S, los espinillos se iluminaron como una infancia.
Nadie asisti a su fiesta de recuerdos incesando en el sol fugitivo, en la noche tmidamente embriagada, nadie? S, hubo el oro quieto de los chaares. Y el rosa alado de los lapachos tembl ligeras nubes de alba sobre la barranca, en las rfagas vivas de la luz cida y loca.
S, la dicha fue una tarde increblemente celeste.
Una dicha algo angustiosa, por cierto.
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S, entre las ramas de los parasos florecidos
se encendi un silencio ligero de jardines, y el ro, y las islas, y el cielo muriente de las islas, fueron una ceniza honda y vaga de flores-
S, entre los grandes y oscuros rboles anochecidos
el verde, apenas verde, se afin como un agua y los grillos dijeron de nuevo la ilusin de las hierbas natales cuando all nuestra alma era una con ellos desde el atardecer hasta la aurora...
S, todo esto en la primavera de 1945.
Todo esto y aquello que un ave inquieta desflor en el aire o quebr como un ngel al penetrar en el "crculo" de la tierra.
S, pero en nuestra tierra se cerr an ms el aire, de repente:
el aire, el mismo aire, porque uno solo es el aire para nosotros:
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Juan L. Ortiz
Obra Completa
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el de las colinas y el de nuestro pensamiento,
el de las nubes y el de nuestro sueo ms profundo, y el de la necesaria lealtad con el pensamiento y el sueo que han encontrado sus races.
S, pero sobre las frentes jvenes, las nobles frentes jvenes,
se ha abatido una sombra brbara de sables y de cascos... S, pero en torno de las jvenes frentes se aprieta un cerco de sables y de cascos-
S, pero los brbaros, los brbaros, los brbaros,
contra las sienes y la sangre en que late como una fiebre el porvenir. S, pero los brbaros, los brbaros, los brbaros, contra las sienes plidas sin armas, contra los alzados corazones sin armas.
Los brbaros, los brbaros, los brbaros, los brbaros...