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De repente llegó un
niño y levantando una enorme piedra, la arrojó al agua rompiendo estrepitosamente el silencio.
El sedimento cobró vida y reinó la oscuridad. Le pregunté por que razón había hecho tal infamia y
él, insolentemente respondió: ¡Yo soy la Razón!.
Por un largo tiempo seguí a aquel viejo. Una tarde empezó a desnudarse como si fuera el final de un largo día
de trabajo. Con el ropaje cayeron sus años, quedando un niño sonriente, que se echó a correr por el bosque.
Hay que construir un hogar con piso de piedra, porque la piedra es firme y contundente.
Y es que los hombres saben, muy adentro, aquel secreto que les confesó el tiempo:
La planta de la verdad
La verdad es una planta que crece en el desierto, sus frutos son amargos y al ser ingeridos provocan
alucinaciones, suscita demonios y vacíos abismales. Los que han experimentado el viaje dicen ver
luces maravillosas entre la oscuridad más profunda y asfixiante. La planta de la verdad no ostenta
cualidad alguna a simple vista, aparece pequeña y ordinaria al viajero, pero sus raíces... sus raíces
son profundas y extensas como ninguna otra planta. Algunos dicen que los frutos de la verdad son
peligrosos, que produce adicción en los cuerpos vulnerables y que la adicción como toda adicción
conlleva a la miseria. Algunas mujeres y no pocos hombres han intentado llevarla a sus hogares,
pero no pelecha, porque esa planta es de raíces profundas y es planta del desierto, solo el que vive
en el desierto puede apreciar su belleza bajo el efecto alucinante de sus frutos.
VERSO Y PRoVERBIO
Antes solo existía el tiempo. Y un día el tiempo se sintió solo y entonces creó a la razón. Pero la razón no
sentía, sino que era como un espejo frío. Entonces el tiempo creó al fuego. El fuego creció y animó al
tiempo. Y el tiempo jugo con el fuego. Pero el fuego crecía sin medida, y entonces decidió que el fuego no
sería eterno, sino fugaz. El fuego lloró por primera vez. En vista de su tristeza el tiempo creo al mundo con
los árboles, los animales y los hombres. Los ofrendó al fuego como disfraces para engañar la fugacidad del
tiempo. Pero la razón sintió envidia e intentó quitarle el hombre al fuego. Así fue como el corazón del fuego
se vistió de viñedo y desde ese momento, la sangre del fuego, que es el vino, se entrega al hombre en toda su
bondad, y cuando el hombre se embriaga en un instante casi fugaz vuelve a pertenecer a la pureza del fuego.