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Cine Mudo
Cine Mudo
Beatriz Guido
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Una tarde la llevaron al cine. De pronto, inconscientemente,
al ver en la pantalla a un hombre de enormes bigotes correr detrás
de una mujer en camisa, dijo:
—La habitación de ellos…
No sabe si la oyeron.
Al llegar el verano dejaron de actuar los personajes detrás de
los cristales. Las sombras le devolvían solamente sus voces. Pero
ella esperaba tranquila las escenas mudas del invierno.
—Los niños no deben escuchar lo que hablan los mayores…
Y le contaban esa historia del niño que, por espiar a sus
padres, cayó en un pozo donde había una cueva de ratones
monstruosos. La niña pensaba que no había ningún pozo debajo de
su ventana y se sentía segura.
Después del verano volvió a fascinarle lo que sucedía en la
habitación de sus padres. Dormía sobresaltada, temiendo no
despertar a tiempo cuando ellos aparecieran, temiendo perder
parte de la obra; su primer acto, quizá. A veces esperaba largas
horas detrás de los cristales, mientras todo permanecía en la
sombra y, como en el cine, llevaba a su improvisada platea maíz
tostado, cacahuates calientes o un largo bastón de caramelo.
Una noche esperó más de lo habitual. Tenía mucho frío y el
sueño era más fuerte que la esperanza de cualquier espectáculo.
De pronto se encendieron todas las luces de la habitación de
enfrente y apareció su madre en escena. Esa noche regresaban del
teatro. Comenzó a quitarse las alhajas ante el espejo. Su padre
apareció después gesticulando con su bastón y tratando de
amenazar su madre. Ella reía todo el tiempo, entrando y saliendo
de la escena. Cuando regresó con esa bata que le prestaba dos
alas, él la tomó en sus brazos y la arrojó violentamente fuera del
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escenario. Todo estaba silencioso, mudo, sólo veía la cabeza de su
madre y los brazos que rodeaban el cuerpo de su padre.
Desprendiéndose de ella, su padre salió de escena y regresó con un
revólver en la mano. La niña se subió al banco y desesperada,
como si pudieran escucharla, gritó:
—No, no, a mi madre no…
Él volvió su rostro hacia la niña, levantó el revólver hasta su
sien izquierda y después de un sonido lejano, sordo, seco, cayó
sobre la alfombra. Su madre desapareció con él.
Se desmayó. Cuando abrió los ojos había transcurrido mucho
tiempo. Nunca preguntó por su padre. La vistieron de lila, y un día
su madre se creyó obligada a decirle:
—Tu padre no volverá por algún tiempo… quizá…
Indalecio Funes le regaló un medallón para guardar su
fotografía. No sabe si lo ocurrido lo vio en la pantalla del cine
“Empire”, con Lilian Gish y Robert Harrow. O en el teatro, cuando
la llevaron a ver a María Melato. O si se trataba simplemente de
fotografías de la “Petite Illustration”.
Sin embargo, desde entonces no ha vuelto a mirar una
habitación iluminada a través de una ventana.