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Cancin Qu de envidiosos montes levantados, de nieves impedidos, me contienen tus dulces ojos bellos!

Qu de ros del hielo tan atados, del agua tan crecidos me defienden el ya volver a vellos! Y, cul, burlando de ellos el noble pensamiento, por verte viste plumas, pisa el viento! Ni a las tinieblas de la noche oscura ni a los hielos perdona, y a la mayor dificultad engaa; no hay guardas hoy de llave tan segura, que nieguen tu persona, que no desmienta con discreta maana, ni emprender hazaa tu esposo cuando lidie, que no registre l, y yo no envidie. All vuelas, lisonja de mis penas, que con igual licencia penetras el abismo, el cielo escalas; y mientras yo te aguardo en las cadenas de esta rabiosa ausencia, el viento agravian tus ligeras alas. Ya veo que te calas donde bordada tela un lecho abriga y mil dulzores cela. Tarde batiste la envidiosa pluma, que en sabrosa fatiga vieras (muerta la voz, suelto el cabello) la blanca hija de la blanca espuma, no s si en brazos diga de un fiero Marte, de un Adonis bello, y anudada a su cuello, podrs verla dormida, y a l casi trasladado a nueva vida. Desnuda el brazo, el pecho descubierta, entre templada nieve evaporar contempla un fuego helado, y al esposo en figura casi muerta, que el silencio le bebe del sueo, con sudor solicitado; dormid, que el dios alado, de vuestras almas dueo, con el dedo en la boca os guarda el sueo; dormid, copia gentil de amantes nobles, en los dichosos nudos que a los lazos de amor os dio Himeneo; mientras yo, desterrado, de estos robles y peascos desnudos la piedad con mis lgrimas granjeo; coronad el deseo de gloria, en recordando;

sea el lecho de batalla campo blando. Cancin, di al pensamiento que corra la cortina, y vuelva al desdichado que camina.

Ceida, si asombrada no, la frente... A Don Antonio de las Infantas, en la m uerte de una seora con quien estaba concerta do de cas ar en Segura de la Sierra Ceida, si asombrada no, la frente De una y otra verde rama obscura, A los pinos dejando de Segura Su urna lagrimosa, en son doliente, Llora el Betis, no lejos de su fuente, En poca tierra ya mucha hermosura: Tiernos rayos en una piedra dura De un sol antes caduco que luciente. Cun triste sobre el prfido se mira Casta Venus llorar su cuarta gracia, Si lgrimas las perlas son que vierte! Oh Antonio, oh t del msico de Tracia Prudente imitador! Tu dulce lira Sus privilegios rompa hoy a la muerte.

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