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Carta para Dalila

Entre la ardiente arena del desierto, en el Valle de Soreq, como una visin del paraso extinto, emerga una figura imposible, ojos de esmeralda que resplandecan como promesa de vida, en la primavera de una selva tropical, jams vista, cubierta con una piel delicada, suave blanca, perfumada como un jazmn, con un cabello mas negro que una noche sin estrellas, el cual descenda como riachuelo hasta la mitad de su espalda, sus labios rojos, carnosos, vibrantes que al expandirse eran coronados con una sonrisa que semejaba la luna en cuarto creciente, en tanto el vestido de seda rosado acariciaba su piel suavemente, abrazndola, cindose a un escultural cuerpo. Como Napolen ante los Alpes, la vista de sus empinadas montaas, las llanuras de su abdomen, el secreto de su valle escondido, era impresionante, imposible que existiera una conquista ms alta.

Que importancia hubiera tenido descuartizar a un Len con las manos si no hubiera podido abrazar su cintura, que importancia habra tenido vencer a todos mis enemigos con una quijada de burro, sino hubiera bebido del dulce nctar de sus labios, que importancia habra tenido vivir libre, en el desierto, si estaba prisionero de su amor y la llama de la pasin me derreta por dentro, si mis msculos y cuerpo solamente queran convertirse en abrigo de su piel y para que mis ojos, si mis ojos, si ya su figura, su sonrisa y su mirada no iban a iluminar ms el atardecer de mi vida. Y ahora que lo pienso, fui un tonto, mi mente, mi cuerpo y mi espritu, fueron de una sola mujer, traicione a mi pueblo, a mi Dios y a mi mismo para demostrar mi devocin. Fui desarmado por el amor y hecho esclavo por la pasin, pague con mi muerte por el pecado cometido y an muriendo, no deje de amarla. S, fui un tonto, fui como muchos otros, vendido por unas monedas.

Bajo la tempestad de mi conciencia y a la sombra de mi desesperacin, puedo asegurar que conoc el cielo y las estrellas, y estando ciego al lado de la pesada piedra del molino, su recuerdo empaaba lo poco que quedaba de mi mente en tanto las horas pasaban arrodilladas gimiendo, arrastrando mi vida debajo de la piedra de ese viejo molino. Y yo, tratando de hacer polvo los recuerdos, siempre tratando. Pero no, no la juzgo, que sea mi Dios quien lo haga, as como me juzgara a m, yo solo puedo amarla, porque para eso nac.

Atentamente

Sansn HC

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