceptar o rechazar una. nueva teoria? ¢Se puede trazar un limite claro y definido entre la verdadera y la falsa ciencia? Al examen de estas cuestiones (y de algunas otras del | mismo tipo) estan consagrados los siguientes capitulos. Se trata de estudiar aquellos casos que, me atreveria a | / decir, estan destinados a complicar la imagen que nume- | | rosos manuales y obras de divulgacién ofrecen de la ac- | |, tividad cientifica. Tomemos un ejemplo a la vez elemen- tal y fundamental: jes exacto que una buena teoria es una teoria «confirmada por los hechos»? Y, en otros aspectos, ges exacto que haya que rechazar una teoria a la que contradicen «hechos experimentales» bien estable- cidos? FOTOCOPLADORA 7 CG. 6.1.Pi A. 8 De Arquimedes a Einstein La respuesta, si se cree en las versiones vulgarizadas del Método Experimental, es muy sencilla. Si los exper- tos aceptan una teoria, es que esta «de acuerdo con los hechos». El dilema es harto conocido. O bien el vere- dicto experimental es favorable a la hipdtesis sometida a prueba (que adquiere entonces el estatuto de teoria va- lida), o bien es desfavorable (y por lo tanto hay que considerar que la hipotesis es falsa). Asi lo quiere la |6- gica de la ciencia. El buen sabio es objetivo; escucha la voz de los hechos; se desprende de las leyes y teorias refutadas por la Naturaleza cuando se la somete a tesis experimentales preparadas cuidadosamente. Este esquema es transparente y tranquilizador. Con «la ciencia», por lo menos, uno puede saber por donde anda. He aqui, por fin, una actividad cognoscitiva seria que, gracias a procedimientos eficaces, nos conduce a Las caras ocultas de la invencién EQEREEPTADO RA 9 GEIR, paginas sobre este tema sin llegar a perfeccionar una teo- ria que fuese a la vez precisa, completa y realista (es decir, conforme a las gestiones efectivas de los hombres de ciencia). Pero parece razonable retroceder con rela- cién a una cierta mitologia empirista. Si la historia de la ciencia ha podido sacar a la luz un «hecho» importante, es sin duda éste: jjamds existe una adecuaci6n perfecta | entre las teorias y «los hechos»! i Y si pongo comillas al escribir «los hechos», la prime- ra razon de ello es que esta expresiOn no quiere decir nada de preciso. Los cientificos utilizan «hechos», es de- cir, un cierto nimero de observaciones y resultados ex- perimentales. Pero, en cuanto una teoria alcanza cierto grado de generalizacién y complejidad, es practicamente imposible tener la certeza de que todos los hechos (0 incluso todos los tipos de hechos) pertinentes se hayan certezas e incluso a Verdades. De aqui el éxito de este ~ panorama contrastado; mientras que el arte, la religién |} y la filosofia recurren a la imaginacién, a la intuicién, a | creencias quiméricas y a especulaciones incontroladas, la ; Ciencia nos revela la Realidad tal como es. Este balance ? , tenido en cuenta. Como dirian los filésofos, los hombres ' de ciencia se mueven en la finitud... Su deseo es producir . teorias validas para una infinidad de fendmenos. Pero en ' la practica, jamas estan seguros de haber localizado to- dos los «hechos» utiles; y, precisamente por eso, las teo- epistemolégico, diremos de paso, significa concretamen- te esto: los expertos cientificos merecen crédito. Saben mucho, y lo saben bien... Debemos, pues, confiar en ellos y, llegado el caso, someternos a sus decisiones. No es légico obedecer a los que detentan el conocimiento justo? Como hacia notar Roger Bacon al comienzo del siglo XVII, el saber otorga el poder. Razén de mas para interesarse por todo lo que se dice sobre la ciencia y sus fundamentos. ¢Hay que creer que existe un Método gra- cias al cual se pueden elaborar teorias estrictamente fieles a los «hechos»? rias mejor confirmadas siguen siendo precarias, fragiles. _Asi pues, todos los discursos que tienden a hacer olvidar este hecho nos ocultan algo. Al presentar «los hechos» ‘ como una especie de prueba maxima de la verdad de la - ciencia, hacen a esta ultima una publicidad abusiva; y, al mismo tiempo, empobrecen y evaliian lo que tantas ve- | ces llamamos la aventura cientifica. Desde luego, si sélo bastase consultar «los hechos», la investigaci6n perderia su encanto, su lado excitante. Al acumular ciegamente los «datos» y al utilizar los orde- nadores, los hombres de ciencia obtendrian mecanica- No se puede formular una respuesta minimamente sa- mente las buenas teorias. Pero, con toda seguridad, no./ i tisfactoria en unas pocas paginas. Los filésofos de la cien- ha sido trabajando con este espiritu como los Galileo, | , cia y los mismos cientificos han escrito miles y miles de Darwin, Pasteur o Einstein han desarrollado sus teorias, | | i i/ 10 De Acquimedes a Einstein _ Es cierto que, en algunos casos, se puede tener la im- presiOn de que la «teoria» ha sido totalmente compro- bada mediante los «hechos», Asi, la afirmacién de que la Tierra es esférica (0 casi esférica) tuvo primero el es- tatus de una teoria; los sabios antiguos llegaron a esta idea con la reflexién y la especulacién. Mas tarde, esta teorfa fue brillantemente confirmada. Todos nosotros, hoy en dia, hemos visto fotografias que muestran, lite- ralmente, la esfericidad (o casi esfericidad) de nuestro planeta. Pero aqui esta la paradoja: jya no se trata de una teoria! Para nosotros, es un hecho. Resultado alen- tador, puesto que nos indica que las especulaciones cien- tificas pueden conducirnos a conocimientos reales. Pero que nos recuerda que las teorias no son verdaderas de una manera absoluta mds que cuando ya no son teorias..” Dicho de otra forma, la noci6n misma de teoria im- plica la incertidumbre/ Incluso una teoria eficaz (en el sentido en que lo ha sido, y lo es todavia la teoria new- toniana de la gravitacién) no es necesariamente una teo- ria verdadera. Puede prestar grandes servicios en la prac- tica; puede introducir la inteligibilidad en el estudio te6- rico de una infinidad de fenémenos. Y, sin embargo, no ser perfecta. Por una parte, sucede que determinados «he- chos» siguen siendo inexplicables en el marco de esta teoria y parecen contradecirla (éste es el caso de la teoria de Newton con algunos «hechos» concernientes a la me- canica celeste). Por otra parte, puede resultar ser nece- sario una revision drastica de determinadas nociones fun- damentales (éste fue también el caso de los conceptos newtonianos de tiempo y espacio). Todo esto, me apresuro a precisar, no cuestiona de ningiin modo la idea misma de investigacién cientifica. Una buena teorfa no es una teoria definitivamente jrre- futable y absolutamente cierta: es una teoria coherente Y que posee cierta eficacia en las condiciones dadas. F| — | ! | | ! | | | Las caras ocultas de la invencion cientilica, | 11 malentendido comienza cuando el celo de los publicistas (y a veces de los mismos cientificos) hace que se wa fique con exceso la certeza y la objetividad del saber experimental. Y cuando olvidan, entre ae que algunos de los hechos famosos pueden exp icarse es diante varias teorias diferentes... Entre las teorias y los hechos siempre existe un desfase, una especie de «borro- sidad». De forma ideal, por supuesto, los hombres de ciencia tienen como objetivo sacar a la luz el funciona- miento real de la naturaleza; y esto les lleva, en particu- lar, a multiplicar los cuestionarios sobre todo lo que se puede observar y experimentar. En este senudo, el le- gendario «método experimental» expresa cierta verdad: los hombres de ciencia tienen un proyecto preciso y res- petan determinadas normas (como aquella que exige una confrontacion estrecha y seria de la teoria con los fend- menos a los que concierne). No obstante hay que resal- tar la diferencia entre la Ciencia Ideal, que tal vez po- damos poseer en el fin de los tiempos, y la ciencia efec- tiva, que muy a menudo esta muy lejos de la perfecci6n. Uno de los objetivos del presente libro es precisamente mostrar con algunos ejemplos concretos (ver especial- mente los capitulos VIII, IX, X, XI y XII) hasta qué punto es dificil hacer dialogar las teorfas y los hechos. En principio no hay més que seguir el Método. Sin em- bargo, en la practica, el asunto no es tan sencillo. Sin entrar en detalles, y sdlo con el fin de orientar la lectura, voy a resaltar algunas cuestiones a las que se} enfrentan los investigadores. ¢Cémo elegir los hechos buenos entre todos los hechos disponibles? Por «hechos buenos» entendamos aquellos que son significativos, aquellos que presentan de forma bien caracterizada las variables «pertinentes», los fendmenos «fundamentales», etc, Cuando una teoria ha sido aceptada, desde hace mu- : cho tempo, se tiende a subestimar la importancia de este FOTOCOPT py Yalel' ET ee ee Pe eee eee a eee aes — 12 De Arquimedes a Einstein problema. Las sesiones de «los trabajos practicos» de nuestro sistema de ensefianza contribuyen por otra parte a falsear las perspectivas. En efecto, los estudiantes ex- perimentan la mayor parte de las veces sin acabar de |. darse cuenta de la amplitud del trabajo que ha sido ne- cesario para perfeccionar las nociones y los instrumentos que utilizan. De forma espontdnea creen que eso es «evi- dente»; su tnico problema es realizar correctamente la manipulacién. Para los iniciadores, para aquellos que introdujeron . ——-- ——+]" * ‘ innovaciones en el anilisis de la caida libre, de los fené-' menos de combustién-o de los mecanismos de la heren- cia, la situaci6n era muy diferente. Su labor no se reducia a que les «saliese bien» una experiencia. En primer lugar, debian concebirla... No solamente tenian que localizar los «hechos buenos» entre todos aquellos que podjan conocer, sino que a menudo debian forjarlos en todos Sus aspectos (por ejemplo, construyendo nuevos apara- tos). Y no solamente debian identificar las «buenas va- riables», aquellas que permitirian formular relaciones fe relaciones fe- cundas, sino qué al mismo tiempo debfan definir nuevas nociones y nuevos esquemas tedricos. Nunca lo resalta- remos demasiado: una vez logradas, todas esas manio- bras parecen sencillas. «No habia mds que... Bastaba con...» Pero en la exploracién de terrenos que son nue- vos por definicion, los riesgos de equivocarse son gran- des. Nada garantiza que se esté en el buen camino. Uni- . camente en los relatos posteriores de ciertos historiado- res, las investigaciones resultan ser totalmente «légicas» Caro iuanOsos) | _En primer lugar, es muy raro que los «hechos» con- firmen de forma completa e inmediata la validez de una teoria, ya que a los hechos positivos es casi siempre po- sible oponer hechos negativos (es decir, desfavorables a v . t ed ' ke , i ‘ Bh ee Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 13 la teoria que se comprueba). Como se podra ver al llegar al capitulo IX, un quimico tan notable como Marcelin Berthelot se negé a admitir durante mucho tiempo la teoria atomica. Por otra parte, no fue el unico; y el gran \? ntimero de «hechos» favorables a esta teoria no resultd ‘ser suficiente para forzar la adhesion de los escécpticos, “% ya que la teoria *, dice siempre mucho mas que los «he- < chos». Y esto, en ultima instancia, permite a los que se N ce s » £2 ° en ) - a “hi Al. ee Ee hea 4 hat pak a i wageene 4 @ que, algunas veces, todos los indicios parecen designar a a SS 4 : \.s} X como culpable, jy sin embargo el crimen lo ha come- ss tido Y! En la ciencia puede presentarse la misma situa- Bh. t + “oponen hacer valer este distingo: todo (0 casi todo...) sucede como quiere vuestra teoria, pero esto no prueba que todas las afirmaciones que contiene respondan a la realidad. Aplicado al caso de los atomos, este razona- miento se convierte mas o menos en: la hipétesis segiin la cual existen varios tipos de corptisculos elementales permite explicar muchos fenémenos, pero no es comple- tamente seguro que la materia sea realmente «disconti- nua» y que estos 4tomos no sean otra cosa que ficciones ttiles... Ya lo hemos visto, siempre es posible imaginar que los mismos «hechos» puedan ser explicados con una teoria diferente. Bajo este punto de vista, la comparacién entre la investigaciOn cientificay el desarrollo de una investigaci6n policiaca es valida. Todo el mundo sabe > cién: la convergencia de los «hechos» puede poner sobre una buena pista, pero no siempre es la que conduce a la verdad. También puede suceder que algunas teorias sean re- chazadas en el mismo instante que aparecen, pero esto fio les impide prosperar... De algin modo, éste es el caso de la teorfa gravitatoria de Newton: siempre ha debido enfrentarse a anomalias, es decir, a hechos que no con- seguia explicar, Pero los newtonianos tenian fe y se de- cian que, algun dia, diversas mejoras permitirian triunfar \4 Le Arquimedes a Einstein sobre esos enigmas, Do el cago de la leorla penetica de Mendel, las dificultades eran atin mas Patentes: gran can- | tidad de «hee hose evidentes contrades hall las concepcio- nes «discontinuistas» de este antepasado de la genética moderna. Una vez mas, la obstinacion hizo milagros: gracias a diversas adecua 1OneSs, pracias a hip6tesis com-: plementarias, fue posible demostrar que las «excepcio- nes» eran unicamente excepciones aparentes... Pero todo esto no se hizo en un dia y, durante decenios, el éxito permaneci6 incierto. Desde luego, podemos concluir que los «hechos» aca- ban por hablar. A fuerza de interrogarlos, los investiga- dores (al menos en algunos casos) acaban por saber de qué se trata. Pero no hay que subestimar las dificultades, de estos interrogatorios; y tampoco hay que sobreesti- mar el valor de los resultados obtenidos. La teoria men- deliana, todavia hoy, contiene ciertos aspectos oscuros. Y esto puede verse con mas claridad todavia en otras teorias prestigiosas, en particular en la darwiniana (o neo- darwiniana) de la evolucién. Es bien sabido que un epis- temdlogo como Karl Popper ha llegado a poner en duda que esta teoria sea «refutable» experimentalmente. Dicho de otro modo, se trataria de una serie de enunciados tan amplia y tan fluida que no seria posible organizar una confrontacién verdaderamente decisiva con todos los «datos» en cuestién (datos que provienen de la clasifica- cién, de la paleontologia, de la anatomia comparada, de la genética, de la embriologia, de la biogeografia, etc). Mas tarde, Popper ha matizado un POco su posicidn. Pero esta especie de sospecha que ha formulado no deja de tener un sentido preciso: no es raro que la admi- nistracién de «pruebas» experimentales resulte ser su- mamente delicada. Por otra parte, el mismo Darwin sa- bia a que atenerse: de ningtin modo consideraba su teo- _ Tia como «probada», sino que se contentaba con decir ss a ee cts 15 is caras Ocultas de la iivenciOn cientiliea, | que hacia inteligibles un gran numero de «hechos» (que es algo muy diterente,..), Una de las paradojas a las que se llega, es que los mismos «hechos» pueden sufrir diferentes evaluaciones. Si todo sucediese tal como afirman las formulaciones usuales del «método experimental», estas evaluaciones deberian considerarse, no sdlo como superfluas, sino como condenables. Asi lo exige el gran ideal de la Ob- jetividad: los cientificos deben abstenerse de manifestar sus preferencias personales, de hacer intervenir en at investigaciones prejuicios filosdficos, de privilegiar tal o cual teoria sin justificacién Ver por ejemplo J. Baltrusaitis, Essai sur une légende scientifique: le miroir, El mayan-Le Seuil, 1978, pags. 95 y siguientes. 50 Loe Arquimedes a Einstein ‘ vi — SS Muchas cwvilizaciones antiguas, tanto en Europa, en Africa o en la América precolombina, han considerado el fuego como un elemento sagrado. Para asegurar su mantenimiento, se confiaba su cuidado a sacerdotisas virgenes. En el presente grabado, sacado de una obra del siglo XVIII, se muestra de qué manera encendian los incas el fuego sa- grado. Utilizaban «un vaso céncavo, del grueso de la mitad de una naranja, extremadamente brillante y pulido», mediante el cual concen- traban los rayos solares sobre «unas hilas de algodén». La llama que obtenian mediante este procedimiento se destinaba a quemar las victi- Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 51 sol formadas por cada uno de los espejos concurriesen en un mismo punto.» Pero es Buffon el que aporta la contribucién mis es- pectacular. De forma practica, es decir construyendo él mismo un espejo formado por 168 espejos pequefios, y experimentando sobre diversos materiales, demostré en 1747 que Descartes se habia equivocado. No importan los razonamientos abstractos; el hecho es que se consi- gue inflamar rapidamente pedazos de madera con un es- pejo compuesto. Este logro tuvo un amplio eco, como atestigua el Grand dictionnaire universal de Pierre La- rousse en la segunda mitad del siglo XIX: gracias a Buf- fon «la reaccién fue completa contra la tesis de Descar- tes, que habia declarado imposibles los espejos de Arqui- medes». Ciertamente, la duda subsistia. Pero de nuevo los his- toriadores podian aceptar como verosimiles las historias relativas a los espejos. Incluso en la época contempora- nea, las opiniones permanecen divididas. Sin embargo mas de los sacrificios; después se «llevaba al Templo del Sol y ala casa de las Virgenes escogidas». Seguin Plutarco, en Roma se practicaban ritos semejantes. El segundo rey legendario de esta ciudad, Numa Pompilio, seria el que instituy6d hacia 700 a.C. la custodia del fuego por las vestales. Cada ano, el primero de marzo, se volvia a encender este fuego. Para obtener una llama completamente «pura», uno de los métodos consistia en emplear «un vaso hueco», es decir, un espejo ardiente que se orientaba «direc- tamente contra el sol». En otras palabras, los espejos causticos habrian tenido primero un uso religioso. Esto confirmaria la tesis de algunos historiadores que aseguran que las innovaciones técnicas revisten en primer lugar una forma simbélica. Los espejos ardientes, en verdad, durante mucho tiempo fueron considerados como «juguetes». La haza- na de Arquimedes, si es cierta, constituiria una verdadera excepcion... (Grabado sacado de B. Picard, Histoire génerale des cérémonies, moeurs ec coutumes religteuses, 1741, Bibl. des Arts. décoratifs. cl. J.-L. Char- met) FOTOCOPIA DORA ef ass. 3 a a afd a Lees El jesuita Athanasius Kircher, en el siglo xvii, realizé algunos experi-' mentos bastante sencillos con espejos planos; segiin él, era posible que’ Arquimedes prendiera fuego a las galeras romanas. Esto lo explica en su obra Gran arte de la luz y de la sombra (1646), en la que también abor- da otros temas. En la pagina titular se hace referencia al estudio «cienti= fico» de los fendmenos luminosos; gracias a la autoridad sagrada y a la” Met tre Las caras ocultas de la invenci6n cientifica, 1 53 hay que hacer constar que, en conjunto, los escépticos tienden a ganar terreno. En este contexto, el articulo de D. L. Simms aparecido en 1977 resulta significativo: se trata de dar el golpe de gracia a una leyenda viva pero ‘asostenible. El plan de ataque es a la vez sencillo e in- rerdisciplinar. En primer lugar, hay que establecer que las fuentes histéricas favorables a la existencia de espejos no tienen ningtin valor; después hay que probar que Ar- quimedes no tenia los medios intelectuales y técnicos para construir un arma solar. suficientemente potente; y por tiltimo, mostrar que en las condiciones concretas del asedio de Siracusa una proeza de este tipo jamas hubiese odido llevarse a cabo con éxito. {Es decisivo este argu- mento? Para saberlo, lo mas sencillo es analizar sucesi- yamente las tres objeciones planteadas por Simms. __ autoridad profana, gracias a la raz6n y a los sentidos, los hombres pue- den por ejemplo comprender los fenédmenos de la reflexion. Pero este grabado también evoca, de forma simbélica, todo un conjunto de tradicio- nes religiosas y filosficas. La luz sensible circula entre el Sol, la Luna y la Tierra; y, por encima de ella, esta la luz que emana directamente de Dios. Henos aqui de golpe en plena cosmologia y en plena teologia. Ademds, en la Edad Media muchos tedlogos habian concedido gran importancia a la idea de que Dios era él mismo luz y fuente de luz. «La primera de las substancias es la luz», afirma un autor del siglo x11; y «todas lus demds cosas participan de la naturaleza de la luz». Mas aun, un cuerpo puede ejercer una influencia sobre otros en la medida en que él mismo es luz; y un cuerpo es tanto mds perfecto cuanta mas luz posea. Asi se comprende que el inglés Robert Grosseteste, nombrado obispo de Lincoln en 1235, haya considerado la éptica como una ciencia absolutamente esencial y digna de un lugar privilegiado: mediante el estudio de la geometria de la luz resultaba posible progresar en el co- nocimiento a las realidades espirituales. Bibl. de |’Ancienne Faculté de medicine. Cl. J.—L. Charmet). 54 De Arquimedes a Einstein Del silencio de Polibio a las «Méquinas» de Antemo Comencemos por el problema histérico ;qué valor tie- nen los testimonios antiguos relativos al empleo de los espejos ardientes por Arquimedes? No mucho, respon- den los incrédulos. Su argumento principal no deja de tener fuerza. Esto es, que los tres historiadores que han dejado los mejores relatos del asedio de Siracusa (Poli- bio, Tito Livio y Plutarco) no hacen ninguna alusidén a los espejos ardientes. El silencio del historiador griego Polibio resulta especialmente molesto. En efecto, nacido una decena de afios después del asedio, pudo conocer testigos directos. Si hubiese ofdo algo sobre las proezas incendiarias de Arquimedes, con toda seguridad hubiese hablado de ello. Para tener un testimonio absolutamente explicito so- bre el empleo de los espejos cAusticos de Arquimedes, es necesario esperar hasta el siglo vi d.C. Se encuentra en una obra de Antemo de Tralles sobre las Méquinas extraordinarias. Antemo era a la vez arquitecto, ingenie- ro y matematico, Fue él quien, bajo la instigacién del emperador Justiniano, concibié la basilica de Santa Sofia de Constantinopla y comenzé su construccién. En el fragmento que se conserva de las Maquinas trata cuatro problemas de dptica del que ofrecemos el siguiente: jes posible, mediante un espejo ardiente, inflamar una ma- teria combustible a la distancia de un tiro con arco? En la respuesta se refiere a la historia del asedio de Siracusa, y admite como evidente que Arquimedes Ilevé a cabo con éxito esta hazafia técnica. Pero, hace notar, hubiese sido necesario un espejo pa- rabdlico de dimensiones demasiado grandes. Mas vale admitir que Arquimedes utilizé varios espejos planos. Entrando en detalles, Antemo imagina una técnica de la que se hablara a menudo después de él: si varios hom- Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 Esta representacién de la hazafta de Arquimedes esta ak arte de la luz y de la sombra de Athanasius Kircher (1646). una larga tradicién, es un espejo parabélico anular que concentra los — solares sobre la nave que constituye el blanco. Como sucede a nent O en el siglo xvi, las consideraciones relativas a los espejos de Arquimedes estén asociadas estrechamente a una exposicion sobre .cOnicas y Optica geométricas. Se puede ver que los rayos reflejados por el oa pa (espejo «C») no convergen en un punto unico. En realidad, di a una forma particular (llamada «cdustica») que Kircher no representa. Se contenta con senalar que, cerca de la cuarta parte del didmetro, existe una zona que practicamente puede considerarse como es rae El padre Kircher es menos inocente de lo que este grabado es da id imaginar. Sabe muy bien que un espejo parabélico no resu ne efic mas que si el barco apuntado estuviera exactamente en @ foco y se mantuviese inmovil. Estas condiciones son dificiles de cumplir... Kircher también estima que Arquimedes hubiese conseguido sus fines mas fa- cilmente con una bateria de espejos planos. (Bibl. de l’Ancienne Faculté de médicine, cl. J—1. Charmet). 56 : De Arquimedes a Einstein bres, que tienen cada uno un espejo dirigen los rayos solares hacia un blanco, éste se inflamara con bastante facilidad. Resalta que esta operacién no es cémoda y exigiria al menos veinticuatro espejos. Pero es posible otra solucién: basta articular en torno a un espejo hexa- gonal central, mediante bisagras, varios espejos también hexagonales. El resto cae por su peso: se orienta primero el espejo central y después los espejos periféricos. «Se conseguira asi infaliblemente la inflamacién requerida en un punto dado.» Con varios espejos compuestos de este tipo, el efecto abrasador sera atin més considerable. Y _ ~--~~—Antemo-concluye resaltando un hecho que confirma sus ‘ suposiciones: los autores que han contado la hazafa de Arquimedes «no han hecho mencién de un solo espejo, sino de varios». Este testimonio es ciertamente de gran interés, aunque sdlo sea desde un punto de vista tecno- logico. Pero a los ojos de los historiadores presenta dos graves fallos: no cita ninguna fuente precisa y su fecha es muy tardia. Testimonios diversos pero poco fiables Mas enojoso atin resulta el hecho de que, para encon- trar confirmaciones suplementarias, sea necesario recu- _ rrir a tres. autores atin mas tardios. El primero es Zonaras, historiador y especialista de derecho canénico, fallecido hacia 1130. Segiin él, un cier- to Proclo habria utilizado espejos ardientes para destruir la flota del general escita Vitalino durante el sitio de Constantinopla en el afio 514 d.C. Tal accién, hace notar de paso, recuerda la forma en que Arquimedes incendié siglos antes las naves romanas. Un segundo autor bizan- tino del siglo x1, Juan Tzétzés, proporciona indicacio- nes mas precisas. Relatando la forma en que Arquimedes ~ RA Be LP at. Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 hizo retroceder a Marcelo, explica que su dispositivo in- cendiario estaba compuesto por un espejo hexagonal y varios espejos cuadrangulares, «los cuales se movian en todos los sentidos sobre bisagras». Pero este detalle se ha tomado de Antemo de Tralles. Desde el punto de vista histérico, Zonaras y Tzétzés se remiten a Dion Ca- sio que habia escrito, en el siglo II d.C., una Historia romana. Desgraciadamente, los pasajes relativos a Arqui- medes se han perdido *. Por afadidura, el poeta y gra- matico Tzétzés no se considera un autor muy fiable. El tercer documento es el del obispo Eustato, que tam- bién vivid en el siglo XI. En un comentario de la Iliada de Homero, afirma que «Arquimedes, mediante un in- " vento de catéptrica, quemé las naves enemigas». Pero los expertos parecen ponerse de acuerdo para hacer caso om1- so de esta indicacién. En resumen, el balance es clara- mente negativo: los Antemo y los Eustato, una vez pa- sados por el tamiz de la critica, no nos ofrecen mas que una débil presuncién a favor de la existencia de los cé- lebres espejos. EI mensaje ambiguo de Galeno Existe no obstante un’texto anterior, muy discutido, que puede modificar las perspectivas. Procede de oe no, el gran médico griego que vivid en el siglo 11 d.C. En su tratado sobre Los temperamentos, declara que «Ar- quimedes quem6 las naves enemigas con pureia (Sud tov muoiwv). Desgraciadamente, la dificultad estriba en que no se sabe exactamente qué sentido hay que darle en esta * Tzétzds se refiere a otro historiador griego, Diodoro de Sicilia, que debié narrar en el siglotd.J. el asedio de Siracusa. Pero esta parte de su obra tampoco ha llegado hasta nosotros. 58 De Arquimedes a Einstein A finales del siglo xvi, en la segunda edicion de su Magia natural, Giam- battista della Porta propone una version original del espejo de Arqui- medes: un espejo anular que, tedricamente, puede concentrar los rayos del sol a una distancia muy grande (fig. A). De hecho, se trata de un paraboloide truncado. Su rendimiento no podria ser excelente, ya que todos los rayos que pasan por la zona mediana continwian su camino sin pasar por el foco. El dibujo, evidentemente, ofrece una interpretacién mds bien optimista del efecto obtenido (Bibl. de l’Ancienns Faculté de médicine, cl. J—L. Charmet). El jesuita italiano Cavalieri, en 1632, sugiere diversos dispositivos como el representado en la fig. B. El rayo solar se concentra, aqui también, mediante un paraboloide truncado. Basta a continuacion con hacer coin- cidir el foco de este primer espejo céncavo con el foco de un pequeno paraboloide convexo para que se obtenga una «linea ardiente» a muy largo alcance. Este esquema tedrico se basa en un buen conocimiento de las propiedades de las cénicas. Pero su eficacia no es segura... (Ex- tractos de Cavalieri, Lo specchio ustorio (Elmayan-Le Seuil). frase a la palabra griega pureia. A este respecto, se han ofrecido dos tesis. Seguin la primera, esta palabra designa de forma bastante vaga todo lo que sirve para encender el fuego por ejemplo, materias inflamables, brasas e in- cluso la pez. Segtin la segunda tesis, por el contrario, la palabra pureia designa los espejos ardientes. Asi pues, todo se basa en una cuestién semantica... ie I STAMAR -~ ee a —— Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 59 =e er ees | TY} xg | En sw Magia natural (1657), el jesuita Gaspar Schott insiste sobre el mismo tema. Los rayos del sol se recogen con un espejo concavo y se proyectan en el foco de un segundo espejo que a su vez les haria con- verger sobre un navio (fig. C). En estricta teoria, este segundo espejo deberia ser eliptico. (Bibliothéque nationale, cl. J—L. Charmet). _ En el comienzo del siglo xvit, el francés Du Fay experimenta con dis- positivos andlogos. En particular, coloca «en el foco de un espejo con- cavo un pequenio espejo parabdlico convexo y sdlido» (fig. D2). Pero el resultado es mediocre: «He encontrado varios inconvenientes; el espejo pequeo se calienta en un instante y resulta casi imposible colocarlo en el punto donde debe estar. Por otra parte, el brillo de todos los rayos que caen sobre este espejo convexo resulta extremadamente molesto para la vista» (Bibl. de l’Ancienne Faculté de médicine. cl. J —L. Char- met). Resulta muy dificil zanjar esta cuestién de forma ab- soluta. Pero hay que resaltar que la palabra pureia se utilizaba en el siglo 1a.J. por diversos autores (como Gé- minos de Rodas) para designar los espejos ardientes; y que este empleo vuelve a encontrarse con toda claridad desde el siglo m1 °. No obstante, se permite la duda. Esto 5 Ver por ejemplo Ch. Mugler, Dictionnaire historique de la termi- nologie optique des Grecs, Klincksieck, 1964, pag. 342. Parece ser que Apolonio de Perga escribi6 un tratado: Sobre los espejos ardientes (pu- reia). Sereda DE as ge era]! ee SON ry ae St ee ecageees See 60 i De Arquimedes a Einstein significa que Galeno pudo disponer de fuentes que afir- maban la existencia de los espejos de Arquimedes. Otro testimonio, que data tambien del siglo 11 d.C. debe tenerse en cuenta: el del escritor griego Luciano de Samosata. «Arquimedes, afirma en su Hippias, incendié ‘las naves romanas gracias a un artificio técnico.» Esta. formula es singularmente imprecisa. No prueba (peré tampoco elimina) la hipétesis de los espejos causticos. Lo mas que se puede decir es que, muy pronto, se con- taron de Arquimedes historias en las que e/ fuego inter- venia de una forma u otra. Asi, el poeta latino Silio Ita- lico, en el siglo I d.C., escribid en sus Guerras punicas que Arquimedes habia construido una torre desde la que arrojaba pez sobre los romanos. Una vez mas, se desem- boca en nuevas preguntas mas que en respuestas verda- deramente dignas de crédito. Parece necesario concluir que es preciso desconfiar de la tradicién que atribuye a Arquimedes el empleo de espejos ardientes. No obstante hay que resaltar que la falsedad de la leyenda no ha sido probada en sentido estricto. Uno de los argumentos principales es el de decir que Polibio nos hubiese hablado de espejos ardientes si hubiesen existido. Pero debemos resaltar que los textos de este autor relativos al asedio de Siracusa sélo nos han © llegado en forma de fragmentos; esto significa que la parte relativa a los espejos ardientes podria haber desa- parecido. Atin mas, el hecho de que un historiador no hable de un acontecimiento no prueba que éste no haya sucedido. Se sabe, por ejemplo, gracias a otras fuentes, que Arquimedes muri6 al final del asedio de Siracusa a manos de un soldado romano. Y Polibio no dice nada de ello. Esto muestra que el «silencio» de los textos debe interpretarse con precauci6n. Sn Me NE LEVON C,E./.p.s Q. Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 | Era Arquimedes un buen optico tedrico? Para D. L. Simms, en todo caso, el campo esta libre. Considerando como evidente que los espejos de Arqui medes jamas han sido reales, ahora va a intentar estable cer que eran imposibles. Cuesti6n preliminar: {Disponia Arquimides de los conocimientos tedricos necesarios? Se gun D. L. Simms, hubiera sido necesario que Arquime des conociese «las propiedades focales del paraboloide» y pudiese explicar «cémo los espejos desencadenan la combustion». Lo cierto es que, en los textos que poseemos, no apa- rece este saber tedrico. Claro es que Arquimedes escri- ‘bid un tratado Sobre los conoides y los esferoides, es de- cir, sobre lo que hoy llamamos paraboloides, hiperbo- loides y eclipsoides de revolucién. Esta obra a menudo se considera como una «obra maestra de encadenamiento logico» y prueba que el gedmetra griego dominaba am- pliamente el tema°. Pero en ninguna parte se enuncia que los rayos que caen sobre un paraboloide de revolu- cién paralelamente a su eje se concentren en un punto. Existe sin embargo una tradicién que atribuye a Ar- quimedes tales conocimientos. El escritor latino Apule- yo (siglo 1 d.C.) afirma que «el principal titulo de Ar- quimedes para la celebridad es el de haber, a menudo y con atenci6n, tenido en cuenta un espejo»; y, entre otras cosas, haber explicado «en una voluminosa obra» por qué los espejos céncavos encienden un cuerpo inflama- ble situado en su proximidad. E] matemiatico, fisico y filésofo arabe Ibn-al-Haytham (965-1039) también pen- saba que Arquimedes conocia las propiedades dpticas del * Ver Arquimedes, De la sphére et du cylindre. (...) Sur les conoides et les sphéroides, texto establecido y traducido por Ch. Mugler, Les Belles Lettres, 1970. 62 De Arquimedes a Einstein paraboloide. Mas aun, se sabe por Teén de Alejandria (siglo IV) que efectivamente Arquimedes escribié un tra- tado de Catoptrica» ’. Pero estas indicaciones no le bastan a D. L. Simms, Para negar la competencia teérica de Arquimedes, se re- mite a Diocles, que poco después de la muerte de Ar- quimedes (es decir, hacia 190-180 a.C.) escribié un trata- do Sobre los espejos ardientes. En este texto, senala, no se hace ninguna mencién de Arquimides. A juicio de Simms, este argumento es muy fuerte. Al igual que Po- libio no dice nada sobre la utilizacién de espejos en Si- racusa, Diocles no dice nada de la 6ptica de Arquimedes. éPara qué, pues insistir? Este razonamiento, por diversos motivos, no es tan convincente como podria creerse. Es preciso, por ejem- plo, hacer intervenir a otro geémetra, Apolonio de Per- ga, que era algo mas joven que Arquimedes y contem- poraneo de Diocles. Gran especialista en cénicas, cono- cia la existencia de los focos de la elipse y de la hipér- bola. Y varios historiadores de la ciencia (tales como Th. L. Heath, G. J. Toomer y M. Kline) estiman que también. debid conocer, aunque no lo mencione; las propiedades focales de la parabola °. Por otro lado, el tratado de Dio- cles Sobre los espejos ardientes ha llegado hasta nosotros’ en una versién 4rabe y nos dice que un tal Dositeo habia construido un espejo ardiente parabdlico. Ahora bien, 7 Ver A. Rome: «Note sur les passages des Catoptriques d’Archi- méde conserves par Théon d‘Alexandrie», Annales de la Société scien- tifique de Bruxelles. 70 (1932), pags. 30-41. El Gnico pasaje seguro que se conserva trata de la refraccién. ~ 8 Th. L. Heath, Greek mathematics, Dover, 1963 (1? edicién: 1931), pag. 376; M. Kline, Mathematical thought from ancient to modern times, Oxford University Press, 1972, pag. 168; G. J. Toomer, articulo «Apollonius of Perga» del Dictionary of scentific biography, vol. 1, Charles Scribner's sons, 1970, pags. 179 y siguientes. ee ee Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 63 este Dositeo no es un cualquiera; es el amigo al que Arquimedes dedicé cuatro de sus tratados de geometria (y en particular el concerniente a los paraboloides). G. J. Toomer llega a la siguiente conclusién: «Es muy pro- bable que la propiedad focal de la parabola fuese cono- cida antes de Apolonio.» Se puede pensar que, dados sus contactos con Apolonio y Dositeo, Arquimedes tuvo la oportunidad de adquirir nociones esenciales sobre los espejos parabdlicos. No es, pues, posible demostrar que Arquimedes, como individuo, haya poseido todos los elementos tedéricos que exige Simms. Pero numerosos indicios sugteren que cier- tamente poseia conocimientos de dptica; y que los geé- metras de su época, en conjunto, disponian de un vasto saber sobre este tipo de cuestiones. Por otra parte, D. L. Simms, por mucho que quiera arruinar la leyenda de los espejos ardientes, se ve obligado a concederlo: el «pa- radigma» de la ciencia, a finales del siglo II a.C. era lo suficientemente rico como para suministrar todos los ele- mentos necesarios para la concepcidn de los famosos es- pejos. Tampoco debemos olvidar que los griegos, mucho antes de Arquimedes, se interesaban por los fendmenos de reflexion y la refraccidn, asi como por sus aplicacio- nes practicas. Y esto aparece también tanto en el autor cémico Aristéfanes como en el fildsofo Aristételes. Inutil recurrir a los paraboloides De todas formas, existe una raz6n mas fundamental para refutar la argumentacién de D. L. Simms. Presupo- ne en efecto que Arquimedes debia utilizar uno o varios paraboloides, Pero esta exigencia es totalmente arbitraria. Hasta los antiguos, como ya hemos visto, se dieron cuen- FOTOCOPIADORA Sf. 64 De Arquimedes a Einstein ta de que bastaban los espejos planos. Y no solamente bastaban sino que hubiesen sido mas comodos. Este es precisamente uno de los resultados establecidos por la ‘teoria: un espejo parabélico tiene un foco fijo y por esta razén constituye un arma casi, casi, desprovista de inte- rés... Un espejo caustico funcional debe ser de focal va- riable; y la forma mis sencilla de obtener este resultado es emplear una bateria de espejos planos. Ahora bien, Arquimedes podia llegar a esta idea sin necesidad de grandes rodeos especulativos. Conociendo la ley elemental de la reflexién (el angulo de incidencia es igual al angulo de reflexién), solamente tendria que idear un dispositivo que respondiese a estas dos condi- ciones: cada espejo plano debia reflejar sobre el objetivo los rayos que recibiese, y ningun espejo debia interpo- nerse entre el sol y los demas espejos ni entre éstos y el blanco. No era preciso ninguna teoria del paraboloide. Una tecnologia semejante podia basarse en conocimien- tos relativamente rudimentarios. Es ademas bien sabido que el ingeniero Arquimedes tenfa imaginacién y habilidad. Habia fabricado modelos mecdnicos que reproducian la marcha de los planetas y escrito un tratado (que después se perdid) sobre este tema. Nadie pone en duda, el parecer, que haya cons- truido catapultas, griias y otros aparatos capaces de sos- tener enormes pesos. Por qué sus dotes de inventiva no le habrfan permitido desarrollar un arma incendiaria? Una vez mas, los criticos evocan el silencio de los textos. Pero, y sobre todo en lo que concierne a la his- toria de la técnica, este argumento no es determinante. Veamos por ejemplo lo que se conoce como «la tuerca de Arquimedes» (una tuerca sin fin que permite elevar el agua). Este instrumento no aparece escrito en ninguna obra del propio Arquimedes. «Pero, afirma el historia- dor George Sarton, esto no prueba que no lo haya in- Fe oc OPtADORA Che 3 yf - ( FEST Ps a. Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 65 phwee ets aryue iN fe <«t wx Estos dos espejos ardientes, que se conservan en el Museo de Artes y Oficios de Paris se atribuyen a Buffon. El espejo compuesto de 48 pe- quenos espejos planos debe haberse montado en 1740 y el circular en 1741. Buffon construy6 muchos otros espejos de este tipo. El mds famoso es el que wtilizd en sus experiencias de 1747; estaba compuesto por 168 espejos planos que median sets pulgadas por ocho (unos 16 cm. por 21,5). Por ejemplo, «el 10 de abril después del mediodia, con un sol 66 Le Arquimedes a Einstein ventado. Estos inventos a menudo se realizaban sin que apareciesen aplicados en la literatura» ” De forma mas general, sin duda es err6neo pensar que las innovaciones técnicas tuvieran que derivarse necesa- riamente de una «ciencia» ya constituida. Pensemos sen- cillamente en la maquina de vapor: en un principio no constituye la aplicacién de una teoria, ya que la termo- dindmica vino después y no antes. Simms, en el caso de los espejos ardientes, presupone que un empirismo inte- ligente no podia bastar. Llega incluso a deplorar que Arquimedes fuese incapaz de calcular el «flujo radiante» y sus variaciones en funcidén de su distancia al blanco. Este «teoricismo» resulta algo excesiyo. ® G. Sarton, A history of science, vol. 2, Norton, 1970 (1? edicién: 1959), pag, 71. bastante claro, se ha prendido fuego a una tabla de pino alquitranada, a 150 pies (unos 50 metros) con 128 espejos unicamente; la inflamacion fue repentina, y se realiz6 en toda la extension del foco que tenia unas 16 pulgadas de didmetro (unos 45 cm.) a esta distancia». O incluso, con el foco a 20 pies de distancia, «con 45 espejos hemos fundido un grueso frasco de estario que pesaba alrededor de seis libras; y con 117 espejos hemos fundido delgados pedazos de plata, y puesto al rojo una placa de chapa». Buffon sabe que resulta imposible contruir un espejo ardien- te perfecto. La razon es, como ya indicaba Descartes, que el diametro aparente del sol no es despreciable (unos 32 minutos). Cualquiera que fuese la forma adoptada, el foco seria imperfecto, «disperso»; y tanto mas imperfecto cuanto mayor fuese la distancia focal. Pero la hazana de Siracusa pudo muy bien realizarse: «Debo rendir a Arquimedes y a los antiguos la gloria que se les debe: es cierto que Arquimedes pudo hacer con espejos de metal lo que yo he hecho con espejos de vidrio». (Museo de Artes y Oficios de Paris. cl. J—L. Charmer). Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 67 Arquimedes y las calorias Viene entonces el dictamen técnico propiamente di- cho. D. L. Simms, basandose en trabajos efectuados en- tre otros en la British fire research station, se esfuerza en mostrar que los espejos de Arquimedes no hubiesen podido ser lo bastante potentes como para prender fuego Durante muchos anos, el ingeniero griego Ioannis Sakkas se esforz6 en demostrar que Arquimedes pudo incendiar las galeras de Marcelo. La idea que le inspiré fue la siguiente: hubiese bastado que los soldados situados en las murallas de Siracusa utilizasen sus escudos como espejos. Sakkas realizé diversas experiencias, de las cuales una, realizada en 1973, resulté especialmente espectacular. Preparé setenta espejos de manera que tuvieran un «rendimiento» comparable al de los escudos metalicos y los confid a 70 ayudantes alineados en un muelle del Pireo. En muy poco tiempo pudieron incendiar una maqueta de contrachapa- do que imitaba una galera y estaba fijada sobre una barca. Se puede entonces pensar que Arquimedes pudiese llevar a cabo una operacion semejante. Debemos destacar el hecho de que algunas de las galeras romanas, en Siracusa, estaban unidas entre si para servir de soporte a sambucas, es decir, una especie de torres destinadas al asalto de las fotificaciones. Estos conjuntos, poco méviles y vulnerables, hubiesen constituido unos buenos blancos para los espejos ardientes. (Cl. UPI). | 68 De Arquimedes a Einstein a las naves romanas. Su veredicto es claro: la madera de un barco, si esta bien seca, puede inflamarse con una’ irradiacién de 0,7 calorias por centimetro cuadrado y por segundo '°, Pero es un minimo, sobre todo si se tiene en cuenta que la madera de un barco contiene al menos un 20 por 100 de humedad. En realidad, para prender fuego, harian falta 1,5 cal/cm */s. Este umbral no podria rebajarse mas que si el blanco presentase pe- quefios huecos, intersticios vacios, lo que por supuesto no es el caso del casco de un buque, estanco por defini- cidn. Resultarfa impfo poner en duda los datos calorificos que aporta Simms. Pero ;qué se puede concluir de ello? Para obrar correctamente, seria necesario poder verificar los espejos ardientes de Arquimedes, lo que resulta im- posible por definicién... El unico recurso consiste en rea- lizar aproximaciones mas o menos sugerentes. En este caso, el espejo de Buffon proporciona una base de com- paracién muy apropiada. Como ya se ha visto, se trataba de un dispositivo por 168 cristales azogados; cada uno de ellos media 6 X 8 pulgadas (unos 16 X 21,5 cm.) y podian ser orientados a voluntad mediante una montura. El manejo de este conjunto no era muy rapido: era ne- cesaria «una media hora para hacer coincidir las image- nes en un mismo punto». En todo caso, las experiencias realizadas en Paris en marzo y abril de 1747 dieron ex- celentes resultados. Empleando tnicamente 98 espejos, Buffon prendidé fuego «a una tabla alquitranada y azufrada colocada a 10 Resaltamos que D. L. Simms, en un articulo de 1952, habia pro- puesto un «umbral critico» algo mas bajo: 0,6 cal/cm */s. Esto apenas modifica las conclusiones que aqui se desprenden. Tanto mis cuanto que, en un articulo de 1967, los umbrales parecen haber sido elevados de forma sensible. Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 69 126 pies de distancia (mas de 40 m.)». Mas atin, «con un sol muy palido y cubierto de vapor, se ha hecho humear con 154 espejos una tabla alquitranada a 150 pies de distancia (unos 50 m)». Otra experiencia: «Con un sol mas claro, hemos abrasado con mucha rapidez una tabla de pino alquitranada utilizando tinicamente 128 espejos.» En condiciones analogas, con 148 espejos, «el fuego ha sido tan violento que fue necesario sumergir la tabla en agua para apagarla» '!, Lo mas sorprendente es que, si creemos el dictamen ' tedrico de D. L. Simms, resulta dificil admitir que Buf- fon tuviese tanto éxito con sus experiencias. Se ha cal: culado la radiacién producida por sus espejos. En abril, ‘con un hermoso sol de mediodia, result6 que un blanco colocado a una cincuentena de metros recibia menos de 0,6 cal/em?/s. Ahora bien, el minimo requerido por Simms es de 0,7 calorias. También hay que recordar que Buffon operé otras veces con un sol débil y sin utilizar la totalidad de los espejos. Con 128 espejos, la radiacién -no es mas que de 0,43 cal/cm ?/s. Naturalmente, siempre se puede argumentar que los materiales empleados presentaban caracteristicas especia- les. Tal vez la madera de las tablas no fuese homogénea; tal vez la presencia de determinadas materias (lana o al- quitran, por ejemplo) facilitase la combustidn. Es cierto que tales factores pudieron desempefar un papel. Pero el alquitran, segiin los expertos, no es mas inflamable que la madera. Se puede entonces volver a las conside- raciones relativas a la amplitud de la superficie irradiada, a la distancia, etc. Pero, bien mirado, el dictamen tecno- légico de Simms concuerda mal con muchos resultados '"! Ver Histoire de l’Académie royale des sciences, année 1747 (edi- tada en 1752), pags. 103-113 y las Mémoires de l’Académie royale des sciences, année 1747, pags. 82-101, année 1748, pags 305-312. 70 lye Arquimedes a Einstein obtenidos por Buffon. Todo sucede como si las evalua- ciones modernas fuesen demasiado severas. La comprobacion experimental de Sakkas Esto quiere decir que la cuestién, desde un punto de vista técnico, permanece abierta. Nada impide creer que Arquimedes, con espejos metalicos por ejemplo, haya sido capaz. de obtener buenos resultados. Esta suposi- cién ha sido confirmada con bastante éxito en 1973, gra- cias al experimento de un ingeniero griego, Ioannis Sak- _kas '?. Como espejos utiliz6 superficies que en principio ‘tenian unas dimensiones comparables a las de los escu- dos griegos clasicos (unos 1,70 m X 0,70 m). Para no alejarse demasiado de la realidad histérica, incluso tuvo el cuidado de modificar la superficie de sus paneles de vidrio recubriéndolos con una delgada pelicula de bron- ce no demasiado brufido. Habiendo preparado asi se- tenta «escudos-espejo», los confid a sus ayudantes que, en el Pireo, concentraron los rayos solares sobre el mo- delo reducido de una galera (3,60 m. de longitud) que flotaba a una cincuentena de metros. En dos minutos el blanco se incendié; y de forma lo suficientemente inten- Sa para que continuase ardiendo por si misma. El mismo D. L. Simms parece admitir que en Siracusa, con un sol radiante, el efecto hubiese podido ser mas rapido. La _conclusién es que unos medios modestos permiten ob- '2 Ver por ejemplo la noticia publicada por el New sctentist el 22 de noviembre de 1973, pag. 600, asi como por el Time el 26 de no- viembre de 1973, pag. 60, y Newsweek, misma fecha, pag. 64. I. Sakkas parece haber realizado una experiencia semejante ya en 1964 pero no he podido disponer de la resena. Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 71 Arquimedes, en la historia de la ciencia, ocupa un lugar indiscutible: fue un gedmetra notadle y un gran tedrico de la estatica y la hidrosta- tica. En la historia de la técnica, por el contrario, su lugar no carece de cierta ambigitiedad. Se reconoce generalmente que fue un ingeniero bri- lance. 3No maravillé a Hieron de Siracusa al poner en seco un pesado navio, sin esfuerzo, mediante un juego de poleas? y sacaso no construyé extrordinarias maquinas de guerra? Pero, paraddjicamente, no es segu- ro que haya inventado el «tornillo de Arquimedes»; y resulta todavia mas dudoso que construyera espejos ardientes. Plutarco, sobre este tema, tenia sus ideas, Admiraba a Platén y despreciabu las artes manuales; FOTOC( ) TADORA ‘ C.T P R 72 De Arquimedes a Einstein tener resultados bastante espectaculares. El «efecto Ar- quimedes» no es necesariamente un milagro. Pero no por ello cede D. L. Simms. Cierto, es posible que Arquimedes, en ultimo extremo, haya sido capaz de quemar un blanco fyo. Es decir, un blanco situado exac- tamente en el «foco» del espejo. Pero una galera no per- manece inmévil; no solamente puede derivar, sino que los remeros pueden desplazarla en cuanto haga falta. De esta forma las experiencias de Buffon y Sakkas no zan- jarian la cuestién; son validas en condiciones ideales que, en este caso concreto, no se cumplen. Para sostener sus afirmaciones, D. L. Simms recurre a consideraciones tacticas. Reprocha a ciertos historia- dores haber narrado las operaciones en este orden: Ar- quimedes utiliza en primer lugar los ganchos y las ma- quinas de abordaje; después las galeras retroceden y di- versos aparatos proyectan piedras sobre ellas; inicamen- te cuando se encuentran a la distancia de un tiro con arco emplea Arquimedes sus espejos ardientes. Segiin D. L. Simms hubiese sido mas normal emplearlos desde el principio del ataque. Esta suposicién es totalmente gratuita. ¢Por qué no admitir, por el contrario, que los espejos ardientes inter- vinieron en la fase final del combate, es decir, cuando era pues imposible, segun él, que Arquimedes se hubiese interesado en realidad por la «mecanica» (o «arte de los ingenieros»). «La ciencia de inventar y fabricar maquinas», dice Plutarco, no ha podido parecerle mas que «vil, baja y mercenaria». En resumen, un auténtico hombre de ciencia se ocupa de «cosas del intelecto e incorporales» pero desconfia de las actividades «en las que se debe emplear de forma demasiado vil y baja la obra de la mano». En el mejor de los casos, la «mecanica» no habria sido para Arquimedes mds que un pasatiempo. Estos cuentos, que nada parece confirmar, aun resultan aceptados por algunos histo- riadores de hoy. (Bibliothéque nationale, Cl. J—L. Charmet). ae eS eee . Las caras ocultas de la invencion cientifica, 1 73 las naves romanas ya estaban dafadas y eran dificilmente manejables? Suposicién por suposicion, he aqui una muy verosimil: Arquimedes machaca la flota enemiga con la artilleria; después inmoviliza algunas galeras con garras de hierro, garfios y ganchos (segtin los datos histéricos reputados como mis seguros); y, por ultimo, se da el gusto de dirigir contra ellas sus espejos ardientes. sIncendiar? 3O sembrar el panico? Se pueden ademas inventar numerosas variantes. Y su- poner, entre otras cosas, que los espejos ardientes no sirvieron para incendiar las naves sino para asustar a los marinos y hacer que perdiesen la cabeza... Mas tarde, algunos historiadores habrian adornado algo las cosas. Un episodio secundario se exagera hasta el punto de cons- tituir una hazafa maravillosa, digna del «divino Arqui- medes». Por otro lado, esta interpretacién no es nueva. Es, por ejemplo, la del historiador D. E. Smith: «No hay nada improbable en la idea de que Arquimedes pudiera al menos utilizar sus espejos ardientes para hacer la si- tuaci6n insostenible a los soldados romanos.» Louis Fi- guier, en el siglo’XIX, se habia expresado en términos analogos: «A nuestro juicio, es correcta la atribucién a Arquimedes del empleo de espejos planos o céncavos para entorpecer, si no para incendiar, la flota de Marce- lo» 19, Si hubiese sucedido asi, resultaria bastante senci- llo explicar el silencio del historiador Polibio: como les '. D, E. Smith, History of mathematics, Dover, 1958 (1? edicién: 1923), vol. I, pags. 111-112; L. Figuier: Vies des savants illustres. Sa- vants de l’Antiquité, Librairie international (Paris), 1866, pag. 242. at 74 We Arquimedes a Einstein espejos ardientes sdlo desempenaron un papel secunda- rio no consideré necesario hablar de ello. Esta solucioén, por supuesto, no se ofrece mas que a titulo de hipdtesis; estrictamente hablando, los documen- tos no nos permiten resolver el enigma del asedio de Siracusa. Pero, si se quiere hacer un balance, es impor- tante distinguir lo que proviene de un dictamen histérico y lo que proviene de un dictamen cientifico-técnico. Mientras que las criticas se contentan con subrayar la endeblez de los testimonios antiguos, no hay nada que objetar. Pero es muy distinto cuando un especialista de la combusti6n intenta probar que la hazana atribuida a Arquimedes era imposible. Para alcanzar este objetivo, Simms ha debido multiplicar artificialmente las dificul- tades (tanto a propésito del foco del paraboloide como del calculo teérico de las calorias). No solamente este intento es poco fecundo, sino que corre el riesgo de im- presionar al lector profano y ponerle sobre una pista falsa. Hay dos puntos positivos que pueden considerarse como establecidos. Primero: si Arquimedes incendié (o intento incendiar) la flota romana, tuvo que recurrir a espejos planos. Segundo: como muestra en particular la experiencia de Sakkas, es posible obtener buenos resul- tados con técnicas bastante sencillas. No se desprende de ello que Arquimedes haya efectivamente incendiado las galeras de Marcelo. Pero no es absurdo admitir que estaba en condiciones de intentarlo, por ejemplo, utili- zando escudos o espejos metalicos especialmente conce- . bidos. Incluso el argumento relativo a la inmovilidad de las naves no es insalvable. Todo lo mas, hay que admitir esta conclusién bastante trivial: es poco verosimil que Arquimedes, con la tnica ayuda de sus espejos, hubiera podido causar danos graves al enemigo. Una vez dicho esto, el resto queda para los historiadores. Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 75 Midamos la amplitud de nuestra ignorancia Resaltemos por ultimo que debemos ser muy pruden- tes cuando especulamos sobre las posibilidades de las técnicas antiguas. Por diversas razones socioculturales, tenemos mucha mas informacion sobre Platén y Arist6é- teles que sobre los artesanos e ingenieros de la época. De hecho, sélo poseemos unos pocos textos que descri- ban con precision las competencias de estos ultimos. Pue- de suceder por lo tanto que nos hagamos una idea muy inexacta de los resultados que alcanzaron. El caso del «mecanismo de Anticitero», sobre el que Derek de Solla Price publicéd no hace mucho una interesante monogra- fia, resulta significativo a este respecto. Este mecanismo, descubierto en 1900 por unos pescadores de esponjas, parece ser auténtico y cambia completamente las ideas que se tenian sobre la mecanica antigua. Muestra, con- trariamente a las ideas recibidas, que los técnicos del si- glo I a.C. sabian construir mecanismos totalmente com- parables a los de la relojeria moderna; y que conocian la existencia de la diferencial '*. Aprendamos la leccién: no tenemos del pasado mas que una imagen deformada y, en todo caso, incompleta. Aun permaneciendo critico, es necesario admitir que «lo imposible» a veces también pudo realizarse... En su gran obra sobre La decadencia y caida del Imperio romano (1776), el historiador inglés Gibbon también se planted la misma cuestidn: ¢es posible que Arquimedes y a con- tinuacion Proclo, uno en Siracusa y otro en Constanti- nopla, hubiesen construido potentes espejos cAusticos? Finalmente, y teniendo en cuenta las experiencias de Buf- ' Ver «Géminos et la mécanisation du cosmos», La Recherche, n.° 77, abril 1977, pag. 360; reproducido en Le patie savant illustré, Le Seuil, 1980. FOTOCOPIAD OR, tps f, PsA. 76 De Arquimedes a Einstein fon, lleg6 a la siguiente respuesta: «Dado que la cosa es posible, prefiero conceder esta habilidad técnica a los mas grandes matematicos de la antigiiedad antes que atri- buir el mérito de esas historias a la imaginacién desver- gonzada de un monje o un sofista.» Exceso de genero- sidad, sin duda. Pero apenas més irrazonable que las ne- gaciones hipercriticas de algunos expertos de hoy. FOTOCOPIADORA 6:1: PF- Bibliografia Ademés de los articulos de Simms y Middleton citados en las notas, se pueden consultar los textos siguientes: La introduccién que P. Ver Eecke ha escrito para su edicion de Oeuvres completes d‘Archiméde, 1921 (reeditada por Al- bert Blanchard en 1961), tomo I, pags. XIX y siguientes. J. F. Montucla, Histoire des mathématiques, tomo 3 (acabado por J. de La Lande, 1802; reeditado por Albert Blanchard en 1960), pags. 557 y siguientes. L. Dutens, Origine des découvertes attribuées aux modernes, 2 edicién, 1776, tomo 2, pags. 164 y siguientes. «La Source d‘or» (Massat, Puy-de-Déme) publicd un facsimil en 1970. Dutens, de acuerdo con su tesis, piensa que los espejos ar- dientes ya eran conocidos y fabricados por los antiguos, y entre otros por Arquimedes. Cita en la lengua original y en traduccién algunos textos fundamentales. _ Schneider, «Die Entstehung der Legende um die kriegstech- nische Anwendung von Brennspiegeln bei Archimedes», Technikgeschichte. 36 (1969), pags. 1-11. Muestra bien, siem- pre como hipotesis, de qué forma pudo originarse la leyenda de los espejos de Arquimedes. — 78 Le Arquimedes a Einstein Desde un punto de vista estrictamente técnico: D. I, Lawson y D. L. Simms, «The ignition of wood by radiation», British journal of applied physics. 3 (1952), pags. 288-292. LD). L. Simms y M. Law, «The ignition of wet and dry wood by radiation», Combustion and flame, 11 (1967), pags. 377-388. me a be ste. ees te II. La «Revolucidn cientifica» del Siglo XII La Edad Media, en nuestra sociedad, se percibe de forma bastante ambigua. Hay historiadores especializa- dos que tratan periodicamente de «rehabilitarla», nove- listas que se esfuerzan en revelar algunas de sus riquezas culturales; sin embargo, parece que los clichés mas ele- mentales sobre el «oscurantismo» medieval tienen siete vidas como los gatos. Entre los siglos V y XV, el Occi- dente cristiano habria estado sumergido en una larga no- che; unicamente en el Renacimiento se manifiestarian au- ténticos «progresos» econdmicos, sociales y culturales. No todo es falso, evidentemente, en esta forma de ver las cosas. Resulta dificil, en particular, ofrecer una imagen «luminosa» de los primeros siglos de la Edad Media... Pero, en muchos aspectos, los medievales fueron innova- dores. Las técnicas se desarrollaron, la vida urbana cobré fuerza, aparecieron nuevos modos de vida. Incluso en la historia del conocimiento, la Edad Media se mostro ori- ginal al formular una nueva concepcion de la naturaleza y al abogar por un estudio «racional» de esta ultima. 79 80 De Arquimedes a Einstein En la historia de la ciencia, es usual recurrir a la no- cién de «revoluci6n cientifica» para designar la obra que llevaron a cabo Galileo y sus sucesores inmediatos. Es una forma de resaltar la amplitud y lo repentino de la mutacién que se operé hacia el comienzo del siglo XVII en el campo del conocimiento. Anteriormente, la «cien- cia moderna» no existia; todo lo mas, se veia anunciada por algunos «precursores» de los siglos XV y XVI. De simplificacién en simplificacién, el pablico en general acabé por aceptar de forma mas 0 menos consciente una serie cronolégica que resume del siguiente modo la his- toria del saber en Occidente desde el siglo v después de Jesucristo: en primer lugar esta la Edad Media, perfodo de estancamiento y oscurantismo; después el Renaci- miento, considerado como una etapa intermedia en la que maduraron las concepciones nuevas (en parte gracias al redescubrimiento de los grandes autores de la antigiie- dad grecorromana); por ultimo, la edad de la ciencia ver- dadera, que abarca desde Galileo hasta nuestros dias. Una division muy cémoda: Edad Media, Renacimiento, Epoca moderna Esta manera de condensar quince siglos de cultura en tres periodos bien diferenciados resulta muy cémoda. Pero corre el peligro de ofrecer una imagen extremada- mente pobre (y hasta caricaturesca) de la realidad histé- rica. Galileo repudiando en nombre de la razon los pro- cedimientos de los aristotélicos, es una imagen que capta y que permite senalar un momento importante en la his- toria de la ciencia. Sin embargo, hay que darse cuenta de que la «revoluci6n cientifica» del siglo Xv fue prepa- rada, preparada durante largo tiempo; y que, en nume- rosos aspectos, puede considerarse como el resultado de oa oe eats se ne anes memes ee ~ ea jeer ae eae sis POTOCOPTADOR) ie ‘ EB, | ‘ f>. A Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 - 8] un movimiento sociocultural sdélidamente enraizado en los siglos anteriores. | Incluso la nocién de Edad Media no es tan facil de delimitar. Segin un tépico muy comin, la Edad Media y el Renacimiento son dos periodos que se oponen como la sombra y la luz. Pero en los comienzos del siglo xXx, diversos historiadores han reaccionado contra esta ima- gen simplista. Es lo que se ha llamado «la rebelién de los medievalistas»... Por una parte, el Renacimiento «s1- gue penetrado por caracteres medievales, comenzando por la fe de los humanistas, mucho més respetuosa con las normas establecidas de lo que se podria pensar»'. Por otra parte, se puede descubrir en la Edad Media el origen de muchas ideas y actitudes que generalmente se atribu- en al Renacimiento. Etienne Gilson, especialista en fi- losofia medieval, escribia por ejemplo en 1922: «Asi pues, resulta necesario relegar al dominio de la leyenda la his- toria de un Renacimiento del pensamiento que sucede a unos siglos de sueno, de oscuridad y de error. La filosofia moderna no ha tenido que emprender la lucha para es- tablecer el derecho de la razén contra la Edad Media; _fue, por el contrario, la Edad Media quien establecio es- tos derechos, y la misma manera con la que el siglo XVII! se imagin6é que abolia la obra de los siglos precedentes _no hizo nada mds que continuarla.» Algunos historiadores de la ciencia, en particular, em- prendieron en los primeros decenios del siglo XX la tarea de rehabilitar la Edad Media. jE incluso legaron a con- siderar el Renacimiento como un periodo de decadencia! " Asi se expresa V. L. Saulnier en el prefacio de un libro en el qu se examina cuidadosamente el problema de la definicién de los «perio, dos» histéricos: W. K. Ferguson, La Renaissance dans la pensée his torique (trad. francesa), Payot, 1950. Ver también J. Nordstrém, Mo ven Age et Renaissance (trad. francesa), Stock, 1933. 1s 2 Ot ARNOT TAR ‘i Como se puede ooservar en este grabado, la Edad Media no fue ajena a las preocupaciones «ctentificas». Aunque no fuese mds que para cal- cular la fecha en que caia la Pascua, era necesario recurrir a la astro- nomia. La teologia ocupaba un lugar preponderante en la cultura de la élite, pero una tradicion pedagdogica heredada de la antigtiedad con- tribuia al mantenimiento de cierto interés por las matematicas y la astronomia, Entre los grandes «precursores» de la ciencia occidental podemos mencionar a Gerberto d’Aurillac, un francés que llegé a ser puaceee ede PRET SA as Las caras ocultas de la invencion cientifica, 1 83 Entre los detensores enctusiastas de la «clencia» medieval figuran autores cuya erudicién, atin hoy, se reconoce ampliamente: Pierre Duhem, Charles Homer Haskins, Lynn Thorndike y George Sarton. Una de las conclu- siones mas importantes a las que llegaron, era que no existia una ruptura de continuidad entre la Edad Media y el Renacimiento. Segitn ellos, la historia de la «ciencia moderna» debia comenzar varios siglos antes de Galileo. Esta idea no ha sido aceptada por todo el mundo; el debate, todavia hoy, no esta cerrado. Casi no es-necesa- rio resaltarlo: las distintas preocupaciones ideolégicas han desempefado su papel entre «adversarios» y -«partida- trios» de la Edad Media. En todo caso, numerosos his- toriadores se han puesto a la tarea siguiendo las huellas de los Duhem y Thorndike; y nuestro conocimiento de este periodo ha progresado mucho. Aunque el acuerdo entre los especialistas no sea total ni perfecto, ya se co- mienza a ver mas claro. Hoy resulta bastante evidente que la Edad Media, incluso bajo el punto de vista de la historia del conocimiento, no ha sido un periodo de es- tancamiento total, de un ambiente completamente gris4- ceo. Papa en 999 con el nombre de Silvestre II. En un viaje de estudios a Espana tuvo algun contacto con la ciencia arabe y comenzo a darla a conocer en Francia. En una época en la que la ensenanza cientifica era muy pobre, fue un profesor célebre; era capaz, por ejemplo, de construir. una esfera que representase los cielos. Sus discipulos contribuyeron a asegurar e! éxito de la ensenhanza que se daba en las catedrales de diversos centros urbanos: Colonia, Utrecht, Chartres, Laon, Rouen, etc. Hay que ser consctentes de los limites de este movimiento intelectual: comparado con el de hoy, el saber de aquellos tiempos era pobre. Pero las condiciones para un «Renacimiento» estaban ahi. Ilustracién del salterio de San Luis, siglo xi; el personaje central parece que lleva a cabo una observacién astronémica. Bibl. de l’Arsenal. cl. J—L. Char- met) FOTOCE IPTADORA jf * i 84 De Arquimedes a Einstein Flubo horas muy negras, por supuesto, e incluso re- gresiones; pero también existieron iniciativas positivas, innovaciones con una perspectiva amplia. Pensemos, por ejemplo, en el «Renacimiento carolingio». Carlomagno, a finales del siglo Vitt, ordena «abrir en cada obispado y en cada monasterio, escuelas en las que podrian entrar ninos tanto’ de condicién libre como servil»2. Ademas, para relanzar la vida intelectual, hizo llegar letrados ca- paces de ensefiar la cultura latina. Retrospectivamente, se puede juzgar que el éxito no estuvo a la altura de las ambiciones proclamadas ya que Alcuino, el mas conoci- do de esos letrados, somaba «levantar en Francia una nue- va Atenas», e incluso una Atenas superior a la antigua... Pero con todo, esos esfuerzos dieron sus frutos. En el transcurso de los siglos siguientes se desarroll6 una vida cultural que acabé concretandose, en particular, en las universidades y engendrando una considerable actividad intelectual. Asi pues, la misma idea de interrogarse sobre el papel que desempenaron los autores medievales en la prehis- toria de la «ciencia moderna» no tiene nada de absurda. Por lo menos si se aborda el problema con un minimo de serenidad, evitando los alegatos unilaterales y cliegos «a favor» o «en contra» de la Edad Media... No se trata en modo alguno de disminuir los méritos de Galileo pro- bando que fue «adelantado» por tal 0 cual clérigo, sino de comprender de qué modo evolucioné la actitud del occidente cristiano en relacion a la naturaleza. Dentro de esta perspectiva, el siglo XII parece constituir una etapa importante. . OTOC Cg) bor. ee ~. A * E. Gilson, La philosophie au Moven Age, 2° ed., Payot, 1944, pag. 189, ‘ ge joe c Las caras ocultas de la invencién cientifica, 1 8s «La primera revolucion cientifica 4 de la Europa moderna»... En efecto, en esta época se manitiesta una clara evo- lucién tanto en las mentalidades como en las institucio- nes. Mientras el estudio de la naturaleza (en el sentido moderno de la expresién) permanecia casi totalmente des- cuidado, algunos pensadores expresaron su creciente con- fianza en el poder del espiritu humano y emprendieron la tarea de definir una nueva concepci6n de la naturaleza, Seguin ellos, en lo sucesivo seria posible y deseable eX plicar «racionalmente» los fendmenos, es decir, interpre tandolos en términos de causas y efectos que se encade- nan de forma regular e inteligible. Por supuesto, el co- mienzo del siglo XII no vio aparecer una «ciencia» Per- fecta, apoyada en una metodologia completa y explicita. Ni siquiera hubo una conmocién generalizada e inme- diata de todas las actividades cognoscitivas. Pero, como dice el historiador Edward Peters, «en algunos decenios, tanto el sistema de ensenanza como la actitud de los europeos occidentales hacia las ciencias fisicas y mate- maticas cambiaron profundamente». Y, anade, no res ulta abusivo pensar que este movimiento fue «la primera re volucion cientifica» de la Europa moderna...’. Con mas frecuencia, los medievalistas prefieren hablar del «Renacimiento del siglo XII»; esta expresiOn, si se matiza, tal vez fuese preferible. Sea como sea, parece que se ha llegado a un amplio consenso: en el siglo XII, va- rios tedlogos dirigieron una nueva mirada sobre la na- turaleza y manifestaron una notable curiosidad filosofi- ca. Por supuesto respetaban la Biblia como expresidén de * Ver la introduccién de E. Peters a R. C. Dales, The scientific achievement of the Middle Ages, University of Pennsylvania Press, 1973, pag. 1. 86 De Arquimedes a Einstein la palabra de Dios. Pero, en lugar de comentarla en un marco exclusivamente teologico, se pusieron a interpre- tarla «segun la fisica» (secundum physicam). Esto signi- ficaba que era necesario esforzarse en comprender lo mas racionalmente posible los enunciados de las Santas Es- crituras. El Génesis, por ejemplo, dice que: «Dios hizo el firmamento y separo las aguas que estan debajo del firmamento de las que estan encima.» Pues bien, ante un texto semejante, no hay que con- tentarse con ser un «creyente» pasivo: hay que encontrar explicaciones naturales. En Chartres, en particular, don- En la cultura de la Alta Edad Media, el estudio de la Biblia ocupaba un lugar predominante; en primer lugar era necesario comprender los mensajes espirituales de las Sagradas Escrituras y transmitirlos a los hombres con el fin de asegurar su salvacion. El estudio «cientifico» de la naturaleza estaba considerado la mayoria de las veces como despro- visto de interés (e incluso como la expresion de una vana curiosidad). Pero, en la primera mitad de! siglo XU, aparece un claro cambio de ortentacion. Muy en particular en Chartres, diversos autores se pusieron a la tarea de interpretar la narracion biblica de la creacién del mundo «segun la fisica», tratando de comprender «racionalmente» como se en- cadenaban en la naturaleza las causas y los efectos. Esta mutuacion no hizo surgir de forma inmediata una auténtica «ciencia» de la natura- leza, en el sentido moderno de la expresién. Pero por lo menos le abria camino. De forma progresiva, el estudio de los fendmenos naturales fue adquiriendo importancia y lleg6 a tener cierta autonomia. Por otra parte, la ensenanza medieval ofrecia un marco a este tipo de investi- gacion. Gracias al estudio de las «artes liberales», que iban desde la gramatica hasta la astronomia, los estudiantes tenian acceso a cierta cultura filosofica e incluso «cientifica». Como muestra este detalle del portico regio de Chartres, que data de mediados del siglo x1, los au- tores antiguos servian de «patronos» a esta actividad intelectual. De- bajo de la teoria musical, simbolizada por una virgen rodeada de ins- trumentos de musica, se encuentra verosilmente Pitagoras; debajo de la gramatica, simbolizada por una virgen que lleva una palmeta, se en- cuenira un gramatico antiguo (Donato o Prisciano). Aristoteles acom- panaba la dialéctica; Euclides la geometria; Ptolomeo la astronomia, etc. (Cliché Hubert Josse). Las caras ocultas | le la invencidn ctentifica, 1 87 88 De Arquimedes a Einstein de se encontraba una célebre escuela, se expresé este pun- to de vista en los primeros decenios del siglo XII. Asi Guillermo de Conches (1080-1145), en su Philo- sophie du monde, la emprende con las interpretaciones de la Biblia que juzga irracionales. Algunos exegetas, en efecto, explican de esta forma la presencia de aguas por encima del firmamento: «Por encima del éter se encuen- tran aguas congeladas, que aparecen a nuestros ojos como una membrana extendida por encima de la cual se en- cuentran las aguas verdaderas.» Para Guillermo no hay nada de eso: «Vamos a demostrar que esto es contrario a la raz6n y, en consecuencia, no puede suceder; mostra- remos también cémo debe entenderse la Santa Escritura en los pasajes anteriores.» Debemos confesar que las ex- plicaciones de Guillermo, hoy en dia, parecen muy fré- giles. Se trata principalmente de consideraciones sobre las cualidades del agua y el fuego; consideraciones que no tienen mucho que ver con la fisica, la astronomia y la cosmologia actuales... Pero el mismo intento reviste un gran interés. Segtin Guillermo de Conches, el espiritu humano debe buscar siempre la inteligibilidad emplean- do sus propios recursos. Puede suceder que no se en- cuentre la solucién. Entonces, «si se nos escapa la razén de algo que afirma la Santa Escritura, debemos confiar- nos al Espiritu Santo y a la fe». Pero hay que comenzar por buscar; y el recurso al Espiritu Santo no debe servir de coartada a la pereza intelectual. «Dios puede transformar el tronco de un arbol en un ternero. Pero slo ha hecho alguna vez?» En su militancia «cientifica», Guillermo llega muy le- jos. Da pruebas de severidad, e incluso de desprecio, con respecto a los clérigos que iio tienen curiosidad: «Quie- FOT Las caras ocultas dea ea RA 1 17." ot barrerad.... )!) yy Bole ‘ , ' ’ , ns tty de ai Me Bh al ii i it Hvee SS h i ; Mi ik i Eats eee: oe A 3 «SAE aw vera = qi" ee En el siglo x11, algunos tedlogos dieron prueba de cierto «naturalismo>: en lugar de interpretar los objetos que les rodeaban refiriéndose exclu- stvamente a la Biblia, concebian la naturaleza como un dominio que obedecia a sus propias leyes. Resulta notorio que pueda percibirse una tendencia andloga en el arte de la misma época, La naturaleza se des- cribe con mds cuidado, con mds preocupacién*por la objetividad. Los historiadores han puesto de relieve numerosas huellas de ese realismo. Por ejemplo, en la antigiiedad y al comienzo de la Edad Media, los meses se representaban en los calendarios de una forma casi abstracta, mediante simbolos o alegorias. Pero, en el transcurso del siglo x1, las ilustraciones se hicieron mas concretas: los diversos meses se designaban con actividades humanas. Al mes de marzo, por ejemplo, correspondia un campesino podando su vinia; el mes de agosto, la recoleccion. Estos detalles muestran un cambio de actitud con respecto a la naturaleza. Esta ultima ya no se reduce a un conjunto de fuerzas misteriosas 0 4 la expresién de la voluntad de Dios; aparece cada vez mas como un terreno que el hombre puede transformar y explotar mediante su tra- bajo. (Salterio de Ingeburg, hacia 1210, Chantilly, Museo Condé. Cli- chés Giraudon). oS 5 a ees satan SRR ‘ 2 et oe eee et, ren que todos los demds sean companeros de su ignoran- cia: no quieren que los demas se dediquen a la investi- gacién: quieren que creamos a la manera de los campe-

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