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CASTILLITIS: HABITANTES, TESTIGOS Y PROTAGONISTAS

Por

Luis Emiro Álvarez

Institución Educativa Kennedy


Octubre 21 de 2009

Muchas gracias a las directivas de la I.E.K. POR INVITARME A HABLAR


CONLAS FUERZAS VIVAS DE ESTE LADO DE LA CIUDAD SOBRE LA
MEMORIA. Después de repasar notas, lecturas y reflexionar de nuevo, con
esmero he decidido abordar el tema desde la perspectiva de las fiebres. Desde
el lenguaje identificamos las fiebres o la presencia de ellas en nuestras
cotidianidades con la terminación ITIS. Hoy, tengo fiebre de este suelo, una
fiebre que me quema; quema este amor que aún no sé canalizar. Y cuando no
sabemos canalizar el amor, éste nos carboniza el alma. Digo hoy como hace
seiscientos años lo decía Santa Teresa la de Castilla la Grande, “de este amor
estoy ardiendo, este amor que me consume viva” Y sea dicho para concluir
esta breve introducción: vinimos para ser consumidos por el amor.

Esta fiebre tiene otros nombres propios y son los nombres de todos los seres
anodinos que, como ejércitos, hacemos la mecánica diaria de la vida: somos
crédulos y más, somos felices y más felices que los otros que no son tan
crédulos y tan felices, pues, estamos ahí, aún cuando los otros ya se hayan
ido. Somos LAS VOCES DE LA ESPERANZA que desde tiempos
inmemoriales desafiamos a la Señora Muerte quien ahora se las ve con las
leyes de una humanidad que se debate entre ajustarse las tuercas o
desvanecerse entre la desidia, el desdén y el olvido. Pero, en los momentos de
mayor abatimiento surge con efectos milagros, la sonrisa imperturbable de un
niño. Este hecho que viene sucediendo hace mucho pero mucho, hace tanto
que los números en sus categorías infinitesimales sólo precisan con este
adverbio dicha cantidad de años, que hoy, en medio de esta fiebre reitero: hace

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mucho pero mucho, mucho que la sonrisa de un niño desarma cualquier
guerra o aliento belicoso. Resumo este primer ítem con un verso del poeta
hindú, Rabindranaz Tagore que dice: Cuando nace un niño, es señal de que
Dios todavía cree en el hombre.

II

Desde esta lógica del deber y de la correspondencia es cuando reconocemos


al HABITANTE, al que habita. Es decir en la mecánica de la vida, los que
vivimos en las comunas 5,6 y 7, en este espacio, en este pedacito de Medellín,
en donde moramos –cómo se decía en el español ladino que hablaban cuando
se toparon con este continente hace cinco centurias ya pasadas). Esto es vivir,
es morar un lugar… Reconozcamos que moramos este lugar para arder en
el amor. No somos moradores sino no damos fe de cómo moramos y mucho
menos podremos asumir al dueño que es quien cuida de la morada. Somos
dueños para morar, testificar y protagonizar. Despacio, la memoria nos da
cuenta de estos acontecimientos en los versos de Don Antonio Machado en
sus proverbios:

Creí mi hogar apagado.


Revolví la ceniza
Y me queme las manos.

Este ejercicio de vivir para amar nos lleva al retozo con las almas que somos
los testigos, los protagonistas y los habitantes de este pedacito de suelo donde
le damos vida a la mecánica de la vida. Hace veinte años escribimos un
capítulo de la historia de quienes construyeron estas comunas. Escribimos un
capítulo incendiario, inconcluso, díscolo si se quiere. Cantamos acoro ese
bolero boríncano AHORA SEREMOS FELICES al titular un aparte donde
narrábamos cómo hicimos las primeras casas, como transitamos las primeras
barriadas, cuándo nos instalaron la primera línea telefónica, cuando la policía
hizo la primera batida. Evocamos los bailes comunales, las asambleas de la
Acción Comunal, las canchas de fútbol y aquellos goles inolvidables que
rompieron corazones y sedujeron universos inconfesables. ¿Cómo voy a evitar
esta fiebre que se atropella en una cascada de preguntas en torno a los cómo y

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a los cuándo y a los por qué? Vuelvo a la poesía y pido prestado otros versos
para resumir este segundo momento de una fiebre que pasa de los cien grados
centígrados. Don Ernesto Cardenal, el poeta, el sacerdote católico y rebelde
escribió en el oráculo sobre Managua una sentencia que hoy me vuelve a dar
luces al hablar de la solidaridad y la memoria: el odio es un amor que nos se
pudo resolver . Esta afirmación nos pulsa y palpita y cuando no entendemos
ultimamos en hacernos daño. Los gritos dan fe de la incomprensión, la
impotencia, el cansancio y la injusticia. No compremos el boleto del olvido,
mientras se distribuya bajo la plusvalía del egoísmo. Hoy es necesario que al
morar todos en el mismo espacio comprendamos las palabras de Octavio
cuando dice: la ciudad es la gente y la gente nuestro horizonte. Fue esta
expresión la clave para escribir las Voces de le Esperanza en su primera
versión. Y, hoy este testimonio sigue vigente, al punto de convertirlo en
una herramienta para navegar en los tiempos de la globalización.

III

Amigos y amigas todos los presente. Alumnos y soñadores del nuevos


horizontes, maestros y maestras y padres y madres de familia y líderes y
también me refiero a todos los ausentes a los cuales este habrá de
llegarles esta documentos en su oportunidad debida, concluyo esta
reflexión diciéndoles las preguntas con las cuales me atiza esta fiebre:
¡Hasta cuándo vamos a permitir que la muerte nos muela la mecánica de
la vida? ¡hasta cuándo vamos a postergar esos aprendizajes
significativos que nos hace grandes humanos? ¡Por qué no queremos
aprender a amarnos si somos todos moradores del mismo suelo y nos
cubre el mismo cielo? ¡Cuándo vamos a tomar en serio la gran tarea
educativa de que construyamos unas nuevas prácticas solidarias acordes
al futuro que nos corresponde?

EPILOGO

He venido hoy convencido de extenderles esta invitación: qué seamos las


nuevas voces de la esperanza en este lado de Medellín que nos quema de

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igual modo ante la sonrisa de un niño. Queda, entonces decirles que
muchas gracias por escucharme en esta mañana bonita. Soldado de la
esperanza, digamos todos PRESENTE.

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