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El 3 de noviembre de 1893, el Hermano Teófano, cuarto Superior


General de los Hermanitos de María, acompañado del Hermano Procope,
hicieron una visita a los Hermanos de Oceanía. En esa ocasión fueron a
visitar al Hermano Florentin, que fue uno de los primeros Hermanos
misioneros mandados por el Padre Champagnat a Nueva Zelanda. En ese
tiempo estaba destinado en Villa María, en Sydney, Australia, que era la
sede de las misiones para toda Oceanía de los Padres Maristas. El
Hermano tenía en esa época 78 años. Para esta circunstancia, y como
muestra de cariño y respeto, se puso la sotana que había llevado en el
Hermitage 56 años antes, y que había conservado como un tesoro. Se hizo
una fotografía para perpetuar el momento, que es la que reproducimos.
Este Hermano es el inspirador del presente trabajo y a él se lo dedico.
2
H. José Antonio Camposo
MAPA
DE
NUEVA ZELANDA

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CRONOLOGIA DE LAS FUNDACIONES
EN NUEVA ZELANDA VICAR
IATO DE
OCENÍA OCCIDENTAL

Creado por Roma el 13 de mayo 1836, confiado a Monseñor Pompallier.


Este Vicariato comprendía los territorios de las Islas Wallis y Futura, y Nueva
Zelanda .

- Hokianga, por Monseñor Pompallier, el P. Catherin Servant, el Hermano


Michel (Colombon), el 8 de enero de 1838.
- Kororareka, primer centro del Vicariato, por Monseñor Pompallier, el
Hermano Michel Colombon, el P. Epalle, el P. Petit, el Hermano Elie-
Régis (Marrin), El Hermano Florentin (Françon), el Hermanoi Marie-
Augustin (Drevet), P. Petitjean et P. Comte, a partir de julio de 1839.
- Whangaroa, por el P. Epalle, el P. Petijean, el Hermano Elie-Régis
(Marrin) en agosto de 1840.
- Kaipara, por P. Petit en julio de 1840.
- Tauranga, por el P. Viard en junio de 1840
- Matamata más tarde Waikato, por el P. Séon a finales de agosto de
1841.
- Maketu, por el P. Borjon, el Hermano Justin (Perret) a finales de agosto
de 1841.
- Opotiki, por el P. Rozet a partir de septiembre de 1841.
- Rotorua, por el P. Reignier y el Hermano Euloge (Chabany) en 1844.
- Terekeko, en la península de Mahia, por el P. Baty en septiembre 1841.
- Whakatane y Hawke’Bay, por el P. Lampila a partir de junio de 1843.
- Otaki, por el P. Comte en 1844.
- Auckland, capital política después de 1840, que se vuelve poco a poco el
centro de la Misión, por el P. Forest. El P. Petitjean y el P. Baty en 1842.
- Akaroa, más tarde la ciudad de Christchurch, fundada por el P. Tripe, el
P. Comte y el Hermano Florentin (Françon) en septiembre de 1840.
- Port-Nicholson, que se llamaría más tarde Wellington fundado por
Monseñor Pompallier y Fitzgerald, catequista, en la Navidad de 1840.
- Nelson por Monseñor Pompallier a principios de 1844.

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DIÓCESIS DE WELLINGTON EN NOUVELLE-ZELANDE

Creada por Roma el 29 de mayo de 1848, confiada a Monseñor Viard.


Comienzo de actividades en abril de 1850.

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Los primeros maristas que animaron esta diócesis, fueron los que quedaron de los
primeros grupos que estuvieron con Monseñor Pompallier. Comprendió las
siguientes misiones.
- Wellington, fundada por Monseñor Viard, el P. O’Reily (capuchino), el P.
Forest, el P. Petitjean, Pezant, el P. Baty, el H. Justin (Perret), el H.
Elie-Régis (Marrin) en abril de 1850 y el P. Moreau en 1851.
- Nelson, fundada por el P. Garin y el H. Claude-Marie (Bertrand) en
mayo de 1850
- Napier, fundada por el P. Lampila, el H. Florentin (Françon), el H. Basile
(Monchalin) en 1850
- Otaki, fundada por el P. Comte en 1850.
- Wanganui-Town, fundada por el P. Pezant, el H. Elie-Régis (Marrin) y el
P. Bernard en 1852.
- Wanganui-River, fundada por el P. Lampila en 1852.
- Akaroa, por el P.Séon, el H. Euloge (Chabany), el P. Bernard, el H. Luc
Macé en 1850

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INTRODUCCIÓN

En 1987 me encontraba en Roma haciendo un curso de formadores. Éramos un


grupo reducido de Hermanos de España y América Latina. Gracias a esta experiencia
tuve la oportunidad de conocer al Hermano Aureliano Brambila, que nos introdujo en el
apasionante mundo de los orígenes del Instituto y nos invitó a investigar, aprovechando
que en la casa que nos encontrábamos estaban los archivos.
A los pocos meses de que nos hiciera esa invitación, estaba leyendo una historia
del Instituto y quedé con muchos interrogantes después de enterarme del bonito gesto
del Hermano Florentin en 1893. ¿Quién era este Hermano? ¿Por qué hizo esto? ¿Por
qué vivía con los Padres Maristas y no con los Hermanitos de María? ¿Cuántos fueron
los Hermanos Maristas enviados a Oceanía y qué pasó con ellos? Estas fueron algunas
de las preguntas que me surgieron y me animaron a comenzar a investigar.
En septiembre de 1987 comencé un curso de aggiornamento en la Universidad
Urbaniana, dependiente de Propaganda Fide, también en Roma. En mis horas libres me
acercaba a la biblioteca e iba descubriendo mucho material que allí se guardaba sobre
los principios de las misiones católicas en Oceanía Occidental. No debemos olvidar que,
los Padres Maristas junto con los Hermanos, fueron los primeros misioneros que
ejercieron su apostolado en aquellas tierras.
A lo largo de estos años, casi quince, he ido recopilando, traduciendo,
ordenando, armando el trabajo que presento a continuación. Ha sido una labor lenta, con
aceleraciones y detenciones que estaban motivadas la mayoría de las veces por la
disponibilidad de tiempo que tenía.
He recibido ayuda y me he hecho ayudar por mucha gente. Como en el Génesis,
de un caos informe, iban surgiendo nombres, lugares, fechas que poco a poco iban
ordenándose en mi mente. Se producían “explosiones” repentinas que iluminaban una
parte de la investigación. Descubría algo que era una pieza importante del
rompecabezas.
Hay en mí un fuerte sentimiento de respeto y admiración hacia estos Hermanos
Misioneros que he llegado a conocer sobre todo por sus cartas. Espero que sea este un
sentimiento que les nazca a todas las personas que lean este trabajo. Eran seres
humanos que tuvieron que vivir en un medio, la mayoría de las veces, hostil y
desconocido; incomprendidos y poco valorados casi siempre; haciendo cosas a las que
no estaban acostumbrados. Muchos de ellos lucharon, se adaptaron e hicieron un gran
servicio a las misiones de Nueva Zelanda. Basaron su fuerza en Dios, se pusieron bajo
la protección de María y corrieron bien su carrera hasta llegar a la meta, como dice
Pablo.
Si lees este trabajo, vas a ser testigo de su resurrección. Se van a levantar de sus
tumbas. Se van a poner a tu lado y te van a hablar. Escúchalos con atención. Sus
historias pueden parecer comunes, grises, poco llamativas, pero en definitiva, en lo
pequeño, en lo débil, es en lo que se fija y lo que escoge Dios.
Pasando a la parte práctica, se presentan dos grandes bloques en las páginas que
vamos a leer a continuación.

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En una primera parte, se hacen una serie de aclaraciones para que nos
ubiquemos en la historia que vamos a ser espectadores; la geografía, la historia, la
cultura de Nueva Zelanda, en los tiempos en los que llegaron los primeros misioneros
maristas. Esto nos va a permitir que entendamos con más facilidad la otra parte del
trabajo. Para facilitar la lectura los capítulos que forman la primera parte están
profusamente ilustrados con más de 60 dibujos o fotos, unos 20 mapas que nos sirven
para ubicar los lugares de los que se habla y algunos gráficos.
En la segunda parte se presentan las vidas de los protagonistas de la
evangelización de Nueva Zelanda. Básicamente son las de los Hermanos, pero también
conoceremos las de Monseñor Pompallier, el P. Servant y del P. Poupinel, estos dos
últimos Padres Maristas. Primero presentaremos su biografía, y después, sus cartas.
Cada una está precedida de una pequeña introducción.
Casi todo el material que he utilizado estaba escrito en francés. Para su
traducción me he servido de algunas personas que me han ayudado y de mis propios
conocimientos. He hecho una traducción libre. No debemos olvidar, que muchos de
nuestros Hermanos tenían un conocimiento y dominio del francés bastante limitado.
Especialmente, en la traducción de las cartas, se encuentran muchas dificultades por la
ortografía, por la caligrafía y por las incorrecciones gramaticales. He intentado salvar el
contenido, que es lo que realmente interesa.
Para algunos escritos en inglés he utilizado el programa informático Glogalink, y
el apoyo de algunas personas que me han ayudado.
Especialmente para la primera parte, he sacado mucha información de Internet.

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“Como la semilla que se rompe al pudrir,

han de ser las vidas que se entregan al Señor,

no esperemos dar la vida sin morir,

nada hay que se rompa que no duela al corazón”.

El 24 de diciembre de 1836 salía el primer grupo de Hermanitos de María de


Francia hacia Oceanía. En años sucesivos otros grupos se unieron con estos primeros.
Los últimos llegaron a los archipiélagos de Oceanía central en 1859. Se esparcieron
como semilla buena en las distintas islas que forman el Pacífico; Futuna, Wallis, Nueva
Zelanda, Nueva Caledonia. Numéricamente los de Nueva Zelanda formaron el mayor
grupo. Fueron los Hnos Michel, Elie-Régis, Marie-Augustin, Florentin, Claude-
Marie, Amon, Colomb, Pierre-Marie, Justin, Emery, Basile y Euloge. Dieron sus
vidas, con humildad y sencillez, por la misión que se les encomendó. El Hno. Deodat

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murió en un naufragio en 1842, cuando apenas comenzaba su misión El Hno. Euloge
murió asesinado en 1868, durante una batalla entre dos tribus rivales maoríes, mientras
atendía a los heridos. Los Hnos. Michel, Marie-Augustin, Colomb y Amon dejaron la
Congregación, por diversos motivos. Los Hnos Justin y Emery, acabaron sus vidas en
Francia. Los otros vivieron durante muchos años en Nueva Zelanda.

El presente trabajo nos va a permitir acercarnos a sus vidas a través, sobre todo,
de sus cartas. Una carta es un medio privilegiado por el que se pueden expresar
sentimientos, situaciones, anécdotas, hechos... Los descubriremos a través de sus
escritos, ante todo, como hombres de Dios.

Cuando Marcelino muere el 6 de junio de 1840, el Hermano Francisco les


escribe a los Hermanos y les invita a mantener vivo el espíritu que les ha legado. Todos
nuestros Hermanos misioneros de Nueva
Zelanda habían entrado en el Hermitage
Marcelino cuando aún vivía el P. Champagnat. Para
y ellos este lugar era una referencia a pesar
El Hermitage de estar a miles de kilómetros de
distancia de él. Intentaron vivir lo que
habían aprendido en el valle del Gier
durante su noviciado. El amor a María, el
abandono en manos de la Providencia, el
amor al trabajo, el deseo de vivir en
comunidad, son sentimientos
continuamente expresados en sus cartas.
Cuando se enteraron de su muerte
sintieron un gran dolor. Así se expresó el
Hno. Florentin en una carta el 9 de
marzo de 1842: “La noticia de la
muerte de nuestro respetable Padre Superior me ha afligido mucho, tanto por la
pérdida que ha sufrido nuestra Sociedad como porque se tenía en él un verdadero
amigo y padre”.

Más adelante, en la misma carta, expresa sus sentimientos hacia la Congregación


y lo que supone para él el Hermitage: “El recuerdo del tiempo pasado en su seno me
causa siempre un nuevo gozo y no puedo hablar del Hermitage sin emocionarme”.

Era un 8 de enero de 1838 los primeros


Maristas remontaban la desembocadura del río
Hokianga, en el extremo norte de Nueva Zelanda.
Acompañaban a Monseñor Pompallier, que después
de una travesía de más de un año por los mares del
Pacífico había decidido fijar su residencia en ese
lugar. Con él iban el P. Servant, Padre Marista, Hokianga
antiguo capellán del Hermitage, y el Hno. Michel.
Era el comienzo de una presencia continua de más de
160 años en las tierras de Nueva Zelanda. Habían elegido aquel lugar por
recomendaciones de Monseñor Payton obispo de Sydney. La presencia de católicos
irlandeses en la zona animó a hacer esa elección.

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En 1836 la Congregación de los Padres Maristas, había sido aprobada por la
Santa Sede y le había confiado el vasto mundo que formaban los pueblos y las regiones
de Oceanía, para su evangelización.

Al llegar a Nueva Zelanda, se encontraron con un país desconocido, muy


distinto a las demás islas del Pacífico por las que habían pasado. Era un sitio húmedo y
frío. Con costas escabrosas azotadas por continuas tempestades. Con una vegetación
exuberante formada por grandes árboles y helechos.

Llegaban al país de los maoríes, nativos de estas tierras. En él estaban desde


hacía muchos siglos y a él se habían adaptado. Hacía muy pocos años que habían
comenzado a relacionarse con los blancos. Tenían una cultura
Maorí fuerte y bien organizada. Vivían en poblados fortificados
ubicados en lo alto de las colinas a los que llamaban “pa”.
Eran grandes navegantes y constructores de embarcaciones.
Maestros en el arte de tallar la madera. Sus piraguas, a las
que llamaban “wakas”, eran de grandes dimensiones, pues
en ellas podían ir hasta 40 guerreros y estaban adornadas con
relieves de madera muy bien trabajados. Sus caras y sus
cuerpos estaban profusamente tatuados. Cada línea tenía su
significado y establecía un rango social. A los tatuajes ellos le
llamaban “moko”. También era una sociedad llena de ritos,
mitos y prohibiciones, los “tabú”. Tenían su propia
cosmovisión rica en ritos, símbolos, tradiciones, que habían sido heredadas a lo largo de
las generaciones. Estaban fuertemente jerarquizados en medio de una sociedad
patriarcal. Era un pueblo cazador y recolector de frutos. La guerra formaba parte de su
vida, y eran frecuentes las batallas entre las diversas tribus.

Unos 20 años antes habían llegado a las islas los primeros misioneros
protestantes, fueron los metodistas y los anglicanos. Con ellos, nuestros misioneros
maristas, tuvieron muchas dificultades y enfrentamientos. Eran los tiempos en los que
se decía que fuera de la Iglesia Católica no había salvación. Llama la atención, por su
extensión y por su contenido una carta del Hno. Elie Regis en la que relata un
enfrentamiento con un ministro protestante.

En 1839 llegaron más Padres y Hermanos Maristas. Monseñor Pompallier,


llevado por un gran celo apostólico comenzó con una
dinámica desenfrenada de fundaciones, pero como dice el
refrán: “el que mucho abarca poco aprieta”. Hokianga fue
fundada oficialmente el 29 de junio de 1838; Bahía de las
Islas a finales del 38; Whangaroa el 6 de enero de 1840,
Kaipara en marzo de 1840, Tauranga también en marzo del
40. Bastaba un Padre y un Hermano para abrir una nueva
misión. Los pocos recursos económicos, las malas
comunicaciones y la falta de contacto con los demás
misioneros, hacían la vida muy difícil. El Padre solía salir de Río de Nueva
la misión con bastante frecuencia para visitar las distintas Zelanda
tribus de los alrededores. A veces se ausentaba por varias
semanas, mientras el Hermano quedaba solo.

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Para muchos de nuestro Hermanos, los primeros tiempos en la misión fueron
bastante duros. Llegaron ilusionados en ser catequistas que iban a ayudar a los Padres
en su labor evangelizadora. Primeramente, se les obligó a dejar el humilde hábito de los
Hermanitos de María para llevar el de seglar. Después se les asignaron trabajos
manuales. Desde ese momento fueron hortelanos, zapateros,
sacristanes, impresores, sastres. Muy pocos pudieron ejercer
como catequistas o maestros.

Las primeras fundaciones que hizo Marcelino lejos de la


diócesis de Lyon, el aislamiento y el abandono son dos elementos
opuestos a la inspiración fundacional. Destacaba sobre todo la
importancia que daba a la vida comunitaria. Cuando funda en la
diócesis de Autun, le escribe al Obispo y le dice:
“ Ellos se van a encontrar bien lejos de la casa, pero llenos de
confianza en el Señor, que los ha llamado, bajo su protección y
sus buenos consejos, irán con usted con alegría. Usted será su
apoyo y su padre”

La actividad misionera en la Polinesia atrae al Fundador de un modo especial, y


cuando habla de ello en sus cartas se trasluce un gran entusiasmo. En una de ellas al Sr.
Fontbonne, compañero suyo en el seminario y misionero en USA le dice:
“No podría creer la emulación que la misión de la Polinesia ha suscitado en el
público. Se envidiaba la suerte de los que habían sido elegidos para ser las primicias
de la asociación en aquellas islas. Nuestros Hermanos les decían adiós con la
esperanza de ir a reencontrarlos pronto”.

En un escrito al Sr. Mege arcipreste, el 11 de mayo de 1838, le expresa la


imposibilidad de mandarle Hermanos debido a que las Misiones reclaman nuevos
obreros:
“El establecimientos de Amplepuis lo hemos tenido
siempre en el corazón y estaríamos llamados a acudir
incesantemente a sus deseos apoyando el celo
verdaderamente pastoral que usted testimonia por la
educación de sus niños, pero nos encontramos en la
imposibilidad de darle Hermanos este año. Nuestra misión de
la Polinesia reclama nuevos obreros, debemos hacerlos salir
incesantemente.”

Sabemos que además que a Oceanía la apertura de


Marcelino quería llegar a otros continentes, en particular a América. Allí estaba, como
ya hemos visto, su amigo del Seminario. Los primeros Hermanos estaban dispuestos a
seguir al fundador hasta el nuevo mundo si era necesario. Nuestro Fundador estuvo en
contacto con América y sólo esperaba la ocasión propicia para enviar misioneros
también allí:
“ Enviaríamos con gusto a América para ayudar el celo de los buenos
misioneros, si nos fuese posible. Esperamos de la divina Providencia que nos aparte las
dificultades

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Está claro que la Sociedad de María, desde sus orígenes, estaba formada por
Padres y Hermanos. En esto no tenía ninguna duda el P. Champagnat. y así lo demuestra
cuando escribe el Testamento Espiritual:

“Del mismo modo que su obediencia debe coincidir con la de los Padres de
la Sociedad de María en la obediencia a un Superior único, es mi deseo que sus
corazones y sentimientos se fusionen siempre en Jesús y María. Hagan suyos los
intereses de los Padres; constituya un placer para ustedes acudir en su ayuda
siempre que se lo pidan... Puesto que el Superior General de los Padres lo es
también de la rama de los Hermanos, ha de ser el centro de unión de los unos y de
los otros”.

Cuando en 1852 se produce la separación efectiva de las dos ramas, los


Hermanos que trabajan en Oceanía se preguntan si aún siguen
perteneciendo a los Hermanitos de María, o a partir de ese
momento se unen a los Padres Maristas. Es evidente, por lo
que vamos a ver a lo largo de este trabajo, que nunca fueron
abandonados por los superiores. A pesar de las distancias y de
las malas comunicaciones, éstos se esforzaron con estar en
contacto con ellos por medio de cartas y circulares. Se
conservan algunas de las cartas que les escribió el Hno.
Francisco. Les dice en una carta, que no le cabe la menor
duda, de que el progreso de la Sociedad, es debido a la vida y
Hermano Francisco a los sacrificios de los Hermanos que trabajan en Polinesia. Se
nombró a un Asistente, el Hno. Pascal, para que se ocupara de
atenderles. También se le pidió al P. Poupinel, Padre Marista Visitador de las Misiones
de Oceanía, que acompañase a estos Hermanos. Este Padre Marista estuvo durante
mucho tiempo encargado de atenderlos, tanto en lo espiritual como en lo material.

El último envío de Hermanos, pero no ya a Nueva Zelanda, sino a Nueva


Caledonia, se produjo en 1859. Después de esta fecha ya
no se mandaron más Hermanos Maristas para que
ayudasen a los Padres. Parece que el Hno. Francisco tenía
pensado mandar más, si se tiene en cuenta lo que pone en “Todas la diócesis del
una carta enviada al Hno. Claude Marie en enero de 1859 mundo entran en
en la que dice: “Después de algún tiempo, cinco nuestras miras.”
Hermanos nuestros han salido con los Padres. Son los
Hermanos Emery, Augule, Germanique, Abraham,
Ptólomée y muchos otros lo piden todavía.”
Estos Hermanos trabajaron dentro de la diócesis de Monseñor Baitallón en
Oceanía Central.

En 1860 el Hno. Francisco deja de ser Superior General y le sustituye el Hno.


Luis María. Éste había estado en el seminario antes de entrar en el Hermitage y había
sido compañero de Monseñor Bataillon Vicario de Oceanía Central. Apoyándose en su
antigua amistad, el obispo le pidió Hermanos para su misión. El Hno. Luis María le
contestó con evasivas diciendo que en el momento que se los pide no tiene disponibles.
Parece que la imposibilidad de que los hermanos viviesen en comunidad, la dispersión
en la que vivían, y la dedicación a otras funciones que no eran las de catequistas o
maestros, fue el motivo de no mandar ya más Hermanos.

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Sólo cuando se dieron las condiciones expuestas, comenzaron a fundarse
comunidades de Hermanos enseñantes en el Pacífico.

El 7 de mayo de 1871 se fundó la primera escuela en Samoa con 12 niños


internos. Un año más tarde, el 29 de febrero de 1872 llegaban los primeros Hermanitos
de María a Sydney y el 8 de abril del mismo año abrían la primera escuela en Australia.
El 11 de octubre de 1873 se abre la primera escuela en Numea, Nueva Caledonia. El 21
de octubre de 1875 se nombra al Hno. John, provincial de las misiones de Oceanía.

El 30 de enero de 1876 salen los primeros Hermanos para Nueva Zelanda.


Fueron los Hermanos Sigismond, Papinien y Edwin.
Llegaron a Wellington el 15 de mayo. A partir de ese
momento se suceden las fundaciones: En 1978 Napier,
1883 Auckland, 1884 Wanganui, 1888 Christschurch, 1891
Timaru, 1892 Greymouth y 1897 Invercargill. Era como
una nueva fundación a pesar de que los Hermanos Maristas
ya estaban presentes en las islas desde los primeros días de
enero de 1838.
En un principio los Hermanos de Nueva Zelanda
dependían de Australia pero en 1917 se constituyeron en
Provincia. En nuestros días, a pesar de la crisis, el grupo de
Hermanos que trabaja en Nueva Zelanda trata de llevar
adelante una misión creativa y abierta a los signos de los
tiempos. Son los herederos de los Hermanos pioneros que
fueron semilla que se iba sembrando con dolor, sin pausa,
Obras actuales de los en silencio, con gran esfuerzo. Esa semilla que se moría en
Maristas en Nueva la soledad y en la oscuridad de la tierra, esperando el
Zelanda momento para brotar. Esa semilla, que con el tiempo, ha
dado el ciento por uno, como la semilla de la parábola de
Jesús que cayó en tierra fértil y buena.

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Nueva Zelanda (en maorí Aotearoa, 'tierra de la blanca nube'), está localizada a
unos 1.600 km. al sureste de Australia.
Comprende dos islas de gran extensión:
la isla del Norte y la isla del Sur,
separadas por el estrecho de Cook y
otras muchas islas de menor tamaño,
entre las que se encuentra la isla de
Stewart, situada al sur de la isla Sur.
Tiene una extensión de 270.534km2 y
los territorios de ultramar gobernados
por Nueva Zelanda son la dependencia
de Ross en la Antártida y Tokelau en el
océano Pacífico, al norte de Samoa
occidental. Las islas Cook y las Niue,
también en el Pacífico, son territorios
autónomos asociados libremente a
Nueva Zelanda. La capital del país es
Wellington y la ciudad más grande es
Auckland, ambas situadas en la isla del
Norte. Las dos grandes islas están Mapa de
claramente cortadas por las altas Nueva
montañas, como las que forman los Zelanda
Alpes neozelandeses en la isla del Sur y
las cordilleras de menor altitud
localizadas en la isla del Norte.

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Casi tres cuartas partes de la isla del Sur y un quinto de la isla del Norte son de
relieve montañoso, lo que hace que dos tercios de la superficie de Nueva Zelanda, estén
entre los 200 y los 1.000 metros sobre el nivel del mar, con más de 220 montañas
conocidas que superan los 2.300m. . El monte Cook, (en maorí Aorangi, “el que
traspasa las nubes”) situado en los Alpes neozelandeses con 3.764m de altitud, es el
pico más alto del país.
El paisaje de Nueva Zelanda está definido por las líneas de falla que atraviesan
el país, dividiéndolo en bloques. El movimiento de estos irregulares bloques de
montañas que se crearon hace unos 26 millones de años, y que dominan la isla Sur, son
la causa de una constante actividad volcánica que caracteriza el centro de la isla del
Norte. Nueva Zelanda es un país de numerosas cuencas hidrográficas, pero los ríos son
generalmente cortos, rápidos y de difícil navegación. Sólo la isla del Sur cuenta con
grandes extensiones aluviales en las llanuras de Canterbury que se prolongan hasta el
este de los Alpes neozelandeses.
La cascada de Sutherland, con una caída de 580 metros desde un valle inclinado
próximo al estrecho de Milford, en la isla del Sur, es
la quinta catarata más grande del mundo. Los lagos Fiordos de la Isla Sur
de Nueva Zelanda se localizan principalmente en los
viejos cráteres volcánicos de la isla del Norte, como
en el caso del lago Taupo que ocupa 606 km2 y es el
mayor de Nueva Zelanda y de los valles glaciares
asociados a los Alpes neozelandeses. La costa
neozelandesa tiene casi 7.000km de longitud, con
bahías, fiordos, golfos y estrechos. La línea costera de
la isla del Norte es bastante irregular, especialmente
en la región meridional o área peninsular del norte de Auckland. La isla del Sur tiene
pocas calas naturales a excepción de la zona suroccidental repleta de fiordos y
estrechos.

ISLA NORTE
Esta isla tiene una extensión de casi 114.600km2 y cuenta con mayor potencial
económico que la isla del Sur, además de ser la más poblada de Nueva Zelanda. En el
centro de la isla hay una meseta volcánica que se eleva de forma escabrosa desde la
orilla meridional del lago Taupo. Es una zona volcánicamente activa y foco de
frecuentes temblores y terremotos a pequeña
escala. Los tres volcanes activos del área de
la meseta son: el monte Ruapehu de 2.797
metros y punto más elevado de la isla, el
monte Ngauruhoe y el monte Tongariro,
junto con varios géiseres, charcas cenagosas
y manantiales de agua caliente (Parque
Volcán Tongariro
nacional de Tongariro). Al este y sur de la
meseta, las cadenas montañosas se
prolongan desde el cabo Este hasta el
estrecho de Cook. Al oeste de la meseta volcánica, el relieve montañoso permite una vía
de acceso a las tierras de labranza de la zona de Taranaki. El monte Taranaki (Egmont),
es un volcán extinguido y aislado situado cerca del extremo occidental de la isla. El río
Waikato (435 Km de longitud), el más largo de Nueva Zelanda, parte del lago Taupo

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avanzando hacia el norte hasta su desembocadura en el mar de Tasmania, al oeste.
Auckland domina un estrecho istmo que en algunos puntos no mide más de 10 Km de
ancho. Al norte de la ciudad, la región septentrional va adoptando poco a poco una flora
y fauna de carácter subtropical, con playas arenosas a lo largo de la costa occidental y
manglares que se extienden por la costa oriental.
Por la importancia para entender mejor la historia de los primeros maristas que
fueron a Nueva Zelanda, nos vamos a basar en la descripción que hace James Cook,
uno de los primeros exploradores, y así describe Bahía de las Islas, el lugar en el que en
un tiempo estuvo el centro de la misión bajo la dirección de Monseñor Pompallier.
El capitán Cook nos cuenta:
“ Esta bahía, como he observado ya, se halla al oeste del Cabo Brest, y la
denominé Bahía de las Islas por
Bahía de las Islas a principios del siglo XIX
el gran número de las que se
extienden junto a sus costas, y
forman varios puertos, seguros
y cómodos, en los que hay
espacio y calado para cualquier
número de barcos. El abra en
que nosotros estuvimos se halla
en la parte suroeste de la isla
más SO., llamada Matuaru,
junto a la costa sureste de la
bahía…Los habitantes de la
bahía son, con mucho, más numerosos que en todas las demás partes del país que
habíamos visitado; no nos pareció que obedecieran a un mando único, y aunque
sus ciudades estaban fortificadas, convivían en perfecta armonía".

ISLA SU R
Esta isla tiene una extensión de unos 152.720km2. La cadena plegada de los
Alpes neozelandeses se prolonga algo más de 480 Km en dirección suroeste-noreste.
Además del monte Cook, en esta cordillera hay otros quince picos que superan los
3.000 metros de altitud y más de 300 glaciares, el más importante es el glaciar de
Tasmania que se extiende al pie de la ladera
oriental del monte Cook, y que es el más
grande del país. Las vertientes occidentales
de los Alpes son generalmente zonas
forestales húmedas, mientras que las
vertientes orientales destacan por su aridez y
escasa altura. En su extremo septentrional,
los Alpes se abren en numerosas cordilleras
de menor altitud, de las que las orientadas al
oeste son ricas en depósitos minerales. Más
Llanuras de
al sur, los Alpes están densamente arbolados
y ofrecen numerosos entrantes ocupados por
fiordos que configuran un espléndido escenario, como el del Parque nacional de
Fiordland. El extremo suroriental de la isla comprende la meseta de Otago, área de altas
planicies que fue en su día foco de la fiebre del oro y lugar donde hoy se concentra gran

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parte de la ganadería del país. Las llanuras de Canterbury constituyen el área de terreno
llano más extensa de Nueva Zelanda y la región principal en cultivo de cereales. La
mayoría de los ríos de la isla del Sur nacen en los Alpes y entre ellos cabe destacar el
Culta, que con sus 338 Km se convierte en el más largo de la Isla Sur. Por otro lado, el
lago más grande es el Te Anau que mide 342km y está situado en la parte meridional de
los Alpes neozelandeses.

FL OR A Y FAUN A
El aislamiento de Nueva Zelanda de otros continentes y los tardíos
asentamientos han favorecido el desarrollo de una flora única en el mundo. De las 2.000
especies autóctonas, unas 1.500 son exclusivas del país; claros ejemplos de esta flora lo
constituyen el kowhai dorado y el pohutukawa rojo. Antes del último poblamiento
europeo a gran escala, la vegetación dominante de
Nueva Zelanda era el bosque mixto de hoja perenne,
que se daba especialmente en la isla cálida del
Norte, además de espesos sotobosques poblados de
musgos y helechos. La gran excepción la constituye
la pradera de la meseta volcánica en la isla del
Norte. Hoy, este denso bosque o monte bajo de
arbustos sobrevive sólo en las zonas en las que no se
permite el paso, en los parques nacionales y reservas
naturales. La costa occidental de la isla del Sur
Helecho arborescente contiene una de las zonas más grandes de bosques
mixtos autóctonos, y además aporta la mayor
cantidad de madera natural utilizada con fines comerciales, como es el caso del kauri,
rimu, kahikatea y totara. Las tierras bajas de la isla del Sur son actualmente praderas
que se elevan hasta altitudes de 1.525m. En el interior de la isla su territorio estaba, en
el tiempo de la llegada de nuestros Hermanos, cubierto de frondosos bosques de
helechos arbóreos y un rico monte bajo de arbustos, especialmente helechos de varias
especies. Nueva Zelanda es uno de los países del mundo en los que el entorno natural se
ha conservado mejor. El clima húmedo de la Isla Norte hace que durante casi todo el
año el paisaje permanezca verde. En sus cartas nuestros Hermanos misioneros nos
describen con detalle el clima y los paisajes de los lugares por los que van pasando en
sus viajes.
Cuando tuvo lugar el primer asentamiento
maorí, Nueva Zelanda contaba con dos especies de
lagartos: el gecko y el tuatara -especie residual
prehistórica que mantiene un tercer ojo-, varias clases
de ranas y dos especies de murciélagos que son
considerados los únicos mamíferos autóctonos. Los
primeros asentamientos de colonos de raza blanca
encontraron aquí una especie característica de perro y
rata negra traída por los maoríes, y que hoy está
prácticamente extinguida.. El país alberga una enorme
Kiwi
variedad de aves, entre las que se encuentran veintitrés
especies únicas. Las variedades autóctonas son aves
cantoras como el bellbird y el tiu que, aunque incapaces de volar, son las más asociadas
a Nueva Zelanda. El avestruz tipo moa, hoy extinguido, constituyó en su día la familia
de aves no voladoras más numerosa. El kiwi es la más conocida de las especies actuales,

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elegido como símbolo nacional de Nueva Zelanda, parece a primera vista emparentado
con los avestruces, pero estos dos animales no tienen un antepasado común. El kiwi
pardo habita en la Isla Norte. Viven en los bosques en los que la vegetación es densa y
sus hábitos son nocturnos. Suelen alimentarse buscando insectos enterrados en el suelo,
a los que detectan, gracias a su desarrollado olfato. No nos debemos olvidar del
kakapo, el takahe y el weka. Muchos de los ríos del país acogen una gran diversidad de
pescado para consumo doméstico. En las aguas oceánicas de los alrededores confluyen
corrientes frías y cálidas, lo que permite que sean ricas en especies marinas como el
hapuku y el tarakihi que se localizan a lo largo de toda la costa. Entre los mariscos
destacan las ostras, mejillones y toheroas como variedades comestibles. La tuatara es un
fósil vivo. Es un reptil coetáneo de los dinosaurios, aunque su longitud difiere mucho de
estos últimos, pues solo alcanza los 45 centímetros.

CLIMA
Nueva Zelanda está localizada en una zona templada, por lo que su clima es
normalmente suave y húmedo y las diferencias entre estaciones no son muy acusadas.
La región septentrional es la que goza del clima más cálido,
mientras que la vertiente suroccidental de los Alpes
neozelandeses es la más fría. Los westerlies, o fuertes vientos
occidentales, conllevan abundantes lluvias, por lo general en la
estación invernal, aunque también se producen en verano. Las
precipitaciones son por norma general de moderadas a abundantes
pues se recogen más de 500 mm. al año, a excepción de una
pequeña área en la parte meridional del centro de la isla del Sur.
Las precipitaciones de carácter torrencial (unos 5.600 mm. al
año), se dan en torno al estrecho de Milford, en la costa
suroccidental de la isla Sur. El promedio de la temperatura en
Wellington oscila entre los 20,1º C en enero, mes más cálido y los
5,6ºC en julio, mes más frío y la pluviosidad anual se centra en
torno a los 1.230 mm. de promedio. En Auckland, la temperatura
en enero y julio oscila entre los 23,4ºC y los 7,8ºC
respectivamente de promedio, con una precipitación anual de
Mapa de pluviosidad 1.851 milímetros.
Para terminar el capítulo copiamos unas líneas del P.
Servant que le escribe a Marcelino en 1839 en las que le cuenta algo del relieve tan
accidentado de la zona de Hokianga en donde estaba la primera misión en Nueva
Zelanda:
“Figúrese Ud. un sendero muy estrecho, a través de montañas cortadas a
pico que encontramos a cada instante y que hace falta trepar con manos y pies; a
derecha y a izquierda se encuentran vallas de árboles casi impenetrables que es
conveniente agarrar cuando se está en peligro de caer.”

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El descubrimiento de las dos grandes islas que constituyen Nueva Zelanda se
debe sin lugar a dudas, a los hábiles
navegantes polinésicos. Éstos debían
conocer su existencia desde hacía mucho
tiempo por la corona de nubes que la
adorna y revela su existencia desde
bastante distancia.
La bruma es una de sus
características, de ahí que también se las
conoce como “islas de la bruma “ o “
tierras de niebla “. El manto de nubes se
debe a las cadenas montañosas que
provocan la condensación atmosférica, a
diferencia de las islas circundantes,
demasiado bajas como para poder
provocar este fenómeno.
Nueva Zelanda ha sido uno de los
últimos lugares en ser colonizados por el
hombre. Se le atribuye el mérito de su
descubrimiento al gran explorador
polinésico Kupe, que desembarcó allí
probablemente hacia el año 1000 d. C.
Kupe, según la leyenda, atracó en las
nuevas tierras de manera fortuita: se
cuenta que fue arrastrado a ellas por un pulpo gigantesco al que había arponeado.
A su regreso a la isla de Hawaiki – probablemente la actual Tahití – habló acerca
de un maravilloso país lejano, y fue así como muchos de los habitantes de las islas de la
Sociedad se lanzaron al mar rumbo a los sitios que había indicado Kupe. Después de
haber recorrido unas dos mil millas oceánicas, estos navegantes llegaron a la que
llamaron Aotearoa, es decir en lengua maorí, “la tierra de la larga y blanca nube.”

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Según los últimos estudios, la presencia humana en Nueva Zelanda parece
remontarse a un periodo comprendido entre el año 600 y el 1200 d. C. Los primeros
habitantes de las islas se dedicaban sobre todo a la agricultura. Cultivaban batatas, taro,
calabazas, etc. vivían sobre todo de la pesca y de la caza.
Su presa preferida era el moa, una gigantesca ave corredora que se extinguió
entre el año 1000 y el 1300 d. C. Estas aves
alcanzaban de 3 a 4 metros de altura. Eran
Moa parecidas a los avestruces, su alimentación era
sobre todo herbívora. Los moas vagaban por
las llanuras neozelandesas como hoy lo hacen
los antílopes en las sabanas africanas.
Después de la extinción de los moas,
los maoríes siguieron pescando y capturando
con trampas y redes muchas aves del monte,
aun cuando su mayor sustento pasó a ser la
raíz de un helecho, en cuya búsqueda se
internaron cada vez más en las islas. Lo
escabroso de la tierra y la dura climatología en algunos lugares, hacía difícil es sustento
diario.
La población maorí permaneció relativamente tranquila hasta 1642, cuando llegó
el explorador danés Abel Tasman. Éste llamó a esta comarca Tierra de los Estados, en
honor de los Estados Generales que así se llamaba entonces Holanda. La visita de
Tasman quedó como algo anecdótico para los maoríes pues pasaron 127 años de
“aislamiento” de los europeos hasta la visita de Cook. La vida de los maoríes siguió, y
casi olvidaron la visita del explorador holandés.
El 7 de octubre de 1769 el vigía del palo mayor de la nave del capitán Cook
lanzó el clásico grito de: ”¡Tierra! “. Era Nueva Zelanda. Pronto la “Endeavour” estuvo
rodeada por grandes canoas manejadas por los maoríes. La acogida fue muy agresiva.
Nunca Cook en sus múltiples visitas logró hacerse amigo de los nativos. Este
explorador inglés fue uno de los grandes descubridores del siglo XVII y fue el primero
en diseñar las primeras cartas de navegación de las islas de Nueva Zelanda.
La colonización había comenzado. A principios del siglo XIX llegaron los
balleneros que se establecieron en la Bahía de las Islas y
en Akaroa, más tarde llegaron los traficantes de lino, Goleta
madera, frutos y mujeres, que cambiaban por licores y
armas, y los cazadores de focas. Ellos introdujeron a los
maoríes en otro tipo de civilización. Antes de la anexión,
los británicos, los americanos y los franceses,
participaban en varias actividades a lo largo de las costas
de Nueva Zelanda. Sus balleneros y comerciantes
comerciaban en todo su litoral. Las llegadas más
numerosas comenzaron durante los años 1791-1792, con
el desembarco del ballenero "William y Ana". Más tarde,
en 1792, el ballenero "Britannia" empezó a operar en
Sonido Oscuro (Isla Sur). En 1797 llegaron los
balleneros americanos, y durante la década de 1830, numerosas naves de bandera
francesa fueron llegando a las islas.
Se cazaron focas, y sus pieles fueron enviadas al mercado chino. El cultivo y el
comercio del lino también creció.

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Los roces y enfrentamientos entre los colonos y los indígenas fueron en
aumento. Ngati Tama y Ngati de las tribus de Mutunga mataron la tripulación de la
nave "Jean Bart" de bandera francesa. En venganza, la corbeta "l'Heroine" atacó a los
maoríes para que sirviese de escarmiento.
Los misioneros también estuvieron presentes desde el primer momento. Antes de
1840 había tres grupos: los Anglicanos,
representados por la Iglesia la Sociedad
Misionera, los Metodistas y los Católicos
Romanos. En 1814 el Reverendo Samuel
Marsden, de la Iglesia la Sociedad
Misionera, dirigió el primer servicio
religioso en la Bahía de las Islas. Años más
tarde, como ya sabemos, Monseñor
Casa de Monseñor Pompallier Pompallier, fundó la primera misión católica
en Hokianga en 1838. La casa Pompallier,
fue construida como centro de misión en Kororareka, en Bahía de las Islas. La casa la
compró en 1943 el gobierno de Nueva Zelanda y se conservó como un monumento
nacional.
La Bahía de Islas se volvió la escala para comerciantes y balleneros, y el pueblo
de Kororareka hecho de casuchas
creció como resultado de esto. En la
ruta hacia el Sonido Oscuro, en el
sur, los balleneros hacían escala en
Kororareka para aprovisionarse, y
también buscando mujeres en los
numerosos burdeles que había en el
lugar. Nueva Zelanda se volvió un
país sin ley sujeto a toda clase de
vicios y pillaje. En vista de esta
situación , trece jefes de Bahía de las
Vista aérea de Bahía de las Islas
Islas y de Hokianga, empujados por
la Iglesia de la Sociedad Misionera, pidieron a Inglaterra que interviniese en 1831. Al
principio vaciló, pero se decidió debido a la actividad comercial que desarrollaban los
ingleses por medio de "La Nueva Compañía de Zelanda", unido a los rumores que ya
circulaban de la intención del gobierno francés de anexionarse Nueva Zelanda. La
armada francesa había estado explorando Nueva Zelanda y había demostrado su apoyo a
los primeros colonos de su nacionalidad, entre ellos a Monseñor Pompallier.
El barón Charles Philippe Hippolyte
de Thierry (1793 - 1864) agregó más
confusión. En 1820 se encontró con el
misionero Thomas Kendall en Cambridge.
De Thierry se alió con Kendall para
comprar tierra en Nueva Zelanda. El
documento de venta indicaba que Kendall
había comprado 40.000 acres de tierra en el
Desembocadura del río Hokianga
área de Hokianga en nombre de Thierry, por
el precio de 36 hachas. La tierra se compró a
los jefes Muriwai, Patuone y Tamati Waka
Nene. Más tarde se discutió esta venta basándose en que los jefes maoríes no
entendieron el documento que firmaron. De Thierry tenía planes para una colonización

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sistemática de Nueva Zelanda, en la que vendrían colonos de Francia. No fue hasta
1837, 15 años después, cuando de Thierry llegó a Nueva Zelanda para exigir sus tierras.
Los jefes maoríes de Hokianga habían vendido partes de la tierra de Thierry a otros
europeos que se establecieron en el área y así mejoraron económicamente a lo largo del
tiempo que el barón no estuvo en las islas. También los maoríes se dieron cuenta que
sus tierras valían más que 36 hachas. A pesar de esto, cuando de Thierry llegó a Nueva
Zelanda, los jefes de Hokianga le ofrecieron generosamente una porción más pequeña
en compensación por su renuncia a su demanda de los 40.000 acres a los que aspiraba.
Sin embargo, antes de que Thierry llegase a Nueva Zelanda, el Gobierno británico había
nombrado James Busby, en 1833, como oficial "Residente británico". Cuando De
Thierry desembarcó del "Nimrod” en Hokianga en 1837, acompañado por un grupo
pequeño de colonos, encontró una Nueva Zelanda anexionada a la corona británica.
Los americanos nombraron a James Reddy Clandan su representante Consular
en la Bahía de Islas, en 1839.
Las órdenes de James Busby eran las de organizar a los jefes de maoríes en un
cuerpo unido, capaz de controlar la inestabilidad en
Nueva Zelanda. James Busby aprovechó los hechos Jefe
maorí
ocasionales que se le presentaron. Utilizó al buque
mercante "Elizabeth", para llevar al jefe Te
Rauparaha a la Isla Sur en 1830, a cambio de una
carga de lino. En la Isla Sur, Te Rauparaha pudo
luchar contra Ngai de la tribu de Tahu Stewart.
También transportó al jefe Tamaiharanui a la Isla de
Kapiti, donde Tamaiharanui fue asesinado. A su
llegada a Nueva Zelanda, Busby negoció con 35 jefes
de la Isla Norte, con el fin de lograr la redacción que
llevara a la firma de una Declaración de
Independencia de la Confederación de las Tribus
Unidas de Nueva Zelanda que se firmó en 1835. Los
Jefes que firmaron la Declaración de Independencia
compartían la preocupación de Busby, junto con el
gobierno británico que era necesaria de alguna clase
de regulación en los contratos entre los gobernantes y
las disputas entre los europeos y los maoríes. En 1837 Busby envió un informe a la
Secretaria de Estado para las Colonias, informando a las autoridades británicas de la
creciente compra de tierras, no solo por los colonos de Nueva Gales del Sur, sino
también por los franceses y los ciudadanos americanos. Sin embargo, Busby no pudo
hacer mucho para arreglar la situación y en 1838 el Gobierno británico lo sustituyó
como Cónsul británico, y en su lugar puso al Capitán William Hobson.
Al nombrar al Capitán William Hobson como Cónsul británico, Inglaterra
pretendía anexar una parte de Nueva Zelanda y ponerla bajo la bandera británica.
Hobson obtuvo las primeras firmas de los jefes maoríes para el Tratado de Waitangi. El
Tratado se firmó finalmente 6 de febrero de 1840. Establecía que las ventas de tierras
antes de la fecha de la firma, no eran válidas.
En este tiempo no había ninguna colonia francesa establecida en el Pacífico.
Aproximadamente 60 naves francesas hacían la travesía regular entre Francia y Nueva
Zelanda para el comercio de la ballena. La grasa de las ballenas de Nueva Zelanda
sirvió para encender las lámparas de las calles parisienses.
Hubo un intento de anexión por parte de Francia de la Isla Sur de Nueva
Zelanda, una área un cuarto del tamaño de Francia, en ella vivían entre tres mil y

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cuatro mil habitantes maoríes. Era perfecta para necesidades francesas. La Isla Norte ya
se había poblado con colonos británicos y prácticamente se la había anexionado Gran
Bretaña. Había que actuar rápidamente para que la isla Isla Sur fuera una colonia
francesa.
Este intento de anexión estuvo liderado por un hombre: Jean-François Langlois.
Había nacido en junio de 1805 en La
Luzerne, Normandía, Francia.
Comenzó su carrera marítima a la
edad de 19 años y sirvió a bordo de la
nave "l'Archimèdes", en Le Havre.
Su carrera fue en ascenso hasta que
se le nombró comandante de la nave
"Cachalot" (1837-1839), que pescaba
en las costas de Australia y Nueva
Akaroa
Zelanda. Allí, capturó 45 ballenas en
22 meses. Langlois descubrió que
Akaroa, en la Península de Bank,
sería una base francesa excelente, y empezó a hacer planes para ocupar la Isla Sur para
Francia. Obtuvo las firmas de 12 jefes maoríes con las que compró la mayoría de
Península Bank, en la costa oriental de Nueva Zelanda.
Francia compró a los maoríes el 2 de agosto de 1838,
Akaroa
por un precio de 150 francos franceses en género. El
resto del precio total sería establecido por Langlois a la
hora de tomar posesión de las tierras. El genero que
pagaron los franceses fue de 2 capas, 6 pares de
pantalones, 12 sombreros, 2 pares de zapatos, algunas
pistolas, hachas y 2 camisas.
En mayo 1839 , Langlois volvió a Le Havre, en
Francia. Reunió algunos hombres de negocios. Se
formó la “Compagnie Nanto-Bordelaise”. También
interesó en el proyecto al industrial el Duque Decazes.
No fue fácil de convencer a Francia de los beneficios de la propuesta de
“Compagnie Nanto-Bordelaise”.
Finalmente, los representantes del gobierno francés obtuvieron la firma de
aprobación del Rey Louis Philippe, el 11 de diciembre de 1839. Francia tendría una
base naval ahora en el Pacífico. El Gobierno le prestó una nave a Langlois para el
transporte de colonos franceses. Un problema delicado era cómo anexionarse la Isla
Sur sin provocar a los británicos, que estaban bien instalados en la Isla Norte. Se esperó
a que llegase el Comisionado del Rey de Francia, Capitán Lavaud, y así podría tomar
la Isla Sur en el nombre de Francia, pero una solución más diplomática sería
simplemente comprar la tierra a los maoríes. Se llevarían colonos franceses más tarde y
se exigiría entonces para Francia.
Sin embargo, mientras Langlois intentaba lograr el apoyo oficial de Francia, la
población maorí de la Península de Banks había aumentado considerablemente.
Un convoy de 57 colonos franceses salió de Francia en marzo de 1840 a bordo
de la nave " Comte de Paris", bajo el orden de Langlois. Después del "Comte de París"
Francia mandó el buque de guerra "L'Aube", bajo el orden de Capitán Lavaud que
representaría al Gobierno francés hasta la llegada de un Gobernador.
Sin embargo, sólo un mes antes de que el "Comte de París" saliese de Francia,
los británicos firmaron el Tratado de Waitangi con los jefes maoríes en la Bahía de

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las Islas, en la Isla Norte, 6 de febrero de 1840. Los jefes maoríes de la Isla Sur firmaron
el tratado un poco después, el 30 mayo del mismo año.
Los franceses que desconocían el Tratado llegaron a Akaroa en agosto de 1840 y
descubrieron con amargura que se estaban estableciendo en una colonia británica.
Después de la firma del Tratado, un buque de guerra británico había navegado a Akaroa
y había fundado la “Unión Jack”. Los franceses descubrieron que la tierra comprada
por Langlois se había revendido de nuevo.
Afortunadamente, este hecho no tuvo mayores consecuencias debido a la
intervención de la diplomacia. El Gobierno francés le pidió al Gobierno británico que
protegiera los derechos de los franceses en Nueva Zelanda.
El propio Langlois volvió a Francia en octubre de 1842, con una carga de más de
1.700 barriles de aceite de la ballena.
El contacto con los europeos tuvo dos vertientes, pues si bien se trajeron nuevos
aperos de labranza y maquinaria para la agricultura y la minería, el ron y las
enfermedades importadas por los emigrantes aportaron grandes estragos. El uso del fusil
en las guerras entre las tribus diezmó la población nativa.
Se le garantizaba a los nativos la propiedad de sus tierras. Al no cumplir los
británicos esta promesa se desencadenaron las guerras maoríes, de 1843-1847, y de
1860-1869. Tantas guerras diezmaron a la población.

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“Whatu ngarongaro he tangeta toitu he whenua.”
El hombre perece pero la tierra se queda.
PROVERBIO MAORÍ

Origen

La fecha exacta de la llegada de los primeros pueblos polinésicos a Nueva


Zelanda no es conocida, pero se piensa que está pudo ser entre el 950 al 1100. Según
los maoríes, por medio de la historia oral, sus antepasados polinésicos emigraron de
una zona que llamaban Hawaiiki, supuestamente cerca del Hawaii moderno. Otros
historiadores colocan el lugar de procedencia de los primeros pobladores de Nueva

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Zelanda en la China haciendo un largo viaje vía Taiwán, a través del Pacífico Sur, hasta
llegar a Aotearoa.
Es difícil de explicar la razón exacta que provocó esta migración, pero por lo
menos la fecha de llegada puede ser considerada una estimación razonable.
Parece ser que la base principal de los maoríes proviene de la India. Las
tradiciones de la isla de Java recuerda que hacía el siglo IV antes de Jesucristo una
emigración de veinte mil familias produjo la dispersión de los habitantes de la India por
las grandes islas de Indonesia, o sea las de Java, Sumatra y Borneo, e incluso llegaron a
Madagascar.

Migraciones en el Pacífico

Una segunda emigración de otras veinte mil familias de la India, en el año 290
antes de nuestra Era, completó la población inicial de la isla de Java, y esta vez también
debieron partir los pobladores de las islas del Pacífico. La fecha concuerda con la época
de la partida de Atia-te-varinga, según las listas de las generaciones de los polinésicos.
Las nuevas llegadas se establecieron principalmente alrededor de la costa de
Nueva Zelanda, y sobre todo en la costa oriental en la que era más hospitalaria y
templada. Los colonos introdujeron animales como el perro y la rata pequeña. A su
llegada, Nueva Zelanda era un lugar lleno de muchos pájaros, incluso había moas.
Estos eran aves parecidas a los avestruces que cazó intensamente por su carne, huevos
grandes y plumas.
El pueblo maorí era inteligente y culto. Gozaban de una vida social muy
desarrollada. Sus costumbres, su organización, sus ritos reflejaban la herencia de
muchas generaciones.
Nos acercaremos levemente a su cultura, para comprenderla mejor y así, trazar
las coordenadas que nos permitan entender mejor la vida y el trabajo de nuestros
primeros Hermanos misioneros.

El moko

La cabeza fue considerada la parte más sagrada del cuerpo, y por ello era la que
más se tatuaba. Todos los guerreros de clasificación social alta, estaban profusamente
tatuados, y los que no tenían tatuajes eran consideradas sin ningún estatus social.
El tatuado comenzaba la pubertad, acompañado por muchos ritos y ceremonias.
El instrumento para hacer el tatuaje era un cincel de hueso sumamente afilado. La
primera fase del tatuaje comenzaba haciendo cortes profundos en la piel. Luego, el

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cuchillo se sumergía en un pigmento de hollín de la madera del kauri, una especie de
pino nativo, y acto seguido se introducía en las heridas que se habían hecho en la piel.
El tatuaje o moko hacía a un guerrero atractivo a las mujeres. Era muy doloroso
y precisaba mucho tiempo para completar su ejecución. A menudo se ponían hojas del
árbol de karaka nativo encima de los cortes del tatuaje hinchados para acelerar el
proceso curativo. Las guerras eran frecuentes, y el guerrero tenía poco tiempo para su
recuperación.

Comer era a menudo imposible durante el tiempo de curación , debido al


hinchazón de la cara. Para superar, esto el
guerrero recibía la comida licuada por Moko maorí
medio de un embudo de madera, hasta que
pudiera comer de nuevo de manera
normal. Aunque los tatuajes eran
principalmente faciales, los guerreros la
Isla Norte incluyeron tatuajes de escaleras
de caracol en sus nalgas.
Las mujeres no se tatuaron tanto
como los hombres. Se perfilaban los labios con una pintura de una tonalidad azul.
También se tatuaron la barbilla, y a veces agregaban unos trazos finos en las mejillas o
en la frente.

Los wakas

Los maoríes construían bastante bien sus casas, sus canoas y diversos
instrumentos de guerra y pesca.
El navegante y explorador James Cook describe así las embarcaciones de los
maoríes:
“La inventiva de estas gentes se manifiesta más que en cualquier otra cosas
en sus canoas: éstas son largas y estrechas y de una forma casi igual a la de los
barcos que se usan para la pesca de la ballena en Nueva Inglaterra. Las mayores
de esas piraguas parecen destinadas principalmente para la guerra, y llevan
cuarenta, ochenta o cien hombres armados…El adorno de la proa avanzaba cinco
o seis pies más allá del cuerpo del barco, y tenía cerca de cuatro pies y medio de
altura. El de la popa estaba fijado a la extremidad posterior como el codaste de un
navío lo que está sobre su quilla, y tenía cerca de catorce pies de alto, dos de ancho
y pulgada y media de grueso. Ambos estaban compuestos de tablas talladas cuyo
diseño era mejor que su ejecución…La talla de los adornos de la popa y de la proa
de las pequeñas piraguas, que parecen únicamente destinadas a la pesca, consiste
en una figura de hombre cuyo
Waka con guerreros rostro es de lo más feo que puede
imaginarse, pues de la boca sale
una lengua monstruosa, sirviendo
de ojos unas conchas blancas de
orejas de mar. Pero las grandes
piraguas, que parecen ser los
buques de guerra, se hallan
magníficamente adornadas de

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obras caladas y cubiertas de franjas flotantes de plumas negras, que ofrecen un
agradable golpe de vista.
…Los remos de las piraguas son pequeños, ligeros y esmeradamente
cortados; la pala es de forma oval, o más bien comparable a una ancha hoja; es
puntiaguda por el cabo, más ancha por en medio… Por medio de estos remos
hacen navegar a sus piraguas con pasmosa velocidad.
Los isleños no son hábiles en la navegación ni conocen otro modo de dar la
vela que dejarse llevar por el viento. La vela que es de estera o tejido de red, está
tendida entre dos estacas verticales…”

Vida cotidiana
La mayor parte de estas construcciones eran hechas por las mujeres. Los
hombres ante todo eran guerreros y consideraban que era un
deshonor dedicarse a los quehaceres de la casa. Para comenzar
los trabajos de roturación de un campo primero prendían fuego
a las malezas y a los árboles que se pudiesen encontrar. Acto
seguido removía la tierra con sus arados. Solían sacar cada año
al menos dos cosechas de papas. El tiempo de cosecha era
celebrado con gran alegría.
Los instrumentos de música se reducían a dos o tres
especies de flautas que eran soplados con las ventanas de las
narices. Estos instrumentos eran casi todos de madera. En
tiempos pasados había algunos que estaban hechos con huesos Herramientas
humanos, adornados con incrustaciones de nácar. Los cantos
eran armónicos y muy variados. En la tradición musical maorí, cada tipo de canto, ya
sea recitado o entonado, tiene un contenido muy específico.
Así, la karakia se podría definir como ensalmos o conjuros; los paatere como
poemas históricos o genealógicos; y la haka como una danza relacionada con la guerra.
En cuanto a los temas cantados, los más importantes son los waiata tangui o cantos
fúnebres y los waiata aroha, o canciones de amor. Según la tradición, romper con la
respiración en ciertos cantos, equivocarse o cantarlos enteros, traería mala suerte e,
incluso, podría llevar a la enfermedad o a la muerte.

Los “ pa ”

Vivían normalmente en “pa” o poblados fortificados. Estaban casi siempre en


puntos elevados que avanzaban hacia el mar.
“Pa” fortificado Cuando el terreno era llano, lo preparaban para
que fuese escarpado. Una palizada de 2 ó 3
metros de altura, rodeaba la cumbre. Más allá de
la palizada, construían fosos de dos metros de
anchura por otro tanto de profundidad. Pasados
estos fosos de nuevo se alzaba otra palizada de
las mismas características de la primera. El
interior del pueblo estaba formado por dos o tres
líneas de casas colocadas a lo largo de las
palizadas, cada casa tenía un cobertizo que servía de cocina que utilizaban a la vez de
comedor. Un pequeño hoyo cuadrado, rodeado de varias piedras, indicaba el sitio donde
se encendía el fuego, el humo no tenía otra salida que la puerta o la ventana. Un brazado

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de hojas o paja le servía de cama. El espacio que separaba las líneas de casas era algo
así como una plaza de armas. Ésta estaba más elevada que el resto.
Los jefes principales eran independientes en su tribu, que gobernaban a su
agrado sin poder superior al suyo. El poder sobre sus súbditos estaba condicionado por
el afecto, la confianza o por el poder que podían obtener. Durante las guerras los jefes
tenían una autoridad absoluta y la obediencia de los guerreros era total. El poder pasaba
del hermano mayor a los menores, para recaer luego en los hijos del primogénito.
Las personas del pueblo culpables de cualquier delito, eran citadas ante el
consejo de los jefes y juzgadas o castigadas en la misma sesión. Cuando era un jefe el
que había conspirado contra las costumbres del país, sus vecinos le atacaban, le
maltrataban o lo despojaban de sus bienes.
Solía haber varios almacenes. En uno se guardaban las armas, en otro los
víveres, también había otro para guardar las cañas de
pescar. Los techos de las construcciones estaban
hechos de una especie de hierba que crecía en los Casa de ceremonias
pantanos. Las casas eran bastante bajas no tenían más
que una puerta de unos 65 de ancho por un metro de
alta. A la puerta de esta siempre había unas
esculturas, que dependiendo el número, designaba el
rango de la persona que vivía en la casa.
La base de la alimentación de los maoríes fue
un helecho, que era el equivalente del pan para los
europeos. Tostaban ligeramente la raíz, después la
machacaban con un pequeño martillo y la mascaban para extraer su jugo, pero en los
tiempos en los que había escasez de alimentos, también se comían su parte fibrosa. El
nombre científico del helecho es el de pteris esculenta.
Otro de los alimentos de los habitantes de Nueva Zelanda era la batata, que ellos
llamaban kumara. Era un plato muy apreciado, y no podía faltar en las grandes fiestas.
Normalmente se hacían dos comidas al día, una por la mañana y otra a la caída del sol.
Nunca comían en las habitaciones por temor a ofender a los atua, que son los dioses
protectores.
Los maoríes enterraban a sus muertos. Los funerales de sus jefes iban
acompañados de ceremonias especiales. En primer lugar se
inmolaba una parte de sus mujeres y esclavos, cuyas almas se
Entierro maorí
unían con él en el otro mundo. Todas las personas que han
tocado el cadáver eran tabuadas. Durante cierto tiempo no
podían tocar los alimentos y debían comer como los niños,
pues otra persona les debía dar lo que debiesen comer en la
boca.
Se pronunciaba sobre la tumba del jefe, muchísimos
discursos en los que se ensalzaban sus hazañas y las de sus
antepasados. Todas estas ceremonias iban acompañadas de
cantos, compuestos expresamente para la ocasión. Al cabo de
un año se desenterraban los huesos del jefe, se rascaban
cuidadosamente con una concha, se envolvían en una esterilla,
y eran transportados a la sepultura de sus antecesores. Esta
nueva ceremonia se llamaba haiunga. Los cementerios eran lugares santos y la
violación de una tumba era el crimen más grande que podía cometerse.

26
El tabú o tapú

El tabú o tapú estaba muy difundido entre todos los polinésicos, y por lo tanto
entre los maoríes. La persona tabuada estaba bajo el dominio de la divinidad y no podía
servirse de sus manos para comer. Los que eran ricos, se hacían servir por otros, los de
condición más baja solían comer en el suelo. Los objetos que eran tocados por un tabú
no podían ya servir para el uso ordinario y tampoco podían ser tocados por los otros.
Las personas que se creía que tenían una enfermedad mortal y las mujeres
próximas a dar a luz, estaban también bajo la influencia del tabú. Se las depositaba en
un cobertizo y nadie se comunicaba con ellas.
Otra de sus creencias era la de los encantos, que llamaban makutu. De estos
nacerían las enfermedades y la muerte. Los sueños, sobre todo los de los sacerdotes eran
muy importantes para las grandes decisiones. No hacerles caso, sería una ofensa para el
atua que lo ha enviado.
Los jóvenes generalmente se casaban entre los 20 y 24 años. Las jóvenes se
casaban más pronto, muchas veces antes de
los 11 años. El matrimonio se realizaba sin
ceremonia ninguna, y por el simple hecho de
meter a la joven en la casa de su futuro
esposo. Una vez que el matrimonio se
consumaba, los esposos vivían ya juntos.
Entre los maoríes eran raras las disputas
conyugales o las separaciones. Cultura maorí
El marido tenía derecho a casarse con
varias mujeres, que normalmente vivían en
habitaciones separadas. Algunos jefes tenían de siete a diez mujeres. Entre ellas siempre
había una que era la preferida. Los hijos de esta eran los destinados a suceder al padre
en sus bienes y en su poder. El adulterio llevaba consigo la pena de muerte para la
mujer, pero en algunas ocasiones el marido se contentaba con repudiarla y devolverla a
la familia.
Los niños unos cinco o seis días después de su nacimiento recibían el nombre
por medio de una ceremonia. La madre y sus amigas rociaban la frente del recién nacido
con una rama mojada en agua. Después plantaban un árbol. Pasada la primera edad, las
niñas se educaban bajo la dirección de las madres y los niños acompañaban a sus padres
a las asambleas.

Ley endas y tr ad icione s maor íes

En las tradiciones de los maoríes a menudo se habla de


serpientes y grandes reptiles que no existen en la Polinesia, e incluso
los maoríes representan en sus relieves serpientes que nunca han
visto. También los nativos de Nueva Zelanda explican innumerables
historias de luchas con un animal devorador de hombres, que debe
ser el tigre, y hablan de un monstruo de fuertes mandíbulas, dorso
cubierto de escamas y cola poderosa, que debe ser el caimán,
Tangaroa
también desconocido en las islas. Y en otro de sus relatos históricos
explica haber visto gentes " que no conocían el arte de encender

27
fuego, que vivían en los árboles y tenían un gran cuerpo y pequeña la cabeza, y no eran
hombres…" Al parecer, por la descripción, son los orangutanes de Java y de Borneo. De
su periodo de su estancia en Java es el mito del héroe polinésico Tangaroa, quien
descubrió el árbol del pan, que produce el fruto que debió sustituir a arroz en la dieta de
los habitantes de la polinesia. Según las genealogías, contando 20 años por cada
generación, Tangaroa debió vivir en el primer siglo antes de Cristo. La leyenda de su
casamiento con una princesa de la isla y su lucha con un caimán que lo derribó de un
coletazo, sus viajes, todo queda en segundo plano, comparado con la gran revolución
que produjo el hallazgo del árbol del pan. Tangaroa lo descubrió en las montañas, se
celebró la novedad con grandes festejos y entonces dejaron los emigrantes de plantar
arroz.
A Tangaroa le sucedió su hijo Maui, que es el primer gran viajero del Pacífico.
En su tiempo los polinésicos llegaron hasta las islas Fidji. Las
leyendas polinésicas dicen que Maui "levantó los cielos" lo
que significa que viajó hacia el Oriente, deshaciendo el
camino del sol. Siendo Maui un héroe común entre todos los
polinésicos. Este personaje de leyenda les sacó de las islas de
Java, Indonesia y Nueva Guinea y les llevó a lugares en los
que no había animales dañinos, en donde había frutos en
abundancia para proveer sus necesidades. Estos frutos son
básicamente tres: la banana, el árbol del pan que trajeron de
Java y la batata o papa dulce que es originaria de América.
Según las leyendas que se han contado de padres a Colgante de jade
hijos durante generaciones, la fecha de la llegada de los
polinésicos a Nueva Zelanda, en una expedición famosa
llamada flota de seis canoas, fue el año 1350, pero ya antes debieron llegar otras menos
documentadas.
A pesar de los pobres medios con los que se disponía para la navegación, las
embarcaciones podían llegar a veces a más de treinta metros de longitud y podían
transportar un numeroso grupo de guerreros. Parece ser que varios centenares de
guerreros llegaron en este tipo de barcas en la expedición de 1350. El alimento que
utilizaron hasta llegar allí debió de ser el árbol del pan, que debidamente amasado se
guarda por más de un año sin que se estropee, y los cocos que era a la vez comida y
bebida. Es casi seguro que también conociesen el arte de orientarse por las estrellas
incluso por los vientos o por las corrientes que son muy regulares en esta parte de la
Tierra. Parece que los maoríes incluían entre sus enseñanzas
Máscara maorí religiosas la de la astronomía. Algunos pueblos polinésicos
conservan de sus antepasados mapas hechos con troncos de
madera, en los que se señalan las corrientes de agua y los vientos
del Océano. Las canoas eran extremadamente tabúes. No se les
permitía el acceso a ellas a las mujeres. Todas las operaciones
que se realizaban para la construcción de una canoa eran
dirigidas por el sacerdote, que conocía el rito ancestral.
En lo que se refiere a las creencias de los polinésicos,
éstos no distinguían entre mitos y crónicas históricas,
designándolas con el mismo vocablo, korero en maorí.
Ío es quien ha creado la sustancia cósmica de un soplo. De
la unión de Papa y Rangi, Tierra femenina y Cielo masculino,
procede la vida. Pero los seres vivos, desde el momento en que
nacen, quedan condenados a la reclusión entre los cuerpos de sus

28
padres, cuyo abrazo no se afloja. Nacidos de Papa y Rangi, los primeros dioses del
panteón polinesio se consultan sobre los medios para liberar a la Vida latente. Tu, que
más tarde llega a ser el dios de la Guerra, propone destruir a Papa y a Rangi, mientras
que Tane, dios de los Bosques y de las Aves, propone que se les separe sin violencia. A
esta solución se unen los demás hermanos, con excepción de Tawhiri, señor de los
Vientos y de las Tempestades. Entonces Tane separa a sus padres, y los mantiene
separados utilizando su cuerpo como pilar; aparece la Luz en el mundo. Pero Tawhiri, se
retira junto a su padre y lanza el ejército de los Vientos contra sus hermanos, que
emprenden la huida. Tu, sin embargo le hace frente, y desde entonces no cesará la
guerra entre ellos. Tu se propone luego castigar a sus demás hermanos por haberlo
abandonado en su lucha contra Tawhiri y logra vencerlos. Más tarde gracias a una nueva
guerra Tane vence a Tu, y lo expulsa del Cielo asignándole la Tierra como lugar de su
destierro. Finalmente Tane, con arena y arcilla, crea la primera mujer, Hine, y se une a
ella. Al saber un día que su marido, es también su padre, Hine, llena de vergüenza huye
al mundo subterráneo, en el que llegará a ser reina bajo el nombre de Hine-Nui-Te Po
(Gran Señora de la Noche ). Ese primer incesto de que ha surgido la humanidad,
introdujo la Muerte en el mundo, y desde entonces Hine-Nui-Te-Po, se encarniza
atrayendo a los vivos a su reino.
Las creencias maoríes, están determinadas por las contraposiciones como por
ejemplo Cielo-Tierra, Vida-Muerte, Luz-Oscuridad…
De todos los polinésicos, Maui es, sin discusión, el más celebre. Es el personaje
principal de un buen número de leyendas. Sus mil y una aventuras, todavía hoy se
pueden oír contar en las islas de la Polinesia a los niños. Se le atribuye a este héroe la
invención de las principales técnicas y la
instauración de ciertos valores. Sus
bromas pesadas producen en las
personas que oyen sus historias risa o
indignación.
Los maoríes cuentan la historia
de Maui de la siguiente manera. Su
nacimiento se presenta como un
accidente. Su madre, habiendo dado a
luz antes de tiempo, y temiendo las
virtudes maléficas de un nacimiento
prematuro, le tira al Océano. Medio Interior de una casa de ceremonias
muerto, el niño es salvado por su
antepasado el Sol, que lo lleva su reino. Allí permanece hasta su adolescencia, y recibe
una educación divina. Regresado después a la tierra, se hace conocer por su madre, y, a
pesar de incesantes riñas con sus hermanos mayores, decide vivir entre los hombres. Sus
primeras hazañas mágicas, que son metamorfosis sobre todo, maravillan a su padre, que
quiere darle su bendición, pero comete un error al realizar el ritual. Desde entonces,
Maui es condenado a ser traicionado algún día por los dioses. Llegando a donde se
acaba el mundo terrestre se apodera de la mandíbula de su antepasada divina Muri-
Ranga, y se hace con ella un arma invencible. Luego decide alargar los días, cuya
duración no era suficiente para las actividades humanas. Se esconde cerca de la puerta
por la que sale el Sol todas las mañanas y lo ataca. Lo deja tullido, lo que hace que el
Sol haga su recorrido diario con más lentitud. En cuanto al secreto del fuego, entonces
desconocido de los hombres, Maui lo logra con astucia y con fuerza de su antepasada
Mahuika. Después, con ocasión de una partida de pesca, se pelea con su cuñado
Irawuru, que no quería repartir con él el botín. Para castigarlo, nuestro héroe lo

29
transforma en perro, creando así una de las especies domésticas que se conocen en
Polinesia. Para terminar este personaje mítico se siente con fuerzas para emprender su
último y más difícil trabajo: darles a los hombres la inmortalidad. Desciende a los
infiernos, en donde encuentra dormida a Hine-Nui-Te-Po. Después de pedirles silencio a
sus amigos los pájaros, se desnuda, y deslizándose entre las piernas de la diosa, intenta
penetrar en su útero para vencer allí a la muerte. En ese momento crítico uno de los
pájaros se echa a reír al ver una cosa tan extraña. La diosa se despierta y mata al héroe.
Al fracasar Maui, también fracasan todos los hombres, que pierden así el beneficio de
una segunda vida.

Gue r ras maor íes

Durante las primeras visitas del Capitán Cook, había recomendado Nueva
Zelanda como un lugar ideal para ser colonizado por los europeos. Cook describió a los
maoríes como inteligentes y adaptables, a pesar de que eran muy frecuentes los
enfrentamientos entre las diversas tribus. También recomendó la Bahía de las Islas como
el lugar ideal para el comienzo de la colonización.
El gobierno británico no prestó mucha atención a las recomendaciones de Cook,
pero hacia 1810 balleneros y comerciantes americanos y europeos llegaron a Bahía de
las Islas y crearon una colonia en un lugar llamado Kororareka. Más tarde llegaron los
primeros misioneros.
Nueva Zelanda no era todavía colonia, no tenía mecanismos de gobierno, y se
volvió un país sin ley. Kororareka era la quinta ciudad por número de habitantes de
Nueva Zelanda, era un pueblo lleno de burdeles y de bares. La tribu de Ngapuhi, de la
región del norte de Auckland logró comprarle a los europeos un arma, que se provocaría
una gran mortandad: el mosquete.

Mosquete

Hubo guerras entre las tribus del Norte entre 1818 y 1833, estas fueron llamadas
las Guerras del Mosquete. Esta nueva arma causó grandes matanzas. Al conseguirla, las
tribus se lanzaban a la venganza contra los enemigos. En la Isla Sur, por esta época casi
no se conocía.
Hay un jefe maorí que merece la pena que tratemos de conocerlo un poco. Era
Hongi Hika, tío de otro guerrero que conoceremos más adelante, Heke.
Hongi Hika era de la tribu Ngapuhi. Dominaba las tribus que vivían al norte y al
oriente de Bahía de las Islas.
Con la llegada de los europeos, también llegaron los misioneros, primeramente
los protestantes. Uno de ellos, Thomas Kennedy, se hizo amigo de Hongi. Cuando logró
que éste se hiciese cristiano, lo invitó a Inglaterra, con el objeto de preparar una Biblia
en maorí. En 1820 Hongi emprendió el viaje a Europa.
La apariencia del maorí llamó la atención en Inglaterra. Tenía toda la cara
tatuada. A todos lados que iba, llamaba la atención. Hasta el rey de aquel entonces,
Jorge IV, lo recibió en audiencia y le dio muchos regalos agradeciendo su contribución a
la expansión del cristianismo en Nueva Zelanda.

30
A mediados de 1821, Hongi volvió a Nueva Zelanda. En Sydney cambió los
regalos que le había hecho el rey por armas. Una vez que desembarcó en su tierra y con
la ayuda de los mosquetones que había comprado comenzó una venganza despiadada
contra la tribu Ngati Whatua.
La población maorí de Kororareka, se fue reduciendo durante estos
enfrentamientos, a ello contribuyeron también las enfermedades y los vicios traídos por
los europeos.
Ante esta situación, los más de 2.000 colonos que estaban esparcidos por la
costa, pidieron a Gran Bretaña que interviniese para poner orden. El gobierno británico
era reacio a actuar, pero los informes que dieron los misioneros protestantes sobre las
malas costumbres que reinaban en el área, unido a los rumores de que los franceses
tenían pensado anexionarse este territorio, le llevó en 1833 a poner un representante que
ejerciese algo de autoridad. El nombramiento recayó en James Busby.
En 1839, se nombró al capitán William Hobson cónsul británico en Nueva
Zelanda y comenzó la gestiones para la anexionarse las islas a la corona británica.
El 6 de febrero de 1840 se firmó el Tratado de Waitangi, en la Bahía de las Islas
entre algunos jefes maoríes y el gobierno de la Gran Bretaña. Aunque no todos los jefes
maoríes firmaron el Tratado, se consideró la mayoría como suficiente.
El jefe Waaka Nene recordó que en el pasado había habido una verdadera lucha
entre las diferentes tribus, y que el Tratado les haría vivir en armonía entre ellos y con el
hombre blanco. El jefe, le pidió a Hobson que le permitiese conservar sus costumbres y
sus tierras.
Al principio las cosas fueron bien, La población maorí en ese entonces era
aproximadamente de 115.000. Los misioneros de una u otra iglesia habían convertido al
cristianismo alrededor de 30.000 nativos.
Habían pasado cinco años desde la firma del Tratado, y todo había transcurrido
más o menos bien, cuando en 1845, se produjo el primer enfrentamiento entre los
maoríes y los ingleses.
En la mañana del 11 de marzo de 1845 el jefe Heke, cansado del dominio
británico derribó el mástil en el que estaba la bandera del Reino Unido, que era para el
símbolo de la opresión.
El jefe Heke, había sido uno de los que firmaron el Tratado de Waitangi, pero
ante el dominio que ejercían
los colonizadores y la pérdida
progresiva de tierras decidió
alzarse en armas. Durante los
años que precedieron a la
sublevación, los maoríes se Bahía de las Islas hacia 1840
fueron abasteciendo de
mosquetes.
El primer ataque
maorí contra la colonia
Británica, se llamó la Guerra
de la Bandera.
A los soldados ingleses la reacción de los maoríes les tomó totalmente por
sorpresa, pues las fuerzas estaban en proporción de 1 a 4 en desventaja para ellos.
Durante la batalla el polvorín de los británicos estalló, lo que provocó un impresionante
incendio en la ciudad.
Ante la falta de munición y la agresividad de los maoríes, los luchadores
ingleses decidieron retirarse a las naves que había en la bahía. El barco de guerra

31
“Riesgo”, al mando del lugarteniente Philpotts comenzó un bombardeo contra
Kororareka. En venganza por el bombardeo, Heke saqueó la ciudad.
Como hecho curioso, tanto las iglesias católica, como protestante se salvaron del
saqueo, pues el jefe maorí era cristiano protestante.
Cuando terminó la primera batalla el primer obispo anglicano de Nueva Zelanda,
Monseñor Selwyn, acompañado por el clérigo Henry Williams, tuvo un encuentro con
el jefe Heke, y fueron tratados con todo respeto.
Como podremos leer más adelante en una
carta del Hermano Emery, aunque con una visión
personal bastante parcializada contra los ingleses
y los protestantes, también los católicos visitaron a
Heke. Fue precisamente el Hermano quien
acompañó al P. Séon en esta visita.
Cuando llegaron a Auckland las noticias del
levantamiento en Kororareka, algunos colonos
Familia de Heke vendieron sus tierras lo más pronto que pudieron y
huyeron del país. Algunos se organizaron para
defenderse mientras que esperaban la llegada de tropas de refuerzo de Australia. El 22
de abril se hicieron presentes 215 soldados del 58 regimiento. Pusieron rumbo a Bahía
de las Islas y se internaron en tierra hasta llegar al “pa” de Heke, que había sido
fortificado. Este camino les supuso cuatro días.
A pesar de que no estaba totalmente terminado el “pa” fortificado, el jefe maorí
enfrentó en él a los ingleses. Los soldados atacaron por la parte que no estaba
terminada, que era la más débil. Los guerreros le tendieron una emboscada pues estaban
escondidos entre la vegetación fuera de su fortaleza. Esto obligó a los británicos a tener
que retirarse.
Viendo que una guerra abierta con las tropas inglesas, mejor organizadas, era
una perdida de tiempo, los maoríes adoptaron la guerra de guerrillas.
Más tarde, con el apoyo de algunas tribus que le eran leales, los británicos
atacaron a Heke y lo hirieron.
Después de este levantamiento la situación bélica se fue calmando.

Hacia 1864, de nuevo sonaron las armas en Nueva Zelanda. El líder de esta
sublevación fue Haumene. Este nativo, había nacido en la tribu de Taranaki,
aproximadamente en 1825. Fundó una religión llamada Hauhau.
Creyó que era una persona elegida por Dios. Para su nueva religión tomo
conceptos del judaísmo, cristianismo y de las creencias maoríes. Se basó en el Antiguo
Testamento. Comparó el sufrimiento de los israelitas en Egipto, con el que sufrían los
maoríes a manos de los europeos.
Haumene quería expulsar a los europeos de Nueva Zelanda y recuperar sus
tierras ancestrales. Los guerreros Hau-Hau estaban convencidos que al gritar las
palabras “Paimarire, hau hau” durante las batallas contra los blancos, esto les protegía
de las balas. Esta creencia les llevo a protagonizar hechos atrevidos durante los
enfrentamientos.
Fue en una de estas batallas de los Hau-Hau en las que murió el Hermano
Euloge. En 1864, los guerreros sublevados comenzaron a matar a los blancos de la zona
de Wanganui, al sur de la Isla Norte de Nueva Zelanda. Había un grupo de nativos
maoríes que era leal a los cristianos que eran los”Friendlies Maoris”. Estos dos grupos
se enfretaron en la isla de Moutoa. Mientras que unos se preparaban para la batalla con

32
sus característicos gritos, otros recitaron el rosario. Luego sonó un tiro de fusil y
comenzó la guerra.
El P. Lampila y el Hermano Euloge estaban sobre el campo de batalla ayudando
a los heridos. Sorteaban las balas que pasaban sobre sus cabezas con grave peligro para
sus vidas. Una de las balas perdidas, fue la que acabó con la vida de nuestro Hermano,
era el 16 de mayo de 1864.
Huamenne murió en 1866.

También es importante la batalla que sostuvieron los guerreros de la tribu


Waikato contra los ingleses en la zona de Tauranga.
Para evitar que los nativos se abasteciesen, el ejército envió sus tropas a
Tauranga.
En un “pa” situado a la entrada del
puerto de Tauranga se concentraron alrededor
de 200 guerreros de la tribu Ngai-te-Rangi.
El 28 de abril de 1864, el “pa” fue
atacado por el 43 regimiento británico. 1.700
soldados atacaron apoyados por la artillería. 8
morteros, 2 cañones navales y cinco armas
Armstrong lanzaron toda su capacidad de
fuego contra las palizadas de la fortaleza
maorí.
Durante dos días se bombardeó sin
piedad, lo que abrió un hueco en las defensas Nativo maorí
de los nativos. El comandante británico
mandó un grupo para que entrase en la
fortificación. En un principio lo lograron, pero tuvieron que retroceder al poco tiempo,
dejando más de 100 muertos en el intento. Las pérdidas maoríes fueron pocas.
Esta batalla supuso un bochorno para las tropas imperiales, mejor armadas y en
mayor número.

Después de estos hechos de guerra, la paz poco a poco se fue estableciendo en


Nueva Zelanda, aunque el pueblo maorí fue perdiendo muchas de sus tierras ancestrales
y muchos de sus derechos.

33
“Por mi parte no sabría negar nada
ni a ud. ni a sus hijos.”
Carta de Pompallier al P. Champagnat
Diciembre de 1835

34
No se puede comenzar a hablar de la evangelización de las islas de Oceanía
Occidental sin conocer la figura de Monseñor Pompallier. Fue el primer Vicario
Apostólico designado por la Santa Sede para hacerse cargo de esta parte del mundo. En
esta zona estaba todo por hacer. La fe católica se conservaba gracias a la presencia de
algunos colonos irlandeses e ingleses, pero no había sacerdotes.
Fue muy polémico, pero es necesario acercarnos a él, tratando de ver una
persona en la que podamos contrastar sus luces y sus sombras para ser más objetivos.
Llama la atención como todavía los católicos neozelandeses lo recuerdan como
el pionero que sembró la primera semilla en aquellas lejanas tierras, de ahí, el interés
que ha suscitado el traslado de sus restos mortales desde su Francia natal, donde murió,
a Nueva Zelanda lugar en el que trabajó durante tantos años.
Sin duda, fue un personaje con una gran autoridad ante los Padres y los
Hermanos que estaban con él en la misión, y ante los maoríes. Su figura, pomposa,
revestida con los símbolos episcopales, debía despertar gran admiración ante los
nativos. Eso sí, sus métodos en muchas ocasiones, fueron muy cuestionables y motivo
de choques con los superiores maristas, especialmente con Colin.

Su nombre de pila era el de Juan Bautista Francisco. Había nacido el 11


diciembre de 1801 en la parroquia de San Luis de Lyón. Sus padres se llamaban
Pedro y Francisca. Su padre murió el 30 de agosto de 1802. Más tarde su madre
se volvió a casar. Entre 1816 y 1826, su familia fue a vivir a Vourles. El 2 de
noviembre de 1823 está inscrito en el noviciado de la Compañía de Jesús en
Montrouge, pero no aparece más en los catálogos. Hace sus estudios
sacerdotales en el seminario de San Irineo y el 23 de junio de 1829 es ordenado
sacerdote. El 24 de junio del 29 es nombrado vicario de la Madeleine de Tarare.
Expresa su deseo de entrar en la Sociedad de María y en septiembre de
1829 va al Hermitage.
Entre el 3 al 8 de diciembre de 1830 participa en la reunión de los padres
aspirantes a la Sociedad de María, juega un papel determinante en la
recopilación de las reglas que se elaboran y elige junto con los otros a
Champagnat como rector provincial.
En el mes de noviembre del 32, con el permiso de Colin, es nombrado
capellán de los Hermanos Terciarios de María en Lyon. En esta ciudad es
normalmente el representante de los Padres Maristas ante el Arzobispado.
Su principal sector de actividad fue el instituto de los Hermanos
Terciarios, para los que redacta las reglas detalladas y el que gobierna con
autoridad en su calidad de Padre Director. Rápidamente, no obstante, las
dificultades aparecen entre él y el rector del Instituto, M. Colard. Éste lo
destituye y le hace abandonar la casa en la primavera de 1834.
En julio de 1835 es presentado por M. Cholleton como el jefe de la
misión de Oceanía occidental. En marzo de 1836 es propuesto oficialmente a la
Sagrada Congregación de la Propaganda. Su designación como Vicario
Apostólico de Oceanía occidental fue hecha por el Papa el 17 de abril.
Pompallier va a Roma, donde es consagrado el 30 de junio y recibe las
instrucciones para la misión.

35
El 3 de octubre, una vez vuelto a Francia, bendice la capilla del Hermitage.
Deja Lyon el 10 octubre para ir a París. El 24 de diciembre de 1836 sale del puerto
del Havre para Oceanía.
En su camino por los mares del Pacífico sur, llega a Sydney, después de una
breve estadía, sale hacia Nueva Zelanda con una carta de presentación del Obispo
de esta ciudad que dice:
" El Obispo Pompallier ha sido designado por nuestro Santo Padre el Papa
para trabajar en Nueva Zelanda y en las islas del Océano sur, para predicar el
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, predicar el Evangelio que San Pedro y San
Pablo predicaron hace mil ochocientos años, el mismo Evangelio que San Patricio
predicó en Irlanda aproximadamente hace mil cuatrocientos años.
D. Pompallier es un hombre santo: busca la gloria de Dios y la salvación de
los hombres; ha dejado todo por este gran motivo: va a instruir al ignorante, para
enseñarles las artes de una vida de civilizados; no quiere nada a cambio, sino que
puedan volver a adorar al verdadero Dios. Yo, sacerdote católico irlandés, que resido
en Sydney durante casi seis años, lo recomiendo lo más seriamente posible a cada
católico, sobre todo cada católico irlandés, que pueda encontrarse en su misión
apostólica, y oro Dios para que bendiga a todos aquellos que pueden ayudarlo en su
gran tarea.
Que la paz y la bendición de Dios esté con todos los que reciban a este
sirviente fructífero de Cristo. Amén".
JOHN MCENCROE

El 10 de enero de 1838 desembarca en el Hokianga en la isla norte de Nueva


Zelanda.
Más tarde cambió su sede principal a Kororareka dónde la casa que
construyó se conserva todavía. Pompallier estaba presente en las reuniones antes
de la firma del Tratado de Waitangi, por invitación de Capitán Hobson. Se ausentó
conscientemente en el momento de la firma con los jefes, y aunque no hizo ningún
comentario público del problema entre la administración británica y los maoríes,
ganó de Hobson una la declaración de libertad religiosa en la colonia.
Extendió su misión poniendo a sacerdotes en otros centros de la Isla Norte y
desarrolló una gran actividad para visitar a sus misioneros. Había acusaciones
durante el gobierno de Fitz Roy de que los misioneros franceses estaban animando
a la insurrección a los jefes de maories en la Isla Norte, pero los británicos
investigaron estas demandas y quedó claro que Pompallier y sus hombres no
alentaron ninguna sublevación.
Rápidamente las incomprensiones nacieron entre el Obispo y el P. Colin. En
1846 los dos fueron a Roma a solucionar las dificultades. En 1848 lo nombraron
administrador apostólico de la diócesis de Auckland. En 1860 Pompallier fue el
obispo de Auckland. El 18 de febrero de 1868 abandonó Nueva Zelanda y llegó a
París en diciembre del mismo año. Mas tarde fue a Roma donde presentó su
dimisión. Fue nombrado entonces obispo de Amanasia. Retirado a Puteaux (Siena)
murió el 21 de diciembre de 1871.
Hace unos años que se está trabajando para que los restos del Obispo
vuelvan a Nueva Zelanda. Papá Henare, laico católico maorí, dice que aunque no
es común en la Iglesia católica moderna trasladar los restos de sacerdotes, hizo en
el caso de Pompallier una excepción, debido a los deseos de los maoríes.

36
La Iglesia comprende que el Obispo es "la fundamento de la devoción de
los maoríes". Tai Tokerau, del Concilio Pastoral, representando a los laicos
maoríes de la Isla Norte, se ha reunido durante 20 años preparando el retorno
de Pompallier.
En 1838 visitó Pompallier Mangakahia (cerca de Kaikohe). El Papá
Henare cuenta esta historia oral: Cuando Pompallier estaba saliendo, el jefe de
Mangakahia dijo, "Obispo, si usted nos quiere, nos enviará un sacerdote".
Pompallier contestó en maorí:
"- no sé sobre su amor por mí, pero sé sobre mi amor por usted, porque dejé
mi tierra y mi familia por usted."
Los maoríes piensan que la respuesta de Pompallier muestra
simbólicamente que quiere estar con ellos en Nueva Zelanda. Es por lo que
piensan que debe regresar.
Cuándo visitó la tumba de Pompallier en Puteaux, Francia, en
diciembre de 1998 , Papá Henare le preguntó devotamente al Obispo:
-" ¿Está preparado para dejar su tierra y whanau (volver) con aquellos que
usted amó, y quienes todavía lo aman?"

Sobre la situación de Pompallier en los primeros años, se sabe que estuvo muy activo en todo
lo que se refirió a trámites y pesquisas ante las autoridades, pero en realidad nunca llegó a ingresar a
ella de una manera efectiva. En los principios de la Sociedad de María se formaron dos grupos de
Padres Maristas, uno en Belley y otro en el Hermitage. El Superior de este último grupo, era
Champagnat. Del tiempo que pasa Pompallier con Marcelino, nace una gran amistad expresada con
claridad en las cartas que se presentan a continuación.

En esta primera carta, escrita a mediados de 1832, Pompallier le cuenta a Champagnat, los
trabajos apostólicos que está haciendo con el P. Forest. En esta época, la Sociedad de María
comenzaba con un celo admirable las misiones populares en las zonas rurales. Fue este el primer
campo de misión de los Padres Maristas, antes de emprender el camino hacia las misiones de Oceanía
en 1836.

Se puede observar el gran respeto que expresa Pompallier hacia Marcelino. Le llama
Superior y expresa gran gusto de poder volver al Hermitage. Al final firma, Pompallier, sacerdote
marista. Sabemos que cuando éste está por salir para Oceanía ya consagrado obispo, no pertenece a la
Sociedad de María. Colin, que tenía en la humildad uno de los pilares de su espiritualidad, no quiso
que uno de los miembros de su Sociedad fuera revestido con la “dignidad” episcopal.

St. Etienne-Lavarenne, 2 de mayo de 1832


Reverendo Padre:
Cuánto me consuelan y llenan de alegría las noticias que tiene a bien darme.
No me han sorprendido: me las esperaba. ¡Ay!, sólo lamentamos la pérdida de ese
querido Hermano Anselmo. Pero sin duda le ha sido reservada una rica
recompensa en el cielo. ¡Hágase la voluntad de Dios! No obstante, me desconsuela
mucho ver que la muerte nos arrebata sujetos ya formados.
Su solicitud y afecto, Reverendo Padre, le hacen preocuparse por nuestra
salud; pues bien, puedo decirle que, hasta el presente, hemos hecho frente a
numerosos y exitosos trabajos. Ni el P. Forest ni yo pensamos morirnos aún. El

37
buen Dios no nos encuentra todavía maduros para el cielo. Sin embargo, a decir
verdad, nos sentimos un poco agobiados por tantos trabajos. Pero los consuelos
espirituales, la satisfacción y sus buenas oraciones nos han mantenido hasta el
presente; ahora lo más dificultoso del trabajo ha terminado...
Por lo tanto, querido Superior, puesto que se me llama cerca de usted,
mediante obediencia, imagine el gusto y el interés con que comenzaré el camino de
regreso a la casa del Hermitage. (...). . Debido a estas razones y a otras que le diré
de viva voz, deseo reintegrarme pronto en El Hermitage. El P.Forest se quedará en
Cercié hasta la Ascensión. Si es posible, a mi regreso por aquí me los llevaré a
ambos con usted. Le expreso en su nombre sus respetos y su afecto por Ud.;
créame que no les concedo delantera en ello, así como en la obediencia plena y en el
sincero afecto con los cuales tengo el honor de ser, Reverendo Padre, su muy
humilde y sumiso servidor en Jesús y María,
POMPALLIER, Sacerdote marista.
P.D. Todos nuestros queridos y respetables Cohermanos, así como nuestros
venerados Hermanos encontrarán en la presente carta la expresión de nuestra
estima. Nos encomendamos todos a sus oraciones y a los santos Sacrificios. Tenga el
convencimiento de que en esto habrá correspondencia de nuestra parte.

En esta breve carta escrita a mediados de 1833, Pompallier expresa mucho apego y cariño
hacia todo lo que tiene que ver con todos los miembros de la Sociedad de María. De nuevo se dirige
hacia Champagnat como Reverendo Padre Superior.

J.M.J.
Lyon, 18 de agosto de 1833
Rdo.P. Superior:
He sentido una gran alegría al recibir su atenta carta. El mismo día tuve
otra gran alegría. Tuve el gusto de saludar a los PP. Colin, Terraillon y Forest. (...)
Mis cariñosos saludos al P.Servant y a nuestros queridos Hermanos. Me
encomiendo insistentemente a sus Stos. Sacrificios y a sus fervorosas oraciones.
Expongamos a María nuestros ardientes votos para el feliz éxito de su Obra. Con
tales sentimientos, con afecto y respeto, Rdo. P. Superior, tengo el honor de ser su
muy humilde y obediente servidor,
POMPALLIER, Sacerdote.
Esta carta está fechada, en noviembre de 1835. Pompallier lleva unos 5 años relacionándose
con la Sociedad de María. Parece que en un primer momento formaba parte del grupo que dependía
del Hermitage, pero a medida que se aproxima la aprobación de la Sociedad, como vamos a ver, toma
distancias. La carta nos muestra a un hombre totalmente volcado en el trabajo de aprobación, e
incluso conoce todos los pasos que se están dando en Roma. Debemos recordar que él era el
encargado de relacionarse con el Arzobispado de Lyon. Llama la atención, por otra parte, como ya se
considera como uno de los que van a ir a Oceanía, sin que aún lo sepa Colin, por lo que da a entender
este caso, que ya en esta época ha tomado distancia respecto a su relación con la Sociedad de María.

38
+
J.M.J.

Rdo. P. Superior:
He lamentado mucho durante y después del retiro de ocho días que
prediqué a las Religiosas Ursulinas de Saint-Chamond, he tenido mucha pena,
repito, de no haber podido subir hasta El Hermitage para verlo a ud. He
lamentado también el que sus ocupaciones no le permitieran bajar hasta la
comunidad donde yo me encontraba. Mientras predicaba el retiro llegó el
P.Cholleton para hacer su bienhechora visita y me comunicó interesantes noticias
de la Sociedad en Valbenoîte y en El Hermitage; se mostraba muy satisfecho.
Compartí con él sus alegrías y las de ustedes.
He aquí algunas noticias que nos deben interesar; pero le suplico no hablar
de la primera de ellas sino al P.Servant y al P.Terraillon.
El Prefecto de la Propaganda contestó a Monseñor el Administrador el 27
de septiembre último; pero la carta no ha sido abierta hasta en días pasados. Dios
ha permitido que permaneciera ignorada entre el montón de papeles del
secretario; por fin hemos tenido conocimiento y he aquí sustancialmente el
contenido: el Prefecto de la Propaganda toma en gran consideración el asunto
propuesto, agradece mucho (máximas grates) a Monseñor haber favorecido la
oferta de obreros para la misión consabida; dice que no tardará en proponer a
dichos obreros a la Sagrada Congregación, y termina deseando mucha felicidad al
digno Prelado y a la diócesis de Lyon.
Es de notar que esta respuesta tiene la fecha del 27 de septiembre, lo que
indica con qué prontitud el Prefecto de la Propaganda acogió la oferta, ya que su
carta llegó a Lyon tres semanas después de la que a él le fuera dirigida. Sólo que en
dicha respuesta no se habla aún de la Sociedad de María, aunque el Señor Pastre,
quien ha sido el corresponsal oficial, de común acuerdo con Monseñor haya hecho
de ella mención expresa; pues ud. no desconoce mi propósito en este importante
asunto, como se lo he dado a entender muy bien al P.Colin de Belley: la misión en sí
misma es, si puedo hablar así, lo accesorio en mi intención, y el obtener un Breve
de autorización, o por lo menos de centralización para la reciente Sociedad de
María, es lo principal. Si esto se consigue, me marcharé contento al extremo del
mundo, a esas islas del Océano Pacífico, entre esos pobres salvajes que no conocen
a Nuestro Señor, pero que ofrecen, se dice, buenas disposiciones para la fe.
¡Roguemos, roguemos mucho al buen Pastor que todo se haga según su santa
voluntad!. Es preciso que sean mis Superiores quienes me propongan para ser uno
de los que deben partir, a fin de que yo pueda sentirme tranquilo; pues me cuesta
trabajo entender cómo el Señor haya podido decidirse a concederme una gracia
tan grande.
Voy a escribir al P.Colin de Belley para comunicarle estas buenas noticias.
Él las espera con impaciencia aunque no sean aún decisivas. Tenga la bondad de
darlas a conocer a nuestros Cohermanos de Valbenoîte, pues yo estoy abrumado de
ocupaciones por el momento; no obstante, voy a intentar enviarles una carta.

39
POMPALLIER, Sacerdote.
Fourvière, Calle del Juez de Paz No. 2, en Lyon el 13 de noviembre de 1835.
P.D. Mis respetos al P.Terraillon y al P.Servant. Tenga también la bondad
de preguntar al P. Terraillon por qué ya no me da ninguna noticia de las dos
personas que él me había propuesto para La Favorite (eran para el Profesorado y
para la Religión).

En esta carta, de finales de diciembre de 1835, Pompallier demuestra una vez más un gran
cariño hacia Champagnat y hacia los Hermanitos de María. Hay una frase muy significativa que dice:
“ Por mi parte no sabría negar nada ni a usted ni a sus hijos”.

Un detalle es el remedio que le manda a Marcelino para que calme sus dolencias. En esta
época, ya estaba bastante enfermo del estómago. Sabemos que la amistad se cultiva con estos pequeños
detalles.

El P. Servant, uno de los Padres Maristas que formaron parte del primer grupo de misioneros,
sigue en el Hermitage y Pompallier lo saluda una vez más.

Al final firma como Pompallier sacerdote m. ¿Se puede entender esa “m” como una
abreviatura de marista?.

+
J.M.J.
Rdo. y respetable Superior:
Tengo varias cosas que comunicarle. Pero antes de comenzar, reciba, le
ruego, mis felicitaciones de año nuevo. ¡Ojalá puedan aumentar para ud. las
abundantes bendiciones que merece a los ojos del Señor tantos piadosos Hermanos
como ha formado y tantos niños que reciben por su celo la vida de salvación al
recibir por medio de sus Hermanos una sólida educación católica.
El Hermano Mateo, después de su viaje al Hermitage, me hizo una visita y
me ha comunicado de su parte el deseo de dirigirse a mí junto con sus Cohermanos
para la confesión. Por mi parte no sabría negar nada ni a ud. ni a sus hijos. Sin
embargo, voy a hacerle algunas observaciones que considero prudentes a este
respecto (..). Si yo tuviera que partir para el extranjero sin que este proyectado
establecimiento estuviera en marcha, los Hermanos no tendrían en Lyon Sacerdote
de María posiblemente por largo tiempo, y se verían obligados a volver al Párroco,
lo que posiblemente lo apenaría un poco. Vea si no es conveniente retrasar todavía
el que yo atienda a nuestros Hermanos, tanto más, como creo, que ellos se sienten
bien. Por lo demás, hablaremos de todo esto y de muchas otras cosas en su visita a
Lyon.
Le hago llegar un pomo o frasquito con el remedio del que le había hablado.
Acéptelo como una pequeña muestra de amistad. Deseo que el Soberano médico de
lo Alto se sirva de él para sanarlo a ud. completamente.
A la vez que le formulo a ud. mis buenos deseos, también los expreso al
P.Servant y a todos nuestros buenos Hermanos. En unión con los divinos
Corazones de Jesús y de María y encomendándome insistentemente a los Santos

40
Sacrificios y a las oraciones de todos ustedes, tengo el honor de ser, con respeto y
afecto, Rdo. y respetable Superior, su muy humilde y muy obediente servidor,
POMPALLIER, Sacerdote m.
Lyon, 29 de diciembre de 1835.
Corre el año de 1836. La Sociedad de María se va consolidando poco a poco. Los trámites en
Roma para su aprobación están muy avanzados. Pompallier en su condición de secretario ante el
Arzobispado está muy informado de todo. En esta carta se muestra como la persona que ha incitado a
toda la Sociedad de María a lanzarse a la evangelización de las misiones de Oceanía.

Pide que se designen a tres o cuatro hermanos para escoger a dos que irían en el primer
grupo. Sabemos que al final fueron tres.

J.M.J.

Rdo. P. Superior:
Aunque tenga pronto el honor de verlo en El Hermitage, me adelanto, sin
embargo, a decirle y aun a pedirle algunas cosas importantes y urgentes. El P.
Cholleton es quien me ha recomendado hacérselas.
El Sr. Arzobispo acaba de recibir otra carta de Roma, de las más
tranquilizadoras y estimulantes. Es del Cardenal Sala, Prefecto de la Sagrada
Congregación de Regulares. Este Cardenal no duda en absoluto de que
obtendremos de Su Santidad el Breve tan deseado, pero sólo para los Sacerdotes.
Además, asegura que el Santo Padre nos exhorta a proseguir en la obra de la
misión de Oceanía. ¡Cuánto me alegro ante Dios de haber personalmente aceptado
los trabajos de esta misión desde el comienzo, y de haber estimulado a toda la
Sociedad a consagrarse a esta obra, que siempre pensé había que acelerar, y tal vez
asegurar la aprobación, objeto de nuestros anhelos comunes. Muy pronto podrá
conocer esta interesante carta.
Ruego encarecidamente al P. Servant que escriba al P. Cholleton para
manifestarle los deseos de su disponibilidad, sobre la cual puedo contar de manera
segura. Y dígnese también, respetable Cohermano, designar tres o cuatro
candidatos entre nuestros Hermanos para que, de acuerdo con usted mismo,
podamos elegir definitivamente dos. El Sr. Arzobispo se entenderá para ello con el
P. Colin, Superior de Belley, por mediación del P. Cholleton, según creo. Pido a
Nuestra Señora de Fourvière que obtenga de su divino Hijo abundantes
bendiciones para nuestras gestiones, para la empresa y para la Sociedad en su
totalidad. Ruegue también, se lo suplico, para que bajo la carga que los Superiores
quieren imponerme, no sea yo nunca "in ruinam" sino "in resurrectionem
multorum".
Me encomiendo a las oraciones de todos los Hermanos, y en particular a
sus Santos Sacrificios y a los del futuro misionero apostólico, nuestro querido
Cohermano Servant.
Su muy humilde y obediente servidor,
POMPALLIER, Sacerdote m.

41
Lyon, 17 de febrero de 1836
Mis saludos al P.Terraillon

La carta está escrita hacia mayo de 1836. Pompallier está en Roma haciendo los preparativos
para su consagración episcopal. Demuestra una humildad muy al estilo de aquella época. Se le nota
una persona ilusionada con el trabajo que le espera.

Sigue demostrando un gran cariño hacia la Sociedad de María. La amistad hacia


Champagnat también se deja traslucir.

Hace tres semanas que he llegado a Roma, y desde hace algunos días estoy
ansioso de darle algunas noticias. Si el tiempo me lo permitiera ¡cuántas cosas
interesantes y saludables tendría para contar!; pero estoy muy ocupado y
probablemente antes que pasen dos meses estaré de regreso en Francia; podremos
entonces conversar cómodamente durante algunos ratos.
Le he dado gracias por todos los favores otorgados a la Sociedad de María
como el Superior de Belley me había recomendado. Su Santidad se encomendó
encarecidamente a nuestras oraciones ante la augusta Madre de Dios; y antes de
retirarme solicité su bendición para toda la pequeña Sociedad; la cual se apresuró
a concedernos de manera muy cordial.
Mis reparos respetuosos con relación a mi consagración episcopal no
tuvieron efecto alguno ni en Su Eminencia el Cardenal Prefecto de la Propaganda
ni en Su Santidad. Tanto el uno como el otro apenas si quisieron escucharme. La
respuesta fue siempre que eso era necesario. Desde los primeros días Mons. el
Cardenal me envió el sastre y los trabajadores para confeccionar todas las cosas
necesarias de un Obispo; les había dado órdenes de que me tomaran medidas y
todo lo arregló sin contar conmigo, a cargo de la Propaganda; de modo que
actualmente tengo listos todos los atavíos de la víctima, que pronto va a ser
ofrecida a Jesucristo, para colaborar en la salvación de los pueblos de Oceanía. Ya
presiento todos los trabajos, todos los peligros, todas las tribulaciones que nos
esperan en esas lejanas regiones. Tales pensamientos, lejos de desconcertarme, me
causan alegría. Bajo el peso abrumador de las dignidades que se avecinan ¡qué
dicha que el buen Dios se haya dignado fijar su mirada sobre este pobre servidor,
para hacerle participar abundantemente de la mejor de las bienaventuranzas,
como es sufrir por causa de su santo nombre y para arrancar a las almas del
infierno! ¡Ah!, me parece ver ya en espíritu a esas almas desdichadas de la
Polinesia tendiendo sus brazos, implorando los tesoros de la salvación, el
conocimiento y la posesión del verdadero bien, que sólo reside en Dios.
Todos los Cardenales que por cortesía o por comisión he tenido que visitar
muestran mucha estima por esta misión y por toda la Sociedad de María.
El motivo de tan pronta expedición ha sido el gran deseo que tienen de que
los Misioneros salgan cuanto antes. ¡Qué favor ha sido otorgado a la Sociedad!
¡Qué eterno agradecimiento no deberemos tener para con la Santísima Virgen y su
divino Hijo!
Rece mucho por mí y siga haciendo rezar mucho por mí. Ya ve Ud. el puesto
donde el Señor me ha colocado.

42
Estoy de veras agobiado de ocupaciones y relaciones que tienen que ver con
la misión que el Señor me ha dado(…). Me encomiendo a las oraciones de todos
nuestros buenos Hermanos.
Mándeme, lo antes posible, noticias suyas, siempre tan queridas, al igual
que de todos ellos.
Tengo el honor de ser, en unión con los Sagrados Corazones de Jesús y de
María, muy querido Padre, su muy humilde y obediente servidor,
POMPALLIER, Vicario Apostólico
Se aproxima el día de la ansiada partida hacia la Polinesia. Pompallier se encuentra avocado
en la preparación de los últimos detalles.

En esta carta hay un detalle más que denota la amistad de Marcelino con Pompallier, que es
que éste último lo nombre el depositario de su testamento a la vez que apoderado para regir sus
asuntos temporales.

En esta carta ya se habla de tres Hermanos que Champagnat va a proporcionar, lo que da a


entender que durante todo el año de 1836, se estuvo discutiendo y preparando la nominación de dichos
Hermanos.

Lyon, 9 de octubre de 1836


Reverendo Padre:
Le escribo con mucha prisa. Voy a tomar enseguida el vehículo de París.
No habiendo todavía recibido la respuesta de la Propaganda en Roma con
relación a cierta suma que de allí me habían prometido enviar a Lyon, he suplicado
al Consejo de la Propagación de la Fe que me adelantara dicha cantidad y de
cobrar a mi nombre la de la Propaganda cuando llegare. Ello me ha sido
benévolamente concedido, pero será preciso que firme la letra de cambio que
vendrá de Roma y que la haga efectiva en mi nombre, como apoderado ante
notario para regir mis asuntos.
He dejado al Sr.Viennat, notario de Lyon, mi testamento, al que podrá
guardar como depositario, así como documentos y títulos de familia relativos a mis
negocios temporales; él le remitirá a esos documentos y el testamento, si lo juzga
oportuno. Para los tres Hermanos que nos proporciona, sírvase mandar hacer, por
favor, dos sotanas a cada uno, según la costumbre de nuestros buenos Hermanos de
María, dos pantalones, trajes de civil. Puede tomar de las rentas a percibir por
Navidad y San Juan próximos lo que sea necesario para pagar esos gastos.
Envíenos lo más pronto posible a los dos Hermanos que nos faltan; es
preciso que salgan de Lyon a más tardar el 16 de este mes, para estar en El Havre a
tiempo para tomar el barco.
Reciba de nuevo, Reverendo Padre, mi adiós en Jesús y María,
encomendándome a sus Santos Sacrificios y a las oraciones de todos nuestros
Hermanos.
POMPALLIER, Vicario Apostólico

43
Quedan sólo unos días para que el barco se haga a la mar camino de las lejanas islas de
Oceanía. De nuevo Pompallier toma la pluma para ponerle unas líneas a su amigo Champagnat. De
nuevo, la carta está llena de agradecimiento, cariño y respeto. Incluso, según parece, el nuevo Obispo
se ha interesado por la aprobación de los Hermanitos de María, pues dice que las gestiones ya están
muy avanzadas.

En una larga posdata habla de lo contento que está con los Hermanos que se le han
proporcionado. Le gustaría que los próximos que se le manden sepan de varios oficios, al igual que los
primeros que están yendo. Un detalle cabe tener en cuenta, dice: “Más adelante pediremos Hermanos
para las escuelas”. ¿ Por qué esta labor de catequizar en las misiones fue tan difícil para los
Hermanos que fueron enviados, si desde un primer momento estaba en la mente de Monseñor
Pompallier?

Termina la carta deseando que Dios y María colmen de abundantes bendiciones a


Champagnat y a los Hermanos de María.

10 de diciembre de 1836
Me cree muy lejos, en el Océano, pero estoy todavía en El Havre con todos
mis colaboradores. Los elementos de la naturaleza, hasta el presente, han sido
totalmente contrarios. Esperamos que Dios les imparta órdenes en nuestro favor.
Le suplicamos por ello, pues estamos impacientes por embarcarnos para cumplir
con nuestra misión. Dígnese unir sus oraciones a las nuestras, junto con las de
todos nuestros queridos Hermanos. Nuestra Señora del Hermitage es muy
poderosa.
¿Ha recibido Ud. una carta mía cuando me encontraba en París? En dicha
carta le ponía al corriente de mis gestiones para la autorización de nuestros
Hermanos. ¿Ha visto al P.Cholleton en relación con este asunto? Las cosas estaban
muy avanzadas. ¡Ojalá hubiera podido yo continuarlas! Después de que Mons. de
Pins, el P.Cholleton y Ud.. han recibido mis cartas, hubiera sido necesario escribir
al Ministro de Instrucción Pública para agradecerle su benevolencia, considerando
desde entonces como cierta y próxima la obtención de la ordenanza real. Le habría
correspondido a Monseñor hacer esa carta, o bien a Ud., haciéndola legalizar por
Su Ilustrísima. ¿Se ha hecho así? En una palabra, ¿en qué punto se está sobre este
asunto? ¡Cómo me agradaría conocer el éxito de la gestión, para bien de la
Religión y de nuestros Hermanos! Siga enviándome aún sus gratas noticias antes
de mi embarque, ¡me daría mucho gusto!
Vemos, que sin adioses todavía, estaremos en Francia tal vez hasta finales de
diciembre. Pero sin adioses, aun cuando nos hiciéramos a la vela para Oceanía.
Todos los Padres misioneros y los Hermanos le presentan sus respetos y su afecto
en Jesús y María, en los Sagrados Corazones en los que yo también soy, con mucho
afecto, Reverendo Padre, su muy humilde y obediente,
POMPALLIER, Obispo de Maronea, Vicario apostólico de Oceanía Occidental

P.D. Estoy muy satisfecho, Reverendo Padre, de sus queridos Hermanos, los
que Ud. nos ha proporcionado. Tenemos la confianza de que colaborarán
eficazmente en el éxito de la misión. Cuento con tener buen número de ellos, que su
celo tendrá a bien prepararnos. El Rev. Superior General acaba de anunciarme
que tendremos Sacerdotes que vendrán en nuestra ayuda, que se los está
preparando para ello. Tengo la certeza de que las vocaciones no serán menos
numerosas entre los Hermanos. El Rdo. P. Superior podrá escoger junto con Ud.

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buenos candidatos para las misiones. Necesitamos entre ellos algo así como de
factotum, o por lo menos que entre los sujetos que se embarquen haya quienes
sepan diversos oficios, al igual que ocurre con los 3 que tenemos entre nosotros.
Más adelante le pediremos Hermanos para las escuelas. ¡Cuántos trabajos, cuánto
bien por hacer entre nosotros en el futuro!
Que aquellos que en el futuro nos envíe tengan, en lo posible, votos
perpetuos; que tengan una castidad probada, y que posean un gran amor por la
vida interior y escondida de San José y de la Sma. Virgen. No son ellos los que, de
ordinario, brillan en las misiones; pero mediante sus humildes trabajos, mediante
los catecismos, las escuelas, los rezos y el espíritu de oración, ¡cuánto bien pueden
hacer! La santidad personal ¿no es acaso la más importante de las causas
ocasionales de salvación del prójimo en aquellos que se esfuerzan por procurársela
mediante el ministerio apostólico? Pero para ello es necesaria una obediencia bien
probada, pues a menudo hay que dejar una cosa para hacer otra, abandonar un
lugar para trasladarse a otro, realizar acciones que, a veces, agradan y otras que
pueden desagradar. ¡Ah!, es necesario estar muy acostumbrado a decir con
Jesucristo: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre celestial.¡Que Dios
derrame más y más sus gracias sobre su casa y sobre todos sus establecimientos!
¡Que colme de su espíritu a aquellos que destina para nosotros! ¡Que María,
nuestra divina Madre, los proteja a todos ustedes y a nosotros también!
Le he enviado una carta no hace más de unos ocho días. ¿La ha recibido?
Tendría sumo agrado en recibir la respuesta. Si no ha podido aún remitírmela,
todavía hay tiempo de que nos llegue pues los vientos parece nos van a retener aún
por varios días. Me encomiendo mucho a sus Santos Sacrificios y a las oraciones y
comuniones de todos sus Hermanos a quienes, de nuevo, envío mi bendición. Su
respetable Padre no queda olvidado. Quedo para siempre en unión de Jesús y de
María, Reverendo Padre, su muy humilde y afectísimo servidor,
+J-B Francisco POMPALLIER,
Obispo de Maronea, Vicario apostólico de Oceanía Occidental
Después de estas ocho cartas, transcribimos una carta de Marcelino Champagnat a Monseñor
Pompallier escrita desde París el 27 de mayo de 1838. La misión de Nueva Zelanda hacía pocos meses
que había comenzado.
Marcelino se nota un poco agotado por las muchas gestiones y visitas que tiene que realizar
en París. A pesar de ello, sigue confiando en la aprobación y en la protección de santo nombre de
María.

Habla de la inauguración de la capilla del Hermitage y se siente contento de que Pompallier


la haya bendecido. Por otra parte dice: “Nunca subo al altar santo sin pensar en nuestra querida
misión y en los que a ella han sido enviados”.
París, 27 de mayo de 1838, Misiones Extrajeras, Rue du Bac n.120

Monseñor:

Con verdadero placer y una especial prontitud aprovecho un momento de


descanso para responder a su amable carta.
Como usted ve, me encuentro en París desde el 18 del mes de enero
persiguiendo la autorización de los Hermanos, que aún no tengo, pero que espero
cada día más. Todo parece dispuesto, pero las formalidades nunca están del todo
completas. ¡ Cuántas caminatas hechas a través de París, cuántas visitas!, es difícil

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hacerse una idea. He hecho todas las visitas, todos los desplazamientos con sotana
sin recibir ningún insulto; ni siquiera me han llamado jesuita.
París está de lo más tranquilo, el comercio va funcionando. En la capital son
más religiosos de lo que se cree la gente. Se debe usted de imaginar lo largo que se
me hace el tiempo, alojado como estoy de mis asuntos habituales. A pesar de las
preocupaciones que tengo en París, me encuentro mejor que en Notre-Dame de l
´Hermitage.
El Sr. Dubois habla con frecuencia de usted y de su misión. Casi cada día me
dice: "No se olvide de esta misión". ¡Qué hombre más santo, que falta haría
poderlo multiplicar y hacerlo vivir largo tiempo! Francia proporciona en este
momento misioneros para cuantos países los necesitan. Durante mi estancia, he
visto marchar seis del Seminario de Misiones Extranjeras, más otros que se están
preparando. ¡Cuántos motivos de edificación encuentro en esta casa! La religión
no morirá por ahora en Francia, hay demasiadas reservas. La obra de la
propagación de la fe adquiere nuevo desarrollo cada día.
El Sr. Miolan es Obispo de Amiens; ayer tomó posesión. Los Cartujos se han
elegido otro superior; lo siento, pero me he olvidado el nombre.
Seguimos recibiendo muchos novicios. Actualmente, somos doscientos
veinticinco o veintiséis. Tenemos 38 ó 39 escuelas y 70 peticiones. Sufrimos una
auténtica persecución por parte de quienes quieren tener hermanos nuestros;
emplean toda clase de medios para arrancárnoslos. Los que no tienen bastante
influencia se sirven de personas a las que no podemos decir que no. Estamos en
vísperas de abrir una segunda casa madre. Es posible que lo hagamos en el
departamento del Var.
El Sr. Matricon sigue conmigo, estoy muy contento, se hace apreciar por los
Hermanos, tiene un excelente criterio. Tengo también al Sr. Besson que sigue siento
un chico estupendo. El Hermanos Francisco es mi brazo derecho; en mi ausencia,
lleva la casa como si yo estuviese presente. Todos lo aceptan sin ninguna dificultad.
María muestra muy visiblemente su protección a favor del Hermitage. ¡ Cuánta
fuerza tiene el santo nombre de María! ¡Qué felices somos por habernos adornado
con él! Hace ya mucho tiempo que no se hablaría de nuestra Sociedad si no fuera
por ese santo nombre, por ese nombre milagroso. María es todo el recurso de
nuestra Sociedad.
Hemos terminado la capilla. Es muy bonita. Aún nos es muchísimo más
querida por haber sido bendecida por el primer misionero y el primer obispo de la
Sociedad. Espero que a todos estos títulos se añada un tercero como consecuencia
natural: primero…que…
El Sr. Terraillon sigue de párroco en St- Chamond. Pero creo que no por
mucho tiempo. El obispo nos demuestra más bondad que nunca, lo mismo que el
obispo de Belley.
Hemos iniciado este año la obra en la Grange-Payre. Empieza a prosperar;
tenemos ya un cierto número de alumnos. María, sí, sólo María es nuestra
prosperidad, sin María no somos nada y con María lo tenemos todo, porque María
tiene siempre a su adorable hijo o en sus brazos o en su corazón.
Como usted seguramente supone, Monseñor, cuento también con María
para obtener el decreto que solicito. Que se cumpla la santa, santísima voluntad de
Dios. Le oigo a usted contestar: Amén. Que todos los que están con Vuestra
Excelencia, me refiero a los Hermanos y Cohermanos, respondan también y recen
por mí, pues me encomiendo de manera especial a sus fervorosas oraciones, y,
sobre todo, Monseñor, a las de usted. Por mi parte, no subo nunca al altar santo sin

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pensar en nuestra querida misión y en los que a ella han sido enviados. Sírvase
mostrarse padre de aquellos que ahora le enviamos, como lo hace con los primeros.
Dígnese recibir la seguridad de mi sincera devoción y de los sentimientos
verdaderamente afectuosos con los que tengo el honor de ser, Monseñor, con todo
respeto, su muy humilde servidor,

Champagnat

Durante el viaje a través de las islas de los mares del Sur, a lo largo de 1837, en la isla de
Tahití, Monseñor Pompallier tiene la oportunidad de bautizar al primer neocelandés en la persona de
un niño de 6 años. El Obispo ve en este hecho fortuito una premonición de un futuro favorable.

“Ayer, el Provicario me ha traído a bautizar un niño de seis años


aproximadamente, nacido en Nueva Zelanda. El padre, que está empleado en
nuestro navío, y es católico, se ha comprometido a enseñarlo según la doctrina de
la Iglesia. Lo había dejado justo aquí, a personas de Tahití, ahora va a viajar con
él por los mares.
Lo he, por tanto, bautizado solemnemente en mi habitación del navío,
delante de una especie de altar, donde he dicho la santa Misa. A continuación le he
administrado la Confirmación. El niño se ha prestado con solicitud a las
ceremonias que hacia. Todos los padres y catequistas estaban presentes.
Este pequeño cristiano, será por tanto para la Iglesia, el primero de sus
hijos en Nueva Zelanda. ¿No parece haber venido delante de la Buena Nueva, que
estamos felices de llevar a estos pueblos lejanos?”

Años más tarde, en 1844, Pompallier escribe al Hermano Francisco. La carta es interesante,
pues en ella expresa el obispo las cualidades que debe tener un Hermanito de María para ir a las
misiones de las que él es responsable. El perfil que da, es más el de un criado que el de un catequista o
enseñante.
También habla de su viaje a la Isla Sur de Nueva Zelanda, en el que está siendo acompañado
por el Hermano Justin.
Casi al final de la carta, se pregunta dónde está el P. Champagnat, contestándose él mismo
acto seguido. Expresa su cariño hacia todos los Hermanos de la Congregación, a los que desea que
tengan abundantes frutos de salvación y que se multipliquen abundantemente.

Al honorable y muy querido Hermano Francisco.


Mi queridísimo Hermano,
Hace mucho tiempo que deseaba escribirle.
Los trabajos son tan abrumadores y tan consoladores en estas islas de
Oceanía, que no puedo plantarle ante toda la correspondencia que no sea
estrictamente necesaria a la salvación de los pueblos de la misión. ¡Qué hermosas
coronas son reservadas a los queridos Hermanos que vengan a ayudarnos y por lo
tanto sus servicios son tan preciosos en el apostolado.
La devoción a María, el espíritu religioso, la virtud probada y sólida, la
facilidad para la industria, un carácter bien varonil y contento con una salud
pasable, estas son las cualidades que vuelven a los Hermanos de María
verdaderamente útiles en las misiones tan interesantes. No olvidaremos el amor al
orden y a la limpieza en todas las casas, en las pobres habitaciones de los Padres,
en las capillas y en las escuelas. Estas son, mi queridísimo Hermano, algunas ideas
que pueden confirmar a los suyos en la elección de las personas para las misiones.

47
¿El venerable P. Champagnat dónde está? Está coronado en el cielo sin
duda, reza por nosotros en la tierra y nos espera el día que Dios ha marcado en sus
adorables secretos.
Estemos siempre preparados, no sabemos ni el día ni la hora, recen mucho
por mí, en estos mares en donde nos encontramos con frecuencia entre los cielos y
los abismos, para ir a recoger las almas que Nuestro Señor llama a su redil. El
Hermano Justin me acompaña en una visita pastoral que hago en este momento en
bien de los pueblos de las bahías del sur de Nueva Zelanda. Estamos con frecuencia
en el mar en una pequeña goleta, y otras veces en tierra para el ejercicio del santo
ministerio.
¡Que Dios bendiga a todos, mis muy queridos en Jesús y María, y que el
Hijo y la Madre les hagan crecer en número y en frutos abundantes de salvación en
Europa y en Oceanía sobre todo¡ Esta es la pequeña bendición que les envío.
Todo suyo en el Señor + J. Bta. Francois Pompallier
Obispo de Mar. Vicario Apostólico de la Oceanía Occidental
Akaroa 16 de abril de 1844

48
Después fue a Upolu (Samoa). En 1859, fue enviado a Sydney para
restablecerEllaP.salud. De camino,
Servant nació else25
quedó en Futuna,
de octubre dondeenmurió
de 1808 el 8 de enero
Grézieu-le-Marché
de(Rhône),
1860. . sus padres se llamaban Juan Antonio y Antonieta. Entró en el
seminario de San Irineo en 1829 y fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de
1832. Consiguió permiso para ingresar como aspirante marista en enero de
1833. Fue destinado al Hermitage. Allí estuvo hasta agosto de 1836, momento en
el que su candidatura para ir a Oceanía es aceptada por Monseñor Pompallier.
El 24 de diciembre de 1836 se embarca con los demás compañeros de misión
para ir a Nueva Zelanda. Llega el 10 de enero de 1838. Queda en esta isla hasta
1842. A pesar de haber estado varios años en el Hermitage y conocer la vida de
los Hermanos, su comportamiento con ellos a veces no es muy correcto. En una
carta del Hermano Claude-Marie al P. Colin, escrita el 2 de enero de 1842 desde
Hokianga en donde compartía la vida con el P. Servant nos cuenta:
“ He experimentado una cosa que me ha causado mucha pena. Tenía
alrededor de una docena de libros de piedad, muchos pequeños cuadernos que me
habían mandado de Francia, y otros que yo tenía aquí, escritos en maorí. En mis
momentos libres, los domingos, y dándome prisa en las comidas, en la tarde, tenía
un momento, hacía alguna lectura, pero no sé por qué, el P. Servant, creyendo
que perdía mi tiempo leyendo o escribiendo, ha tomado todos mis libros y
cuadernos y no me permite usarlos mas que el domingo y todavía tengo que pedir
permiso ...”
El 9 de junio de ese año la misión de Futuna es restablecida. Monseñor
Pompallier llega con el Hermano Marie-Nizier y los Padres Roulleaux y
Servant. El primero sólo se quedará un par de años en Futuna. El segundo
trabaja hasta 1856. De nuevo una carta habla de la conducta poco fraternal
del P. Servant. Está datada en noviembre de 1859 y el P. Poupinel, Procurador
de las Misiones, hablando de Marie-Nizier dice:
“...está muy maltratado por el P. Servant. El P. Grézel le ha devuelto el
coraje y la alegría”.
Parece que las difíciles circunstancias en las que tenían que vivir los
misioneros, hacían que éstos adoptasen actitudes poco caritativas con aquellos
que estaban a su cargo.

49
El P. Servant le escribe a Champagnat , su Superior en el Hermitage, tan sólo unos días antes
de su salida hacia Oceanía. En la casa Madre de los Hermanitos de María ha pasado los tres últimos
años. Su estadía no cabe duda de que ha sido grata por lo que expresa en la carta. Por otra parte
conoce perfectamente las cosas que le preocupan a Marcelino. Pone en su carta: “No puedo olvidarme
del Hermitage. Lo dejé con el corazón oprimido”.

Nos habla de los Hermanos que van a hacer el viaje con él. Están contentos con ellos y ya
habla que se manden más.

Una de las costumbres que tenía Champagnat era la de poner en un papel dentro de un
corazón de plata, que estaba hueco por dentro, el nombre de todos sus Hermanos que trabajaban en
los distintos establecimientos. La alusión que hace el P. Servant sobre esto, se refiere seguramente a
que en alguna ceremonia Marcelino introdujo en dicho corazón los nombres de todos los que estaban
yendo a las misiones de la Polinesia.

Rdo. y querido Superior:


El recuerdo del Hermitage me trae a menudo a la mente gratas memorias,
sobre todo en el corazón de María. ¿Qué tal va esa querida Comunidad? ¿Está
siempre su Superior tan sobrecargado de problemas? ¿Sigue padeciendo penas y
disgustos? ¿Esos buenos Hermanos se multiplican más y más? ¿Se han hecho
cargo de nuevos establecimientos? ¿Está bien arreglada la nueva capilla? Estos son
los pensamientos que tengo de vez en cuando. No puedo olvidarme del Hermitage;
lo dejé con el corazón oprimido. Ruego al Señor acepte con agrado el sacrificio que
me ha exigido. Ahora ya no considero más que dicha separación sea un sacrificio;
la gracia, si no me equivoco, ha suavizado lo que la naturaleza podía considerar
penoso. La Providencia nos acompaña a todas partes: en París se nos da la
bienvenida, en el Seminario de Misiones Extranjeras así como en el Seminario
Mayor de Ruán se nos recibe con los brazos abiertos; en fin en El Havre
encontramos alojamiento en casa de una nueva Tabita. ¿Acaso no debería ver en
ello la Providencia que da alimento a los pajarillos del cielo y cuida de los lirios del
campo? En cualquier lugar en que nos encontremos allí está la mano bienhechora
de Dios.¿Cuándo perteneceré totalmente al Dios de toda bondad? Antes de abrazar
mi nueva vocación creía que todo sería para bien en mi vida espiritual una vez
abandonara mi país, pero ¡ay! aún tengo de qué lamentarme si me examino
interiormente. Pídale a Dios que se opere una resurrección en mí; ¿deberé aún
esperar mucho tiempo las oraciones de nuestra pequeña Sociedad? Y hablando de
nuestra Sociedad, me es grato expresarle la alegría que siento al saber que las cosas
han tomado buen rumbo; me han informado que el noviciado de los Sacerdotes ha
quedado ya establecido en Lyon y que varios candidatos se han presentado, gracias
a Dios; María multiplicará a sus hijos predilectos; tendremos misioneros para
Oceanía occidental.
Los Hermanos que nos acompañan hacen todo muy bien; desearía que nos
enviase todos los que tenga ya formados: tendrían suficiente campo en el que
ejercer su celo de instruir a los pobres salvajes.

50
El navío que nos llevará hasta Valparaíso se llama Delfine; ¡Cuántas veces
he deseado su salida! ; ya tengo todo preparado para la salida en el cuartito que me
han asignado. ¿Cuándo llegará el día tan deseado de la salida? Cuando Dios lo
quiera: cumplir su voluntad es todo lo que debemos hacer. No obstante, creo que
nuestra salida se efectuará muy pronto: un viento favorable del nordeste es la señal
de que debemos estar listos para zarpar; si continúa, no dejaremos escapar la
ocasión. Cuando llegue el feliz momento, invocaré de todo corazón el Nombre de
María. La estrella del mar, esperanza del marinero, nos conducirá, así lo espero, y
nos protegerá.
Recuerdo con satisfacción que mi nombre se guarda escrito en el corazón
de Ntra. Sra. del Hermitage; esta circunstancia podrá servirme para unirme de
espíritu a las buenas obras que se harán entre ustedes, como también para
reavivar nuestros sentimientos recíprocos. Dirigiremos de vez en cuando, en
espíritu, nuestra mirada hacia el corazón de nuestra buena Madre.
No le digo adiós para siempre, Reverendo y apreciado Superior, nos
volveremos a ver en el cielo. En la espera de que plazca a Dios concedernos esa
dicha, estaremos a menudo presentes en el corazón de Jesús; en el océano de ese
Corazón nos buscaremos mutuamente y nos encontraremos. (...)
Reciba, carísimo Padre, la certeza de mis sentimientos de afecto, de
reconocimiento, de adhesión, y de respeto con los cuales tengo el honor de ser su
humilde y obediente servidor,
SERVANT m.a.
Mis Cohermanos y los buenos Hermanos le presentan sus respetos y le dicen adiós.
Escrita en casa del Sr. Dodart, en Ingouville, a 15 de diciembre de 1836.
Ya llevan casi 6 meses de viaje navegando por los mares. La travesía está siendo difícil debido
a distintos problemas que están surgiendo. A poco de salir, y durante una tempestad, se rompe el timón
y tienen que ir a arreglarlo a las Islas Canarias. Allá quedan durante largo tiempo. Una vez llegados
frente de las costas de América, el P. Brest muere después de una penosa enfermedad. Más tarde
deberán pasar algún tiempo en Valparaíso recabando la información necesaria para seguir adelante.
Son muchas dificultades, pero en ellas ve Servant la mano de la Providencia.

De nuevo en esta carta, hay una referencia sentida hacia el Hermitage y lo que este lugar
significa para él. Una vez más hace alusión a que su nombre está escrito en el corazón de María en la
Casa Madre de los Hermanitos de María.

Para terminar habla de los Hermanos que los acompañan. Están teniendo algunos problemas
con la salud. Llama la atención de que sólo hable de Michel y de Marie-Nizier, no poniendo nada de
Joseph-Xavier. Parece que no estaba muy clara la pertenencia de este Hermano a los Hermanitos de
María o a los Hermanos Coadjutores.

Valparaíso, 14 de junio de 1837


Querido Padre y Superior:
Aprovecho la presente ocasión para bendecir a la divina Providencia, que
vela sobre nosotros de un modo muy particular. Ya hace seis meses que recorremos
los mares, a pesar que de ordinario tres o cuatro meses son suficientes para la
travesía del Havre a Valparaíso. Ya estará al tanto de nuestra escala en Santa Cruz

51
(isla de Tenerife). Los vientos contrarios nos han retenido mucho tiempo en el
Cabo de Hornos, pero al fin nos vamos acercando a las islas deseadas; este es el
motivo de nuestra alegría. Suspiramos por esas islas que la voluntad divina nos
hace mirar como nuestra verdadera patria.
Es verdad que de vez en cuando encontramos amarguras: enfermedades
para algunos de nosotros, los elementos que se oponen en nuestro trayecto,
tempestades, accidentes que nos causan temor, pero ¡qué suaves y ligeros son los
males vistos como la voluntad de Dios! Los elementos por fastidiosos que sean, son
buenos considerados como dispuestos por la Providencia.
Entre las cruces de las que le hablo hay una cuyo sacrificio nos costará
mucho. El Padre Brest, que había comenzado a estar enfermo al terminar la escala
en Santa Cruz, fue atacado de fiebre cuando abandonamos la rada. Aumentamos
con él los cuidados y las atenciones; el mal pareció disminuir durante algunos días,
pero pronto se volvió más serio que nunca. El lunes santo por la mañana, según su
costumbre, se levantó un ratito y le dijo al Padre Chanel: "¡Ay!, ya veo que es mi
fin". No se equivocaba. Por la tarde entró en una dulce agonía y a las siete se
durmió en la paz del Señor. ¡Qué paciencia admirable en sus sufrimientos! ¡Cómo
sabía callar sus incomodidades!. ¡Qué agradecido por todos los servicios que se le
prestaban! ¡Qué exactitud en tomar los remedios, aun los más desagradables al
gusto!
Sin embargo, ¡cuántas gracias nos concede Dios en nuestras pruebas!
¡Cómo sabe consolarnos y compensarnos de nuestras penas! De vez en cuando
tenemos la dicha de celebrar los santos misterios y recibir la Sagrada Eucaristía,
pan de los fuertes. ¡Oh, qué contento estoy de mi vocación! ¡Qué consolador es
dedicarse a la conversión de las almas, que valen más que todos los tesoros del
mundo! Me parece, querido Superior, estar viendo a los Hermanos del Hermitage,
que con sus oraciones y sus actos hechos bajo obediencia ejercen sobre María una
santa violencia y contribuyen de ese modo al servicio de la misión.
En espera de la partida de Valparaíso, que será cuando Dios quiera, vivimos
en la casa de la administración que pertenece a los misioneros de la Congregación
del Sagrado Corazón de Jesús y de María. Esta casa me recuerda ese lugar de
retiro de los buenos Hermanos a los que tanto quiero, así como mi nombre
inscripto en la lista que encierra la urna en forma de corazón de la mejor de las
madres, y también de esas fiestas de la gran protectora de la querida Sociedad de
María.
Hemos sido los hijos privilegiados de la divina Providencia durante todo el
trayecto del Havre a Valparaíso, y no dejamos de seguir siendo favorecidos cuando
entramos en esta ciudad. ¿Si Monseñor de Maronea tiene necesidad de informes
sobre nuestras islas? Llega de Otaití el Vicario General de Monseñor de Nilópolis.
¿Si quiere a alguien para ayudarle de inmediato en los preparativos de la salida?
Llega de California el buen Hermano Colombano, de la Congregación del Sagrado
Corazón de Jesús y de María, que es experto en esta clase de negocios y puede serle
de gran utilidad.
Lo que debería decir de la tierna Madre quedaría lejos de toda expresión
posible. Una sola cosa le ruego que tenga bien en cuenta: es que el sábado era un
día privilegiado, el viento se volvía casi siempre favorable.

52
Los Hermanos que nos acompañan han tenido durante el trayecto cada uno
sus pequeñas pruebas: el Hermano Michel ha sufrido mucho de dolor de muelas; el
Hno. Marie-Nizier ha experimentado dolores de cabeza, pero en cuanto a
enfermedades, ha sido de los más privilegiados. Ahora todos están de maravilla.
Me encargan que le diga que están contentos por encima de todo lo que puedan
expresar. Le presentan sus muy humildes respetos, y su cariñoso recuerdo a cada
uno de los Hermanos.
Su afectísimo en el Corazón de Jesús y de María,
SERVANT, Misionero apostólico.

Ya hace casi dos años desde que Pompallier, Servant y Michel desembarcaron a orillas del río
Hokianga un 10 de enero de 1838. En la época en la que se escribe la carta otro grupo misionero ha
llegado. La misión está en expansión.

La relación del P. Servant con Champagnat y el Hermitage es evidente. Se citan dos cartas
que Marcelino ha escrito a finales de 1836 y a principios de 1838. Podemos ver con esto lo lentas que
eran las comunicaciones, las cartas tardaban años en llegar a su destino. El recuerdo del Hermitage,
es una constante en las comunicaciones de este antiguo capellán de la casa.

Cabe señalar los relatos de sus correrías apostólicas. Las muchas dificultades que tiene que
enfrentar a la hora especialmente de movilizarse. El celo por propagar el Evangelio, es una de las
características que se puede verse en todas las cartas que escribieron nuestros misioneros.

Al final habla de los progresos que hace la misión. En estos tiempos se valoraba más la
cantidad de bautizados que la profundidad alcanzada en la evangelización. Con frecuencia los
misioneros aprovechaban la ausencia de los padres de niños moribundos para bautizarlos y poder
decir que habían “ganado un alma para el cielo”. Aún estaba muy presente que fuera de la Iglesia
Católica no había salvación.

Santa María de Okianga, Nueva Zelanda, 15 de octubre de 1839


Respetable Superior y querido Padre:
Acabo de recibir al mismo tiempo dos de sus cartas, una fechada el 23 de
diciembre de 1836 y la otra del 31 de marzo de 1838. Los rasgos edificantes que me
cita y los éxitos de sus Establecimientos que me menciona me causan una gran
alegría. ¡Qué grato es para mí su recuerdo y el de sus buenos Hermanos! ¡Que lejos
estoy de olvidar una casa que era para mí una morada de paz, y donde tenía ante
mis ojos tantos ejemplos de edificación! ¡Cómo me gusta volver con frecuencia en
espíritu a esa casa de retiro donde creo con toda seguridad que se reza
sinceramente a Dios por mí!
Aquí se libran numerosos combates contra el enemigo de la salvación de los
hombres; estamos en batalla y es de esperar que conseguiremos la corona. Son muy
necesarias las armas de la paciencia, la desconfianza en sí mismo, la confianza en
Dios y una profunda humildad; pero desdichado de mí que soy tan débil, tan
sensible y desprovisto de la confianza en Dios!
¿Qué hago yo aquí, querido Padre? Pues de vez en cuando corro de un lado
para otro, navegando siempre por el río Okianga; este río tiene una infinidad de
brazos que van en todos los sentidos y que comunican con todas las tribus. Si se
quiere visitar a los nativos, los viajes no se hacen sino por agua. El lugar en el que
vivimos es un punto central para las tribus que se han convertido a la fe católica,

53
pero estas tribus están alejadas de nosotros; la más cercana está a una legua de
aquí; las otras a dos, tres, cuatro, cinco, seis leguas. Lo que hace aquí difíciles las
comunicaciones con los nativos, es que no se puede salir sino con marea favorable,
lo que supone al menos un retraso de cinco horas y media; sobre todo en invierno,
con frecuencia soplan fuertes vientos que aumentan las olas y hacen la navegación
casi impracticable. Con bastante frecuencia las frágiles embarcaciones de los
nativos zozobran, pero ellos, como son hábiles nadadores, consiguen fácilmente
salir del apuro; sin embargo hace muy poco ha sucedido un infortunado accidente:
dieciséis nativos herejes, queriendo atravesar el río con un tiempo muy malo, se
han ahogado todos con excepción de una mujer que se salvó nadando; pero no hay
que temer tanto por los misioneros que saben evitar ese tipo de imprudencias, y
que, por otra parte, tienen embarcaciones más sólidas que las de los nativos.
Si las comunicaciones con los nativos son difíciles por agua, no lo son menos
por tierra; con frecuencia se necesita de un indígena que sirva de guía, tan
imperceptibles a la vista son los caminos. No hace mucho sintiéndome obligado
de llevar los auxilios de nuestra santa Religión a una señora inglesa, aquejada de
una grave enfermedad, atravesé esta parte de Nueva Zelanda, en toda su anchura,
en un viaje de alrededor de tres días. Salí sin dinero y sin tabaco de fumar, que es
la moneda del país, pero no me faltó nada de lo necesario; algunos católicos
pagaron a los nativos para que me acompañaran y hasta los protestantes se dieron
el gusto de ofrecerme hospitalidad. ¿Pero por qué camino era preciso andar?
Figúrese un sendero muy estrecho, a través de montañas cortadas a pico que
encontramos a cada instante y que era necesario trepar con manos y pies; a
derecha y a izquierda se encontraban barreras de árboles casi impenetrables que
era necesario agarrar cuando se estaba en peligro de caer. Figúrese también
torrentes innumerables que era preciso atravesar sobre las espaldas de los nativos
a quienes el empuje de la corriente les hacía balancear. En el trayecto, nos
encontramos un árbol tumbado sobre un torrente de 30 ó 40 pies de profundidad.
No aprecié el abismo hasta cuando estuve en medio del árbol y hasta entonces no
fue que los naturales me dijeron que estuviese atento; entonces me agarré al árbol
y me arrastré por encima como los reptiles. Por fin el viaje terminó felizmente y
llegué para administrar los sacramentos a la persona enferma.
Pero, querido Superior, no le hablo más que de viajes. ¿Es que no tendré
algo más importante de qué hablarle, por ejemplo, de la conversión de los infieles
de Nueva Zelanda?. ¡Oh, qué abundante es la mies aquí! Hay aquí no sé cuántas
tribus que se dicen todas católicas. Hay ya más de cien naturales bautizados, y muy
pronto algunas tribus enteras podrán recibir la gracia insigne del bautismo.
El Padre Bâty, que Monseñor ha designado director de esta Misión, sabe ya
suficientemente la lengua de los nativos para instruirlos, y pronto estarán
completamente satisfechos en sus muchas ganas por ser instruidos. Pero una cosa
nos ocupa actualmente, es el traslado de este Establecimiento, pues aquí la posición
no nos conviene a causa de la escasez de madera y de agua que, sobre todo en el
buen tiempo, está lejos de dar provisión para el uso de la casa y de los nativos que
vienen en gran número a la misa del domingo. El lugar que Monseñor ha
designado está en frente, al otro lado del río. Allí los naturales católicos podrán
fácilmente construir sus casitas para vivir cuando vengan a descansar para la
oración; allí también será fácil constituir una capilla que necesitamos
urgentemente. Hasta ahora una pequeña habitación ha servido de capilla, pero se

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está muy incómodo. Estas construcciones de madera exigen grandes gastos, pero
esperamos, querido Superior; que la Providencia en la que Ud. tiene tanta
confianza, y a la que los misioneros deben suplicar en todo tipo de circunstancia,
no dejará de venir en nuestra ayuda con la colaboración de las almas piadosas que
sienten la gloria de Dios y la salvación de las almas.
Para acabar, muy querido Padre, le ruego me permita expresar a nuestros
queridos Hermanos el sentimiento de mi corazón, y ya que mi recuerdo no está
todavía borrado de mi memoria, reciban con agrado este testimonio de mi más
sincero afecto. Termino, Reverendo Padre, dígnese recibir... etc.,
SERVANT, Misionero
El P. Servant ha dejado Hokianga y ha sido destinado a Bahía de las Islas en el extremo de
la Isla Norte. Como vamos a ver, es el encargado de las traducciones a la lengua maorí. Monseñor
Pompallier desde casi el principio de su misión se esforzó por tener una imprenta propia para poder
publicar los libros que sirviesen en su propia lengua a la instrucción de los indígenas.

La vuelta de Whangaroa se le hace difícil y peligrosa. Las costas de la Islas Norte de Nueva
Zelanda, están casi permanentemente azotadas por fuertes vientos, que provocan grandes olas, lo que
hace difícil la navegación.

Bahía de las Islas, 14 de mayo de 1840


Muy Reverendo P. Superior:
Gracias a que un navío francés zarpará mañana rumbo a Francia;
aprovecho esta feliz circunstancia para escribirle algunos renglones.
Me encuentro aún en la Bahía de las Islas, como hace algunos meses tuve el
honor de comunicarle. No estoy aquí sin trabajo: además del empeño que pongo en
publicaciones en la lengua de los nativos de las que Monseñor me ha encargado,
doy cada día instrucciones a los indígenas y predico en inglés todos los domingos.
Entre los neófitos y los catecúmenos de este establecimiento hay quienes tienen una
conducta muy edificante y se destacan por la sencillez de su fe y la inocencia de sus
costumbres. Hace poco tiempo una neófita me contaba que, hallándose muy
enferma, se había puesto a rezar durante la noche y que, al día siguiente, se había
levantado totalmente restablecida. De cuando en cuando tengo oportunidad de
visitar a los indígenas enfermos en sus propias tribus, y de llevarles los auxilios de
nuestra santa religión, instruyéndolos y preparándolos para el bautismo; no dejo
de poner el nombre de María al menos a una persona en cada una de las tribus.
Realizando las pequeñas expediciones exigidas por el santo ministerio, algunos
nativos me han hecho observar el lugar en que el capitán Marion fue asesinado
hace 67 años. Se trata de una no muy elevada montaña cubierta por un alta y
espesa arboleda que los naturales del país llaman "kauri". Después de ser
asesinado, dejaron su cuerpo en la arena de la ladera de la misma montaña, lugar
llamado Manawaoro. Por lo que me han contado algunos nativos, el capitán
Marion vino con su mujer y sus tres hijos. Entre éstos había una niña que en su
lengua los indígenas llamaban Miki. Miki tuvo el capricho de lograr algunos
pescados, Marion había desembarcado en un lugar llamado Terawiti. Allí taló
árboles para la arboladura de sus navíos. El jefe del lugar, llamado Arahui, no sé
por qué razones puso trabas a la realización de la obra, y el capitán lo hizo
encadenar; irritado, el cacique concibió entonces el proyecto de matar al capitán

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Marion, y lo ejecutó de acuerdo con uno de los suyos llamado Kurikuri. Los
indígenas conservan aún un canto que compusieron en ocasión de la matanza del
capitán francés; es este:
Victoria, oh Miki,
Naura, o miki
es el (último)suspiro
o tangi ki te ika
después del pescado.
mate ai Marion
Marion ha muerto.
Kurikuri i hereherei
Kurikuri ha sido encadenado
hangareka i arahui
por la astucia de Arahui
i mate ai Marion
ha muerto Marion.
Vuelvo, Muy Reverendo P. Superior, a reanudar el relato de mis
ocupaciones. Actualmente hago frecuentes visitas a un prisionero. Se trata de un
desgraciado indígena que ha asesinado a un inglés y que está encarcelado a la
espera de su sentencia de muerte. En la primera entrevista que tuve con él le
presenté las razones que tenía de poder morir en el seno de la Iglesia católica, pues
en el pasado había recibido adoctrinamiento por parte de dos herejes. Me contestó
que no habiendo sido malvado sino con los herejes, estaba dispuesto a hacerse
católico. Cuando le instruía sobre las principales verdades de la religión, al
hablarle del infierno como su obligada morada, le dije que sólo de él dependía
evitar el infierno e ir al cielo, si se preparaba para recibir la gracia del bautismo.
Después de mi primera visita, un ministro protestante fue a visitar al prisionero;
pero, según cuenta el carcelero, el encarcelado ni se dignó siquiera responderle.
Un caso más que le dará ocasión de bendecir la Providencia. Hace poco fui
a prestar ayuda a nuestro establecimiento de Wangaroa; es un viaje de un día, este
se hace habitualmente por mar y casi sin peligro de ninguna clase, sobre todo
cuando el mar está tranquilo. Después de haber quedado muy edificado por el
régimen de pobreza de los Padres de Wangaroa y de su modesta vivienda, que me
recordaba a Nazaret, volví hacia la Bahía de las Islas, pero me encontré con un
mar furioso. No pudiendo volver sobre mis pasos por causa de los vientos
contrarios, y no pudiendo resistir la violencia de las olas una barquilla tan frágil,
dirigí la embarcación hacia la orilla. Pero el bote estaba ya lleno de agua aún lejos
de la orilla; con un esfuerzo redoblado conseguí, junto con dos marineros que me
acompañaban, alcanzar la costa a pesar de la furia de las olas. Allí pasé la noche en
una cabaña indígena, abandonada desde hacía mucho tiempo y convertida en
guarida de lagartijas. Estos inoportunos animales molestaron nuestro reposo con
sus gritos agudos y con su prodigiosa cantidad; pero el mal tiempo nos llevó a
preferir la compañía de las lagartijas a las injurias del viento.
Al día siguiente, como el mar parecía apacible, nos embarcamos de nuevo;
pero apenas nos alejamos un poco de la costa, el mar y el viento se volvieron contra
nosotros; nos vimos obligados, por desgracia, a pasar de largo el puerto de la Bahía
de las Islas, empujados hacia el sur. Ya era de noche; redoblamos esfuerzos por
ganar tierra, pero no divisamos sino rocas contra las que corríamos el riesgo de
estrellarnos; así que pasamos la noche en el mar, ateridos de frío. Al día siguiente,
a fuerza de remos, conseguimos llegar a tierra y allí, en un lugar abandonado y
desierto...

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De nuevo nos encontramos al P. Servant en Hokianga. Nos cuenta su trabajo apostólico que
sin lugar a dudas es muy intenso. Podemos imaginárnoslo de un sitio para otro explicando el
catecismo. Tratando de llevar el mensaje como un verdadero misionero.

En la última parte de la carta, sube imaginariamente al púlpito, para como en sus tiempos del
Hermitage, darle un sermón a los buenos Hermanos que en este lugar conoció cinco años antes. Es
una espiritualidad del sufrimiento y de la negación de sí, muy acorde con lo que se vivía en aquellos
tiempos de mediados del siglo XIX.

La carta nunca le llegó a Marcelino, pues había muerto casi un año antes. Las noticias a esos
lugares tan alejados de Francia tardaban, como ya hemos visto, mucho en llegar.

Hokianga, Nueva Zelanda, 29 de mayo de 1841


Al Rdo. P. Champagnat, Superior de los Hermanos de María
Reverendo y estimado Superior:
Como miembros de la familia de María, nos amamos sin vernos y hasta sin
conocernos; ni la diferencia de los tiempos ni la lejanía de los lugares podrían
constituir un impedimento para la caridad que nos une. ¡Quam bonum et quam
jucundum habitare fratres in unum!
Conozco, Rdo. Padre, cuánto interés pone en nuestra misión, y estoy seguro
que recibirá con agrado los pequeños detalles que el poco tiempo disponible me
permite contarle hoy.
Aunque los indígenas en sus relaciones con los blancos empiezan a perder
un poco de su carácter primitivo, aún dejan entrever rasgos de una admirable
simplicidad. Me decía un día un jefe, para probarme la necesidad de entrevistarlo
a menudo con el fin de instruirlo: Cuando rezo no sé decirle a Dios sino estas
palabras: ¡Oh Dios mío!, no sé decirte otra cosa sino que te amo, en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Nuestros nativos, al menos la mayoría, han recibido ya alguna explicación
sobre los mandamientos de Dios. La primera vez que se les dio un tanto
detenidamente las leyes divinas, algunos de entre ellos dijeron que las encontraban
en total concordancia con la razón. No sabría decidir, poniendo en comparación a
los europeos, al menos a un cierto número, con los pobres maoríes, sobre quiénes
son más fieles en practicar los mandamientos de Dios.
La anécdota siguiente ilustrará mi razonamiento. Habiendo un europeo
solicitado a un neófito que convenciera a una de sus hermanas consintiera a una
mala acción, fue en busca de su librito de oraciones y mostrándoselo exclamó: Yo
creo en Dios, y aunque tú me dieras todos los bienes del mundo yo no consentiría
en ofenderlo.
Hace algún tiempo, como estaban reunidos algunos nativos y hacían
reflexiones acerca de su fragilidad, no teniendo aún conocimiento del sacramento
de la penitencia, me preguntaron si no había algún medio de levantarse para quien
habría caído después de su bautismo. Les respondí que N. S. Jesucristo había
instituido el sacramento de la penitencia para perdonar los pecados cometidos
después del bautismo; recibieron mi contestación con gran alegría. Por otra parte,

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parece que la confesión no será una carga para ellos; no les cuesta más confesar
sus faltas en público que en particular. Una buena cantidad de neófitos se ha
acercado ya al sacramento de la penitencia. Estando instruyendo a un joven sobre
dicho sacramento, como le decía que era necesario declarar al menos las faltas
mortales, me replicó ingenuamente que no había cometido pecados grandes; luego
me preguntó si la confesión era una cosa buena, y tras mi respuesta afirmativa
quiso enseguida ponerla en ejecución; le hice observar que era mejor esperar a que
tuviera más instrucción.
Los objetos de culto agradan mucho a los indígenas; tienen gusto por las
cruces, las medallas y los rosarios; a menudo nos hacen pedidos de estos objetos.
Un día una mujer me solicitaba mi propio rosario, y ante la negativa me replicó:
Tú me predicas el despego del corazón de las cosas de este mundo, ¡y tú estás
apegado a tu rosario! Nos hacen también toda clase de consultas hasta en las cosas
más insignificantes; unos nos preguntan si en caso de guerra no podrían llevar con
ellos los huesos de sus padres; otros si pueden hacer cocer sus alimentos el domingo
(la herejía 7 tacha de falta grave el preparar su comida en dicho día); otros,
cuando han desmalezado un "atamira" en el cementerio en el lugar en que han
reposado los huesos de sus antepasados, nos invitan a visitar las tumbas y rezar
algunas oraciones para expulsar a sus antiguos dioses, que ellos ya llaman
demonios.
¡Oh!,¡ Que amables son esos pobres indígenas cuando se han convertido al
Señor! Nosotros los amamos, pero ellos a su vez saben devolvernos amor. He aquí
una pequeña muestra de ello: Encontrándome un día en un sitio tupido de
helechos, me asignaron dos niñas para acompañarme. Dichas niñas hacían grandes
y penosos esfuerzos para atravesar la maleza y hasta se tendían a todo lo largo
para abrirme camino, y cuando pude dominar un sitio escarpado, una de ella
exclamó: ¡Ah!,¡mi corazón está vivo!
Rdo. y estimado Padre, tendría aún muchas anécdotas que contarle, pero
quiero reservar el espacio que me queda para dirigir algunas palabras a nuestros
buenos Hermanos.
Estimadísimos hermanos en Jesucristo, ¡que la paz del Señor esté con
nosotros! ¡Que dichosos somos por ser hijos de Dios! Dios es nuestra vida, y cuando
morimos a nosotros mismos vivimos en él. ¡Qué honor para nosotros haber
abandonado los bienes de la tierra! Pero,¿qué digo? ¿Qué hemos dejado? Teniendo
a Dios lo tenemos todo: él es el único bien y el que los contiene todos. ¡Ah, ojalá
podamos vivir y morir en él!. Ojalá podamos decir en lo más íntimo de nuestro
corazón: Oh, Dios mío, entrego mi alma y mi cuerpo a tu divino servicio; estoy
dispuesto a cumplir todo lo que le complazca a tu divina voluntad aún cuando sea
necesario caminar por la vía del sufrimiento y de las humillaciones.¿No es acaso la
vida una pesada carga para quien no ama a Dios? ¿Por qué inquietarnos en esta
vida? Dejemos actuar a la bondadosa Providencia; cuanto más amemos a Dios,
más pondrá su mirada sobre nosotros y facilitará nuestra salvación.
Muy apreciados Hermanos, si desean llegar a ser santos, permanezcan
junto a la cruz de Jesús; tomen dicha cruz como consolación; rueguen al divino
Maestro cree en ustedes un corazón puro y renueve radicalmente su alma,
introduzca en ella un espíritu recto y arranque el corazón de pecado. Vayamos al
Señor que nos llama; vayamos a él confiando en la pura misericordia. Si nos

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supiéramos aprovechar bien de su gracia, adquiriríamos en todo momento bienes
incontables. ¡Animo, pues! La lucha dura poco tiempo y el triunfo en cambio es
eterna. ¡Ah!,ojalá pudiéramos amarlo tanto cuanto él desea ser amado, y cuanto
nosotros deseamos amarlo! Todo debe ser indiferente para nosotros, salvo el amor
de Dios y la esperanza de poseerlo un día. Carísimos hermanos, vuelvo a mi
primera idea: muramos a nosotros mismos para vivir en Dios. Que él sea nuestro
único sostén. Si tenemos que combatir contra los enemigos de la salvación, él
combatirá con nosotros puesto que combatimos por él. Si tenemos que sufrir, él
estará en nosotros puesto que sufriremos por él. Vivamos y muramos por Jesús ya
que él ha vivido y ha muerto por nosotros.¡Que la paz del Señor esté siempre con
ustedes!
Les ruego tengan para mí un recuerdo en sus oraciones. Los Padres Besson
y Matricon tendrán a bien recibir con mis palabras la expresión de mis más
íntimos afectos.
SERVANT, Misionero apostólico
Años más tarde, el P. Servant es mandado a Futuna a reemplazar al P. Chanel, que ha sido
asesinado. Desde allí escribe una cariñosa carta al Hermano Francisco, en la que expresa su alegría
por las noticias que le ha dado, por otra parte muestra su afecto hacia el Hermano Francisco y a los
Hermanos que viven en el Hermitage.

Llama la atención, que en la carta hable de la unión íntima entre las ramas de la Sociedad de
María. Esto viene a probar, una vez más, que durante mucho tiempo, tanto los Padres como los
Hermanos veían a la Sociedad de María como una sola cosa. Sin lugar dudas esta visión repercutió
mucho en el trato que recibían los Hermanos que estaban en las misiones

Futuna, reina de los mártires 20 de julio de 1846


Al muy honrado Hermano Francisco director general de los Hermanitos de
María.
Muy honrado y querido Hermano:
Su carta del 11 de septiembre de 1844, me ha llegado, gracias a Dios, la he
leído y releído con un placer inexplicable. ¡Cómo se desea en estos parajes alejados
recibir noticias de los antiguos amigos. Su recuerdo y el de los buenos Hermanos
del Hermitage no se borrará jamás de mi corazón. No estoy asombrado que
ustedes formen parte de nuestra alegría en los trabajos con los que Dios gusta
bendecirnos.
Estamos íntimamente unidos por los lazos de una misma sociedad y estos
lazos son indisolubles, sí, alegrémonos de este acuerdo, pues trabajamos de
acuerdo, cultivando una porción del campo que el padre de familia nos ha
confiado, “ quam bonum et jucundum habitare fratres in unum....” .

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El Hermano Michel Colombon formó parte, como ya hemos visto, del
primer grupo que salió para Oceanía. Había nacido en enero de 1812 en
Mottier, cantón de La Cote Saint-André. Fue admitido al Hermitage el 30 de
agosto de 1831, tomando el habito religioso el 2 de octubre. El 7 de abril de 1834
hace sus primeros votos y los perpetuos poco antes de salir para la Polinesia. ¿
Cuál fue la formación intelectual que había recibido en el Hermitage? Puede
que supiese leer, pero no tenía gran dominio de la lengua francesa, y esto se
deduce por las cartas que se conservan escritas al P. Champagnat y al P. Epalle.
A pesar de no ser un hombre letrado, dominaba el oficio de carpintero. Sabemos
que Champagnat no valoraba sólo los conocimientos intelectuales de sus
hermanos, sino que también tenía en cuenta la fe, una sólida piedad, el amor al
trabajo, un carácter sociable. Estos elementos eran sin duda para él muy
importantes. Los tres misioneros, una vez que desembarcaron en la isla, el 10 de
enero de 1838, buscaron al Sr. Poynton, que era un colono católico irlandés, que
puso a su disposición una casa. Michel trabaja como cocinero a la vez que
aprendía la lengua nativa del país, el maorí.
Los trabajos de evangelización comenzaron sin tardar. Pronto se dieron
cuenta que estaban rodeados de muchas misiones protestantes que ejercían su
ministerio antes de que ellos llegasen.
La estadía en este primer lugar, sólo duró 6 meses pues buscaron otra
residencia en Papakawau, a donde fueron a vivir a fines del mes de junio de
1838. La actividad del Hermano Michel consistía en lograr las condiciones
necesarias para que la casa fuese cómoda y en la preparación de las comidas. El
Reverendo Williams, pastor protestante, escribe en su boletín de febrero de
1839: “... Este obispo papista y sus dos padres están llenos de actividad... vayas a
donde vayas puedes estar seguro de encontrarlos allí...” El segundo padre, no
cabe duda de que era el Hermano Michel. Esto demuestra que en un primer
momento apoyaba la actividad misionera.
El grupo marista no se quedará nada más que un año en Papakawau.
Moseñor Pompallier gracias a la ayuda financiera que le llega de Francia, tiene
la posibilidad de comprar una propiedad en Kororareka, en la Bahía de las
Islas. Allí establecerá su residencia y el centro de la misión. Monseñor le encarga
a Michel el trabajo de la construcción de los diversos edificios que van a ser
necesarios, además se debe seguir encargando de la sacristía, del jardín, de la
limpieza de la ropa...
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En marzo de 1840 acompaña a Monseñor Pompallier y al Padre Virad a
una visita pastoral a la zona de Tauranga, al sureste del lugar en el que se
encuentran.
En junio de 1840, el Hermano Michel es expulsado por Monseñor
Pompallier de la Congregación. En varias cartas, que vamos a leer más
adelante, están detalladas las acusaciones. Una de ellas, es el apego afectivo a
una familia conocida. La familia que tanto quería el Hermano Michel, parece
que era la de Thomas Poynton que había rendido grandes servicios a los
maristas. Thomas era comerciante y viajaba mucho. Su mujer Mary era mucho
más joven que él y casi de la misma edad que el Hermano Michel.
Las visitas del Hermano a la familia Poynton inquietaban mucho a
Monseñor. Se comprende que éste le llamase la atención. Pero parece que el
modo de hacer esta amonestación no fue nada paternal. Nuestro Hermano era
muy sensible, y después de los sucedido con el obispo, se desanimó un poco y
emprendió las visitas. La expulsión de la Sociedad tomada por Pompallier
parece justificable, sin que se pueda decir que existieron realmente relaciones
adúlteras entre Mary Poynton y Michel.
En cuanto a la acusación de robo, que utilizó el obispo para expulsar a
Michel , parece que las cosas no están tan claras. Este último parece que no
había tomado más que unas pequeñas cosas, ¿Esto lo unió a los otros robos
cometidos por los marineros ladrones?
Michel hace la diferencia entre apego a la misión y a la casa de la que se
ha expulsado.
A pesar de su expulsión su cercanía a la misión permanece en él. Por otra
parte, se mantiene célibe, condición que mantendrá toda la vida. El P. Epalle
guardará con él buenas relaciones.
Hay un dato interesante. Para explicar su salida de la Sociedad de María
a un ministro protestante, Michel da como razón su deseo de enseñar el
catecismo y la acción misionera más que los trabajos manuales.
Sus actividades en los años que siguen, son una prueba clara de que sigue
con sus buenas intenciones. Durante este tiempo, está en Whangaroa donde vive
cerca de la misión al principio del año 1843. El P. Bernard cuenta en una carta
escrita el 9 de marzo de 1843 las largas conversaciones tenidas con él. Michel, “
El niño prodigio del Padre Fundador”, como el P. Bernard lo llamaba, quería
vivir con un padre y tener llevar un modo de vida parecido a la vida religiosa.
En este tiempo, ¿tenía todavía conciencia de pertenecer a la Sociedad de María?
En una carta del Hermano Pierre-Marie al Hermano Francisco del 18 de abril
de 1844 le dice:
... “parece que el Hermano Michel ha vuelto a la misión, y está
actualmente con el P. Rozet que era vicario de Sain-Martin; está muy contento.
Recemos los unos por los otros para que el Buen Dios le conceda la perseverancia.
Lo he visto una vez, algún tiempo antes de volver, y me dijo que los
remordimientos le devoraban continuamente...”
Parece que Pompallier aprecia los trabajos que ha realizado desde que
salió de la Congregación y en 1844 lo nombra para la misión de Whangaroa. Por
otra parte el P. Garin, Provincial, lo nombra entre los asistentes a un retiro dado
en Mangakahia en enero de 1845. Después de este dato se pierden las pistas
sobre él.

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Gracias a las investigaciones del Hermano Edward Clisby, se puede
afirmar que hacia 1970 Michel se encontraba en Reefton en donde trabajaba
como jardinero. Murió el 14 de marzo de 1880 en esta misma ciudad y fue
enterrado con el nombre de Antonio Michel, lo que nos demuestra el recuerdo
cariñoso hacia su nombre de profesión.

Después de la visita a Tauranga, en marzo de 1840, el Hermano Michel le escribe a Champagnat


contándole sus experiencias del viaje. Esta carta nunca llegó a las manos de Marcelino, pues unos
días después entregaba su alma al Señor.
Guarda un gran recuerdo y cariño hacia Marcelino y hacia los Hermanitos de María.
Nuestro Hermano está contento de poder contribuir a la formación de los nativos que se
encuentran bien predispuestos.
Al final expresa su contento y agradecimiento con la siguiente frase: “ Muy Reverendo Padre,
agradezco todos los días al Señor por haberme dado tan bella vocación por su mediación”.

Bahía de las Islas, Nueva Zelanda 17 de mayo de 1840

Muy querido Padre:

Después de un largo tiempo deseo escribirle, pero si no lo he hecho, no ha


sido por indiferencia. El apego, el afecto, que tengo por usted y por mis queridos
cohermanos es siempre el mismo. Es más bien falta de ciencia que de olvido, debe
tener la bondad de perdonarme.

Un navío francés hace vela para el Havre, por lo tanto no puedo


desperdiciar esta ocasión para darle noticias mías. No le puedo decir muchas cosas
de las misiones en las que tengo el honor de participar, usted no las debe ignorar,
pues muchas cartas son enviadas por mis queridos misioneros, le diré que el
número de neófitos aumenta cada día, a pesar de la astucia y de los esfuerzos que
emplea la herejía para apartarlos, aunque es más o menos cierto que los
misioneros católicos están en mayor número, esto carece de importancia.

Mi último viaje ha sido en el séquito de Monseñor y del P. Viard, que ha


estado visitando muchas tribus de naturales sobre la costa sureste de esta isla cerca
del cabo Wai-Apon, aproximadamente a cien leguas de Bahía de las Islas,
residencia de Monseñor. Hemos visto muchos nativos desengañados por las
calumnias que los pretendidos misioneros les han contado contra la religión
católica, sobre todo contra Monseñor. A la llegada a las tribus muchos iban hacia él
con temor y los ojos desencajados, porque los misioneros protestantes les habían
dicho que el Obispo había venido a quitarle sus tierras; y pronto llegarían navíos
franceses que los destruirían. Algunos nativos han contado a su Grandeza lo que le
habían dicho; no ha sido difícil desengañarlos y hacerles conocer la mentira y la
falsedad. Entonces hemos visto a estos pobres salvajes unirse a otros neófitos que
son muchos y muy interesantes. Han aprendido en tres o cuatro días que hemos
estado con ellos las oraciones, y algunas otras verdades de la religión; ellos pedían
todas las oraciones. Han hecho ellos mismos las casas y la capilla en madera para
recibirles. El P. Viard sale hoy para comenzar una nueva misión en Tauranga, la

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más considerable de todas las tribus que hemos visitado. En algunos días, otra va a
comenzar en Kaipara, a dos días de marcha de Bahía de las Islas.

Muy Reverendo Padre, agradezco todos los días al Señor por haberme dado
tan bella vocación por su mediación. Por favor, no me olvide en sus fervientes
plegarias y sobre todo en el Santo Sacrificio. Todos los hermanos que estamos en
Nueva Zelanda se encuentran bien y se encomiendan a sus oraciones.

Por favor, le pido que dé mis recuerdos a los muy queridos hermanos
Francisco, Luis María, Juan María, Estanislao, etc., etc.

Conservo hacia todos mis hermanos la más tierna y más sincero afecto.
Tengo el honor de dejarle en Jesús y María.

Su muy humilde y devoto servidor:


HERMANO MICHEL

Un mes más tarde después de ser escrita esta carta, Michel era expulsado de la Congregación
por Monseñor Pompallier. Salía de Kororareka con unos cuantos efectos personales que podrían
guardarse en un pañuelo. ¿Qué había pasado?
Se conservan dos cartas acusadoras escritas en mismo día, el 31 de agosto de 1840. Una es de
Pompallier y la otra del P. Epalle. Las dos iban dirigidas a Colin.
Monseñor Pompallier, con todo lujo de detalles cuenta al P. Colin los motivos de la expulsión.
Parece que tiene una relación de “amistad” con la mujer de Poynton. Después es una persona, que por
ser joven, parece que le gusta cuidar su aparariencia, de ahí que tuviese un bote de pomada para el
cuidado de sus cabellos. La carta habla por sí sola, pero va a ser completada más adelante por la
versión del P. Epalle y por el mismo Michel Colombon.

“Ay, el Hermano Michel, joven muy sensible, muy afectuoso, demasiado


femenino en su carácter, ha caído aquí en amistades particulares que han hecho
caer sobre él mismo sospechas fuera de la casa, luego en el robo de los objetos de
la casa y en la hipocresía. Después de más de dos años, era mi cruz, porque veía
claramente que el sujeto se hundía. Lo he sorprendido muchas veces en su
pequeños gestos de cariño a los vecinos y en particular a una joven casada.
Después de haberlo sorprendido de nuevo y reprendido una y otra vez fue
severamente castigado, después amenazado de expulsión si reincidía, he mantenido
mi palabra a la primera caída, que consistía en recibir de un extranjero un
pequeño bote de pomada para los cabellos, de haberlo enviado a escondidas con
una carta a una familia a la que le tiene cariño, por decir a un niñito y a su madre,
después haber regateado un chal para comprarlo y enviarlo probablemente a la
misma persona. En fin, había escondido, entre sus cosas pañuelos de cuello, objetos
de quincallería, telas,... etc. una especie de pequeño mobiliario listo para las bodas,
y esta conducta la tenía, engañando a los padres con los que se confesaba, pues se
aprovechaba de los sacramentos como una habitual violación de sus votos e
igualmente de la justicia. Ha caído sin remedio, pues es la tercera vez que ha caído
de tan lamentable manera. Ha ido a ejercer su profesión de carpintero a cinco o
seis leguas del establecimiento...”

Por su parte el P. Epalle da su versión de las cosas. De nuevo aparecen sus afectos a una
familia, o como dice, a la mujer de esa familia. Se le acusa también de haber robado objetos de la
misión para mandárselos en calidad de regalo a la persona que le tiene afecto. Epalle también dice
“por arreglarse de una manera poco conveniente a un Hermanito de María”, de nuevo se refiere,

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como Pompallier a su gusto por ir bien presentado. No olvidemos que los Hermanos vestían de seglar.
Son las primeras reacciones después de la expulsión.

“El Hermano Michel no pertenece ya a la pequeña familia de María, ha


sido expulsado, hace más de dos meses, y después de largo tiempo merecía serlo,
pero las circunstancias y un reflejo de esperanza que las maneras empleadas se
corrigieran han empujado a Su Grandeza, Monseñor Pompallier, a retardar algo
tan penoso, pero la pasión por el robo como la del vino, no se corrige fácilmente,
sobre todo cuando el robo se hace por satisfacer una pasión más fuerte: la del
amor. Este desdichado amaba, se puede decir perdidamente, una familia. Por
hacer regalos a esta familia era por lo que quería objetos de la misión y también
por arreglarse de una manera poco conveniente para un Hermanito de María, por
no decir más. Desde que ha tenido dos establecimientos en Nueva Zelanda,
Monseñor se ha apresurado a alejarlo del centro de sus afectos, pero después de un
año, o casi un año de la separación, éstos eran tan fuertes como siempre y los
deberes de justicia y de religión no eran bien cumplidos. ¿ Podrá la Santa Virgen
sufrir en su familia semejante conducta? Y ella sabe, esta buena Madre, qué
sospechas infames y demasiado fundadas que han pesado públicamente sobre la
cabeza de este desgraciado en lo que se refiere a las costumbres. Lo que es bien
cierto, es su cariño particular por la mujer de esta familia querida.
Cuando lo he visto atravesar el umbral de la puerta al que después de largo
tiempo había atravesado el de la religión, me ahogué en sollozos El desdichado
tenía un corazón de bronce...” Más adelante añade: “ El ex-Hermano está
probablemente en Hokianga. Se sabe que ha pasado algunos días junto a su familia
querida en la que el padre está ausente. Quiera María no abandonarlo
enteramente.”

Las acusaciones contra el Hermano Michel son graves: robo, faltas contra la castidad y
desprecio a las acusaciones del obispo. Otros documentos nos van a permitir un juicio más equilibrado
sobre su comportamiento.
El 2 de noviembre de 1840, Antoine Colombon escribe desde Matahori al Padre Epalle.

“Mi querido Padre Epalle,


Enterado por el Doctor Mérike que he sido acusado de robo, no he podido
dejar de e escribirle, porque a él le parecía que usted estaba presente, en el
momento en que salía de la casa, y que usted había visto los objetos que había
llevado conmigo, en un pobre pañuelo de bolsillo, y que no podía sin duda darme
motivo de acusarme así, delante de los extranjeros, y de apenarme acusándome así.
Si he regalado alguna cosita cuando estaba en la casa, me parece que esto no le
debía llevar a acusarme así, delante de los extranjeros, porque, me parece que no
era tan extranjero como muchos marineros que usted tiene en la casa y que han
hacen mucho más que yo, y a los que usted no les hace el mismo escándalo, ni
obligó a la restitución como me ha obligado acusándome así. Esta restitución la
prolonga durante tres meses, y es más de lo que creo suficiente, para restituir las
cositas de las que estoy acusado.
Mi querido padre Epalle, no piense que al salir de la casa, he perdido el
apego a la misión. Si he obligado a monseñor a sacarme de la casa, fue con la sola
condición de que debía dejar mis votos, los que no los podían observar, después de
largo tiempo, y que me estaban preocupado mucho. Después de dejar la casa, me
he comportado mejor, justo hasta el presente y teniendo a los nativos, en las
mejores disposiciones hasta ahora. Muchos de ellos habrían vuelto a los

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misioneros, si no me hubiese quedado el domingo. Todos venían después de la
oración conmigo, y nos pasamos el resto de la jornada junta, leyendo el pequeño
libro y, haciendo cuentas. He tenido el placer de ver al P. Petit Jean en mi casa
bautizando cuatro niños que espero dentro de poco se bautizarán muchos otros.
Querido Padre Epalle, tenga la bondad de enviarme dos pizarras para
hacer escribir a los nativos y algún pequeño libro. Termino encomendándome a sus
oraciones y a las de los padres y los Hermanos que están en la casa.
Tengo el honor de ser su afectísimo
A. Colombon.”

Terminaremos con algunos pasajes de una carta que escribe el P. Servant a Colin que nos
permite apreciar la manera en la que Monseñor Pompallier había reprendido al Hermano Michel.
Parece que Monseñor era una persona colérica que de vez en cuando se dejaba llevar por el mal
humor. Cuando esto sucedía, recurría a castigos humillantes y desproporcionados.

“ La compañía de Monseñor ha sido de continuo un motivo de tristeza y de


amargura...
En Nueva Zelanda, he sentido, no sé cuantas veces, las palabras más
humillantes en las crisis de indignación, los castigos que eran algunas veces
comunes con el Hermano Michel...
En este país, es imposible que los misioneros pudiesen tener
establecimientos sin los Hermanos y lo mismo para las otras islas, pero es justo que
sean tratados como Hermanos, que las correcciones que les hacen no sean más que
una limosna espiritual para el bien de sus almas y que en consecuencia sean sabios
y prudentes, que sean proporcionales a la naturaleza y al número de sus faltas y
hechas entre nosotros y no en presencia de extranjeros y nativos; los arrebatos, las
humillaciones extraordinarias, y otras que no son ni mucho menos edificantes y
caritativas no sirven nada más que para oprimir el corazón y desanimarse. Esto se
lo he dicho en una carta con fecha 12 de octubre respecto a la conducta del
Hermano Michel, no es un motivo de desasosiego este hermano va mejor”.

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El primer católico que puso pie en Nueva Zelanda fue un colono irlandés
llamado Tomas Poynton que llegó a Hokianga en 1828. Durante más de diez años no
hubo ningún sacerdote católico en las islas. La esposa de Poynton tomó a sus dos
primeros hijos e hizo un viaje de más de dos mil kilómetros por el mar para bautizarlos
en Sydney. Gracias a las súplicas de Poynton, que pedía misioneros para que fuesen a
Nueva Zelanda, la petición llega primero a Sydney y luego a Roma.
Para hacernos una idea del rápido crecimiento de la población católica,
podemos dar las siguientes cifras. En 1840, cuando Nueva Zelanda se declaró colonia,
“Y dio el ciento por el número de colonos católicos no era mayor que 500 de
uno.” una población total de unos 5.000. Once años después
eran 3.472 de una población total de 26,707.
Según el documento pontificio Pastorale officium
del 13 de mayo de 1836, se puso bajo la jurisdicción de
Monseñor Pompallier, el Vicariato Apostólico de Oceanía
Occidental, un territorio inmenso en el que estaban
incluidas las islas Gilbert, las Marshall, las Carolinas,
Nueva Bretaña, Nueva Irlanda, Las islas del Almirante,
Nueva Caledonia y sus islas adyacentes.
El 24 de diciembre de ese mismo año, Monseñor
dejó Francia a bordo del “Delfín”. Le acompañaban 4
padres y tres hermanos maristas. Durante la travesía murió
el padre Brest.
Su primera idea era establecerse en Tonga y en
Nueva Zelanda. Pompallier había decidido comenzar su
trabajo desde el sur y desde esos dos puntos.
Una vez llegado a Valparaíso, se le presentó la ocasión de ir al norte, a las islas
Hawai, desde donde podría llegar con facilidad a las Carolinas.
El grupo se embarcó un navío americano que se llamaba “El Europa”, que hizo
escala en las Gambier y en Tahiti. En esta última isla encontraron la goleta “Raiatea” y
dejando “El Europa”, volvió al plan primitivo y se dirigió hacia Tonga. Una vez allí no
se les dio autorización para quedarse, pues el rey de las islas, que se llamaba Jorge, era
metodista. Se dio cuenta Monseñor Pompallier que era necesario desembarcar en un
lugar en el que los protestantes no se hubiesen establecido todavía. Continuando su
travesía llegaron a Wallis el día de Todos los Santos de 1837 y allí dejaron al P.

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Bataillon y al H. Joseph Xavier. Después se dirigieron con la misma intención a
Rotuma, pero al pasar por Futuna y ver la buena disposición de los nativos, dejaron allí
al P. Chanel y al H. Marie Nizier. Después no pudieron dejar a nadie en Rotuma.
Pusieron la dirección del barco hacia Nueva Zelanda, donde tenía pensado poner
el centro de su Vicariato. El 9 de diciembre llegó al puerto de Sidney. Allí fue recibido
con gran hospitalidad por Monseñor Polding. El 29 de diciembre dejó el puerto de esta
ciudad australiana para dirigirse definitivamente a Nueva Zelanda.
El 10 de enero 1838, él, con los tres primeros misioneros católicos, guiados por
un piloto indígena pasaron la barra de arena del río Hokianga y lo remontaron hasta un
lugar llamado Totara, situado en el norte-oeste de la provincia de Auckland. Plantaron
una cruz en la casa del primer colono católico, que era el jefe de una explotación de
madera.

Hokianga
Antes de Primera fundación
empezar el trabajo marista
misionero, era
necesario
encontrar una casa en la que vivir, aprender el idioma maorí, lengua hablada por los
nativos, y adaptarse a la nueva vida. Comenzaron en el área de Hokianga. Poynton, se
ofreció para construirles una casa a un precio módico, pero desde el principio dejó a la
disposición de los misioneros una de las que ya estaban construidas. El P. Servant y el
Hermano Michel acompañaron a Monseñor Pompallier en la primera casa.
El día 13 de enero, octava de la Epifanía, se celebró por primera vez la
Eucaristía en Nueva Zelanda. Era sábado, un día especial para los maristas. La
celebración de la Eucaristía fue un gran acontecimiento en Totara. Desde todas las
tribus vecinas acudieron los jefes seguidos de un gran número de indígenas. Les
llamaba la atención los ritos que el Obispo y el sacerdote celebraban revestidos de
extraños ropajes. Escribe, contando este hecho, el P. Servant en la carta del 16 de
septiembre:
“Estos, parecían poco unidos a sus ministros, de los que decían que estaban
faltos de corazón; les reprochaban que no rezaban más que con libros. Monseñor,
por los regalos que daba a los indígenas, en tabaco sobre todo, del que eran muy
codiciosos, etc. redoblaba la concurrencia. Como ofrecían como compensación
gallinas o cerdos, según la costumbre del país en el que no se daba nada por nada,
Monseñor los ha devuelto diciéndoles que él lo único que quería eran sus almas. La
alegría entonces se volvió entusiasmo: “Kapaï, kapaï”gritaban por todas partes.
Que bueno es, que bueno es.”
Este desinterés le hacía más honor al buen corazón del obispo que a su
prudencia. Utilizó estos favores para hacer que los indígenas se inclinasen más a la fe
católica, pero como podemos ver, los métodos dejan mucho que desear.

67
Bahía de las Islas
Procura de Monseñor
Pompallier
Aprovechando los primeros meses de su llegada, se
pusieron a estudiar el inglés y el maorí para entrar en
relación con los nativos de las tribus vecinas. También Pompallier se puso a estudiar la
geografía del país. Desde un comienzo de este estudio, se dio cuenta que la situación
geográfica de Hokianga no era la mejor en lo que refería a las comunicaciones con el
resto de la isla, y que en tales circunstancia era difícil que este lugar se convirtiese en el
centro de la misión. Descubrió un lugar, sobre la costa oriental, con más ventajas para
establecer el centro de la misión. Más tarde, hacia julio de 1839, el Obispo cambió el
centro de la misión a Kororareka, en la Bahía de las Islas.
En los primeros tiempos el trabajo se centró en las riberas del río Hokianga que
estaban habitadas por un buen número de tribus nativas. Pronto se dieron cuenta que en
esa zona ya trabajaban los metodistas y algunos anglicanos. A lo largo de las orillas del
río había establecidas 6 misiones metodistas. Las disputas, desde ese momento, fueron
frecuentes tanto por una como por otra parte.
El sábado 13 de enero, los naturales de Mangamouka se encontraban
atravesando Totara para ir a Mangoungou, estación principal de los ministros, para los
oficios del día siguiente. El Sr. Poynton, que los encontró,
les hizo entrar en su casa y les presentó a sus nuevos
conocidos. El obispo vio la ocasión de comenzar su
apostolado, y esto hizo que se asombrasen mucho los
naturales. Vestido de los ornamentos de fiesta, y estando sus
misioneros a su lado, comenzó con solemnidad con el aire
apacible de la mañana, llevando de una manera misteriosa
un gran crucifijo y la imagen de una mujer que tenía un
niñito en sus brazos, Poynton traducía sus palabras. y a cada
instante la sorpresa de los maoríes aumentaba. Frente a él se
Kauri
levantaba, a ciento cincuenta pies de altura, un kauri, un
pino nativo, de gran envergadura. Indicando con la vista y
con el gesto el viejo tronco, dijo que esa es la imagen de la iglesia de Roma que resistía
a tantas tempestades. Sus gruesas ramas representaban a la Iglesia de Inglaterra, y las
pequeñas ramas estropeadas, las de Wesley.
Apenas desembarcaron en Totara, la voz de alarma corrió entre los pastores
metodistas. Han llegados sacerdotes papistas, se decían los
unos a los otros. Les dijeron a los maoríes que les quitarían
sus dioses de madera, que la intención de los recién llegados
era la de apoderarse de sus tierras, que la doctrina de
Pompallier y sus misioneros, eran de horror y de malicia.
Algunos días más tarde, el 22 de enero, cuando
amanecía, se oyeron gritos, las gentes de Mangamouka se

68

Anciano maorí
detuvieron delante de la casa del Vicario Apostólico. Eran las seis. Los misioneros
estaban haciendo sus oraciones. Al oír el ruido el Hermano Michel fue a abrir creyendo
que era una visita amigable, y se encontró a los nativos sentados en semicírculo, serían
unos 20 ó 30. Avisó al prelado que salió a su encuentro con una amplia sonrisa. Pero
éstos tenían una actitud seria. La situación era difícil, pues no podía expresarse en su
lengua. Gracias a Dios, el fiel Poynton acudió en su ayuda, y comenzó a hablar con los
maoríes. Cuando se acercó el irlandés al grupo el jefe se levantó. A partir de ese
momento se produjo una acalorada discusión. Esto duró alrededor de una hora. Durante
este tiempo el obispo volvió a la casa. A las siete, Poynton fue a la casa para decirle, que
a pesar que se habían vivido momentos muy peligrosos, había ganado a los indígenas
para la causa católica.
El P. Servant nos cuenta:
“ He estado realmente sorprendido al sentir tan poco temor en estas
circunstancias tan críticas, Hemos experimentado claramente la verdad de la
promesa que Jesucristo ha hecho a sus discípulos en tiempos de persecución. ¡Que
nuestra Madre del cielo se digne acabar la obra! Cambiados instantáneamente en
corderos, las gentes de Mangamouka entraron confusos detrás de Monseñor, que
no regateó ni demostraciones de amistad ni regalos”.
Después de un tiempo intenso de estudio, decidió hacer la primera visita
apostólica a los irlandeses que vivían a lo largo de las riberas del río Hokianga, pero al
mismo tiempo quería entrar en contacto con las tribus que encontrase a su lado.
Tomando con él al P. Servant y al Hermano Michel, y acompañados de un intérprete,
descendieron la corriente del río, yendo a buscar a las familias de los blancos que desde
un primer momento le habían sido fieles.
Entre las tribus, había una a la que tenía preferencia, era la de Wirinaki. En ésta
vivían cerca de 200 guerreros. El
recibimiento fue cordial. Se
reunieron en torno al obispo en el
centro del “pa”. Después
escucharon con atención las
palabras que les dirigió. La noche
caía. Sólo se escuchaba a
Pompallier predicar. Se hizo tarde
para volver a Totara. Se tuvieron
Poblado maorí que quedar a dormir en una de sus
pequeñas y estrechas casas. A la
mañana siguiente le pidieron que se quedase más tiempo, pero se excusó diciendo que
necesitaba volver a Totara para seguir estudiando el idioma. Les prometió no obstante
que mandaría Padres para atenderlos. También les dijo que tenía pensado poner su
residencia episcopal cerca de ellos. En efecto, a unos 15 kilómetros de Totara, en un
lugar llamado Papakaouwaou, el Sr. Poynton recibió la orden de construir la residencia
episcopal, sobre un terreno que éste había donado a la misión.
En el mes de junio de este mismo año 38, Pompallier ya se creía capaz de hablar
sin intérprete, tan solo 6 meses después de llegado a Nueva Zelanda. Fijó el día 29 de
ese mes, festividad de San Pedro y San Pablo, para la inauguración de la nueva
residencia.
La víspera, el jefe de Warinaki y algunos de las tribus vecinas, acompañados de
sus súbditos se unieron a los católicos europeos, y formando una pequeña flotilla de
embarcaciones bajaron la corriente del río. Al llegar a la orilla y poner pie en tierra
firme, comenzó una procesión hacia la nueva residencia. Al entrar el Obispo al lugar

69
destinado para capilla tomó en sus manos una estatua de María y la puso sobre un trono,
y la proclamó Reina de Nueva Zelanda. Después celebró una Eucaristía, en la que
después del Evangelio tomó la palabra, y por primera vez en lengua maorí, les explicó
las principales verdades de la fe.
Desde la misión católica de Santa María de Papakaouwaou, tanto el Obispo
como el Padre comenzaron a hacer diversas visitas apostólicas. El primer indígena
bautizado se llamaba Tiro, y se le dio el nombre de Gregorio en honor al Papa.
Como hemos escrito antes, la misión de Hokianga por su situación geográfica ofrecía
muy malas comunicaciones, por lo que se pensó cambiar a Bahía de las Islas.
Cerrada por norte por el cabo Wiwiki y al sur por cabo Brest, Bahia de las Islas

Grabado de Bahía de las Islas

presentaba una semi-circunferencia de unas 10 millas de apertura, lo que permitía que se


formase un puerto natural, buen refugio a los barcos. En esta bahía había unas cien islas
o islotes. Kororareka, dentro de la bahía, era una de los lugares en los que con más
frecuencia fondeaban los barcos. El Vicario Apostólico deseaba trasladarse a este lugar
desde donde podría dirigir mejor la misión, pero después de los primeros frutos en el
trabajo con los indígenas del valle de Hokianga le costaba abandonarlos. Por otra parte,
eran tan sólo tres en este inmenso apostolado, por lo que se decidió a pedirle al P. Colin
nuevos misioneros.
Una vez llegada la petición a Francia, se hicieron los preparativos para un
segundo envío. Los Hermanos Elie-Regis, Florentin y Marie- Augustin, fueron elegidos
para ir a Nueva Zelanda.
El segundo grupo de misioneros maristas salió del puerto de Burdeos el 9 de
septiembre de 1838, el 19 de octubre llegaron a la línea del Ecuador, y tuvo lugar en el
barco, como era costumbre, una simpática ceremonia de bautizo para los que lo pasaban
por primera vez. El 12 de diciembre, después de haber doblado el Cabo de Hornos,
llegaron a Valparaíso, donde fueron acogidos con mucho cariño por los Padres de
Picpus, como ya lo hicieron con Pompallier y sus compañeros. A Futuna llegaron el 8 de
mayo de 1839. Sabemos por lo que cuenta el P. Servant que desembarcaron en Nueva
Zelanda hacia el mes de junio, porque el P. Baty toma rápidamente la dirección de la
misión de Hokianga en este mes.
En julio de 1839 se hace el traslado al segundo puesto de misión en Kororareka,
que en adelante sería el centro base de las misiones católicas en Nueva Zelanda. Desde
estas dos misiones se hacían giras periódicas de evangelización a las tribus vecinas.
Más tarde, una vez instalados en Kororareka, se comenzaron a pensar en hacer
una visita para Bahía de la Abundancia, más al sur. Esta idea era debida, en cierta
medida, a la presencia en Kororareka de un nativo maorí de estas tierras, que estaba
dispuesto a ponerlos en contacto con los jefes de esta zona. El joven se apegó al
Obispo y expresó el deseo de hacerse católico, al mismo tiempo comenzó a trabajar

70
como catequista y era conocido como Romano. El nuevo convertido escribió a su
familia y despertó su interés. Después de esto, Pompallier recibió cartas en las que los
jefes de la Bahía de la Abundancia le pedían una visita.
Ya en Hokianga, el obispo y sus acompañantes, habían conocido a los
protestantes. A lo largo de las orillas del río, había establecidas 6 misiones metodistas.
En Tauranga, uno de los lugares más importantes
de la Bahía de la Abundancia, vivía el Reverendo
Brown, que se había establecido después de algunas
visitas previas en enero de 1838. Al enterarse que
los católicos tenían pensado también trabajar en la
zona, consideró esto como una intromisión, y
escribió una carta a James Busby, Gobernador
británico en la Bahía de Islas. Se quejaba de que
un sacerdote había sido enviado para fundar una
misión en Opotiki. Ante semejante situación,
mandó a su ayudante Wilson, para reforzar la
misión protestante de Opotiki, aunque el Sr.
John Wesley,fundador
Marsh, un maestro nativo. ya estaba allí. Cuando
de los metodistas
Brown estaba en Maungatapu, el jefe principal le
dijo que había mandado una invitación al Obispo.
El jefe seguramente fue presionado por los colonos católicos que vivían en la zona.
Había un comerciante muy conocido que se llamaba Tapsell, que había permitido a su
esposa y a sus hijos hacerse católicos aunque él seguía siendo luterano.
El 30 de enero de 1840 Brown fue informado que el Obispo, iba a poner a
"varios sacerdotes" en Tauranga y parecía que los nativos estaban contentos con esta
posibilidad. El domingo, 2 febrero, el pastor notó que cuando los servicios comenzaron
en el templo protestante de Otumoetai, una campanilla comenzó a sonar y un grupo se
reunió para leer las oraciones católicas que habían recibido el miércoles anterior. Esto
hizo creer al pastor que los sacerdotes católicos eran muchos más que los que había en
realidad. Lo que verdaderamente pasaba era muy simple, sólo se mandaron algunas
oraciones por medio de los conocidos de Romano. Los indígenas esperaban con
impaciencia, desde hacía tiempo, la visita de Pompallier. En enero de 1840, los jefes
del distrito de Tauranga escribieron al Obispo para pedirle una confirmación de su
visita.
En el mes de febrero el Obispo contrató una goleta pequeña y salió para
Tauranga. Una tormenta obligó al barco a devolver a la Bahía y sólo tres días después
pudieron de nuevo, hacerse a la mar. El P. Virad, que había llegado en el mes de
diciembre, y Hermano Michel acompañaron al Obispo junto con Romano. Llegaron a
Tauranga el 7 de marzo.
La primera tribu que visitaron fue la de Tupaea en Otumoetai. Cuando vieron
que por fin que el Obispo había llegado, le dieron una bienvenida tumultuosa. Tuvo la
oportunidad de dirigirse a los maoríes congregados. El día siguiente, domingo, el
Obispo celebró la Misa ante una muchedumbre cercana al centenar y les habló en maorí
idioma que comenzaba a dominar. Brown también estaba en Otumoetai el mismo día y
nos ha dejado un relato interesante de su reunión con el Obispo. Describe la
preparación para Misa de una manera ridícula y añade:
"Me volví... y me encontré al Obispo católico romano que me saludó muy
cortésmente y me preguntó que si era colono. No, contesté, soy misionero
protestante. Dijo que estaba visitando Tauranga por invitación de los jefes. Comenté
que era nuestro deber oponernos, pero no con las armas carnales, sino con la palabra

71
de Dios. Usted quiere decir la traducción inglesa de ella, agregó... No esperó la
contestación, pero diciendo que los nativos lo estaban esperando, se retiró y se
dispuso a celebrar la Misa.”
Durante su visita el Obispo fue trasportado por canoa a Maungatapu, Motuhoa,
y Matakana donde de nuevo, grandes muchedumbres se encontraron para oírlo.
Muchos expresaron el deseo de ser instruidos en la fe católica y el Obispo estaba muy
ocupado. Se les repartieron a los nativos libros de oración y un Catecismo corto. Les
llegaron invitaciones para que visitaran Matamata y Waikato, para la fiesta. Cinco
jefes lo escoltaron a Matamata que tenía en aquellos tiempos una población de unos
quinientos a seiscientos habitantes.
Previamente el Obispo había estimado la población maorí en el área de
Tauranga de alrededor de mil quinientos habitantes. Pasó una semana en Matamata
donde un gran número de personas expresó su deseo para ser instruido. El tiempo no
permitió una visita lleva más al interior de la isla y el Obispo se volvió a Otumoetai.

Bahía de la Abundancia
Lugar de expansión de las primeras
misiones maristas

El Padre Viard continuó lo que había comenzado Pompallier y los maoríes le


rogaron para que se quedase con ellos. El Obispo estuvo de acuerdo pues tenía
facilidad para el maorí. Esta primera visita al distrito de Tauranga duró hasta 22
marzo, cuando el Obispo y sus compañeros salieron con la goleta para el Puerto de
Ohiwa a unas cinco horas de navegación de Opotiki.
Por esa época se firmó el famoso Tratado de Waitangi. El Obispo fue invitado a
las deliberaciones previas. Cuando se le dio la palabra se expresó en el sentido de que
los nativos eran los que tenían que decidir y que él no podía añadir nada.
En Opotiki, como iban con Romano, recibieron una calurosa acogida. Como
había sucedido en los demás lugares, Monseñor Pompallier pasaba los días y las noches
instruyendo a la gente. En aquella época, por las leyes maoríes orales, estaba prohibido
vender terrenos, pues eran comunes. Pero como hubo bastantes nativos que expresaron
su deseo de abrazar la fe católica, los jefes decidieron donar un terreno para la
construcción de la misión.
Al retorno con la goleta a Ohiwa, el Obispo se reunió con una comisión de jefes

72
del interior, de Whakatane, que pidieron una visita. Otros mensajeros llegaron de las
llanuras Orientales, de Tarakeko (Mahia), Rotorua y Taupo. Había sólo tiempo de
visitar la línea costera más cercana,
pero para aquellos que deseaban
recibir instrucción, se les prometió un
misionero cuando hubiese uno
disponible. En Whakatane, el Obispo
se encontró con Tautari, un viejo
guerrero muy respetado y muchos de
su tribu lo siguieron queriéndose
preparar para el bautismo. Aquí
también, gente de Rotorua buscó al
Obispo. Al romperse el timón, se
produjo un retraso de quince días
sobre los planes previstos. Se volvió a
visitar Tauranga antes del retorno a
Bahía de las Islas, y ya volviendo, se
visitó la Península de Coromandel.
Esta primera visita desde la
Bahía de la Abundancia de Tauranga,
hasta la Bahía de Ghick había dado
unos frutos, siempre según
estimaciones de Pompallier, de por lo
menos cinco mil catecúmenos,
mientras un número más grande
todavía había expresado el deseo de prepararse para ser bautizados. El problema era
lograr sacerdotes y recursos para establecer una nuevas misiones.
En junio, el Obispo pudo cumplir su promesa a las personas de Tauranga y el P.
Viard y Romano fueron enviados a residir permanentemente en el área. El lugar
central para la misión era Otumoetai.
En julio, Pompallier decidió hacer otra visita, pero viajar por Nueva Zelanda
era imposible sin un barco que pudiese utilizar a voluntad. La goleta "Atlas" se compró
por unas 1.400 libras y se la renombró la" Sancta María”.
Salió para la Península de Bank en septiembre y fue al sur a Otago. Al volver
se detuvo en Nicholson. Llevaba ya seis meses fuera de la Procura de Bahía de las Islas,
les dejó un suministro de libros a los católicos que encontró allí y la promesa de un
sacerdote cuando se pudiese.
Seguramente en marzo de 1841, cuando el Viard era Vicario General del
Obispo y fue reemplazado en Otumoetai por el P. Pezant, el “pequeño Virad” como le
gustaba llamarlo Pompallier, acompañó al obispo al sur. Para ese tiempo, gracias al
esfuerzo de Virad, la misión de Otumoetai había hecho grandes progresos.
En julio de ese mismo año, la llegada de más sacerdotes de Europa, permitió el
envío de nuevos misioneros a las tribus que lo habían pedido. Se pidieron misioneros
desde Auckland, Waiheke y Coromandel. Al llegar a Tauranga, el Obispo y su
acompañante, el P. Virad muy querido por la gente, fueron recibidos con arcos
triunfales y salvas de fusilería. Después de algunos días de estadía en Tauranga, el
Obispo salió para Maketu donde puso al P. Borjon y al Hermano Justin dando
cumplimiento a la promesa que había hecho al jefe maorí Tangaroa que había ido hasta
Kororareka para asegurarse, después mucho tiempo, que iban a ir misioneros a su tribu.
En poco tiempo se construyó una casa y un templo para el culto. Se celebró con gran

73
solemnidad el matrimonio católico de Tangaroa con su esposa así como también el
matrimonio de Phillip Tapsell, un colono, con Hine-i-turana. El P. Seon fue enviado
por el Obispo a Matamata. Esta vez sí se pudo visitar Rotorua. La atención a este
poblado estaba asegurada por el P. Borjon desde Maketu. A su retorno a Tauranga
donde la" Sancta María" echó el ancla, el Obispo pensó fundar misiones en
Whakatane y Opotiki, En este último lugar dejó al P. Rozat. El padre Baty se quedó en
Mahia, para continuar el trabajo que se había hecho un año antes. Ya estaba preparada
la casa en la que iba a vivir.
El martirio del P. Chanel en la pequeña isla de Futuna fue una indicación que
para 1841 no todo iba bien en Oceanía. El Obispo Pompallier
había dividido el primer grupo de misioneros Maristas en dos
zonas: Wallis y Futuna en el área central y Nueva Zelanda en
el lejano sur-oeste. Las 1500 millas de distancia que las
separaba jugó una parte importante en atrasar el pronto
retorno de Pompallier a Futuna, un aplazamiento que sin
lugar a dudas contribuyó a la muerte del protomártir. El
aislamiento que tuvieron que sufrir el P. Chanel y el Hermano
Marie Nizier fue muy intenso, sobre todo por el
desconocimiento de la lengua de los nativos al principio, y
después por la falta de atención por parte del rey a la hora de El P. Chanel
darles la comida que necesitaban. El contacto con Pompallier
en Nueva Zelanda era inexistente y la permanencia en Futuna, sólo se podía entender
por una fuerte fe alimentada por las ganas misioneras de dar a conocer a Jesús y su
mensaje.
Para terminar podemos resumir un informe que hizo Monseñor Pompallier para
Roma. Así estaba la situación de las misiones en Nueva Zelanda:
Tauranga: Esta misión tenía estaciones en Otumoetai, Maungatapu, Motuhoa y
Matakana todas con capillas nativas. Había también estaciones misioneras en
Kopunihinoroku y en la isla de Tuhua, El sacerdote vivía principalmente en Otumoetai
y se veía muy necesario un barco al servicio de la misión.
Maketu: Esta misión incluía los poblados de Okau, Hinekura, Te Ngae,
Ohinemutu (cinco tribus), Mokoia y Rotokakai (siete tribus). Taupo también se visitaba
de vez en cuando. También se veía la necesidad de un barco para el trabajo misionero.
El distrito de Rotorua pedía con insistencia la presencia de un misionero.
Opotiki: desde aquí, el misionero atendía el distrito a lo largo del río Waioeka
entraba hasta el área de Tuhoe, Whakatane con tres tribus, Ohiwa y Maraenui. Incluso
el P. Baty llegaba al lejano lago Waikaremoana. Mantenía igualmente contactos
esporádicos con Mahia.
Matamata: El Obispo tuvo que abandonar la idea original de dejar P. Seon en
Matamata y tuvo que vivir a una jornada de esta población. Y se esperaba que los
sacerdotes de Tauranga hicieran lo que pudieron para atender la inmensa extensa región
de Matamata.
Surgieron más problemas. Pompallier pronto mostró
una inclinación de ser derrochador con el dinero. Para
procurar conversiones rápidas derrochó regalos a los
maoríes, llevó la administración de la casa a gran escala,
imprimió catecismos de calidad irrisoria, y adquirió una
goleta que pronto vino a ser refugio de vividores.
Pompallier esperaba que Colin cubriera los gastos o los
presentara a sus amigos en la Propagación de la Fe. Ese no

74

Monseñor Pompallier
fue el peor dilema para Colin. Era bien consciente que la aprobación de la Sociedad
estaba basada en su disponibilidad para enviar misioneros. Pero estos hombres también
eran religiosos con la expectativa de una vida comunitaria. Desde que Pompallier abrió
muchos puestos de misión y empleó su autoridad episcopal para enviar a los Maristas
al aislamiento, Colin tuvo que hacer un profundo examen de conciencia para llegar a
un modus operandi para con sus Maristas en lo relativo a su vida religiosa.
Ciertamente que Colin tenía muy buen prestigio con los responsables para la
distribución de los fondos misioneros. Él se las arregló para presentar números y
hechos teniendo como resultado que las Misiones fueron premiadas con aportaciones
que siempre iban en aumento. Colin también pidió a los misioneros en el Pacifico el
escribir a la Propagación de la Fe y el enviar a Francia artesanías para ayudar a la
Asociación en sus campañas de colectas. Tampoco se oponía a que algunas de las
cartas de los misioneros fueran "maquilladas" para hacerlas más atractivas al público
lector.
Aunque Colin podía aguantar las constantes peticiones por parte de Pompallier
de más ayudas económicas, tampoco podía rechazar las quejas de peso en contra del
Prelado y que procedían de los misioneros Maristas. Colin era consciente de la
tendencia de Pompallier de ser infundado y dictador. Las cartas de queja sobre los
modos imperiales y faltos de relación de Pompallier para con sus misioneros por fin
obligaron al Superior General a actuar. En el mes de marzo de 1842 Colin se dirigió al
Cardenal Fransoni, jefe de la Congregación de la Propagación de la Fe. Fransoni tuvo
que sopesar la evidencia de ambas partes, pues por su parte Pompallier afirmaba que
Colin lo había abandonado al no enviar suficientes misioneros. La decisión de Fransoni
fue clara”: Muéstrese como un padre y como compañero, no como superior" en
substancia esta fue su admonición a Pompallier. También hubo golpes igualmente
delatores sobre consultas, planeación y finanzas
En este año llegaron 9 misioneros y, a partir de ese momento, se abrieron los
puestos de misión de Whangaroa, Kaipara y Tauranga. Y uno más en la isla del Sur
en Akaroa.
En 1841 eran 164 las tribus nativas que habían sido visitadas por los misioneros
y había unos 45.000 catecúmenos, aunque los que habían sido bautizados tan sólo
llegaban a unos mil.

75
Oceanía Central y
Occidental.
En los archipiélagos
subrayados había
maristas

Al principio de 1838, la misión marista de Oceanía estaba dividida en dos


grupos:
Los de Futuna-Wallis por un lado y, el de Nueva Zelanda por otro. Entre los
dos, la distancia era de más de 2.500 kilómetros. Monseñor Pompallier que había
prometido volver a Wallis y a Futuna después de 6 meses, no podrá ir hasta finales de
1841. Esta tardanza dramática pondrá en una situación muy difícil a los misioneros y
seguramente será una de las causas de la muerte del P. Chanel.
Visto esto, se vio bien pronto la necesidad de la división del Vicariato primitivo.
El P. Colin en un informe de 26 de mayo de 1842 propone
la creación de los siguientes Vicariatos: 1) Nueva Zelanda;
2) Wallis, Futuna, Tonga, Samoa, Fidji; 3) Nueva
Caledonia, Nuevas Hébridas, Islas Salomón; 4) Nueva
Guinea, Nueva Irlanda y Nueva Bretaña; 5) Las Carolinas.
En la práctica el 23 de agosto de 1842 se creará el
Vicariato de Oceanía Central que comprenderá Wallis,
Futuna, Tonga, Samoa, Fidji y Nueva Caledonia. Su obispo
sería Monseñor Bataillon, se le dará un coadjutor en la
persona del Monseñor Douarre, con el cuidado especial de
Nueva Caledonia. Es el principio de un Vicariato autónomo Monseñor Bataillon
para Nueva Caledonia que será creado el 13 de julio de
1847. Por fin el 19 de julio de 1844, se crearán dos Vicariatos: el de Micronesia, que
comprendía las islas del norte del Ecuador, en el que los maristas no estuvieron nunca, y
el de Melanesia: Nueva Guinea, Nueva Bretaña, Nueva Irlanda e Islas Salomón. Una
inmensa extensión de agua salpicada por miles de islas, con malas comunicaciones, que

76
suponía un esfuerzo el poder realmente atenderlas. El nombre de Melanesia venía del
color negro de la piel de sus habitantes. Eran islas en las que el hombre blanco casi no
había puesto el pie. Muchas de ellas ni siquiera estaban en las cartas de navegación.
En realidad, después de estos éxitos aparentes aparecieron serias dificultades,
debido a los métodos a la vez enérgicos como imprudentes
por los que había conseguidos tan llamativos resultados.
Debido a una actividad febril, Monseñor Pompallier
administraba a veces el bautismo después de unos 15 días
de preparación. Pero al contrario que los protestantes, ellos
no tenían libros en los que enseñar la doctrina cristiana los
nuevos convertidos. Monseñor se reservaba enteramente las
traducciones, pero conocía mal el maorí, sus obras no eran
tomadas en serio. Financieramente, los primeros años,
fueron desastrosos para la misión. Debido a que era muy
generoso con los indígenas se gastaron muchos recursos; un
Representante maorí tren de vida muy elevado en la residencia episcopal, el
alquiler de una goleta al servicio de la misión hicieron que
se contrajesen fuertes deudas.
Como se hacían continuas fundaciones, esto hacía que se desparramase a los
sacerdotes, a los que acompañaba siempre algún hermano, que sufrían el aislamiento y
todavía más la miseria. Todo esto hizo que se elevaran vivas quejas contra Monseñor
Pompallier aumentadas por el carácter susceptible de este último que se encontraba
extremadamente celoso de su autoridad.
Inquieto por la demanda de dinero de Monseñor, y por las deudas que estaba
obligado a pagar por él, al igual que por las quejas de los misioneros, el P. Colín envía a
finales de 1841 al P. Forest como visitador para Nueva Zelanda. Por la misma época
recibe una larga carta de quejas escrita el 17 de mayo de 1841 por Pompallier. En ella
el obispo reprocha al Superior General de ser la causa de las dificultades de la misión
por la tardanza en enviar dinero y misioneros, y por las órdenes que da a estos últimos.
En vista de estas dificultades, el P. Colin envía a la Propaganda el proyecto de
división de Vicariato primitivo que ya hemos citado más arriba y va en persona a Roma
a mediados del mes de mayo de 1842. Sus gestiones tienen un doble resultado:
En el plano territorial se crea un nuevo Vicariato, el del Centro que quita a
Pompallier Wallis, Futuna, Fidji, Samoa y Nueva Caledonia. Para ayudarlo se autoriza
el nombramiento de un coadjutor que será Monseñor Viard, que será nombrado para
este puesto el 7 de febrero de 1845.
En el plano de los principios, el problema de las relaciones entre el Vicariato
Apostólico y el Superior General es objeto de tres decretos sucesivos de la Sagrada
Congregación de la Propaganda. Los dos últimos ordenan al vicario apostólico que haga
pasar su correspondencia con la Propaganda por las manos del Superior General. Estos
decretos no hacen más que agravar la situación y será anulado el 9 de diciembre de
1845.
A comienzos de 1843 llega a
Europa el P. Epalle, viene a informar al
P. Colin del estado de la misión de
Nueva Zelanda. Pompallier lo
desconoce, le ordena no volver y rehúsa
el envío de nuevos misioneros maristas.
A la vista de todo esto, el P. Colín, no
envía más gente al obispo. En cuanto al Muerte de Monseñor Epalle

77
P. Epalle, es nombrado vicario apostólico de los Vicariatos de Melanesia y Micronesia.
A principios de 1846, Monseñor Pompallier va a Europa, para defender su causa en
Roma. Llega en septiembre. El P. Colín también va a la Ciudad Eterna por cuarta vez en
el mes de noviembre. Los dos se quedarán allí por más de 6 meses.
El asunto se trata muy lentamente. A primeros de mayo de 1847, Monseñor
Pompallier presenta su dimisión, pero poco después pide a los cardenales de la
Propaganda que no sea aceptada. Efectivamente el 7 de junio de 1847 se rechaza la
dimisión y se decide la creación de dos Vicariatos en Nueva Zelanda.
El P. Colin, en vista de los acontecimientos ve necesario ir al mismo Papa.
Definitivamente, el 29 de mayo de 1848 se crean dos diócesis en Nueva
Zelanda: la de Auckland en la que Monseñor Pompallier tendrá el título de
Administrador Apostólico y por lo tanto él mismo se
deberá buscar a sus misioneros; y la de Port
Nicholson (Wellington) confiada a Monseñor Viard
con el mismo título de Administrador Apostólico que
será confiada a los maristas. Incluso con esta última
decisión, las dificultades surgieron. Monseñor
Pompallier tuvo grandes problemas para reclutar al
clero, y Nueva Zelanda se resintió de los roces
surgidos entre el primer vicario apostólico y el P.
Colín. Monseñor Pompallier fue siempre un hombre
un tanto polémico. Desde el momento que fue
revestido con la dignidad episcopal actuó con un
autoritarismo que hacía sufrir a muchos de los que lo
rodeaban. Ya hemos visto como su actitud autoritaria
provocó la salida del Hermano Michel, uno de los pioneros en Nueva Zelanda.
Para terminar el apartado nos centraremos en el papel que jugó el padre Colin en
la historia de las misiones de Oceanía. Primeramente tuvo un papel decisivo en las
distintas divisiones que se hicieron de los Vicariatos en Oceanía.
Envió a los mejores. Durante su mandato envió a 74 padres, 26 hermanos
maristas y 15 hermanos coadjutores en 15 envíos sucesivos. Esto supuso un gran
esfuerzo para una Congregación, como la de la Sociedad de María que prácticamente
estaba en sus inicios. 21 misioneros encontraron la muerte antes de 1854. Desde 1849 el
P. Colin no envía ya a más gente. A partir de 1855 los envíos se reanudan. El Superior
General de la Sociedad de María sufre por la dispersión de los misioneros que se ven
obligados por los Obispos a ocupar el mayor número de misiones posible para luchar
contra el protestantismo. Esto les lleva al aislamiento y al abandono espiritual en
muchos casos.
Por desgracia en 1860 estalló la guerra, una vez más, provocada por el
avasallamiento que hacían los blancos a los indígenas maoríes. Muchas de sus tierras se
le fueron quitando. El enfrentamiento duró hasta 1872 y afectó desde Wellington hasta
Hokianga.
El enfrentamiento en muchas batallas fue desigual. El ejército británico estaba
bien dotado en cuanto a la preparación de las tropas y a las armas, pero los maoríes
como buenos y ancestrales guerreros les hicieron frente con gran valentía.
Se utilizaron armas de fuego de parte de los dos bandos, lo que provocó muchas
bajas. Todo quedó destruido, las iglesias, las capillas, las casas de misión, la vida
cristiana. Fue una reacción de los maoríes ante todo lo que significaba la influencia
extranjera. Pasada la guerra, los misioneros católicos comenzaron todo de nuevo.

78
En este capítulo vamos a conocer la vida de dos Hermanos que estuvieron
trabajando en Nueva Zelanda: los Hermanos Deodat y Eulogie. Tienen en común
que murieron en circunstancias especiales. El primero, en un naufragio al poco
tiempo de comenzar su misión, hacia el mes de agosto de 1842, en el estrecho de
Cook. El segundo, murió asesinado en una batalla entre maoríes el 14 de mayo de
1864 en Wanganui.

Gracias a un trabajo del Hermano Romuald Gibson, de la Provincia de Nueva


Zelanda, vamos a poder presentar la vida del Hermano Deodat.

PERDIDOS EN EL MAR

-"¡Restos!", dijo, apuntando con el dedo índice hacia las piedras de la


playa”.
Descendieron por el estrecho camino con el guardia de los balleneros a través de la
arena suave y se quedaron mirando los pedazos de madera semienterrados.
- "Me parece un cabestrante." gritó, y se arrodilló para estudiarlo más
cuidadosamente.
-"Échenos una mano para sacarlo de la arena."
Arrastraron la madera ya al descubierto lejos de las olas, hacia la orilla.
- "Sí, o es un pedazo de un cabestrante, o se parece bastante. Se leen
algunas letras aquí... una S...P...E... aquella puede ser una R."
- "Será entonces “El Especulador”. Desapareció una noche hace un año,
pasado el Cabo del Oriente. Debe de haberse hundido en ese gran abismo. Parece
que está bien conservado. Trabajé en él en una ocasión durante tres meses y menos
mal que pude salir lo suficientemente rápido de allí. Era una estropeada imagen de
un barco si alguna vez hubo uno. Estaba la cubierta permanentemente mojada y
en medio de la tormenta debió luchar cada milímetro de la travesía. El capitán
era de sangre fría... hosco cuando estaba sobrio.. que no era a menudo... y de la
tripulación qué decir, que eran peligrosos cuando estaban borrachos, y esto sucedía
casi siempre. Sí, definitivamente, la conservación ha sido buena para ambos: el
barco y el capitán."
- “Entonces, tengamos piedad de estos pobres ahogados que lo tripularon."
Mirando hacia abajo, se abismaron en sus propios pensamientos... recordando
las pequeñas naves, las tempestades, la amenaza de los arrecifes y la costa accidentada
de Nueva Zelanda.

79
- “Bien, será mejor que informemos de esto. Lo recogeremos y lo
llevaremos al viejo Webster.”
Esta noticia no hizo más que confirmar lo que ya se temía.
“El Especulador” había abandonado Whitianga el 12 de agosto de 1842 con
destino a Port Nicholson. Esta goleta, de 40 toneladas, aparecía como retrasada en los
periódicos de Auckland de octubre de 1842. En diciembre se la registró como "perdida
en el mar sin sobrevivientes."

REACCIONES DE LOS MARISTAS EN NUEVA ZELANDA

Las noticias que iban llegando del barco perdido llenaban de incertidumbre y
pesar a los misioneros Maristas de Nueva Zelanda. Todos conocían los peligros de los
viajes por el océano donde las tempestades, los fuertes vientos encrespaban el mar
hasta enfurecerlo y los barcos eran golpeados y sacudidos por inmensas olas durante
días sin fin. No era extraño, para los Maristas que vivían en Nueva Zelanda, la
dificultad de los viajes costeros en las peligrosas y turbulentas aguas de Nueva Zelanda.
Pero la pérdida de dos de sus miembros en “El Especulador” les afectó duramente
Desde el principio se temía lo peor. El Padre Forest le escribía a su superior
general, el P. Colin, dos meses después de la salida del barco, en los siguientes
términos:
“El Padre Borjon y el Hno. Deodat dejaron Auckland la noche del 31 julio
al 1 agosto en una pequeña nave llamada “El Especulador”. En los periódicos de
Auckland de octubre leí una nota que me angustió: "El Especulador que salió el
pasado mes de julio hacia el Port Nicholson no ha llegado todavía y se teme sobre su
viaje”. Los encargados del puerto de Auckland a quienes hablé me dijeron que la
nave era innavegable y el capitán siempre estaba borracho”.
(carta de 7.10.1842)

El mes siguiente, en una carta al P. Epalle, escribe:


“He preguntado a nuestros misioneros, para que nos envíen noticias tan
pronto como puedan, pero han pasado
ya tres meses y no hemos oído nada,
aunque han llegado varias naves del
Port Nicholson desde que salieron ellos.
Leí en los periódicos de Auckland que
la pequeña nave, “El Especulador”, no
ha llegado a Nicholson y que hay una
seria preocupación sobre su destino.
¡Imagine mi estado, sobre todo cuando
oí que la nave no era buena y que el
capitán era inseguro, desequilibrado!
Pero, hace unos quince días, oímos que
nuestros dos compañeros habían sido
vistos en Nelson, que no está lejos de
Estrecho de Cook
Port Nicholson. Estas noticias nos
animaron un poco, pero no nos tienen
completamente tranquilizados al saber que el viaje de uno de estos puertos a otro
es peligroso. El Estrecho de Cook debe ser cruzado y ésta es una hazaña incluso
para los marineros. ¿Han llegado, o están desaparecidos todavía? ¿Cuánto han

80
tenido que sufrir, aun cuando hayan escapado de la muerte? En cuanto tengamos
noticias mejores, se lo haremos saber." (carta de 9.11.1842)
Forest se sentía responsable de alguna manera por las muertes de los dos jóvenes
misioneros Maristas. Después de todo, fue él quién propuso el establecimiento de la
misión en Port Nicholson y había conseguido el pasaje para sus hombres, en un barco
que comprendió después que era innavegable. ¡Si sólo hubiera verificado las cosas más
exhaustivamente y hubiera sido menos impetuoso!

LA INICIATIVA DEL P. FOREST

Era nuevo en la misión. Había sido nombrado "Visitador de los Maristas" de


Nueva Zelanda como resultado de la tensión creciente entre el Obispo Pompallier y el
Superior General de los Maristas, el Padre J.C. Colin, con respecto al modo en que los
hombres y el dinero eran asignados por el Obispo. Más aún, Forest, amigo y colega de
Marcelino Champagnat, había estado a cargo de la partida de los Maristas, incluido
Deodat, en el viaje de salida de Londres.
Estaban entre los 23 pasajeros de la nave “Londres”, de 388 toneladas,
capitaneada por Joseph Gibson, que navegó desde Gravesend, el 17 de noviembre de
1841. Su primer contacto con
Nueva Zelanda había sido al Port Nicholson hacia 1845
llegar a Port Nicholson el 6 de
abril de 1842. Durante la parada
de cinco días antes de tomar un
barco a Auckland, los Maristas
habían conocido a los católicos
irlandeses que se hallaban entre
los colonos. Éstos ya habían
construido una iglesia y un
presbiterio, anticipándose a la
llegada de un posible sacerdote.
Con esta idea en su mente Forest expuso las necesidades de las personas de Port
Nicholson al P. Epalle, que estaba actuando como Vicario de Pompallier, ya que el
Obispo estaba ausente en Wallis, donde había ido a enterarse del asesinato del P. Chanel
en Futuna. Epalle, en víspera para salir de regreso a Europa, estuvo de acuerdo en que
dos sacerdotes y un hermano fuesen enviados a establecer una misión en Port
Nicholson.
Después de la salida de Epalle, Forest empezó con el plan. Volvió de Baie des
Iles en julio trayendo a Deodat como el hermano para la nueva misión, y en Auckland
esperaron la llegada de los dos sacerdotes desde sus puntos de misión. El Padre Michel
Borjon, de Maketu en la Bahía de la Abundancia, fue el primero en llegar, con la mala
noticia de que el dinero que Forest le había enviado (30 libras) se lo habían robado.
Esto era una verdadera desgracia pues la misión de Nueva Zelanda estaba en horribles
aprietos financieros y con esto Forest perdía sus últimos recursos. No tenía dinero para
apoyar a los Maristas por mucho tiempo, así que cuando oyó, tres o cuatro días después
de la llegada de Borjon, que una nave, “El Especulador”, estaba lista para salir de
Auckland hacia Port Nicholson, no vaciló mucho a la hora decidirse en enviar a los dos
misioneros que tenía más a mano.
En una carta que escribe a Epalle, cuenta cómo encontró la forma de financiar
su viaje:

81
"Preguntamos el precio del pasaje: “Son 16 libras, los dos.” ¿Qué podríamos
hacer? Teníamos sólo 5 libras. Pensé en todas las familias de Auckland que podrían
darnos algún dinero. Sólo se me ocurría una, una señora francesa que se casó con un
protestante inglés. Me acerqué hasta ella y le hablé de nuestra dificultad, así que nos
prestó 3. Estas 3 y 5 más que yo ya tenía sumaban 8, bastante para pagar el precio de un
pasaje. ¿Pero qué podríamos hacer para completar el otro? Decidimos escribir una nota
donde les pedíamos a los católicos de Nicholson que pagaran la tarifa a la llegada y el
Capitán aceptó. El Padre y el Hermano estaban encantados, confiaban en la providencia
del Señor aún teniendo sólo tres chelines entre los dos para comenzar la nueva misión.”

SALIDA PARA PORT-NICHOLSON

Forest acompañó a Borjon


y Deodat al barco. Era lunes, 1
agosto de 1842. El cielo estaba
densamente nublado, la luz ya
marchitándose y el mar rugiendo.
Los dos viajeros se arrodillaron en
la piedra húmeda del muelle, donde
Forest los bendijo. Entonces les
ayudó a subir y los abrazó,
diciendo, calurosamente: - “Que la
madre de Dios cuide de ustedes”.
Borjon y Deodat Los miró tambaleándose en el
borde del barco, y les pasó su
escaso equipaje. Sus ojos, ahora entrenados -después de 3 meses y medio navegando
desde Inglaterra- para notar los detalles de una nave, se detuvieron en el golpeado y
ajado casco de la goleta. Los marineros lanzaron fuera las amarras y el barco comenzó a
deslizarse en el mar. Por un ojo de buey Deodat le dijo que enviarían noticias de vuelta
en la primera oportunidad que tuvieran y Borjon saludó. Las velas se sacudieron y el
barco abandonó el lugar empujado por el viento. Forest se quedó mirándolo hasta el
borde del puerto. ¿Cuándo podría de verlos de nuevo?, se volvió y se encaminó hacia
la cuesta de la Calle Wyndham.
Unos días después de la salida de Borjon y Deodat, el P. Rozet llegó con retraso
a Auckland pues se había encontrado con toda clase de dificultades en su misión al norte
de Opotiki.
“El Especulador” había anclado en la Bahía de Mercurio para descargar
mercancía y había dejado Whitianga el 12 de agosto. Había informes de tormentas
feroces y de mares embravecidos a lo largo de la Costa Oriental.
Cuando la incertidumbre aumentó, el marista se aferró un poco a la esperanza
de encontrarlos con vida. El P. Seon, escribiendo al P. Colin desde Matamata, ocho
meses después de la salida, le dice:

“Todavía no sé si Borjon ha muerto. Puede haber naufragado o haberse


quedado en alguna parte. Hace ya mucho tiempo que no tenemos noticia alguna de
“El Especulador” que tomaron los misioneros para Port Nicholson”.
(carta de 23.4.1843)

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Pero, finalmente, la amarga realidad de las muertes en el mar de estos dos
Maristas tuvo que ser aceptada. el P. Forest le dijo al P. Colin en una carta del 1843 de
marzo:

“Hemos abandonado finalmente la esperanza de ver con vida de nuevo en


este mundo a este sacerdote y al hermano
que era su fiel compañero. Estamos El difícil mar de Nueva Zelanda
realmente apenados por semejante
pérdida. Tomando al padre Borjon de
entre nosotros, Dios nos ha privado de
uno de nuestros mejores misioneros y lo
mismo puede decirse del hermano Deodat
que era un modelo para todos sus
hermanos.”

Forest dio la noticia a todos los puestos de misión en Nueva Zelanda. El padre
Reignier en Opotiki anota, escribiendo a Forest en la Bahía de Islas:

“Tengo su carta del 28 en la que informa que no hay ya esperanza y que el


padre Borjon y el hermano Deodat se han perdido en el mar... el señor White de
Matata, la última vez que lo vi, me contó del extravío de “El Especulador".
(carta de 27.6.1843)

Forest no hizo ningún esfuerzo para enviar al P. Rozet a Port Nicholson cuando
oyó al padre Rozet que había llegado al puerto un Capuchino, el Padre Jeremias
O'Reilly, había llegado allí al final de febrero del 1843 como capellán de la familia de
Petrie. Se hizo el sacerdote del pueblo, trabajando solo hasta que los Maristas llegaron
con el Obispo Viard en 1850.

HNO. DEODAT

El hermano Deodat nació con el nombre de Jean Villemagne, el 25 de


agosto de 1816, en la humeante ciudad industrial de St Etienne, a una pequeña
distancia del valle de Saint-Chamond y del Hermitage. Tenía 23 años cuando se
unió a los Hermanos de María, entrando en el noviciado en la fiesta de la Asunción,
de 1839. Hizo su primera profesión dos meses después como hermano Deodat
(regalo de Dios), permaneciendo en el Hermitage como uno de los del último grupo
de Hermanos en cuya formación participó Marcelino personalmente. Fue testigo
ocular de los últimos meses de la vida del Fundador, compartiendo los hechos
históricos de esos días. La elección del hermano Francisco como Director General
de los Hermanos, el final de la enfermedad del Padre Marcelino, la visita del P.
Colin al P. Marcelino, la lectura del Testamento Espiritual, la muerte del Padre
Marcelino y su entierro.
Deodat hizo sus votos perpetuos en los últimos días de octubre de 1841, en
el Hermitage, y casi inmediatamente fue escogido con el hermano Luc Ardant para
formar parte del sexto grupo de Maristas que salió para Oceanía bajo la dirección
del Padre Forest. También en el grupo estaban el P. Regnier, el P. Grange, y un
estudiante, J. Lampila.

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El espíritu misionero del Padre Marcelino contagió a muchos hermanos de este
tiempo inspirándoles para ir a trabajar como misioneros. Él mismo deseó ir al Pacífico
y lo expresó en estas palabras a los Hermanos:

"Ah, si yo fuera más joven y estuviese mejor, con qué alegría Hermanos
iría a trabajar en esa viña de Oceanía."
(Vida, p.203)

Los sentimientos expresados por uno de los Hermanos, cuando le escribía al


Padre Marcelino en la víspera de su salida para las misiones, podrían expresar bien los
pensamientos de Deodat cuando viajó, con los otros misioneros enviados, hacia
Londres:

“No puedo expresar lo feliz que me siento, estimado Padre, siendo escogido,
a pesar de mi indignidad, entre los Hermanos de María para ser uno de esos que
lleven la luz del Evangelio a las gentes paganas. ¡Qué maravilloso es Dios! Él fue
quién me dio mi vocación y me permitió que respondiera. Estoy tan contento de ir,
se lo aseguro, que sin duda, no cambiaría esto por nada. No estoy asustado,
porque María nuestra buena madre, será mi guía en todo lo que haga y mi
consuelo en todos mis padecimientos.”

El grupo tuvo que esperar durante tres semanas en Londres para tener viento
favorable, pero finalmente navegó el 17 noviembre de 1841, rápidamente recuperaron el
tiempo perdido, teniendo un viaje veloz de tres meses y medio de duración. La nave
entró en Port Nicholson el 6 abril de 1842. Esta ciudad era un nuevo asentamiento de la
Compañía de Nueva Zelanda. Recibieron una calurosa bienvenida de parte de los
colonos católicos irlandeses. Cuáles pudieron ser las reacciones de Deodat en este
primer contacto con su tierra de misión. El paisaje escabroso, las personas maoríes, la
nueva ciudad, los bosques oscuros, el mar siempre presente. Sobre esto sólo podemos
hacer conjeturas. Era todo nuevo para este joven de 25 años, muy diferente a lo que él
había experimentado en su querida Francia o durante el viaje. Mezclaría las sensaciones
de la salida con las ganas de comenzar con el apostolado para el que le habían enviado.
Nuestro Hermanó tomó rumbo a las misiones del norte, a pesar de las peticiones
de los católicos del Port Nicholson. Tomaron una nave, cinco días después de su
llegada, para Auckland. En el viaje hacía el norte, Deodat tuvo la primera experiencia
sobre los peligros de la navegación costera en Nueva Zelanda, vio el esfuerzo que tuvo
que hacer la nave en medio de un feroz ventarrón y cómo rozó con peligro los arrecifes
que amenazaban naufragio. Tardaron quince días para completar antes de llegar a
Auckland el 25 abril de 1842. Deodat se alegraría por fin de estar en tierra y llegar por
fin a su misión. Habían sido cinco meses de nervios terribles y momentos críticos de
viaje por el mar.
Pero la necesidad de la misión del norte era urgente y después de una corta
estancia en Auckland, Deodat siguió navegando hacia la Bahía de Islas, llegando a ese
precioso puerto en la víspera de la fiesta de la Ascensión, dándole la bienvenida y
reuniéndose con los Maristas que vivían allí. Los Hermanos de Kororareka, Pierre-
Marie y Basile, estaban hambrientos de noticias sobre la muerte del Padre Marcelino, de
los hermanos del Hermitage y de las escuelas, de las parroquias, Francia, de los amigos
y familiares. Deodat quedó conmovido al ver con qué emoción recibieron las cartas que
había traído y como cada detalle de las cartas era examinado y discutido. Deodat estaba
a su vez deseoso de saber noticias del P. Chanel, el primer mártir Maristas, asesinado

84
en Futuna el año anterior, así como del trabajo de la misión en Nueva Zelanda, sus
penas y alegrías de los hombres a quienes conoció, y que ahora estaban en misiones
alejadas. Cuando se sentaron y hablaron, se quedó impresionado al ver el rostro
demacrado de estos misioneros, su escasa y remendada vestimenta, los miserable
alojamientos. Al comentarles esto, ellos se rieron y le dijeron que eran tan pobres que
tenían que ir a pedir comida a las naves que visitaban la Bahía.
Con el entusiasmo de su juventud se zambulló en el trabajo de la misión,
esforzándose en mejorar su uso del inglés, empezando a aprender el idioma maorí,
haciendo cualquier cosa que estuviera a mano en los jardines, construyendo,
catequizando, visitando los pueblos de los maoríes a través de caminos de llenos de
arbustos, aprendiendo a manejar un barcos, cuidando los cerdos y pollos.
Como sabía la formación que había recibido en el Hermitage, pensó en poner en
práctica lo aprendido del Padre Marcelino, la política de que un buen Marista debe
estar listo para trabajar en cualquier cosa que se le pida.
Después de dos meses en Kororareka el Padre Forest le comunicó la decisión
del Padre Epalle de que se prosiguiera con una fundación de la misión en Port
Nicholson.
“Usted será uno de los tres del grupo de misioneros que va a empezar allí”, le
dijo Forest. Ante la respuesta afirmativa del Hermano viajaron juntos a Auckland.
Esperaron la llegada de los sacerdotes, Borjon de Maketu y Rozet de Opotiki.
Tenía casi 26 años cuando se embarcó en “El Especulador” en su viaje final y
fatal. Nosotros conmemoramos su muerte el 17 de diciembre, probablemente la fecha
cuando sus restos fueron encontrados.

PADRE MICHEL BORJON.

El padre Michel Borjon tenía casi 31 años cuando la negra figura del P.
Forest le dijo adiós en el muelle de Auckland. Llevaba en Nueva Zelanda sólo un
año, había llegado vía Sydney a la Bahía de Islas, el 15 de junio de 1841. Fue
ordenado, después de prepararse en el seminario de Brou, en 1836. Después de un
tiempo corto en el ministerio diocesano, se unió a los Maristas y fue uno de los
primeros en entrar en el noviciado de Lyon. Enseñó en el colegio de Belley, donde
se mostró como un maestro competente y un buen encargado de la disciplina.
Profesó el 3 de septiembre de 1839.
Fue escogido para la misión de Oceanía y formó parte del grupo de trece
Maristas que salieron de Londres a bordo del “Mary Gray”, el 8 del diciembre de
1840. Era el quinto contingente de Maristas que salía de Francia para el Pacífico.
En este grupo había dos que no habían completado su noviciado todavía, el Padre
Louis Rozet y Francois Rolleaux-Dubignon. el Superior General, P. Colin habla
favorablemente del Padre Borjon, que durante el viaje ejerce como maestro de
novicios.
El Padre Seon, superior de este grupo de misioneros, habla excelentemente
del sentido común que irradia Borjon, por el modo de trabajar con los novicios en
un escenario tan original como es el de la vida en un barco.
Un mes después de llegar a Nueva Zelanda, Borjon junto con el Hno. Justin,
acompañó al Obispo Pompallier saliendo de Santa Maria de la Bahía de Islas,
pasaron por Auckland, Bahía de Mercurio, Tauranga y Maketu. En este último
lugar se quedó con el Hermano para establecer una nueva misión. El obispo
continuó su visita pastoral hacia Whakatane, Opotiki, Mahia y después a Akaroa,
ya en la isla Sur.

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La nueva misión empezó sumida en la pobreza y el aislamiento. Escribiendo
al P. Colin, Borjon describe las condiciones en las que vive:

“Nuestra pequeña choza ha servido, según ellos me dicen, como pocilga para
cerdos. Nosotros apenas podemos mantener nuestra lámpara encendida o encontrar
bastante techado por la noche como para no helarnos. Usamos nuestros asientos
como cama.”

Dando un toque de humor irónico agregaba que con el viento del invierno
que silbaba a través del tiro de la choza, podían protegerse en las noches calientes
de los perros que subían a cazar atraídos por un pequeño pedazo de carne de cerdo
en sal que tenían guardado.
En los meses que siguieron, el marista intentó favorecer a los maoríes de
Maketu un lugar con una reputación siniestra, era, según el Padre Pezant, “el
centro de canibalismo en la Isla Norte, temido por todo el distrito”. A pesar del
peligro en el día a día, los misioneros profundizaron su contacto con los maoríes.
Caminaba a través de los bosques, cruzaba arroyos, subía las empinadas cuestas
para poder visitar los poblados de Ohau, Hinekiwa, Tengae, Ohinemutu, Mokoia,
Rotokakahi y Matata.
Poco a poco las cosas fueron mejorando en Maketu. Después de seis meses
habían construido tenazmente una capilla de caña, que después de una ausencia
de quince días encontraron saqueada. Uno de los culpables era su catequista, otro
era uno de los católicos convertidos.
Fue un trabajo que aparentemente dio pocos frutos. Después de cinco meses
Borjon había logrado unos 50 bautismos, todos ellos a adultos, enfermos o niños. A
pesar de los escasos resultados a todos sus esfuerzos, a pesar de las penalidades
físicas y la amenaza constante para sus vidas, Borjon podría escribir que allí
estaba en paz, “tan tranquilo como si estuviese en Belley”. Esta serenidad la
atribuye a la fuerza que encuentra en Cristo. “No puedo dejar que se pierda mi
tarea sin hacer mi meditación, mi examen particular y mi rosario.”
Cuando se pensó en fundar la misión en Maketu, se hizo con la intención de
que fuese de forma provisional. La idea de Pompallier era volver a visitarla
después de unos meses de evangelización y, si las cosas no marchaban como lo
esperado, retirar a los misioneros para que fuesen a trabajar en otra parte. Pero,
a primeros de noviembre, tuvo noticias de la muerte de Pedro Chanel en Futuna.
Dejó Akaroa camino a Wallis, el 18 del noviembre de 1841. No volviendo a Nueva
Zelanda hasta el 26 de agosto de 1842. Borjon y Justin, se decidieron, aunque con
muchas dificultades, a seguir trabajando en Maketu y hacer de este poblado un
centro cristiano y para ello gastaron el corazón y el alma en ello.
Un Marista voluntario, Jean Uvert, describió sus impresiones sobre Borjon
en una carta al Padre Colin:
“Entre los más notables de nuestros sacerdotes, dos hombres estarían, para
mí, no tienen comparación por su gran valor. Es un hecho que los padres Garin y
Borjon son unos aventajados como misioneros. No se encuentra debilidad en ellos.
Aunque han llegado recientemente, ya han dado un servicio extraordinario a esta
misión.”
Borjon estuvo en Maketu prácticamente un año cuando recibió la noticia
del padre Forest informándole que debía ir a Auckland para embarcarse rumbo
a Nicholson. Con este fin, Forest le envió 30 libras para el viaje, pero le robaron el
dinero y llegó a Auckland sin un centavo y debiendo su pasaje al capitán del

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“Blanyoc”. Se encontró por primera vez con su futuro compañero de la misión de
Port Nicholson, el hermano Deodat, en Auckland y unos días después, embarcó
con él en “El Especulador”.

Una vez más podemos ver las muchas dificultades que tuvieron que sufrir
nuestros misioneros sumidos en la pobreza, el aislamiento y el abandono.

EL HERMANO EULOGE

Los misioneros que trabajaban en Nueva Zelanda estaban constantemente


expuestos a peligros. Unas
veces eran los caminos
difíciles, otras veces los viajes
en mar, en canoa o barco, otras
veces era la belicosidad de los
nativos.
Desde tiempos antiguos los
maoríes se encontraban
inmersos en luchas tribales.
Tenemos que recordar que tan
sólo hacía unos 30 años que los
nativos de Nueva Zelanda
Maorís preparados para la lucha habían entrado en contacto con
el hombre blanco de una
manera más permanente. Cualquier problema que surgía, era solucionado con
frecuencia por medio de una batalla. En medio de una de estas batallas entre dos tribus
nuestro Hermano Euloge fue asesinado. Años antes, en 1847, el Hermano Hyacinthe
había perdido también la vida en las Islas Salomón.

El hermano Euloge, había nacido en St. Jean Soleymieux ( Loira. Fue


acogido por Marcelino el 24 de noviembre de 1839. Tenía 28 años cuando el 2 de
febrero de 1840 tomó el hábito en Nuestra Señora del Hermitage. Apenas
terminado el noviciado él pide y obtiene permiso para salir para Nueva Zelanda.
Salió para estas islas el 8 de diciembre de 1840. Llegó a Nueva Zelanda el 15
de junio de 1841 e hizo su profesión perpetua a finales de ese mismo año. A su
llegada Pompallier lo envía junto al P. Reygnier a Rotorua y a continuación a
Tauranga con el P. Pezant. Es allí donde el P. Forest les visita. En una carta pone
sus impresiones:
“He encontrado al Hermano Euloge rodeado de un grupo de neófitos de
todas las edades. Sus ojos les brillaban cuando se aproximaron a saludarme. Hice la
inspección de la cabaña del Hermano – un poco mejor que las de los indígenas de los
alrededores y hecha también de caña. Dos ventanas de un metro cuadrado y cerradas
por una tela dejaban a la luz pasar”.
En 1844 estaba en Rotoroua, al sur de la Bahía de la Plenitud. En 1845 va a
hacer un retiro con los Hermano y los Padres. El Hermano Euloge y el Hermano
Claude-Marie duermen en una cocina que todavía no había sido utilizada. Durante
la noche, el Hermano Claude- Marie siente los cuidados de su compañero de
“habitación”, cuando lo arropa con una parte de sus mantas.
Estando en Rotorua con el P. Reygnier, recibe la visita del Hermano
Elie.Regis. La atmósfera en esta zona de Nueva Zelanda es muy pesada, pues el

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lugar es volcánico con emanaciones de azufre, esto había hecho enfermar al
Hermano Euloge. En especia de piscina de agua caliente tiene el gusto de bañarse
con el Hermano que le visita. Esta agua en algunos puntos están hirviendo. Un año
antes nuestro Hermano había caído en una de estos pozos y se quemó gravemente
las piernas. Esto le hizo sufrir mucho.
Hacia 1849 en Opotiki, por la misma Bahía, donde tenía por superior al P.
Moreau.
Con la creación de la diócesis de Wellington, de la que fue encargado
Monseñor Virad, los misioneros maristas, los Hermanos y la mayor parte de los
Padres fueron a esta diócesis. El Hermano Eulogio llega allí el 11 de mayo de 1850,
y con el Padre Séon toma rumbo hacia Akaroa, en el centro de la costa este de la
Isla Sur. Quince meses después se va a Opotiki con el padre Garin, más tarde entre
1858 al 1860 está en la misión del río Wanganui con los Padres Pezant y Lampila.
Estas misiones tienen poco éxito. El Hermano Euloge por su trabajo y habilidad en
tratar los asuntos materiales contribuyó mucho.
En 1860 comienza un levantamiento de parte de los maoríes contra la
dominación inglesa y contra toda influencia de los
blancos. Los misioneros en muchas ocasiones se acercan
a los campos de batalla para ayudar a los heridos. Es
en una de estas ocasiones, cuando el Hermano Euloge ve
al P. Lampila que se encuentra en un gran peligro en
medio de los combatientes, decidió ir a ayudarle, se
encontraban en el campo de batalla de Motoua, en la
región de Wanganui. Estaba ayudando a los heridos
cuando una bala perdida, le quitó la vida. Era el 16 de
mayo de 1864 cuando el Hermano Eulogio entregó su
alma a Dios.
En Wanganui, en la base del monumento
conmemorativo de esta batalla, se conservaba el nombre Guerrero maorí
del H. Euloge entre los que perdieron la vida en esta batalla.

El Hermano Francisco le escribe al Hermano Euloge para animarlo en la misión que está
haciendo en Nueva Zelanda. Durante su generalato, mantuvo una correspondencia personal con
muchos Hermanos destinados a Oceanía, o delegó esta función en otros para asegurar un contacto
con ellos. Las expresiones de cariño y apoyo que demuestran que en ningún momento se les
abandonó.
Gracias a las investigaciones del Hermano Paul Sester, se han podido conocer algunas de las
cartas que escribió el Hermano Francisco a un buen grupo de Hermanos Misioneros, uno de los
problemas que tienen estas cartas, es que no tienen fecha.

“ Hace mucho tiempo que no nos hemos visto ni hablado, pero esto no
impide que no nos queramos, ni que no nos veamos en espíritu en los sagrados
corazones de Jesús y de María. Cuando recibo noticias suyas, cuando los Padres o
los Hermanos hablan de usted en las cartas, me causa mucho gusto.
Usted ha tenido, sin duda, que sufrir mucho, en los comienzos sobre todo,
donde está todo por hacer, pero cuando se trabaja por Dios, cuando se sufre por
Dios, el trabajo es dulce y el sufrimiento delicioso, aunque alguna vez a la
naturaleza le repugne un poco. Cuando se piensa en todo lo que Jesucristo ha
hecho y ha sufrido por nosotros se está contento de poder participar en sus
trabajos y en sus sufrimientos para buscar la gloria de Dios y la salvación de las
almas, pues según la expresión del discípulo amado, como hemos reconocido el

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amor de Dios hacia nosotros, en que ha dado su vida por nosotros, nosotros
debemos también sacrificar nuestra vida por los Hermanos.
Puede hacer mucho bien y rendir grandes servicios a la misión por sus
oraciones, por su trabajo, por su docilidad y por su perfecta sumisión a la voluntad
de Dios. Cuantas gracias, cuantas ayudas, cuantas conversiones obtendrá así por
una vida santa, edificante y todo de Dios y para Dios.
Hermano Francisco.

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Su nombre antes de entrar en el Instituto era el de Juan Claudie Bertrand.
Había nacido en Saint-Sauveur-en-Rue en 1814. Era sobrino segundo de
Marcelino. La madre del Hermano era prima hermana de Champagnat por parte
de madre.
Gracias a las investigaciones del Hermano Edward Clisby, sobre la base de
un artículo necrológico que apareció en Nelson, el 10 de noviembre de 1893, El
Hermano Claude-Marie habría entrado en el seminario con la intención de hacerse
sacerdote. Las obligaciones familiares le llevaron a volver a la casa, a la muerte de
su padre, para ayudar a su madre que tenía que mantener a una familia numerosa.
Una vez que pasó la situación de penuria económica, de nuevo volvió a pensar en
responder el llamado del Señor, no tanto en una vida sacerdotal, sino más bien en
la vida religiosa. Para ello se acercó al Hermitage, donde está su familiar, para
pedirle el ingreso en la Congregación de los Hermanitos de María. En estos
momentos tiene 22 años. Al año siguiente, el 10 de octubre de 1836, formó parte de
los Hermanos que hicieron la profesión perpetua, por primera vez públicamente.
Después de completado su noviciado, como sucedía con todos los Hermanos
jóvenes de la época, trabajó de cocinero. Mientras tanto se preparó para los
exámenes para obtener su brevet. Los estudios, que ya había comenzado en el
seminario, le permiten obtenerlo más rápidamente y fue nombrado maestro en una
de las escuelas que atendían los Hermanos. En una carta del 18 de julio de 1840
dirigida al Hermano Francisco saluda a sus antiguos directores, los Hermanos Pío
y Denis. El primero dirige el establecimiento de Pelusin entre 1835 y 1840, y el
segundo es el Director de St-Dider-Saint-Rochefort entre 1835 a 1838.
En fecha 13 de julio de 1839, el Hermano Claude-Marie recibe, como
director del orfelinato de la Caridad en St-Chamond, cerca del Hermitage, la suma
de 30 francos. Sabemos esto por una carta del P. Champagnat al M. Dugas,
Presidente del Consejo de Administración. El había pedido el cambio de director
por la severidad que tiene en el trato con los niños, aunque no se nombre
explícitamente al Hermano.
Marcelino lo mantiene en su puesto, a pesar de los términos en los que se
expresa Dugas, el 19 de octubre de 1839 le responde: ..
“...el Hermano Augustin teme mucho ser nombrado hermano Director. Quiero
al Hermano Claude-Marie y se alegra con él. Es una gran causa para la prosperidad
de la casa, la unión entre el director y los hermanos segundos. Creo que animando al
hermano Claude-Marie, se dará con gusto y de lleno a su asunto. Este hermano es
obediente y piadoso, hará caso a las observaciones que le haré y las aprovechará...”

90
Más tarde fue elegido para por el P. Champagnat para ser enviado a las
misiones de la Polinesia. El P. Champagnat en una circular del 4 de febrero de 1840
dice:
“…Recomendamos especialmente a los dos Padres Pezant y Tripe y a los
queridos Hermanos Claudio María y Amón que salen del puerto de Brest al comienzo
de este mes para ir a Nueva Zelanda”.
Salieron el 19 de febrero de 1840 debido a que los vientos contrarios los
retuvieron en el puerto durante algunos días.
Después de varios cambios de destino, el 8 de mayo de 1850 fue enviado a
Nelson, en el extremo norte de la Isla Sur. Si en los 10 primeros años en las
misiones fue constantemente cambiado, en este último destino permanecerá
durante los últimos 43 años de su vida, exceptuando el tiempo que pasó con los
Hermanos Maristas en la comunidad de Napier hacia el año 1879.
En ese momento comienza una unión tan grande entre los dos, que sólo la
muerte los separará.
Durante muchos años estuvo muy desanimado. El Hermano Emery, en su
carta del 19 de abril del mismo año, dice de él:
“El Hermano Claudio María tiene todavía en su cabeza la manía de querer
volver a Francia, le escribí a mi llegada con la intención de que confiase en mí como
en un viejo amigo. Entonces le he escrito dos largas cartas en las que derramé todo
mi celo y mi elocuencia para animarlo a perseverar hasta la muerte en las misiones.
Parece que ha rehusado por el momento, pues me ha pedido su ropa…Él está
siempre en Nelson”.
En Nelson tuvo como compañero al P. Garin, viejo conocido suyo. Este
como Provincial había tenido que recibir las confidencias relativas a los escrúpulos
de conciencia que asaltaban a nuestro Hermano con frecuencia. Los dos también
habían trabajado juntos durante un tiempo en Opotiki.
El trabajo en Nelson del Hermano era el que todos los Hermanos
Coadjutores hacían Nueva Zelanda. La cocina y los diferentes trabajos que tenían
que ver con las necesidades materiales de la misión. Es probable que algún otro
Padre viviese con el P. Garin. Este Padre debido a su gran celo había fundado en
Nelson una escuela secundaria que tenía un pensionado, la responsabilidad de este
establecimiento se la confió al Hermano Claude-Marie. No debemos olvidar que
tenía una buena preparación con relación a otros Hermanos que trabajaban en
Nueva Zelanda, debido a los años que pasó en el seminario. Entre sus primeros
alumnos estuvo el futuro arzobispo Redwood.
El deseo de volver a Francia no se le había quitado de la cabeza al Hermano
Claude-Marie. Una prueba de ello nos la da el Hermano Emery, que el 19 de abril
de 1859 le escribe desde Sydney una carta al Hermano Francisco, dice:
“El Hermano Claude-Marie tiene todavía en la cabeza la manía de querer
volver a Francia. Le escribí al llegar y se abrió a mí como un antiguo amigo,
entonces le he escrito dos largas cartas en las que he desplegado todo mi celo y mi
elocuencia para convencerlo a perseverar hasta la muerte en las misiones. Parece
que lo he logrado por el momento...”
El Hermano recibe el 20 de septiembre de 1859 una carta personal del
Hermano Francisco y su circular del 25 de diciembre de 1858. En la carta personal
le anuncia las últimas salidas para las misiones, las del 30 de noviembre de 1857 en
la que se encontraban el Hermano Emery y el Hermano Augule, también la del 24
de octubre, en la que se encontraban los Hermanos Germanique, Abraham y
Ptolemmé.

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El Hermano Francisco lo trata de animar y le dice que todos los
sufrimientos que ha tenido que soportar son remedios para purificarlo. También le
habla de las relaciones con el P. Favre, sucesor del P. Colin al frente de los Padres
Maristas, la organización de las misiones en Oceanía, y las relaciones con Roma, en
donde ha estado para el asunto de la aprobación del Instituto.
La reacción del Hermano Claude-Marie a la lectura de los dos documentos
fue de inmensa alegría. Los leyó y releyó.
Por esa época fue nombrado Procupador para las misiones el P. Poupinel, y
a este le confía todas las cuestiones que le preocupan. El Padre le demuestra mucho
cariño. Tienen los mismos sentimientos hacia Monseñor Viard.
Toda la información que le llega de Francia le alegra, como ya hemos visto,
pero hay una cuestión que le preocupa, es si ya no pertenecen a los Hermanitos de
María de María, al haber decidido la Iglesia la separación efectiva de la rama de
los Padres de la de los Hermanos.
También se entera que los Hermanos han abierto un noviciado en Irlanda y
que se espera que al poco tiempo la Congregación pueda abrir una escuela en
Nelson dirigida por una comunidad de tres Hermanos.
En 1876 los Hermanitos de María fundan en Wellington. Entonces se dirige
a las autoridades del Instituto pidiendo ir a vivir con los Hermanos de Napier. Así
nos cuenta el Hermano John en una carta que dirige al Superior General desde
Sydney el 3 agosto de 1876 la cuestión de nuestro Hermano:
“En cuanto al querido hermano Claude Marie que está en Nueva Zelanda
desde hace 36 años y que tiene ahora 63. Es un excelente hermano que siempre se
porta de la manera más ejemplar. Se está volviendo mayor y ha pedido a Monseñor
volver a alguna casa de su congregación para terminar sus días. Sin embargo me dijo
que hará la voluntad de Dios y que estará contento con lo que su Grandeza ordene.
Pedí a Monseñor si, en el caso de que volviese con nosotros, la Misión le pudiese dar
una pequeña pensión como pago a los servicios que le ha dado después de tantos
años, etc. Su Grandeza encontró esto razonable y propuso darnos al menos 30 libras
por año esto bastaría, con la ayuda de los pequeños servicios que podría todavía dar,
con su cuidado. Yo había aceptado esta oferta. A continuación, a mi paso por Nelson
debía terminar este asunto con el hermano mismo. Este hermano me ha parecido con
excelentes disposiciones y se quedaría bien contento con los Padres si decidía dejarlo;
que no quería más que hacer lo que el Cielo quisiese, etc. Por otro lado el Padre
Garin con el que él llevaba ya 26 años estaba muy apenado porque se iba a quedar
sin “su hermano”. Decía que este hermano no podría hacer gran cosa; pero que le
podía ser indispensable en su casa en las circunstancias actuales; este hermano le
era necesario sobre todo para la vigilancia de los internos durante el tiempo de clase
(estos internos son tres) etc, etc. Hice comprender a este buen Padre que no éramos
nosotros los que pedíamos a este Hermano, que era Monseñor el que me había
hablado de este asunto, y que no deseábamos de ninguna manera ponerlo incómodo;
y que si el Hermano se encontraba contento donde estaba, no cambiaríamos nada por
el momento. El Padre añadió que si se retiraba el Hermano se vería obligado a
despachar a sus internos.”
De la correspondencia del Hermano John volvemos a tomar más datos. El
11 de mayo de 1879 escribe desde Sydney y dice:

“ Mi Reverendísimo Superior General,

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Monseñor Redwood me ha escrito el 18 de marzo para saber si queremos
tomar al hermano Claude Marie (con los Padres después de 1840) que desearía
mucho retirarse con nuestros Hermanos de Napier. Su Grandeza había ya
telegrafiado a los hermanos de Napier para saber si lo querían aceptar. Le
respondieron que lo recibirían con gusto si el Hermano Provincial lo permitía. En la
respuesta he recordado a su Grandeza el tiempo que ha pasado al servicio de los
Padres y de la diócesis y la promesa de 30 libras que me había hecho hace tres años si
volvía con nosotros. Que el asunto no me había terminado entonces porque el R.P.
Garin, con el que había estado en Nelson durante 28, estaba muy apenado por la
separación; que hoy esperamos que su Grandeza no vería ninguna dificultad para
quedar de acuerdo en lo que nos prometió entonces. Esperando que Monseñor
Redwood venga a dar una vuelta a Australia próximamente.”
Según la correspondencia con el P. Yardin del 11 de septiembre de 1880,
encontramos la razón de su petición de cambio:
“...pido ser cambiado de Nelson porque hay muchas cosas que me
desagradan, entre otras, la criada. Monseñor me envía con los Hermanos a Napier,
donde estoy muy bien, no habiendo mas que un pequeño jardín que cuidar y los
Hermanos son muy amables conmigo. Pero, no me gusta y deseo volver a Nelson.”
Los Hermanos habían llegado a Napier en 1878 y fue en 1879 cuando
acogieron al Hermano Claude-Marie.
De nuevo el Hermano John, encargado de los Hermanitos de María de la
zona de las misiones de Oceanía, escribe desde Wellington el 17 de febrero de 1881
y nos habla de la situación del hermano Calude Marie:
“El buen hermano Claude Marie es siempre la edificación de los hermanos de
Napier. Se está haciendo viejo y está bastante enfermo. Se ocupa durante 3 o 4 horas
del jardín y ayuda a cuidar la propiedad de los apartamentos. Es un verdadero
modelo de simplicidad, de regularidad, de espíritu de pobreza y sobre todo de piedad.
Pero el espíritu inestable al que ha estado siempre sujeto le lleva a lamentar el haber
dejado Nelson y a su buen Padre Garin. La gran causa de su malestar parece ser que
su jardín no responde a su trabajo como el de Nelson. De manera que no suspira más
que por Nelson. Dice que está muy contento con los Hermanos, que los encuentra
excelentes, pero que se cree un estorbo y que piensa que debería de pasar sus últimos
días con los Padres que han gozado de sus 40 años de sudores. Espera la vuelta de
Monseñor para hablarle.”
En 1881 vuelve a Nelson. Después de la muerte del P. Garin, queda al
servicio de la misión. Muere el 5 de noviembre de 1893 unos días antes de cumplir
los 80 años.
Para terminar un detalle curioso que nos da el Hermano Augustianus,
conseguido del P. Mahoney, dice:
“ … muchos años después de su muerte, su cuerpo fue sacado de su sepultura
original, para ser transportado a una nueva capilla mortuoria, y fue encontrado
entero y sin ningún signo de corrupción. Reposa ahora al lado de su querido
Superior, y mucho tiempo después se ha hablado de él como un verdadero santo.”
A pesar de las relaciones difíciles con el P. Petit durante los primeros años
de su vida misionera, el resultado es positivo a lo largo de los más de 40 años de
trabajo en Nueva Zelanda. Las diversas quejas que van apareciendo a lo largo de
sus cartas nos permiten tener una visión más real de la vida que llevaron nuestros
Hermanos en Oceanía y así evitar el romanticismo. Los Hermanos que fueron
enviados por Marcelino fueron mandados para catequizar y enseñar. Este es el
caso del Hermano Claude Marie que se había preparado durante la travesía a

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Nueva Zelanda para el estudio del maorí aprovechando la presencia de Etaca, un
joven neocelandés. Otro dato interesante es que nuestro Hermano ya había
trabajado como educador dos o tres años antes de salir para las misiones, lo que le
podía llevar a pensar que le sería confiado el trabajo de instruir a los jóvenes en lo
que concernía a la religión.
Admite en una de sus cartas que no tenía experiencia en lo que se refería al
trabajo de la tierra, puede que esto fuese lo que pusiese nerviosos a los Padres Petit
y Servant. Por otra parte, era de un carácter escrupuloso, muy preocupado en la
salvación de su alma, era muy difícil para él vivir en paz. Se siente dichoso cuando
encuentra en Kororareka a otros Hermanos ocupados en los trabajos de la Procura
y que llevan adelante con todo orden los ejercicios de piedad.
Algunos pasajes que escribe no son muy optimistas, sobre todo los que
escribe al Hermanos Francisco y al Padre Colin, con ellos manifiesta una
franqueza total y una confianza de niño. Otras cartas son más moderadas, sobre
todo en éstas pone el acento en los adelantos de la religión, el ambiente que reina
especialmente en Kororareka, la alegría que tiene cuando recibe alguna noticia de
los Hermanos del Hermitage, el maravilloso desarrollo del Instituto y de la
Sociedad de María. En éstas tiene un gran cuidado de evitar todo aquello que
pudiese desanimar a los que quieren ir a trabajar en las misiones.
Su calidad como religioso queda clara en un artículo necrológico aparecido
en un periódico local de Nelson, dice:
“ Cada mañana de su vida, muy temprano, se los podía ver delante del altar...”
La sumisión a la voluntad de Dios, muchas veces dolorosa, es una de las
características de su espiritualidad.

Antes de salir, el Hermano Claude-Marie le escribe a Champagnat dándole noticias sobre los
preparativos del viaje. Al final de la carta habla de que el capitán del barco es bueno, porque les ha
permitido a los Padres decir misa siempre que quieran y llevar sotana a bordo.

J.M.J. Brest, 25 de enero de 1840

Muy Reverendo Padre:


Permita que uno de sus hijos en Cristo le dirija dos palabras antes de salir
de Francia con rumbo a Polinesia. No quisiera seguir adelante sin expresarle mi
gratitud por haberme designado entre los primeros que salen hacia Nueva
Zelanda. Sinceramente, muchas gracias.
Salí de St. Chamond el día 6, como usted me lo había ordenado.
Antes de salir, tuve el gusto de ver al señor Dugas, pero sentí mucho no
haber podido despedirme del buen señor cura de St. Pierre, pues estaba
celebrando misa. Durante tres días permanecí en Lyon arreglando cosas. El 10 salí
para París, en compañía del querido hermano Amón; llegamos el 13. Fuimos al
seminario de Misiones Extranjeras: allí encontramos a los padres Pezant y Tripe.
Que se nos habían adelantado unos días. Después de quedarnos tres días en París
para efectuar diversos encargos, tomamos el tren y llegamos a Brest el 19. Aún
estamos en esta ciudad. Afortunadamente el tiempo no ha sido del todo favorable y
nos ha permitido revisar nuestro equipaje, hacer algunas provisiones para el viaje
y para la misión.
El capitán de la corbeta “El Alba” es muy bueno. Ha permitido a nuestros
padres misioneros celebrar misa cuando lo deseen. Esto es un gran consuelo para
nosotros. Podrán también usar la sotana a bordo. Dispondremos de dos

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habitaciones, una para los Padres y otra para nosotros; aunque ciertamente no son
muy espaciosas. Además estará con nosotros un neozelandés. Con su ayuda
aprenderemos algo del idioma hablado en esas islas, que parece no ser muy difícil.
H. Claude- Marie

Aprovechando una escala en Senegal, en el puerto de Goreé, el Hermano Claude-Marie


escribe una larga carta. Ante sus ojos juveniles todo le llama la atención. A la salida del puerto sus
ojos se llenan de lágrimas al ver desaparecer la costa de Francia. Durante una tempestad ve como un
marinero cae al mar y desaparece en medio de una gran ola. Las distintas escalas le permiten irse
acercando a otras gentes, otros idiomas, otras culturas. En encuentro con Etaca, un joven maorí que
les acompaña, le da la oportunidad de comenzar a aprender el idioma de los indígenas de Nueva
Zelanda.

Goreé, Senegal, 25 de marzo de 1840

Mi muy Reverendo Padre:


No quisiera dejar pasar la ocasión que se me presenta de permanecer unos
ocho días en Goreé sin escribirle sobre nuestro viaje y sobre varias circunstancias
que usted va a conocer, no lo dudo, con alegría.
Ya había tenido el honor de escribirle desde Brest, el 25 de enero, creyendo
que íbamos a zarpar pronto, pero los vientos contrarios nos detuvieron hasta el 19
de febrero.
Nos aburrimos en esta población, sin conocer a nadie, sin saber a dónde ir,
si no es al restaurante donde nos cobraban mucho; resolvimos ir a bordo, donde
teníamos los alimentos gratuitos.
El 29, día de S. Francisco de Sales, a quien había tomado por patrono del
mes, a las 3:30 fuimos a almorzar por primera vez al barco que debía
transportarnos a la tierra por tanto tiempo deseada.
Pronto comenzamos a sentir el mareo, aunque no fue mucho. Desde
entonces hasta la partida tuvimos la fortuna de oír la Santa Misa y comulgar
varias veces. Finalmente se tornó favorable el viento; y el 19 de febrero, hacia las
ocho de la mañana, aparejaron el barco y salimos.
El hermano y su servidor nos dirigimos a la pieza de los Padres, y todos
juntos pedimos al Señor, por medio de la mejor de todas las madres, un viaje
bueno y feliz; oramos por Francia, nuestra hermosa patria; por las personas
queridas que dejábamos; y, finalmente por la gente del barco. Terminada nuestra
oración subimos al puente y enseguida a la toldilla, con la intención de ver una vez
más la bella tierra de Francia; pero, ¡qué pena! En lugar de la tierra amada, sólo
se presentaron a la vista unas rocas, el cielo y el mar. Nos invadió la tristeza;
algunas lágrimas nublaron nuestros ojos; lo que sirvió para que renováramos a
Dios nuestro sacrificio.
Desde el primer momento fuimos víctimas del mareo. Al segundo día nos
levantamos un rato, aunque sumamente débiles y bastante enfermos. El tercer día
no me levanté. Los Padres y el Hermano se levantaron un rato; pero temblorosos,
sin apetito y con mucho vómito. Al día siguiente me sentí muy mejorado; me
levante a las 7:30 y pude proporcionar algún alivio a mis compañeros, que no
comenzaron a experimentar mejoría sino hasta el 28. En cuanto a mí, me alegré de
haber pagado a Neptuno el precio de dos días de enfermedad y unos cuatro o cinco
vómitos, cuanto más.
El 25 tuvimos fuertes marejadas, a la una de la tarde un viento fortísimo
desplazó de su sitio a uno de los marineros que se encontraba azada en mano y lo
arrojó al mar. Inmediatamente subí al puente y le dije al P. Pezant lo que en

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parecida circunstancia había hecho el P. Petit, cohermano nuestro: le envió la
absolución a la pobre víctima. Entre tanto se preparaba una embarcación para
salvar al marinero caído. En esto sobrevino una ola inmensa que envolvió al
marinero y lo hizo desaparecer por completo de la vista. “¡Nuestro hombre está
perdido!”, fue el grito de la tripulación.
Los días siguientes fueron muy hermosos. El 1 de marzo apareció ante
nuestra vista Puerto Santo (Isla de Madeira), a unas ocho leguas de distancia. El
dos vio también varios barcos. Unos de ellos, de nacionalidad inglesa, se acercaron
bastante a nosotros y nos preguntó los grados de latitud y longitud. Enseguida
ambos navíos se comunicaron mutuamente los lugares de su salida de su destino,
finalmente le despidieron. El tres, hacia las ocho de la mañana, vimos las montañas
de Tenerife, sobre todo su pico, a unas veinte leguas; pero, puesto que el mar
estaba en perfecta calma, no llegamos allá. Al día siguiente, cuatro, Miércoles de
Ceniza, anclamos cerca de las diez, en la bahía de Santa Cruz y saludamos a la
ciudad con veinte cañonazos de rigor. Las autoridades y los cónsules de varias
naciones que se encontraban en la ciudad, tributaron honores a los franceses
izando el pabellón de sus respectivas naciones. A las once, nuestros Padres, el
Hermano, algunos oficiales y yo, entramos en la ciudad. Nos causó extrañeza el ver
gran número de jóvenes que estaban allí sin hacer nada. Casi todos nos miraban y
seguían con curiosidad. Lo que más les llamaba la atención eran nuestros Padres,
que llevaban sotana y sombrero tricornio. Visitamos la iglesia que nos pareció muy
bonita. Nos gustó oír de labios del cónsul francés noticias de Mons. Pompallier,
quien había permanecido dos meses en esta ciudad al ir a su amada misión.
Enseguida hicimos algunos encargos, y una vez terminados dejamos la ciudad para
regresar a nuestra corbeta, a las cuatro de la tarde.
El cinco, a las dos de la mañana, aparejaron el navío y salimos. El doce, a
las once y media de la mañana, nos encontramos frente a S. Luis; pensamos que
sólo nos quedaríamos una horas en la rada, pero debido a varios encargos que
tenía el comandante con el gobernador hubo necesidad de anclar. Al día siguiente,
a mediodía, levaron anclas. El catorce, temprano, tuvimos que anclar aún en la
bahía de Goreé, donde tenemos que permanecer por algunos días. A las once y
media fuimos a visitar al párroco, quien nos recibió muy bien. Ha tenido con
nosotros todas las consideraciones posibles. Quería que estuviésemos con él
durante toda la permanencia en Goreé. Le agradecimos pero no le aceptamos la
invitación, pues le hubiéramos causado no pocos gastos. También tuvimos el
agrado de encontrar allí al Prefecto Apostólico, que nos colmó de atenciones.
El neozelandés de quien les hablé en mi última carta viene de vez en cuando
a nuestras habitaciones; pero como no sabemos gran cosa de su idioma, y él no
entiende el nuestro, será bastante difícil instruirlo. Sin embargo, haremos lo que se
pueda. Se llama Etaca. He aquí algunas palabras que de él hemos aprendido; y
otras de uno de nuestros marineros que ha estado en las islas. Lunes, Kitemani;
martes, tetouré; miércoles, waineré; jueves, tahiré; viernes, prahedé; sábado,
saradei; domingo, ratapou; una semana, itka (o latiré); un mes; un año, tuau...
H. Claude-Marie

Una vez completado el largo viaje el Hermano Claude-Marie encuentra un tiempo para seguir
contando las peripecias del viaje. Cuenta con toda clase de detalles la ceremonia del paso de la línea
del Ecuador, era algo lleno de colorido y por lo que todos los pasajeros se divirtieron mucho.
Los actos religiosos en el navío se desenvuelven como se puede. Nuestro Hermano hace una
comparación entre las ceremonias que se estarán haciendo en Francia y la pobreza, en este sentido,
que están viviendo durante la travesía.

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Más adelante, expresa una de sus primeras decepciones. Estaba muy interesado en instruir a
Etaca, el joven neocelandés que les acompañaba, pero el P. Pezant le quita este trabajo.
Termina teniendo un recuerdo cariñoso hacia todos los Hermanos con los que ha compartido
en Francia.

Bahía de las Islas 18 de julio de 1840

Muy honorable y muy querido hermano:


Habiéndole dicho el señor comandante al señor Pezant que tal vez durante
la travesía y sobre todo en las proximidades del cabo de Buena Esperanza,
podríamos encontrar algunas naves que fuesen a Francia a las que podríamos dar
nuestras cartas, con esta esperanza aproveché algunos momentos libres para
escribirles. Quizá me acuse de que le escribo con demasiada frecuencia, mientras
que los otros se conforman con hacerlo dos veces como mucho; pero por favor no
lo considere negativo, pues no puede comprender el agrado que tengo
entreteniéndome algunos momentos con usted, hace falta estar alejado muchos
miles de leguas de sus queridos amigos, de sus queridos Hermanos, de sus
Reverendos Superiores y Padres en Jesucristo, en pleno mar, no viendo más que
cielo y agua desde hace muchos meses y con frecuencia zarandeado por el mal
tiempo, para hacerse una idea.
Habrá, no lo dudo, recibido la carta que tuve el honor de escribir al muy
reverendo padre superior desde Goreé, con fecha del 25 de marzo, y llevada a
Francia por la corbeta “La Favorita”. Continuaré hoy primero de mayo, la
historia de nuestro viaje. Dejamos Goreé el 25 de marzo a las diez y media de la
mañana; y algunas horas después perdimos la tierra de vista. Desde ese día y hasta
pasar la línea del Ecuador no vimos nada que merezca ser contado. Sin embargo, a
medida que avanzábamos los señores oficiales y otros nos hablaban de ese paso.
Lo temíamos porque habíamos visto en los anales lo que habían dicho los señores
misioneros; pero nos cuidábamos de no darlo a conocer (el miedo.
El día 4 de abril a las 5 de la tarde, el padre de la línea, se hizo escuchar
desde lo alto de la gran gavia y preguntó si se encontraban en el navío algunos
nuevos pasajeros que no hubiesen recibido el bautismo. Con la respuesta
afirmativa, dijo que al día siguiente vendría a bautizarlos; algunos momentos
después llegó el postillón acompañado de un molinero; ese se acercó al Sr.
comandante y le dijo que había perdido la carta del padre de la línea, pero que
vendría con su cortejo al día siguiente, domingo, para bautizar, y mientras que
hablaba así, el otro echaba harina a los ojos de los que estaban demasiado
deseosos de ver. Así terminó la jornada que no era sino un mínimo aviso de lo que
íbamos a tener el domingo como va a verlo.
A las dos de la tarde, mientras estábamos en nuestros camarotes, uno de
nuestros marineros, vino a llamarnos y nos dijo que la ceremonia iba a comenzar y
nos invitó a subir al puente, y más nos valió obedecer. Después de algunos minutos,
vimos llegar al son de dos tambores a Neptuno y un piloto seguidos de 6
gendarmes, un sacerdote mahometano, luego un carruaje sobre el que estaba el
padre de la línea, su mujer y su hija, a continuación venía su séquito de honor, que
consistía en un sexteto de diablillos, muy negros, negrísimos, casi desnudos, y un
enorme león cerraba la marcha. Todos pasaron a nuestro lado y fueron a ponerse
en su lugar señalado. Luego se llamó a los que debían ser bautizados y se nos hizo
pasar debajo de un toldo, en presencia del padre de la línea y del sacerdote
mahometano. Estando todos allí junto a las personas de la tripulación, el Marabú
hizo un pequeño discurso referente a la ceremonia y conociendo la causa por la que

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íbamos a Nueva Zelanda, dijo que nuestra misión no sería buena su antes no se nos
corregía. Lo que nos inquietó un poco fue cuando escuchamos decir que nos hacía
falta confesarnos previamente, con el fin de recibir el bautismo con más frutos,
pero nosotros nos reíamos de su confesión, y de su bautismo, sin embargo, fue
necesario pasar por todo este rigor.
Después del discurso se nos llamó de nuevo, unos tras otros, y se nos hizo
sentar al lado del padre de la línea, sobre un gran barril lleno de agua sobre el que
había una tabla, y todo envuelto en un estandarte, para que no nos diéramos
cuenta de nada. Al lado del barril había un peluquero para rasurarnos y cortar
nuestros cabellos. Así es como se hacía el truco que utilizaba para hacer esto
normalmente. Tenía como jabón un bacín lleno de harina mezclada con agua de
mar, tomaba un puñado y lo pasaba por la cara, estando muy bien embadurnado y
tomaba una gran navaja de madera parecida a una escuadra y la pasaba cuatro o
cinco veces por la cara y la limpiaba luego sobre nuestros hombros. Para cortar
nuestra barba, nuestro cabello, un enorme par de tijeras también de madera y un
enorme peine de un pie de largo al que sólo le quedaban 5 dientes le servía de
maravilla. Habiendo cortado quería aún poner pomada y para ello tenía hollín
diluido con aceite y lo pasaba sobre la cabeza teniendo cuidado sobre todo de pasar
con frecuencia su mano sobre la frente y cara del paciente. Pero mientras hacia
esto y cuando nosotros creímos que podíamos ir a lavarnos, las personas que
estaban colocadas detrás del barril tiraron con fuerza de la tabla sobre la que
estábamos sentados y caímos en el agua hasta el cuello.
Al salir de allí estábamos al lado del Marubú, que nos echaba un vaso de
agua sobre la cabeza y resultamos bautizados. Pensamos que todo había terminado
y nos disponíamos a ir a nuestros camarotes, para cambiarnos de ropa y lavarnos,
pero nos equivocábamos y se nos lo impidió, porque no había terminado todo.
Algún tiempo después una bomba de incendio llena de agua, se lanzó sobre
nosotros, unos ocho baldes se pusieron en actividad, llenados una y otra vez en el
mar y echados sobre nuestras cabezas. Se nos mojó a más no poder durante una
media hora, los diablillos corrían y saltaban pasando delante de nosotros sin dejar
de ennegrecernos y fuimos durante este tiempo el juguete del pueblo. A las cuatro
menos cuarto nos enviaron a cambiarnos, recibimos esta última orden con mucho
placer y muy contentos, pues estábamos mojados hasta más no poder.
La tarde pasó en festejos. El señor comandante, los señores oficiales
mezclados con los marineros bailaron y cantaron hasta bien avanzada la noche.
Después el señor comandante hizo subir refrescos sobre el puente, y alrededor de
las once, fue el momento de irse a dormir, muy contentos del día.
El lunes, nuestros marineros dieron un ejemplo muy grande de caridad. La
víspera habían reunido ochenta francos de los nuevos bautizados, este dinero les
pertenecía, y reflexionaron sobre lo que harían con él. Se decidió entregarlo al
señor comandante, y él lo daría a su regreso a Brest a la desgraciada viuda de
Confeni, que se ahogó en el golfo de Gascoña. El señor comandante viendo la
generosidad de los marineros dio 20 francos que puso con los otros, con esto mas
se le mandó al señor teniente y al Estado Mayor mientras desayunaban, y no tengo
la menor duda que habrán imitado al señor comandante y a la tripulación.
El mismo día, a las dos, nos distrajimos mirando cuatro navíos que no
estaban muy lejos de nosotros. Izaron su bandera y nosotros la nuestra.
Reconocimos por esto que dos de ellos eran de nacionalidad inglesa, el tercero
holandés y el cuarto, que estaba muy alejado, no izó el suyo.

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El primero de mayo, día de S. Felipe y Santiago, en consecuencia fiesta del
rey, fue para nosotros también un día de fiesta, porque estábamos en un navío del
Estado. El señor comandante pidió al Sr. Pezant que tuviese la bondad de cantar
un Te Deum y el Domine salvum fac regem. Lo hizo con gusto sobre el puente en
presencia del Estado Mayor y toda la tripulación en gran gala. En la tarde, a las
cuatro y media, el señor comandante, dio a todo el Estado Mayor y a los alumnos,
un almuerzo espléndido, pero el balanceo era tan fuerte, molestó tanto, que con
frecuencia las botellas, platos, etc. se caían y se rompían; a nosotros mismos, nos
costaba mantenernos firmes y con frecuencia nuestras sillas rodaban y algunas
veces se caían, aunque nos agarrábamos fuertemente a la mesa que estaba muy
bien sujeta. A las once, comenzamos a doblar el cabo de Buena Esperanza con muy
buen tiempo, de modo que el 15 ya estábamos en el Océano Índico. No sé porque se
le llama a este cabo el de las tempestades, pero nosotros haríamos mal en llamarlo
así, porque habíamos tenido muy buen tiempo.
Entre Tenerife y el Trópico de Capricornio tuvimos el muy dulce y
consolador gozo de asistir con bastante frecuencia a la Sta. Misa. Pero, ¡Lástima!
más allá los vientos se volvieron variables y más fuertes, por lo tanto nuestros
buenos Padres no la pudieron celebrar más que muy rara vez. ¡Qué miserable altar
teníamos a bordo! Una pequeña tabla de dos pies de largo y uno de ancho, en
medio de la que había un hueco donde estaba metida la piedra sagrada. Este era
nuestro altar. Cuando se podía celebrar, arreglamos nuestra tabla con un gancho y
pistón, después colocábamos sobre la piedra sagrada una tela que nos habían dado
en Goreé, encima un paño de altar doblado en dos, para que hubiese sobre la
piedra tres paños, a continuación, dos candelabros de mesa y dos cirios, una cruz
colgada para ocupar menos espacio, esta era toda la decoración. Acabada la misa,
metemos todo en una maleta y nada nos molesta. El domingo la misa se dice a las
diez en la batería, en la que aquellos que quieren asistir pueden, pero
desgraciadamente el número no es muy grande. Al final de la misa cantamos el
“Domine salvum fae regem”, el “Gloria patri” y el “Oremus omnipotens Deus”.
Entonces el altar es más grande y rodeado de estandartes que le dan un aspecto
más agradable. ¡Qué tristes días pasamos en nuestra pobre Aurora! ¡Qué
monotonía la de los viajes en el mar! Sin hablar y viendo siempre la misma cosa, es
todavía mas aburrido con respeto a la devoción. Así mientras estás en Francia,
ocupado haciendo penitencia durante el santo tiempo de Cuaresma y meditando la
muerte de un Dios durante la Semana Santa, fuimos obligados a comer carne y a
no ayunar, excepto los últimos tres días que el Sr. Pezant pidió y obtuvo que nos
sirvieran comida sin carne. Así como los hermosos días de la Resurrección,
Ascensión, Pentecostés, y aquellas bellas procesiones del Sto. Sacramento, que ha
tenido la felicidad de cantar las alabanzas de un Dios vencedor. En cambio
nosotros, ¡Lástima! Sentados en algún rincón, pensábamos en su felicidad, y luego
para consolarnos, balbuceamos algunos versículos de los himnos o estrofas de
cánticos relativos a la fiesta. Puedo muy bien decir, que lo que me ha producida
más pena, ha sido que durante el santo mes de María, nos hayan obligado a
celebrarlo en particular y por toda capilla una simple imagen de nuestra Buena
Madre.
Etaca, el neozelandés del que ya le he hablado viene todos los días al
camarote de nuestros padres y allí le enseñamos a leer. Es todo lo que podemos
hacer no conociendo su lengua, después nos enseña algunas palabras de su lengua,
tengo el gusto de anotarle dos o tres para que vea como se diferencian de las
nuestras.

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- Buenos días mi amigo. - Temakoué héoa
- ¿Tenéis pan y agua? - Me’ouhatou kouatu, uiooou.
- Si - Eoi
- Dadme por favor - Homahi ivitoeva mauko
- No, gracias - Kaoulaka
- ¿Hay mucha gente con nosotros? - Euoui ennate tauhata oto enova?
- Muy poca - Kanore inoui te tanhata
- ¿Quieres mucho al buen Dios? - Epahi anate Atova?
- Si - Eoia
- ¿Trabajan los niños? - Tamahiti airé kitignoki?
- No - Kaohualaka

No sabemos cómo haremos para los verbos, sólo hablan en el presente, pues
le hemos preguntado de distintas maneras y no hemos podido sacar de él nada más
que el presente de indicativo. Durante mucho tiempo he estado encargado de su
educación, pero el señor Pezant, me lo quitó; un pequeño sacrificio que hacer para
el Señor, pues estaba muy contento enseñándole la a, b, c.
Cómo cambia la temperatura en los diferentes países donde ya hemos
pasado. En Francia y en las costas hemos tenido el invierno; la primavera en
Tenerife y sus proximidades; en la zona caliente, el verano donde hemos
experimentado calores casi insoportables, nos costaba bastante quedarnos en
nuestros camarotes durante la noche pues nos asfixiábamos. Pasado el trópico de
Capricornio, comenzó a sentirse el frío y esto nos advirtió la llegada del otoño,
además los días disminuían de manera sensible; y cerca del Cabo, comenzamos el
invierno, el que sin duda nos acompañará hasta Nueva Zelanda, donde
encontraremos la primavera al llegar.
Vamos derechos a la península de Banks, después de mucho tiempo,
tendremos el gozo de abrazar a nuestros queridos cohermanos, pues como puede
ver en los mapas, la península está muy alejada de Hokianga donde Monseñor
tiene su residencia.
Deben saber sin duda, que el gobierno francés trata de hacer una colonia en
la península de Banks, y ya el “Conde de París”, navío mercante, lleva a bordo un
buen número de colonos franceses, que vivirán en la isla y la cultivarán.
Esperamos según lo que nos han dicho muchos oficiales y el señor Comandante
mismo, ir a hacer un pequeño descanso en Hobatoun (Tierra de Demonios), si fuese
así, tal vez encontraríamos algún navío que vaya a Bahía de las Islas, al que le
podría dar una carta para informar a Monseñor nuestra llegada a Nueva Zelanda.
En fin, estamos en las manos de la Providencia; sin duda, ella dispondrá todo lo
mejor posible.
Por favor, muy querido hermano, permítame decirle muchas cosas a todos
los queridos y muy amados hermanos y novicios del Hermitage y de los
establecimientos, estarán siempre presentes en mi espíritu; me gustaría
nombrarlos a todos aquí pero, ¡qué lástima!, el tiempo me falta, y estaría obligado
a pasar los límites que me propuse en esta carta y no lo dudo resultaría aburrida.
Hay sin embargo alguno que no puedo dejar de nombrar, y son: los queridos
hermanos Luis María, Juan María, Juan Bautista, los buenos Estanislao, Luis,
Hipólito, Agustín, Damián, que me llevó a la santa casa a la cual tengo el honor de
pertenecer; Javier, Pedro; Ambrosio mi primo; Carlos, Colomban, Máximo,
Bernardo, y mis dos antiguos directores, Denis y Pío a los que les pido me

100
perdonen las faltas que tuve con ellos y a los otros el mal ejemplo que les he dado
durante el tiempo que estuve con ellos.
Pero si yo debo presentar mis respetos humildes a alguno, es ciertamente al
muy reverendo Padre Superior, que ha tenido para mí todas las atenciones
posibles, y que me ha hecho tanto bien; ¡Ah no! Jamás lo olvidaré. Los buenos
padres Matricon y Besson me son muy queridos también, tenga la bondad de
decirles a todos lo que su sabiduría le inspirará; pero la gracia que les pido a todos
los padres y novicios de la santa Sociedad de María, es la de no olvidar un pobre
pecador que tiene el honor de ser su cohermano aunque muy indigno y que tiene
gran necesidad de sus fervientes oraciones para poder hacer lo que le será
ordenado.
¡Cuantas cosas tendré que hacer una vez llegado! Aprender el neozelandés,
el ingles, yo que soy, como sabe, tan corto, y cuantas otras cosas que no imagino
todavía, las que sin duda, me pondrán a prueba; y bien, por las fervientes plegarias
que harán todos por mí, Dios me concederá la gracia de soportar todo con
paciencia.
Si algunos de los hermanos van a St. Sauveur, tengan la bondad, por favor,
darle mis noticias a mis padres. ¡Que dulce me sería, si a la próxima salida tuviera
el dulce placer de recibir una carta del Hermitage, les pido concederme este favor.
No sé cuando tendremos el placer de vernos, puede ser en esta vida,
esperemos por lo menos vernos un día en el cielo, nuestra bella patria. Pedan por
mí esta gran gracia a nuestra Buena Madre y créanme.
Muy querido hermano Director, su muy humilde y muy respetuoso
servidor:
H. Claude Marie

La carta que vamos a ver a continuación, está escrita desde Hokianga al P. Epalle,
probablemente en 1840, a los pocos meses de haber llegado a Nueva Zelanda. Es muy corta en su
extensión, normalmente nuestro querido Hermano Claude Marie, se suele alargar más. Es concreta y
pide lo que tenía en Bahía de las Islas cuando llegó, y que dejó allí en calidad de depósito.
Al final de la carta se encomienda a las oraciones del Padre Epalle.

“Jesús, María, José


Mi reverendo Padre

Si usted lo juzga oportuno, desearía que cuando el navío de Monseñor


venga a Hokianga, me envíe otras cosas que hay en mi paquete: un par de
pantalones de paño necesarios para llevar los días ordinarios, más dos blusas, las
que tengo aquí, se han estropeado.

Vea si ve conveniente permitirme recomendarme en sus fervientes oraciones


y sobre todo en el santo sacrificio de una manera muy particular y tener el honor
de ser,
Muy reverendo Padre,
Su muy humilde y
obediente servidor.
H. Claude Marie”

Parece que esta carta es continuación o repetición de la que hemos leído anteriormente. De
nuevo el Hermano Claude Marie pide sus cosas que ha dejado en Bahía de las Islas. Llama la
atención la situación que vive en lo que se refiere a lo deteriorada que tiene la ropa.

101
Se siente contento con la misión que tiene, pero a la vez indigno, pues es consciente de sus
limitaciones.
Mantiene ya una correspondencia con los Hermanos de Francia y con el Hermitage.

“Hokianga 7 de septiembre de 1840

Muy reverendo Padre,


Aprovecho la ocasión que se presenta por dos hombres franceses que se
disponen a salir enseguida a Kororareka para pedirle que me envíe en la próxima
ocasión la ropa que dejé en el momento de mi salida de Bahía, la necesito con
extrema necesidad, ya mis pantalones que tengo aquí, se han roto, no tengo ni
siquiera para cambiarme, ni pedazos para remendarlos, no es necesario que las
cosas dejadas, yo les he dejado la nota al salir y están todos doblados juntos en un
paquete que tiene mi dirección. Si pidiese unir un poco de hilo y algunas agujas
para coser, me agradaría.
Estoy particularmente contento aquí, y necesito agradecer al Señor por el
gran favor que me ha hecho al llamarme a este país lejano. Pero, ay, creo que no he
sido totalmente fiel a la gracia, vea entonces por favor permitirme encomendarme
a sus fervientes oraciones y a las del buen Padre Tripe y a las de los hermanos
Augustin y Ammon, a los que le pido presentarles mis muy humildes respetos.
Me gustaría saber si ha enviado las cartas que le he dado para los
Hermanos Francisco y Stanislao en Francia. Si puede me lo hace saber, me
agradaría mucho. Tengo todavía aquí una carta que desearía hacer llegar a
Monseñor, pero esta ocasión no se presenta, puede que si se la mando a usted y si
Monseñor decide que alguno de ustedes viaje a Francia me la pueda llevar.
He sufrido mucho durante mi viaje para Hokianga, no me gustaría
empezarlo de nuevo, y si me lo pidiese Monseñor, si esta fuese su voluntad, no me
lo haría hacer con frecuencia porque nos pondría en peligro subiendo y bajando a
Bonsoir.
Mi muy querido Padre, vea por favor no olvidarse de aquel que tiene el
honor de ser
su muy humilde y
obediente servidor
H. Claude Marie

El dos de enero de 1842, el Hermano Claude Marie le escribe al P. Colin. Era una obligación
y norma escribir al menos una vez al año.
La carta en si, es una verdadera confesión en la primera parte. Llama la atención la
revelación que hace que le gustaba tocar a los niños en Francia, y que esa inclinación no ha
desaparecido.
A lo largo de muchas cartas que vamos a leer, el Hermano se queja de que no es diestro en el
cultivo del campo, y que por otra parte, no tiene ninguna formación para ello.
Expresa su deseo de continuar los estudios que había comenzado, pero pronto se da cuenta de
la cruda realidad que le espera a este respecto. El P. Servant le quita todos los apuntes y libros que
tiene para aprender el inglés y el maorí.
Habla también de las quejas que ha expresado a sus superiores, pero que no se ha sentido
escuchado en sus demandas.
La relación con Colin es cordial y filial a la vez.

“J.M.J.
Muy querido y muy reverendo Padre Superior

102
Perdonemé, le ruego, por no haberle escrito antes como debería de haberlo
hecho y según lo aconseja el reglamento de las misiones, escribir al Superior
General todos los años, pero creía que el artículo era para los Padres y no para los
Hermanos pues son poco letrados para escribir. Un día reflexionando sobre esto
me lo ha aclarado después el Rev. Padre Garin, nuestro Provincial; y me ha
respondido que él veía a todos los miembros de la sociedad unidos a la misión y me
animó a escribirle, que es lo que trato de hacer hoy 2 de enero de 1842 pudiendo
en pocos días llegar la carta a Bahía de las Islas por medio del Padre Petit que se
vuelve.
Fui destinado pocos días después de mi llegada a Nueva Zelanda a la misión
de Hokianga donde estoy todavía desde el comienzo y después que han llegado los
Padres Servant y otros no he tenido nada de reglamento, pero ahora se ha hecho
un reglamente general para la misión y un Provincial que est encargado de nuestra
dirección y´, gracias a esto, hasta el momento todo está en orden y parecería que
estamos en un establecimiento de Francia. Me esfuerzo por cumplir lo mejor
posible el reglamento y con la gracia de Dios hago un poco más de lo que se me ha
recomendado.
Después del nombramiento del P. Provincial, le he escrito dos veces y le he
informado todo lo que me pasaba, no le he escondido nada y él ha tenido la bondad
de darme consejos llenos de sabiduría pero desgraciadamente mi naturaleza
corrompida no me permite como desearía seguirlos. Hago mis ejercicios de piedad
como lo ordena la regla, estoy obligado algunas veces a causa de mis obligaciones a
dejar una parte de los oficios. Me confieso todos los ocho días tanto como me es
posible, pero mis confesiones son casi siempre las mismas y esto me produce mucho
temor. Tengo la felicidad de comulgar tres veces a la semana incluído el domingo y
tener el consuelo de servirme el pan de vida, pero las ligerezas y remordimientos
que me vienen antes y después no causan pena.
Tenía en Francia una fuerte inclinación a acariciar los niños lo que me
causaba muchos pensamientos y deseos contra la santa virtud, pensé que sentiría
más inclinación a este vicio al cambiarme de país y de costumbres, ¡pero ay! Mi
buen Padre, es todo lo contrario, me siento muy atraído a este defecto, que aunque
por la mañana hago todo lo posible por no tocar, si la ocasión se presenta no puedo
evitarlo y esta es mi situación en la que estoy todavía y a la que he llegado, he caído
tres veces en las caricias.
No soy muy fuerte para los trabajos manuales, y muy poco diestro porque
no he trabajado mucho antes de venir a misión, pensaba ser catequista, y no
agricultor y cocinero, pero la providencia ha juzgado otra cosa, que su santa
voluntad se cumpla en mí. Pienso todavía, y es un gran deseo, que como había
hecho unos pequeños estudios sería bueno continuarlos, pero al ver a mi llegada, a
qué estaban destinados los Hermanos, no se me ha ocurrido manifestarlo. He, sin
embargo, hablado con el Padre Provincial que me ha dicho: que si el Señor me ha
llamado, él se lo hará conocer a Monseñor, que no me preocupe.
Encuentro muchas dificultades para cultivar y no hago siempre mucho,
hago no obstante lo que puedo viendo que la misión tiene necesidad.
Me acuso de que cuando se me manda cualquier cosa siempre trato de
salirme con la mía, es este un gran defecto que hay en mí, y me sucede tanto que
me preocupa; de la pereza que busco siempre lo menos penoso y llego todavía a
murmurar en secreto sobre todo si la cosa mandada es difícil, si es penosa o si se
me mandan varias cosas a la vez, entonces cuando no puedo acabar el trabajo, lo
que sucede con frecuencia, me impaciento y me pongo mal y por esta razón visto

103
los distintos de trabajos de todo género por una parte, y mi poca fuerza, destreza y
experiencia, no estoy acostumbrado como ya lo he dicho a todas estas cosas, pienso
que muchas cosas no se hacen bien a causa de mi ignorancia. He presentado mis
razones hace alrededor de dos meses al Padre Provincial y le he pedido que si sería
posible hablar con el Padre Epalle y darme otro empleo menos fatigoso, como en
cualquier establecimiento en el que no hay más que un padre, él no ha juzgado, por
el momento, hacer caso a mi petición, espero, sin embargo, que más tarde puede
que me cambie.
Me ha pasado una cosa que me ha entristecido.
Tenía una docena de libros de piedad, muchos cuadernitos que había traído de
Francia y cuando tenía un momento libre los domingos escribía en ellos en maorí
esperando los descansos en los que tenía un momento, hacía alguna lectura, pero
no sé si el P. Servant creyendo que perdía el tiempo leyendo y escribiendo, me ha
quitado mis libros y cuadernos; no me permite el uso mas que los domingos y
todavía le tengo que pedir permiso.
Me será muy difícil aprender el neozelandés ya que no tengo ni libros ni
cuadernos en los que estudiar, todo lo que puedo es hablar para retener algunos
términos.
Por otra parte estoy contento y lamento y echo de menos desgraciadamente
Francia, me agradan los naturales, los quiero y por qué no los querría, si es por
ellos por lo que he venido a estos parajes, pero no puedo hacer nada por este pobre
pueblo, metido en la cocina u ocupado todo el tiempo en cultivar no hago nada
para educarlos. Esperemos que si Dios lo quiere, esto vendrá más tarde.
Ay permítame mi reverendo Padre Superior, presentarle mis humildes
respetos a los muy queridos Padres de Pilata y mis amistades a los queridos
Hermanos. No me olvido que pide en sus fervientes oraciones y haga que pidan,
por favor, por mí, porque sabe qué grandes son mis miserias y mi+++ corazón.
Su muy humilde y obediente servidor
Hno. Claude Marie
Pu Rakau sobre la orilla del Hokianga
2 de enero de 1842
Nuestro Hermano cuenta los primeros días en Nueva Zelanda. El 11 de julio de 1840 llegó a
Bahía de las Isla, y pocos días después salió para Hokianga, en compañía del Barón Thiéry. Al llegar a
esta misión recibió la mayor decepción de su vida, pues tuvo que dejar la sotana para ir, a partir de ese
momento vestido de paisano. Sobre este punto una carta escrita por el P. Colin al P. Champagnat
aclarará bastante esta situación que tuvo que vivir nuestro querido Hermano.

Belley, a 22 de febrero de 1839


.
“Señor y muy estimado cohermano:
Ya son cuatro o cinco las veces que le he solicitado o le he mandado solicitar que envíe un
Hermano al Sr. Chanut, en la diócesis de Burdeos. Mi petición, tantas veces repetida le demuestra la
importancia que atribuyo a este acto de obediencia que espero de su parte. Acuérdese de María, nuestra
Madre y que debe ser siempre nuestro modelo, después de la Ascensión de su divino Hijo, se dedicó por
entero al servicio de los Apóstoles; que este es uno de los principales objetivos de los Hermanos y de las
Hermanas Maristas en relación con los sacerdotes de la Sociedad, para que así estos, descargados por
completo de las preocupaciones temporales, puedan dedicarse con mayor libertad a la salvación de las
almas. Un Hermano al servicio de los sacerdotes de la Sociedad realiza un bien veinte veces mayor, en
mi opinión, que si estuviera ocupado en una Comuna en donde, gracias a Dios, los medios para instruir
a la juventud no faltan hoy. Pero usted nunca ha acabado de entender este orden y este objetivo de la
Sociedad. De cualquier manera, recibida mi carta, pasara Ud. Tres días en régimen de retiro para
humillarse ante Dios de haberse conformado tan mal a su divina voluntad, en algunos aspectos, y
después elegirá al Hermano o novicio que juzgue ante Dios más indicado para realizar solo el viaje de

104
Lyón a Burdeos, atender el servicio de la casa y formar a otros Hermanos en el espíritu de la Sociedad,
con el Sr. Chanut. No olvide que la obediencia absoluta y total siempre es bendecida por Dios y que debe
constituir el carácter distintivo de los hijos de María, que en ella está la seguridad y es prenda de una
gran recompensa.
Acepte el testimonio del sincero aprecio con el que tengo el honor de decirme, querido
cohermano, su muy humilde y obediente servidor,

COLIN, Sup.

P.S. Le ruego que no haya ningún razonamiento ni retraso a la petición que le hago de un
Hermano para Verdelais. Acabo de recibir una carta de Burdeos en que se me insta al envío de
Hermanos: uno para atender los trabajos de la propiedad y otro para la cocina. Ya tienen algunos
novicios. Es necesario en cuanto se pueda al menos un Hermano capaz. M. Chanut se hace cargo de los
gastos de viaje”.

A esto se unió que sus funciones consistían en hacer trabajos manuales para ayudar a los
padres. El 6 de julio de 1841 se entera de la muerte de Marcelino, lo que en sus mismas palabras le
"provoca una herida que sangrará durante mucho tiempo".

“26 de Julio de 1842

Estimado Hermano Director:


Ya es hora de que me ponga a escribir para contarle algunos detalles acerca
del tiempo que llevo en la misión en la que se me ha destinado. Hace más de un año
(14 de junio de 1841) que mandé una carta, dirigida a nuestro buen padre
Champagnat, pero los padres, al enterarse de su muerte no les pareció oportuno
enviarla a Europa. Por lo tanto, si no ha recibido antes noticias mías, no ha sido
por mi culpa.
Sin duda sabe cuál es mi destino. Pero por si acaso no lo supiese, se lo diré.
Llegamos a la rada que hay delante de Kororareka el 11 de julio de 1840. Después
de pasar 11 días en la casa de procura, su Grandeza me envió a la misión a
reemplazar al hermano Marie-Agustín. Salí el 22 de julio acompañado por un
nativo que llevaba una parte de mi equipaje. También iba el señor Barón de Thiery
que se dirigía a su domicilio, igualmente acompañado por un nativo que se
encargaba de sus cosas, el viaje es muy difícil contarlo. Era invierno, por un
estrecho sendero en el que nos perdíamos con frecuencia. Montañas que atravesar,
ríos que vadear en los que el agua nos llegaba hasta la media pierna. Bosques
espesos que recorrer donde árboles caídos y medio podridos nos cortaban el paso.
En medio de esos horrorosos caminos nos encontrábamos continuamente con
lodazales que nos llegaban hasta más arriba de los tobillos por lo que nos costaba
salir con los zapatos puestos. El primer día, después de caminar desde las 9 de la
mañana, llegamos por la tarde agotados de cansancio a una tribu de nativos, donde
descansamos en una cabaña de nativos. Allá se encendió fuego y nos secamos un
poco las medias. Nos servimos un poco de comida que traía de la Bahía de las Islas
y a continuación nos acostamos un poco, no sobre una cama, sino sobre un puñado
de helechos extendidos sobre el suelo de tierra y mi mochila me sirvió de
almohada. Pronto me di cuenta que los nativos, de la choza en la que estábamos
alojados, no eran católicos, pues apenas comencé a dormirme, me despertó el canto
de sus himnos y los gestos que hacían al orar.
El día 23, muy de mañana, nos pusimos en camino y después de muchos
sufrimientos y ánimos del señor Barón que siempre me repetía que ya no
estábamos lejos del final de nuestro viaje, llegué a las 4 a su domicilio,

105
embadurnado de barro y humeante de sudor. Felizmente allí encontré con qué
recuperarme. Era la hora de la cena y enseguida nos sentamos a la mesa. A pesar
de que tenía mucha hambre, el cansancio sólo me permitió tomarme una taza de té.
En esta casa estuve todo el tiempo necesario para descansar durante cinco
largos días, el mal tiempo en que la marea fue desfavorable, me obligó a quedarme
allí. El 28 me despedí de la señora Baronesa y de sus hijos y me embarqué en un
pequeño waka de nativos con el Barón, su hijo mayor y mi nativo. Pero a una legua
más o menos de su casa, el viento se volvió fuerte y estuvimos en peligro de
hundirnos junto a nuestra frágil barca. Tuvimos que desembarcar a lado de un
bosque y esperar mejor ocasión. Encendimos una hoguera. Poco después llegaron
nativos que nos regalaron papas crudas que comimos.
Mientras terminábamos nuestra copiosa comida, vimos acercarse una gran
waka, conducida por unos diez robustos nativos. Les hicimos señas para que se
acercasen. Después de hablar un rato con ellos, nos admitieron en su barca
prometiendo llevarnos hasta Manguga, aldea de los misioneros, a donde ellos se
dirigían. Me vi obligado a quedarme allí tres días, pues el viento era demasiado
fuerte y nuestra waka demasiado pequeña para resistir a las olas. Durante dos
noches dormí en la choza de un nativo, comiendo como él, papas y kumara. Una
noche en que me preparaba para acostarme sin cenar, un misionero, que se enteró
por medio del señor Barón dónde estaba y y el hambre que tenía, tuvo la bondad
de enviarme, en un plato, cuatro o cinco rebanadas de pan untadas con un poco de
mantequilla y té en una jarra. Comí y bebí con ganas. Después de agradecérselo
despedí al nativo que me trajo tan suculenta cena.
El segundo día, a la hora del almuerzo, un inglés del lugar, al enterarse de
mi situación, vino a buscarme a mi choza, se sentó a mi lado y me habló. Pero como
no entiendo ni pío de su idioma, me dijo la palabra “bretad” (bread) Me acordé
que esa palabra significaba “pan”. Entonces me indicó que le siguiese. Me levanté
enseguida y me dirigí a su habitación. Su mujer me preparó comida, que me serví
sin hacerme de rogar. Luego, como quería marcharme, me indicó que tenía que
quedarme. Hizo una buena fogata, me ofreció una silla y me quedé allí hasta el día
siguiente por la mañana cuando me llamó el señor Barón para ir a encontrarme
con un señor que me conduciría al lugar tan deseado. Me subí, por consiguiente, a
su boot. Pero como este caballero no iba a salir sino dos días más tarde, me bajé en
Koukou donde fui recibido en casa de un irlandés, buen católico donde me sentí de
maravilla; pero a pesar de todo estaba lejos de sentirme contento debido a que no
me encontrarme en mi centro. Me inquietaba, lloraba. No podía expresar mi pena
pues no sabía hablar inglés. De modo que después de lamentarme mucho aprendí a
tener paciencia.
Por el lunes 3 de agosto, a las 3 de la tarde, este inglés que había prometido
al Barón llevarme a mi destino vino a buscarme y, después de agradecer lo mejor
que pude, a los que me alojaron su compasiva caridad, salí y llegué por la noche a
Purakan, lugar donde estaba edificada la casa de la misión. Subí por un camino en
medio de un bosque. El hermano Marie- Agustín estaba en la terraza rezando el
rosario. En cuanto se enteró de que subía, gritó en francés: ¿Quién va?, le respondí
en Maorí “tanganta wiwi”, soy un francés. Pero mi voz me traicionó, y enseguida
respomdiéndome, me dijo: venga, estimado hermano Claude Marie, venga. Nos
abrazamos de todo corazón. Me llevó entonces a la cocina en donde los padres
Servant y Bally se calentaban. Les entregué mi carta y después de una larga
conversación sobre la buena marcha de la Sociedad de María, de las hermanas, los
padres y los hermanos. Pero como ya era muy tarde y el hermano Marie-Agustin

106
tenía que viajar muy de madrugada hacia la Bahía de las Islas, nos fuimos a
descansar.
Mi ocupación no es la que me suponía antes de mi salida; pero que se haga
la santa voluntad de Dios. Mi heredad son la cocina y los trabajos manuales. Muy a
pesar mío, he tenido que cambiar el pobre hábito de María para ponerme el del
mundo. Esta prueba ha sido dolorosa para mí. No estaba tampoco acostumbrado a
manejar el azadón, la pala y menos a remar; pero me someto de buena gana a
todos estos sufrimientos para la expiación de mis numerosos pecados.
A pesar que le hable de este modo, no crea que estoy arrepentido de haber
venido a estas lejanas playas. Lejos de ello. Si no gozo de la dulce dicha de
catequizar a estos buenos salvajes y enseñarles a amar a Jesús y a su Santa madre,
la buena María, tengo por lo menos el de trabajar para aquellos que les instruyen.
Cuánto se regocija mi corazón cuando veo venir a estos buenos zelandeses
en sus piraguas para asistir a los divinos misterios de nuestra santa religión, hacer
sus oraciones y cantos, los himnos que los Padres han compuesto en su idioma.
Cuando el padre, de regreso de misionar, cuenta los frutos que el dueño de
la viña se ha designado regalar a sus esfuerzos, los nativos han bautizado, etc. ¡Qué
feliz se siente uno entonces!¡ Todo compensa plenamente las pequeñas penas que
uno sufre!, estamos dispersos, los unos por un lado y lo otros por el otro, y nunca
nos vemos o raramente. Por ejemplo, el hermano Marie Nizier que últimamente ha
pasado dos meses en la Bahía de las Islas ha viajado a la isla de la Ascensión. Me
parece que los hermanos Joseph Xavier y Atale están también al norte de este lado
en Wallis. El hermano Elie Régis está en Wangaroa. Los hermanos Pierre-Marie,
Marie-Augustin, Basile, Emery y otros dos están en la Bahía de las Islas. El
hermano Euloge está en Tauranga. El hermano Justin en Waikato. El hermano
Florentin en la casi isla de Bank. Totalmente al sur está el hermano Colomb y un
servidor en Hokianga.
Puede ver con esto si es fácil vernos, pues son miles las horas que nos
separan. Tal es la voluntad de Dios y esperamos que si aquí abajo no podemos
vernos, tendremos el dulce gozo de reunirnos todos en el lugar de los
bienaventurados para nunca más apartarnos.
Permítame saludar y decir algunas palabras a algunos hermanos que nunca
olvidaré. A los hermanos Louis Marie, Jean Marie y Jean Baptiste, y a Usted,
estimado hermano Stanislas, le agradezco de la hermosa carta que amablemente
me ha enviado.
Cumpliré el encargo que me hace acerca de nuestros pobres salvajes, pero
no es suficiente. Creo que dentro de poco tendré la dulce satisfacción de recrearme
con su respuesta. Mientras tanto, encomiéndeme al que y a la que usted tiene el
honor de adornar sus altares.
Estimados hermanos Louis, Xavier, Paul, Jubin-Marie, Hippolyte, les
agradezco. A ti, mi tierno hermano Barthélemy por haberte acordado de mí en la
hermosa carta que le mandaste al hermano Marie-Agustín. Tu recuerdo siempre
permanecerá grabado en mi memoria.
Que útil eres para la misión por cuanto te apresuras a hacer nuestros
encargos. Si el dueño de la viña les llama para venir en nuestra ayuda, apresúrense
a decir sí, y no teman la travesía el mar. Mientras tanto cuiden de nuestro rebañito
de los queridos niños de la Providencia. Den recuerdos míos a los hermanos del
hospital, a las hermanas de St. Agustín y de St. Joseph, especialmente a la hermana
Superiora de la Caridad. Si te encuentras con el señor cura, salúdale de mi parte.

107
Si me dieras noticias sobre la marcha de la Providencia, sería para mí un gran
placer.
Nunca olvidaré a mi querido primo el hermano Ambrosio, ni a los
hermanos Bernard, Colomb, Agricole, Bonaventure, Pie, Denis, Luc, Aurélien,
Damien, el que llevó a la santa Sociedad de María, Pothey, Jérome, Jacques, Victor,
Joseph, Ligouri, Charles, Clément y los demás hermanos que conozco y cuyos
nombres no me vienen a la cabeza en este momento.
Hace mucho tiempo que no escribo a mi hermana. Si los hermanos de la
escuela de St. Sauveur me hicieran el favor de darle noticias mías, les estaría muy
agradecido.
Quisiera saber si usted ha hecho uso de la pequeña cantidad de dinero cuyo
recibo le dejé al venirme. En caso contrario escribiré a mis parientes.
Hice una despedida que me afligió mucho y de la que aún no me he repuesto
en este país. Hacia tiempo que me había dado cuenta de que mi cruz era (?)... Pero
poco, de modo que la llevaba siempre conmigo, no queriendo despojarme del
objeto religioso que poseía. Pero desgraciadamente acabó por romperse del todo y
lo perdí sin que me diera cuenta.
Un día, mientras rezaba el rosario paseando por la playa, no sé cómo lo
perdí y no lo he vuelto a recuperar. Desearía un rosario cuentas pequeñas, cadena
sencilla, pero fuerte y indulgenciado. Mi libro de oficio se está deteriorando,
necesitaría otro si el hermano Louis podría enviarme otro nuevo, lo recibiría como
un cordial recuerdo. En tal caso, rogaría al hermano Hippolythe de recubrirlo con
un pedazo de tela de terciopelo. También me agradecería tener un ejemplar de
nuestra santa regla y las noticias que nos han prometido junto con el relato, acerca
de la última enfermedad de nuestro buen padre Superior. No me enteré de su
muerte hasta trece meses después de su defunción, es decir, el 6 de julio de 1841.
Esta noticia me produjo una herida en el corazón que seguirá sangrando por
mucho tiempo. He cumplido lo mejor que he podido con las oraciones prescritas en
la circular, no para que salga del lugar de purificación, pues estaba convencido de
que estaba en el cielo, sino para obedecer a sus órdenes y recomendarme a sus
oraciones.
Una idea se me vino, y quiero participársela y es que he visto en las
bibliotecas la vida del Señor de la Salle, maestro de los hermanos de las escuelas
Cristianas. Sin duda que en la vida de este gran hombre hay cosas muy
admirables, pero creo que en la de nuestro santo fundador hay cosas muy
sublimes. Me agradaría saber si se trabaja en imprimir su vida. Sus hijos tendrían
mucho que ganar. Dejo todo eso a su prudencia y a la del reverendísimo padre
Superior General.
Si tiene la bondad de enviarme lo que le he pedido, por favor, envuélvalo
todo en un paquete y déselo a algún hermano para que me lo entregue a su llegada,
o me lo mande por medio seguro.
Me doy cuenta de que mi carta se está haciendo extensa; pero antes de
concluir quiero encomendarme de manera especial en sus fervientes oraciones,
también que me recuerden en sus oraciones los hermanos novicios, tanto del
Hermitage como de las escuelas. Insisto, hermano, recen todos por mí, no me
olviden nunca. Suplico a los del Hermitage, los de las parroquias, en los retiros, en
el mes de María y sobre todo cuando tengan el dulce honor de recibir y poseer al
dueño del cielo, pidiendo que cambie mi malvado corazón y que cree uno nuevo,
que me conceda la virtud de la humildad, de la caridad y la obediencia; por fin, un

108
gran espíritu religioso y la gracia de la perseverancia final, a fin de que tenga la
gran dicha de participar con ustedes la corona de la inmortalidad.
Salude de mi parte al buen padre Matricon, mi Director y al buen padre
Besson. Ruégueles que se acuerden siempre de mí en santo Sacrificio.
Me olvidaba de acusarme de un pío latrocinio que hice al hermano Jean
Baptiste de un libro titulado “El amor de María”. Me gustó tanto este libro que
resolví no devolverlo. En efecto, me ha acompañado por todos los lugares por los
que he pasado y tengo el gusto de leerlo por lo menos una vez al año en el mes de
mayo.
Me gustaría que me añadiese al paquete alguna cosa que perteneciera a
nuestro reverendo Padre Superior, tal como un librito, rosario, estampa, etc. La
mínima cosa me será muy apreciada.
Perdóneme que sea tan pedigüeño y la molestia que le ocasiono.

Con todo cariño, su hermano,


H. Claude Marie.

Queridísimo y reverendísimo Padre Superior General:


Después de algún tiempo deseaba encontrar un momento libre para
escribirle y ponerle al corriente de mis penas tanto espirituales como corporales,
pero, he estado tan absorbido y ocupado en el trabajo hasta hoy que no he podido
hacerlo antes y todavía tomo para completar el trabajo la tarde del tercer domingo
de Epifanía, de otro modo no se me lo permitirá un día laborable.
Hace alrededor de 6 meses que le he dirigido al querido hermano Francisco
una carta haciéndole conocer de una manera un poco suave nuestra posición en
este país pues creía causarle pena y no querría enviar Hermanos. Pero hoy he
tomado la determinación de darle un conocimiento claro, tanto como me sea
posible, para que vea por esto la manera de cómo somos tratados. Sí muy tierno
Padre, su corazón, no lo dudo, se enternecerá, pues conozco cuánto nos ama, he
tenido la prueba en una carta que usted ha tenido la bondad de dirigírsela a los
Padres de la misión y en la que nos recomienda, con los términos más fuertes y
más convenientes. Han creído encontrar las excusas a esta amable carta y tener el
derecho de molestarnos en todo momento, le diré sin embargo que no son todos los
padres los que se actúan de esta manera con sus hermanos: no, felizmente se
encuentran los que están muy bien juntos con los hermanos, los que no se dignan
comer con ellos, y también los que viendo que sus hermanos están un poco
cargados de trabajo tienen la bondad de echarles una mano a los hermanos y
ayudarles. Ciertamente hay hermanos que se encuentran con tan buenos padres es
digno de envío y sus establecimientos un paraíso terrestre.
Yo no he conocido casi la felicidad. En los primeros tiempos en los que
estuve en Hokianga, estuve tres meses con el buen Padre Batty solamente, estuve
muy bien con él, pero fue remplazado por el Padre Petit que no tuvo por mí los
miramientos que había tenido su predecesor. Desde entonces fue necesario tomar el
surco y el azadón y dedicar al cultivo todo el tiempo que no estaba ocupado en la
cocina. Fue muy penoso para mí que no había sido desgraciadamente preparado
para este trabajo. Seis o siete meses más tarde el Padre Servant le sucedió

El hermano Laude-Marie ya lleva tres años en Hokianga. Desde allí escribe esta carta.
Comienza agradeciendo al Hermano Estanislao una carta que le ha mandado. Después se dirige con
todo cariño a los Hermanos, dice: “...a los nuevos de la Sociedad en general, porque entre ellos hay

109
muchos por los que siento un afecto especial...” Todo el inicio de la carta destila un apego hacia todo
lo que tiene que ver con los Hermanitos de María.
Continúa contando un viaje que ha hecho con el P. Lampila en el que han visitado varias
tribus de nativos. Durante un mes visita la zona sur de la misión. La actividad es intensa. La situación
en la que tienen que vivir es muy dura. Caminos embarrados, lluvia, barro, hambre, piojos, etc. Dice
nuestro Hermanos que esto no es nada si se considera que es para la gloria de Dios.
Al final de la carta pide con desesperación que le manden noticias de la Congregación. Hace
ya más de dos años que no ha recibido ninguna carta.

18 de octubre de 1843
A.M.D.G.

Estimados Hermanos:

Después de haber escrito a nuestro reverendo hermano D. G. y de responder


a la grata carta del Hermano Stanislas, he decidido contarles las pequeñas
circunstancia que han pasado desde que escribí a todos los hermanos incluso a los
nuevos de la Sociedad en general, porque entre ellos hay muchos por los que siento
un afecto especial por haberles conocido en la Casa madre o en las comunidades,
los que me han brindado servicios que nunca olvidaré o por medio de las cartas
mandadas a los otros hermanos y de viva voz por medio de los padres y hermanos
que venían a Nueva Zelanda, han tenido la gentileza de acordarse de mí,
mandarme noticias de ellos. En fin, a aquellos que no tengo aún el honor de
conocerles, también les escribo como a hermanos que Dios ha dispuesto en su
misericordia hoy sacarles del fango del mundo para reunirlos en la santa Sociedad
de María, para no formar entre todos sin un solo cuerpo en varios miembros. Ah,
estimados hermanos, que hemos hecho de más que nuestros camaradas que han
quedado en el mundo, para que Dios, lleno de bondad, se haya dignado fijarse
sobre ustedes de un modo especial para hacerles entrar en el barco de elección
para que podamos navegar con más seguridad y de llegar felizmente al puerto.
Ahora paso a un viaje que he realizado durante el mes de junio de 1841 con
el reverendo padre Lampila para visitar las tribus de los nativos. El 30 de mayo el
padre Lampila y yo salimos y nos fuimos a acostar en una kainka llamado Waima.
Allí el padre bautizó a ocho niños al día siguiente. Luego nos pusimos de nuevo en
camino para dirigirnos a Makora, pero en el camino nos encontramos con los
nativos de esta tribu que nos dijeron que no había nadie en la tribu y que al día
siguiente irían ellos por allá. nos invitaron a pernoctar con ellos, lo que aceptamos.
Estas pobres gentes habían sacrificado un cerdo y lo habían cocinado en la
“homa”, agujero cavado en el suelo. En la cena no fueron tacaños, pero tuvimos
que comerlo solo, sin papas. Nos servimos cada uno un poco menos de dos libras
con las dos manos y los destrozamos lo mejor que pudimos con los dientes. No
tuvimos igual suerte a la hora de dormir, pues como acampábamos en un lugar
deshabitado, tuvimos que dormir bajo las estrellas. Hacía frío (era invierno. El
cielo estaba cubierto de nubes. Por otra parte nos habíamos acalorado en nuestra
caminata. Temíamos enfermarnos. Lo dejamos todo en manos de la Providencia.
Los nativos prendieron una gran fogata, nos sentamos alrededor e hicimos la
oración de la noche en maorí. Luego el Padre y yo cortamos algunas ramas, y con
mi manto de tela encerada, armamos una pequeña choza para protegernos por lo
menos un poco del viento, dormimos bastante bien. Por la mañana, después de las
oraciones fuimos a comer a Makora.

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Luego fuimos a dormir a Wanga de donde salimos al día siguiente muy de
mañana para llegar a ahí a la puesta del sol. Permanecimos 11 días en esta tribu, a
fin de instruir un poco a los pobres salvajes que estando lejos de la estación del
sacerdote, no tienen el gusto de recibir con frecuencia el socorro espiritual. Seis
niños tuvieron la alegría de recibir el bautismo. Allí tuvimos mucha lucha
combatiendo los “tapu” (cosas sagradas), y por desgracia no logramos
convencerlos sobre esas cosas vanas y supersticiosas. Varias veces quemé
intencionadamente madera que ellos consideraban “tapu” para hacerles ver que
ardía como cualquier otra; pero se indignaban diciendo que si lo quemábamos,
iban a morir. Un día que se fueron lejos a un “halcari” (fiesta de la región),
aproveché ese momento para amontonar la madera tapu y quemarla. Cuando
regresaron se reunió un buen número de ellos en nuestra cabaña sólo después de
hablar ampliamente pudimos hacerles volver en razón. Salimos de esta tribu el 12
de junio y nos fuimos a dormir a Here Kino donde permanecimos cinco días entre
ellos el hermoso día de Corpus Cristi, sin misa, sin capilla, sin nada.
Qué duro fue para mí pensar que en Europa, y sobre todo en Francia, se
hacían hermosas procesiones, tan majestuosas ceremonias y aquí nada. Sin
embargo, tengo que confesar que no nos quedamos sin consuelo. Mientras ustedes
paseaban pomposamente al Santísimo Sacramento, mientras ustedes cantaban
cánticos gozosos, y elevaban el incienso y las flores, nosotros, pobres y débiles
misioneros, estábamos en una pobre cabaña de nativos donde apenas podíamos
enderezarnos. Pues bien, abríamos las puertas del cielo a diez muchachos
derramando por sus frentes la santa agua del Bautismo y les hacíamos hermanos
de aquél que ustedes llevaban triunfalmente. Después de la fiesta nos marchamos y,
pasando por la tribu, un jefe nos llamó diciéndonos: “haire maï, haire maï, mote
iriiri aka tamariki”. “vengan, vengan a bautizar a mis hijos”. Dormimos allí. El
jefe, feliz por nuestra visita, hizo sacrificar un cerdo para invitarnos. Al día
siguiente por la mañana siete niños fueron hechos hijos de Dios. Después de la
comida salimos hacia Wangape donde permanecimos tres días. Tan pronto como
llegamos el jefe envió a tres de sus hijos a cazar palomas; pero desgraciadamente
no tuvieron éxito y regresaron con las manos vacías.
Viendo eso el jefe, mandó matar un cerdo y comimos esta carne en
substitución de la otra. Desde allí atravesamos el río en una pequeña waka y
fuimos a dormir a Makora donde nos quedamos dos días. Ocho niños tuvieron la
felicidad de recibir la regeneración. A continuación nos dirigimos a Waima donde
tuvimos la alegría de ver a tres niños lavados de la mancha original mediante el
agua santa. Después de esta estadía de dos días nos fuimos a Lacrutu, a Kawetiki y
por fin a dormir en Mata Mata donde permanecimos dos días más. Tres niños
fueron purificados del pecado del primer hombre. De allí nos embarcamos en una
waca para ir a la casa de Purakan.
He aquí, estimados hermanos, la puerta del cielo abierta a un buen número
de niños de toda edad, pero todo eso no ha sido sin esfuerzo y privaciones. Durante
ese mes hemos tenido que dormir en el suelo, sobre una capa de helechos, pasar
frío. Sólo disponíamos de una manta para los dos. Pasamos hambres, viviendo
como los nativos, comiendo únicamente papas y kumara. Si han visto que alguna
vez hemos comido cerdo, pronto se quedaba atrás y no nos duraba el cerdo más de
dos comidas. El cansancio y los ríos, los caminos fangosos. Añadan a todo esto los
piojos y pulgas de los cuales estábamos llenos. Esto les da una leve idea de todo lo
que hemos tenido que sufrir. Sin embargo todo eso lo considerábamos como nada y
nos sentíamos dichosos cuando podíamos ganar algunas almas para J.C. Dios se

111
permitió actuar por nuestro medio curaciones rápidas y de modo que realmente
nos ha llamado la atención; pues sin ser médicos, visitábamos a los enfermos que
estaban en nuestro camino y con cualquier cosa recobraban la salud. Así que
tuvimos entre ellos fama de ser habilidosos y se corrió la noticia de nuestras
boticas. En Wemgapu, un hombre y una niña estaban bastante graves. Preparamos
un té, lo endulzamos y se lo hicimos beber en dos veces, un poco caliente. Pocos
días después nos enteramos de que estaban sanos. En Here Kino encontramos un
hombre que al caer se clavó una astilla junto al ojo. Estaba totalmente desfigurado.
Le aplicamos una cataplasma de cogorza, de kumara, de cebolla. Lo hicimos hervir
bien todo junto y se lo aplicamos a la herida. Cuatro días más tarde estaba sano.
Los remedios nos dieron una gran fama y les sugestionó de tal modo que nos
entregaron a sus hijos para que los bautizáramos.
En los últimos días de julio tuvimos la dulce visita de su Grandeza que se
quedó, en Hokianga hasta el 16 de agosto. Durante su permanencia hizo un gran
bien entre los nativos y entre los europeos. Numerosos adultos se bautizaron y
muchos nativos tuvieron la dicha de recibir a su Dios sobre todo el gran día de la
Asunción.
Monseñor consideró que la estación de Hokianga era demasiado grande y
extensa. Por eso la división en dos, estableciendo otra estación cerca de la
desembocadura del Hokianga en Te Rungi. El padre Lampila y yo fuimos los
indicados por su Grandeza para esta estación. El 21 de agosto bajamos hasta aquí.
Pero qué casa. Si la hubieran visto. Monseñor la había encargado hacer a los
indígenas según el plano que les había dejado. Pero como no estaban
acostumbrados a hacer casa al estilo europeo, hicieron un adefesio. No tenía
proporciones, estrecha por un lado y ancha por otro. Tiene más o menos 6 o 7 pies
de alta, 25 de larga y 16 de ancha. Cuatro habitaciones, dos de cada lado, y la
capilla en el medio.
Por las dimensiones podrían juzgar su tamaño. El interior lo hemos
acomodado un poco con tablas toscas, pues no tenemos cepillo. La capilla es lo que
más pena da. Sólo dispone de lo imprescindible. Para el santo sacrificio, nada de
adornos, ni campana. – nos valemos de una (?) que golpeamos con un martillo
para llamar a los indígenas a la oración. Al principio era prestada; pero un día que
vinieron a recuperarla, la compré a cambio de diez paquetes de tabaco. Por lo
demás, no es la pobreza lo que desagrada a Dios; todo lo contrario: Él ve el fondo
del corazón y sabe que si lo pudiéramos, lo haríamos mejor. No dudo que se
contenta con nuestra buena voluntad.
A pesar de que esta carta ya se está alargando demasiado, mi deseo es el de
contarles más cosas que sin duda les interesaría leerlas; pero me veo forzado a
dejarlo para otra ocasión debido a que la persona que debe llevarla sale mañana.
Por otra parte, carezco absolutamente de tiempo. Ya es muy de noche y aún sigo
escribiendo. Les confieso que me duele la mano; pero como escribo a hermanos lo
hago con gusto.
Les suplico que oren y hagan orar por su pobre cohermano. ¡Hay que ver
las miserias corporales que hay por acá! ¡pero mayores son las espirituales!
Frecuentemente uno es golpeado por las olas de las tempestades que levanta contra
nosotros el espíritu maligno. Les ruego de nuevo que oren para que no caigamos
sino que salgamos siempre victorioso sobre el demonio, el mundo y la carne,
tengamos la suave dicha juntarnos todos en la eterna felicidad tras nuestro buen
padre Superior y de otros buenos hermanos que ahora están junto a nuestra
tierna madre y delante del rostro de Dios.

112
Otras dos cosas que me permito pedirles que me escriban largamente y me
den noticias de la Sociedad, especialmente de la rama de los Hermanos. Si,
escríbanme todos aquellos de ustedes que he tenido el privilegio de conocer y que
hemos estado ligados más íntimamente mediante la amistad. No sigan guardando
silencio. Ya hace dos años que no he recibido carta. ¿Siguen vivos? ¿Se ha muerto?
No sé nada. ¡ Si ustedes supieran la alegría que uno tiene al recibir sus cartas! Con
qué alegría y con qué avidez se las lee y relee. No se lo pueden imaginar. Tendrían
que estar en nuestro lugar para entender que esperadas son sus cartas. Ruego al
hermano Stanislao o cualquier otro hermano de St. Sauveur que de noticias mías a
mis parientes, sobre todo a mi hermana, sea por escrito o en persona. Si no lo juzga
inconveniente, podrían prestarle la presente y pasarle un extracto de las cosas más
interesantes, pues no tengo tiempo de escribirle.
Desde hace mucho tiempo esperamos nuevos obreros de Francia. Cuando
lleguen escribiré los detalles que ahora, por más que no quiera, me veo forzado a
dejarlos. Mis respetuosos saludos a los R. P. Besson y Matricon, etc., y también al
reverendo padre Superior general (pronto le escribiré); a los PP Colin, Poupinel,
Gerard, Dubreuil y al padre Epalle sobre todo si aún está por allí.
Adiós, queridos hermanos, seamos firmes en la vocación, que el Señor nos
ha elegido. ¡Que noble es esta vocación! Esforcémonos por apreciarla,
mantengámonos siempre en la gracia de Dios, en su santa presencia. Sigamos
plenamente nuestra santa regla y a través de ella tendemos la dicha de perseverar
hasta el fin. Tengamos una gran confianza en nuestra Buena Madre; recémosle
frecuentemente, sobre todo en las tentaciones y ella, que quiere a sus hijos más que
todas las demás madres juntas, nos defenderá y por medio de ella saldremos
victoriosos en todo.
Con todo cariño de este pobre idiota.
Hermano Claude Marie.

Nos encontramos ante una carta especial. Lo que en ella se expresa es muy delicado. Es una
verdadera confesión. Algo, que por su naturaleza, entra dentro de lo personal y privado. Lo que me
anima a publicar esta carta es que nos muestra un hombre en lucha. Lleno de dificultades, pero con
ganas de superarse. Primero, sincero con los superiores. Admite en todo momento su debilidad y hace
lo posible para corregir su inclinación.
El vivir en comunidad, el Hermano Claude Marie, lo ve como una terapia de su mal. Dice en
una parte de su carta: “Cuantos fallos tendría si viviese solo”.
Esta parte de su vida fue un auténtico calvario. Las dificultades con el P. Petit, la inclinación
a acariciar niños, el miedo a condenarse, le hacían sufrir mucho. Pide en varias ocasiones volver a
Francia. , Con su vuelta creía que se terminarían muchos sufrimientos. Sólo está en el comienzo de su
vida misionera. Después llegarán años más tranquilos, a pesar de que la lucha siguió por casi toda su
vida.

A.M.D.G.

“ Reverendísimo Padre Superior

Desde Hokianga fue desde donde le escribí la última carta en el mes de


enero de 1843, en la que le contaba muchas cosas y en la que le hablaba de mi
próximo destino tal como me lo imaginaba, debido a que me resultaba imposible
cumplir con mis obligaciones en Purakau, tanto con el P. Petit, con el que, usted ya
sabe, no nos llevamos bien cuando estábamos juntos, como por el trabajo manual,
que lejos de disminuir había aumentado considerablemente.

113
A pesar de mis peticiones, debí quedarme allí hasta el 21 de agosto, cuando
fui destinado a Te Rangi con el Rvdo. Padre Lampila, en un establecimiento nuevo
que su Grandeza había fundado cerca de la desembocadura del río Hokianga.
Le diré, Reverendísimo Padre, lo feliz que me sentí al dejar Pukarau. Sería
difícil describirlo. Siempre era lo mismo, tal como la ha visto en la última carta, lo
que me apenaba mucho, pero el cambio del Padre Lampila por le Padre Petit duró
poco ( El Padre Lampilla se quedó en Purakau con el P. Petit).
Se decían el uno al otro tú vive en tu casa y yo en la mía. Han estado en esta
situación hasta que han llegado por fin a entenderse y a abuenarse como
hermanos.
No le diré nada de nuestra situación en este establecimiento, sería largo; por
otra parte, aunque nuestra pobreza era grande, estábamos contentos, vivíamos
felices. Me alegraba de encontrarme con un padre tan bueno y caritativo, y me
decía que después de las espinas, habían llegado las rosas. ¡ Que el Dios de la
bondad sea bendito!
Pero si el cuerpo estaba contento, el alma sufría sus penas, y bien grandes.
El buen Padre sufría al verme en esa situación, y esto fue lo que ocasionó mi
cambio de destino. Me parece que ya le he contado, Reverendísimo Padre, en dos
cartas que le he enviado desde Hokianga, la violenta pasión que tengo por acariciar
a los niños y los deseos de la carne, contra la santa virtud de la santa de la pureza,
que se me provocaron. Fue también en este establecimiento debido a que algunos
niños tenían una cara llamativa y eran muy fáciles de manejar. Muchas veces he
caído ya en faltas bastantes graves, sobre todo con dos de ellos, de tal modo que
después de recibir una orden de su Grandeza, al que ya había avisado de mi triste
situación, me autorizó para que me fuese a Bahía de las Islas en cuanto lo desease,
para que viviendo en comunidad, no tuviese los mismos peligros.
Algunos días después de mi llegada a Kororareka, me enteré que el Rvdo.
Padre Tripe salía para Francia. Mi primer deseo fue el de comunicarle a usted mis
miserias, pero estando sobrecargado de trabajo, no pude, y para remediarlo de
algún modo, pedí al Padre Tripe que lo pusiera al tanto, él tuvo la bondad de
tomar nota, por lo que estoy seguro de que usted ya se habrá enterado de algunas
cosas. Aquí me encuentro bastante bien con los Rvdos. Padres y los queridos
Hermanos. Me siento muy contento de vivir en comunidad. Cuantos fallos tendría
si viviese solo. De todos modos es necesario que me libere de esa maldita
inclinación. Todavía sufro mucho y tengo muchos deseos, al ver a ciertos niños, de
acariciarlos. Algunas veces me aparto a tiempo. Aquí a pesar de mi debilidad
corporal, tengo más trabajo que el que puedo hacer. Lo que más me cansa es la
cocina debido al calor de un gran fuego que me produce un gran dolor de estómago
y violentos dolores de cabeza. Algunas veces escupo sangre. Ya le he dicho, y se lo
repito, Reverendísimo Padre, soy el más débil de la misión en todo sentido.
Esto es lo que le deseaba comunicar. Creo que en Francia habría sido mejor
religioso que soy ahora. Tengo miedo de no mejorar debido a que hay demasiados
obstáculos que se ponen de acuerdo para hacerme caer, el más grande, y el que
tengo siempre delante de los ojos, son los niños nativos, incluyo los más grandes,
están nada o muy poco vestidos, dejando al descubierto una parte de su cuerpo.
Frecuentemente los maoríes están desnudos como lombrices. Gran tentación es,
Reverendísimo Padre, para aquel, que como yo, está tan inclinado a dicho mal.
Dejo a su sabiduría lo que juzgue conveniente para el bien y la salvación de mi
alma. Me parece que mi salvación está en gran peligro en este país.

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Dígnese creerme, Reverendísimo y tierno Padre Superior, el menor y el más
indigno de los hijos de María.

Hermano Claude Marie

Kororareka, 12 de febrero de 1844”

El Hermano Claude-Marie, es destinado desde Hokianga a Kororareka, en la Bahía de las


Islas, residencia de Monseñor Pompallier y desde allí a Purakau de nuevo en Hokianga. Este cambio
no le agrada debido al mucho trabajo que tiene que hacer, en especial cuidando muchos animales, que
incluso llega a enumerar en detalle.
En Kororareka sen encuentra muy bien en medio de tantos Padres y Hermanos que le dan
buenos ejemplos.
Después relata la visita de dos barcos franceses. Estas visitas han permitido hacer suntuosas
ceremonias, que según él, han impresionado a todos, especialmente a los maoríes.
En una parte de la carta también toca un tema que es recurrente en muchas cartas que
escribieron los Hermanos desde Nueva Zelanda, las relaciones con los protestantes. Continuamente se
producen choques. Esta es aún la época en la que se cree que fuera de la Iglesia Católica no hay
salvación.
Finalizando la carta, habla de dónde están los Hermanos destinados en Nueva Zelanda.
Se despide de los Hermanos novicios y como es ya habitual en sus cartas, espera noticias de
Francia.

1 de noviembre de 1844

Venerado y estimado hermano en J. y M.:


Mi última carta estaba dirigida desde Te Rangi. Mi estadía en este nuevo
establecimiento no fue de larga. Varias razones suficiente graves me forzaron a
marcharme antes de lo que pensaba. Salí el 26 de octubre para dirigirme a la
Bahía de las Islas donde llegué el 28. Qué alegría sentí de volver a ver los RR. PP., y
queridos Hermanos Piere Marie, Basile, Eméric y Luc. El 31 llegó el “Rehen”,
barco de guerra francés que llegó para colmar nuestro gozo. Ancló en la rada de
Kororareka. Fuimos a hacerle una visita y el señor comandante ofreció a su
Grandeza que si lo deseaba, iría él y su séquito a la misa de todos los Santos,
acompañado de una linda música que había a bordo. A la hora fijada, los músicos
llegaron con sus instrumentos. Se colocaron en la capilla con el señor comandante
y los demás oficiales. Monseñor ofició pontificalmente. Todo salió tan bien, que no
solamente los europeos, sino incluso los nativos que por primera vez entonaban
estos bellos cantos exclamaban: “teataki anote ivri rangatira ko te iwirri!”. Estos
franceses sí que son grandes hombres pero los “pakecha mavri ingleses” no son más
que oponga (esclavos). “El Rehén” salió algunos días más tarde hacia Sidney y
llevó consigo al Padre Trip.
La fiesta de Navidad también fue muy solemne. Muchos protestantes
asistieron a los divinos oficios. El ocho de febrero de 1844 nos trajo también una
gran alegría porque la corbeta de guerra “Bicephale” se detuvo en la rada de
Kororareka. Tan pronto como los naturales, que eran numerosos, la divisaron con
su bandera flameando, gritaron: “kaipuk, wiwi!!, kaipuk wiwi!! (Un barco francés,
un barco francés. El domingo de sexagésima, la Santa Misa fue celebrada
pomposamente por Monseñor en una capilla nueva, pero aún no terminada, en la
que asistieron el señor Comandante, el estado mayor y una gran cantidad de

115
marineros; buen número de protestantes se juntaron con los católicos en la capilla
nueva y escucharon el penetrante discurso sobre la parábola de la semilla,
pronunciado por su Grandeza. Pero lo que dio aún más esplendor a la ceremonia
fue la presencia de casi todos los Padres que se encontraban reunidos en la Bahía y
que asistieron los unos con dalmática para servir al altar, los otros en alba y otros
con roquete. La capilla estaba más que (no termina la frase) y los nativos repetían:
“ ¡kapai, kapai!!.” ¡ Qué hermoso, qué hermoso!
Por lo que le cuento, puede ver, querido hermano, que de vez en cuando
vemos hermosas ceremonias; pero esto sólo ocurre en la Bahía, porque los que
están en las estaciones viviendo con los salvajes, como yo estoy ahora, no ven nada
de estas bellas cosas.
Vuelvo al tema. Todas las grandes fiestas han sido celebradas muy
solemnemente y siempre con un buen número de europeos. Pero en estos últimos
meses sobre todo, el reverendo P. Forest a despertado las almas adormecidas de los
católicos europeos, ingleses o irlandeses. Les ha hecho ver claro a los protestantes
su error y han caído en sus redes y son fervorosos católicos. Hay quienes decían
antes de su profesión de fe, entre otro el viejo capitán de navío: ¿Cambiar yo de
religión?, no. Nunca. Quiero vivir y morir en la religión de mis padres.” El pobre
hablaba de este modo porque no sabía lo que era la gracia cuando llega a poseer un
corazón. Ella ha sido más fuerte que él. Ahora se siente tan feliz que
frecuentemente ha agradecido al R. P. Forest. La gracia actúa poderosamente en
ciertos espíritus y cuando el padre les habla de la falsedad de su religión y sobre la
firmeza de la religión católica, todos se sienten tocados y dicen: Es imposible que
seamos tan ciegos.
Un día el ministro protestante de Kororareka, lloraba amargamente porque
la mayoría de su rebaño se volvía a la Iglesia Madre Católica. Su mujer, viéndole
lamentarse, le dijo para consolarle que “tu eres bueno Brosse ( este es su nombre).
De tanto atormentarte no te das cuenta que dentro de poco los habitantes de
Kororareka serán todos católicos”.
Ojalá que esta profetisa pudiera predecir la verdad. Varios están
convencidos de que la religión católica es la única verdadera; pero por motivo de
algún interés, por el maldito qué dirán, no tienen la fortaleza de romper con el
demonio. Recemos, recemos, querido hermanos, recemos, y la religión católica
triunfará en estas regiones lejanas y nuestros hermanos errantes regresarán al
seno de su madre la iglesia.
La nueva capilla de la cual le he hablado, está ya concluida. Es bonita y bien
hecha. Bien adornada y suficientemente grande para acoger a los fieles de esta
ciudad. Monseñor la bendijo el día de la Natividad María, al igual que el
cementerio que se encuentra más arriba. Todo se hizo con esmero. Todo
Kororareka estaba presente y se pronunciaron varios discursos de circunstancias,
que fueron escuchados con gran atención.
Desde entonces todos los domingos se dice la misa de las 11 y las vísperas en
la capilla para los europeos. Cuando los nativos ven esta capilla, se sienten
maravillados. exclaman. “Te pai, karoma ka tahi ano té”. Que hermosa es, señores.
Nunca hemos visto una casa de oración tan bella como esta. A continuación cantan
dentro y dicen: “nua atu te tani” (tiene mucha resonancia), porque tiene
resonancia.
Mi empleo en Kororareka es la huerta, la cocina y por las mañanas la clase
a los nativos que viven en la casa.

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Verdaderamente, estimado hermano, es en esta estación donde encuentro el
descanso en el trabajo, aún en medio de la gran fatiga. Todo esto debido a que
estoy con buenísimos padres y con fervorosísimos y excelentes religiosos hermanos.
Sí, le confieso, todos son verdaderos modelos. Con frecuencia, reflexionando sobre
mi gozo de estar en esta casa, con una compañía tan agradable, me digo para mis
adentros: “ eres indigno de vivir con tan buenos religiosos, tú que estás tan lleno de
malicia, tú que no mas que la mismísima miseria”. Ah! Si usted viera a estos
buenos hermanos caminar por el patio con la mirada baja, con angelical modestia.
Te hablan con sencillez, franqueza y con cariño sincero. Sus ocupaciones son: El
estimado hermano Pierre Marie, de la sacristía, de la huerta y de la enfermería.
Este buen hermano siente las molestias del estómago desde fines de marzo; pero
todo lo sufre con resignación y paciencia. Esto le ha forzado a dejar la teología y
dedicarse a los trabajos manuales. El querido hermano Basile, hace zapatos,
cocina, hace el pan, es carnicero, etc. El querido hermano Emery es sastre. Es muy
hábil y rinde grandes servicios a la casa. Además es impresor y se encarga de la
administración. Qué bueno es este hermano; parecería estar uno ante San Luis de
Gonzaga. Tenemos otro hermano que probablemente no conoce porque vivía en
Lyón con los Padres. También es muy bueno. Se llama Hermano Luc, es carpintero
e impresor. Todos hacen su empleo con un orden admirable. Lo que ayuda con
mucho a este orden es el reglamento que se observa a la perfección.
A las horas indicadas, la campana toca llama sea a la oración o al comedor,
etc., y cada uno se dirige allá al instante. Esto es lo que más agrada. Por otra parte.
La unión fraterna que existe entre nosotros, ese amor que nos tenemos
mutuamente. Ah!, con toda seguridad, todo eso nos hace vivir el paraíso en la
tierra.
Me sentía bien, estimado hermano, en este dulce reposo y vivía en paz en
medio de santos hermanos cuando la Providencia me llamó para ir a Purakau
Hokianga para ser cocinero de los Padres. ¡Qué dura me fue esa orden!, cuánto me
cuesta adaptarme aquí!, pero, ¿qué lo vamos a hacer?, así lo quiere Dios. Que se
cumpla su voluntad. Espero que mi estadía en esta estación no sea prolongada y
que pronto me volveré a juntar con mis queridos hermanos en la Bahía de las Islas.
La estación de Hokianga tiene más animales y terrenos que el Hermitage. Posee
una gran extensión de terreno de bosque en parte y otra cultivada. Tenemos gran
cantidad de trigo, viñas, praderas, huertas. 7 vacas o toros, 18 cabras o chivos, 100
a 150 gallinas, 10 eris (7), 24 patos, 1 perro, 3 gatos. Considere si nos faltan
animales con todo eso.
Desde hace mucho tiempo estamos esperando nuevos compañeros. ¿Será
vana nuestra espera?, realmente, se hacen desear. Después del hermano Deodat no
hemos recibido ninguna noticia del Hermitage, a pesar de que varias cartas de
Francia hayan llegado aquí, pero todas dirigidas a los Padres o a Monseñor.
Cuánto tarda en llegarnos noticias de ustedes y de los establecimientos.
Si supieran que apreciadas son sus cartas por nosotros, pobres exiliados en
estas lejanas tierras, no serían tan tacaños con su tiempo y utilizarían algunos
momentos para contarnos lo que ocurre en la Sociedad de María a la que
estimamos como a la niña de nuestros ojos.
El hermano Florentin está en Aukcland, capital de Nueva Zelanda con el R.
P. Petit Jean. El hermano Elie-Régis está en Opotiki con el P. Chauvet. Creo que
pronto vendrá por acá. El hermano Justin está en Wakutano con el P. Lampila. El
hermano Euloge, en Roturoa con el padre Régnier. El hermano Michel está en
Wangaroa en el norte de la isla, con el P. Rosey.

117
No sé nada de los que están en las Islas. El reverendo P. Grange ha escrito
hace un tiempo: Dice que todo está bastante bien, pero no menciona nada de los
hermanos.
Adiós, querido hermano. Mis mejores deseos a todos los estimados
hermanos novicios de la Sociedad de María. Espero carta de ellos en la próxima
ocasión, y lo antes que pueda, después de recibirlas, les contestaré a fin de
satisfacer sus deseos. Mis respetuosos saludos a los RR. PP. Matricon y Besson.
Tengan la bondad de rezar y hacer rezar por mí, pues mis necesidades son grandes.
Espero muchas oraciones de la Sociedad de María.

Con todo aprecio. Su totalmente indigno hermano


H. Claude Marie.
Hokianga 1-Noviembre-1844

P.S. Si un buen Hermano de St. Sauveur tuviera la amabilidad de dar


noticias mías a mis parientes, sobre todo a mi hermana, me daría un gran gusto.”

Ya han pasado 6 años desde la llegada del Hermano Claude-Marie a Nueva Zelanda. Al
principio de la carta recuerda el día. Un día de Epifanía como en el que escribe, el P. Champagnat le
comunicó la noticia de que había sido destinado a las misiones de Oceanía.
Habla de una carta que le escribió el Hermano Estanislao hace algún tiempo, pero en ella no
se hablaba de cómo iba la Congregación de los Hermanitos de María. En enero de 1844 varios
Hermanos del Hermitage escriben a los Hermanos de las misiones de Oceanía. Dos años después llega
esa carta a las manos de nuestro Hermano.
Todo cambio de destino que lo aleja de Bahía de las Islas le contraría y le causa mucho dolor.
Durante todo el resto de su vida tuvo una dura lucha entre quedarse en Nueva Zelanda o volverse a
Francia.
El 7 de marzo de1845 comenzó un retiro en Tauranga, en la Bahía de la Abundancia. Asisten
un gran número de Hermanos. En esta carta narra lo sucedido con el Hermano Euloge mientras
duermen en una cocina aún sin estrenar.
Durante el retiro, a muchos kilómetros al norte, en Kororareka, el jefe maorí Keke, seguido de
sus guerreros se levanta contra el dominio inglés. A esta sublevación se le llamó la guerra de las
banderas, pues los ingleses ponían su bandera en lo más alto de la ciudad y por varias veces los
guerreros maoríes tiraban su mástil al suelo. Esta sublevación tomó por sorpresa a las fuerzas
coloniales que tuvieron que retirarse a sus navíos que estaban anclados en la rada de Bahía de las
Islas. Los maoríes comenzaron entonces el saqueo de la ciudad. Cuenta el Hermano que sólo
respetaron el templo católico, poro dato no es totalmente cierto, pues el obispo anglicano Selwyn, y el
clérigo Henry Williams fueron a encontrarse con Keke y sus guerreros. Estos los recibieron con
respeto y no se saqueó nada que tuviese que ver con cualquiera de las iglesias cristianas que había.
Después habla Opotiki, en donde está ahora. Su visión sobre los protestantes deja mucho que
desear, pues peca de falta de objetividad. Hay que leerla dentro del contexto del tiempo en el que se
escribe.
Cuando al final de la carta habla del Hermano X ya habrá llegado a Francia y habrá hecho
sus pequeños arroha, se refiere a pequeños regalos que ha mandado para los Hermanos del
Hermitage. En la casa Madre, se hizo un pequeño museo con las cosas que iban mandando los
Hermanos desde estos lugares tan alejados.
Después de las cartas que hemos leído, podemos ir viendo ya un perfil psicológico del
Hermano. Era una persona muy sensible, muy necesitada de pequeñas muestras de cariño y cercanía.
Imaginémoslo aislado en medio de una cultura y de un pueblo que desconocía. Viviendo con un Padre
Marista que la mayoría de las veces o no estaba en la misión o andaba muy ocupado. Tenía una idea
de sí como una persona mísera e indigna, en una carta firma como “este pobre idiota”. Con frecuencia
se refugia para superar los conflictos que vive con angustia en su fe. Cuando no entiende un cambio o
algo le va mal invoca a la Voluntad de Dios, pero este ejercicio, sin lugar a dudas, le cuesta.
Al final de la carta comparte una inquietud que sin duda la tuvieron otros Hermanos en
Nueva Zelanda. ¿Pertenecemos aún a la Sociedad de los Hermanitos de María? La carta de los
Hermanos del Hermitage, le permite pasar esta crisis, más adelante vendrán más.

118
J.M.J.

Opotiki, Nueva Zelanda, 6 de enero de 1846

Mis muy queridos Hermanos


Es un día glorioso para mí en el que me pongo a escribir estas líneas para
agradecer tan bonita carta con la que han tenido el agrado de honrarme.
Este día de la Epifanía ¡Ah! tan queridos hermanos, ha sido el día en el que
tuve el honor de oír de nuestro venerable y santo fundador, el P. Champagnat,
estas dulces palabras: "Usted ha sido nombrado para las misiones de Oceanía,
prepárese para salir lo más pronto posible (para Lyón)." Sí, estuve alegre y triste a la
vez. Alegre porque iba a una misión por la que suspiraba desde hacía largo tiempo.
Triste porque dejaba probablemente para siempre tan buenos hermanos y una
casa que me era tan querida (l´Hermitage) y más todavía Francia, mi patria, para
ir a vivir a una tierra lejana, desconocida, con salvajes antropófagos. Estoy muy
convencido, de que necesito una buena dosis de fe para que me haga ver que ha
sido para la gloria de Dios, y sin duda para la salvación de algunas almas para lo
que había sido llamado a esta misión.
Vean entonces muy queridos hermanos, seis años hace que estoy aquí. Y no
había tenido todavía el honor de recibir noticias de nuestra querida Sociedad. (El
muy querido hermano Estanislao tuvo la bondad de escribirme por medio del
querido Hermano Deodat, pero no me decía nada sobre los progresos). Estuve
impaciente por recibir algunas cosas, y ese momento tan deseado llega al fin. El R.
P. Moreau me envió en waka a Wakatane con 7 nativos para buscar algunos
objetos que nos habían enviado de Auckland: llegó después el querido Hermano
Elíe-Regis, que está en esta estación, me enteré de la llegada de su querida carta,
que él tenía ya desde hacía muchos días. Me la dio para que supiese. ¡oh! Cómo les
podría expresar y con qué avidez la leí. No, mis queridos hermanos, mis palabras
se quedan cortas, las palabras me faltan para describirles lo que sentía mi corazón
leyendo su amable carta, he visto con gran placer los progresos sorprendentes de la
rama de los Hermanos de María, el número de hijos y el de los Establecimientos
que funda cada año. Pero lo que colmó mi alegría fue la fusión de los queridos
Hermanos de Saint-Paul-Trois-Châteaux y aquellos de Viviers con nuestra
Sociedad. Deben estar contentos estos buenos religiosos de ser ahora miembros de
la Sociedad de María. Son estos buenos hermanos, hijos de María, como lo son
todos los cristianos, es verdad, pero al volverse Maristas, se han vuelto sus
privilegiados, sus Pequeños Hermanos, de una manera más particular. ¡Cómo se
aplaudirán ahora de tan buena elección, de tan gran honor!
Le he escrito diferentes cartas en distintos tiempos, a los unos o a los otros,
tanto desde Parakan, desde Te Rangé (Hokianga), hace poco desde Bahía de las
Islas, donde he tenido el honor de permanecer algún tiempo con los muy queridos
Hermanos Pierre- Marie, Basile y Emery. Es hoy desde Opotiki desde donde tengo
el honor de hacerlo.
El 9 del mes de febrero de 1845, fuí nombrado por Su Grandeza para
reemplazar al Hermano Justin que estaba en Opotiki. Esta orden me contrarió
mucho por muchas razones, porque me encontraba perfectamente con los buenos
Hermanos de Bahía. Pero tuve que obedecer y hacer un nuevo sacrificio de mi
voluntad. El 11, me embarqué a bordo del Flyng fish ( Pez volador ) con los RR.
PP. Bathy, Forest y Moreau y fuimos a vela a Auckland; pero el viento contrario

119
nos retuvo en el mar y no fue hasta el 18 cuando me pude alegrar de ver esta
capital de Nueva Zelanda. No encontré nada tan curioso, como las churchs
(iglesias) de los protestantes anglicanos y el cuartel de los militares, que esta
construido con ladrillos. ¡Al resto, que importa que Auckland gane a Bahía de las
Islas por la situación y la bondad de su puerto! Pusimos pie en tierra y fuimos al
Establecimiento de la Misión donde tuvimos el honor de saludar al R. P. Petit-Jean,
y al querido Hermano Florentin. Nuestra estadía no fue muy larga, el 21, hacia las
9 de la mañana, nos reembarcamos y viajamos hacia Tauranga con un viento oeste
muy fuerte, llegamos el 22, a las cuatro de la tarde, después de 32 horas de
navegación. El mal estado del mar no nos permitió desembarcar, no fue hasta dos
días después que pudimos abrazar al R. P. Bernard que está en esta estación. Allí,
terminó mi viaje por mar, que no fue largo, pero muy doloroso. El mar no quiso
dejarme tranquilo hasta que no le pagué su tributo, me golpeó a conciencia, pues
estuve enfermo toda la travesía. Me faltaban todavía 25 leguas para llegar a
Opotiki, pero se decidió que los haría por tierra y que quedaría en Tauranga para
hacer mi retiro. El 9 de marzo comenzó el retiro, tuve el honor de ver a los RR. PP.
Regnier, Pezant, Comte, Lampila, Petit-Jean,( que el R. P. Forest había
reemplazado, Bernand y Bathy que dio el retiro: y los queridos hermanos Elie-
Régis, Justin, Eulogie, en total once, estábamos admirados de vernos en tan gran
número, en una tierra en la que es tan difícil encontrarse y los naturales estaban
admirados y decían: Kataki ano, Kanui te Oriki me te Katekita. ( Ciertamente hay
muchos padres y catequistas. Ka turuturua! Decían otros (¡ Qué bonito! ) El retiro
terminó el 18, y el 19 me encaminé con el R.P. Lampila y el querido Hermano Elie-
Régis hacia Opotiki, donde llegué al fin al lunes de Pascua, 24 de marzo. No pasaré
por alto lo que tuvo lugar más particular en nuestro retiro. Les aseguro que tuvo
mucho de lo que edificarme con todos estos buenos religiosos, tanto Padres como
Hermanos: ¡ Cuántas cosas tuve que admirar en ellos, me encantó sobre todo su
modestia y su bondad, su condescendencia, dormíamos con otros Hermanos, en
una cocina nueva, que no se había estrenado, estaba con el bueno del Hermano
Euloge, y durante la noche el buen Hermano decidió compartir sus mantas
conmigo para cubrirme. Le oí varias veces, pero particularmente una noche que se
había dado como tema de meditación sobre la pasión, llorar y lamentarse sobre los
sufrimientos de nuestro divino Salvador. ¡ Qué bueno es este Hermano! ¡Qué
buenos son todos! ¡Qué religiosos! Tenía vergüenza de encontrarme también en
medio de santos, yo que soy tan imperfecto, tan lleno de vicios y de defectos, hablo
seriamente.
Estábamos en las dulzuras, en los encantos del retiro en Tauranga, cuando
en Bahía de las Islas, según supimos más tarde, Jhon Keke seguido de los nativos
de los alrededores, devastaba, pillaba, quemaba la ciudad de Kororareka ( Bahía
de las Islas), todo llegó a ser presa de las llamas, excepto el establecimiento católico
que la Santa Virgen conservó intacto, y algunas otras casas, y todavía estas últimas
fueron muy castigadas o por las bombas de los cañones o por los nativos. Después
hubo muchos combates en los cuales los ingleses han sido humillados y han perdido
mucha gente. Se prepara para el fin ¿ cuál será el desenlace? Mire como las
calumnias de los señores ministros protestantes les han caído encima. Decían: he
may koura tee hair toe Piccolo he hair knit raw. La iglesia del Obispo no es más que
una iglesia que no quiere más que muerte, es una horrorosa iglesia. Los nativos ven
ahora lo contrario. Dicen ahora: Decore he Machorro te Wiwi ate uae Frangí te
ygniriki. Los franceses no han sido hechos para la guerra, pero los ingleses por el
contrario lo han sido mucho. Al presente no pueden vencer a un puñado de nativos

120
de la parte norte que se sublevan contra ellos, ¡cómo sería esto si fuese en toda la
isla!
Dos palabras sobre Opotiki: Lepa, dicen ellos, es una de las ciudades más
grandes de Nueva Zelanda y cuenta alrededor de quinientos o seiscientos nativos,
que es mucho para un país tan poco poblado a causa de las masacres que tuvieron
lugar antes de la llegada de los europeos a estos pasajes. Sobre estos nativos, los
unos son protestantes y desgraciadamente, son la mayoría, tienen un catequista
europeo por ministro, anglicano de religión, llamado Wilson. Desde hace más de
doce años, se ha ganado el afecto de sus discípulos por sus regalos, los lleva a todos
como quiere. En general, son muy celosos para la oración, van en gran numero,
incluso durante la semana. Nuestros católicos son alrededor de 200, bastante bien,
pero menos celosos para ir los días de trabajo, están todos wahaka ( avergonzados )
de que los protestantes tienen una gran campana de 250 a 300 libras, mientras que
ellos sólo tienen una de 8 a 10 libras la que apenas se oye en los pa. Los nativos que
faltan so noho noa ( no son nadie ) porque dicen ellos que es preciso hacer alguna
violencia para ir a la oración y a los ejercicios de la religión. ¡Pobre pueblo! ¡
Pueblo sin fe! Recen por ellos. La misión de Opotiki se extiende al oeste hasta tres
jornadas de camino y al sudeste no tiene límite, depende del celo del R. Padre y de
sus fuerzas. Hay muchos nativos que no pueden ser visitados por falta de obreros
evangélicos que le lleven el pan de la palabra de Dios.
No le diré nada de nuestros buenos Hermanos de Nueva Zelanda, me cuesta
creer que se presentaron para atestiguarles su gratitud por la hermosa carta con la
que han tenido el honor de honrarnos. Ellos podrán mejor que yo, que me
encuentro más al sur, hablarle de lo que ha pasado en las guerras que han tenido
lugar en estos parajes y de otras cosas que les podrán interesar.
Bien querido Hermano Stanislas, esperaba también lo que le pedí, el relato
de la última enfermedad de nuestro santo Fundador con su retrato y alguna cosa
que le hubiera pertenecido. ¡ Ah ! Le repito todavía si me pudiese hacer el gusto le
estaría muy agradecido.
Envíeme la medida de la estera que desea para la capilla, conozco personas
hábiles, que podrían, con el permiso de Su Grandeza, darle una gran alegría. No
me olvide ante la Buena María.
He quedado encantado, muy querido Hermano X…al saber de su feliz
llegada en medio de nuestros queridos cohermanos de Europa. Pienso que habrá
tenido la bondad de hacer mis pequeños aroha a estos buenos Hermanos, como le
había pedido a la salida de la Bahía. Le daré hoy un buen tenarokakoa.
Y usted, querido Hermano Benoît, que está al cuidado de la providencia de
Saint-Chamond, diga buenas cosas a los pobres niñitos que he conocido en otro
tiempo. Presente, si le parece bien, mis profundos respetos a M. cura de Saint-
Pierre, M. Dugas, a las queridas Hermanas de la Caridad y a los buenos Hermanos
del Hospital. Haga lo mismo, muy querido Hermano Aquilas, a aquellos de la
providencia de Chemin-Neuf.
Estoy muy contento de saber siempre de Saint-Sauveur, muy querido
Hermano Charles, debe haber hecho mucho bien, y renovado a esta pobre
juventud. Hace mucho tiempo que no sé nada de mis padres. ¿Han muerto?
¿Tienen buena salud ? No sé nada; tenga, por favor, el gusto de darles mis noticias;
no veo por qué no me escriben. Les pediría que me dieran algunos detalles sobre la
parroquia, sobre su Establecimiento y de mis padres, hágame este favor.
Mis queridos Hermanos Marie-Jubin, Apollinaire y Victor que han tenido la
bondad de escribir, no han querido dejar de decirnos, lo que después de mucho

121
tiempo queríamos saber. Podrían satisfacer mejor nuestra curiosidad de saber de
un golpe de vista lo que es más interesante para nosotros dentro de la armada de
los Hermanitos de María. Reciban mis muy humildes y sinceros agradecimientos.
Que el Señor les conserve largo tiempo, con el fin de que sigan instruyendo a
nuestros pequeños compatriotas, tengan la bondad de darnos todavía noticias.
En fin, todos, muy queridos Hermanos y novicios, de la casa y del noviciado
que serán de la bella Sociedad, reciban nuestros más sinceros saludos y nuestras
más tiernas amistades. Sigan muy unidos a este cuerpo del cual tenemos el honor
de ser miembros. Amemos a María nuestra tierna Madre y hagámosla amar
mucho, por aquellos que tenemos el honor de instruir. Ella ama a aquellos que la
dan a conocer. Ella ama a aquellos que la aman.
Mis queridos Hermanos, permítanme para terminar, que les pida la bondad
de honrarnos de tiempo en tiempo con sus queridas noticias. Si supieran cuánto su
querida carta ha sido esperada, con qué alegría la hemos recibido, nos escribirían
más seguido. Es preciso estar como nosotros lo estamos queridos Cohermanos,
alejados de nuestra patria, de nuestros cohermanos, en una tierra lejana, en medio
de salvajes, para hacerse una idea del placer que hemos experimentado con el
honor de recibir una carta de los muy queridos hermanos de Francia.
Les confieso, con frecuencia me pongo a decir: no perteneces ya a la bella
Sociedad de María, es por eso por lo que te han olvidado. Su carta me ha probado
lo contrario. ¡ Qué alegría! ¡ Qué gozo! Por mi parte no seré ingrato; se lo prometo,
como he hecho en el pasado, les escribiré al menos una vez al año.
Presenten por favor mis muy humildes respetos a los R. P. Matricon y
Déclas. Les pido una cosa por encima de todo, la continuación de sus fervientes
oraciones para aquel que tiene el honor de ser, muy queridos y tiernamente
amados,
Su muy querido Hermano en J. y M.
H. Claude-Marie

Desde Roma se ha decidido la división de Nueva Zelanda en dos diócesis. Al Norte de la Isla
Norte se quedará Monseñor Pompallier y todos los Padre Diocesanos que pueda reclutar, la sede será
Auckland. La otra diócesis será la de Wellington, más al sur, situada en el estrecho de Cook, el obispo
será Monseñor Virad, que ha trabajado como Padre Marista durante varios años.
El Hermano Claude-Marie se queja de que los productos que se han podido recolectar a lo
largo del año 1848 no se van a poder aprovechar pues van a pasar a otras diócesis. Hay que decir,
como curiosidad, que fueron los Maristas los que introdujeron en Nueva Zelanda el cultivo y la
elaboración del vino.
Llama la atención en este Hermano que en todas sus cartas, que por regla general son largas,
nunca olvida de decir en qué lugar se encuentran trabajando los Hermanos.
Termina hablando de su situación en Hokianga. Es la tercera vez, desde que llegó a las
misiones, que trabaja en esa zona. De nuevo su visión sobre los protestantes no es muy ecuménica.

Hokianga, 6 de Junio de 1849

Queridísimos hermanos:

... Auckland y ahora que empieza a ser considerablemente grande. Además


otras tres ciudades no están lejos de la capital. En Auckland tenemos una grande y
hermosa iglesia de piedra, al otro lado del río un gran colegio bajo la advocación

122
de Santa María, igualmente construido de piedra, sobre una superficie de 400
áreas de muy buena tierra para los cultivos. El R P. Petit Jean y el hermano
Florentino viven allá. La Bahía de las Islas se levanta lentamente de sus ruinas.
2000 soldados viven en Wachapu para custodiarla; pero ahora gozamos de una
perfecta paz. Todo el mundo en Hokianga, pero en contraparte, la estación, gracias
al celo de bueyes, en molino a agua, y se ha empezado una gran casa para escuela
donde se puedan recibir entre 100 y 150 niños, Dice que el producto del molino es
suficiente para alimentarse y vestirse. La viña también prospera. En 1848 ha
habido en la Bahía unas 200 botellas de vino. Muchas frutas. En Wangaroa, 100
botellas y en Hokianga más de 1000. Pero todo eso lo vamos a perder, pues, como
ya saben, tan pronto como llegue Monseñor Pompallier vamos a ir a vivir, como se
ha decidido en Roma, En Prot. Nicholson en la isla del sudoeste.
Creo que allá estaremos mejor, pues Mons. Viard está lleno de bondad
hacia nosotros. Tendremos pocos establecimientos, pero serán el doble de grandes,
es decir, que habrá en todas partes por los menos dos Padres y en la mayoría dos
Hermanos. Cuántos gastos hay que realizar para los nuevos establecimientos, para
los viajes, los muebles, etc., etc. Pero la Providencia es rica y ella vendrá en nuestra
ayuda.
Creo que los hermanos les escriben también de vez en cuando. Pero si por si
acaso hace mucho que no lo han hecho, les diré que gozan todos de buena salud,
que todos se comportan muy bien mostrándose en todas partes como verdaderos
hijos de nuestra buena y común Madre. Están tan contentos que no cambiarían su
suerte por un trono. El Hermano Elie-Régis está siempre en su Wakatona con el R.
P. Lampila. El Hermano Eulogio en Opotiki con el R.P. Moreau. El Hermano
Basile en Routuroa con el R. P. Régnier. El bueno y santo Hermano Emery esta en
Auckland de subprocurador. Con él están los RR. PP. Forest, Séon y Petit-Jean.
Y el Hermano Florentin, los hermanos Justin y Luc están en Kororareka
con el R. P. Baty. El señor Hervert da clases en Wangaroa con el R. P. Rozet y su
humilde sigue en Hokianga con el R. P. Petit.
Aquí vivimos tranquilamente. Nadie nos molesta. Gozamos de muy buen
gobierno al que le gusta la religión católica; que le hace mucho bien: ha
obsequiado, y todos los años lo hace, una buena cantidad de dinero para el colegio,
favorece a las demás escuelas, etc. Los protestantes ya no nos hacen la guerra, por
lo menos abiertamente como antaño. Los bribones habían elevado malos informes
bajo el antiguo gobernador; contra los sacerdotes católicos, y por fin consiguieron
que se les iba a expulsar de la isla. La Providencia vino en nuestra ayuda y el nuevo
Gobernador a quien las órdenes de que se nos expulsase le habían sido dadas, no
quiso hacer caso y ha escrito para nuestra alabanza ante la corte de Inglaterra
diciendo que no había mejores súbditos que nosotros en toda la isla, y que tendrían
que ser nuestros calumniadores los que tendrían que ser expulsados, pues ellos son
la causa de todos los males que se han padecido durante la última guerra.
Ojalá que el Gobierno Francés actuase del mismo modo.

Con todo cariño, tu hermano.

Hermano Claude Marie

El primero de noviembre de 1859, escribe desde Nelson al H. Francisco.


Una vez más la carta está cargada de pesimismo. Agradece al Hermano Francisco todas las
cosas que le ha mandado. Pide oraciones por él que se siente tan miserable, para que Dios le conceda la
salvación.

123
Cuando el Hermano Claude-Marie escribe esta carta tienen tan solo 46 años. Esta carta es la
última que escribe al Hermano Francisco, pero escribirá todavía muchas más a otros destinatarios
durante los 34 años que aún vivirá en Nueva Zelanda.

"Le agradezco, muy querido Hermano, los consejos paternales que ha


tenido la bondad de darme; son muy apropiados, se lo reconozco, para mi
situación, también procuraré adaptarlos a mi conducta tanto como me sea posible.
Pero por esto, muy querido hermano, tengo necesidad, gran necesidad, de sus
buenas y fervientes oraciones, de aquellas de todos los queridos miembros de la
sociedad, porque soy un miserable que vive en medio de los más grandes temores
para mi salvación eterna. No me atrevo a pedir nada, a decir nada sobre el tema de
mi vuelta con usted, temiendo hacer nada más que mi propia voluntad e ir contra
la orden que la divina Providencia tiene sobre mí. Espero por lo tanto y esperaré
con paciencia hasta los tiempos en los que quiere esta voluntad divina manifestarse
sobre mí, de una manera o de otra".
Al final de la carta vuelve sobre el mismo tema:
“Para mí, creo que esta presente es la última que tengo el honor de
escribirle: mis fuerzas físicas van disminuyendo de día en día. El año último cavé y
trabajé en el jardín y esto casi no lo pude hacer. Quería hace tiempo, vivamente
deseaba, ir a terminar mis días al Hermitage, para tener el consuelo de
prepararme mejor para este terrible pasaje. No hago ya ninguna petición, dejo
todo en las manos de la divina Providencia para que ella haga de mí lo que quiera.
Pero por su parte, oh mi muy querido hermano, eleve las manos suplicantes hacia
el refugio de los pecadores, hacia la consoladora de los afligidos, hacia nuestra
tierna y buena María, nuestra buena Madre, para que ella se digne obtenerme
misericordia, una feliz muerte y una sentencia favorable. ¡Ah! Muy querido
Hermano, dese prisa, pues sabe lo que puede pasarme, y no cese hasta que sepa
que estoy en el cielo, término de felicidad…”

Se conservan dos respuestas del Hermano Francisco a sus muchas y largas cartas. En ellas el
Superior trata de animar al Hermano que ha vivido siempre lleno de dudas y con la sensación de ser
una persona indigna y pecadora. No tienen fecha y han sido recopiladas por el H. Paul Sester.

“Viendo en sus diferentes cartas, los diferentes lugares en los que se ha


encontrado, los viajes diversos y las ocupaciones distintas que está obligado a
hacer, podemos emplear de una manera particular estas palabras de San Pablo:
“No tenemos sitio aquí de residencia estable, pero buscamos aquella en la que
debemos habitar un día” y estas otras de San Pedro: “Ustedes son extranjeros y
viajeros en este mundo.” Sí, querido Hermano, esta residencia es sólo un
peregrinaje. Vivimos como extranjeros y buscamos únicamente las cosas del cielo
donde Jesucristo ha ido a prepararnos un puesto. No tengamos gusto y afecto más
que por las cosas del cielo y no por aquellas de la tierra, que nuestra conversación
sea en el cielo con Jesús y María, con los ángeles y los santos.
El Señor le ha hecho pasar por muchas pruebas en su vida apostólica y
puede, guardada toda proporción, decir con San Pablo: “He soportado muchos
males, he sufrido muchos trabajos, he estado con frecuencia viajando, expuesto a
muchos peligros, en peligro en los ríos y en los mares, en peligro en las ciudades y
en los desiertos; en los trabajos y en las fatigas en las vigilias frecuentes, en el
hambre y en la sed, en el frío y en la pobreza.” Pero usted puede añadir con el
mismo apóstol: En medio de todos estos males, saldremos victoriosos e
inquebrantables por la ayuda de aquel que nos ha amado hasta morir por
nosotros, así nadie nos podrá separar sé su amor.” Por otra parte, los sufrimientos

124
de la vida no guardan proporción con la gloria que nos está prometida. No creo
castigar mi cuerpo y reducirlo a la servidumbre, para no perder esta gloria y esta
felicidad eterna.”

El Hermano Francisco en estas líneas trata de explicarle al H. Claude Marie la decisión de


que el P. Poupinel apoye y acompañe a todos los Hermanos que están en Oceanía. Más adelante
sabremos más acerca de la vida y al apostolado que este Padre Marista desarrolló en apoyo de las
misiones que la Sociedad de María. Hacía en las islas del Pacífico.
Una de las prácticas más comunes que utilizaron los superiores para estar en contacto con los
Hermanos destinados a la Polinesia fue el envío de las circulares que iban apareciendo y que les
permitían informarse de lo que estaba pasando en la Congregación y no perder el contacto con las
fuentes.
Casi al final de la carta, le invita a que se someta con humildad a lo que el Señor le va
pidiendo en medio de tantas pruebas y padecimientos.

“Tiene razón al alegrarse y bendecir a la divina Providencia en vista de todo


lo que se hace últimamente a favor de las Misiones de Oceanía. La posición y los
informes de los misioneros son fijados y regularizados por el Reglamento que el P.
Favre, de acuerdo con el cardenal Prefecto de la Propaganda, ha hecho para las
misiones, y el nombramiento del buen P. Poupinel como Visitador General, da a los
unos y a los otros un medio de comunicación tan agradable como fácil y ventajoso.
Verá en la circular que le he enviado cuánto tengo que felicitarme de mis
asuntos con S. E. El cardenal Bernabó, que ama tanto a los Maristas y sobre todo
al Padre Superior General y que me ha testimoniado siempre mucho cariño e
interés. Es un poderoso motivo de estímulo ver también el objeto de la solicitud
paternal de un príncipe de la Iglesia, que ocupa un rango tan importante y
estando tan cerca y tan seguido al Soberano Pontífice, el Jefe de la Iglesia
universal, pues hemos visto igualmente demostrada la amabilidad y la ternura de
una manera tan conmovedora.
Usted ha tenido, mi querido Hermano, que soportar muchas penas,
renuncias y contrariedades pero esto no le debe sorprender, ni apenarlo. Sabe que
Dios tiene la costumbre de probar asís alas almas para purificarlas y para
rendirlas más propias a los designios que tiene sobre ellas. Si hace pasar por las
llamas del purgatorio para ser purificadas y rendidas dignas de la felicidad de
Dios, sobre la tierra, por un ardiente amor, para por estos votos purgativos. ¡Eh!
Cuantas faltas e imperfecciones no tendrá que purificar. Las que usted conoce y un
mayor número que Dios sólo conoce, que sabe El sólo purificar por los remedios
que aplica y que conoce propios y útiles para su mal.
¡Oh! ¡Que contenta está el alma resignada y sumisa con sus males! ¡ Que
felicidad debe darle el ver de este modo al Señor mismo volverse su médico para
curar todo lo que hay de impuro y defectuoso en ella misma ¡ Por ella, este divino
cirujano golpea el mal en su raíz y le hace una vez daño para hacerle disfrutar
después de una salud perfecta y de un amor íntimo y constante! Esta manera es
ruda y penosa a la naturaleza, pero es más saludable y muy eficaz. Felices, dice San
Juan, los que sufren la tentación, pues cuando hayan soportado esta prueba,
recibirán la corona de vida, y jugándose no sólo el cielo, sino sobre la tierra
viviendo de puro y santo amor que le una al Señor con el que vive, tiene una
santidad perfecta en el fondo de su corazón.
Sea así pues siempre muy fiel y sumiso a las órdenes u a la conducta de la
divina Providencia, mi querido Hermano, no se deja jamás caer en el abatimiento
ni en el desánimo, en cualquier estado y posición que se encuentre, vaya siempre a
Dios con una confianza filial, expóngale sus inquietudes y sus penas, como a un fiel

125
amigo de su corazón y al Maestro absoluto de todo, entre las manos del que usted
está abandonado enteramente y por siempre. Después de que esté en paz, dejando
a su bondad y a su paciencia los tiempos y los modos de su entrega en la manera
que él quiera y cuando quiera. Está en las manos de Dios. Trabaja en su obra, y
cualquiera que sea su empleo, y si usted cumple bien, Él le dará la recompensa del
buen y fiel servidor, que ha sido exacto y vigilante en la casa de su maestro. Este es
el verdadero motivo para estar feliz y contento en todo y por todo, el secreto de
pasar buenos años en la paz y en la alegría del Señor, y pasar días serenos y
siempre llenos de méritos y buenas obras. ¡Oh! ¡Qué agradable a Dios es un
Hermano que se conduce así, qué útil al prójimo y precioso a la Sociedad!
Espero mi querido Hermano, que según es su deseo, el Señor multiplique
mas y más el número de obreros destinados a cultivar su viña confiada a la
Sociedad de María en Oceanía. Hace algún tiempo, cinco de nuestros Hermanos
han salido con los Padres. Estos son los Hermanos Emery, Augule, Germanique,
Abraham, Ptólómée y muchos otros lo piden todavía.
Yo le abrazo muy afectuosamente en los sagrados corazones de Jesús y de
María.
Todo suyo.
Hermano Francisco.
Después de muchas luchas, el Hermano Calude Marie ha logrado que lo envíen a Napier con
los los Hermanitos de Maria que hace poco que han fundado una escuela en esta localidad. Al principio
de la carta, habla de los imbéciles republicanos. En 1880, se aprueban en Francia una serie de leyes
contra la Iglesia, tendentes a una sociedad laica. Esto supone que los religiosos en aquel país tengan que
sufrir una serie de contratiempos. Al poco tiempo de estar en Napier, vuelve a pedir que lo cambien a su
antiguo destino.El temperamento cambiante que siempre tuvo el hermano, sigue formandoparte de su
personalidad . Se ha acostumbrado a la compañía del P. Garin con el que ya ha pasado muchos años.

Napier 11 de septiembre de 1880


Muy Reverendo Padre
He sido agradablemente sorprendido al recibir una carta de su mano, no
esperaba semejante favor, sobre todo ahora que usted tiene tanto que hacer y que
pensar con estos imbéciles republicanos que parece no estar contentos que cuando
hacen la guerra a Dios y a su Iglesia. Verdaderamente estoy casi feliz, en estos
tiempos aquí, de estar lejos de nuestra bonita patria.
He recibido últimamente una carta de mi sobrino , hijo de mi hermano
Andrés, que me ha anunciado la tristísima noticia que mi hermano se está dando a
la bebida y está ahora reducido a la misieria.
¡Qué triste y vergonzoso para un hombre como él! Pido de usted que se
acuerde de él en sus oraciones.
Las noticias que me da del Sr. Roux me producen mucho gusto; lo conozco
muy bien, somos también un poco parientes de parte de mi madre que ha salido de
los Chirat de la Linatiére. Estuvimos juntos en el internado con el Sr. El cura de St.
Régis de Loin con Jean Marie, su hermano.
Reverendísimo Padre, pedí ser cambiado de Nelson porque había muchas
cosas que me desagradaban, entre otras, la criada. Monseñor me envió con los
Hermanos de Napier donde estoy muy bien, no habiendo más que un pequeño
jardín que cuidar y los Hermanos están llenos de bondad conmigo. De todos
modos no estoy bien, y deseo mucho volver a Nelson. He escrito dos veces sobre
este asunto al Rev. Padre Garin y le he hablado cuando vino aquí para el jubileo
del Padre Forest. Me han dado vueltas una y otra vez, pero espero no obstante que

126
se me dará la posibilidad de volver y terminar mis días en el lugar en el que he
pasado ya tantos años.
A la espera, estoy alegre de ser,
Reverendísimo Padre,
Su muy humilde servidor
Hermano Claude Marie

127
El Hermano Florentin, se llamaba antes de entrar en la vida religiosa Jean
Bautiste Françon. Había nacido en Versanne, Loira en 1816. No se saben las
razones por las que pidió ser admitido a la Congregación de los Hermanitos de
María. Tomó el hábito religioso en Nuestra Señora del Hermitage, el 26 de julio de
1835 e hizo la profesión perpetua el 9 de octubre de 1837. ¿Qué hizo después del
noviciado? Casi sin duda que se quedó un poco más de tiempo en el Hermitage
para perfeccionar la formación elemental que había recibido. Por las letras que se
conservan podemos ver que su ortografía es aproximativa.
Fue designado para formar parte del segundo grupo que debía embarcarse
para Nueva Zelanda. Salió de Burdeos en septiembre de 1838 con los Hermanos
Elie-Regis, Marie-Augustin y los Padres Baty, Epalle y Petit. Durante el viaje tuvo
la alegría de encontrarse en Futuna con el Hermano Marie-Nizier. Estaba muy
contento de trabajar con el P. Chanel, participaba en su ministerio, por aquel
entonces ya hablaba bastante la lengua de los futuneses. Al ver al Padre y al
Hermano trabajar con tanto celo, no cabe duda que soñaron con la misión que les
esperaba en Nueva Zelanda.
Llegaron a Kororareka, en la Bahía de las Islas el 13 de junio de 1839. Tuvo
una gran pena al finalizar el viaje, pues pensaba que al ir allá iba como catequista,
pero en vez de esta misión tuvo que hacer toda clase de empleos, pero esto no fue
nada comparado con el dolor que le produjo tener que dejar la sotana para tener
que ir de paisano. Pero como no quería más que hacer la voluntad de Dios, hizo
con un corazón generoso este sacrificio.

En Bahía de las Islas se queda un año, hasta que el 27 de julio de 1840, sale
con el Padre Comte para fundar la misión de Akaroa en la península de Bank en la

128
Isla Sur. Llegan a su destino el 19 de agosto de 1840. En el mes de septiembre
recibieron la visita del P. Tripe, mandado por Monseñor Pompallier.
Una aclaración histórica nos va a ayudar a entender la fundación de los
maristas en Akaroa. Como ya hemos visto anteriormente Langlois un colono
francés había comprado grandes extensiones de tierra a los maoríes en esta zona.
En marzo de 1840, 57 colonos franceses salieron de Francia a borde de la nave
"Conde de París” camino a Akaroa. Un mes después le siguió el buque de guerra
"L'Aube", mandado por el Capitán Lavaud que representaría al Gobierno
francés hasta la llegada de un Gobernador. Sólo un mes antes de que el "Conde de
París" dejará Francia los británicos firmaron el Tratado de Waitangi el 6 de
febrero de 1840. Los jefes de la Isla Sur lo firmaron un poco después, el 30 mayo
del mismo año. Probablemente el Padre Comte y el Hermano Florentin debieron
embarcar en algún puerto de Nueva Zelanda y llegaron con los colonos que venían
de Francia.
En abril de 1842 el P. Comte deja la misión de Akaroa para volver a
Kororareka. Esta misión duró poco pues el Hermano Florentin la dejó en 1843. A
la vez que el P. Tripe. La mayoría de las cartas que se conservan del Hermano
fueron escritas desde esta misión.
Su correspondencia la va mandando sucesivamente desde Kororareka,
Akaroa, cerca de Christchurch y desde Auckland, donde estuvo muchos años bajo
la dirección del P. Petitjean.
Estaba encargado de la explotación agrícola de la misión.
En el momento que escribe
esta carta ya lleva alrededor de 18
meses en Auckland, situada al norte
de la Isla Norte de Nueva Zelanda,
allí convive con el P. Petit Jean. Este
es el Padre que continúa teniendo
buenas relaciones con el Michel
Colombon una vez que este fue
expulsado de la Congregación por
Monseñor Pompallier. Este mismo
Padre fue el que tuvo como
compañero al Hermano Elie-Regis en
la fundación de Wangaroa, en enero
de 1840. Después en noviembre de
1842 también es encargado de la
fundación de Auckland en noviembre
de 1842. Allí estarán juntos hasta
1850 cuando se dividió Nueva
Zelanda en dos diócesis.
En febrero de 1845 el
Hermano Claude-Marie, en camino
para un cambio de misión, tiene la
ocasión de pasar por Auckland. Allí encuentra al H. Florentin y al P. Petitjean. En
otra carta del 6 de junio de 1849, escribe a los Hermanos del Hermitage y le da
noticias sobre los Hermanos que trabajan en Nueva Zelanda. Habla de la misión de
Auckland de una manera muy positiva, lo hace de una manera especial de la iglesia
que está construida en piedra, de un gran colegio bajo la advocación de Santa
María, y de un terreno fértil con mas de 400 acres.

129
En abril de 1850, nuestro querido Hermano debe acompañar a Monseñor
Viard a la nueva diócesis de Port-Nicholson ( Wellington) como debieron hacer
todos los miembros de la Sociedad de María, algunos meses más tarde es destinado
a formar parte de un equipo encargado de fundar en la región de Napier Hawke´s.
Allí también trabajan el P. Reigner y el Hermano Basile. El Hermano Florentin
que era un agricultor experimentado se encarga de los cultivos que se van haciendo
en la misión de Ahuiriri. Allí queda por espacio de 25 años y se le conoce por el
nombre de Jhon Florentin. Sus responsabilidades son sobre todo encauzadas a la
explotación de los cultivos de la misión. Tiene una gran fama ante las autoridades
que gobiernan la iglesia de Napier. Gracias a su trabajo y el del H. Basile, la misión
puede desarrollarse sin problemas en el tema económico.
El 21 de abril de 1876 el H. Luis María, Superior General, nombra al
Hermano John Provincial de los Hermanos Maristas de las Misiones de Oceanía.
Al poco tiempo nuestro Hermano Florentin entra en contacto con él para pedir
permiso para volver a la comunidad de Hermanos. Después de un periodo de
intercambio de pareceres se llega a la conclusión de que es mejor para el Hermano
que se quede donde está.
Murió el 23 de julio de 1903, a la edad de 88 años.
Misionero, sin haberlo pedido, los primeros años en las misiones fueron
especialmente duros. No dudo en expresar a los superiores las dificultades que
experimentaba y el deseo de volverse a Francia. En sus cartas expresa claramente
su lucha por conservarse en la vocación.
Al final de su vida tuvo la oportunidad de encontrarse de nuevo con los
Hermanitos de María. El episodio de la sotana, no es sólo una simple anécdota,
sino la expresión más sincera del apego y el cariño que tenía hacia el Instituto.
Como ponía al comienzo del presente trabajo la lectura de este suceso fue lo que
me animó a comenzar una investigación que me está permitiendo ir conociendo el
corazón de estos Hermanos que casi habían sido olvidados debido a la situación
confusa de pertenencia a los Padres o a los Hermanos que vivieron.
Los últimos años de su vida los pasó en Villa María, Australia, procura
general de las misiones de Oceanía de la Sociedad de María, muy cerca de nuestro
colegio de Hunter´s Hill, en Sydney. Tenía entre otros empleos el de la sacristía.
A pesar de haber estado casi toda la vida con los Padres Maristas, siempre
conservó un gran apego hacia los Hermanos Maristas. Experimentaba un gran
placer cuando iba a visitar a los Hermanos del colegio de Hunter´s Hill o a las otras
casas de Hermanos que había en Sydney.
Una carta del Hermano Procope de octubre de 1893, que acompañaba al
Hermano Teófano, cuarto Superior General de los Hermanitos de María en una
visita a Oceanía, nos cuenta el encuentro que tuvo con algunos Hermanos, entre
ellos el Hermano Florentin:
“ Buen número de Hermanos nos esperaban en el embarcadero, entre otros
Valés, Sranislao, Teobaldo, Cloman, Andre Corsini, etc. Cerca del colegio
encontramos a tres ancianitos de barba blanca; eran los Hermanos Augule, Gennade
y Florentin que venían a echarse a los pies del Reverendo Hermano y no puedo
expresar la alegría que experimentaron viendo por primera vez, después de 40 o 50
años, a los primeros Superiores del Instituto”.

El Hermano Florentin lleva ya dos meses en Akaroa, desde que llegó junto al P. Comte.
Le dirige una carta al P. Epalle en la que le informa de las cosas que se ha llevado de Kororareka.
También hay unas líneas en las que le expresa sentimientos de amistad y afecto hacia el destinatario. No

130
debemos olvidar que Epalle era uno de los Padres que formaban parte del grupo en el que llegó nuestro
Hermano a Nueva Zelanda.
Esta carta es interesante pues nos permite saber las cosas que formaban parte del ajuar de los
misioneros. Se habla de camisas, pañuelos, pantalones, sombreros, levitas, pero no de sotanas. Entre los
libros hay títulos como: “ El mes de María, Camino de la Cruz por el obispo Derodec, Curso de historia
a la manera de la juventud, Explicación de las principales verdades de la religión por el Sr. Director de
Sorbonnes, Visitas al Sto. Sacramento y a la Santa Virgen para cada día del mes por Alfonso María de
Ligorio, El Santo Ejercicio de la Presencia de Dios por el R.P. Vouler, La devoción a los nueve coros de
los Santos ángeles por el P. Henry-Marie Boudin, El combate espiritual en latín por el R. P. Sempoli
traducida al francés por J. Corignon, Horas al uso de la diócesis de Lyon, Oficio de la Virgen, Manual
del cristiano conteniendo los salmos, el Nuevo Testamento y la Imitación de Jesucristo.

“... Mi reverendo Padre Epalle, tengo la satisfacción de presentarle mis


respetos y mis amistades más sinceras, deseo que el cielo derrame sobre usted sus
más abundantes bendiciones pues aunque estamos separados del cuerpo no
estamos separados de espíritu y por el cariño. Me gustaría entretenerme un poco
más con usted pero me es imposible por hoy. Todo lo que le pediría es que no me
olvide en sus oraciones a las que me confío. Yo no le olvide menos. Diga muchas
cosas a aquellos que están con usted.
Adiós mi reverendo Padre,
Su devoto servidor
H. Florentin.”
29 de octubre de 1840

El 9 de marzo de 1842, el Hermano Florentin escribe una carta al Hermano Francisco, que
llevaba el título de Director General de los Hermanos. Le comunica la pena que ha experimentado al
recibir la circular del 20 de noviembre de 1840, enviada los Hermanos que trabajan en Oceanía en la
que se anuncia la muerte del P. Champagnat. Este acontecimiento le empuja a vivir según las
recomendaciones del querido Padre contenidas en el Testamento Espiritual.
La lectura de esta circular, por otra parte le da datos que le hacen ver el crecimiento del
Instituto en establecimientos y en Hermanos. Le gusta recordar los tiempos pasados en el Hermitage,
que ha dejado por obediencia. Sufre al no poder llevar la sotana, ni siquiera el domingo. También dice
que estuvo mal informado sobre las ocupaciones que iban a tener los Hermanos en la Polinesia. Se
puede ver la medida de su descontento diciendo que si fuese Voluntad de Dios que regresase al
Hermitage, sólo la muerte o la obediencia lo retendría.

“ 9 de marzo de 1842

Estimado hermano Director:

La noticia de la muerte de nuestro respetado Padre Superior me ha afligido


al extremo, tanto por la perdida que nuestra Sociedad ha sufrido porque tenía en él
un verdadero amigo y padre. No me sorprende que se haya llevado el dolor de
todos sus hijos. Me he apresurado a cumplir con los ejercicios mandados para el
descanso de su alma. Lo he hecho más por agradecimiento que por obligación. Me
esforzaré de vivir su última voluntad consignada en su Testamento Espiritual, con
la finalidad de poder participar en mi muerte de los sentimientos llenos de piedad
que él ha tenido en la suya.
Su carta me ha traído dolor a este respecto, me ha consolado grandemente
bajo otro, pues me ha hecho saber la gran prosperidad grandemente bajo otro,
pues me ha hecho saber la gran prosperidad de nuestra Sociedad y el espíritu de
fervor que reina en ella.

131
Ardientemente deseo que Dios derrame siempre sobre ella sus glorias. El
recuerdo del tiempo que he pasado en su seno me causa siempre un nuevo gozo y
no puedo hablar de Hermitage sin emocionarme. Me es necesario, por lo tanto,
que me plazca del mismo modo en Nueva Zelanda. No se lo puedo ocultar pues
usted es mi superior. Admiro los sentimientos de los hermanos que ambicionan la
dicha. Lo que más me ha contrariado y siempre me mortificará es el de no poder
llevar más la sotana desde que abandoné la Sociedad. Nuevas peticiones a este
respecto ante Monseñor me parecen inútiles. Creía que venía a dar clase y
catecismo, ayudando a los padres misioneros. Pero mi empleo se redujo al de un
criado. A pesar de todo pude dedicarme a los ejercicios de Regla. Esta es mi
situación y la de los demás Hermanos. No me quejaría si lo hubiera sabido al salir
de Francia, de donde salí, como usted lo sabe, más por obediencia que por elección
propia. Si fuera la voluntad de Dios que yo regresara al Hermitage sólo la muerte o
la obediencia me retirarían.
No digo nada de los hermanos Michel y Amón. No debe ignorar que han
dejado la Sociedad y que el último ha fallecido. Saludo afectuosamente a toda la
comunidad y me recomiendo a sus oraciones, sobre todo a la de usted.

Respetuosamente, su hermano;
H. Florentin.”

Cinco días después de haber escrito la anterior carta aprovechando que el P. Comte deja
Akaroa toma de nuevo la pluma. Visto su contenido su destinatario no puede ser otro que el P. Epalle.
A primera vista parece que hay una contradicción, primero dice que se porta bien y que está contento
en Akaroa, para decir un poco más adelante que el aburrimiento y la pena le dejan raramente. Reitera
de nuevo, lo mismo que había hecho en la carta al Hermano Francisco, su deseo de volver al
Hermitage. Termina teniendo un recuerdo cariñoso hacia los Padres y los Hermanos de Bahía de las
Islas.

“Akaroa 14 de marzo de 1842

Mi muy reverendo Padre:


aprovecho la salida del padre Comte para escribirle algunas líneas, me
porto bien y estoy a gusto en Akaroa solamente le digo que el aburrimiento y la
pena me dejan raramente no debo disimulárselo como superior, también si fuese la
voluntad de Dios que regresase al Hermitage no sería más que la muerte o la
obediencia quien lo evitara.
Cumplo lo mejor que puedo mis deberes y aunque dicen los Padres con los
que tengo el honor de estar, que me comporto como un niño no se comporta con su
padre, por otra parte, es bastante difícil para un hermano contentar a dos Padres
divididos entre ellos.
Saludo afectuosamente a todos los Padres y Hermanos de la Bahía de las
Islas y me uno a sus oraciones y sobre todo a las de usted.”
Con el más profundo respeto
Mi reverendo Padre
Su humilde servidor
H. Florentin

El 7 de febrero de 1843 el Hermano Florentin escribe de nuevo, en esta ocasión al P. Colin.


Llama la atención la claridad y la fuerza de sus palabras a la hora de reclamar un mejor trato para los

132
Hermanos que están dispersos por toda Nueva Zelanda. Al final de la carta hay una clara alabanza
hacia Monseñor Pompallier pues dice el Hermano Florentin que quiere mucho a los Hermanos.

“Akaroa 7 de febrero de 1843

Mi muy reverendo padre después de largo tiempo deseaba deseaba darle


mis noticias pero la falta de facilidad que tengo para expresar mis pensamientos
con la pluma me ha impedido siempre pero como un tierno Padre conoce por los
gritos de su hijo lo que desea, espero que comprenda también lo que mi corazón
quiere decirle con estas líneas mal arregladas.
Gozo de una buena salud, sobre todo en el mar. Mi reverendo Padre me
gustaría decirle algunas cosas, pero temo que no me comprenda.
He tenido la ocasión de ver a muchos hermanos en un viaje que hice con
Monseñor, están casi todos en un descontento continuo. He querido entender por
una carta salida de su pluma que se puede esperar una mejoría en la situación de
los hermanos, pues hasta el presente ha sido más peligrosa que las persecuciones de
China.
Son dispensados ordinariamente de la meditación y vistos por algunos
padres como malhechores o como poca cosa.
Monseñor quiere mucho a los hermanos, sería de desear que todos los
padres hiciesen lo mismo.
Adiós mi reverendísimo Padre.
Su muy devoto servidor
Me recomiendo a sus oraciones.
H. Florentin.”

La siguiente carta en orden cronológico escrita por el Hermano Florentin ya no es desde


Akaroa, esta ciudad la abandona a principios de 1843 para hacer el retiro en Kororareka y de allí es
destinado a Auckland para trabajar con el Padre Petitjean.
Las dificultades que tuvo con el P. Tripe continuaron preocupándolo incluso después de
abandonar Akaroa. De nuevo siente la necesidad de escribirle al P. Colin para comunicarle sus
sentimientos. Escribe el 15 de diciembre de 1844, pero ya no lo hace de puño y letra, parece que utiliza
a alguien para que le escriba la carta. Otra hipótesis es que a su llegada a Francia fuese copiada por
un secretario para facilitarle la lectura al P. Colin.
En esta carta se ve claramente la calidad humana de nuestro Hermano y la voluntad y el
deseo de seguir adelante a pesar de las dificultades.

“Auckland 15 de diciembre de 1844

Al P. Superior nada de particular


Mi R. S. G.
Si el tiempo me lo permitiese, tendría muchas cosas que decirle, pero la
nave está a punto de hacer vela. Después de las dificultades que he tenido con el
Reverendo Padre Tripe, no me extrañaría que usted temiese sobre mi salvación y
sobre mi vocación. Le puede decir que no he tenido ninguna mala intención y que a
pesar de todos los malos tratos que he recibido del P. Tripe, estoy dispuesto a
perseverar hasta el fin de mi vida, a hacer mi trabajo y a salvar mi alma a
cualquier precio que me cueste.
Me creo su devoto hijo.
H. Florentin.”

133
La carta que vamos a leer ahora, fue escrita por el Hermano Francisco al Hermano
Florentin. No tiene fecha, pero por una referencia que hace, se puede suponer que fue mandada
después de 1853.
El Superior General repite lo mismo a casi todo los Hermanos que le escriben desde las islas
de la Polinesia.
Los compara con San Pablo por la vida de peligros que llevan, y les invita a la sumisión y les
dice que los trabajos manuales que hacen, les permiten unirse a la evangelización que hacen los
Padres de la Sociedad de María.
Termina con una despedida cariñosa para recordarle que es recordado en cualquier lugar que
se encuentre.

“Tengo todavía a la vista su bonita carta de 1853, en la que me hace conocer


los diversos empleos que ha ejercitado desde que está en Oceanía. Me he acordado
entonces de lo que dice San Pablo hablando de los trabajos apostólicos: “ He
estado con frecuencia en viajes, expuesto a muchos peligros, me he encontrado en
peligro en los ríos, en el mar, en las ciudades, en los desiertos. He sufrido toda clase
de fatigas, las vigilias frecuentes, el hambre, la sed, el frío, los ayunos frecuentes.”
( 2 Cor. 11.)
Es verdad, mi querido Hermano, que usted no está ocupado con frecuencia
en enseñar y en catequizar, pero recuerde lo que ha dicho la perfección cristiana,
que los Hermanos ocupados en trabajos manuales, tienen su parte en el bien que
hacen aquellos que enseñan, como si enseñasen ellos mismos. Es esto lo que les
debe dejar contentos y alegres, en espera, como Nuestro Señor les decía a los
apóstoles, los tiempos y los momentos que el Padre ha reservado a su soberano
poder ( Hechos).
Sabe que usted es siempre nuestro muy amado Hermano y que estamos
todos unidos en cualquier lugar que se pueda encontrar.”

134
El Hermano Pierre-Marie, cuyo nombre de pila era Pierre Berenon, era de
Viriville, en el departamento de Isére. Nació el 1 de octubre de 1805. Entró al
noviciado del Hermitage a la edad de 28 años, en 1932. Después trabajó en los
establecimientos de Bourg-Argental y en los dos Orfelinatos de Lyón.
Abierto por el Instituto el establecimiento de Saint-Genis-Malifaux, tiene
como primer director al Hermano Pierre Marie. También ejerce de reclutador,
pero se muestra más celoso que prudencia. Un buen número de los que recluta no
persevera. Los Hermanos Pascal, Eutyme, Bassus, Jean y Bazin fueron personas de
calidad.
Por medio de una carta que lleva al Hermitage, su subdirector, el Hermano
Rémy, el Hermano Pierre Marie pide al Padre Champagnat el 23 de abril de 1838,
ser enviado para las misiones. Hasta las vacaciones escolares de 1839 no deja Saint-
Genis-Malifeux. Esperando el destino a las misiones se queda en Lyon-Saint-Nizer,
de marzo a noviembre. Él será el primer director de este establecimiento. En el
mes de noviembre de 1840 salió para Nueva Zelanda.
A su llegada fue destinado a Kororareka, con el Hermano Claudie Marie.
Fue sacristán, jardinero y enfermero. Hizo todo lo posible por hacerlo bien, pero su
salud no era muy buena, sufría mucho de dolores reumáticos. Pidió su vuelta a
Francia debido a los problemas de salud que padecía. A principios de 1846 dejó
Bahía de las Islas acompañado por Monseñor Pompallier y el P. Chouvet. Fue
hasta Akaroa en la Isla Sur, de donde sale con Pompallier, que va a Roma. Llega a
bordo de la corbeta “Rhin” a la base naval de Toulon a finales del mes de agosto de
1846.
Una vez llegado a Francia es destinado al orfanato del Camino Viejo en
Lyon en donde trabaja hasta 1850.
Durante los años 1850-1851 dirige la escuela que se había abierto en Nantua
en 1840. Al año siguiente los superiores pensaron en él para que dirigiese el
orfanato que la Sra. Rocca quería establecer en Bois-Sainte-Marie, comuna de
Varennes-sous-Dun. Allí queda hasta su clausura en 1860.
Las escuelas de Néronde y Noyant fueron también dirigidas por él. En 1868
fue enviado a Decize donde cayó enfermo por algunos meses. Los cuidados que se
le dieron en la enfermería de St-Genist-Laval hicieron que se restableciese, y
gracias a esto, en el mes de octubre de 1869, fue destinado a la comunidad de
Valbenoîte para rendir todavía algunos servicios.
Casi al final de su vida, el Hermano Pierre Marie fue destinado al
Hermitage, donde murió el 25 de agosto de 1873,a los 68 años. En Nueva Zelanda
pasó sólo 6 años.

135
Antes de embarcarse hacia Nueva Zelanda, hacia finales de noviembre o principios de
diciembre, y probablemente desde Londres, el Hermano Pierre Marie le escribe una larga carta al Padre
Colin en la que le comparte una serie de reflexiones pedagógicas.
Se puede deducir que lo que pone esta carta seguramente está influenciado por la vivencia de
los últimos años en las casas de Providencia en las que ha visto seguramente la actitud de dos clases
distintas de Hermanos. En ella, además de una clara intención pedagógica, se deja ver un tinte
moralizante.
Termina la carta dando algunos datos sobre el obispo de Londres y la acogida paternal y
cariñosa que les ha dispensado.

“Sin datos de fecha ni lugar

Estimado Padre:
Siento la necesidad de comunicarle los sentimientos que me ocupan en este
momento. Aquí están: Me imagino a dos hermanos dando clase a niños muy
difíciles. El primero cree hacer mucho por sí mismo. Hace gran ruido en su clase,
castiga a los niños traviesos y los desprecia porque no son como él quisiera. No les
testimonia ninguna amistad o poca. Frecuentemente hace rencorosos a sus niños,
pues no les hace entrever que es con dolor de su parte que les castiga. Les deja a su
suerte pues cree que no puede hacer nada con ellos. Finalmente, ese hermano actúa
con sus niños, como a él no le hubiese gustado ser tratado en su tiempo. Este
hermano, sin duda, se hace odiar lo mismo que la religión. Lejos de corregirse, se
harán peores y nunca apreciarán a los sacerdotes ni a los religiosos, ni a la religión,
porque este hermano no ha creído que las enfermedades del alma no se curan de
esta manera.
El segundo, contrariamente, trata a sus niños con bondad, amor y los
anima. Sabe que el hombre necesita ser animado, y con mucha mayor razón los
niños. Tiene niños muy difíciles, es cierto, pero lejos de golpearlos o de abrumarlos
con grandes reprimendas o mediante castigos demasiado severos, sobre todo en el
momento mismo de la falta. Se contenta con hacer un gesto en el momento de la
falta y actuar con tranquilidad. Primero empezará por hacerle comprender que lo
quiere mucho, pero que le querría mucho más si corrigiese tal o cual defecto. Pero
se cuidará de querer curar las enfermedades del alma de este niño mediante golpes
o por medios humillantes. Cuando una madre tiene enfermo a su hijo, ¿cuántos
cuidados le prodiga? No los nombro porque son demasiado evidentes. En lugar de
pegarles, de castigarles y despreciarles, les da todo lo que puede, llama al médico si
el mal empeora. Pues bien, ese hermano tiene entrañas de madre hacia los niños
que le son confiados. Hace todo lo que está a su alcance, actúa con amor, bondad y
anima. Reza sobre todo a Jesús y María, a su Ángel Custodio, su santo patrón.
Depositará frecuentemente a sus niños en el santísimo e inmaculado corazón de
María. A los buenos para conseguir de ella la conservación de su salud espiritual, a
los malos para obtener su salud. María que es la mejor de las madres, verá esta
muchedumbre de niños en su corazón, y que sabe cuánto han costado estos niños a
su Hijo en la cruz y a ella misma al pie de la cruz, se los presentará diciéndole:
¡Hijo mío, tú que amaste tanto a los niños cuando estabas en la tierra, no
desprecies a éstos! Están enfermos o en peligro de enfermarse. El hijo no dejará de
responder a la madre: Madre, sabes que te he concedido pleno poder en mi
farmacia. Dales todo lo que necesiten. Yo le pregunto: ¿Estos niños no recibirán lo
que el hermano desea? Se necesitará tiempo. Pero si el hermano no se cansa de
emplear estos medios, conseguirá para él y para sus niños lo que desee. Cuando la
Santa Virgen recibiera de su Hijo la respuesta en las bodas de Caná, ella dejará

136
decir al hermano y a los niños: hagan lo que Él les diga. Estoy persuadido que el
segundo de estos dos hermanos es mejor que el primero. Si todos los hermanos le
imitasen, se ahorrarían con frecuencia muchos problemas que se causan a sí
mismos y a los demás. Desearía haber actuado de esta manera cuando daba clases.
Tomo la resolución de imitar a este hermano cuando esté en medio de mis pobres
salvajes. Insistiré tanto ante nuestra buena madre, que se verá forzada a
escucharme para que le deje tranquila. Aconseje, estimado padre, estos medios a
los hermanos. Son infalibles. Perdone este atrevimiento de darle un consejo.
Me parece, estimado padre, que la mayor parte de los hermanos no tiene la
suficiente familiaridad con su madre. Me parece que deberíamos actuar respecto a
nuestra Buena Madre como un niñito. Esto nos vendría bien, pues sólo somos
hermanitos de María. ¿ Qué hace un niñito cuando se ha alejado de su madre y se
ha hecho daño o le han herido? Corre hacia ella llorando y llamándola. La
bondadosa madre, a los gritos de su hijo, corre con prisa, lo recibe en sus brazos, le
frota lo dolorido y el niño se consuela instantáneamente... O bien, si un niño no se
atreve a pedir a su padre una cosa que desea vivamente, comienza por decir a su
madre que desearía tal cosa, pero que no se atreve a pedírsela a su padre. ¿ Qué
hace? Suplica a su madre para que se lo pida a su papá. La madre que no sabe
negar nada a su hijo, lo hace con gusto y consigue lo que el niño deseaba
ardientemente. Estoy convencido que si todos los hermanos actuaran de este modo
hacia María, no asistiríamos a la pérdida de tantas vocaciones y otras tambalearse
y obtendrían mayores frutos a sus trabajos. Se sentirían dichosos de su sublime
vocación, pues creo que no hay vocación más hermosa que la de trabajar por el
bien de las almas y sobre todo de las de los niños que Jesús quería tanto cuando
estaba en la tierra.
El señor obispo de Londres acaba de recibir una carta de Nuestro Santo
Padre el Papa en la que le recomienda mucho a las misiones de Oceanía. Se
interesa, efectivamente, mucho por nosotros. Tiene una bondad, una dulzura y una
afabilidad de ángel. Un capitán inglés ha pedido con insistencia que se le
prometieran dos misioneros por lo menos para una isla muy importante que es
ahora casi toda católica. Está a 200 leguas de Bahía de las Islas.
Estimado Padre, estamos unidos por carta y por la oración. No nos
olvidemos, por favor.
En Londres se puede comer mucha uva. Solo cuesta 5 francos la libra y el
vino ordinario 7 francos la botella.
No olvide, por favor, en sus oraciones a aquel que tiene el honor de ser su
humilde y sumiso servidor.
Hermano Pierre Marie

El Hermano Pierre Marie tiene 35 años cuando sale para Nueva Zelanda. Es una persona
experimentada, ha sido director en varios establecimientos y está cargado de ilusión. Como hemos visto,
sale en el mes de noviembre de Londres a bordo de la “ Mary Crey”. Mediante una carta larguísima que
escribe al Hermano Francisco, va contando con todo detalle las incidencias del viaje, cómo son las
personas que le acompañan tanto compañeros, como pasajeros y tripulación, las puestas de sol, los
peces, el clima, la vida en el barco, la ceremonia del paso del Ecuador, reflexiones pedagógicas y
teológicas, recuerdos de Francia, las clases de inglés, sus estudios para hacerse Padre Marista. Es
curioso como termina. Dice que no piensa corregirse de hacer cartas tan largas y que en todas las
ocasiones que tenga ocasión, va a hacer lo mismo.

“Cabo de Buena Esperanza 21 de febrero de 1841

Mi querido hermano Director General:

137
La carta que escribí desde Londres al P. Matricon decía que debíamos salir
el 5 de diciembre, pero no fue hasta el 7 a las 9 de la mañana. Este día solamente
hicimos 10 leguas en un barco de vapor para ir a nuestra embarcación que había
sido conducida a esta distancia para los aprovisionamientos. De allí navegamos dos
días por el Támesis para alcanzar la Mancha. Pasamos la Mancha en 36 horas, lo
que nuestro capitán no había hecho jamás después de 20 años conduciendo
embarcaciones, una vez había tardado “sólo” 21 días, consideró esto muy bueno en
este mar donde se puede quedar a veces hasta 6 semanas. Esta es la travesía más
peligrosa de todo Londres a Sidney. Ese mar es muy difícil de pasar, sea por la
calma, sea por la tempestad, estos dos inconvenientes son muy frecuentes, pero
gracias a Jesús y a María la hemos atravesado muy felizmente y muy pronto. Se ve
claramente la protección especial cuando se comparan 36 horas con las 5 o 6
semanas. Navegamos durante 8 días a plena vela, nos encontramos en medio del
océano casi sin darnos cuenta, pero por otra parte, bien pronto nos dimos cuenta.
Le quiero decir que entrando en la Mancha, tuvimos la bilis revuelta de buena
manera; tuvimos enseguida un mareo que nos tumbó a todos en la cama a
excepción de dos o tres que el buen Dios sostuvo para el momento, con el fin de
ayudar a aquellos que estaban mareados. Jamás hubiera creído el mareo tan
penoso. Consiste en un dolor de cabeza y de estómago terribles y frecuentes
vómitos. Se tiene tal horror hacia toda suerte de alimentos, que se debe hacer cada
cierto tiempo un gran esfuerzo para tomar alguna cosa, aunque inmediatamente se
esta lamentando, se cae indudablemente.
Este mal no mata pero enferma de muerte. El mar nos pide un tributo más
o menos fuerte, pero le aseguro que no estaría dispuesto a pagarlo cada seis meses.
Hemos sufrido de verdad un poco al comienzo de nuestra navegación, de mareo y
del régimen inglés, que es muy diferente del francés, por fin el mareo ha pasado y
nos hemos acostumbrado al nuevo régimen, todo va maravillosamente en este
momento.
El hermano Basile y el P. Roset han tenido el mareo más de cinco semanas,
los otros se han librado después de 8 o 12 días. En cuanto a mí he sido de los
medianos para el mareo, pero he sufrido largo tiempo de calentamiento de vientre,
también el hermano Basile y muchos otros. Este mal es también ordinario para los
nuevos viajeros del mar. Viene del alimento salado, pero esto se quita utilizando la
“maquina” que ya sabe.
Entramos en la Mancha el 10 de diciembre y tuvimos un mar grueso justo
hasta el 18. Nuestra embarcación fue empujada sobre olas de 20 a 24 pies y
descendía con una rapidez sorprendente parecía que iba a engullirnos al fondo de
los abismos, pero no me preocupaba más que si hubiera estado en tierra porque
hacía largo tiempo que hice a Dios el sacrificio de mi vida; espero que él dispondrá
de ella en su misericordia de la manera más útil para mi salvación y para su gloria.
No me hubiese gustado morir en Francia antes de lograr lo que era el motivo de
mis más ardientes deseos. Pero en el momento presente moriré contento cuando le
plazca al Señor llamarme con él.
Durante los 8 días de nuestra navegación, fuimos muy balanceados, pero
hemos tenido después un tiempo soberbio. A los 10 días de nuestra navegación
pasamos al lado de la isla de Madeira que pertenece a Portugal, algunos días
después vimos de lejos muchas otras islas, sé el nombre de dos solamente, S.
Antonio y Sta. Lucía. Estas islas forman parte de Cabo Verde que pertenece a
África.

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No nos dimos cuenta del invierno. Algunos días antes de Navidad fue
necesario ponerse la ropa de verano. El primer día de enero nos bañamos como en
Francia en el mes de julio. Cuando veíamos un tiempo tan caluroso decíamos: “si
el calor se hace ya sentir así, cómo será esto luego, a medida que nos aproximemos
al sol, cuando lo tengamos sobre nuestras cabezas”.
Esto hacía que nos preocupáramos por los que estaban sofocados.
Pasamos el Ecuador a los 32 días de navegación, sin pasar ni grandes
calores, ni calma cosa que es muy frecuente en aquellos parajes, podemos decir que
hemos tenido mucha suerte. No es raro en el Ecuador se tengan de 8 a 15 días de
calma y sufrir al mismo tiempo un gran calor, algunas veces se sufren también
grandes tempestades. Pero nosotros no siempre hemos tenido un viento fresco,
parecido a esos suaves de primavera que comienzan a despertar la naturaleza.
Nos quedamos todo el día sobre el puente y una gran parte de la noche. De
día nos defendíamos continuamente del calor del sol por medio unas gruesas
carpas, gracias a éstas nos encontrábamos bien.
Desde el primer instante de nuestro embarque hasta 1.100 leguas del Cabo
de Buena Esperanza siempre nos hemos dirigido hacia el sur, pero no siempre muy
derechos, los vientos nos han empujado de vez en cuando al oeste, pero el sur ha
sido siempre nuestro centro. A 1.100 leguas del Cabo de Buena Esperanza donde
hemos debido detenernos para tomar agua, nos hemos dirigido al este.
Mi querido hermano, si le dijera que tenemos cruces por doquier, tanto en
el mar como en la tierra, no haría sino decirle una cosa que ya sabe desde hace
largo tiempo, ya que tenemos cruces en cualquier lugar que nos encontremos, no
tenemos más que aceptarlas con la mayor resignación, y silenciar a la naturaleza
que está siempre preparada para gritar. Veo que aquel que lleva su cruz con
alegría no sufre tanto, porque el buen Dios, siempre lleno de bondad para los
suyos, le reduce mucho la peso. ¡Feliz y mil veces feliz aquel que se mantiene al
lado de Jesús y de María! Pase lo que pase estará siempre alegre.
Mi carta de Londres decía que Monseñor, el obispo de Londres, había
aconsejado y permitido a nuestros Padres a tomar el Santísimo Sacramento en
Londres para llevarlo con nosotros en la embarcación. Este consejo y estos
compromisos fueron acogidos con alegría y agradecimiento, pero no pudimos
gozar enseguida de este incalculable favor, porque el lugar elegido para esto no
estaba todavía listo. En cuanto el mareo terminó nos planteamos hacer una
pequeña capilla lo más decente posible, necesitamos mucho tiempo, pero a
continuación el “tu autem” era tener un tiempo tranquilo para poder decir la
Santa Misa. Tuvimos que esperar esta alegría hasta la vigilia de Navidad, ese día
tuvimos dos misas y dos a medianoche, y la calma cesó al despuntar el día de la
fiesta. Tomamos la Sta. Comunión, de la que habíamos sido privados desde la
salida de Londres, en una de las misas de medianoche. Jesucristo tuvo un nuevo
nacimiento en nuestro barco, en un nuevo establo para acompañarnos
sacramentalmente durante todo nuestro viaje y para servirnos con frecuencia de
alimento espiritual. No teníamos la misa cada día, ni cada domingo, pero teníamos
el honor de hacer nuestra comunión de regla por la reserva que nos fue concedida,
lo que jamás nos hubiésemos atrevido a hacer, puesto que se dijo que no había
todavía precedentes. Sin dudarlo, es un favor que María nos ha obtenido del que
no podríamos estar lo bastante agradecidos.
Aunque viajamos en medio de protestantes, estamos más libres para hacer
nuestros ejercicios de piedad que si estuviésemos con franceses. Para estar más
cómodos hacemos sobre el puente la oración de la mañana y de la tarde, la

139
meditación, la lectura espiritual y nuestros exámenes, nuestros estudios y nuestras
clases, en fin todo tan libremente como si estuviésemos en la Casa Madre. Nadie de
la tripulación asiste a la misa, pero sabe muy bien que nuestros padres la dicen en
la pequeña capilla; varios han entrado allí para ver, pero muy respetuosamente. La
bendición de la comida y la acción de gracias se dicen públicamente, los que están
en la mesa con nosotros no participan, pero guardan un profundo silencio en
cuanto ven que comenzamos esta pequeña oración.
Los hermanos están todos vestidos de laicos, pero los padres después de la
vigilia de Navidad en la que han comenzado a decir la Sta. Misa, llevan la sotana
sin la menor dificultad. Hemos ganado por la prudencia y la reserva, el afecto de
toda la tripulación, nunca nadie ha buscado contrariarnos, ni mucho menos.
Somos en total 36 en el barco, 14 misioneros, 2 viajeros ingleses, el capitán y
su mujer, el sub capitán, el teniente; los otros son marineros o cocineros, no
estamos mal alimentados, sólo que los platos no están preparados como en Francia.
Tenemos varias clases de vino, varias clases de cerveza, diferentes legumbres,
carnes saladas, carnes frescas consistentes en carnero, pollo y cerdo que comemos
como en tierra, bizcochos de mar y con bastante frecuencia pan caliente y
diferentes postres; en fin, no se puede estar mejor en el mar.
Mi querido hermano, aunque estamos bien, eso no nos impide suspirar con
impaciencia por nuestra prometida. ¡Ah! Que pena que no tengamos alas para
cruzar la inmensidad del mar.
Hemos visto muchos peces sobre todo llegando a la altura del Ecuador, pero
los más curiosos son los que vuelan por centenares como las golondrinas, emplean
este medio para escapar del apetito de grandes peces que les persiguen
continuamente. La distancia de sus vuelos no es muy considerable, puede ser
como mucho de tres a cuatrocientos pasos, a tres o cuatro pies encima del agua.
Hemos visto algunos pequeños tiburones y algunos sopladores, es una especie de
peces grandes que levantan el agua de 10 a 12 pies.
Los marineros han intentado pescarlos, pero no han pescado más que un
pequeño tiburón y otro pez que se llama bonito. Parece que los ingleses no son
buenos pescadores.
En cuanto a la ceremonia del “paso del Ecuador” la que los marineros
hacen siempre a todos los nuevos pasajeros, la hemos pasado casi sin darnos
cuenta, esto no siempre se logra con facilidad, pero como nos hemos ganado,
después de largo tiempo, su afecto, no han querido hacernos sufrir. Han hecho los
gestos entre ellos sin decir una sola palabra que pudiese chocar al oído más
delicado. Podemos decir que es también una nueva protección de María. El buen
Dios no contento con darnos un capitán y unos marineros para conducirnos ha
venido el mismo a servirnos de piloto.
Vemos en las Escrituras que muchos tienen un ángel como guía, pero
nosotros tenemos más que un ángel, tenemos al autor mismo de los ángeles, hace
que la obra que se propuso a los misioneros sea muy agradable a nuestro Señor
para favorecerlos también. El buque que nos sostiene sobre los abismos, no lo
podemos mirar como una embarcación ordinaria, sino como una nueva barca de S.
Pedro. Me parece ver siempre a Jesucristo durmiendo sobre la proa. Si la
tempestad viniese a atacarnos, lo despertaríamos, para que ordenase al viento y al
mar calmarse.
Así, mi muy querido hermano, recomiendo a toda la comunidad unirse a
nosotros en espíritu, para ayudarnos a dar gracias a Jesús y a María por todos los
favores que nos hacen, es verdad cuando se dice, que Dios no se deja jamás vencer

140
en generosidad; no se debe temer hacer mucho por Él, pues nunca se hará bastante
por tan buen Maestro. Cuidará de todas nuestras necesidades tanto espirituales
como temporales.
El ingles nos será necesario, pues bien, esos dos viajeros ingleses de los que
he hablado más arriba, están dispuestos con gusto para darnos cada día lecciones
de su lengua. Hay uno que no conoce el francés y le hacemos un servicio recíproco.
Son buenos muchachos, es una pena que no sean católicos. Hasta el presente los
padres no han encontrado el momento propicio para intentar volverlos a la fe; se
conforman rezando por ellos; recen para que Dios en su infinita misericordia
allane las dificultades, porque es más difícil convertir a un alma que resucitar a un
muerto, esto nos muestra la importancia de la oración. No necesito decir que sin la
oración nos acercamos a las almas como un bronce sonoro. Es por lo que pido al
Señor todos los días el don de la oración para hacer descender del cielo un rocío
que dé la vida a las almas de los pobres fieles. Me arrepiento mucho de no haber
utilizado bastante este medio cuando di clase. Sembrada mucho, pero no acudía
bastante al único que puede hacer germinar. ¡Ah! Querido hermano, si los
hermanos que están en Francia y nosotros que vamos a las misiones extranjeras,
estuviésemos bastante convencidos de esta importante verdad, cuantos frutos
producirán nuestros trabajos. Que alegría daríamos, a Jesús y a María, nuestra
Buena Madre, y al cielo entero. ¡Ojalá pudiese imprimir esta gran verdad en el
corazón de todos los hermanos que están en la Sociedad y en los que vendrán en el
futuro! Si procediéramos así todos, el buen Dios haría de nosotros terribles
destructores del reino de Satán. Pidamos, pues, todos este espíritu de plegaria a
Jesús por medio de María y lo obtendremos. No encuentro vocación más bella que
aquella que lleva a la salvación de las almas, sea en Francia, sea en los países
extranjeros, son en todas partes las almas redimidas por la sangre de Jesucristo,
sepamos mis queridos hermanos, sí, sepamos apreciar el honor que Dios nos ha
hecho, al asociarnos a su divino Hijo, para cooperar con él en la salvación de las
almas. Jesucristo ha dado toda su sangre por estos pobres niñitos, y ¿dejaríamos el
cuidado de estos niñitos? ¿Les dejaríamos morir por nuestras faltas?
En nuestro viaje de Lyon a Londres, subrayaría que los sirvientes de los
albergues en donde nos detivimos, obedecían a sus amos a la menor señal con la
mayor prontitud, veo que sucede lo mismo con nuestros marineros desde que
estamos en el mar. Viendo una obediencia tan pronta, me he dicho a mí mismo; si
personas que no cumplen o cumplen muy poco con la religión, o tienen una religión
a su manera como nuestros marineros protestantes, que hacen consistir su religión
en descansar el santo día del domingo, en vestirse limpiamente, y en leer algunos
pasajes de la Biblia. Si esas gentes, obedecen tan bien. ¡cómo no debería ser la
obediencia de un Hermanito de María! Me dirá sin duda que estas personas están
guiadas por el interés, sí, por un interés temporal pero un religioso debe verlo por
un ideal más doble. Sin embargo no es muy raro, desgraciadamente, sorprender
algunos hermanos que no obedecen a los hermanos directores en los
establecimientos, ni a la voz del reglamento.
Si no desobedecen directamente, hacen las cosas de mala gana. Desearía que
esto no existiese, pero lo he visto con frecuencia con mis propios ojos u oído decir.
Hay todavía hermanos que faltan a menudo a la caridad, y sobre todo cuando se
reúnen de diferentes establecimientos, había notado esto frecuentemente. Sin
embargo, actuando así ni imitan a Jesús y a María, nuestros dos perfectos modelos.
Admiro cada día más la bondad, la simplicidad, la humildad, y la modestia de los
padres con los que estamos. Son libros vivientes, donde, nosotros hermanos,

141
podemos beber las fuentes, grandes virtudes. Estos bravos padres han
comprendido bien que para merecer la protección especial de María, no es
suficiente con llevar su nombre, su hábito, y estar unidos a sus cohermanos, sino
que hace falta intentar imitar sus virtudes. Lejos de dejarse servir por los
hermanos, sirven ellos mismos con frecuencia a los hermanos. El P. Seon que es
nuestro superior durante el viaje se ha humillado cuando hemos tenido el mareo,
hasta darnos los mejores servicios, es tan bueno que se olvida de sí mismo para
pensar en los otros. Es la madre para todos aquellos que estamos cerca de él. En
fin, los otros son tan buenos y tan humildes que querrían poder ponerse debajo de
los hermanos. ¡Pase lo que pase! Están siempre contentos, porque ven en todas
partes la mano de Dios. En una palabra son verdaderos hombres de oración y creo
que esta todo dicho. Los protestantes mismos los admiran. Sus virtudes gustan
tanto a María que le obtiene a todos de su divino Hijo grandes favores, tanto
espirituales como temporales. Olvidaba decirle que saliendo de Londres pusimos
todo nuestro viaje bajo la advocación de Ntra. Sra. de los Siete Dolores y nos
dirigimos cada día a Ella de una manera particular.
Desde que el mareo pasó me ocupé del ingles y de la teología, de acuerdo al
mandato que me dio saliendo de Lyon el Reverendo Superior. Había pedido mucho
ir a la Polinesia, pero jamás habría pensado que yendo podría ser sacerdote;
nunca este pensamiento estuvo presente en mi espíritu. Me he creído siempre
incapaz, sea por el lado de la ciencia, sea del lado de la virtud y aunque haya
comenzado teología no he cambiado de sentimientos, pero como no quiero ser mas
que un bastón en las manos de mis superiores, me pueden manejar entre sus manos
como ellos quieren, no ofreceré ninguna resistencia. Estoy muy lejos de pretender
tan alta dignidad, me habría creído ya muy honrado de ser simple domestico de
nuevos apóstoles y con catequizar cuando la ocasión se presentase. Hasta el
momento si el buen Dios exige de mí alguna cosa más, que su santo nombre sea
bendito en el tiempo por los siglos de los siglos, amén.
Estamos tres en teología, el impresor, el ingeniero y yo.
Hemos comenzado al mismo tiempo el noviciado para ser padres. Miro ese
tiempo como muy precioso para nosotros, porque durante este tiempo debemos
aprender a ser hombres de oración, sí, es durante ese tiempo que debemos trabajar
para desprendernos enteramente de nosotros mismos, para no vivir sino para Dios,
y es además un tiempo durante el cual debemos afiliar un gran número de hoces
para ir a segar al campo del padre de familia. ¡Que pena! Puede que no llegue a ser
un buen obrero, pero si no puedo segar espigaré al menos, y espigando me uniré, a
la vista del amo de la cosecha, quien lo espero obrará hacia mí como Booz procedió
otras veces hacia Ruth, dirá a los segadores que dejen caer sus espigas para que las
recoja. Si en mi debilidad no puedo segar, ni espigar, entonces iré a rezar a la
montaña por los segadores. Se dice en la imitación de Cristo que aquel que deja
todo lo encuentra; pero hemos hecho la feliz experiencia, hemos abandonado todo
y todo lo tenemos en medio de nosotros, que nos sostienen en nuestro largo y
penoso viaje. Somos los hijos mimados de la Providencia los privilegiados de Jesús
y de María.
Formamos un pequeño convento de clausura en mitad del océano, no
tenemos mas que el techo de nuestra casa para pasearnos. Allí disfrutamos de una
temperatura muy agradable. El amanecer y el crepúsculo del sol son con
frecuencia para nosotros motivo de admiración, pues nunca hemos visto nada
parecido en Francia. El sol, la luna, los astros que aparecen en Europa al sur, están
para nosotros al norte. La vasta extensión del horizonte, que esta algunas veces

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coronada de pequeñas nubes doradas, presenta también una hermosa visión. En la
tarde el crepúsculo se oculta casi inmediatamente con el día. Estamos con
frecuencia entretenidos viendo diferentes peces, aunque les había dicho más
arriba que los marineros ingleses no son hábiles pescadores, sin embargo han
agarrado cerca del cabo de Buena Esperanza un tiburón que tenía 9 pies de largo y
pesaba por lo menos 150 Kg., tenía 70 dientes. La cabeza de un hombre habría
entrado en sus fauces como una gota de agua. Lo han pescado con anzuelo. Se
come su carne cuando se les agarra jóvenes, pero no vale nada cuando son tan
grandes.
El mar tiene sus bellezas, pero no son comparables con aquellas de la tierra.
Estoy tan contento en el mar como se es posible, porque es voluntad de Dios que
esté aquí, y esto no me impide que desee que lleguemos pronto a nuestro destino.
Aunque se puede encontrar a la SS. Virgen en todas partes donde se quiera,
me traslado con frecuencia en espíritu a la montaña de Fourviere para agradecer
allí a María haberme logrado lo que desde tan largo tiempo he deseado y pedido.
Querido hermano Director, si le contara como hemos celebrado la fiesta de
la Purificación, esto sin duda le gustará, no hemos hecho nada extraordinario, pero
le parecerá bien si piensa que estamos en mitad del océano y rodeados de
protestantes que no tienen ningún interés en participar en nuestros ejercicios de
piedad. El día de la fiesta, digo, levantarnos, la oración, la meditación, fueron como
de ordinario, como pensamos no poner misa a causa del movimiento de la
embarcación, comulgamos a las 7. A las 10 se calmó un poco el mar, se celebró una
misa. Fue María sin duda que nos obtuvo de su divino Hijo este favor. A la una y
media salmodiamos vísperas y completas, a las seis cantamos las letanías de la
Santísima Virgen, hubo a continuación un pequeño sermón, después renovamos
todos públicamente, tanto los Padres como los Hermanos, nuestros votos; los tres
laicos que no tienen todavía votos, renovaron sus promesas del bautismo, durante
la ceremonia se cantó el salmo “conservame domine” y se terminó con un cántico
en honor a María. A las 9 el santo rosario, y terminamos este santo día con la
oración de la tarde. Todos los días cantamos las letanías de la Reina del cielo y de
la tierra. Es la melodía que se canta en Fourviere; gracias a esto casi nos figuramos
que estamos en esta santa montaña. Así ve que estamos tan libres para nuestros
ejercicios de piedad como si estuviésemos en la Casa Madre. ¡Oh, querido
hermano! La vida de los misioneros es tan bella, el entero abandono que hacen de
todo su ser a la Providencia es tan agradable, que ella toma un cuidado muy
especial; no se inquietan ya de nada, pase que lo que pase, están siempre alegres,
porque no ven más que a Dios en todos los acontecimientos.
Querido hermano, aunque este ya muy lejos del Hermitage, no le olvido por
esto, sabe bien la promesa que le he hecho cuando estaba en Lyon: que mientras
viva tendría un puesto en mi corazón al lado de Jesús y de María, aunque muera
no le olvidaré por esto, porque en el cielo es el lugar donde reina el amor perfecto.
Aunque mis oraciones sean muy débiles, me he impuesto un deber muy agradable
para mi corazón, no solamente rezar por mí, sino por muchas personas, ante todo
por usted, mi muy querido hermano, y por los hermanos asistentes, por todos los
miembros de la Sociedad; por todos los niños que van a clase con los hermanos,
por todos los que he enseñado, por mis pobres
salvajes, por mis padres, mis bienhechores, y por todos aquellos a los que he dado
algunos escándalos, o causé algún daño, pido perdón a Dios y también a ellos, pero
espero que todo esté perdonado, y que recemos todos los unos por los otros. Pido
cada día a Dios por la intersección de María la gracia de una buena muerte para

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todos aquellos que morirán en la Sociedad. Puesto que podemos todo por la
oración, porque se forma un amplio circulo con las peticiones que son hechas a
Dios. Si un día tengo el honor de celebrar los santos misterios le aseguro que no
subirá nunca al altar, sin acordarme de usted, mi querido hermano, también de
todos los miembros de la Sociedad, cuando digo a todos los miembros, entiendo
bien y comprendo a todos los padres, que son sin duda la noble rama de la
Sociedad de María. Los que se esfuerzan tanto en imitar sus virtudes. He dicho que
mis oraciones eran débiles pero espero haciéndolas pasar por mi buen ángel, por
María y por Jesús, serán recibidas por la S.S. trinidad invito encarecidamente a
todos los hermanos a hacer todo de su parte, con el fin que hagamos una santa
violencia, al cielo, para ser escuchados.
Mi muy querido hermano director, permítame pedirle que me dé en el
próximo envío noticias suyas y de toda la Sociedad, dígame, si los hermanos imitan
a la Santa Familia en los establecimientos, si tienen por látigo la oración, la bondad
y un amor al buen Dios por los niños. Me parece que si emplearan estos medios
harán a los niños la religión muy dulce y agradable. No olvide tampoco hablarme
de las dos Providencias, sobre todo de aquella del Camino Nuevo, aunque no he
permanecido en ella mucho tiempo, siento hacia estos pobres niños tal efecto, que
les hubiera dejado con dolor, si no hubiese sentido que el buen Dios me llamaba
hacia otros niños, mucho más desgraciados, los he dejado de cuerpo pero no de
espíritu, rogaré siempre a Ntra. Sra. de Fourviere, que continúe en estos niños, lo
que ella ya había comenzado. Si me hubiese quedado en Francia no le hubiese
pedido salir del lado de estos niños. La de St. Nizier no me ha impresionado, sin
embargo deseo mucho que prospere. Después de que me cambiaron de la
Providencia de abajo, me agradaba ir a dar una vuelta allá cada día, quería ver el
orden que reinaba, y sobre todo la alegría que se manifestaba en el rostro de los
niños, los fugitivos que habían entrado no podían creer el gran cambio que se
había operado durante su ausencia. El modo de actuar del buen hermano Aquillas
me gustaba mucho, pues tenía la firmeza de un padre y la ternura de una madre.
Estoy convencido de su gran devoción hacia Nuestra Señora de Fourviere, le
obtendrá los favores necesarios para cumplir bien los deberes de su penoso cargo,
digo penoso, porque hay en todas partes dolor, cuando se quiere hacer bien.
Tenga la bondad de decir a mi hermano cuando tenga ocasión de verlo, que
pido mucho al buen Dios por él, y que le recomiendo mucho que sea un buen
religioso, hasta el fin; que estoy bien y que estoy muy contento, que le escribiré
desde Bahía en la primera ocasión. Tenga la bondad también, de recordar al P.
Matricon y al buen P. Besson, dígales que les escribiré cuando haya visto a Mons.
Pompallier y cuando tenga noticias de las misiones. Mientras tanto el querido
padre Matricon sabe lo que le proponía en mi carta de Londres, cumplo cada día
la promesa que le he hecho. Es necesario que le diga, que la embarcación que nos
lleva es toda nueva y muy sólida, tiene 108 pies de largo por 27 de ancho en la
mitad solamente, porque delante y detrás no tiene esta anchura. Tiene tres mástiles
de 120 pies con 24 velas.
Le decía más arriba que no hemos tenido casi calma, pero a 600 leguas del
Cabo, hemos tenido durante 15 días vientos contrarios o calmas. Como debido a
esto no avanzábamos en la navegación, nos hemos puesto en oración y pronto un
viento fuerte y favorable nos ha hecho hacer en 7 horas las 600 leguas que nos
faltaban para llegar al Cabo de Buena Esperanza. Lo esperábamos después de
largo tiempo, para tener el gusto de poner el pie en tierra. En las proximidades de
dicho Cabo hemos visto sobre el mar pájaros que tienen la cabeza y el pico como

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un pato, tienen por lo menos 5 pies de envergadura, les gusta dar la vuelta a las
embarcaciones en las proximidades del Cabo. Los marineros han con frecuencia
intentado dispararles, pero son tan “hábiles” cazadores como hábiles pescadores.
En este país el viento más caliente es el cierzo, pero la razón es muy simple,
es que viene del lado del sol, como el viento del sur en Europa. Cuando el viento del
sur que no viene del lado del sol es más frío.
Pasaremos en nuestra travesía por las cuatro estaciones del año. Estuvimos
en invierno en Londres, la primavera frente a las islas de Cabo Verde, el verano en
el Ecuador, el otoño en el cabo de Buena Esperanza y nos encontraremos en
invierno llegando a Nueva Zelanda.
Hemos vuelto a tomar en Cabo las ropas de invierno. El invierno no es muy
riguroso en los países donde vamos, pues no hiela jamás y sopla de vez en cuando
algún viento un poco frío, la nieve se queda en tierra sólo encima de las altas
montañas. Los árboles no pierden su verdor, pues a medida que las hojas caen,
vienen nuevas.
Hemos hecho de Londres al Cabo al menos 4.000 leguas, esto hace algo más
de la mitad de nuestro camino. Esperamos que de aquí a dos meses estaremos en la
Bahía de las Islas, nuestra futura patria.
Mi querido hermano Director General, permítame para finalizar que me
arrodille otra vez a los pies de todos los hermanos de la Sociedad de María, que les
conjure por los más queridos intereses en nombre de Jesús y de su divina Madre,
bajo el estandarte por la que se han enrolado con tanto ardor, que combatan con
coraje hasta el fin, y si alguna vez durante el combate sienten las fuerzas
derrumbarse que pongan los ojos en Jesús y María, que están presentes con
coronas, para coronar los soldados valientes. ¡Ah! Mi querido hermano, me he
largado mucho, desde que salí con el pensamiento del combate del campo de
batalla al que los vientos nos empujan a cada instante. Mis esperanzas serán
pronto realizadas, ya que estaremos en ese campo tan deseado, lo espero cuando
reciba esta carta.
El recuerdo de los niños a los que he enseñado, será siempre dulce a mi
corazón, me gusta acordarme del placer que experimentaba en medio de ellos, sus
defectos no eran capaces de alterarlos, porque veía siempre a través de estos
defectos almas de un precio infinito. Mis queridos hermanos, no busquen curar las
enfermedades espirituales de un niño, más que un médico busca curar aquellas del
cuerpo. No, mis queridos hermanos, no curen jamás a un niño de sus enfermedades
espirituales por los golpes ni por las penitencias rudas, sino a los pies de los altares
de María y su crucifijo, que encontrarán remedios eficaces. Y ustedes, mis
queridos hermanos, que no están destinados a ir al campo de batalla no se apenen,
pueden con mucha frecuencia contribuir a la victoria rezando sobre la montaña,
mucho mejor, que aquellos que combaten en la llanura, sea en Francia, sea en la
Polinesia.
Querido hermano Director General, esté convencido que si he pedido con
tanto ardor el permiso que me ha dado con bondad, no ha sido porque no quisiese
estar bajo su dulce dirección, ni que no me gustase enseñar en Francia, ha sido
solamente porque sentía después de largo tiempo que el buen Dios me llamaba a
las misiones extranjeras. Estoy muy contento en mi viaje, así como mis
cohermanos. Somos 14, y no tenemos más que un corazón y un alma, vivimos como
los primeros cristianos.
Hemos llegado al cano de Buena Esperanza, el lunes de ceniza, 22 de
febrero de 1841. Allí nos hemos quedado y hemos dormido. La villa del Cabo está

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situada a orillas del mar, debajo de un monte llamado monte de la Mes, tiene
20.000 almas, sobre esas 20.000 apenas hay un millar de católicos no tienen más
que una pequeña capilla, pero acaban de echar los cimientos de una iglesia. El
obispo nos ha dicho que unos misioneros protestantes franceses hacían mucho mal.
Los desórdenes del carnaval no son conocidos. En cuanto llegamos a la rada, el jefe
de la aduana, vino en chalupa a visitar al mando de nuestro barco, digo en
chalupa, por que el barco con pudo abordar la tierra porque el agua no tiene
mucha profundidad. Este señor al ver misioneros católicos se alegró enseguida, y
nos dijo que había un obispo en Cabo y una iglesia, que si queríamos alojarnos en
la villa, encontraremos un buen albergue católico donde el obispo. Nos dijo que él
mismo era católico.
Hemos comido uvas traídas de la villa, melones, peras, manzanas e higos. El
final de febrero en este país, corresponde al final del mes de agosto en Europa.
Los padres han ido a ver al obispo varias veces, y nosotros fuimos todos
juntos antes de salir, para pedirle su bendición.
Las casas de esta villa son muy bonitas, pero muy bajas, casi todas tienen
sólo el piso bajo. Los tejados son casi todos en terraza. Se tiene cuidado en
blanquear bien los muros, para que no absorban tanto el calor, porque sabe que
África es un país muy caluroso. Los alrededores de la villa están tan achicharrados
como si el fuego hubiese corrido durante todo el año. Sería agradable llegar tierra
cuando se ha pasado tanto tiempo en el mar, pero cuando es en una tierra donde
reina la herejía, no alegra. Hemos entrado en esta villa rezando por ella y hemos
salido de la misma manera, el segundo día de Cuaresma.
En Londres encontramos personas que nos sirvieron, en el Cabo ha sido lo
mismo, los protestantes mismos lo hacen con gusto. En fin, el buen Dios nos
protege en todas partes. ¡Que bueno es ser misionero!.
A medida que nos acercamos a nuestra futura patria, mi corazón no puede
disimular la alegría de la que está inundado. El buen Dios nos da ya el céntuplo de
aquello que hemos abandonado por Él. ¡Ah! Querido hermano, cuanto tardo en la
viña del Señor.
Los padres y yo, tendremos la ventaja de saber inglés al llegar a Bahía de
las Islas, gracias a Jesús y a María que nos han buscado en el camino, maestros
protestantes, esto es verdad, pero que importa, con tal que se cumpla la gloria de
Dios. Estos dos ingleses de los que le he hablado, están muy interesados en que
aprendamos su lengua. ¡Que lástima que no sean católicos! Pero pedimos al buen
Dios que los ilumine en recompensa al servicio que nos han dado.
El obispo del Cabo nos ha dicho, que había leído últimamente un diario de
Sidney que anunciaba la conversión de muchos jefes de Nueva Zelanda con 2.000
de los suyos, uno de ellos lleva el nombre de Papoe. Algunos de ellos han
contribuido según sus posibilidades, para una iglesia católica que se va a construir
en Sidney. Esto esta muy bien para animarnos y para llevarnos a rezar con un
nuevo celo.
Nos va bien y nos recomendamos todos a las oraciones de la comunidad.
Estamos muy contentos y agradecemos al Señor y a María habernos llamado a tan
bella vocación.
Termino querido hermano Director, abrazándolo en los santos corazones de
Jesús y de María, los hermanos hacen lo mismo.
Tengo el honor de ser su devotísimo:

146
H. Pierre Marie

P.D. Mi querido hermano Director, sabe que no me he esforzado mucho en


esta carta, le he escrito las cosas tal como las he visto, es sobre todo el corazón el
que habló. He sido muy largo, pero no tengo ganas de corregirme, pues pienso
hacerlo todas las veces que tenga ocasión, me gusta tanto hablarle que no puedo
terminar, sin embargo para no abusar de su paciencia me detengo.”

El P. Epalle, después del acontecimiento de la muerte del P. Chanel va a viajar a Europa.


También va a informar de la situación de los Padres y de los Hermanos Maristas con Monseñor
Pompallier. Aprovechando este viaje, el H. Pierre Marie alista su pluma y escribe dos cartas en el
mismo día. Una, al Hermano Francisco, la otra, al P. Colin.
Comienza, en la carta al Hermano Francisco, dando unas pinceladas sobre la situación que
se ha encontrado dentro de la misión de Kororareka. La evangelización hace sus avances. Dice que a
pesar de los esfuerzos de los pastores protestantes, la religión católica se desarrolla.
El martirio del P. Chanel aún está muy vivo en las almas de los Padres y Hermanos que están
en Nueva Zelanda. Llama la atención como tanto nuestro Hermano como Monseñor Pompallier
pedían con insistencia la gracia de morir mártires como la mejor de las coronas con las que se podía
morir.
En casi todas las cartas de los misioneros se habla de las condiciones duras en las que les tocó
trabajar. Eran los primeros tiempos de la misión. Los recursos financieros eran escasos, y las
fundaciones se sucedían una tras otra oponiéndose en algunos casos a la prudencia.
Casi al final de la carta, nos va dando cuenta de los distintos destinos en los que se
encuentran todos los Hermanos que hasta ahora han ido a las misiones de la Polinesia.
Termina despidiéndose de los conocidos de Francia y alegrándose del desarrollo que están
experimentando las tres ramas de la Sociedad de María.

“20 de mayo de 1842

Estimado Hermano D.G.

Creo que haría como los hermanos que me han precedido en la misión, de
los que el reverendo padre Superior se quejaba cuando salíamos de Lyón, de que
no escribían con la suficiente frecuencia. No será por cierto, por mala voluntad,
sino por falta de tiempo o de ocasión. Usted sabe que en una misión donde todo
está por hacer, no se puede disponer de su tiempo todas las veces que uno lo
desearía. La Divina Providencia no me ha otorgado trabajos pesados porque mi
constitución física no los soportaría. Pero de todos modos siempre estoy ocupado.
En primer lugar continuo mis estudios tal como el reverendo padre Superior me lo
había recomendado. Además soy sacristán, encargado del reglamento, cuido
durante 6 horas diarias de algunos niños ingleses que vienen a pasar clases a
nuestra casa. Estas son mis principales ocupaciones.
Las ocasiones en las que salen barcos para Europa no se presentan todos los
días, e incluso cuando se presentan no se ha escrito la carta y no se ha tenido
tiempo para hacerla. Pasan los días y los meses sin que uno se dé cuenta. Por otra
parte, me gusta dedicarme más a mis trabajos que a escribir, porque los hermanos
que están en la casa de procura no saben lo que ocurre en la misión sino de viva
voz y además con pocas palabras. Por lo tanto le advierto que mis datos pueden ser
inexactos. Le diré, sin embargo, que la misión ya ha hecho grandes progresos y

147
continúa haciéndolos, gracias a Jesús y a María. Pero es imposible que un número
tan reducido de obreros pueda abastecer a todas las necesidades.
Los ministros protestantes hacen más esfuerzos que nunca para detener el
avance del catolicismo. Propagan contra Mons. y sus sacerdotes las más odiosas
calumnias. Llegan a llamar a Mons. “vieja serpiente” y a los padres sus diablos.
Pero con frecuencia sus calumnias se vuelvan en su contra. A pesar de todo el
horror que estos desgraciados se esfuerzan de inspirar a estos pobres pueblos,
Monseñor y sus sacerdotes son bien vistos. Por todos los sitios por donde Mons.
pasa todo el mundo acude a él. Su nombre de Epikopo es venerado en toda
Oceanía. Pero al no tener suficientes sacerdotes para dejarlos después de su paso,
para cultivar la primera semilla que lanza al pasar, o bien se queda sin germinar o
bien es devorada por los ministros del error. Es ocasión para pedir al padre de la
familia que envíe obreros a su viña.
Esta misión necesita mucho que la Sma. Virgen promueva un gran número
de vocaciones entre el clero de Francia. Buenos hermanos, robustos y sanos
también se necesitan. Hay padres que tienen que viajar solos por falta de alguien
que les acompañe. A pesar de que el Padre Chanel ha sucumbido en la Isla Futura
bajo los golpes de algunos nativos, no hay ninguna persecución sangrienta. El rey
de esta isla se había opuesto rotundamente a la conversión de sus súbditos, y un
día, al enterarse de que su hijo se iba a bautizar, le dio tal arrebato de cólera que
ordenó inmediatamente matar al padre Chanel. Actualmente ese rey ha muerto y
ahora su pueblo parece mejor dispuesto a abrazar la religión católica. Pero Mons.
no dispone de padres para enviárselos.
Dichoso el que siga las huellas del primer mártir de la misión. Le aseguro
que si fuera sacerdote, envidiaría tal puesto.
Esta bendita muerte, lejos de asustarnos no ha hecho más que aumentar en
nosotros el deseo de la misma gracia. No deseo las revoluciones; pero me atrevo,
miserable de mí, a pedir todos lo días de Dios y sobre todo los días de comunión, la
gracia del martirio. La solicito con la misma insistencia y confianza que pedí el ser
enviado a la misión. La primera, que ya he conseguido, me anima a pedir la
segunda.
A pesar de que compruebo de que no seré de una gran ayuda para la
misión, no me dejo convencer de que no esté en mi vocación. Me baso en el gozo
interior que siento desde que salí de Francia antes de mi salida para las misiones.
Pero actualmente me moriría contento cuando el buen Dios quiera llamarme con
Él. Recuerdo con agrado cuánto nos ha favorecido Dios durante la travesía. Qué
hermosa es la vida del misionero: es una vida de continua providencia. Si
escribiera todas las circunstancias de este viaje, habría tema para llenar un
interesante volumen. La tripulación veía con tristeza la llegada del momento de la
conclusión del viaje. Se quejaban que el tiempo pasaba demasiado aprisa y que
llegaría el doloroso momento de la separación. El que nos pasaba clases de inglés
nos ha escrito. Si ha existido este ambiente entre todos durante todo el viaje, es
porque Dios estaba en medio de nosotros, al que lo debemos todo aunque no nos
demos cuenta de ello.
Pero que desde que pisamos tierra y la presencia real de NSJC no estaba
entre nosotros el alboroto llegó a tanto que se tuvo que meter al calabozo 4 o 5.
Llegamos a donde Monseñor el 14 de julio de 1841. En pocos días la noticia
de nuestra llegada recorrió toda Nueva Zelanda y pronto vimos llegar la multitud
de jefes de tribu para solicitar arekea a Monseñor. Es el nombre de los sacerdotes
en la laguna de la zona. Pero Monseñor con sólo 4 sacerdotes estaba lejos de poder

148
contentar a todos. Debe ser durísimo al corazón paternal de Monseñor oír a sus
hijos pedirle sacerdotes para instruirles y no tener nada que darles.
De todos los lados se solicitan sacerdotes a Monseñor, del mismo modo que
le solicitan a usted hermanos de Francia. Los cuatro jefes que consiguieron cada
uno su padre no quisieron regresar sin llevar consigo su ariki por temor a perder
lo que consiguieron por lo que esperaron más de un mes, porque Monseñor que
debía llevarlos no pudo salir antes. Desde entonces no ha regresado a la casa de
procura. Su celo es incansable. Nada le cuesta cuando se trata de acudir a donde
hay tantas ovejas extraviadas.
Cuando estaba en Francia, decía que sólo pedía 10 años de trabajos y
después el martirio. Estoy convencido que será escuchado. Con frecuencia en sus
correrías se ve obligado a dormir a cielo raso o en la choza de los nativos que
tienen como única cama una estera extendida en el suelo. Para entrar en esas
cabañas hay que hacerlo a gatas. Son tan “altas” que no se puede uno ponerse de
pie dentro de ellas. La misma habitación sirve de comedor y de dormitorio. Los
misioneros se colocan en un rincón, pero durante la noche frecuentemente los niños
están a su cabeza o sus pies y ahí no es raro cosechar lo que te puedes imaginar.
Pero todas estas miserias se cambiarán en perlas preciosas en el cielo. El nombre
de misionero tiene tal veneración que soporta con alegría todas las miserias y
privaciones que uno puede encontrar. Por fin, la vida de un misionero es una
providencia continua para estorbar a estos agentes de la mentira. Monseñor y los
padres les afrontaron de vez en cuando en discusiones acerca de la religión.
Siempre llevan las de perder, pero no se convierten a pesar de eso, sino que tratan
de levantarse con nuevas mentiras. Desgraciadamente pueden hacer más que
nosotros debido que son más ricos y más numerosos. Los medios que emplean son
caducos: espero que no duren mucho. María triunfará como soberana en una
misión que de modo especial le es consagrada. Pero les va mal: Tenemos el
consuelo de ver a protestantes europeos que se convierten, a los naturales que se
vuelven a la religión católica y todos perseveran. Somos pobres y poco numerosos,
pero estos rasgos de semejanza con Nuestro Señor y sus apóstoles atraerán sobre
esta misión las más abundantes bendiciones. Es un feliz presagio que la misión
pueda ya contar con un mártir; porque lo que está basado en la sangre de los
mártires puede llegar a ser grande. Nueva Zelanda, donde está nuestra casa de
procura, es una isla que tiene 400 leguas de larga. No sé cuánto de ancha.
Solamente sopla viento frío durante los meses en que más calor hace en Europa.
Hay lluvias bastantes frecuentes, pero nunca hiela. Sin embargo no hace tanto
calor en verano como en Francia. Casi nunca se oye tronar. Nunca graniza. Aquí
los días no son ni tan cortos ni tan largos como en Francia. Me parece que el sol se
pone del lado en que pone en Europa (no tiene sentido. En este país, a pesar de ser
muy montañoso y cubierto de bosque y helechales, no hay ningún cuadrúpedo ni
reptil que pueda dañar al hombre; de modo que se puede dormir a la intemperie
en cualquier lugar sin correr peligro. No hay ni espinas. Los nativos sólo cultivan
papas y maíz. Los europeos ya han importado muchas clases de legumbres. Las
únicas frutas que se ven son los duraznos, las peras. Hay aves de corral en
abundancia. Empieza a haber vacas, caballos y ovejas.
Los nativos todos fuman: hombres, mujeres y niños. Caminan descalzos y
con la cabeza descubierta pero llevan ropa. Han perdido muchas de sus
costumbres salvajes desde que han tenido contacto con los europeos. Viajan mucho
y son enemigos del trabajo. Gozan de buena memoria. Aprenden de memoria todo
lo que desean. Es edificante verles hacer el signo de la cruz, oírles contestar a la

149
oración y cantar himnos. Casi todos saben leer y escribir, les gustan mucho los
libros.
El lugar de Nueva Zelanda donde vivimos se llama Bahía de las Islas. La
ciudad se llama Kororareka. A pesar de ser pequeña cuenta con católicos,
protestantes y nativos. Las olas del mar que vienen a romperse en la costa son para
nosotros una imagen continua de 8 días como en el Hermitage. Somos 12: cinco
padres, 5 hermanos, el impresor, y el arquitecto. Este es el nombre de los padres:
P. Epalle, P. Servant, P. Petit Jean, P. Garin y el Padre Rouleaux. Es un padre que
ha sido ordenado sacerdote cuando llegamos con Monseñor Pompallier.
Los nombres de los hermanos son: Hno. Marie Agustín, Hno. Emery, Hno.
Basile, Hno. Colomb y un servidor. Todos los hermanos que nos han precedido
están en las misiones con los padres, excepto el hermano Marie Agustín que está en
la casa de procura. Por ahora sólo hemos visto al hermano Marie Nizier que vino a
pasar algún tiempo a la Bahía de las Islas después de la muerte del padre Chanel.
Se salvó de la masacre del buen padre, porque se encontraba ausente ese día. Salió
el 3 de abril para unirse a Monseñor en Wallis y desde allí traer al padre Servant y
al padre Roulleaux a la Isla de la Ascensión para abrir allá una misión. Por ahora
no sé si el hermano Marie Nizier permanecerá en Wallis o si Monseñor le llevará
con él. No hemos visto a Monseñor desde después de nuestra llegada cuando salió
y no lo esperamos hasta dentro de varios meses. Le acompaña el padre Viard en
sus viajes. El hermano Eulogio está de misión con el padre Séon. El hermano
Justin está también en misión con el P. Boujon. Los otros hermanos, es decir el
hermano Marie Agustín, el hermano Emery, el hermano Basile, el hermano
Colomb y un servidor, estamos en la casa de procura. Estamos contentos como
bienaventurados en medio de nuestras ocupaciones. Agradecemos cada día al Buen
Dios por habernos dado esta vocación.
Por favor, diga a los hermanos Hermógenes, Barzanuphe, Aquilan y
Alexander que recibí con mucho gozo sus cartas; pero que me ha sido imposible, a
pesar de mi buena voluntad, poder escribirles. Los padres y los 3 hermanos de la
última remesa han llegado la víspera de la Ascensión gozando de buena salud. El
padre Epalle salió pocos días después; de modo que no he tenido tiempo de
responder a estos buenos hermanos que se han honrado con sus cartas. Pero no
perderé la próxima ocasión que se me presente. Mientras tanto, no les olvido en
mis oraciones para que perseveren en sus buenos sentimientos. Que el hermano
Aquilan y el hermano Hermógenes que me han manifestado el deseo que tenía de
venir a misiones, no se desanimen lo mismo que aquellos que tienen el mismo
deseo, que vengan con entusiasmo. Estoy convencido de que se sentirán tan
contentos como nosotros de participar de nuestras penas. Todos estamos bien,
tanto padres como hermanos, incluso mejor que en Francia, entre ellos el hermano
Basile que, como sabe, estaba alicaído en el Hermitage, ahora es el más gordo de
todos nosotros. Me he aclimatado a esta lejana tierra como si hubiera nacido en
ella. No me imagino que estoy a 1000 leguas de Francia. Me he enterado con
mucha alegría que las tres ramas de la Sociedad de María, nuestra buena madre,
crecen mucho. A pesar de que nuestras plegarias sean tan débiles, me atrevo a
presentarlas ante Jesús y María por toda la Sociedad, para que se dignen
bendecirla cada vez más.
Mándele saludos al Padre Matricon y al Padre Besson y todos los hermanos.
No nombro aquí a ninguno en particular porque todos ocupan el mismo sitio en mi
corazón. Les deseo a todos el fervor y la perseverancia hasta el fin en la gran
familia de María, para que todos nos juntemos alrededor de ella en el cielo. Solo

150
faltan para nuestra misión obreros. Oremos al padre de familia que envíe a
muchos.
Los hermanos que están en la casa de procura desearían poder haberles
escrito, pero están muy ocupados que se conforman con mandar algunas líneas a
sus parientes. Me han encargado darle saludos y agradecerle en su nombre,
esperando poder tener la dicha de poder escribirle. Recomendando a la oración de
la comunidad a nuestros pobres salvajes y todos aquellos que trabajan para
llevarles la palabra del verdadero Dios que nunca habían conocido.
Estimado hermano Director, los hermanos, lo mismo que yo tenemos el
honor de ser todo suyo en Jesús y María.
H. Pierre Marie.”

El mismo día que escribe la carta anterior, le escribe al P. Colin como ya hemos visto. En ella
expresa su alegría de ser misionero y la confianza en María nuestra buena Madre. Habla de
Fourviere, lugar al que sin lugar a dudas ha ido en muchas ocasiones a arrodillarse ante el altar de la
Virgen.
Parece que todos los Hermanos que trabajaban en misiones estaban obligados a hacer una
especie de confesión por carta una vez al año. Se conservan cartas de otros Hermanos en los que se
confiesan ante el P. Colin de cosas realmente delicadas. Haciendo una lectura de esta parte de la carta
descubrimos al H. Pierre Marie con escrúpulos de conciencia, llegando a afirmar que tiene miedo de
no llegar a salvarse. Cree que el temor de no salvarse le debe empujar a no cometer más faltas, pero al
constatar que no es tan fácil, llega a angustiarse.
Prosigue sus estudios de teología que comenzó a bordo del barco durante el viaje. Ha
terminado la filosofía y va a comenzar la teología pero se ve con dificultad para terminarlos.
Habla de sus ocupaciones que no son tan duras como los demás Hermanos pues no está
dedicado a trabajos manuales.
Termina hablando de los Hermanos que le acompañan en la Procura y de la dificultad que
tienen estos para expresarse por escrito.

“20 de mayo de 1842


J. M. J.

Mi reverendo Padre,
Aprovecho la ocasión del P. Epalle que se vuelve a Francia para cumplir un
deber que después de mucho tiempo quería hacer, es el deber del reconocimiento
que le debo por haberme enviado para que siguiese a los nuevos apóstoles. Aunque
me sentía indigno de ese favor, me atreví a pedirlo con insistencia durante muchos
años, pero no estoy disgustado de haber insistido en mis peticiones, por el
contrario, estoy contento. Desde el momento en el que lo logré, no dudé que es a
aquella que está en el Nuestra Señora de Fourvière y a usted, mi reverendo Padre,
junto a Dios del que soy deudor. Aunque una distancia de 7000 leguas me separa de
la Sta montaña en la que he recibido muchas gracias, no dejo de arrodillarme en
espíritu delante de los altares de aquella que me las ha concedido. Estoy muy
contento de mi vocación, pero no estoy contento de mí mismo. Cuando considero
mis miserias pasadas y presentes, me da vergüenza; estoy asombrado de que el
buen Dios se sirva de mí en la misión. Mis pecados pasados y las gracias sin
número que he recibido de Dios se levantan continuamente a mi alrededor para
acusarme de ingratitud. ¡Ay! Mi reverendo padre, no he avanzado todavía mucho
en perfección después de estar en religión después de tantos años.
Me confieso cada ocho días. El Padre Garin es nuestro director espiritual.
Mis principales defectos son: meterme en donde no me llaman, cosa que no
siempre veo y que me hace faltar con frecuencia a la caridad; no hacer mis
ejercicios de piedad con bastante atención; de concentrarme mucho en mis

151
miserias espirituales; de no tener suficiente confianza en Dios; de tener
pensamientos pesimistas en todo lo que emprendo, tanto espiritual como temporal.
La vida de herejía que nos rodea por todas partes es para mí una mortificación.
Algunas veces llego casi a desear la muerte para no ser más testigo de los males que
afligen la Iglesia. Con frecuencia, cuando las cosas no van como desearía, me dejo
llevar por el aburrimiento. Cuando me confieso, me parece que ya no ofenderé más
a Dios, pero no tardo en caer en las faltas; al fin estoy casi siempre con un malestar
de conciencia que me hace sufrir mucho. Hago el mal que no querría y no hago el
bien que querría. En medio de mis miserias y de mis imperfecciones me atrevo
todavía a pedir a Dios la gracia del martirio con tanta confianza como pedí aquella
de venir a la misión.
Hago la santa comunión tres veces por semana y el domingo. Cada vez
recito un pater y 5 ave María, con la intención de obtener de Dios por la
intercesión de la Sta. Virgen la gracia de lavar mis pecados en mi sangre. Mis
ejercicios de piedad no están siempre hechos con toda la atención que debería. No
siempre tengo cuidado en la meditación y en el examen particular para tomar las
resoluciones para destruir tal o cual vicio o para lograr tal o cual virtud. Veo que
no me ejercito bastante en la presencia de Dios, sin embargo, tengo la costumbre
de recurrir a Jesús y a María cuando me vienen malos pensamientos. Temo mucho
que no me voy a salvar, esa creencia me acompaña siempre y todavía no me corrige
mis defectos. Tengo mucha necesidad que Jesús y María tengan piedad de mí, que
no soy más que un ingrato a sus atenciones. Sin embargo, espero que el Señor me
hará misericordia, porque mis pecados son grandes.
Mis ocupaciones son: las de cuidar la capilla y la sacristía, indicar con el son
de la campana los diferentes ejercicios de la jornada, tanto espirituales como
temporales, vigilar seis horas por día una docena de niños ingleses católicos que
vienen a la escuela con nosotros; les doy algo de clase, pero ellos saben mejor la
lengua que yo. El resto del tiempo lo consagro al estudio: acabo de terminar mi
curso de filosofía comencé los prolegómenos de teología. Me parece que comprendo
bastante las cosas, pero no tengo mucha facilidad para expresarme, sobre todo en
latín. Es el padre Garin quien me da clase. No sé si podré adquirir los
conocimientos necesarios de un padre, pero a la espera, me aplicaré lo mejor que
pueda al estudio, después llegará lo que el buen Dios quiera. Sin embargo, no es
mentira que querría ser padre para consagrarme a la salvación de tantos pobres
desdichados que se pudren en el error faltos de tener alguno para retirarlos de allí.
Los hermanos que están conmigo en la casa de procura, es decir, el Hno. Marie-
Agustín, el Hno. Emery, El Hno. Colomb y el Hno. Basil, les huiese gustado mucho
escribirle para testimoniarle sus respetos y sus reconocimientos y para decirle que
están contentos, pero no estando acostumbrados a expresarse por carta, no han
tenido el coraje de hacerlo; me han encargado de decirle sus razones por las que no
le han escrito.
Mi reverendo padre, unimos nuestros corazones y nuestras voces para
decirle que tenemos el honor de ser sus muy sumisos hijos en Jesús y María.
Hermanos Marie- Agustin, Emery, Basil, Colomb.
Hermano María
(En Bahía de las Islas, Kororareka, el 20 de mayo de 1842.)

Esta carta que vamos a ver a continuación es escrita al P. Colin. Esta llena de cariño hacia el
Superior de la Sociedad de María.

152
Expresa cierto desánimo en lo que se refiere a sus estudios de teología para ser ordenado
Padre Marista. El estudio se hace pesado y largo y no es dispensado de los trabajos manuales para
dedicarse a estudiar teología.
Una vez más abre su corazón al P. Colin y le cuenta el estado de su alma. Le habla de las
dificultades que encuentra en el camino de perfección que se ha trazado.
Podemos decir, por los escritos que se han conservado de él, que el Hermano Pierre Marie era
un enamorado de su vocación. Sigue con sus miedos de no llegar a salvarse.

“14 de febrero de 1843


J. M. J.

Mi muy reverendo padre,


Aprovecho la ocasión para expresarle lo sensible que soy al cuidado
paternal que tiene por todos nosotros que estamos en el extremo del mundo. No
podré agradecer lo suficiente a la divina providencia el haberme dado un padre
así. Sé, mi reverendo padre, que le gustaría que le hable de dónde estoy
actualmente. Le diré que sigo en la casa de procura, ocupado en diferentes cosas
que no dejan todo el tiempo que desearía para el estudio de la teología, lo que me
algunas veces me vuelve irrtado, a pesar de mi deseo de tener un avance útil para
estar antes en condiciones de trabajar directamente en la salvación de estos pobres
pueblos. No debería entristecerme de lo que mis estudios alarguen en duración, ...
... ... el permiso de Dios, pero no tengo suficiente virtud para resignarme con
alegría.
No desobedezco a mis superiores, pero no hago siempre con alegría todo lo
que se me manda. Algunas veces, sin embargo, me entrego al estudio según mis
deseos. He estado tratando de que me dispensen, pero tengo miedo de ir contra la
voluntad de Dios. Tal como están las cosas no seré nunca de gran ayuda para la
misión, pues como no puedo librarme de los trabajos manuales como los otros
hermanos, pienso que si pudiese volverme sacerdote, tan indigno como soy, podría
ayudar un poco más. Al fin, que la voluntad de Dios se haga y no la mía.
Aunque las miserias humanas estén por todas partes, prefiero mejor estar
aquí que en Francia, porque aunque los salvajes estén casi desnudos no existen en
mí las pasiones de la carne de una manera fuerte. El demonio de la impureza me
ataca todavía con frecuencia, pero el buen Dios me hace la gracia de responderle
con la invocación: María concebida sin pecado obténme la pureza de alma y
cuerpo. O bien: Jesús, María denme la pureza.
Valoro mucho mi vocación pero temo todavía mucho por mi salvación.
Tengo con frecuencia vergüenza de mí mismo al verme tan imperfecto después de
tantos años que estoy en el camino de la perfección.
Trato de cumplir cada día mis ejercicios de piedad, pero desgraciadamente
no los hago siempre con toda la atención que querría. No encuentro grandes
progresos en la meditación. No tengo el cuidado de seguir sus saludables consejos,
pero le prometo, con la gracia, hacer nuevos esfuerzos para ponerlos en práctica
Mi muy reverendo padre, me arrodillo a sus pies para pedirle que dé su
bendición al más indigno de sus hijos.
H. P. María
Todavía no he visto más que 6 tratados y todavía mis ocupaciones no me
han permitido verlos como debería, los estudios me fatigan pero esto es un
descanso para mí.
Kororareka, en Bahía de las Islas, el 14 de febrero de 1843.”

153
Cuando el Hermano Pierre Marie escribe esta carta, ya tiene 39 años. Lleva algo más de dos
años en Nueva Zelanda.
En esos momentos los misioneros esperan con ansias nuevos Padres para la misión.
Nuestro Hermano ya lleva más de dos años estudiando teología. Ha avanzado ya 7 tratados.
Ha tenido un examen con Pompallier y éste ha quedado contento. Para que pueda estudiar con más
facilidad, ha sido descargado de algunas de las ocupaciones que tenía.
Expresa de nuevo un gran contento por la vacación que tiene y el deseo de trabajar de una
manera más activa en la evangelización de los maoríes.
Hablando de la Procura de Bahía de las Islas, hay una expresión muy llamativa en la que se
dice cómo es el amor entre ellos: “... nos amamos como los cinco dedos de la mano”.

“2 de noviembre de 1843

J. M. J.

Mi reverendo padre,

Desde hace largo tiempo quería escribirle, pero esperaba siempre la llegada
de algunos nuevos padres, pues los tres últimos nos habían dicho que un nuevo
envío debía de hacerse después de dos meses de su salida. Por eso que siempre he
esperado este envío y lo esperamos todavía. Pero como acaba de llegar un navío de
guerra francés que tendrá la oportunidad de llevar cartas a Francia, me preparo
para hacerle esta pequeña carta, aunque no tengo tiempo porque debo pasar, estos
días un examen de teología ante Monseñor el cual sería el tercero; ha quedado muy
satisfecho de los dos primeros, me ha creído capaz de adquirir las ciencias
necesarias para el estado eclesiástico, me ha animado mucho.
Voy lentamente en este estudio, falto de tiempo y de maestro, sin embargo
he aquí hace algunos meses que Monseñor me ha descargado de muchas
ocupaciones para tener más tiempo para estudiar. No he visto más que siete
tratados y una parte del decálogo, pero espero que con la gracia de Dios llegaré al
final ¡Qué la voluntad de Dios se haga y no la mía! Sin embargo suspiro mucho
esperando el momento en el que se me dará la posibilidad de lanzarme en medio de
estos pobres naturales a los que la herejía devora todavía mucho y en gran
número.
Estoy siempre muy contento, no agradeceré demasiado a Jesús y María de
haberme puesto en el seguimiento de los nuevos apóstoles aunque fuese tan
indigno. He dejado Francia creyendo que tenía que sufrir mucho, y he aquí que
después de que he salido, he sufrido poco, y es muy verdadero que como no he
salido todavía de la casa de procura, no he experimentado todavía las miserias que
entrañan necesariamente la vida de los misioneros. He hecho, sin embargo, algunos
pequeños viajes con Monseñor y con los padres, pero no he experimentado la pena
de dormir por tierra en las cabañas de los naturales en medio de los cerdos y las
pulgas.
En misiones se acostumbra a todo, las pruebas no sorprenden porque se
esperan con frecuencia. Somos los hijos mimados de la providencia, nuestra casa
de procura es un paraíso anticipado porque nos amamos todos como los cinco
dedos de la mano; nos causamos buenos sentimientos así como felicidad, el tiempo
pasa sin que nos demos cuenta. Tenemos la alegría de tener la Santa comunión tres
veces por semana y el domingo, tenemos todos los días la Santa Misa, tenemos la
reserva a casi dos pasos de nosotros. Soy siempre el sacristán, cuando Monseñor
está aquí ayudo a la misa cada día. El padre Forest es nuestro confesor en este

154
momento. No tengo necesidad, ni reverendo padre, de encomendarme a sus
oraciones porque sé que usted reza por todos sus hijos.
Su muy sumiso hijo en Jesús y María.
Hno. Pierre-Marie.”

Los años pasan y el Hermano Pierre Maríe sigue estudiando teología. Parece que ha tenido
un problema de salud, pero en el momento de escribir la carta se encuentra un poco más restablecido.
A pesar de estas dificultades, una vez más demuestra su calidad espiritual al aceptar todo como
voluntad de Dios.
Le hace sufrir mucho el ver que algunas personas son protestantes y que sus pastores
trabajan con fuerza para oponerse a la labor que hace el Obispo y sus sacerdotes.
La vida regular que se lleva en Bahía de las Islas se hace recordar el Hermitage.
De nuevo expresa la necesidad de nuevos misioneros para el trabajo en las misiones.
.

J. M. J.

Bahía de las Islas 14 de abril de 1844

Mi muy reverendo padre,


Aprovecho que un navío inglés va directamente a Londres para
entretenerme algunos instantes con usted. Desearía darme más a menudo este
gusto, pero como Bahía de las Islas es siempre mi residencia y mis ocupaciones
aquí son siempre las mismas no me gustaría repetir muy seguido las mismas cosas.
Hasta el presente mi salud está un poco más firme, pero hace una quincena de días
que ella no me permite estudiar. Comienzo a temer que no me va el estudio de
teología por muchas razones: primero a causa de la salud y que soy ya de cierta
edad1, por otra parte, mientras más avanzo en este estudio, más me temo que no
adquiriré un conocimiento necesario para poder sostener el honor de nuestra santa
religión en medio de un país donde la herejía está muy encarnizada.
Por lo mismo no lograré las metas que mis superiores han puesto en mí y
que me he propuesto según sus voluntades; no me inquietaré, pues creo haber
hecho lo que dependía de mí para volverme útil a la misión, sea para el presente o
sea para el futuro. Pase lo que pase, me esforzaré en tener el gran contento que
siempre he experimentado desde que estoy en misión.
Estoy en las manos de la Divina Providencia, que ella disponga de mí según
su más grande gloria y mi salvación. La única pena interior que experimento aquí
es la de ver la herejía; me es muy penosa, es un martirio para mí que no acabará
más que con la muerte.
Me empeño mucho en rezar por la misión y por los miembros de la
Sociedad, pero mis oraciones no son siempre tan fervientes como desearía. Tengo la
dicha de hacer la sta. comunión tres veces a la semana y el domingo. La paz y la
amistad fraternal reinan en nuestra casa. Hacemos todos los ejercicios espirituales
en común como en el Hermitage.
Después de que el reverendo Garin ha sido enviado a una estación, el
reverendo padre Forest es nuestro confesor ahora.
Monseñor lleva ausente dos meses. El provicario, padre Baty, es el
encargado espiritual de la estación de Bahía de las Islas. Esperamos desde hace
largo tiempo nuevos obreros para la viña del Señor, pero ¡ay! se hacen mucho
esperar. En fin, fiat voluntas Dei.

155
Mi muy reverendo padre,
tengo el honor de ser su muy sumiso hijo en Jesús y María.
h. p. María

Esta carta del Hermano Pierre Marie está llena de buenos sentimientos. Comienza
asincerandose con el Hermano Francisco.
Sigue estando en la misión de Bahía de las Islas de la que casi no sale, es por eso que no
puede dar muchos datos de cómo se están desarrollando las cosas en otras misiones.
Una vez más demuestra un apego especial al Hermitage y hacia la vida que allí se vive. Dice
que las oraciones de toda la Sociedad de Hermanitos de María están haciendo efecto pues los maoríes
ya comienzan a hacer bien sus oraciones y a llevar una vida cristiana que en muchos casos es
admirable.
Da la noticia de que el Hermano Michel Colombon ha regresado a la misión. Pide oraciones
para su perseverancia.
Sigue con dolores que le impiden llevar adelante el estudio. Cuenta que cuando estaba en el
Hermitage, el Hermano Francisco le vaticinó que iba a sufrir mucho, aunque no moriría.
Recuerda con cariño a todos. Sigue siendo el sacristán y le pide ayuda al Hermano Estanislao
en el Hermitage para que le mande algunos objetos de culto que mejoren el aspecto de la capilla que
tienen.
Al final de la carta hay una nota de Moseñor Epalle en la que informa al Hermano Francisco
que ha despedido a Francia al Hermano Colomb debido a las imprudencias que ha cometido. Pide que
se le reciba en el Hermitage con cariño. Y en tono casi de enojo, pide que se prueben más las
vocaciones que se mandan a las misiones.

“Bahía de las Islas, 18 de abril de 1844

J.M.J.

Reverendísimo Hermano:

Si se tuviera que juzgar mi amistad con usted por las cartas que le he escrito
desde que me separé de su reverencia, habría que admitir que ésta es muy débil.
Sin embargo, a pesar que le escribo con poca frecuencia, le puedo asegurar que no
por eso le olvido. No dejo que se pase un solo día sin que pida de un modo
particular al Señor por la intercesión de nuestra Buena Madre, las gracias que
usted necesite para el perfecto cumplimiento de las obligaciones que le impone su
pesado cargo. Debido a que no salgo de la casa de procuraduría, no le puedo dar
detalles acerca de la misión tal como se desearía en el Hermitage. Esta es la
principal razón por la que no escribo con frecuencia. Por otra parte, ustedes
conocen mucho mejor lo que acontece en la misión por medio de los canales, los
hermanos que vivimos en la Bahía de las Islas, pues no estamos recibiendo ninguna
carta.
A pesar de gran deseo que se tienen en el Hermitage de recibir detalles sobre
la Misión, no puedo transmitir nada, pues no tengo exacta noticia de las cosas que
ocurren.
Partí del Hermitage sin esperanza de volver a verlo. Pero esto no me impide
trasladarme con frecuencia en el espíritu para ser testigo de las virtudes que allá se
practican y para unir mis débiles oraciones a las fervientes que tantos buenos
hermanos elevan por la conversión de los pecadores y sobretodo por la prosperidad
de nuestra misión. Estas oraciones producen sus efectos, pues tenemos el dulce
consuelo de ver que nuestros salvajes Zelandeses una vez que se convierten a la
religión católica, se mantienen firmes a pesar de todos los esfuerzos infernales que

156
hacen los ministros de la herejía. Sin duda que estas pobres gentes no pueden
resistir a los atractivos seductores de estos desgraciados sectarios sin una gracia de
Dios. Contamos ya con una cierta cantidad que cumplen bien sus deberes
cristianos, que se confiesan, que comulgan y que recorren varias leguas por mar
sobre un tronco de árbol vaciado, o bien por tierra, para venir a asistir a los oficios
de los domingos y fiestas.
A veces vemos venir desde muy lejos débiles mujeres cargadas con un cesto
de papas para alimentarse, juntamente con leña para poder cocerlas, que vienen
así desde el sábado o la víspera de una fiesta, para asistir a los oficios, permanecen
cerca de la capilla el tiempo que dure sus reservas alimenticias.
Ya tenemos neozelandeses que condenarán un día a nuestros tibios signos de
la Cruz antes de sus comidas. Durante el día se santiguan antes de beber, antes de
encender la pipa, algunos antes de embarcarse a la mar. Le confieso, para
vergüenza mía, que hay quienes hacen más signos de la Cruz que yo mismo.
También es edificante escucharles orar, cualquiera sea su número de orantes
pronuncian todos en coro sin que nunca lleguen a equivocarse.
Hay cruces en la misión, pero también hay consuelos.
Parece que el hermano Michel ha regresado a la misión. Ahora está en
station con el padre Roset que era Coadjutor en St. Martín. Está muy contento.
Oremos unos y otros para que el Señor le conceda la perseverancia.
Yo le había visto una vez, algún tiempo antes que regresara, me dijo que el
remordimiento le devoraba continuamente.
Los hermanos Justin y Euloge están en estaciones del sur de Nueva
Zelanda; pero ellos no han regresado a la Bahía de las Islas desde hace un mes
después de nuestra llegada en que salieron (el hermano Florentin está en
Hokianga con el padre Petit. El hermano Elie Régis se ha ido con Mons. que ha
salido hace dos meses para visitar el sur de la isla.
Creemos que su viaje será de 4 o 5 meses. El reverendo Padre Baly es el
provicario y reemplaza a Mons. en la casa de procura. El reverendo padre Forst es
visitador.
Actualmente está en la Bahía de las Islas. El reverendo padre Séon es
procurador desde hace dos meses. Los hermanos Emery, Basile, Claude Marie y
yo, estamos en la casa de procura. Todos los padres y hermanos están bien.
Respecto a mí, me siento un poco pachucho desde hace tres semanas. Creo que en
parte se debe al agotamiento provocado por el estudio y en parte por dolores
reumáticos. Me acuerdo que usted dijo en el Hermitage, cuando comenzaba a
sentir esos dolores que no me provocarían la muerte, pero sí sufría mucho, parece
que es cierto, pero fiat voluntas Dei!.
Nuestra pequeña viña nos ha dado este año más de 120 botellas de vino
blanco.
Una buena capilla de madera acaba de ser construida en la Bahía de las
Islas; tiene 45 pies de larga por 24 de ancha. Monseñor la bendecirá a su regreso.
Le suplico que dé noticias mías a mi hermano, y dígale que espero desde
hace mucho tiempo una carta de él. Saludos a todos los hermanos que conozco; les
deseo a todos la perseverancia en su hermosa vocación y la gracia de morir un día
en los brazos de María nuestra Buena Madre. Todos los hermanos que están
conmigo en la casa de procura les envían sus saludos y agradecimiento. Su
intención es de no escribirles de nuevo antes que reciban alguna respuesta a sus
anteriores cartas a Francia. Estamos muy contentos y esperamos desde hace

157
mucho tiempo con impaciencia la llegada de nuevos compañeros, pero no se
apresuran en llegar.
Mis ocupaciones son siempre las mismas. Es decir, el estudio, el cuidado de
la capilla, de la sacristía, tal como lavar y planchar los ornamentos del culto.
También estoy encargado de la habitación de Monseñor cuando está acá, y de
hacer de monaguillo de su misa. Cuido todos sus objetos de culto y otros más.
Adorno lo mejor que puedo la capilla para los días de fiesta, pero desearía
hacerlo mejor. Me vendrían bien una parte de los objetos de buen hermano
Estanislao.
También preparo el brebajes para los naturales. Frecuentemente vendo sus
heridas: casi todos tienen alguna. Como ven, en misiones hay que hacer de todo.
Me encomiendo a las oraciones de la Sociedad, pues no necesito decirle que
a pesar de estar en las misiones Extranjeras, no se está exento de las miserias
humanas, pues siempre le acompaña a uno el barro del cual está amasado.
Reverendísimo Hermano, tengo el honor de ser su fiel servidor,

F. M. Pierre.

Unas palabras del Padre Forest al apreciado hermano Francisco. El 15 del


pasado mes, Monseñor Pompallier se ha visto obligado a despachar en un navío de
guerra Francés, el Buscephale, al pobre hermano Colomb que desde hace bastante
tiempo nos venía dando grandes dolores de cabeza a causa de sus imprudencias
con los nativos, y de su conducta poco edificante. Si por si acaso se presenta en el
Hermitage, dígnese recibirle bondadosamente. Es una pobre oveja que hay que
ayudarla a regresar de su descarrilamiento. Traten de probar bien las vocaciones
antes de permitirles viajar a países tan lejanos. Se necesitan sólidas virtudes, pues
aquí son puestas a prueba.

El Hermano Pierre Marie se encuentra en una situación delicada en lo que se refiere a su


salud. Ya no puede seguir estudiando debido a los dolores reumáticos que padece. La zona en la que
vive en Nueva Zelanda, En Bahía de las Islas, es muy húmeda, pues está al borde del mar y el clima es
lluvioso. Es tal su situación que se atreve a pedir la vuelta a Francia. Una ves más, se pone en manos
de sus superiores como expresión de la Voluntad de Dios. Analizado su caso, se le autoriza a volver a
Europa. Sale de Kororareka a finales de enero de 1846.

“29 de diciembre de 1845

...Creo que le dije en la última carta que le escribí, que había dejado
después de algún tiempo los estudios de teología por motivos de salud, pero le diré
hoy, mi reverendo Padre, que los dejé definitivamente pues después he estado de
una malísima salud y parece que no va a mejorar. Mi mal consiste en dolores
reumáticos que experimento en todo el cuerpo... este reuma me reduce a poco más
de cero para la misión...he hecho todos los esfuerzos que he podido, con la
esperanza que esta indisposición desapareciese, pero ahora pierdo el ánimo.
Volvería a Francia, si Monseñor me lo permitiese, cuando se encontrase la ocasión
favorable. No me cansaría de la misión, si pudiese actuar, al contrario, pediría
mucho... preferiría, si no creyese ir contra la voluntad de Dios, volverme al
Hermitage...estaría al amparo del aislamiento. Mi Reverendo Padre, estaría muy
gustoso de saber su parecer sobre esto, pero mientras tanto, me atendré a la
decisión de Monseñor y del Padre Forest.”

158
Se conserva una carta del Hermano Francisco al Hermano Pierre Marie. Sigue la misma
línea en la contestación que las otras que se conservan.
Resulta evidente que el Superior General de los Hermanitos de María estaba enterado de las
muchas dificultades que tenían que sufrir los Hermanos destinados en las Misiones de Oceanía. De
ahí su esfuerzo por animarlos para que superen esto. Recurre con frecuencia a la Escritura, en
especial a San Pablo, para demostrarles que todo padecimiento es poco si el premio después es el cielo.
Al final cierra la carta dejando a los Hermanos bajo la protección de María y encontrándose
en su corazón maternal.

“Ya han pasado muchas cosas desde que nos separamos, mi querido
Hermano, han visto mucho y aguantado mucho en Oceanía, sin duda, lo han
entendido dejando Francia y han hecho generosamente su sacrificio, pero se sabe
que la naturaleza siempre lo siente, y que tenemos necesidad de una gracia
especial para no fallar en nuestro deber. Esta gracia nunca se nos niega cuando
necesitamos pedirla con ardientes oraciones, y cuando no ponemos
voluntariamente obstáculos.
Espero que el Señor. Le habrá repartido abundantemente sus favores, y que
a pesar de sus penas, de sus sufrimientos y privaciones, puede decir aún como los
apóstoles.” La Providencia esta siempre proporcionando lo que deseamos con una
bondad y una atención todo paternal.” Por otra parte, mi querido Hermano, ¿ no
somos los hijos de los santos, de los apóstoles, de los mártires? Pues como ellos han
luchado tanto para destruir el reino del pecado y establecer el de la virtud, para
resistir a los asaltos del demonio y preservar en el amor a Dios y la fidelidad a
todos sus deberes. ¿ Podemos estar asombrados y compadecernos si tenemos algo
que sufrir por los intereses de la gloria de Dios y la salvación de las almas? ¡Oh!
No, ciertamente, pero escribiremos como San Pablo. “ En medio de todos los males,
saldremos victoriosos por la ayuda de aquel que nos ha amado hasta dar su sangre
y su vida por nosotros. Así nada nos podrá separar del amor de Jesucristo, ni la
aflicción, ni los desagrados, ni el hambre, ni los peligros, ni las persecuciones, ni los
tormentos, ni la muerte.”
Estén siempre bajo la acogedora protección de nuestra amable Madre que
es nuestro refugio, nuestra estrella, nuestro recurso ordinario, que se muestra
siempre tan buena en nuestra atención.
Es en su corazón maternal en donde le quiero encontrar y abrazar, en
espíritu, y muy afectuosamente.
Hermano Francisco.

159
El Hermano Emery, se llamaba Pierre Roudet y era de Benais, en el
departamento de Isére. Nació el 28 de enero de 1808.
Entró en el noviciado del Hermitage el 2 de junio de
1939, y tomó el hábito religioso el 15 de agosto de ese
mismo año. Hizo la profesión perpetua el 10 de
octubre de 1840, algunas semanas antes de
embarcarse para Nueva Zelanda. Apenas tenía 20
años. Parece ser que antes de entrar en el Hermitage,
ejerció la profesión de sastre.
En 1941 fue enviado a Oceanía para trabajar en
Nueva Zelanda. Rendió grandes servicios a la misión.
Sobre todo estuvo en Kororareka, en Auckland y más
tarde en Villa María donde murió 27 de noviembre de
1882, a la edad de 76 años.
Escribió numerosas cartas al Hermano
Francisco, en las que se muestra trabajando de
corazón para la misión, apegado y respetuoso hacia
los Padres, y un gran espíritu de familia hacia el Instituto y hacia sus Superiores.
Estando en Kororareka, escribe al Hermano Francisco, en 1843, animado
por Monseñor Pompallier y le pide que envíe muchos Hermanos a Nueva Zelanda,
además hace a sus antiguos compañeros un caluroso llamado para que vengan a
ayudarle en sus trabajos. Tuvo un tacto especial para estar cerca de los Padres y de
los Hermanos, especialmente de aquellos que necesitaban sus cuidados o su ayuda.
Incluso él mismo tuvo que sufrir con frecuencia crisis nerviosas que le provocaban
una profunda desgana para seguir viviendo.
En 1845 le tocó vivir en carne propia la sublevación del jefe maorí Heke
contra la colonización inglesa. Fue testigo de los enfrentamientos que se dieron
dentro de Kororareka y cómo ardía la ciudad por los cuatro costados fruto del
pillaje de los naturales que en los primeros momentos de la refriega sobrepasaron
a los ingleses.
En 1848 se encuentra en Waikato con el P. Pezant. Esta región es un
inmenso territorio montañoso cruzado por río caudalosos difíciles de cruzar. El
obispo auxiliar Virad, se queda tres meses allí realizando una intensa labor de

160
evangelización. Durante esta visita realiza 123 bautismos, 577 confirmaciones,
realiza 200 matrimonios y recibe 22 conversiones de protestantes. El Hermano vio
estos frutos como el resultado de la bondad y dulzura del Obispo.
En abril de 1850, se erige la nueva diócesis de Wellington. El Hermano
Emery aparece, como los demás maristas,
perteneciente a la nueva diócesis. En ella está hasta
hasta el 6 de abril, fecha en que regresa a Francia.
Parece que fue debido a una cuestión de salud. Se
hablaba de cólicos nerviosos.
En el Hermitage, en donde fue destinado, se
ocupó de la sastrería. Parece que no le gustaba
mucho este empleo, pues hizo todo lo posible para
dejarlo. En la Casa Madre quedó poco tiempo, pues
pocos años después lo vemos de nuevo embarcado
hacia la Polinesia.
Salió el 30 de noviembre de 1857 con un
nuevo grupo. Esta vez en vez de ir a Nueva Zelanda,
es destinado a la Procura de villa María, en Sidney,
junto al Hermano Augule que le acompaña en el
viaje desde Francia.
Hay dudas sobre el lugar en el que murió. Por una parte, se cree que murió
en Villa María, Australia en 1882. Por otra, y según “Hermanos Coadjutores” del
Hermano Raymond Borne, el habría muerto en La Seyne, Francia el 27 de
noviembre de 1882. Llama la atención que el Hermano Emery no esté en la lista de
difuntos de ese año, que aparece en el tomo XIII de las circulares.

El Hermano Emery lleva más de dos años en Kororareka, en la Bahía de las Islas. Allí se
encuentra desde su llegada a Nueva Zelanda trabajando en la casa de Procura. La casa de Procura
era el centro de las misiones de toda Oceanía Occidental. Recordemos que al principio Monseñor
Pompallier comenzó su trabajo en Hokianga. Al poco tiempo, al ver la dificultad que ofrecía el lugar,
decidió cambiar todo a Kororareka, en la amplia rada de Bahía de las Islas. En aquellos tiempos un
grupo de Hermanos trabajaba colaborando con trabajos manuales. En su carta, el Hermano nos da
una amplia visión de la mucha actividad que se desarrolla en la casa. Por momentos se siente
agobiado ante las muchas actividades que tiene que afrontar. Le viene la tentación de pedir un cambio
de lugar para estar más tenquilo. Nos cuenta que ante esta tentación no cede, pues se da cuenta que
proviene del diablo.
La carta empieza por un verdadero examen de conciencia. Va pasando cuenta de los tres votos
y de su vida sacramental y espiritual.
Casi al final de la carta, aprovecha para dejar caer la petición de la necesidad de muchos
Hermanos que puedan ir a colaborar en los muchos trabajos que tiene la misión.
La relación con el P. Colin se nota cálida y cariñosa. Lo compara con el padre que quiere
profundamente a su hijo, y por eso acude a él.

“Mi muy reverendo y queridísimo Padre,


La regla nos ordena escribirle cada 6 meses, estoy muy lejos de cumplir con
este punto, hace más de 2 años que estoy aquí y es la segunda carta que le escribo,
pero no habiendo tiempo y no sabiendo explicarme bien, esto es lo que me hace
atrasar más.
Mi reverendo Padre, soy muy miserable, en lo espiritual no hago sino mal y
poco bien, casi nada; sin embargo no es buena voluntad lo que me falta, pero mi
abandono y mis miserias me siguen siempre; creía, mientras estaba en Francia que
cuando estuviese en misión iría sin dificultad a la perfección, pero estaba
engañado, es necesario pagar para corregir a mi enemigo, yo mismo; aquí la

161
perfección es más difícil que al centro de la Sociedad, sin embargo no desespero,
tengo por el contrario gran confianza de conseguirlo haciendo un poco de esfuerzo,
pues las gracias de Dios respecto a mí son abundantes.
Hace algún tiempo que el buen Dios me da luces sobre el conocimiento de
mi vacío, sobre todo después de la Asunción de la Santísima Virgen, creo que esta
buena Madre me ha obtenido grandes gracias ese día; desde que estoy en religión,
he tenido siempre un gran deseo de obtener la gran virtud de la humildad, ésta no
la tengo pues estoy muy lejos, muy lleno de mí mismo, pero experimento dentro de
mí muy bajos sentimientos de mí mismo, veo mis miserias, son muy grandes, me
hacen gritar con frecuencia: misericordia; todas mis resoluciones y mis oraciones
se dirigen a pedir la gracia de conocerlo y conocerme, veo mejor cuando falto a
esta virtud, veo que todas mis faltas vienen del principio del orgullo.
Para la santa virtud de la pureza ¡ay! que se está expuesto en este país a
faltar en ella que creo sucumbir pues experimento duras tentaciones, pero si
embargo tengo gran confianza en la reina de las vírgenes, no hago más que
invocarla y soy siempre vencedor por la plegaria: “por tu muy santa virginidad y
tu inmaculada concepción,” etc. es que soy vencedor; jamás me ha apartado su
ayuda cuando le he hecho esta oración y después pongo esta virtud con frecuencia
entre sus manos para que ella me la conserve.
Para la obediencia no tengo todavía esta obediencia de fe, pues he faltado algunas
veces a lo que se me ha encomendado, pero obedezco algunas veces de mal humor,
algunas veces murmurando, y siento con frecuencia mucha pena dentro de mí.
Para la caridad me parece que he hecho un poco de progreso, si no me
engaño, estoy muy unido a mis cohermanos, los soporto mejor, sin embargo, falto
todavía algunas veces, creo que esto viene del amor propio; quiero mucho a los
naturales, me gustaría estar siempre en medio de ellos, desearía saber la lengua
para poder hablarles un poco, pero si me quedo siempre en la casa madre no la
sabré sino después de mucho tiempo, porque estoy muy ocupado, o no la puedo
estudiar, y que no puedo fácilmente ir con los naturales para hablar con ellos,
sobre todo los hermanos, he acompañado varias veces a los padres a las tribus, que
contento estoy entonces de estar en medio de ellos, allí les enseño a hacer el signo
de la cruz, a cantar, a leer, hago las oraciones y canto durante la misa cuando se
dice, pues sé leer bastante bien. Todo lo que hago, mis acciones y mis penas las
ofrezco a Dios para su conversión pues no puedo estar en sus lugares y ver sus
pobres almas en el estado en el que están sin arder de celo.
Ofrezco también mi comunión del martes en particular por su conversión,
la del jueves para el alivio de las almas del purgatorio, la del sábado para pedir a
Dios que envíe muchos buenos misioneros a esta misión y la del domingo para
pedir a Dios conformarme a su santa voluntad y todas las gracias de las que tengo
necesidad.
Para mis comuniones, las más de las veces me siento muy emocionado antes,
y después estoy sin devoción, con grandes distracciones, hago con mucha dificultad
mi acción de gracias.
Hago mis meditaciones sobre la pasión de nuestro Divino Salvador, y el
sábado sobre los dolores de la Reina de los Mártires, no las hago como desearía, me
entra mucho sueño, no me puedo mantener despierto si no me paseo, apenas puedo
también mantenerme en recogimiento, siempre mi espíritu divaga.
Trabajo sobre todo imprimiendo, después que la imprenta se ha montado
estoy casi siempre trabajando allí, pues ordinariamente no somos más que el
querido hno. Luc y yo, y estoy obligado a dejar ir a los padres y a los hermanos

162
todo rotos, el otro día dos de nuestros padres pasaron por la casa teniendo sus
sotanas todas rotas, y tenía pena de dejarles ir tal como habían venido; hicieron
aquí una máquina de coser que se estropeó, que no pudo coser; de otro modo seré
siempre empleado en otros trabajos lo mismo que cuando ya no esté en la
imprenta seré empleado en otras cosas y después cuando trabaje fuera y que me
haga a continuación coser, esto me hace mucho sufrir, esto me fatiga el pecho y no
estoy más a gusto, como si trabajando continuamente en duros trabajos sea más
saludable a mi salud es lo que creo.
Si hubiese suficiente tela se evitaría mucho gasto, pues los hábitos son muy
queridos aquí.
Descanso cuando puedo, soy también el encargado de hacer llegar todos los
objetos que son enviados a las estaciones, esto me toma un tiempo muy
considerable, estoy también encargado de limpiar y tener en orden el almacén de la
procura, pero está con frecuencia más en desorden que en orden, me falta tiempo,
tengo todavía muchas otras ocupaciones que me ocuparían una página si las
quisiera nombrar, estoy siempre tan agobiado de ocupaciones diferentes, que
prueban con frecuencia mi poca paciencia, estoy algunas veces tentado de pedir mi
cambio, he tenido sobre todo en el mes de agosto fuertes tentaciones, me dejaban
en la tristeza y el abatimiento, pero jamás me he quejado, pues veía que venían del
enemigo de mi salvación, ¡Ah! como hace sus esfuerzos esta serpiente astuta, me
parece que es más fuerte aquí que al centro de la Sociedad ¡Ah! mi muy querido
padre, no me olvide por favor en sus oraciones le digo con lágrimas en los ojos,
usted es mi padre y está obligado a recomendarme a Jesús y a María. Cuántos
peligros a los que estoy expuesto todos los días. Si voy a mi padre como enfermo no
hará nada por mí, pido con frecuencia al buen Dios que me haga sufrir todos los
tormentos del mundo, y morir antes que ofenderlo.
Mi reverendo padre, tendríamos necesidad de muchos hermanos, muchas
cosas están retrasadas a causa de no ser muchos, todo está en desorden, por no
tener bastantes brazos, cuantas obras hay en esta misión, decimos siempre: cuando
hagamos esto los trabajos no serán tan duros, pero es siempre peor, hay hermanos
que saben mucho de esto, porque se está obligado a hacerlo todo.
Mi reverendo padre, no le he indicado nada sobre la misión, otros le dirán
mejor lo que yo le haya dicho, si quiere saber algunas cosas de mí, lo verá en otras
dos cartas, una al muy querido hermano Francisco y la otra a mis padres.
Perdone los garabatos que le he hecho, pues no sé mucho más y esto me da
el atrevimiento de hablar como hablo, es por lo que le escribo como a mi buen
padre que sólo vela por mi salud.
Soy, mi reverendísimo padre, su muy humilde y muy obediente servidor e
hijo espiritual.
Hermano Emery, Marista.
Bahía de las Islas, 1º de noviembre de 1843.”

Como sabemos por otros Hermanos, cuando había la posibilidad de mandar cartas a Europa
pues un barco iba a zarpar en esa dirección se aprovechaba para escribir a los superiores o a algún
conocido. Con la misma fecha que la carta escrita al P. Colin, el Hermano Emery le escribe al
Hermano Francisco. Ésta es más descriptiva. Da muchos datos sobre la misión, sobre las relaciones
con los protestantes, sobre el actuar de Monseñor Pompallier respecto a los maoríes, sobre los trabajos
que tiene que hacer y sobre los peligros que a veces tiene que enfrentar, que en algunas ocasiones, le
ponen al borde de la muerte.
La misión va avanzando con gran esfuerzo. El aporte de los Hermanos para el éxito de los
trabajos es de agradecer. La impresión de libros en maorí ya comienza a ser una realidad, aunque una

163
visión posterior más crítica ha descubierto que las publicaciones, preparadas por el propio Pompallier
dejaban mucho que desear pues no eran muy correctas.
Finaliza la carta pidiendo una vez más, que se animen más Hermanos para ir a trabajar en la
misión de Nueva Zelanda, pues serán de gran ayuda para una misión que está comenzando en esos
momentos.

Bahía de las Islas, 1 de noviembre de 1843

J. M. J.

Reverendo Hermano:

He tardado mucho tiempo en escribirle. Soy perezoso para esto: pero el


tiempo no me permite escribir con frecuencia. He ido haciendo unas líneas cada
momento disponible; por eso no se sorprenda si está mal hilvanado. Trataré de
contarle algunas cosas.
La misión hace maravillosos progresos, sobre todo desde que tenemos
libros. Ha habido en la Bahía de las Islas un cambio admirable de un año a esta
parte. Hay un barrio muy poblado de autóctonos en que uno no se hubiera
atrevido a entrar debido a la maldad de esos maoríes, todos protestantes; pero
ahora se va con seguridad porque todos se han hecho católicos. Un día dos jefes de
esa zona vinieron a buscar a Monseñor por primera vez. Al venir, pasaron delante
de la casa de su ministro. Se pusieron a gritarle: - “quédate, quédate, no vuelvas a
visitarnos”. Vamos a donde el Episkopo (el obispo). Quédate, quédate.”
Sí, ignorantes, vuélvanse a rezar al Wakapakoko (estatua).
Quédate: no tenemos ya dinero para pagar tu pan y tu vino (la comida de la
Cena). Tenías todavía tres jefes en Waikare: ahora sólo te queda uno viejo. Incluso
ha hecho la oración del Episkopo en Wangaroa.
Por fin, el pobre ministro se retiró, sin duda enfurecido de encontrarse con
dos jefe menos. Este ministro les visita con frecuencia y les ofrece obsequios con la
finalidad de poderles hacer volver, pero en vano. Con frecuencia discute con ellos,
pero siempre es vilmente vencido. Ellos escriben todo lo que él les dice y cómo ellos
le responden y se lo entregan a Monseñor.
El mayor jefe Maorí de los misioneros Westiens de Okianga, vino un día a la
Bahía de las Islas. Pasó por la casa del obispo protestante y tuvieron una discusión.
Después de haber hablado mucho, el obispo le dijo: hay que tener comunión con
nosotros.
El jefe: ¿pero no están ustedes unidos con los de Okianga?
El obispo: Oh, no. Los de Okianga no son de nuestra comunión.
El jefe: Ah! Te comprendo. ¿Ustedes no están unidos, verdad?. Pues bien, yo no
quiero ser de tu comunión ni de la de los misioneros de Okianga. Voy a buscar al
Episkopo.
Efectivamente, vino a encontrarse con Monseñor y le contó todo lo que el
obispo protestante le había dicho y cómo le había contestado.
Algún tiempo más tarde vino otro que también era jefe maorí.
También era de Okianga. Vino a casa, pero no con la intención de
convertirse. Y le había visto varias veces con ocasión de mis viajes a Okianga. Le di
mi mano y él me presentó la suya, pero con mala cara, pues era un hombre severo
y con fama de malvado. No hacía caso de Monseñor por más que le vio delante de
él. Sin embargo se le invitó a comer, lo que le suavizó un poco. Un poco después fue

164
a buscar a Monseñor quien le hizo entrar en su despacho. Hele aquí caído en la
red. Monseñor le enseñó un libro y le leyó algunos pasajes sobre la controversia.
El jefe, viendo la luz, agachó la cabeza sobre sus manos y permaneció así un
instante. Levantando a continuación la cabeza, suspirando, dijo: Entonces, tu
quieres enterrar a todos los misioneros, tu quieres enterrarles a todos. Ah! Lo veo
claro por tu libro.
Cambió de tal modo que, habiendo venido cruel como un lobo, se fue manso
como un cordero. Desde ese momento daba la mano con agrado. Eran tres, y cada
uno quería llevarse un libro.
La religión católica cambia tanto los caracteres que se distingue un católico
de un protestante con sólo verlos. Los protestantes tienen el aspecto salvaje, triste,
pensativo, mientras que los católicos tienen aspecto suave, alegre, amable.
Pocos días más tarde vinieron siete, también de Okianga. Vinieron donde
Monseñor y le dijeron: “¿Es verdad lo que los misioneros nos dicen de ti que tú
estas haciendo venir un kaipuke nui (gran barco) lleno de máquinas para
despedazarnos? Dinos lo que piensas. ¿Es verdad? Monseñor les contestó pero so
kuware (ignorantes). Desde el tiempo que los misioneros les dicen mentiras,
ustedes siempre se las creen, mientras que a mí que nunca pueden reprochar una,
no me dan crédito. Y les dijo muchas cosas, de modo estos pobres maoríes vieron la
verdad y la falsedad de sus ministros. Se llevaron consigo algunos libros y se fueron
muy contentos. Hay una tribu a tres cuartos de hora de Kororareka, ciudad donde
Monseñor reside. Estos buenos maoríes vienen casi todos los domingos a la misa.
En un mes se han hecho bautizar, recasar y una gran cantidad ha hecho su
primera comunión. Al día siguiente de la primera comunión se llevaron una
bandera blanca rematada por una cruz roja para hacerla flamear los domingos en
su kainga (pueblo). También se llevaron una gran cruz de madera para colocarla
en la cima de una montaña para distinguirse de los protestantes.
No solamente en la Bahía de las Islas la misión hace progresos, sino en toda
la isla. He aquí una pequeña muestra.
Un joven maorí, hijo de un gran jefe de Opotiki, ardiendo de celo por la
conversación de los protestantes, se fue de su familia sin avisar a nadie y recorrió
las tribus de los misioneros. El jefe le dijo: vete, porque tu eres católico. Todos los
católicos que llegan aquí los matamos. No quiero marcharme, le contestó. Y se
sentó. te conviene que te vayas. ¡Vete! No quiero. quiero quedarme. Hubo uno que
le golpeó la pierna y le hizo sangrar para matarle, pero el confesor de la fe católica
no tuvo miedo y le dijo: Claro, mátame, pues para mí es un bien morir por la fe.
Entonces no le hirió y le dejó libre.
Ahora está en la Bahía de las Islas. Ha sido confirmado y ha hecho su
primera comunión. Es muy culto.
Cuando los Padres van a sus lugares, hacen todo lo que está a su alcance
para acogerles. Extienden esteras para que puedan dormir. Por la noche prenden
fuego en su casa para calentarles. Luego entramos y cerramos la puerta de la
cabaña. Digo cabaña porque no se puede uno poner de pie dentro de ella. La
puerta es tan baja que hay que entrar a gatas y a veces ponerse de costado. Los
padres no pueden entrar con su capa. Es curioso ver entrar en esta casa; parecen
grandes perros que entran en su caseta.
Cuando uno está adentro, enseguida se acuesta por temor a sofocarse con el
humo. No se necesita manta, pues se está caliente como en un horno. Es allí donde
se hace el gran coloquio acerca de la religión. Los maoríes rodean al Padre y
charlan hasta media noche. Cuando asisto, siempre me duermo antes de que se

165
acabe. Con frecuencia regresan antes de que sea de día, tanto es su deseo de
instruirse.
Se han construido dos grandes casas en la misión para alojarles cuando
vienen a instruirse. Casi siempre están llenas. A veces ocupan cinco, seis
apartamentos de nuestros edificios. Entonces se oye en uno cantar himnos, en otro
recitar el catecismo, en otro recitar el rosario, en otro charlas sobre la religión. En
fin, por la noche, hasta las once, no concluye esta armonía. Estos maoríes son tan
sencillos que se les puede considerar como niños grandes.
Cuando vienen a ver imprimir, se extasían de ver cómo se hacen los libros.
Nos dicen: aprieten bien la prensa para que los libros se impriman bien negros,
porque los hombres maoríes siempre tienen las manos sucias y ensucian los libros.
Tenemos una hermosa estatua dorada de la Santísima virgen. Algunos preguntan si
la prensa de los libros ha hecho esta gran Wakapakoko. La encuentran tan bonita
que muchos maoríes protestantes vienen a verla, la cual les impresiona mucho.
Monseñor obsequió una vez un manto rojo con flecos a un jefe.
Estaban tan contentos que se lo han prestado unos a otros hasta a doce o
quince leguas. Decían a Monseñor: - nunca hemos visto un manto tan bonito como
este que le has dado a fulano de tal.
Gozan de una extraordinaria memoria. Aprenden todo lo que quieren. En
muy poco tiempo aprenden a leer y a escribir. Del mismo modo aprenden pronto su
catecismo y sus cánticos. Les gusta mucho el canto. Se armonizan tan bien que no
se oye sobrepasar una nota sobre la otra. Es hermoso escucharles cantar cuando
son un centenar cantando. Hay sobre todo un cántico de la Virgen que a les gusta
mucho. Lo cantan en todas partes.
Hoy han venido al taller de la imprenta tres niñas de 7 a 8 años. Vieron una
imagen de la Virgen. se sentaron delante de ella y cantaron este canto dos veces
mirando la imagen. Era muy edificante. Este canto tiene 14 estrofas. Tiene la
melodía de “O luce qui mortalibus”.
Fui un domingo con el Padre Garin para visitar la mujer de un joven jefe
que estaba enferma. El jefe continuamente me insistía: enséñame este canto,
porque me gusta mucho. También decía al padre: Mire, soy un ignorante. No sé
mucho del catecismo, pues no dispongo de mucho tiempo para estudiarlo por
motivo de la enfermedad de mi amiga. Bautizamos a la mujer y les casamos.
Habíamos llevado lo necesario para decir la misa, y los católicos de la zona se
reunieron. Se les había avisado un poco tarde y trajeron el almuerzo que estaba ya
listo para servírselo. A fin de no faltar a la misa. Ayudaba a la misa y hacía las
oraciones y los cantos, según su costumbre, todo a la vez. Después de la misa nos
fuimos a comer. Después de saciarnos con buen alimento. Nos trajeron tres cestos
llenos de taro maorí. Es su pan. Crece en la tierra. Es grueso como un puño. Sólo lo
comen los jefes. Después de la comida hicimos el catecismo y cantamos algunos
cánticos. Luego regresamos. Llevábamos un inglés con nosotros para que remase.
Hace años que este lugar era casi todo protestante. Hace algún tiempo que
fuí con Monseñor. Había entre 250 a 300 católicos reunidos. Incluso recibió a una
docena de protestantes en la Iglesia católica. Hay un ministro inglés, pero se
ocupan de enriquecerse más que a hacer prosélitos.
Voy a contarle algunos de los peligros en los cuales he estado a punto de
morir. Hemos construido una gran casa de pizet. Una vez fuimos a buscar piedras
para los cimientos en una canoa maorí, el hermano Marie Agustín, el hermano
Colomb, un inglés y un servidor. Al regreso teníamos viento fuerte.
Repentinamente la canoa se puso atravesada y las olas entraban dentro. El

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hermano Colomb se dedicaba de pleno a sacar el agua, y nosotros nos
esforzábamos inútilmente en enderezar la canoa, pues era muy grande y no
sabíamos manejarla. En inglés nos decía: por mí, yo me salvo y nado, pero ustedes
se hundirán. El hermano Agustín lanzó un gran grito para pedir auxilio. Este grito
me provocó miedo. Empecé a arrojar las piedras al mar con tal velocidad que si no
me lo impidieran las hubiese arrojado todas. Por fin nos vino la idea de
encomendarnos a nuestra Buena Madre y a nuestro ángel. Luego giramos nuestra
canoa sin dificultad y llegamos felizmente.
El hermano Agustín dijo que nunca había sentido tanto miedo. Yo también
sentí mucho miedo, pero no tanto como otra vez con el señor Henri, joven inglés
que debe estar con los Padres en Lyón actualmente. El hermano Colomb y yo
fuimos a buscar a dos padres que habíamos llevado anteriormente al otro lado de
la bahía. Cuando estábamos en pleno mar, se levantó el viento. Ese viento ya
duraba cinco días. Las olas eran tan altas que nos impedían ver las montañas.
Nuestra embarcación se levantaba para subir sobre las olas, veíamos esas
montañas de agua venir sobre nosotros. El viento nos empujaba hacia los grandes
rompeolas, sin que nos diéramos cuenta. De pronto una ola más alta que las otras
se nos venía encima. Cuando la vinos nos creímos perdidos. Tan pronto como nos
pasó, se deshizo contra las rocas. En cuanto nos dimos cuenta de esto, el señor
Henri dirigió la maniobra y dimos media vuelta para alejarnos. Estábamos medio
muertos de miedo. no le cuento más pues esto me llevaría lejos. Aquí hay más
peligros que en Francia. Es malo para nosotros, pues nos hace pensar con más
frecuencia en la muerte y nos obliga a estar siempre preparados, y por otra parte
nada nos puede ocurrir sin que Dios lo permita. Este es un pensamiento
consolador. Vemos cuándo la providencia cuida de nosotros, pues continuamente
experimentamos gestos visibles de la providencia en esta misión.
Ahora les contaré un poco de mis ocupaciones. Soy impresor y
encuadernador. Ya hemos hecho dos libros en 8 (octava). El primer de 56 páginas y
2000 ejemplares, y el segundo 98 páginas para la escuela, cada uno de 30.000
ejemplares. Sólo somos dos para imprimir y uno para componer. Ah, cuanta
necesidad tenemos de hermanos sea para el establecimiento, sea para la casa
madre. Monseñor nos dijo; escriban al hermano Francisco que dé muchos
hermanos. Me veo forzado a descuidar a los padres y a los hermanos porque la
imprenta imprime mucho y no hay hermanos para sustituirme. También he sido
hortelano. Ahora nuestra huerta parece un prado porque no tenemos a nadie que
la cuide. También he sido albañil, amasador del mortero (pizet), planchador del
lino de la iglesia. Debo también llevar el almacén de la procura, pero
frecuentemente está más desordenado que ordenado por falta de tiempo. También
empaqueto las cosas que se envían a los establecimientos. Lavo la ropa.
Le podría haber dicho más cosas, pero como no dejo de (gribouiller), no
cuento más cosas.
Me encomiendo a sus oraciones y a la de todos mis cohermanos. Ah, que
nuestros hermanos de Francia no se olviden de nosotros ni de los pobres infieles de
esta misión. A veces se puede ser mejor misionero en Francia que aquí, pues la
oración es una buena prédica. Que los hermanos que piensan que su vocación es
venir a recompensa por los sufrimientos mediante los consuelos pues es grande
para los celosos catequistas. Además se está mejor que uno puede imaginárselo en
Francia, pues ya está afianzada la misión.

Adiós, queridos hermanos.

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Reverendo Hermano, perdóneme si le he hablado tan mal. Es que no se
mucho más. solamente soy un pobre ignorante.

Su obediente siervo.
Hno. Emery.”

Una vez más el Hermano Emery hace una confesión por escrito al P. Colin. Al leer estas
cartas no nos queda otra actitud de hacerlo con mucho respeto, es algo así como le pasó a Moisés
cuando se acercó a la zarza que no se consumía. Se nos dice: descálzate pues la carta que lees es algo
sagrado. El Hermano abre su corazón.
Llama la atención el carácter pesimista que rezuma todo el análisis que hace de su vida
espiritual. No ve ninguna virtud en él, todo es malo y parece que no hay solución a sus problemas.
Antiguamente se entendía la vida religiosa como un estado de perfección al que había que llegar con
la mortificación y el esfuerzo personal, de ahí la angustia con la que el Hermano se expresa.
Las relaciones con los maoríes cambian con respecto a otras cartas. La visión que tuvo de los
nativos al principio como gentes amables y muy cristianas, perece que ha cedido a otra más dura,
debido seguramente por las experiencias negativas que ha ido acumulando.
Una vez más, termina la carta expresando la necesidad de que haya más Padres en la misión.

J. M. J.

“Mi reverendísimo Padre,


Soy tan perezoso para escribirle como lo soy para trabajar en mí
santificación; me he vuelto muy perezoso, he hecho un retiro en la Asunción de
1844, allí he tomado resoluciones fuertes para mi progreso, pero no las he
cumplido mucho tiempo, poco a poco he caído en una gran tibieza. Mientras que
he tenido al Reverendo Padre Forest a mi lado, éstas iban pasablemente porque
nos daba con frecuencia charlas, y además iba a dirección de tiempo en tiempo; él
me recordaba mis deberes religiosos; ahora está un poco lejos, soy muy perezoso
para escribirle. En esta pobre misión, no hay nada que lleve a la virtud, y al
contrario, se encuentra allí todo lo que hace falta para llevar al vicio, no se tiene el
ejemplo más que de estos pobres salvajes que tienen todavía todas sus pasiones.
No tengo ninguna virtud, nada de paciencia, aquí que falta tanta, con estos
pobres maoríes, hacen muy pocas cosas para irritarme, algunas veces dejo ver
mucho mis impaciencias hacia fuera contra los maoríes, creo que las he tenido más
que cuando he entrado al noviciado. En cuanto a la humildad, estoy lleno de amor
propio, temo la humillación, me gusta aparentar más lo que no soy, cuando estoy a
vista de los maoríes, en fin, no sé hacer un acto de humildad. La obediencia,
obedezco con frecuencia con mal humor, no obedezco con espíritu de fe. Para la
virtud angélica, oh mi reverendo padre, qué poco tengo de esta virtud, pues ella
está bien expuesta aquí, donde con frecuencia se está rodeado de personas de
diferentes sexos, es necesario algunas veces enojarme para hacerlos retirar, mi
carne me hace mucho la guerra, me siento llevado a entretenerme con el otro sexo,
les dejo estar a la vez muy cerca de mí, mortifico muy poco mis sentidos, creo que
la pasión está todavía en mí, me recomiendo bastantes veces a nuestra buena
Madre, pero no con bastante frecuencia, creo que estoy siempre sintiéndome con
una inclinación por las personas del otro sexo, creo que esto viene de mi falta de
mortificación, pues cuando hago algunas pequeñas mortificaciones en el dormir, en

168
el sueño, en el comer, sobre todo las miradas y otras pequeñas cosas, me siento
llevado a la virtud, a la devoción, al recogimiento, pues después que abandono
estas pequeñas mortificaciones, caigo en la relajación.
Hago la Santa comunión cuatro veces por semana incluido el domingo, pero
¿cómo la hago?, como el resto, con tibieza. Le he dicho bien al padre Forest que no
me sentía a hacer la santa comunión tan seguido, porque soy siempre tan malo, él
me respondió que no era necesario abandonarlas, luego de esto me estoy sin sentir
nunca la menor devoción sensible en mis comuniones. Para la meditación no solo
no puedo recogerme, no siento nunca un afecto, lo mismo cuando la leo estoy
distraído, las meditaciones sobre la pasión que me tocaban tanto otras veces que
ellas me hacían derramar lágrimas de amor en abundancia, ahora no me dan un
buen afecto, sin embargo no dejo de hacer casi todos los días mi meditación sobre
el amor de nuestro Divino Salvador.
Soy muy extrovertido, solo no puedo recogerme al interior de mí mismo, no
pienso casi nada en Dios durante el día. Mi devoción hacia nuestra buena Madre
está retrocediendo como el resto, y además estos hábitos del mundo que llevo, no
me recuerdan para nada que soy religioso. ¡Oh! mi reverendísimo Padre, tal como
estoy no creo que llegue jamás a la perfección de mi estado, pues he aquí que hace
ya seis años que estoy en religión, y tan poco he hecho que no soy lo que era al
entrar en ella.
Gimo con bastante frecuencia con mi situación, pero no tengo salida, quedo
siempre en mi pereza, en otras ocasiones no tenía miedo a la muerte, la deseaba;
pero ahora tengo miedo, que si aún estuviese en el Hermitage, puede ser sería
mejor religioso que soy aquí, en medio de este país ingrato donde no crecen más
que espinas, pero que la voluntad de Dios se haga y no la mía, pues es lo que deseo.
Vea usted, sobre todo hace cuatro o cinco meses que estoy en una tibieza
completa, otras veces no he estado allí más que lleno de ocupaciones y todavía hoy
que le escribo ha venido una persona a la casa en la que trabajo y la he halagado
con las palabras, y lo mismo tocar, y he sido tentado con malos pensamientos
haciéndome temblar. Estoy en medio de una tribu maorí, en su casa, a la que
hemos llevado nuestras cosas después de la ruina de Kororareka, habiendo allí
peligro de ser asaltado estoy con el reverendo padre Petitjean, y estoy con
frecuencia solo en casa; y allí estaba muy expuesto, pues estos pobres salvajes son
como niños, se lanzan encima de las personas.
Mi reverendísimo padre, le pido con todo mi corazón, no me abandone en
sus fervientes oraciones, recomiéndeme también a las oraciones de los miembros de
su querida sociedad, no dudo que si usted reza y hace rezar por mí, yo no saldré
del estado de languidez en el que estoy, y que adelante en la virtud.
Pues estamos en medio de un pueblo muy ingrato, si le contase solamente lo
que veo todos los días no lo podrá creer; llaman entre ellos a los padres que están
con ellos nuestro extranjero, les están apegados por lo que allí han de obtener, no
saben lo que es dar, si algunas veces dan algunas cosas dicen, he ahí un cariño, es
para sacar provecho, y si se tarda en retribuírselos, lo piden antes de irse, y si no se
les satisface, dicen que se es duro, que no se les quiere. Como lo sé, he bajado un
poco el precio de las cosas que compro de ellos; porque no habiendo otro poblado
que Bahía de las Islas, las mercaderías son muy escasas. no hacen más que decir
entre ellos, malvado es este extranjero, es muy duro, es un hombre colérico. El
padre: los jefes le han dicho muchas veces que se vayan, ha tenido a uno que se ha
puesto en gran cólera injusta, ha empujado al padre con furor diciéndole: vete,
vete, te echo. En fin al no saber hacer un pequeño servicio, ya no les harás hacer la

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menor cosa sin que pidan un precio; están contentos cuando nos ven en la
necesidad de algunas cosas, cuando el padre Petitjean y yo pensamos como tratan a
sus sacerdotes aquello no puede madurar, no los conocía todavía bien, pero
después de que estoy en medio de ellos, me he dado cuenta de esto. En fin, nos
tratan como si fuésemos sus enemigos; no voy a hablar de los protestantes sino de
nuestros primeros católicos, le podría decir tanto como quisiera, pero no podría
jamás describirles tal como son sino como yo les veo. Hay realmente de qué
desanimarse, no se puede estar asombrado si esta misión cuesta tanto a la
Propagación de la Fe, por otra parte no pueden prolongarse si el buen Dios no les
envía más padres. Pobres pueblos que están dando compasión, no son poderosos
más que por las guerras, ahí están uno contra cinco ingleses, y les ganan; son
grandes guerreros, no tienen miedo de la muerte.
Su muy humilde y muy sumiso, y su pobre indigno hijo
F. Emery.”

Bahía de las Islas, 5 de julio de 1845

En los principios de 1845, comienzan a sonar rumores de guerra en la región de Kororareka.


Un jefe maorí llamado John Keke, por el que el Hermano Emery siente una cierta admiración, se
levanta en armas contra la dominación inglesa. Este maorí no puede soportar ver la bandera inglesa
en lo alto de un monte sobre la ciudad. Sube al monte y derriba el símbolo de su opresión como
pueblo. A partir de ese momento comienza la guerra de la bandera.
Hay un tira y afloja entre los ingleses y los maoríes. Durante un tiempo los nativos toman el
mando de la situación y se produce la quema de la ciudad.
El 9 de marzo el Hermano Emery visita, con el P. Seon, el campamento de Heke. Es bien
recibido y el jefe les promete que los franceses serán respetados.
El martes 11 de marzo los maoríes atacan en tres puntos diferentes y logran capturar una
pieza de cañón. Un comandante inglés remata a un guerrero herido con su arma. Esto provoca la ira
de los maoríes.
La tarde del 12 de marzo Monseñor Pompallier manda al padre Seon acompañado del
Hermano Emery al campo maorí. Encuentran a Heke contento por la derrota de los ingleses.
En varias ocasiones intentan asaltar la casa de Procura pero, gracias a Dios, todas las veces
se soluciona la situación favorablemente.
Al final tienen que abandonar la misión de Bahía de las Islas y refugiarse en Tarawilli, cerca
de su anterior emplazamiento.Los Hermanos Pierre Marie y Basile están en Kororareka, lo que quiere
decir que la situación ha mejorado.

Bahía de las Islas. 14 de septiembre de 1845

Queridísimo y venerado hermano;

Con el permiso de Mgr. Pompallier le estoy enviando algunas cochinillas


vegetales. Los maoríes les llaman Hotete (no sé si se las enviarán). Comen las hojas
de un árbol que los maoríes llaman Ibata. Se entierran cerca de la raíz de este
árbol, y luego salen de tierra, tal como se las enviamos. Hay muchas en este lugar.
Hay otras que comen los moniatos. Se sumergen en la tierra y mueren.
Le voy a contar resumidamente las desgracias que han ocurrido en la
Bahía de las Islas en el presente año. Hay un jefe del interior, protestante, que
después de haber expulsado al obispo que vivía cerca de su tribu. Tenía bastante
clarividencia ese jefe, pues conocía lo que eran los ministros protestantes y lo que
son los sacerdotes católicos, y les dijo las cuatro verdades a aquellos

170
comparándoles con éstos. Se trata de un Maorí extraordinario. Conoce tan a la
perfección lo que significa la bandera inglesa que flamea en Nueva Zelanda, por lo
que han venido ha venido a derribar el pabellón de Kororareka. El gobernador
hizo venir soldados desde Sidney, pero no se atrevió a internarse tierra adentro
para buscar a Heke, como se llama el jefe de la Bahía, para apresarle. Cuando
Heke terminó de cosechar sus papas, regresó como lo había prometido, subió a la
montaña y cortó el mástil. A continuación los maoríes de la Bahía que habían sido
contratados, vinieron a la población para asesinarle, pero ya se había ido. A
continuación volvieron a plantar otro pequeño mástil y lo custodiaron, pero Heke
contaba con más cantidad de gente. Ese día los maoríes de la Bahía se reunieron y
durante dos días bailaron sus danzas de guerra. En la ciudad, los pobres ingleses
no entendían demasiado lo que eso significaba, pues se trataba de un espectáculo
que inspiraba temor al oír los gritos que lanzaban.
Finalmente se despidieron de los ingleses y dejaron libre a Heke. Les había
hablado con tanta elocuencia y fuerza, que les había conquistado a su favor. Sólo
quedaba una pequeña parte para los blancos. En vano. William, el famoso ministro
protestante, empleaba su influencia, pero no pudo conseguir nada. Acabó
avergonzado. En una asamblea los blancos dijo que ese hombre me deja aturdido
por sus razonamientos y su gran espíritu. Le decía, eres tú la causa de que los
ingleses roben nuestras tierra. Has escrito a la Reina para venir a arrebatar
nuestras tierras. Nos has traído la Palabra de Dios y luego nos has dado la palabra
del diablo. No quiero ninguna bandera aquí.
En breve, también otros jefes que estaban enojados con el gobernador
porque había puesto precio a sus cabezas. Estaban dispuestos a matar a los ingleses
se juntaron con Heke y acamparon a un cuarto de hora de la ciudad. Me olvidaba
contar que había venido un navío de guerra que había vuelto a izar el mástil de la
bandera y había construido una pequeña guarnición de madera al lado del mástil,
con veinte soldados dentro y un gran foso alrededor. El mástil estaba rodeado de
una gran palizada y de un foso. Pensaban que esta vez sí que no podrán los
maoríes lograr su cometido.
Había una gran casa donde las mujeres y los niños se retiraban casa noche.
Estaba rodeada por una gran empalizada. Encima había una fuerte con tres
cañones y otro con un cañón, y un cuartel con unos treinta soldados. En la ciudad
todos los hombres estaban armados durante todas las noches. Estaban siempre
listos a enfrentar a los maoríes.
El domingo fui al campo de los maoríes con el reverendo padre Séon. El jefe
Juan Heke nos recibió bien. Me hizo tomar asiento a su lado. Se reunieron
alrededor de nosotros. Me daba vergüenza: todos eran protestantes. El jefe dijo al
padre Séon: permanezcan con nosotros; no teman nada: los franceses serán
respetados, los demás jefes, que eran católicos, nos permitían lo mismo. El padre
rezó con los católicos, bautizó a 4 y confeso a otros 4.
Había uno que fue asesinado. Regresamos cargados de su amistad. Nos
dijeron que irían mañana o pasado mañana. No nos engañaron. El martes 11 de
marzo de 1841 en la madrugada se presentaron ante la ciudad atacándola por tres
costados a la vez. La primera, que estaba detrás de la nuestra casa, fue la más
terrible. Los maoríes se apoderaron del cañón y empujaron a los marineros y su
comandante hasta dentro de la ciudad. Allá se parapetaron. Los maoríes sólo eran
20 por grupo. Cuando su superterrible Jefe vio que la mitad habían sido matada o
herida, ordenó la retirada para ir a buscar otros veinte de reemplazo. El
comandante Inglés vio a un maorí herido y lo ultimó a sablazos. Los maoríes se

171
indignaron y se precipitaron sobre él y le infligieron cinco heridas y le quebraron
un muslo. A continuación persiguieron al resto, con tal fuerza que los ingleses
gritaban mientras buscaban salvaguarda en su barco. Están en la ciudad, queman
la ciudad, se retiraron del refugio y los maoríes se hicieron dueños de la ciudad. Se
refugiaron en los fuertes y dejaron todas sus pertrechos.
Con el tercero se había subido Heke al mástil de la bandera. Los soldados
fueron divididos en dos grupos por los maoríes. Se refugiaron también en el fuerte.
Hubo quien no pudo pasar y se encerró en el cuartel. Pero los maoríes forzaron la
puerta con sus hachas y los masacraron. Estaban la mujer y sus hijos del refugio
sin causarles el menor daño. Se ha considerado esto como una gran acción para un
salvaje. Pero este no deseaba ningún mal los habitantes: sólo quería la bandera que
simbolizaba la posesión que se tomaba de un país. Heke se puso enseguida a la
obra de derribar el mástil de la bandera, en medio de los disparos del cañón.
Durante todo el tiempo que duró la batalla, el navío de guerra no dejó de disparar
los cañones, lo mismo que el castillo del gobernador y el fuerte. En fin, los maoríes
resistieron a los fusiles, a la bayoneta, a los obuses, a la metralla, a las bombas.
Nada les amedrentaba. Sólo eran 400 y los ingleses casi tanto, y no sufrieron
mayores bajas que los ingleses, a pesar de no contar más que con fusiles.
Los ingleses que sólo contaban con el refugio y el fuerte, el que corría gran
peligro, se veían por fin vencidos y comenzaron retirando las mujeres y los niños al
navío, y a continuación a los hombres y abandonaron todo en manos de los
maoríes, los que se apresuraron al pillaje.
Al día siguiente las puertas de las casas aparecieron abiertas y los maoríes
tomaron todas las embarcaciones que había en la playa y regresaron cargándolas
con el botín ante la mirada del barco. Al anochecer prendieron fuego a la ciudad y
terminaron al día siguiente.
Sin duda que usted está apenado por nuestra suerte. Pero sabe que la
Divina Providencia no abandona nunca aquellos que confían en Ella. Nos había
reservado un pequeño barco. Lo alquilamos y nos embarcamos en él con lo más
necesario. Las últimas noches, unos dormían abordo y otro vigilaban en tierra
firme. El día que llegaron me tocaba el turno de vigilancia.
Cuando amaneció me fui a la capilla para hacer mi meditación. No
creíamos que llegaran durante el día. Cuando acabé mi oración, oí el cañonazo que
alertaba que están cerca. Pero pensé que era un padre que entraba a la sacristía. A
continuación se oyó una hondonada de fusilaría, pero pensé que era el padre que se
paseaba. Por tanto, a fuerza de oírlo, salí afuera para ver de qué se
trataba....cuando en ese instante oi el silbido de las balas, me retiré a la capilla y
dejé una pequeña linterna encendida y mi libro a su lado, y luego se me buscaba
por todo lado para dirigirnos hacia el navío. Cuando iba a empujar la embarcación
al agua, sonó un cañonazo. ¡Vaya!, me sentí perdido. Esto me dejó sin aliento. El
obús que pasó a unos 40 pasos de nosotros silbaba horriblemente. A continuación
las balas de los fusiles pasaban cerca de nuestros oídos, por encima de nuestras
cabezas. Hundía los hombros todo lo que podía en el suelo. Un hombre que pasaba
por allá dijo que su sombrero acaba de ser perforado por una bala.
Por fin nos embarcamos en nuestro navío y dejamos la casa en manos de la
Provincia. La guerra concluyó a las 9 o 10 y en la tarde, Monseñor, me envió con el
Reverendo Padre Séon, al campo de los maoríes para ver que decían acerca de
nuestra misión. El rey Heke estaba presente y nos recibió enseguida. Dijo al Padre:
¡pues bien! ¡Les hemos hecho correr a los chaquetas rojas! Y luego se ponían a reír

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a carcajadas limpias como si regresaran de hacer una pequeña travesura. Pues
estos maoríes no se extrañan de nada.
Añadió que los soldados ingleses no son machos pues huyen ante la primera
detonación de un fusil. Los franceses no son así,¿verdad?, le dijo al padre:
permanezcan en su casa. No salgan sino quieren que les pase nada. Sólo queríamos
molestarle.
Luego regresamos al navío. No podríamos regresar aún a nuestra casa
porque el barco de guerra ingles seguía amenazante como una fiera.
Como la ciudad estaba en llamas, esto hizo que los maoríes se dieran al
pillaje. Cuando terminaron el pillaje se dieron cuenta que no estábamos en nuestra
casa. Les vimos desde el navío. Monseñor se apresuró a bajar a tierra y puso coto
al pillaje, pero ya habían roto los protectores de las ventanas y forzadas las puertas
y robado nuestras camas, muchas frazadas, los tres altares de la capilla totalmente
despojados varios ornamentos robados, la caja de los huesos de mártir Padre
Chanel fue abierta pero no se llevaron nada de ella. Monseñor fue al campamento
para hablar con los jefes. Heke se indignó mucho de que sobrepasasen sus órdenes
y dijo a Monseñor que no sabía nada, pero que deberíamos pasar la noche en
nuestras casas. Monseñor le dijo que el barco amenazaba siempre con prender
fuego a la ciudad con sus cañones.
Esta era la razón por la que no regresábamos a nuestra casa. Por la tarde
fui al campamento para hacer de interprete de un hombre francés que iba a
reconocer sus cosas. El honorable Heke lo había solicitado a Monseñor.
De tarde aún estaba en el campamento. Vi el cielo completamente rojo les
pregunte a los maoríes que era eso y me contestaron que era la ciudad que ardía.
Cuando regresamos a la tierra. ¡Oh!, era siniestro. Era horroroso ver tan gran
fogata, y luego como las llamas se dirigían hacia nuestra casa, nuestras ventanas
rotas, las puertas forzadas era horroroso. Nos apresuramos a ir a dormir al navío.
Monseñor fue alojado en el navío de guerra americano, junto a su tripulación.
Dicho navío trató a Monseñor como a un gran amigo todo el tiempo que
permaneció en la Bahía.
Al día siguiente el barco de guerra inglés se alejó con los demás
transportando a todos los habitantes, y nosotros regresamos a nuestra casa.
Había jefes que custodiaban nuestra casa para que no fuese alcanzada por
las llamas. Había levantado dos banderas blancas en los extremos con un letrero
que indicaba la prohibición de prender fuego a la casa del Epikopo. Los grandes
jefes habían firmado la orden. El segundo jefe, el famoso guerrero Kawiti, que era
católico, vino a visitar a Monseñor y le dio el manto que había usado durante la
guerra. Es la mayor prenda de amistad que suelen dar. Me encontré con él y me
dijo: hemos prendido fuego a todas las casas, pero respetamos la suya junto con las
vecinas para que el fuego no se propagara a ella. Y lo han cumplido.
Al día siguiente el gran jefe, honorable Heke, vino ha honrar con su visita a
Monseñor con toda su tropa. Pernoctaron a las casa y obsequió también su manto
de guerra a Monseñor y escribieron un pacto con más detalles. Monseñor le
obsequió uno de sus relojes, un par de frazadas y otras cosas más. De modo que se
despidieron de nosotros como grandes amigos. Algunos días más tarde se nos avisó
que una tropa de maoríes se dirigían hacia nosotros aparentemente con la
finalidad de completar el pillaje de nuestra casa. Monseñor se apresuró a mandar
un sacerdote para advertir a nuestros católicos protectores. Vinieron al día
siguiente por la mañana, en número de 400 a 500. Los enemigos vieron de lejos las
canoas y volvieron sobre sus pasos.

173
La siguiente semana llegó a Wapu una tropa de nativos a pernoctar en casa
de un hombre al que dijeron que al día siguiente irían por la mañana a
Kororareka, y como habíamos quedado solos, teníamos miedo. Este caballero envió
mensajeros a nuestros protectores, los cuales, dos horas después de media noche,
fueron a hacer emboscada por lo menos a 3 o 4 leguas. Al día siguiente, a las 7 de la
mañana, llegaron unas 10 canoas abarrotadas de nativos lanzando gritos
ensordecedores. Cuando se hallaban frente a nuestra casa, se pararon
bruscamente. No entendíamos lo que eso significaba. Monseñor tenía
continuamente el rosario en la mano. Se presentaron dos jefes que estaban en
nuestra casa y les hablaron. Esto les desconcertó. Por fin, desembarcaron y
dispararon sus fusiles sobre el lugar de la batalla en honor de sus muertos. A
continuación salieron nuestros protectores desde los matorrales y se lanzaron sobre
el enemigo como fieras. Libraron la dulce guerra delante de ellos. A continuación
los otros les respondieron. Luego se sentaron todos e hicieron discursos. Los
nuestros les reprochaban de haber destruido la ciudad y ahora venían a por el
Epikopo. Los otros se defendían. El enemigo contaba con un centenar de hombres
mientras que los nuestros eran 500. Al día siguiente el enemigo se fue y nosotros
nos apresuramos de trasladar nuestras cosas a Terawilli en medio de nuestros
protectores.
La imprenta en Wangaroa. No dejamos nada en Kororareka. Sin embargo
permanecieron dos padres y dos hermanos.
Yo he sido enviado por el R. Padre Petit Jean a Cerawiti para custodiar
nuestras cosas. Trabajo todo lo que puedo. No me alcanza para hacer todas los
hábitos, pues frecuentemente siento malestar.
Estamos en una casa de hierba. El techo deja pasar el agua como una criba.
Tiene cinco pies de alta y unos veinte de ancho y treinta de larga. Hay unas 60
casas todo el papel de la imprenta, tres camas, el comedor, la capilla donde decimos
la misa los días laborables, mi taller y muchas cosas más. Ustedes pueden
imaginarse con qué comodidades contamos.
Estamos construyendo una casa. Estamos en medio de una fortificación a 3
o 4 leguas de Kororareka. Hay muchos católicos. También hay protestantes que
están empecinados en el error. Los católicos son bastante buenos a pesar de ser
duros con sus sacerdotes, pues no saben ofrecer el mínimo servicio sin exigir un
precio, aunque sea empujar la canoa a tierra. No saben regalar nada. En fin creen
que estamos obligados a darles todo lo que necesitan. Es un gran prueba. Los
pobres maoríes no son menos dignos de compasión, sí, queridísimo hermano no
olvide a nuestros maoríes zelandeses en sus fervientes oraciones, ni de nosotros
tampoco que tenemos tanta necesidad de gracias para sostenernos en medio de
estos pobres salvajes, sobre todo yo, pobre y desgraciado pecador.
Volvamos a la guerra para concluir cuando el gran jefe Heke regresaba a su
lugar, se encontró con otro jefe con 400 hombres que venían a hacerle la guerra.
Entablaron batalla, pero no se hicieron gran cosa.
Algún tiempo más tarde el gobernador envió 400 soldados para capturar a
Heke, creyendo poder agarrarlo como a un niño. Se metieron al interior bajo la
protección de los que habían combatido a Heke. Los soldados perdieron unos
veinte hombres y Heke otro tanto por imprudencia. Los soldados, viendo que nada
podían hacer consiguieron regresar. A finales de mayo regresaron 700 y 7 piezas de
cañón. Dispararon sus cañones durante unos diez días contra la fortificación de
madera de Heke. Lo que destrozaban durante el día, los maoríes lo arreglaban
durante la noche. Por fin, los soldados, cansados, se fueron a l’annactt. Entonces

174
los maoríes del fuerte dispararon sus 6 cañones simultáneamente al mismo tiempo
que los fusiles. Mataron cerca de un centenar de soldados, los que, viendo eso, se
batieron en retirada y continuaron disparando sus cañones día y noche.
Heke, al ver su fortificación destruida y los soldados que se preparaban
para un segundo asalto al día siguiente, se puso a salvo aprovechando la oscuridad
de la noche diciendo que su país estaba bien vengado. Sólo contaba con 400
hombres.
Es increíble como estos maoríes se hayan hecho tan guerreros. No tienen
ningún temor a los soldados ingleses. No se hubieran unido sin su protector.
Se cree que ha sido Dios quien ha suscitado este jefe para afrontar a los
protestantes y humillar a su gobierno. Ha expulsado a su obispo que vivía cerca de
su tribu y le cantó las cuarenta. Se diría que hubiera estudiado la religión católica
y la vida de sus sacerdotes, pues ensalzaba mucho a sus sacerdotes y humillaba a
los ministros protestantes. Es un hombre elocuente.
Estima mucho a Monseñor lo mismo que a sus sacerdotes, aunque sigue
siendo protestante. Creemos que Dios le recompensará el cuidado que ha tenido de
protegernos. Oren por él para que se convierta. El obispo protestante tenía ya una
gran escuela que funcionaba muy bien y pensaban abrir otras, cosa que nosotros
pudiéramos haber hecho. Y esta pobre ciudad de Kororareka, debía tanto a estos
colonos que Dios la ha castigado. Y su templo que estos colonos frecuentaban fue
destruido por los cañones lo mismo que la casa del ministro. Parecería que también
se apuntaba a nuestra gran capilla, pero los obuses han caído a tres o cuatro pasos
más bajos o al lado.
La religión católica hace pocos progresos ahora. Los maoríes protestantes
son tan testarudos como sus maestros. Es increíble, son orgullosos, insolentes,
maliciosos, tristes de aspecto salvaje. Llevan en su frente la imagen de lo que son.
Se distingue fácilmente un maorí protestante de un católico. El diablo divierte
mucho a esta pobre gente. Se hace oír por silbidos. Parece, según afirman, que se
les aparece visiblemente, que les habla, sobre todo cuando están enfermos. Sobre
todo se les manifiesta en el tejado de la casa. Por eso los techos son sagrados
porque es la morada de su dios. Es también su sacerdote y le rezan y le hablan.
Yo sigo con buena salud de cuerpo pero mi alma no está tan bien. No me
olvide, por favor, pues tengo gran necesidad de grandes gracias en medio de estos
pobres salvajes.
El querido hermano P. Marie está en Kororareka. Sigue con su reumatismo
que le hace sufrir mucho. El hermano Basile está también allá. Tiene salud de
roble.
En la tribu en que estoy tenemos todos los meses unas 40 comuniones. Todos
los domingos hay algunas. Los maoríes son los más fervorosos de la misión. Nos
falla el papel. Lo necesitamos mucho..... El barco está por salir.

Soy su humilde y obediente servidor.

F. Emery.”

El 30 de noviembre de 1857, el Hermano Emery vuelve de nuevo a las Misiones, pero ya no a


Nueva Zelanda, donde estuvo antes, sino a la Procura de Villa María en Sydney, Australia.
Seguramente, una vez llegado, le escribió una carta al Hermano Francisco.
Nuestro Hermano es un misionero experimentado. El Superior General siente alegría de
saber que todo le va bien en su nuevo destino. Lo nota contento.

175
Sabemos que el Hermano Emery era sastre y que en la Procura de Sydney trabajaba
arreglando la ropa a los que allí viváin. Se le compara a la Virgen en el hogar de Nazaret.
Le informa del envío de una carta circular a todos los Hermanos que trabajan en Oceanía.
Despidiéndose con mucho cariño de él.

Los detalles interesantes que nos da en su carta sobre la buena travesía me


han causado un sensible placer y una justa satisfacción redoblada sabiendo que
goza de buena salud y de una perfecta alegría en su nueva residencia. Usted parece
con su gozo, alegre y contento. Trate de conservarse en este dichoso estado que tan
agradable a Dios, tan útil para usted y tan edificante para el prójimo. Los Padres y
los Hermanos deben estar muy contentos de tenerle con ellos para consolarlos,
animarles y servirles.
Usted sabe cómo la Providencia dispuso todas las cosas e hizo que todo
contribuya al bien y a la mejora de aquellos que se confían a ella. Esté siempre
entre sus manos como un hijo entre los brazos de su tierno padre, echando en su
seno todas sus peticiones con la más entera confianza. Cuando usted trabaja en su
taller se parece a la muy santa Virgen ocupada en coser, arreglar, o en hacer los
hábitos para el santo Niño Jesús y para San José, y se une a los sentimientos , a las
intenciones y a las disposiciones de esta amable y augusta Familia, llevando una
vida escondida, pobre y laboriosa en Nazaret.
He hecho una larga circular para todos los Hermanos de Oceanía.
Encontrará detalles interesantes sobre el viaje a Roma y sobre la nueva casa de
Saint-Genis-Laval. Termino pues aquí renovándole en particular mis sentimientos
afectuosos y aquellos de los Padres y los Hermanos que le abrazan y rezan por
usted de todo corazón.
Estoy siempre muy cordialmente su...
Hermano Francisco

176
El Hermano Basile, se llamaba Michel Monchalin, y había nacido en St.
Hostien cerca de Le Puy, en el departamento del Alto
Loira, el 3 de diciembre de 1814. Pertenecía a una familia
numerosa. Eran tres hermanas y tres hermanos. A la
edad de 20 años, el 24 de junio de 1835, pidió al P.
Champagnat ser admitido al Hermitage. Hizo la
profesión en los Hermanitos de María el 9 de octubre de
1837.
Después de la profesión debió pasar un tiempo en
Saint-Paul-Trois- Châteaux, con M. Mazelier, para
escapar del servicio militar.
En la lista de destinos de 1839 se le puede
encontrar destinado en Bourg-Argental con los
Hermanos Hilarion y Martín.
El 8 de diciembre de 1840 salió destinado para las
misiones de Nueva Zelanda. Quedó por muchos años en la misión de Kororareka.
Sabemos por el Hermano Claudie Marie que tenía múltiples ocupaciones en la
casa. Se ha conservado una nota en la que se habla del Hermano Basile y que
copiamos a continuación, dice:
”El Hermano Basile me encarga también darle cuentas de su interior. Lamenta no
saber escribir para poderlo hacer él mismo, creo habérselo dicho ya en mi carta y
creo haber dicho lo suficiente para hacérselo conocer. Tal como es, tiene de bueno
que reconoce con frecuencia sus errores, que se arrepiente de su mal humor, sobre
las costumbres que ha contraído, costumbres que le harían confundir con un maorí,
pues habiendo tenido en la cocina dos maoríes, habla y grita como ellos sin quererlo.
Me pide con frecuencia avisarle cuando me de cuenta de esas maneras... en el lugar
santo con un celo propio para edificar. Pero trabajo más y más para corregirlo,
espero que con la ayuda y el socorro de María, cambiará para mejor.”
Después de Kororareka, es destinado a Opotiki. En 1849, estaba en
Rotoroua con el P. Reynier. Cuando en 1850, se erige la diócesis de Wellington, fue
destinado con el Hermano Florentin a Ahuriri.
En Napier y junto con el Hermano Florentin se encarga de la explotación
agrícola. En 1876 este Hermano se retira para ir a Villa Maria, entonces el
Hermano Basile se queda solo. Desde ese momento, hasta un año antes de su
muerte, se ocupa del cuidado de los animales. En 1859 el Hermano Emery escribe
al Hermano Francisco desde Villa María, Sydney, y dice:

177
“El buen Hermano Basile me ha escrito últimamente. Sigue estando con el
Hermano Florentin en Ahiriri ( Napier). Me dice que comienza a hacerse viejo y que
los reumatismos le molestan en el brazo...”.
A las cinco de la tarde, queriendo ir a misa, para confesarse. El confesor le
dijo que se volviese a su casa y se acostase, pues él iría a darle la comunión. A las 6
de la tarde, tomó un plato de sopa. Viendo su estado, los Hermanos le quisieron
acostar, pero les dijo que quería antes rezar el rosario, que era a las 7.30. Poco
después lo encontraron muerto. Fue en Méanéé, cerca de Napier, el 23 de abril de
1898, a la edad de 84 años. Había pasado 53 en Nueva Zelanda.
Su funeral fue el 25 de abril de 1898, con la presencia de los Padres, los
Hermanos, y Escolásticos, muchos Padres de los alrededores, así como numerosos
fieles católicos y protestantes que querían rendirle los últimos honores al Hermano
Basile.

Se conserva sólo una carta escrita por el Hermano Basile. Se encuentra en Bahía de las Islas
en la casa de Procura. Se la dirige al Hermano Francisco. Hace casi dos años que salió de Francia.
Es una carta muy optimista. Los Padres con los que vive lo llevan de vez en cuando a sus
correrías apostólicas. En esta carta nos cuenta las costumbres de los nativos, la manera que tienen de
vivir, e incluso el recibimiento que le dan a los misioneros. Dice que los maoríes son como niños que
reciben a su padre con exclamaciones de alegría.
Le llama la atención la facilidad con la que los niños aprenden las cosas. Se alegra cuando
tiene la posibilidad de salir fuera de la Procura para visitar alguna tribu vecina. Cuenta con mucha
fuerza todo lo que ve y siente.
Como nota pintoresca está la narración de un viaje que hace con el Padre Petitjean, cuando
van durante varios días camino a Wangaroa. En esta misión tiene la alegría de encontrarse con el
Hermano Elie-Regis, que no ve desde que llegó a Nueva Zelanda.
Entre las muchas cualidades que tiene, nos cuenta una un tanto llamativa, y es la de
enfermero o casi médico y parece que tiene éxito en sus curaciones.
Para terminar su carta, pide algo que con frecuencia hacen otros, pedir más misioneros para
que vayan a ayudarles. Es sabido que Monseñor Pompallier en los primeros años de la misión se
lanzó, quizá un poco falto de prudencia, a la fundación de un buen número de misiones.

“Kororareka, 2 de noviembre de 1843

A.M.D.G.

Estimado Hermano:
He tardado mucho en escribirle. Le suplico perdone mi atraso, pues mis
ocupaciones no permiten que lo haga con frecuencia, y por otra parte usted sabe
que no tengo fama de escritor. Sigo en la Bahía de las Islas, en la casa madre, en el
obispado. Nuestros empleos son de cocineros, unas veces zapateros, carniceros,
otras veces panaderos.
Sabe que en Francia siempre estaba enfermo. Aquí me siento
maravillosamente bien. Estoy fuerte y gordo, en una palabra, me siento bien.
Agradezco por esto a Dios y a María, nuestra Buena Madre, pues en este país
necesitamos mucho tener buena salud por los muchos trabajos que tenemos que
realizar. También voy de vez en cuando a visitar a los nativos con los padres y,
respecto a esto, le contaré algo de lo que vemos en estos viajes. Cuando nos ven de
lejos nos llaman diciendo “haere mai harere mai”, lo que quiere decir “venga,
venga”. Nos reciben con alegría como niños que reciben a su padre. Sus casas son
muy bajas, sobre todo la puerta. Hay que entrar a gatas. Durante toda la noche

178
prenden una gran fogata, de modo que sólo se puede estar echado, pues el humo
nos enceguece, amén que todos, hombres, mujeres y niños, tienen la pipa en la
boca. Con todo eso y la puerta cerrada, usted puede imaginarse cómo se puede
estar adentro. Se duerme sobre una estera y se duerme encima de ella como en la
mejor cama. Esa es una pequeña parte de la vida del misionero.
Un día hice un viaje con el reverendo padre Garin, para asistir a un
entierro. Pensábamos que iba a ser por la tarde; pero se lo aplazó para el día
siguiente por la mañana. Cuando llegó la hora, nos dijeron que lo harían después
que llueva, que hasta entonces no le sacarían del lugar en donde se encontraba. El
padre les preguntó si querían que bendijeran el lugar donde le iban a depositar. Le
contestaron que sí. Pero cuando subíamos una pequeña montaña, una señora de
edad gritó: “!tapu! ¡Tapu!” este lugar es santo. ¡Este lugar es santo!. Tuvimos que
contentarnos con bendecir el lugar a distancia. Usted puede ver qué paciencia hay
que tener con estos pobres salvajes. Los hombres rodean al difunto, fumando con
sus pipas. Las mujeres lloran por turno y se desgarran el cuerpo con conchas
afiladas. Una de ellas se puso delante del Padre Garin y le pregunto si era bueno
desgarrarse con conchas. Como él le contestó que no, ella se quedó tranquila.
Vea, hermano, lo que la ignorancia hace en estos pueblos que aún no están
bien civilizados. Hay quienes me dicen a veces que “nosotros éramos kouwar
(ignorantes) antes; ¿por qué no llegaron antes?.”
Afirman que su dios duerme durante el día y que durante la noche le oyen
silbar. Si se enferman, creen que su dios está irritado. Sacan al enfermo afuera y no
vuelve a entrar hasta que esté curado. Otras veces sólo le sacan para darle de
comer. Los jefes se hacen colocar la comida en la boca por un esclavo o la cogen del
suelo con la boca. Esperamos que, con la ayuda de la gracia de Dios y la protección
de María nuestra Buena Madre, y con el concurso de sus oraciones y de las de
nuestros cohermanos, conseguiremos destruir todo lo que es ridículo en estas
pobres gentes. Esto empieza a hacerse rápidamente. Todos los días hay quien viene
a pedir libros que hemos tenido la satisfacción de imprimir, lo que ha hecho un
bien considerable. Pues sin ellos empezaban a enfriarse; mientras que ahora por
todas partes se convierten. El primer libro tenía 16 páginas y el segundo 96.
Aprenden a leer y a escribir tan rápidamente que sería increíble si se dijera en
cuánto tiempo lo consiguen. Hay que verlo para poder creerlo. Aprenden el
catecismo y lo recitan de modo admirable. Aunque fueran cien, parecería que sólo
fuera uno el que lo recita, tal es la sincronía con que lo hacen.
Los niños de cinco o seis años lo recitan del mismo modo que los demás.
Con las oraciones ocurre lo mismo. Los domingos vienen a la casa a veces desde 4 ó
5 leguas para confesarse y recibir la santa comunión y cantan cánticos casi todo el
día y la noche. Esto consuela mucho al misionero en medio de los sufrimientos que
pueda experimentar en el desempeño de sus trabajos. Para visitar a los nativos, nos
vemos obligados a estar continuamente viajando por mar. Por lo que no nos faltan
peligros. Una de tantas veces, iba a llevar a maoríes con el bote. Al regresar, el mar
estaba picado. El viento se había levantado. A cada rato me creía hundir con otros
cuatros nativos que me acompañaban. Los padres y los hermanos que nos estaban
observando, nos perdían de vista a veces, ocultados por las olas, y creían que
habíamos desaparecido; pero Jesús y María que nos han acompañado en todas
partes, no nos abandonaron esta vez. Yo me encomendaba a María y a mi buen
ángel de la Guarda y felizmente escapé del peligro.
Esta es, querido hermano, una lección de cómo siempre tenemos que estar
listos para presentarnos delante de Dios.

179
Tuve la ocasión de viajar a Wangaroa, el más cercano de nuestros
establecimientos, que está a doce leguas. El P. Petit y yo llevamos un ternero y tres
ovejas y un corderito. Cada uno llevaba un gran paquete a la espalda,
semejándonos a los comerciantes. El padre llevaba una sotana totalmente
destrozada, arremangada hasta las rodillas. Viajábamos de este modo atravesando
las montañas y los valles, sin guía y sin conocer el camino, a veces sin sendero. Al
acabar la primera jornada estábamos agotados de cansancio y de sed. Le dije al
Padre Petit Jean: usted ve, padre, que no aguantamos ya la sed. ¿Si pudiéramos
encontrar un poco de agua? Entonces me dijo: baje esta colina para ver si la
encuentras. Bajé. Gracias a la providencia encontré una cabaña de salvajes. Entré
en ella y encontré una olla que me sirvió para coger agua de un agujero que se
hallaba al lado. Llevé agua al padre y cenamos allí, contentos como reyes, de haber
hallado un poco de agua. Bajamos a dormir a esta cabaña. Al día siguiente
seguimos nuestro camino y fuimos a dormir donde una tribu de maoríes donde nos
refugiamos, habiendo sido muy bien acogidos. De madrugada salimos, y el padre
Petit Jean me dijo: me sospecho que con esta apariencia que llevamos nos vamos a
encontrar con un ministro protestante con el que vine desde Sidney. Apenas había
terminado de hablar cuando nos lo encontramos que venía a caballo junto con otro
hombre que le seguía a pie. El padre Petit Jean habló con él un ratito y
proseguimos nuestro camino. Imagínese lo que podría pensar de nosotros con
semejante facha, como le dije antes, cada uno con un voluminoso paquete, el padre
con su sotana arremangada y sus piernas arañadas de caminar por los bosques, los
tres carneros que iban delante de él, y yo llevando delante de ellos la ternera. Le
aseguro que era un espectáculo delirante. Por eso decía anteriormente el padre
Petit Jean: si este ministro nos encuentra, se reirá a carcajada limpia.
Ese día fue más duro aún para nosotros debido a los ríos que había que
vadear a cada rato y a las montañas que había que atravesar, más bien rodear. Ese
día tuvimos que dormir también en el camino no pudiendo llegar a nuestra meta.
La cabaña del pastor de un ministro protestante nos sirvió de cobijo. Nos hizo
participar de su pobre cena, compuesta de papas y de una cabeza de gallina.
Al día siguiente, que era el cuarto, reanudamos la marcha, y el bueno del
padre Petit Jean me dijo. ¡Ánimo, hermano! Hoy más y llegaremos a Wangaroa.
En efecto, fue el día de nuestra llegada. Puede imaginarse la sorpresa del padre
Rosét y del hermano Elie, de vernos con semejante equipaje, y cuál fue mi dicha de
abrazar al hermano Elie, al que veía por primera vez desde que estábamos en
Nueva Zelanda.
Como puede ver, a veces tenemos pruebas que soportar; pero trabajamos
por un patrón tan bueno que sabrá recompensarnos si siempre actuamos para su
gloria.
También he hecho algunas veces de medico. Cuando llegan los nativos a la
casa, empiezan por decirme: estoy muy enfermo; dame una medicina (siempre se
tutea en maorí). Unos dicen: me duele mucho la garganta. Otros: tengo mucho
reuma. Otros, por fin, tengo dolores. Para empezar les doy azúcar con agua a
aquellos que tienen dolores. Les doy grasa que hago hervir con alcanfor. Es un
remedio que lo encuentran excelente. Dicen que soy un buen médico. Como puede
ver, tenemos que hacer esto.
Termino por que el tiempo no me permite escribir más. Tengo que hacer
esto por la noche, antes de acostarme. Reverendo hermano, le suplico no olvidarme
en sus oraciones. Me encomiendo también a las oraciones de los buenos hermanos
del Hermitage. Le ruego también saludar de mi parte a los reverendos padres

180
Matricon, Besson, lo mismo que a los hermanos Louis Marie, Jean Baptiste, Jean
Marie, Louis, Stanislas, Hypolyte, Spiridion, igual que a los hermanos del
Hermitage y a todos los demás.
Con todo respeto y cariño, su humilde y sumiso,
Hermano Basile.”

Es casi seguro, por el contenido, que la presente carta del Hermano Francisco, es
contestación a la que el Hermano Basile escribió en noviembre de 1843.
Toda la misiva está llena de cariño y cercanía. Le expresa su alegría por el buen estado en el
que se encuentra el Hermano y su tristeza por las penas que tiene que enfrentar.
Termina la carta recordándole que todos son un solo cuerpo y una misma Sociedad. Una vez
más cabe recordar que por esa época los Padres y los Hermanos todavía no se habían dividido.

“ Su recuerdo me es siempre muy querido y me gusta recordar los días de


dicha y edificación que usted ha pasado con nosotros. He recibido también con
mucho interés su carta desde Kororareka, donde me habla de los diversos empleos
que debe hacer, del buen estado de su salud y de las buenas disposiciones de los
nativos y sus lamentables supersticiones. Nos habla tan bien de los niños que
tendría deseos de verlos y de oírlos.
Pero vemos que al mismo tiempo que tiene momentos de pruebas, de penas
y de peligros, y que tiene necesidad de armarse de valor, de paciencia, de fuerza, y
de constancia en estas penosas circunstancias. Lo que nos fortalece, nos consuela,
nos edifica, es su confianza en el buen Maestro para el que trabaja, y por el amor
del que ha hecho y hace todavía tantos sacrificios. Sea este su recurso filial a
María, nuestra tierna Madre, a lo que ama e invoca en toda ocasión, y la que le ha
dado tantas muestras de bondad y protección.
Nos unimos a usted en todas estas circunstancias para rezar a Jesús y a
María, y agradecer todos los favores con los que le colma. No siendo todos mas que
un cuerpo, siendo miembros de una misma Sociedad, sentimos todo lo que le toca a
cada uno en particular y participamos de sus penas y de sus alegrías.
Hermano Francisco.

181
El nombre de pila del Hermano Colomb era el de Pierre y había nacido en
St. Dider-sur-Chalaronne, en el departamento de Belley el 12 de abril de 1816. Era
paisano del Hermano Avit, cronista de los primeros años del Instituto. Entro en el
noviciado de Nuestra Señora del Hermitage hacia finales de 1838. Tomó el hábito
el 9 de mayo de 1839. El 10 de octubre de 1840 hizo la profesión perpetua dentro
de los Hermanitos de María. El 8 de diciembre de ese mismo año, salió para
Oceanía.
En 1843, fue mandado para Francia de nuevo. El P. Forest, le escribe al
Hermano Francisco en estos términos: “El pasado 15 del pasado mes, Monseñor
Pompallier se ha visto obligado a despachar en una navío de guerra francés,
“Bucephale”, al pobre hermano Colomb que desde hace bastante tiempo nos venía
dando grandes dolores de cabeza a causa de sus imprudencias con los nativos, y de su
conducta poco edificante. Por si acaso se presenta en el Hermitage, dígnese recibirle
bondadosamente. Es una pobre oveja descarriada que hay que ayudarla a regresar de
su descarrilamiento. Traten de probar bien las vocaciones antes de permitirles viajar
a países tan lejanos. Se necesitan sólidas virtudes, pues aquí son puestas a prueba”.
En los registros de los Hermanos Maristas aparece el 3 de abril de 1845,
como la fecha de su salida.

182
La única carta que se conserva del Hermano Colomb está fechada en Bahía de las Islas a
finales de 1843. Llama la atención en ella que no supuese escribir y que tuviese que recurrir a los
servicios de “una mano caritativa”

Bahía de las Islas 21 de noviembre de 1843

Estimado Hermano:

Con dolor he visto pasar varias ocasiones propicias sin mandarle algunas
líneas. Pero no sabiendo escribir y los hermanos estando muy recargados de
trabajo, no han podido hacerme este servicio. Sin embargo, hoy, una mano
caritativa ha cedido a mis deseos ardientes y he aprovechado para hacerle saber
cuáles han sido mis trabajos en esta nueva tierra.
Primeramente, luego de mi llegada de Europa, he estado casi un año en las
Bahía de las Islas, donde hemos construido una gran casa de masa, acarreado vigas
y tablas, lo que nos ha ocupado largamente y acarreado más de un peligro que, sin
la protección de María, no sé si nos hubiéramos salvado. Entre tantos casos, una
vez fuimos lejos en el mar a buscar piedras. Teníamos el boat y una waka de los
nativos. Cargamos demasiado y cuando remábamos para regresar, surgió un
violento viento que casi nos ahogamos todos.
Enseguida arrojamos una parte de nuestras piedras al agua, invocamos el
socorro de la que es la guía de los que se recomiendan a ella, y proseguimos nuestro
camino con bastante tranquilidad.
A finales de mayo de 1842 me enviaron a Hokianga para ayudar al hermano
Claude-Marie. Mi estadía en esta estación sólo duró dos meses. Enseguida regresé
a la Bahía y poco después me enviaron a Auckland o capital de Nueva Zelanda
donde permanecí un año con el R. P. Petit Jean. Allí me encargué de la carpintería,
la cocina, el lavado de la ropa del altar sobre todo, el cultivo de la huerta, etc.
He construido un pequeño campanario donde hay un campana que suena
muy bien cuando se la voltea.
Auckland es una ciudad que tienen alrededor de seis mil habitantes, todos
ingleses o irlandeses. El número de católicos es de 400, pero bastante fervorosos.
Una cosa que he notado y me agrada mucho, es que cuando el sacerdote pasa con
el hisopo, todos extienden las manos en alto y se lanzan alrededor del sacerdote
para recibir todo el agua bendita que se pueda. Hay buena asistencia a la misa,
pero no se les ve en vísperas.
Los católicos se han acotado para alimentar a un sacerdote y a un hermano.
Pero ahora la miseria es tan grande en este país que hemos tenido que separarnos
y yo me he retirado a la Bahía de las Islas, pues sólo se podía alimentar a un
sacerdote y aún con dificultades.
Se ve a gente caminar descalzos. Otros mal vestidos y las caras pálidas, lo
que hace ver que la gente no pasa buen año.
Dos barcos cargados de emigrantes han llegado a Auckland creyendo
encontrar fortuna; pero como no podían vivir, el gobierno les he enviado a Sydney.
Me ha dolido el tener que dejar aquel destino porque allí casi todos son europeos y
empezaba a hablar en inglés para entender y hacerme entender cada vez que me
encontraba con algún ministro.

183
Adiós, me veo obligado de terminar. El barco que debe llevar esta carta está
por partir. No me olviden sus fervorosas oraciones y tengan la bondad de
encomendarme a las de sus niños.

Su hermano en J. y M.

Hermano Colomb.

184
Etienne Marin tenía 26 años cuando ingresó en el Hermitage en noviembre
de 1835. Había sido hasta ese
momento carpintero. Tomó el hábito
en marzo del año siguiente y en
octubre hizo sus primeros votos,
durante la primera ceremonia
pública organizada por el P.
Champagnat.
En septiembre de 1838 se embarca
para ir a Nueva Zelanda. Fue
sucesivamente destinado a Hokianga,
con el P. Baty; después como sabía
un poco de carpintería lo mandaron
a Kororareka, para trabajar en la
construcción de la casa y de la
capilla, que pareció una maravilla a
los ojos de los nativos, sobre todo cuando Monseñor oficiaba con los hábitos
pontificales. Más tarde fue a Wangaroa, una nueva misión que los Padres Epalle y
Petit-jean habían fundado más al norte de la isla. Allí trabajó duro, pues sobre él
descansaba la mayor parte de la obra. Se ocupó sobre todo de tratar de hacer
autosuficiente el mantenimiento de esta misión preparando los terrenos que se
cultivaban.
Durante largos meses quedó solo. Tuvo que sufrir la soledad. Se puso tan
enfermo que creía que iba a morir, pero no quería dejar este mundo sin la
asistencia de un Padre. Esto lo avisó a Kororareka. El P. Garin, que hacía poco que
había sido nombrado Provincial, quiso ir a ayudarle, pero tardó en ir un tiempo
debido a diversos inconvenientes, cuando al fin lo hizo y después de un largo viaje
que fue muy accidentado, lo encontraron ya recuperado.
De Wangaroa, fue a Wakatane, misión situada un poco más al sur de la
Bahía de la Plenitud, con el P. Lampila.
A principios de 1844, Monseñor Pompallier nombró al Hermano Elie-Regis
para que se hiciese cargo de la escuela para maoríes en la misión central de
Kororareka, pero no debió de estar mucho tiempo en este puesto, pues sólo unos
meses más tarde lo vemos en Whakatane con el P. Lampila. En este lugar también
volvió a estar largos periodos solo a causa de los frecuentes viajes del Padre.
Entre 1847 y 1848 fue mandado a Auckland. A primeros del 49 volvió a
Whatane, pero al final de año estaba de nuevo en el destino del que había venido.

185
Monseñor Viard, que era desde hacía algún tiempo el Obispo de esta zona tenía
pensado nombrar a varios hermanos para dirigir el colegio de Santa María, que
hacía poco que se había construido en la orilla septentrional de la que era en ese
momento la capital de Nueva Zelanda, Auckland. En ese colegio los Hermanos se
encargarían de dar cursos técnicos para los maoríes. Elie-Regis, era por su
formación y por su saber hacer uno de los favoritos para ser mandado a este
colegio, pero parece que esto se quedó solo en una idea de parte del obispo.
Después fue a Wakatane, misión situada un poco al Sur de la Bahía de la
Plenitud, con el Padre Lampila. Más tarde estuvo en otras muchas misiones, en las
que se hizo apreciar por su saber hacer y por su piedad.
Conservamos la narración de sus últimos días contada por el P. Rolland:
“Cuando llegó a Wanganui en Taranaki estaba gravemente enfermo. No
podía andar sino con la ayuda de dos muletas. No obstante su estado pareció
mejorar. Pudo dejar sus muletas y con alegría volver a su trabajo. Fue en esta
época cuando una circunstancia casi providencial nos permitió comprar un terreno
bastante grande en el cual me decidí a establecer el noviciado para los hermanos
coadjutores.
Fue necesario construir una casa. A esta obra el buen hermano consagra
todas sus fuerzas. Espera que este establecimiento rinda grandes servicios a los
cristianos de Nueva Zelanda. Esto era bastante para estimular su celo.
Al comienzo del invierno, estaba inmerso en la preparación en nuestra casa
de Taranaki los materiales de la construcción nueva. Teníamos en la guarnición dos
soldados irlandeses católicos. Impresionados al ver este pobre anciano en un
trabajo superior a sus fuerzas, para clavar ellos mismos las maderas y obligarlo a
descansar un poco. Cuando todo terminó estos bravos soldados quisieron todavía
ayudarnos a transportar pieza por pieza todos nuestros materiales al campo. Para
este nuevo servicio, estaban obligados a levantarse antes de que amaneciese, para
poder irse al medio día; y todo por compasión y cariño al buen hermano Elie Regis
a quien querían.
Todos los preparativos estaban terminados, el H. Elie, quien la salud había
comenzado a mejorarse, salió para el campo y puso manos a la obra para levantar
su casa. Una vez que construyó la casa, se ocupó del jardín, de un huerto de
árboles frutales, de la plantación de una viña. Conoció Nueva Zelanda para
apreciara justamente todas las penas y dificultades de semejante trabajo, en un
país cubierto de bosques y de helechos, y que no había sido cultivado nunca. E por
esto por lo que el hermano era visto como el hombre enviado por la Providencia, el
hombre verdaderamente necesario para esta empresa. Era ayudado en sus
trabajos por algunos jóvenes, a los que se esforzó igualmente en formarlos en la
piedad y en los ejercicios de la vida religiosa, y haciéndolos seguir en la medida de
lo posible los puntos de la regla.
De una gran simplicidad en sus relaciones externas, el hermano Elie tenía
un gran juicio y sobre todo un sentido práctico tan necesario en la conducta.
Hemos sido sorprendidos con frecuencia por sus sentencias cortas, pero vivas, que
ofrecía como perfume de verdadera devoción y el carácter de su sabiduría, lo más
remarcable en él fue una regularidad ejemplar. Hasta sus últimos días, no dejó de
seguir el reglamento con una gran exactitud. Tanto en el tiempo frío, cuando no se
podía a penas sostener, golpeado por el dolor y la tos, iba a los ejercicios y a la
comida, incluso algunas veces estaba obligado a interrumpirlo a causa del
malestar. La más pequeña muestra de atención que se le hacía era respondida con
los más vivos agradecimientos. Incluso cuando estaba más adolorido; dejaba el

186
fuego, para decir su pequeño oficio y a continuación se iba a su pequeña habitación
para cumplir mejor. Creo que ha sido fiel a este ejercicio hasta la víspera de su
muerte. Nada le ha detenido, más que la imposibilidad de asistir a la misa y
aproximarse a la santa comunión.
El hermano Elie quedó siempre muy unido a la congregación de los
Hermanitos de maría, de la que era miembro. Leyó las circulares de los superiores
conoció los hechos de su comunidad con un vivo placer. Su lectura favorita era la
biografía de sus hermanos más edificantes. Había recibido, poco tiempo antes de su
muerte, muchos volúmenes que hacían sus delicias.
Después del amor a su regla, lo que todo el mundo ha podido admirar en el
H. Elie es antes que nada su pasión al trabajo. No sólo no se le ha podido reprochar
nada en este asunto, hasta que la salud y sus fuerzas respondieron a su celo, sino
más bien después de un primer ataque, y en los días más fríos, lo he visto agarrar
su azada y su podadera y encaminarse hacia los campos hasta que el frío o el
cansancio le ha obligado a volver, y esto ha sido con un sentimiento y una palabra
de humildad y de pesar.
Poco tiempo antes de morir el me dijo: “ Padre, creo que no podré trabajar
más, y como deseo ser útil tanto tiempo como sea posible, permítame que le de un
consejo: le recomiendo que plante cáñamo, pues creo que este artículo logrará un
buen precio.
Antes, en uno de sus ataques, me comunicó sus penas y me dijo que había
hecho la oración de san Martín; que si era la voluntad de Dios darle la salud,
estaría contento para poder trabajar todavía para la gloria y para la expiación de
sus propios pecados; que tenía a veces mucho miedo de los juicios de Dios; pero
unía a continuación: si quiere que muera ahora, que su santa voluntad se haga.
Este buen hermano, sintiendo su fin próximo, tomó un día su bastón y fue a
pasearse a alguna distancia de la casa, a los diferentes lugares de la propiedad.
Después de haber examinado bien por todos lados, vuelve y indica el lugar en el
que quería ser enterrado. Era al lado de su jardín y de su viña, en la cima de un
pequeño montículo que se veía fácilmente desde la casa. La razón de su lugar era
sin duda alguna era para hacer rezar por el reposo de su alma.
Al fin el momento supremo se aproximó, no nos podíamos hacer ilusiones, el
enfermó caía sensiblemente. Dios le quiso conceder un gran consuelo, el de recibir
los últimos sacramentos de manos del P. Lampila, con el que había pasado la
mayor parte de su vida de misionero. Desgraciadamente este buen Padre fue
obligado a volver en seguida a Taranaki y yo quedé solo con el moribundo, para ser
el testigo y el consuelo de sus últimos momentos.
Fue administrado el martes por la mañana del 23 de abril. Hacía el medio
día entre en su cuarto. Tenía a penas fuerzas para hablar y me dijo haciendo un
esfuerzo: “ Padre le pido perdón por todas las ofensas que le he hecho y por todas
las penas que le he causado”. Como le dije sonriendo: “ Pero, mi buen hermano, tu
no me has causado jamás pena” me respondió: “ Sé lo que digo”.
En la tarde acordamos vigilarlo por turnos durante toda la noche; pero
hacía las dos de la mañana, despidió al joven que estaba a su lado, ejerciendo este
oficio de caridad. Hacia el amanecer estaba con una debilidad extrema, sin
embargo quería que se levantase para cambiar de posición. Le ayudé a ponerse en
un sillón, y habiendo sido obligado a salir, envié a uno de nuestros jóvenes a
vigilarlo. Al entrar en su cuarto, encontró al hermano caído en el suelo, lo volvimos
a la cama: fue la primera vez que le prestamos este servicio. Luego se quejó de frío.
Le mandé llevar una botella de agua caliente, pero se sintió mal por este gusto, y

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pidió cambiar de cama; pero estando a penas satisfaciendo este deseo, se dio cuenta
de que no era más que una fantasía y retiró su petición. Mirando sus brazos me
dijo: “ Padre, creo que la sangre se me ha detenido.” Tomé su crucifijo, que estaba
en la mesa, lo puse al pie de su cama, contra el borde y le animé a considerar la
cruz del Salvador, y a unir sus sufrimientos a los suyos.
Me puse a decir mi breviario a su lado, y poniendo con frecuencia sus ojos
en él, vi que su mirada no se separaba del crucifijo. Cuando terminé, me dijo que
tenía hambre y dijo que quería tomar pan con un poco de dulce. Le di un pedacito,
su mano no lo pudo agarrar, estaba paralizada. Para satisfacerle, le puse un poco
en la boca. Después pareció mover los dientes con energía y satisfacción, pero
pronto se serenó y no tardó en detenerse. Sus ojos se fijaron, como si estuviesen
clavados en el cielo. Le acerqué un cirio y le dijo algunas palabras de ánimo,
recordándole la promesa que me había hecho muchas veces, de recordar de una
manera especial nuestro nuevo establecimiento.
Mientras le hablaba, vi su cara contraerse y sus ojos enfriarse ligeramente.
Era su último suspiro: el buen hermano había rendido su alma a Dios. Era el 24 de
abril de 1872, miércoles, día consagrado a San José. Según su bella expresión
espero que su alma se haya vuelto una bella flor en el jardín del Padre celestial. Un
día en el que admirábamos juntos las flores de nuestro jardín: “ Padre, me dijo,
cuando veo estas flores, me imagino que las almas de los santos son flores que
embellecen el Paraíso”.
Nuestro jóvenes a los que dio tanto cariño, se lanzaron con una santa
rivalidad a los preparativos de los funerales, sea para cavar la fosa, sea para
preparar el camino desde la casa hasta el lugar que él había elegido. Después de
una misa especial, que he celebrado tan solemne como he podido, se ha llevado al
fin al lugar de su descanso.”

El Hermano Elie-Regis escribe al P. Champagnat desde Valparaíso, Chile. Al principio de la


carta le expresa el dolor de la separación de él y de sus Hermanos.
Después de a expresión de estos sentimientos íntimos pasa a contar todas las incidencias que
ha tenido a lo largo del viaje. Los encuentros en el mar y la terrible experiencia de una tempestad.
Llama la atención que la mayoría de los Hermanos que cuentan situaciones difíciles en el mar,
siempre tienen dos actitudes, una, de abandono en las manos de la Providencia, otra, recurrir a Dios y
a María para que les salve de todo peligro.
Los primeros viajes de los misioneros maristas, se hicieron a través del Cabo de Hornos, en el
extremo sur de América.
El 12 de diciembre llegan a Valparaíso, en donde son acogidos calurosamente por los Padres
de Picpus o de los Sagrados Corazones. La fundación de estos Padres en Chile, era reciente, pues su
llegada fue en 1835. Ya en el primer viaje, habían acogido a Monseñor Pompallier y a sus
compañeros.

“Valparaíso 12 de enero de 1839


Reverendo Padre:

Es muy agradable para mí poderle renovar mis sentimientos de respeto y


agradecimiento por todos los atenciones que ha tenido conmigo, y expresarle el
pesar que he sentido al separarme para siempre de usted y de mis cohermanos, a
quienes nunca olvidaré. No escucharé ya más las exhortaciones de usted ni veré sus
buenos ejemplos, pero si no me es posible estar entre ustedes en persona, procuro
trasladarme de vez en cuando en espíritu, con el fin de adorar, todos juntos al
padre Soberano, que siempre nos contempla a donde quiera que estemos. ¡ Qué

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grande es el pensamiento de su Grandeza, cuando me recuerdo que podría ir al
extremo del mundo sin distraerme de su presencia! ¡Que triste es también este
pensamiento, si se considera que tanta gente no le conoce más que para ofenderle!
Embarcamos el 11 de septiembre. Tuvimos buen viento en los primeros días.
El 20 pasamos por la isla de Madeira, de tanta fama por sus vinos. Aún no
habíamos visto grandes peces, hasta entonces, cuando vimos marsopas. Estos peces
tienen el morro como los cerdos.
Pescaron una que podría pesar 150, pero se dice que hay de 300 a 500. Estos
peces no son nada buenos. Los marineros los temen como se teme la carne del
perro y del lobo. Comimos solamente los sesos, que nos gustaron mucho. Los
hemos visto luego varias veces durante nuestro viaje, y después negros y blancos.
Pasamos el Ecuador el 18 de octubre. Es una ocasión de diversión para los
marineros, sometiendo a bautismo a todo pasajero que lo pasa por primera vez.
Como nosotros no queríamos ser bautizados dos veces, pedimos que se nos
dispensara. Lo obtuvimos dando satisfacción a sus deseos de recibir algo de los
pasajeros. He aquí la descripción de la ceremonia: al atardecer, el padrino de la
línea ecuatorial habló desde lo alto de la gran vela con un altavoz; disparó dos
pistoletazos y preguntó si había pasajeros a bordo y el nombre del capitán. Luego
tiró sobre nuestras cabezas una granizada de judías. Esto era solo el anuncio de su
llegada, la víspera del día. No vimos lo que pasó por la mañana, porque nos
metimos en la habitación. Pero lo principal consiste en mojarse. Hacen sentar al
bautizado sobre una tabla, sobre la que hay un recipiente lleno de agua. Se desliza
la tabla suavemente y se encuentra uno en un recipiente lleno de agua, lo que
constituye un motivo de risa para todos los espectadores.
En el Ecuador el sol sale a las seis y se pone a las seis. Tuvimos algo de
calma. Cerca de aquí sepultaron a un niño de unos seis meses, y habíamos perdido
ya a un marinero a los ocho días de navegación.
Estaba plegando las velas cuando el viento lo hizo caer al mar.
El dos de noviembre estuvimos a punto de tener un incendio, luego
tempestad hasta el cinco. El 26 pasamos por el Cabo de Hornos, tan temido a causa
del frío. Divisamos las montañas del Cabo de Hornos.
Tuvimos la dicha de oír la santa Misa, que se celebro sin incomodidad en
cuanto al tiempo. Se puede decir que no hay noche, o al menos muy corta. La
noche se reduce a unas dos horas de crepúsculo. Me quedé una vez en el puente
hasta después de media noche. Comenzaba a alborear y hacía solo un instante que
la luz del día anterior había desaparecido.
Si no soportamos tempestad en el Cabo de Hornos, bien que la enfrentamos
más tarde. Tuvimos en el Pacífico dos días de horrorosa tempestad, del 3 al 5. Se
veían montañas de agua enormemente altas que de vez en cuando se estrellaban
contra el barco y llegaban a cubrirlo. Hubo una tan fuerte que arrastro una lancha
de salvamento, mucho agua llegó hasta la habitación. La nave estaba tan ladeada
que no podíamos mantenernos en posición vertical en el puente sin la ayuda de
algún apoyo sin agarrarnos a alguna cuerda. Estos momentos son espantosos, pero
cuando uno se ha puesto en manos del Todopoderoso, no se tiene miedo a nada
pues sólo se desea el cumplimiento de su santa voluntad. Pero son terribles para los
que tienen tienen una visión demasiado humana, pues se aferran a esta vida ya que
no cuentan con la otra.
No lejos de nosotros encontramos un barco ballenero cuyo capitán vino a
hacernos una visita. Luego vimos, el mismo día, tres ballenas a la vez, que pasaron
muy cerca de nuestro navío y del ballenero. Pensaba que iban a pescarlas, pero las

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despreciaron, pues no eran de buena calidad. De todas formas, destacaban por su
tamaño.
El 12 de diciembre llegamos a Valparaíso. Los Padres de Picpus al enterarse
de nuestra llegada, vinieron a nuestro encuentro y nos condujeron a su casa, donde
estamos alojados y tratados como si fuésemos de su Sociedad. No le diré gran cosa
de Valparaíso, sólo que estamos en pleno verano; la estación de los frutos que llega;
el trigo ha sido cosechado hace ya mucho tiempo. En esta casa hay mucha piedad;
los Padres son rudos para aplicarse la disciplina; les he oído una vez durante todo
el “miserere”, vaya que si pegaban fuerte.
Esperamos salir dentro de unos quince días en una goleta del señor
Rouchouse, llegada de las Sándwich a Valparaíso para llevar al señor Meyret, que
vendrá con nosotros así como otro sacerdote de su Sociedad.
H Elie-Regis.”

El Hermano Elie Regis se encuentra en Wangaroa, al norte de la Bahía de las Islas, donde se
encuentra el centro de la misión. Esta carta resulta curiosa, sobre todo en lo que se refiere a lo que
pide nuestro hermano. Es un verdadero obrero manual. Se encuentra enfrascado en hacer una casa, e
ir viendo cómo puede hacer para que la misión mejore en lo que se refiere a las cuesriones materiales.
La carta termina con una despedida cariñosa para las personas que se encuentran en Kororareka.

Wangaroa 29 de noviembre 1840


Mi padre
Aprovecho la ocasión para presentarle mis respetos lo mismo que a toda la
casa.
El padre Petit-Jean ha salido para Manganui y he creído mi deber
exponerle las necesidades que tenemos en este momento. Luc que usted ya conoce
lo pienso ocupar antes que nada en criar cabras y lo mismo en hacer tablas para la
casa, para esto tenemos una pequeña sierra que usted ha visto pero no tenemos
ninguna lima para afilarla, no tenemos ningunas grandes sierras para cortar los
árboles en dos o en tres, o para expresarme mejor creo que pasaportable es el
nombre de esta sierra.
Quiero también un centenar de grandes clavos de 4 o 5 pulgadas de largo
para la casa, si usted no tiene cien me conformaré con cincuenta, me olvidé de
pedirle una llave para preparar la sierra, pero si no tiene este artículo nos
arreglaremos como podamos.
Le pido presentar mis respetos a Monseñor y al P. Bati porque me han dicho
que él está en Kororareka, así como al Hermano Augustin.
Los abrazo a todos de todo corazón, su servidor
H. Elie Regis

De nuevo el hermano Elie Regis se dirige al P. Epalle para expresarle sus necesidades. Es un
hombre práctico y va al grano. Sus necesidades las expresa con claridad.
En esta carta hay una alusión a la muerte del P. Champagnat. La carta está escrita en agosto
de 1841, 14 meses después de la muerte del fundador del los Hermanitos de María. Con este dato,
queda clara, la diicultad de comunicación que vivían los primeros misioneros de Nueva Zelanda.
Nuestro Hermano nos habla también de una viña. Los maristas fueron los primeros que
introdujeron el cultivo de la vid en Nueva Zelanda. Un dato más que nos va a servir para entender las
carta: el pie corresponde a 30 centímetros.

J.M.J.
8 de agosto de 1841
Mi padre

190
He recibido su carta y me he enterado con pena que me deja solo, esperando
un cohermano me veo por tanto privado de un padre, pero si esto es así sea
también en virtud de la santa obediencia a la que me someto que la santa voluntad
de Dios sea hecha y no la mía. Espero por lo menos que vendrá a visitarme con
frecuencia espero al P. Petit Jean para la fiesta de la Asunción.
Me he sorprendido y apenado por la muerte del Padre Champagnat nuestro
Superior. Le envío huevos no tengo en este momento más. Más tarde le enviaré
más.
Desearía palomas, si puede enviármelas.
Le envío una colección de legumbres. Usted me dice que las haga trabajar
pero es posible que no sepa, que no tengo nada para pagar, ningún cobertor,
ninguna camisa, ningún pantalón poco tabaco.
Me habla que atienda bien la viña, este es mi deseo, estoy casi preparado
para pantar los sarmientos de este año en la pendiente cerca del mar al lado de
donde usted sabe el lugar es muy caliente, pero muy difícil cultivar porque está
muy en pendiente y es muy necesario cortar la caida y hacer descender la tierra
para volver el terreno practicable, mas se hizo un dique o un muro de 2 pies por
dos pies y ½ a lo largo del mar, una vez hecho esto haré resbalar la tierra sin
miedo. Esta será con el tiempo la más bella viña de Nueva Zelanda por el lado del
éste sera el viento del lado caliente también por la posición y la calidad del tereno
para hacer el muro deseo un bote para ir a buscar las piedras a la montaña de San
Pedro ya he hablado al Padre Petit Jean he propuesto al Sr. Dominique si quiere
hacer la mitad y ha dicho que sí, para esto deberá encargar tablas de 1 pulgada y
media de gruesa por lo tanto hará clavos de 4 por 4 pulgadas y ½ de largo. Le
propuse al Sr. Dominique ir lo antes posible a Bahía de las Islas si antes usted no
las envía. Las eligirá él mismo esto es imposible de esperar de los naturales, me han
pedido un cobertor para prestarme una waka para las piedras puede ser para dos
o tres viajes, por otra parte me han pedido mi fúsil para ir a buscar las piedras de
este muro que si tengo un bote con un hombre iría a uscar las piedras lo mismo
con nuestro pequeño Bonifacio.
Le diré también que deseo desde hace algún tiempo una vaca o dos o un
caballo para poder labrar el trigo sembrar mucho.
Su devotísimo servidor.
H. Elie Regis

J.M.J. 29 de octubre de 1841


Mi muy querido Padre
Aprovecho de una ocasión que tengo para para exponerle nuestras
necesidades. Nos vemos obligados a comer maiz solamente, hemos terminado
nuestro cerdo, el poco arroz y el azúcar; todavía el maíz

En 1842 escribió al P. Colin contándole su vida y sus andanzas.Cuenta que está ocupadísimo.
No se limita a las ocupaciones manuales, sino que como dice la p rioridad a la catequesis.
Este Hermano destacó en su trabajo en Nueva Zelanda por su buen talante y su madurez
humana y espiritual..
Supo sacarte provecho a los largos periodos de aislamiento que tuvo que soportar debido a las
prolongadas ausencias de los Padres con los que estaba.

191
" Estoy ocupadísimo. Tengo que hacer de catequista, carpintero, de
ebanista, de sastre, de lavandero, a veces de cocinero; añada a esto el cuidado de la
granja, con todo tipo de aves de corral y otros animales. Creo que los misioneros
reciben gracias especialísimas. Aquí hay trabajo para dos personas y estoy yo solo
para hacerlo. ..De las ocupaciones que tengo, doy prioridad a la catequesis; quiero
decir que si me entero de que hay alguien enfermo en una tribu, lo dejo todo y voy
a visitarlo, instruirlo y bautizarlo, si está en peligro de muerte. Me reúno con los
nativos que viven cerca para hacer las oraciones de la mañana y de la tarde, pero
cuando puedo ir a las tribus más alejadas siento mayor consuelo, pues tengo
ocasión de enseñarles las verdades de nuestra santa religión. Son muy ignorantes,
pero muy dispuestos a aprender. No se recibe nada de ellos, al contrario, cuando
vas a verles, si no les llevas tabaco, te miran con malos ojos. Hay tribus muy
alejadas a las que resulta muy difícil llegar; a veces hay que remar durante casi
todo el día y luego caminar por senderos malísimos. Hay que pasar la noche por
tierra y vestido, como los nativos, con lo que se atrapan resfriados. Pero es
agradable sufrir por Jesucristo cuando uno lo ama de verdad. "

La carta que el Hermano Elie Regis escribe desde Wakatane, en la Bahía de la Plenitud, es de
una gran extensión. Está llena de datos que nos permiten conocerlo mejor.
Comienza con un recuerdo cariñoso hacia los Hermanos de Francia y muy particularmente
hacia el Hermitage. La noticia de la muerte de Marcelino y de los Hermanos que ha conocido le ha
apenado mucho.
A continuación va dando a conocer los distintos destinos que ha tenido y las ocupaciones que ha
tenido que cumplir. Muchas veces estos trabajos entrañan riesgo. Cuenta como tuvo que vivir una
situación muy embarazosa en el mar, y como ya se ha salvado tres veces de morir.
Habla de que los Hermanos son casi siempre cocineros, aunque no es tanto su caso.
Invita a todos los Hermanos de Francia a que recen como hacía Moisés en lo alto de la
montaña.
Tiene la oportunidad de visitar al Hermano Euloge en Rotouroa, que está relativamente cerca de
Wakatane. Describe con todo lujo de detalles cómo es esta zona volcánica.
Pero quizá el cuerpo de la carta es el encuentro con el ministro protestante Willson. Es todo un
compendio de doctrina católica. Llama la atención el dominio y la sistemitización de la doctrina.
Sabemos que en esos tiempos el ecumenismo no existía, los enfrentamientos con los protestantes eran
casi continuos, sobre todo en la zona de la Bahía de la Plenitud.

Wakatane, 30 de junio de 1846

J.M.J.

Carísimo hermano:
Hemos recibido las hojas circulares que usted ha tenido la bondad de
escribirnos. Le confieso que las he leído con mucho agrado, tanto más porque nos
llegan de tan lejos y han tardado tanto tiempo en llegarnos.
El placer se me ha acrecentado al enterarme cuánto protege Dios a la
Sociedad y al haberme acordado de los buenos hermanos que la componen,
especialmente aquellos que tuve el honor de conocer cuando estaba con ustedes.
Bueno, queridos hermanos Apollinaire, Jubin y Víctor, les agradezco en
especial porque han tenido la amabilidad de escribirme algunas líneas. Estimado
hermano Apollinaire, me he acordado y le recuerdo los días en que segábamos en
la Grangepaire, lo que era para nosotros como un recreo. ¡Adónde están esos días !
El tiempo se lleva todo y aleja todo.

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Me ha alegrado mucho al saber que el hermano Colomb a vuelto a Francia
y ha llegado con buena salud en medio de ustedes. Parece que el hermano Pierre-
Marie también va a unirse a ustedes. Ojalá les pudiera volver a ver y expresarles
de viva voz el cariño que siento por ustedes. No es que me arrepienta de estar en
las misiones. Claro que no. Me siento orgulloso de poder cooperar en la obra del
Señor. Pero me parece que cuando ya no pueda ser útil aquí, sería consolador para
mí poder acabar mis días en su querido cobijo de N. S del Hermitage donde he
pasado días tan dulces durante mi noviciado.
Lo he sentido mucho al enterarme de la muerte de nuestro Reverendo
Padre Champagnat lo mismo que la de nuestros queridos hermanos que han
fallecido últimamente a los que conocía de modo especial. Ahora interceden por
nosotros ante Dios.
Bueno, queridos hermanos, ustedes que están como tantos Moisés en la
montaña, eleven sus manos suplicantes hacia el Señor mientras nosotros luchamos
en la llanura, es decir, en el mundo. Les ruego no olvidarnos en sus oraciones. Y
por mi parte no les olvido nunca ni les olvidaré. Pero, ¿qué pueden las oraciones de
un pobre pecador ?.
Sin duda les agradará saber en qué casa estoy y cuáles son mis ocupaciones.
Les contaré que los primeros tiempos estuve en Hokianga el R. P. Baty para
quedarme allá. Pocos días después me mordió un cerdo en la pierna derecha, que
no fue bien tratada al principio y que tardó mucho en curarse. A continuación el R.
P. Epalle, ahora Mons. de Sión, vino a Hokianga con la goleta de la misión y con el
permiso de llevarme a la Bahía para construir una casa, pues por aquel tiempo, a
pesar de que no era más que un mal carpintero, era el mejor de la misión. La
construí lo mejor que pude a pesar de los dolores que tenía en la pierna que aún no
había curado.
Estuvimos a punto de perecer durante la travesía de Hokianga a
Kororareka.
Otra vez, al salir de Wangaroa donde viví cuatro años y medio, Mons. me
llamó desde Kororareka. Me embarqué por lo tanto en el Boat (pequeño barco de
la misión de Wangaroa ) para dirigirme a Kororareka. Éramos tres: Un europeo
francés y un natural. Teníamos buenos vientos al principio. Luego la calma.
Después de la calma se levantó una terrible ventolera de polvo que nos impulsaba
de costado. Remando con todas nuestras fuerzas no podíamos vencer al viento. Nos
empujaba mar adentro. El mar se hizo en cierto momento muy picado. Las olas
nos cubrían de vez en cuando. En vez de avanzar, retrocedíamos. Agotados, pues
remábamos con todas nuestras fuerzas. Para colmo me mareé, arrojando todo lo
que tenía en el estómago, lo que no me permitía tener muchas fuerzas para remar.
Sin embargo se me pasó el mareo.
Volví a agarrar el remo y pude dominar al nativo que no remaba con fuerza.
El europeo y yo remábamos con fuerza. El nativo empezaba a decir que era
necesario arrojar las maletas al mar, que la vida es preferible a todo. En esto tenía
razón. Pero yo no perdía la esperanza. Y pensaba que aquel que había
antiguamente ordenado al viento y a la mar seguía existiendo y que podría
socorrernos. También tenía confianza en el socorro de nuestra Buena Madre. Le
dije a nuestro nativo que era un joven bautizado que rezásemos. Nos pusimos a
rezar. Un poco después disminuyó un tanto el viento y el mar se tranquilizó poco a
poco. Por fin, por la tarde llegamos a tierra firme. Entoné el Te Deum en acción de
gracias. Estuvimos a punto de perecer en las Islas Fidji al venir a N. Zelanda. Por

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lo tanto son tres veces que he estado a dos dedos de la muerte. Que la voluntad del
Señor se cumpla en todo tiempo y lugar.
Se le habrá contado que aquí los hermanos no hacemos otra cosa que ser
cocineros. No es el caso de todos ni para siempre. Pues esto varía según las
necesidades de la misión. En mi caso me toca cocinar de vez en cuando pero nunca
lo he hecho de continuo, porque tenemos casi siempre un nativo que se ocupa de
ello.
El R. P. Lampila, con el que estoy actualmente, le agrada cocinar con
frecuencia, sobre todo cuando estoy sobrecargado de ocupaciones y se encarga de
que el nativo haga bien las cosas.
Tenemos una gran huerta en la que me ocupo de vez en cuando. Me encargo
en estos días en la construcción de la capilla. Nos hemos hecho una pequeña casa
en la que estamos ahora alojados. No está mal. Revocada por dentro y por fuera
con cal.
Estimados hermanos del Hermitage: Les invito a venir a compartir nuestras
pequeñas penas. Tengo pequeñas penas pero son poca cosa comparadas con las de
los misioneros de la Conchinchina.
Pero la bienaventuranza prometida a todos aquellos que perseveran, la
satisfacción de ver estos neófitos, su exactitud en hacer sus oraciones, suaviza sin
duda muchas de nuestras penas. Aquí no es como en Europa donde apenas si uno
se atreve a hacer el signo de la cruz en público. Aquí es como en el convento. No
existe el respeto humano. El que mejor hace es el más respetado.
Les diré que siempre he sido catequista, por lo menos he hecho de
catequista en Wangaroa donde he permanecido 4 años y medio. Allá siempre he
dirigido la oración y el (rosario?) con los neófitos nativos. Además, las necesidades
de la Misión obligaron a Mons. a quitarnos al R. P. Petit Jean. Con el que he
vivido durante dos años. Me vi por tanto obligado a permanecer solo, exceptuando
que casi siempre tenía a un neófito conmigo, que además de acompañarme, se
encargaba de la cocina. También se me asignó un europeo, marinero francés,
durante un cierto tiempo.
Durante todo ese tiempo reemplazaba hasta donde podía, al sacerdote
ausente, que nos visitaba cada uno o dos meses.
Entonces me consolaba, me fortificaba mediante la recepción del pan de los
fuertes. Más tarde se le concedió al establecimiento al R. P. Roset con el que he
vivido un año. Él sigue aún. Wangaroa está al norte de la N. Zelanda. Wakatane,
donde yo estoy desde hace dos años, está más o menos en el centro de la isla del
norte en la costa este. Nuestra misión está a una hora del mar, en una llanura y al
borde de un río. Por lo tanto hace más frío que en Wangaroa, pues a medida que se
baja hacia el sur, el frío se hace notar más. En invierno sólo provoca grandes
heladas. Nunca nieva. Como contrapartida el verano no es tan cálido como en
Francia. Durante el día hay mucho viento, lo que amortigua el calor. Las noches
son muy frías, a pesar de ser como las europeas, son ventajosas. Lo único es que les
cuesta madurar a las uvas. En Wangaroa maduran muy bien. Allí planté viñas,
pero estando ahora en el puerto, he hecho el sacrificio de dejarlas. Aquí sólo había
helechos, puesto que somos nosotros los que hemos comenzado con el R. P.
Pampila. Pasó 4 meses sólo con un europeo francés que se había conseguido en
Hokianga. Yo estaba entonces en Opotiki para construir el presbiterio. Si no fuese
por eso, no estaría aquí.
El de Tauranga lo hizo el hermano Luc. Ambos son de madera como se
hacen normalmente las casas en este lugar.

194
En la colonia ha construido otro más tarde en Hokianga, pero de vaciado.
Se han ido a vivir en ella demasiado pronto. Ambos sufren dolores, él y el R. P.
Petit.
Aquí casi todos los días tengo oportunidad de catequizar. El padre hace de
vez en cuando viajes de quince días e incluso de un mes, para visitar las tribus
alejadas. Durante su ausencia le reemplazo en las oraciones y en la instrucción, sin
contar las tribus vecinas a las que con frecuencia voy a rezar y a hacer el
catecismo.
También viajo para catequizar y bautizar a los enfermos. He hecho un viaje
de dos semanas y otro también de dos semanas. Pero el principal motivo del último
viaje ha sido el de visitar al hermano Justin que está en Tauranga y al hermano
Euloge que vivía entonces en Rotorna con el R. P. Regné. Ahora está en Auckland
para reponerse, pues ha estado enfermo. El clima de Rotouroa es dañino a causa
del humo espeso de los volcanes que abundan. Es algo curioso: En lugar de llamas
y de piedras que ciertos volcanes lanzan, son aquí manantiales de agua hirviente
que después de recorrer cierta distancia sirven para bañarse. Yo y el hermano
Euloge nos hemos bañado allá, en una poza que la naturaleza ha hecho, con tanta
belleza que los hombres no serían capaces de hacerla. Tiene 15 pies de larga, de 10
a 12 de ancha y 5 de profunda, pero sólo tiene de 4 a cuatro y medio pies de agua.
Es casi redonda, pero más alargada del lado del manantial de agua caliente que
surge en chorro de la altura, a veces, de un hombre. Las paredes del estanque son
un revoque blanco duro como el mármol, formado por el agua. El agua del
estanque parece regresar al lugar de donde mana porque no he visto ningún rastro
de agua más allá del estanque. No ocurre lo mismo con los demás estanques. Sus
aguas van a parar a uno grande que está al lado cuyas aguas, en parte, son
calientes. El pueblo está situado en el volcán, en medio de los manantiales, de modo
que el calor penetra hasta sus casas. A veces los manantiales cambian de sitio, y
surge agua hirviendo en sus mismísimas casas, de modo que se ven obligados a
cambiar de lugar su casa. Hacen casi cocer sus alimentos en estas fuentes de agua
hirviendo. Yo mismo he comido papas que habían sido cocidas de ese modo.
Estaban casi cocidas. No estaban mal. Lo único que tenían un poco de sabor a
azufre. Se nota que todos los nativos que se alimentan de esta forma tienen los
dientes amarillos, lo que no ocurre en otras partes, pues los zelandeses tienen los
dientes muy blancos, excepto en estos en que hay aguas termales.
Cavan un agujero en el suelo y colocan allá su comida. La cubren y se cuece
muy bien. Pero todas estas comodidades presentan también sus peligros. He visto
un pobre que al salir de noche, cayó en uno de esos agujeros de agua hirviente, y
quedó con las piernas y las caderas todo peladas, con muchos sufrimientos. Sin
embargo sanó. Tenía miedo caerme pues se necesitan dos días de Tauranga para
llegar a Rotouroa y como los días eran cortos, no pudimos más que llegar de noche.
Entonces mi nativo y yo caminamos como sobre un precipicio. Oíamos hervir el
agua a nuestro lado. De golpe se puso a caminar en agua hirviente. Volvió
inmediatamente, asustado, sobre sus pasos, pero no se quemó porque estaba
apartado del ojo de la fuente. Por fin llegamos a la casa del Padre sin que nos
ocurriese ningún accidente. Hace alrededor de un año que el hermano Euloge se
cayó en uno de esos agujeros de agua hirviente y se quemó las dos piernas, lo que le
hizo sufrir mucho. Frente a nosotros hay una pequeña isla, bastante lejos en el
mar, que está deshabitada, de la que siempre sale una espesa humareda que forma
como una nube en el aire cuando no hay viento para disiparla, lo que llama la
atención es cómo semejante fuego puede sostenerse en medio de las aguas.

195
He aquí un hecho que quizás le pueda interesar, a pesar de ser un poco
largo. Trataré de contárselo, no para mi gloria, sino para la mayor gloria de Dios.
Un día que el Padre estaba ausente, tuve la ocasión de defender a la Iglesia
de J. C. de los poderes del infierno, que creyeron aprovechar un día la ausencia del
pastor para hacer estragos en el rebaño. En esto un misionero protestante, llamado
Mr. Willson, que vive en Apotiki, a unas ocho leguas de aquí, llegó un domingo a
Wakatane ya por la tarde. Dijo algunas mentiras a los nuestros. Estas principales:
1º, que nosotros adorábamos a un pan, 2º que el Papa era un maligno. Decía esto a
los más ignorantes. Pero llamaron a uno de nuestros cristianos, llamado Francisco,
que es catequista y bastante instruido.
Tomó entonces la palabra y le hubiera convencido de sus falsedades y
mentiras, pero Willson se escabulló diciendo que él sólo era un nativo y que por
consiguiente no debía dar lecciones a un europeo. Francisco le respondió. En buen
hora soy nativo, pero tengo la misma forma de hombre que tú.
Todos son así. Si discuten con nuestros neófitos y se encuentran en
problemas sobre algún punto, siempre sacan la excusa de que ellos son pakeha, es
decir, extranjeros, y que un nativo no debe enseñarles, pues que la verdad de la
religión ha sido confiada a los extranjeros y no a los autóctonos de N. Zelanda.
Eso ocurrió a tres cuartos de hora de nuestra casa. Por fin, el nativo fue a
buscarme por la tarde y me contó lo que Mr. Wilson había dicho contra nuestra
santa religión. Le contesté que lo pensaría y que al día siguiente por la mañana,
que era lunes, le contestaría si le llamaría o no, pues al no habernunca tenido
entrevista con tal clase de personas, temía fracasar....
(...) Carnen et bibit meum sanguinem in me manet et ego in illo, etc.
Esto estaba claro para que él lo estudie: entonces me puse a gritar con todas mis
fuerzas dirigiendo al palabra a los nativos protestantes que se hallaban presentes:
hay que estar tontos para escuchar a un hombre tan falso que se contradice con su
libro? Su libro dice una cosa y él dice lo contrario. Si ustedes tuvieran un poco de
sentido común, rechazarían o lo uno o lo otro: Comprarían sus libros y reharían
sus instrucciones, o bien le escucharían a él y rechazarían sus libros. Si usted,
después de haber entregado libros nuestros naturales, después de que los hayan
leído, si viniéramos a continuación a enseñarles algo distinto a lo que enseña el
libro, ellos sabrán decírnoslo.
Wilson, convencido en este punto, se calló. Le derribé, por tanto, a él junto
con su libro.
Respecto a la otra cosa que dijo respecto que el Papa era un malvado. Se excusó
diciendo que él no había dicho eso de todos los Papas, sino que había habido
algunos malos Papas.
Le contesté que ellos son los que han sido malos. No me supo nombrar ni
uno solo, cuando le dije que él se lo inventaba. Lo que has dicho no es verdad.
Tenía una copia de todos los católicos que Enrique VII hizo matar se lo leí delante
de todos. Para vengarse, me respondió que Enrique VII era de nuestra Iglesia. Yo
le dije: ¿Te atreves a renegar del rey de tu nación?. No me contesto nada más. Yo le
hice ver el árbol de la verdadera viña. Luego le señalé su rama seca. Pero por
destruir la atención de los nativos, se hizo el chistoso preguntando si se trataba de
un árbol para hacer una piragua. No pude explicarle como lo hubiera deseado
porque no quiso escucharlo. Como se iba hacia la puerta para escaparse, me
apresuré a citarse de la Biblia los pasajes que citan el poder a que el Señor ha dado
a San Pedro. Ya no hizo caso y se fue.

196
Me contaron que al día siguiente se marchó a Matala, tribu católica, que
está a 4 o 5 leguas de aquí. Nuestros católicos me dijeron de ir a enfrentarle, que
fuera yo mismo, que si yo no iba él continuaría seduciendo a esta tribu, Por fin
decidí ir con Francisco, el catequista del que ya hablé más arriba. Llegamos a la
tribu católica por la tarde. Ocurrió que no había pasado por allá, pero que estaba a
10 minutos de distancia, en una tribu llamada Otomarora, toda ella protestante
por entonces, en la cual ahora mismo contamos con varios católicos.
Hice la oración de la tarde. Después de la oración, el catecismo sobre el
capítulo de la verdadera Iglesia. Después de hacérselo recitar, se lo expliqué.
Acabado todo nos trasladamos a Otomarora. Nos encontramos con un buen
número de nativos católicos de Te Matala que estaban presentes porque sus
campos estaban al lado. Como habían pasado toda la noche pescando anguilas, se
habían acostado muy tarde ese día. No habían por consiguiente hecho aún su
oración. Les hice la oración que fue seguida de la catequesis, siempre sobre la
Iglesia porque el seductor estaba allí cerca. Traté de convencerles que fuera de la
verdadera Iglesia no había salvación, explicándoles bien las señales de la
verdadera Iglesia. Acabado eso desayunamos. Acabado el desayuno, Francisco, mi
guía, les dijo que yo venía para hacer un foro con Willson. Se me condujo entonces
a una pradera bastante bonita que está sobre el pueblo, allí se me dijo que
permaneciéramos pues habían ido a buscar a Wilson. Fue el jefe de los Matala,
Rangitakina el que fue a buscar haciéndole el Wakapote, es decir, alabándole y
disimulándole la verdadera razón por la que le llamaba, sin lo que no se hubiese
atrevido a venir.
Vino, pues, seguido por un niño. Le sentó a unos diez paso lejos de mí.
Todos los nativos se reunieron alrededor de nosotros dos, católicos y protestantes.
Formaron un gran círculo, eran más de 200. A nuestros nativos les encanta
asistir a foros debate porque por medio de ellos distinguen mejor lo verdadero de
lo falso. En fin, como el misionero protestante había llegado más tarde que yo y me
entretenía con nuestros neófitos, esperaba que él me dirigiera la palabra en primer
lugar. Esperé un cuarto de hora. Por fin me dijo. ¿Usted me persigue hasta aquí?
Le contesté que no le perseguía, que yo hacía mi obra. Vengo a visitar nuestros
neófitos. No, tú has venido a perseguirme, me contestó. Entonces le respondí : sí; es
verdad. Tuve miedo que nuestras ovejas fueran devoradas por el lobo, y por eso
vine a cuidarlas. ¿Soy acaso y el lobo?, contestó él en voz baja. Entonces me dijo
que aceptaba la discusión, pero no te portes como ayer; déjame hablar cuando me
toque el turno. A lo que le respondí que si le he cortado es porque usted decía
tonterías y estabas en contradicción con tu libro. Habla como tu libro y no te
cortaré. A lo que él no me contestó nada.
Empecé por lo tanto a hablar de este modo:
Después que Adán , el primer hombre, pecó, Dios le prometió un redentor, a
él y a sus descendientes. Dios, fiel a su promesa, envió por lo tanto al redentor, pero
después de un espacio de tiempo de 4000 años. Hace por tanto 1841 años que él
vino. ¿Cuál es ese redentor?. Es J.C., el hijo de Dios, que tomo un cuerpo
semejante al nuestro en el seno de la virgen María por obra del espíritu santo. El
confirmó su misión por una multitud de milagros. Eligió los apóstoles en número
de doce y un gran número de discípulos. Como jefe de su iglesia, eligió a Simón a
quien dio el nombre de Pedro, para ser jefe de su iglesia. Esto es lo que el le dijo:
“Simón, tú te llamarás piedra y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas
del infierno no prevalecerán sobre ella.” Respecto a ustedes, ¿dónde está su lake?
Es decir, su tronco. Ustedes no disponen de ninguno. Es decir, que ustedes no

197
tienen otro jefe que Lutero que abandonó la iglesia madre para dar riendas a su
pasión. Siendo sacerdote de nuestra iglesia, y como no se les permite a los
sacerdotes católicos tener mujer, se separó de la iglesia y tomó como mujer a una
religiosa que sedujo, y fue excomulgado por León X, sea a causa de eso, sea a
causa de sus errores. A él se le juntaron otros hombres de su semejanza, tal como
Calvino. De este modo formó su pretendida iglesia que dicen proceder de J.C.,
pero que no es otra cosa que el hermano de un adúltero. Secta que comenzó 1500
años después de J.C., puesto que ustedes están tan alejados por lo tanto en vano
que ustedes dice que su iglesia vienen del karaiti, es decir, de J.C., puesto que
ustedes están tan alejados que no se les podrá prestar atención. El ha prometido su
asistencia a su iglesia pero no a otras. Sólo hay un Dios, una sola iglesia verdadera
y siempre habrá una sola. Por tanto, fuera de la verdadera iglesia no hay no hay
salvación, tal como ocurrió en el diluvio: los que se encontraban en el arca se
salvaron, mientras que los otros fueron anegados por las aguas”.
Aquí tomé asiento y él tomo la palabra tal como se había convenido que
hablaríamos por turno. Respondió que Martín Lutero se casó y por lo tanto no
había cometido adulterio alguno. A esto respondí, que es verdad que se casó, pero
después de estar un tiempo unido con su mujer, y que pocos días después de su
matrimonio, nació su primer hijo. Por lo tanto había cometido un adulterio. A esto
Wilson no pudo contestar. Me levanté y él tomó asiento. Ahora que te he
demostrado que nuestra iglesia viene de J.C. y de sus apóstoles, te voy a explicar
ahora sus cualidades, las que no le convienen de ningún modo a tu iglesia. 1º, es
una, en tanto que no tiene sino una sola fe y siempre ha tenido la misma y única fe,
cualidad que no puede convenir a la tuya, puesto que algún tiempo después de
Lucero ya se contaban con 34 sectas diferentes, pero todas protestantes. Se
sublevan contra la iglesia católica, su madre. 2º, mas es santa, porque viene de J.C.
que es la misma santidad y la fuente de toda santidad. ¿Cómo podría convenir esta
cualidad a tu secta? Puesto que ah comenzado por un hombre adúltero, hombre
que después de haberse consagrado a Dios ha violado sus votos. Ustedes descienden
también de Calvino, el que al intentar hacer un milagro, fue el autor de la muerte
de un hombre. Así aconteció: sabiendo que los milagros son aptos para llamar la
atención del pueblo, quiso hacer uno como una pobre mujer, le pedía una limosna,
él le prometió dársela si aceptaba lo que le pidiese. Consistiría en que el esposo se
hiciese el enfermo y luego el muerto, y que estando muerto, le hiciese llamar para
que el fuese, le llamaría y que se levantara y se creería en él.
Esto es lo que hizo Calvino. Fue y llamando al muerto “muerto, en el
nombre de J.C., levántate”. Pero como castigo de Dios, el pretendido muerto
estaba bien muerto. Entonces su mujer gritó contra Calvino. Éste defendió como
pudo alegando que estaba loca e hizo que la expulsasen. De este modo este es el
poder y la santidad de su famoso fundador o reformador de la iglesia. 3º, en fin,
nuestra iglesia es católica conviene de ningún modo a la de ustedes puesto que hace
poco tiempo ha comenzado y sólo existe en Inglaterra y en algunas de estas islas de
Oceanía. 4º, es apostólica porque viene de los apóstoles. Romana, porque San
Pedro el jefe de los apóstoles estableció su sede en Roma ¿Cómo sería la de ustedes
apostólica puesto que están separados de los apóstoles durante 1500 años?
Entonces tomé un arbusto del que separé una rama. Luego la coloqué a cierto
distancia de su tronco y haciendo comparación, dije que nuestra iglesia es
semejante a un gran árbol, cuyas ramas son inmensas y muy frondosas. Si se le
corta una, brotan dos. Ustedes son esta rama cortada, colocada lejos del tronco que
es J.C. Es imposible por lo tanto que ustedes den frutos para la vida eterna, es

198
imposible que esta rama que acabo de cortar dé hojas u frutos, es una
comparación que los nativos comprenden muy bien. Aquí le deje hablar.
Convencido de que había dicho la verdad o porque no sabía cómo refutarme, no
refutó nada de lo que acababa de decir, pero se vengó diciendo “ka karakia
koutou ki uga wakapakoko”, que quiere decir “ustedes rezan a las imágenes,
incluso adoran a las imágenes o estatuas. Calumnia contra la Iglesia Católica que
es la principal cosa que enseñan a sus nuevos partidarios. A esto le respondí: eres
un mentiroso, en Maorí, “he tongota teka koe”. Nosotros adoramos a Dios y
honramos las imágenes. Pedimos a Dios que nos conceda sus gracias y pedimos a
los santos que ellos intercedan por nosotros ante El. Dios nunca ha prohibido hacer
imágenes como recuerdos, pero ha prohibido hacer otros dioses distintos a él. Por
ejemplo, es Dios mismo el que dijo a Moisés que levantase una serpiente de bronce
en el desierto para que aquellos que fueran mordidos por las serpientes vivas,
fueran curados con el solo hecho de mirar a esta serpiente de bronce, la que era la
figura de J.C. Como en otro tiempo aquellos que eran mordidos por las serpientes
eran sanados al mirar la serpiente de bronce, del mismo modo los pecadores se
sanan de sus pecados al mirar a Jesús en la Cruz.
Es Dios mismo quien ha mandado hacer dos Querubines de oro, dijo el
cortándome, pero ustedes rezan a María, mujer podrida. Vatina pirau, repliqué a
su expresión diabólica. La santa Virgen María no es podrida como tú dices. Ha
subido al cielo en cuerpo y alma, pues al ser la madre de J.C., tiene todo poder ante
El. ¿Has visto acaso que la madre de Dios fuese esclava?. Entonces, para
demostrar el poder que tiene ate J.C., le cité el milagro que el hizo en las bodas de
Caná a continuación de la súplica de María.
A esto no contestó nada, pero se pasó a otra casa. Me dijo que por qué
confesábamos nuestros pecados a un hombre, es decir, a los sacerdotes si El tiene el
poder de perdonarlos ¿acaso puede perdonar los pecados un hombre?.
A esto respondí: sólo los obispos y sacerdotes tienen este poder. Entonces le
dije, un poco para humillarle, ni tú tampoco eres ministro de tu iglesia Sólo eres
catequista como yo. Entonces me contestó “e pakia pai tou kerero”, amigo, habla
como se debe; no me insultes. Es sólo catequista, pero es más astuto que muchos
ministros de su Iglesia.
Reside en Opotiki. Desde hace tiempo ha tenido discusiones con el R. P.
Rozet, con el R. P. Comte y con el R. P. Chauvet. Es hábil para cautivar a los
nativos. Tiene una voz muy suave, lo que se acomoda a sus mentirosos elogios.
Domina muy bien el idioma de la zona. Por eso le gusta hacerse pasar por ministro
delante de los nativos.
Volvamos a nuestro tema. Sin darme cuenta me alejaba de él. Yo le dije: sí,
ciertamente que los sacerdotes tienen el poder de perdonar los pecados. No tienen
este poder por ellos mismos, sino que lo han recibido de J.C. Es lo que nosotros
llamamos sacramento de la penitencia, porque ha sido instituido por J.C. para
perdonar los pecados cometidos después del bautismo. De este modo NSJC
instituyó 7 sacramentos, y ustedes han anulado 5. Ustedes sólo mantienen el
bautismo y la cena. ¿Quién les ha dado ese poder de modificar lo que Dios ha
hecho? Entonces tomé la Biblia y le hice ver el pasaje donde se dice: “todo lo que
ustedes aten en la tierra será atado en el cielo, todo lo que ustedes desaten en la
tierra, será desatado en el cielo. No quiso mirarlo y rehuyendo el tema, dijo: ¿acaso
los nativos comprenderán una lengua extranjera?
Yo le respondí: se la explicaré. Luego le llamé para que él mismo leyera en
el libro, pero como rehusaba, grité a todos: no quiere mirar porque es un

199
ignorante. No conoce esta lengua antigua que es la lengua de la Iglesia de J.C. Al
fin, miró, pero más para no pasar por ignorante pues no sabía si comprendía el
latín.
Por fin, no acabando de contestar este punto, pensaba convencerlo por el
lado que ellos más aprecian. Por ejemplo: dices que este sacramento es
insignificante. El bautismo que ustedes han conversado es insignificante . Si el otro
es insignificante, éste también lo es. Si este es verdadero, el otro también lo es,
puesto que es J.C. quien los ha instituido. Por tanto, si ha dado un poder al uno,
también se lo ha dado al otro. Entonces, convencido, no contestó nada más.
Entonces le dije cuán desgraciado era de rechazar el único remedio que nuestro
Redentor nos a dejado para quitar los pecados cometidos después del bautismo.
Entonces me dijo, mostrándome su Biblia. De quién es este libro? Yo le respondí:
las pastas y el papel son tuyas porque son tu obra, pero las verdades que encierra
son tuyas. Ustedes nos las han robado. El me dijo casi en voz baja: tu dices que les
hemos robado este libro. Por supuesto, le contesté; pues si Lutero, al abandonar la
Iglesia Católica, la Iglesia Madre, no hubiera conservado la sagrada escritura, no
la tendrían, pues no es a ustedes que ha sido confiado el Evangelio, puesto que
ustedes están alejados de los Evangelistas por 1500 años. Tampoco a ustedes se les
ha confiado el Antiguo Testamento, puesto que entonces ustedes todavía no
existían.
Entonces no dijo nada más sobre lo que yo acababa de decir; pero rebuscó
alguna cosa sobre las absurdidad que había vomitado la víspera en Pupu aruhe, las
cuales sabía que no estaba en la Biblia le preguntaba, en fin, de leerlo delante de
todos para hacerle ver como estaban en contradicción con su Biblia; pero
acordándose cómo había sido vencido la víspera con la mismísima Biblia no quiso
prestármela, lo que le hundía más aún, por fin, para colmo de absurdos, me dijo
que J.C. y los apóstoles no habían salido de los judíos. Entonces, riéndome de él o
más bien de la tontería que acababa de decir, y mirando a los nativos para que me
acompañasen en la risa, nombrándole varios pueblos; de cuál ha salido J.C.? De
los Americanos? De los Franceses? Quizás de los Ingleses?. Entonces dije a
Francisco, mi compañero, al que yo había confiado el papel. Dame papel a fin de
que le haga firmar aquello que acaba de afirmar. De modo que escribí en estos
términos: “ka mia te wuirihama kahore ano kia puta a hehu kerito ingua hurve, e
haro io te tama o Rovvire”. M. Wailson dice que J.C. no había salido de los Judíos
y que no era hijo de David. Yo le solicite que firmase en esta hoja lo que acababa
de escribir. Por tanto, le dije: “tuhia tou ingoa ki raro nei o taku tuhituhe kia tono
a hay tinu wahi pakopako ki tou piliopa kio kiti ia y toupoheke”. Me dijo: “kahore,
non, tohia, kahore”.
Palabra por palabra, estampa tu nombre aquí debajo de mi escritura para
que yo envíe estas palabras a tu obispo a fin de que él vea tus errores. No, me
contestó. Insistí de nuevo que estampara su nombre y otra vez me respondió
“kahore”, no. Por fin, cuanto él más se negaba, más yo le gritaba que escribiera su
nombre debajo del escrito, para avergonzarle delante de los nativos. Luego me dijo
“he mea ni kau taku”, lo que he dicho sólo era una interrogación; como si el que
enseña es excusable de ignorar lo más importante de su enseñanza.
Dije: “kua taka ravira a te wirihono”: el señor Wilson ha sido totalmente
derrotado. Porque no tiene la verdad en su favor. Si triunfo es porque yo tengo la
verdad a mi favor. El ha desacreditado los principales puntos de la religión. Ahora
acaba de desacreditar al autor de esta religión santa. Héle aquí reducido al
ateísmo.

200
Tuvo que sentarse en su puesto confundido y avergonzado. Yo también me
senté en mi asiento con nuestros neófitos. La discusión había concluido.
Gozábamos la derrota de Mr. Willson. Decía: “ana e wakamote ravra y a ia” no
hay que hacerle morir totalmente. David uno de nuestros catequistas de Tematala
me decía riéndose: no, no hay que tener compasión de él; hay que hacerle morir
completamente. Como hablábamos de este modo todos juntos y como estaba
sentado de espaldas, no le vi que se levantó y que hablaba a los nativos. Entonces
me di media vuelta y me levanté súbitamente riéndome y burlándome de él.
Wahore ano kia mote ravra koe? Komea a hou kia mote ravra koe, tena korero?
Korero? Kahore ano kia po noa.” Que palabra a palabra significa: aún no te
consideras muerto? Creí que ya estabas muerto, es decir, creí que habías sido
totalmente vencido y que no tenías ganas de hablar, bla, bla, bla,.
Aún no es de noche. Todo el mundo estalló de risa. Viendo cómo le
confundía y le avergonzaba se fue a sentar, calladito, a su sitio, donde permaneció
largo tiempo. Quizás esperaba que me vaya para hablar a su gusto con los nativos;
pero yo, con varios de nuestros cristianos, esperamos que él se marchara para que
nosotros también nos fuéramos, a fin de que no pudiera decir que había vencido él.
Por fin nos fuimos a cierta distancia de ese lugar donde nos dieron de
comer. Después de comer me retiré solo a un lado donde pude dar gracias a Dios
recitando el Te Deum. También agradecí a nuestra Buena Madre, a la que me
había recomendado especialmente. La discusión duró desde las 10 de la mañana
hasta las 4 de la tarde.
Espero, estimado hermano, que estos pequeños detalles puedan serle
interesantes.

Saludos al R. P. Matricon lo mismo que al señor Cura de Tarantaise.

Tu amigo y hermano en Jesús y María,

Hermano Elie Régis.


Se conserva una carta escrita por el Hermano Francisco al Hermano Elie-Regis. Como ya
hemos dicho estas cartas no tienen fecha. Leyendo las contestaciones a otros Hermanos, nos podemos
dar cuenta de que el Hermano Francisco tenía un patrón de contestación.
Les compara con San Pablo en lo que se refiere a vivir situaciones difíciles. Les anima a
aceptar esto como una consecuencia de su trabajo en la misión.
Esta carta de contestación es seguro que fue escrita después de 1846, pues en ella se hace
alusión al encuentro con el pastor protestante Willson.

“Leyendo sus cartas, y viendo las distintas estaciones y los viajes que ha
estado obligado a hacer por las necesidades de las misiones, me he acordado de las
palabras del Apóstol que se pueden aplicar a Oceanía en muchos aspectos: “No
tenemos aquí lugar de residencia permanente, pero buscamos aquel en el que
debemos habitar un día.” Sí, Hermano le puedo decir todavía con el Jefe de los
Apóstoles.”Eres extranjero, viajero en la tierra.” Usted sabe que estos eran los
sentimientos y las disposiciones de los antiguos patriarcas, y David mismo decía
que su gusto era cantar las alabanzas de Dios y las maravillas de sus ley santa en el
lugar de su peregrinaje.
Somos ciudadanos del cielo y es allí donde nos encaminamos todos los días y
a cada instante. El cielo y el camino que lo conduce, este debe ser el principal
objeto de sus conferencias , de sus charlas, para ir ustedes mismos y llevar muchos
otros con ustedes. Cantando y meditando este canto Esta buena estadía, no es más

201
que un peregrinaje, donde no se tiene pena a despegarse de los objetos terrestres y
de las comodidades de la vida.
Saben que el Señor les pone de tiempo en tiempo en la ocasión de hacer
algunos sacrificios, pero que su providencia les ayuda siempre en el deseo y les
socorre en los peligros, tanto en la tierra como en el mar. Se puede decir que la
vida apostólica es la misma vida de todo cristiano, las penas, las fatigas, los peligros
y los esfuerzos, las gracias y la protección de Dios.
Están obligados a hacer todo y pueden decir como el Apóstol: “Tengo que
contentarme con el estado en el que me encuentro, sé vivir pobremente, sé vivir en
la abundancia, siendo probado en todo, he hecho todo siendo bien tratado y en el
hambre, en la abundancia y en la indigencia.” El relato de su charla con el
protestante Wailson , nos ha interesado mucho. Ha experimentado en esta ocasión
lo que dice Nuestro Señor a sus apóstoles: “Yo mismo les daré las palabras y una
sabiduría a las que sus enemigos no podrán resistir y que no podrán contradecir.
Benditos sean Jesús y María que le han dado tan buen apoyo y le han hecho
triunfar la buena causa.”

El Hermano Luc Macé, había nacido el 24 de


noviembre de 1813 en Saint- Clement-des-Levées,
Maine-et-Loire. Sus padres se llamaban, Luc y
Renee Somoine. Entró en el noviciado en 1840. Hizo
la profesión perpetua el 25 de septiembre de 1841.
Salió para Nueva Zelanda en el séptimo grupo, el 16
de noviembre de 1841.

202
Fue destinado una vez en misión a la casa de Kororareka, que era la
residencia episcopal de Monseñor Pompallier y el centro de abastecimiento de las
misiones. Allí trabajó durante mucho tiempo en la imprenta haciendo libros.
Abandonó la Sociedad de María en 1848.
Su pertenencia a los Hermanitos de María es dudosa, pero hay dos datos
que nos hacen creer que fue un Hermano de los de Champagnat. Uno, es que
aparece en la lista de las Circulares, como uno de los Hermanos que fueron
enviados a Oceanía. Dos, cuando firma sus cartas, lo hace como Luc, hermano
marista.

El Hermano Luc, lleva varios meses ya en Nueva Zelanda. Aprovecha la salida de un barco
para Francia, para ponerle unas líneas rápidas al P. Colin, con el que parece que le une una
entrañable amistad.
Todas las cartas que vamos a leer a continuación, van dirigidas al P. Colin.

20 de mayo de 1842
A.M.D.G.

Mi reverendo y muy querido Padre,


No tengo el tiempo más que para decirle dos palabras, se acordará sin duda
del Hno. Luc, que era y es siempre uno de sus más fieles amigos. No entro en
ningún detalle pues no tengo tiempo, el navío está a punto de partir. Los Hermanos
que firman en la carta incluyen en ella sus respetos a usted y le desean todo
mejor. Le pido que me perdone si le escribo tan brevemente: otra vez será mejor.
Vea, le ruego que envíe la carta que le haremos llegar, si lo juzga
conveniente, es cuanto deseamos y es por lo que nos dirigimos a usted como lleno
de celo por la propagación del Evangelio.
Tenga mi reverendo y queridísimo Padre la seguridad de mi respeto y de mi
sincero cariño.
Su afectísimo y muy humilde servidor.
F. Luc

El Hermano Luc escribe en 1843. Está destinado en Kororareka y se encarga de la imprenta.


Como ya hemos visto una de las primeras preocupaciones del Monseñor Pompallier fue imprimir
libros, en maorí, para que ayudasen en las labores de evangelización.
Leyendo la carta, se notan en el Hermano unos buenos sentimientos. El deseo de que los
misioneros que vayan a Nueva Zelanda sean auténticos. Está contento con la pobreza en la que está
viviendo, pues dice que se asemeja a la de Cristo.

Mi reverendísimo Padre,
Bendigo a la divina providencia que no me ha despreciado, escogiéndome
para acompañar a estos santos misioneros; quienes no temiendo van a anunciar a
las naciones más retrasadas las verdades de nuestra religión y afrontan los peligros
que son muy numerosos, tantor de parte del mundo como del infierno que tiembla
con el sólo pensamiento de que un alma le va a ser robada. No puedo deja, mi
reverendísimo padre, de testimoniarle mi reconocimiento al pensar que usted ha
querido recibirme en el número de sus hijos en la Sociedad de María, de esta
buena madre que vela con tanto cuidado sobre sus hijos, y que es para ellos un
grandísimo objeto de alegría y confianza cuando piensan en ella; y que la invocan
con confianza en sus diferentes necesidades. Con el sólo pensamiento que María es
nuestra madre, que ella nos acompaña, todas las dificultades desaparecen, los

203
temores se disipan; y no queda más en el alma que el temor de no ser encontrado
digno de sufrir aún más tiempo: pues no es sino en las cruces como brotan aquí
como en otra parte, que un verdadero misionero debe buscar su reposo y encontrar
su felicidad.
Si hay en las misiones muchas cruces, hay también muchos consuelos que
las vuelven no solamente soportables, sino también deseables.
Para mí, es un gran honor dormir sobre una estera en la habitación de los
nativos, y estoy en medio de ellos como si estuviera en un buen palacio, pues esto se
asemeja mucho más a nuestro divino maestro, que no tenía donde descansar su
cabeza.
Es aquí más que en otra parte donde es fácil acordarse de que se es pobre y
que no es por los bienes de la tierra que se ha dejado todo; sino más bien
primeramente para imitar a aquel que teniéndolo todo se ha hecho pobre primero.
Un misionero debe estar dispuesto a cada instante para no ser sorprendido por la
muerte próxima, como probablemente la han tenido el Padre Bougeon y el
Hermano Deodat, que después de muchos meses nos dejan en el dolor de creer que
se han ahogado en el mar. Su camino ha terminado pronto si es así. Parece que el
Señor les ha encontrado dignos ya de gozar la recompensa que promete a los que
han dejado todo para seguirle. Por mi parte no tengo otro deseo, sino que mi
cuerpo sea molido por el nombre de Jesucristo, con el fin de volverme un pan puro
para el cielo; es una gracia que no merezco, sin embargo, no cesaré de pedir al
Señor hasta que él me la conceda.
Nos ha dicho el mismo: pidan y recibirán. Pida por mí, entonces, mi
reverendísimo padre esta gracia al Señor, y pídala por María, con el fin que no se
la pueda rehusar.
He dejado a aquellos que saben más que yo los detalles sobre la misión para
no decir nada que no sea cierto. No puedo saber mucho por mí mismo pues salgo
raramente, estando ocupado en la imprenta con el señor Sr Gers. Necesitaríamos
Hermanos robustos e inteligentes para poder continuar imprimiendo: muchos
Padres para poder acompañar los libros para regar; pues si se ha plantado y no se
lo riega, pronto la sequedad se apoderará de la planta y la hará morir; o al menos
la harán languidecer.
Que los misioneros que vengan tengan un corazón ardiente de salvación de
las almas o no harán nada; languidecerán dejando morir a los otros, y ¿de qué les
servirá haber hecho tanto sacrificio? Pido a Dios que esto me sirva a mí mismo de
lección. Que pasen por el gran fuego antes de salir con él, para que puedan
calentarnos al llegar, y que se recuerden que el camino es largo y que se tiene
mucho tiempo para enfriarse.
Pido las oraciones de la Sociedad con derecho pues pido por todos, y en
particular por usted mi reverendísimo Padre. Mis respetos a los reverendos padres
Gerard, Maîtrepierre, Ducharne, Poupinel, etc. etc. así como a todos los queridos
hermanos.
Dígnese recibir, mi reverendísimo padre, la seguridad del profundo respeto
de su muy humilde hijo en Jesús y María.
Bahía de las Islas
Luc Hno. Marista
12 febrero 1843.
Estamos todos con buena salud

204
El Hermano Luc escribe desde Bahía de las Islas en septiembre de 1843. Seguramente es una
de esas cartas a las que estaban obligados una vez al año. En ellas abrían el corazón al P. Colin
contándole el estado de su alma. A pesar de que esta época se vivía una espiritualidad de la nagación
de sí, vemos en nuestro Hermano algunos rasgos de confianza en Dios y en María.
Con en otras muchas cartas, se refleja la lucha con los protestantes que están presentes en la
zona. Como estrategia, Monseñor Pompallier ha creado una imprenta en la que se hacen libros en
lengua maorí. Este trabajo es pesado y le ocupa mucho tiempo.
La falta de Hermanos para hacer algunas tareas, le anima al Hermano Luc, empujado por el
Obispo a pedir que se manden obreros a la viña del Señor. Habla de que ya ha animados a los
queridos hermanos Luc, Eugenio, Agustín y Jacques, a que vayan a ayudarle. Puede que el Jacques
del que habla sea Jacques Peloux, que más tarde fue de misionero a la Polinesia.
Son tan buenas sus disposiciones de ayudar, que incluso, le dice al P. Colin que escriba a su
padre una carta para que sus tres hermanos se hagan maristas.

Mi reverendísimo Padre,

Estoy feliz de poder comunicarme hoy con usted, para darle a conocer el
estado de mi alma e igualmente el de mi cuerpo; pues por su deseo por lo que le
escribo cómo me encuentro en este país. Como a un padre en el que se tiene entera
confianza le escribo, no temeré abrir mi corazón para que pueda leerlo como al
descubierto para quitar lo que tenga de más y para añadir aquello que pueda
faltarle, por sus saludables y caritativos consejos.
Algunas veces he tenido miedo pensando que un hombre como yo tan pobre
en virtud, no tema no salvarse, pero me he dicho a mí mismo, ¿por qué te has de
asustar si haces lo que puedes? ¿y si no lo haces? trata de hacerlo y no te inquietes
por lo demás. ¡En efecto! ¿Cómo un hijo de María se podría inquietar si ama a su
madre. Qué es lo que le hace creer que no la ama? Y si no la imita no sirve de nada
que se la dé de amarla. Es tan cierto esto que me llorar cuando reflexiono sobre la
virtud de nuestra buena madre y me encuentro tan alejado de ser su imitador. Me
aburro de vivir en esta tierra malvada y no poderme unir a mi Dios para cantar
sus alabanzas con María y todos los santos. Pido con frecuencia a Dios y a nuestra
buena madre la gracia de morir antes que caer en el pecado; en cada fiesta de la
Santísima Virgen me gustaría poderla celebrar con los ángeles en el cielo; pero por
otra parte sé que no merezco tal favor. Por lo menos no me cansaré de pedir esta
gracia, y me atrevo a esperar que la obtendré, sobre todo si usted la pide para mí,
mi muy reverendo y querido padre, pues sus plegarias serán más eficaces que las
mías. J.C. nuestro divino salvador nos ha dicho en la persona de sus apóstoles que
pidamos lo queramos que se nos dará, y es sobre esta promesa sobre la que
establezco mi petición y la hago confiando que no se nos puede negar si la pedimos
con humildad, confianza y perseverancia.
A pesar del deseo que experimento de estar unido a Dios no dejo, sin
embargo, deseo que se cumpla su santa voluntad en mí, pues J. C. nuestro digno
modelo prefería la muerte más cruel y todas las ignominias, antes de hacer su
voluntad. Lo que me hace desear la muerte es el peligro que tengo a cada instante
de ofender a Dios y de perderme, porque los hay aquí como en Francia y por todas
partes donde estamos porque llevamos en nosotros mismos la fuente del mal y de
todas las miserias, diría que los peligros son más grandes y más frecuentes que en
Francia, pero las gracias son proporcionales a las necesidades; y el Señor que nos
ha escogido de entre tantos otros que no tuvieron jamás la misma felicidad no me
abandonará ciertamente porque confío en él, y desconfío de mí mismo, pues somos
para nosotros mismos nuestros más grandes enemigos.
En cuanto a mí, no me he encontrado todavía, por así decir, en medio de
peligros como son los que hay en medio de los nativos. Salgo raramente; Monseñor,

205
ha creído conveniente que quede con él para trabajar en la imprenta lo mismo que
el señor Hiver y el querido hermano Emery; y también cambiando de país he
cambiado de trabajo, no he dejado sin embargo de trabajar por un tiempo en
otros, en la construcción y en la carpintería pues el trabajo no falta para los
hermanos que se encuentran en la casa madre; necesitamos ser el doble, al menos
ocho o nueve sin contar muchos naturales o maoríes. Los envíos que hace falta
preparar para los establecimientos, la construcción, la carpintería, el jardín, la
costura, la zapatería, los viajes que estamos obligados a hacer por mar, son los que
ocupan a tres o cuatro hombres. La impresión y la encuadernación para cinco mil
volúmenes que hemos hecho después de poco más de un año. Todas estas cosas
hacen una cantidad muy difícil de encuadernar para tan poca gente.
Si como deseo hubiese todavía entre nuestros queridos hermanos algunos
que estuviesen dispuestos a venir a compartir nuestros trabajos que se ejercitasen
en la paciencia, en la cansancio y en la caridad, todo esto nos será de una gran
ayuda en medio de este pueblo aún tan tosco; son al menos muy buenos con
nosotros y bien dispuestos para la religión católica, que abrazan todos los días más
y más, sobre todo después que les hemos dado libros, pues cuando llegamos eran
muy fríos y decían a todos los padres que iban a abandonar la oración pues no les
dábamos libros. Pero gracias sean dadas a Dios, ahora dejan en gran número a los
misioneros (es así como son llamados los protestantes) y vienen a instruirse y
bautizar. Los misioneros de su parte hacen lo que pueden para engañar de nuevo a
estos pueblos que han sido muy crédulos a sus voces, pero no les escuchan. Alguna
vez llevan a los misioneros hasta el límite por la razonamientos sorprendentes que
a menudo los europeos, incluso instruidos, tienen dificultad para responder.
Esperemos que aquella que es fuerte como un ejército preparado en batalla,
derribará a los demonios y sus cómplices y no se dirá que los maristas han sido
más débiles que los demonios. María nuestra buena madre está a nuestra cabeza,
es sostenida por el brazo del todopoderoso, que es así como podremos vencer tales
combates.
Con frecuencia estamos retrasados porque en muchos trabajos, no somos lo
suficientemente numerosos, que los hermanos, como decía a los queridos hermanos
Luc, Eugenio, Agustín y Jacques, nos serán útiles, el querido hermano Aurelian
también pues tenemos gran necesidad de un sastre y de un hombre que no
pudiendo hacer trabajos penosos de otra manera, se le pondría con frecuencia en
otra cosa y no tenemos todavía hasta ahora sastre. Vea mi reverendísimo Padre
aquellos que juzgue convenientes de enviarnos; pero sobretodo, no crea que son
muy numerosos.
Estos últimos días hablaba con Monseñor, y me decía: impresióneles mucho
en Francia y que nos envíen gente pues la casa está vacía y no tenemos a nadie
para llenarla. Si no tiene bastante gente, escriba a mi padre que él le enviará a mis
hermanos que son tres, me gustaría verlos un día a todos maristas, también a mis
hermanas. Dios quiera que se consagren todos a él, este sería un gran honor para
mí y para ellos también.
La pobreza comienza a sentirse entre los europeos casi por todas partes; no
hay comercio suficiente para tanta gente que están ya en estos países difíciles de
cultivar, esto es en parte por las montañas y la tierra estéril. Hay estrechos donde
se podría cultivar pero la mayor parte de éstos pertenece a los misioneros que sin
embargo deben llevar ese nombre; por mí les llamaría más bien lobos rapaces pues
tratan de arrancar a J. C. las almas que ha rescatado al precio de su sangre.
¡Pobres ciegos! Que llevan a compasión con todas sus riquezas que no durarán

206
mucho tiempo y que les dejarán las manos vacías. Les compadezco y pido por ellos
para que el Señor se digne hacerlos volver de su ceguera. Por mi todavía no me ha
faltado nada, gracias a Dios, si no es que he dormido en un granero donde el viento
se hacía sentir palpablemente. ¿Pero qué es esto para un misionero? Me espero
sufrir mucho más, de suerte que lo menos me sorprenda mucho más que lo más.
¡En fin! Dios sea alabado, puede ser que esto venga más tarde; lo mejor, pienso, es
esperar a fin de no encontrarse sorprendido.
Me olvidaba de decirle, hablándole de la imprenta, que los reflexivos
nativos estaban tan sorprendidos de vernos hacer este trabajo que parecían caer de
las nubes, de suerte que uno de ellos, incluso de los más civilizados y de los más
instruidos preguntaba si la gran estatua de la Virgen que hemos traído había sido
hecha en la prensa. Verdaderamente son de una simplicidad muy grande, pero no
son menos aptos para recibir la palabra del Señor que gusta comunicarse a las
almas simples, pues esta simplicidad de ellos no impide que sean inteligentes e
incluso mucho. Tienen una memoria sorprendente, aprenden los cánticos de
memoria tan bien como la oración en muy poco tiempo. Desgraciadamente no
somos bastantes para instruirlos como sería nuestro deseo; gimiendo ante Dios,
pidiéndole que quiera enviarnos socorro antes que la cosecha se marchite, y que las
espinas vengan a ahogarlo y a ser pisoteado por los pies. Vea, le pido, mi muy
reverendo Padre. No puedo olvidar que tenemos mucha necesidad de ser un
número mayor.
El tiempo me apremia, no puedo decirle mucho más, he pedido al padre
Gerard que le hable de una cosa que le he escrito. Ofrezco mis muy humildes
respetos a todos los reverendos padres, en particular al padre Maîtrepierre, creo
que no me olvida en sus fervientes oraciones a aquel que le ha servido en la Santa
Misa, bien de las veces, bien de las amistades de los aquí dos hermanos y mucho
coraje para ir en gran parte a la ciencia de los santos.
Reciba mi reverendo padre la seguridad del profundo respeto y del sincero
afecto de aquel que se alegra de ser su muy humilde hijo en J. C. nuestro Señor.
Kororareka 1º de septiembre 1843
Luc hermano marista

207
Si el Hermano Claude Marie estuvo 53 años en Nueva Zelanda, el Hermano
Amon solo vivió algunos meses.

Claude Dupeyron nació en Chauffailles en 1811. A los 26 años entra en el


noviciado del Hermitage. En el año 1838 la lista de destinos lo pone en Lyon. El 12
de febrero de 1840 sale de Brest con otros misioneros destinado a Nueva Zelanda.

En una carta que escribe el P. Epalle a Colin le dice:

“ ...el Hermano Amon ya no está más en nuestras filas. Veamos en pocas palabras
su historia. En el viaje a bordo de “L´Aube” para venir a Oceanía, este joven fue
sorprendido y puede que castigado por el Padre encargado de hacer cumplir el
reglamento preparado para el viaje, a causa de algunas faltas; él se aprovechó de
esto para separarse y se mira en el futuro como independiente. Llegado a Nueva
Zelanda, dice querer dejar la misión. Monseñor ha usado todos los medios de
prudencia posibles para devolver a este pobre desgraciado a su deber y no ha sido
sin pena que Su Grandeza ha llegado al extremo de determinar que tome un mes

208
para reflexionar. Una vez terminado este tiempo, el joven a dicho que que no se
queda a cause de lo que ha pasado en el navío por lo que el lo deja, además porque
la Religión ya no es su vocación. He entrado en la Religión, dice, porque mis padres
querían hacerme casar con una persona y yo me quería casar con otra a la que
amaba, aunque menos rica. Si he venido aquí, no ha sido mas que para alejarme de
mis padres. Durante los dos meses que se ha quedado en la misión, se ha portado
como un hombre honesto. Actualmente es cocinero en un hotel, cerca de nosotros.
Sit nomen benedictum...”

El 31 de agosto de 1840, Monseñor Pompallier le cuenta a Colin la decepción que le ha producido la


salida del Hermano Amón:

“... el así dicho Hermano Hamon, llamado Duperón, joven activo, teniendo muchos
mucho éxito en su profesión de panadero no ha desembarcado aquí en Bahía de las
Islas, sino con un corazón muy enojada contra los dos padesm t sobre todo contra
el P. Pezant, con el que ha venido de Francia en la corbeta “l’Abue”. La primera
cosa que me ha pedido al llegar han sido algunas ropas de su ajuar para buscar un
trabajo en la nueva colonia de este país. Esto me ha apenado mucho. Le he querido
dar la razón, y le he reconocido que el P. Pezant ha cometido alguna imprudencia
en el barco con las penitencias que le ha castigado por sus faltas, y en la manera de
mandar a los religiosos en el viaje por el mar, el sujeto sin embargo tiene virtudes
muy escasas para la vida religiosa, me ha parecido extremadamente autosuficiente,
creído, lleno de amor propio y de una vocación exageradamente dudosa del inicio
de su entrada en religión. Si puedo encontrar la carta que me ha escrito, se la
enviare unida a esta. Sin embargo para no precipitarme en el asunto de este pobre
joven, aunque merecía que lo dejase abandonado, he intentado razonarle, ha
escuchado bastante bien mis avisos, después le he permitido quedarse un mes
conmigo, para examinar toda la cosa con madurez, y no retirarse de la casa y de la
congregación haciendo alguna locura. Ha aceptado y le he puesto a hacer la cocina
del establecimiento de Bahía de las Islas, donde resido, hizo bien su trabajo y
mostró afecto hacia mi persona en particular, y eso fue todo; vi con pena que no
practicaba los deberes de religión; no cedió a mis consejos al comienzo mas que
por deferencia y no realmente para cambiar de sentimientos en lo concerniente a la
congregación. Al final del mes de estadía en la casa, me vino a pedir la misma cosa
que al comienzo, se abierto enteramente a mí por una carta que me ha escrito y por
una larga conversación que he tenido con él en particular. Viendo que en cierta
manera, no faltaba a su vocación, pues él no ha tenido jamás una buena, le he
permitido retirarse, para buscar alguna colocación alrededor. Lo he exhortado a
que no olvidar al menos su propia salvación, le he bendecido una cruz y un rosario
que me ha prometido que va a conservar siempre, y se ha colocado como cocinero
con un hotelero de Kororareka, protestante de religión, pero Dupéron me ha
prometido hacer sus deberes esenciales de para su salvación. ¡He aquí un hijo
menos en la Sociedad de María! ¡Ay! ¡Pudiendo hacerse y quedar como un
miembro vivo de la santa iglesia nuestra madre! Estoy muy apenado de todo esto.
El pobre padre Pezant fue muy poco experimentado en el viaje por el mar, hace
que nuestros misioneros tengan más condescendencia y cariño para nuestros
queridos hermanos, que están en los caminos de la humildad y de los trabajos
manuales, ocupados de continuo de una manera exclusiva en el servicio de los
padres...”

209
De la carta del Padre Epalle al P. Colín del 12 de octubre de 1840 podemos llegar al final de la
historia del Hermano Amon, veamos:
“... el ex-hermano Dupeyron estando cazando ( con un francés al servicio
del que se encontraba) el día de la concepción dejó los brazos cruzados sobre la
boca del cañón de su fusil, el fusil se disparó, el brazo izquierdo y la mano derecha
han sido atravesados, ha perdido tanta sangre que 36 horas después ha muerto
reconciliado con el Señor, espero. No le importó dejar los Hermanos. Que le digo
en voz baja, mi reverendo padre, que he tenido pena de no haber invitado a este
joven a que se confesase, pero añado no obstante que ha muerto con grandes
sentimientos de arrepentimiento y ayudado de los últimos sacramentos. Bahía de
las Islas 12 de octubre de 1840.”

El Hermano Justin
forma parte del quinto
envío de misioneros
maristas a Oceanía.
Era originario de Chamelet. (Rhone), pequeño pueblito
situado en el valle de Azergues. Su nombre era Etienne
Perret y nació el 29 de enero de 1814. Sus padres eran
panaderos.
Se encontraba en el Hermitage como postulante
cuando murió el primer Hermano Justin, el 23 de junio
de 1838. La muerte de este Hermano a la que asistió,
fue tan edificante que hizo reflexionar mucho a Eienne
Pret. Éste tenía su vocación de Hermano tan débil que
había dicho ya muchas veces al P. Champagnat que
quería retirarse. El mismo día de la muerte del

210
Hermano Justin fue a pedirle tres cosas: su admisión en el Instituto, que se le diera
en el momento de su profesión el nombre del que había muerto y el favor de salir
para las misiones de Oceanía. El cambio en la conducta del postulante fue
constante después de ese día y las tres cosas que había pedido le fueron concedidas.
El 15 de agosto de 1838 tomó el hábito religioso y recibió el nombre de
Justin. Hizo la profesión el 13 de octubre siguiente.
El 15 de junio de 1841 desembarca en la Bahía de las Islas acompañado de
los Hermanos Basile, Colom, Emery, Euloge y Pierre-Marie, y de un laico M.
Yvert, además de los Padres Borjon, Garin, Roulleaux, Rozet y Séon.
En Kororareka queda poco tiempo, pues se embarca con Pompallier
a finales del mes de julio, con otros misioneros a las diferentes misiones a los que
han sido destinados. El P. Borjon y el Hermano Justin fue designado para la misión
de Maketu, en la Bahía de la Plenitud donde desembarcaron a finales del mes de
agosto de 1841. Vivieron en un lugar que tenía la apariencia de una porqueriza.
Durante la noche, estaban casi helados por el frío, tenían que luchar con los perros
para que no le quitasen las conservas de cerdo salado.
Al contrario de lo que había dicho Pompallier en sus reportes, los dos
misioneros encontraron a los maoríes poco receptivos a sus sermones, atraídos
sobre todo por lo que poseían. Esta misión duró apenas un año. Se cerro en julio de
1842. El Hermano Justin fue enviado entonces a Opotiki donde queda hasta el final
de 1846. Tiene como compañeros por un tiempo más o menos largo a los Padres
Rozet, Chouvet,Reignier,Comte y Moreau. A partir de finales de febrero hasta
diciembre de 1846 el Hermano Claude-Marie reside en esta misión. En una carta
de este último al Hermano Francisco del 8 de enero de 1846, cita al Hermano
Justin entre los paticipantes al retiro de marzo de 1845. En julio de 1847, remplaza
al Hermano Euloge en Tauranga acompañando al P. Bernard, y allí queda hasta
abril de 1850. En esta fecha se produce la división de Nueva Zelanda en dos
diócesis y él se va con Moseñor Viard a la de Wellington al igual que los demás
maristas. En esta ciudad se queda hasta 1857 fecha en la que vuelve a Francia.
Monseñor Viard le da permiso para retornar a Francia. Exagera un poco
cuando dice: “el buen Hermano ha servido durante largo tiempo a la misión, pero
cualquier cosa era para él un trabajo penoso”.
El Hermano Avit nos dice: “Debió volver después de una buena cantidad de
años, atacado por un ablandamiento del cerebro. Murió con los Padres de Lyon.”
En realidad murió en el hospital de la Antiquaille donde estaban las
personas que sufrían de trastornos mentales. Hasta su ingreso en el hospital vivió
con los Padres Maristas en Monte Barthélemy. Ingresó en el hospital, esto
demuestra el estado mental en el que se encontraba, el 27 de octubre de 1858 y
murió el 7 de junio de 1871 a las 6 de la mañana de una gastroenteritis crónica. Las
circunstancias que rodearon la muerte del Hermano Justin nos hacen
preguntarnos por qué el Hermano no fue acogido en el Hermitage a la vuelta de
Oceanía. Aparece en la lista de Hermanos difuntos de 1871.
A continuación transcribimos una carta del Hermano Francisco al Hermano Justin.
Desgraciadamente, es casi seguro que no le llegase a dicho Hermano, pues en aquellos tiempos las
comunicaciones eran muy lentas, debido a que éste abandonó Nueva Zelanda en abril de 1857.

“Al Hermano Justin, misionero católico en Wellington (Nueva Zelanda)


Vía Londres, 9 de enero de 1857

211
Después de largo tiempo, quiero escribirle, y no me he tardado tanto en
hacerlo, sabiendo el placer que tiene al recibir noticias de la Sociedad y sobre todo
de la casa de noviciado donde usted ha hecho su educación religiosa, y los
Hermanos veteranos a los cuales está siempre tan unido. Pero como diversas
circunstancias me han impedido satisfacer mi deseo y el suyo a este respecto, pensé
compensarlo un poco enviándole algunas circulares impresas. Supe con qué alegría
las había recibido, y me he propuesto continuar mandándole todas aquellas que le
puedan interesar.
No piense, mi querido Hermano, que nuestros Hermanos de Oceanía fueron
olvidados, todo lo que les recuerda nos es querido y precioso. Sus cartas son leídas
con el más grande interés. En efecto, son cartas de familia, y son por tanto
interesantes, pues nos vienen de tan lejos y no tenemos otros medios de
comunicación. Lo mismo que cuando se recibe un número de los Anales, se mira a
prisa por si hay alguna carta, o algunas noticias de las misiones de Oceanía. Y todo
lo que se encuentra es leído con avidez como noticias de familia. Con la misma
felicidad e interés recibimos los diversos objetos que nos son enviados desde esas
regiones lejanas.
¡Oh! ¡Cómo excitan la curiosidad de todo el mundo! ¡Cómo se los mira!
¡Cómo se los examina! Hemos formado una especie de museo que está ya bien
provisto. Es curiosa ver también las cosas admirables que el Señor ha hecho, y los
diferentes productos de la industria de los hombres, lo mismo en la regiones
salvajes.
Verá por la circular que le estoy mandando que nuestra Sociedad es ya bien
numerosa y bien expandida en diversos departamentos de Francia y que comienza
a extenderse en el extranjero: En Bélgica, en Inglaterra.
He entrado en estos detalles, mi querido Hermano, porque sé que todo lo
que concierne a nuestra Sociedad, le interesa mucho, y quiero compensarle un
poco del alejamiento y de la especie de aislamiento en el que se encuentra con
respecto a nosotros. San Alfonso de Ligorio cuenta que Sta. Teresa, apareciéndose
a una de sus religiosas, le dijo: “Yo que estoy en el cielo , y usted está en la tierra ,
debemos ser una sola cosa en pureza y en amor”. Pienso decirle la misma cosa en
un sentido nosotros que estamos en Francia y ustedes que están en Oceanía,
debemos ser la misma cosa, en piedad, en celo, en caridad, trabajando cada uno en
nuestra parte en la gloria de Dios, en nuestra propia perfección y en la salvación de
las almas, según nuestras propias fuerzas y nuestros medios, en el empleo y en las
funciones que debemos cumplir. Porque del mismo modo que nos unimos a
ustedes, nosotros esperamos tener parte de sus méritos, de sus penas, de sus
trabajos, de sus privaciones y de todo lo que hacen en Oceanía, lo mismo también
que uniéndose a nosotros y haciendo lo que la obediencia pide de ustedes, tendrán
parte en todo el bien que hacen nuestros Hermanos en Francia y en cualquier
parte, dando una educación cristiana a los niños que les son confiados.
El buen Padre Champagnat, nos decía que la Providencia confiando a la
Sociedad la misión de Oceanía, nos había encargado al mismo tiempo la salvación
de todos estos pobres salvajes que están establecidos en las tinieblas y en la sombra
de la muerte. Guárdense, añadía, de creer que este esfuerzo no es para aquellos
que tienen la dicha de ser elegidos para llevar la fe en esos países lejanos. Es la
obra y el esfuerzo de todos los miembros del Instituto y debemos todos contribuir
por nuestras oraciones, por nuestros buenos ejemplos y por toda suerte de
virtudes. Si de esta manera somos buenos religiosos, si observamos bien nuestra
santa Regla, si estamos bien unidos a Nuestro Señor en todas nuestras acciones , si

212
le decimos continuamente con fervor, amor y confianza: “Que tu nombre sea
santificado”. El nos concederá la conversión y la salvación de un gran número de
salvajes.
Tratemos así de conformarnos cada uno en lo que le concierne, a los deberes
y a las intenciones de nuestra venerado Fundador, como dice Rodríguez:
Esforcémonos sobre todo en cumplir perfectamente nuestro empleo, sin
preocuparnos de otras cosas. De esta manera, añade, hemos visto religiosos
aburrirse del estado y de los empleos en donde Dios y la obediencia les había
colocado, deseando y buscando otros con ardor, imaginándose que lograrían más
frutos para ellos mismos y para el prójimo, y encontrar al fin la manera de llevar a
los superiores a lo que a ellos querían. Pero se han encontrado tan mal de todos
estos cambios, que reconocen ellos mismos que ha sido un castigo de Dios.
Todo lo que hemos hecho así, despojándonos enteramente de nuestra
voluntad, abandonándonos en la de Dios, y dejándonos conducir con humildad y
simplicidad por medio de la obediencia, de este modo no estaremos jamás mejor
que allí donde le guste a Dios ponernos. Trabajemos así de acuerdo a la obra de
Dios, bajo la poderosa protección de la augusta María, nuestra buena Madre,
uniendo nuestras oraciones, nuestros trabajos y nuestros votos en la tierra, en la
dulce espera de estar todos reunidos un día en nuestra común patria, para gozar
unidos del reposos de la eterna felicidad.
Reciban para ustedes, y para nuestros padres de Oceanía, la expresión de
sentimientos de afecto cordial y de sincera unión que tenemos para ustedes los
Padres y los Hermanos de Francia, y en particular, su todo devoto

Hermano Francisco

P. D. He aquí algunas noticias interesantes que pueden interesarle.


De los tres Hermanos vueltos de Oceanía, dos están aquí. El Hermano
Emery , ayuda al Hermano Hippolyte y hace algunos encargos de tiempo en
tiempo y el Hermano Aristide, también sastre, y actualmente portero. Los
queremos mucho. Son muy edificantes. El Hermano Pierre Marie es director en
Buis-Ste-Marie, diócesis de Autun. Este establecimiento, otra escuela comunal,
tiene una especie de providencia para educar a los niños pobres. Una persona rica
y piadosa ha consagrado una parte de su bella fortuna y se ha hecho a
continuación religiosa. Es ahora la superiora de las Hermanas que están. A parte
de la escuela y el asilo, ayudan en un hospital fundado por la misma persona. El
Hermano Pierre Marie es muy amado y muy estimado.”

213
“Lo que me ha consolado y lo que me alegra es ver como su presencia
en medio de ellos ha reanimado su coraje y su confianza, que contentos y
dichosos están de sus visitas y esperan lo mejor para el presente y para el
futuro. Vea mi Reverendo Padre, cómo continuar teniéndome al corriente de
la conducta y de los deseos espirituales de nuestros Hermanos.”
Carta dell Hermano Francisco al P. Poupinel, el 17 de enero de 1859
¿Quién era el P. Poupinel? Fue uno de los pilares, en los que se sostuvo
durante muchos años, la gran aventura de las misiones maristas en Oceanía.
Había nacido en Vais ( Calvados) el 14 de noviembre de 1815. A los pocos
días de nacer murió su padre. Fue educado por su madre y su tío, que fue
sacerdote por más de 40 años en el pueblo de Condé-sur-Noireau. Desde muy
pronto manifestó su deseo de hacerse sacerdote. A los 20 años entró en el
Seminario Mayor de Bayeux.
El 3 de diciembre de 1838 entra en la Sociedad de María. El 3 de septiembre
de 1839 hizo la primera profesión dentro de la Sociedad con los P. Borjon, Millot,
Rocher ...

214
En 1840 el P. Colin, al ver sus excepcionales dotes lo nombra Secretario
General, al mismo tiempo que le encarga la Procura de las misiones. A partir de
1847, sólo se encargará de la segunda función.
El trabajo del cuidado de las misiones en esta época, es agotador, Wallis y
Futuna convertidas al cristianismo necesitan misioneros, Nueva Zelanda se
esfuerza por multiplicar las estaciones, Tonga se va haciendo permeable al anuncio
del Evangelio, Nueva Caledonia recibe en 1843 los primeros misioneros.
El 19 de julio de 1844, el Papa Gregorio XVII crea dos nuevos Vicariatos el
de Melanesia y el de Micronesia. Son asumidos por la Sociedad de María y
Monseñor Epalle será su Vicario Apostólico. A finales de ese mismo año, 14
misioneros maristas se embarcan para esos destinos.
En 1850 los misioneros maristas se retiran de gran parte de la Isla Norte de
Nueva Zelanda, para fundar la diócesis de Wellington, dejan por un tiempo de
Melanesia, donde la enfermedad y la muerte los han diezmado.
El 17 de junio de 1857, el P. Poupinel se embarcó en Inglaterra con destino a
Sydney. Tres Padres y un Hermano le acompañan. El 24 de septiembre llegan a
Sydney, a Villa María. En los primeros días de octubre sale para Nueva Caledonia.
Es el principio de sus continuos peregrinajes por las islas del Pacífico. Después de
años de trabajos agotadores, es llamado a Francia. Llega en febrero de 1870. El P.
Favre, Superior General de los Padres Maristas, lo nombra Procurador General de
las Misiones en 1872. Se ocupa de todos y escribe a todos, Padres, Hermanos,
catequistas, neófitos. Un día llegó a escribir 47 cartas.
El testimonio del P. Boyer en 1876, es elocuente:
“ ...su recompensa será grande en el cielo por haber buscado frecuentemente
por sus cartas, tan santa alegría a los misioneros de Oceanía. Con qué ganas hemos
leído estas letras cuando venían de la patria, de nuestra querida Sociedad, y de un
Padre que nos provoca tan vivo interés. Cómo nos gustaría que fuese testigo ocular
de la apertura de un paquete de cartas y de la lectura de las direcciones. Cada uno
está cerca de la mesa, con la oreja puesta, con toda la atención esperando escuchar
su nombre, luego cuando su nombre se pronuncia, ¡ah! Este que me escribe es el
buen P. Poupinel! en este momento todas las miserias se olvidan. Estoy seguro de
que si fuese testigo de esta escena se sentiría ampliamente recompensado de todas
vigilias que le han costado sus numerosas y amables cartas.”
Después de muchos años de servicio a las misiones de Oceanía, el 10 de julio
de 1884 murió. Está enterrado en el mausoleo de los padres Maristas en Saint-Foy-
les-Lyon.

El Hermano Francisco se esforzó en tener un cuidado especial por los Hermanos


misioneros. Por otra parte cuando el P. Favre, sucesor del P. Colin como Superior de los
Padres, envió al P. Poupinel al Pacífico como Visitador General de las Misiones
Maristas, en 1857, el H. Francisco escribió a este Padre para pedirle que se ocupase
también de los problemas de sus Hermanos misioneros, y le dio una lista de nombres.
En una carta que escribe el H. Marie-Nizier desde Samoa, le da las gracias a este Padre
por la visita que ha hecho a sus familiares en Francia. Dice el Hermanito:
“...quiero agradecerle la bondad que ha tenido y del trabaja que se ha dado
para visitar a mi familia que está diseminada en tan diversos lugares. Todos mis
hermanos y hermanas me han escrito a excepción de Juan Claudio. He recibido
expresiones sin número del reconocimiento de sus bondades y reconocimiento...”

El Hermano Francisco le escribe al P. Poupinel. Por los datos que se dan en la carta, la
correspondencia entre los dos era intensa.

215
Le agradece los servicios que está prestando de apoyo a los Hermanos que hay en las
misiones. Agradece las intenciones que se han hecho en una misa que se dijo en la Procura de las
misiones de Oceanía en Villa María.
Da una lista de los Hermanos que han salido del Hermitage y que aún están vivos. Hay un
nombre que no coincide con la lista que aparece en las Circulares que es el de H. Marie-Gabriel
Lagardelle. En la lista de Hermanos Coadjutores, aparece como perteneciente a los Hermanos de San
José. La pregunta que surge, es por qué el Hermano Francisco lo nombra entre los Hermanitos de
María que hay en Oceanía. El H. Gabriel Lagardelle salió de la Sociedad de María en 1874.
Otro dato es curioso es la donación por parte del Hermano Euloge de 200 francos. Esta
donación formaba parte de su herencia que donó al Instituto.
Llama la atención que haga un comentario sobre la salida del Hermao Michel, que se ha
producido hace ya casi 20 años, en 1840. Parece que hubo alguna posibilidad de que hubiese vuelto a
entrar en la Congregación, para salir más tarde.
Vuelve a hacer comentarios sobre las salidas de los Hermanos Optat y Marie Augustin.
La relación entre los Padres y los Hermanos es afectuosa. Cuenta como ha ido a Lyon a
felicitar la navidad a los Padres y allí ha tenido la opotunidad de recibir noticias sobre las misiones.

17 de enero de 1859
Al R. P. Poupinel, Visitador y Procurador general de las misiones de
Oceanía.
He recibido con el más vivo interés las dos cartas que usted ha tenido la
bondad de dirigirme desde Sidney, la una el 18 de abril y la otra el 9 de noviembre
de 1858, Le pido que me perdone si no le respondido tan pronto ha sido a causa de
mi viaje a Roma y después los retiros de nuestros Hermanos lo que han ocasionado
este retraso involuntario. Le estoy muy agradecido, mi Reverendo Padre, por el
interés que toma por todo lo que concierne al bien y mejora de nuestra Sociedad.
Que contento he estado al saber que quiso en Villa María, presentar las
oraciones y decir la Santa Misa por los acontecimientos de nuestra petición de
aprobación a la Santa Sede, No le digo aquí nada de mi viaje a Roma, porque
pienso que se habrá enterado por la carta circular que he enviado a todos nuestros
Hermanos de Oceanía en la que les cuento las principales circunstancias de este
interesante peregrinaje y todo lo que he hecho en esta ocasión. Mando al mismo
tiempo algunas cartas particulares a aquellos que me han escrito o que usted me ha
señalado como necesitados de ánimo.
Lo que me ha consolado y lo que me alegra es ver como su presencia en
medio de ellos ha reanimado su coraje y su confianza, cómo están contentos y
dichosos de sus visitas y esperan los mejores afectos para el presente y para el
futuro. Vea mi Reverendo Padre, cómo continuar de tenerme al corriente de la
conducta y de los deseos espirituales de nuestros Hermanos. Usted me dará un
gran placer. No tengo necesidad de recomendarles a sus cuidados y a su solicitud
paternal. No tengo más que darle acciones de gracias. Su caridad se ocupa lo
mismo de aquellos que han tenido la desgracia de separarse de sus Hermanos para
echarse al mundo. De mi parte, me uniré como pueda a su caridad enviándoles las
cartas y las circulares y recomendándoles que sigan sus saludables avisos y que se
acomoden a su sabia dirección. Actuando también de acuerdo , en el mismo
espíritu y por el mismo fin, espero que tendremos el consuelo de sostenerlos y
afirmarlos más y más en sus buenas disposiciones para que hagan todo el bien que
puedan hacer y que Dios pida por ellos: : Marie-Nizier, H. Florentin, H. Joseph-
Xavier Lucy, H. Betrand, H. Basile, H. Lucien, H. Euloge, H. Claude-Marie, H.
Elie-Regis, H.Gennade, H. Jacques Pelaux, H. Charise, H. Sorlin, H. Marie-
Gabriel Lagardelle, H. Emeri. H. Auguste, H.Germanique, H. Abraham y H.
Ptolémée.

216
Apruebo mucho la manera por la que el H. Euloge y le reconozco el interés
que usted a tomado por nuestro Instituto, haciéndole donación de 200 francos.
El abandono del pobre H. Michel me ha apenado mucho, nos ha asombrado
más de lo que nos esperábamos, pero la del H. Optat sin embargo me ha
singularmente sorprendido, y sé que el buen P. Colin ha compartido mis
sentimientos al saber esta desgraciada noticia.
En cuanto al H, Marie-Augustin, su abandono ha sido para mí un flechazo y
los Hermanos Asistentes han compartido mi sorpresa y mi congoja. Lo que nos
consuela un poco, es saber que se comporta bien y que está siempre apegado a los
Padres y a la obra de las Misiones.
Estos pobre sujetos, deben pasar unos momentos muy penosos acordándose
de su primer estado, y de sus gozos, si los tuvieron, no pudiendo estar sino
desorientados con mucha amargura. Dichosos si ellos saben aprovechar el tiempo
que Dios les da y siguen la inspiración de su gracia para merecer el poder
compartir todavía la alegría de sus hermanos en el cielo.
Le agradezco todo lo que ha hecho por ellos. El día que he ido a felicitar a
los Padres a Lyon, he tenido el placer de entretenerme largamente sobre las
misiones de Oceanía con el P. Yardi que me ha leído muchos párrafos interesantes
de las cartas que había recibido. Ha tenido la bondad de entregarme ejemplares de
cartas impresas para cada una de las casas de noviciado. Nuestros Hermanos han
escuchado la lectura con una avidez y una atención extraordinarias.
Los Padres Matricon, Lalande, los Hermanos Asistentes y todos los que les
conocen, se unen a mípara ofrecerles, tanto a los Padres y a los Hermanos de
Oceanía, la expresión de sus votos más sinceros de un buen año y les renovamos la
seguridad de sus afectos muy cordiales, y de la parte que toman por sus oraciones y
sus sentimientos en todo lo que se hace en las misiones. Estoy en particular con un
cariño muy especial y un respetuoso afecto, en unión íntima de oraciones y
trabajos, mi Reverendo Padre, su muy humilde y muy obediente servidor.

Hermano Francisco

En 1960 se produce el cambio al frente de los Hermanitos de María. El Hermano Francisco


deja de ser Superior General después de dirigir el Instituto por 20 años. Le sucede el Hermano Luis
María. El nuevo Supeior continúa en contacto con el P. Poupinel. En la presente carta que vamos a
leer a continuación responde a una petición de Hermanos para fundar ocuparse de escuelas en Nueva
Zelanda. El Hermaos Luis María responde con pena que en los momentos de la petición no puede
debido a la falta de Hermanos. La respuesta a la petición todavía tendrá que esperar muchos años.
En otra parte de la carta cuenta las relaciones tan buenas que tienen los Padres y los
Hermanos. Cabe destacar el relato de la visita del P. Colin, con ochenta años, a la Casa Madre de
Saint Genis-Laval. La presencia de este viejito ha emocionado a todos y al antiguo Superior General le
ha hecho derramar lágrimas de emoción.

N.D. de Saint- Genis- Laval, 4 de enero de 1863

Al R. P. Poupinel, Visitador de los Padres Maristas en las Misiones.

Mi Reverendo Padre:
Lamento vivamente, que por circunstancias muy ajenas a mi voluntad, mi
respuesta a su bonita carta del 29 de 1868 no la he podido contestar;
aparentemente, la hice como la de M. El Vicario General, y la del Hermano
Aristide que no han sido reencontradas más que después de tres meses después de
haberlas hecho. Espero que la del Vicario General, que ha sido enviada

217
inmediatamente, le ha llegado después de algunos meses, y que tenga conocimiento
de nuestras disposiciones de darle a Moseñor el Arzobispo de Sydney, Hermanos
para la parroquia de Saint-Benedict.
No obstante, vea en resumen, lo que le he escrito a M. El Vicario General: le
he dicho que, vistas, las razones que nos da, apoyadas por rápida recomendación
y de las invitaciones del R. P. Favre, Superior General de los Padres Maristas,
aceptamos su petición con preferencia a todas las dem{as, que buscaremos
personas y estarían felices de hacer esta fundación, que estarán suficientemente
formados, pensamos que necesitaremos por lo menos dos años para esto, que si
este lapso de tiempo contrariese sus proyectos, vería con placer que otra
Congregación que pueda darle sujetos más rápido. Mando unida a mi carta los
proyectos de los convenios, le suplicaría que los examine y se los lleve enseguida
para que los apruebe su Gracia Monseñor el Arzobispo.
Después de esta época, hemos organizado en Beaucamps la escuela de
Inglés, que le he anunciado por mi carta del 29 de noviembre de 1867.
Si esta fundación se puede hacer en la parroquia de Saint-Benedict, como
desea Monseñor, la residencia de los Padres Maristas aquella de Saint-Patrick se
volverá necesariamente la de los Hermanos en esta ultima parroquia, esto que
comenzará a formar un pequeño nucleo de dos escuelas.
Las ayudas que nos ha dejado el buen Padre Marista Encroe, les serviran
para cubrir los gastos de pasaje y de instalación.
Nos hacen nuevas peticiones para tener Hermanos en Napier. El R.P. Forest
y sus copropietarios al enterarse que dudábamos de acpetar la propiedadad que
nos ofrecían, volvieron a la carga tanto tras nosotros, como tras el P. Gardin que
ha venido a volverlo a hablar ayer.
Las condiciones que nos hace el P. Forest, la seguridad que nos ha dado de
que las escuelas, una vez establecidas en Nueva Zelanda, bastarán suficientemente
a las necesidades de los Hermanos allí empleados, nos hace lamentar no tener
inmediatamente Hermanos disponibles.
La muerte ha hecho grandes vacíos entre nosotros este año. Ella nos ha
quitado 22 sujetos después del 29 de julio. No obstante, Dios y la Virgen nos
ayudan, conservamos el espíritu de poner pie a tierra por lo menos en Sidney y en
Napier.
Es por lo que pensamos comenzar , también se lo dije el año pasado. En
estos momentos estamos analizando nuestros medios, para poder responder al P.
Forest.
Estos son, Mi Reverendo Padre, nuestras intenciones de entrar en sus miras,
y secundar la obra de las Misiones tanto como la Providencia nos dote de los
medios.
Voy a mandar a Sidney, un ejemplar de las Crónicas del Instituto para cada
Hermano. Encontrarán las ayudas propias para sostenerlos y animarlos en la vida
de sacrificios que han abrazado.
El P. Matricon, el P. Lallande, también el P. Montagnon, le renuevan sus
buenos recuerdos. Están bien tanto unos como otros. La salud del P. Matricon, ha
experimentado un achaque en septiembre último, pero hoy está en su estado
ordinario. El P. Montagnon reemplaza al P. Touleau, aquí, en calidad de capellán
después del final de septiembre.
Las mejores relaciones continúan existiendo entre los Padres y los
Hermanos. Los Padres Capellanes, en particular, están llenos de bondad y de
atenciones para los Hermanos y tienen todo su cariño. El Padre Colin, a psesar de

218
sus ochenta años, ha venido violentamente a hacernos una visita antesdeayer. Su
visita ha alegrado a toda la Comunidad. Los antiguos les parecía ver en su persona
al venerado Padre Champagnat vuelto a sus hijos después de su larga enfermedad.
A la vista una comunidad numerosa que él ha visto nacer, el santo viejito, en su
alegría ha experimentado sentimientos parecidos a los del anciano Simeón en
semejante época. La emoción que le ha vencido le ha obligado a dejar derramar
lágrimas de alegría en muchos momentos. Sus lágrimas, su alegría, sus cabellos
blancos, nos han dicho más que un gran discurso. La comunidad que lo miraba
con avidez , se compensaba así de las palabras, que su débil voz no podía hacer
entender a todos.
Si el P. Champagnat viniese hoy, ha dicho, estaría impresionado como yo,
no podría hablar. Nos ha recomendado ser siempre pequeños, humildes como la
Santa Virgen, después nos ha bendecido y nos ha dejado diciéndonos: Los dejo a
todos en los corazón de María, no salgan jamás.
Ayer el R. P. Verger ha venido a revestir del santo hábito religiosos a treinta
postulantes. Es un pequeño refuerzo para la viña del Señor. Digo pequeño, a la
vista de las peticiones que continúan llegando de todas partes, tantos del extranjero
como de las partes de Francia.
Me encomiendo con todo nuestro Instituto a sus santos Sacrificios, y le pido
de unir el profundo respeto con el que estoy, mi Reverendo Padre, tec.

HERMANO LUIS MARÍA

219
“Oh, no, los buenos Hermanos de Oceanía no han sido olvidados”
( Carta del Hermano Francisco al Hermano Marie-Nizier del 4 de abril de 1856 )

Todos los Hermanos que salieron para trabajar como misioneros en Nueva
Zelanda, fueron formados por el Padre Champagnat, aunque el quinto envío se produjo
a principios de diciembre de 1840, cuando Marcelino ya había muerto. Del sexto envío,
formó parte el Hermano Deodat, que salió el 10 de octubre de 1841, pero ya sabemos,
de la corta vida misionera que tuvo y de su fin trágico en el mar. Después de esta salida,
ya no se vuelven a mandar más Hermanitos de María hasta el 2 de febrero de 1845.
Eran parte del duodécimo envío que la Sociedad de María hacía a las misiones de
Oceanía.
Una vez llegados a Nueva Zelanda, se tuvieron que enfrentar con la realidad, y
la mayoría pasaron momentos muy duros. Se les despojó del hábito de Hermano, y
tuvieron que ir vestidos de seglar. Se les miró como criados de los Padres, estuvieron la
mayoría encargados de trabajos manuales. Fueron dispersados por las diversas misiones
que Monseñor fue abriendo, la mayoría de las veces acompañando a un Padre, que se
ausentaba con frecuencia, y esto les hacía sufrir una terrible soledad. Fue una gran
prueba. Muchos se quejaban, así lo testimonian muchas cartas. No entendían la
situación, pero es admirable su abandono en las manos de Dios a pesar de todo lo
anteriormente expuesto. Su calidad humana fue puesta a prueba.

220
En los primeros días de 1844, varios Hermanos del Hermitage, se animan a escribirles a los
Hermanos que han sido enviados a la Polinesia. Es una carta cargada de detalles y de cariño. Está llena
de noticias, que sin duda debieron ponen muy contentos a los Hermanos que la recibieron en la otra
parte del mundo.

Notre-Dame de l´Hermitage, 20 de enero de 1844

Carta de los Hermanos Marie-Jubin, Evagre, Victor, Andéol, y Apollinaire, a sus


Cohermanos de Polinesia,

NUESTROS MUY QUERIDOS HERMANOS,


La lejanía y el tiempo no es razón para que se debilite el amor hacia
ustedes; para demostrarles esto y apoyar las intenciones de nuestros venerables
Superiores les escribimos esta carta.
Después de su salida de Europa, ¡cuántas veces nuestro pensamiento ha
estado en medio de ustedes! ¡Cuántas veces nuestros corazones han compartido sus
sufrimientos y tomado parte en sus trabajos! ¡Cuántas veces hemos pedido al cielo
que sostenga su coraje y bendiga su sacrificio! Estamos rebosantes de alegría de
saber el ardor de su celo y el éxito de las Misiones de Oceanía. Cada vez que leemos
los anales de las Misiones o las cartas que nos llega de su parte, nos sentimos
empujados por el deseo de compartir su gloria, desafiando como ustedes los
peligros del mar y el furor de los caníbales para extender el reino de Jesucristo.
Pero como la voluntad del Señor no se ha manifestado sobre nosotros, nos
resignamos a quedarnos en nuestra patria, nos contentamos con admirar su
generosidad y con unir nuestras oraciones a sus gloriosos esfuerzos.
Ahora, para responder a sus deseos y al interés que nos han expresado, les
transmitimos algunas noticias sobre la Sociedad de los Hermanos de María a la
que tenemos el honor de pertenecer.
Heredero del celo y las virtudes de nuestro venerado Padre Champagnat, el
R. H. Francisco continúa dirigiendo a los Hermanos y a los Establecimientos con la
ternura de un padre y la piedad de un santo. Es ayudado en sus importantes
funciones por los queridos Hermanos Luis María y Juan Bautista, de los cuales
ustedes conocen el sacrificio y la capacidad.
Con Superiores tan sensatos y tan instruidos, la Sociedad no podía menos
que prosperar; tanto que ha tomado un desarrollo sorprendente después de 1840.
El año último, 42 Hermanos han emitido los votos perpetuos, y 55, el de
obediencia. Después del retiro de 1843, se le ha dado el hábito religioso a más de
120 novicios; la parte del Hermitage en este número es de 84.
Saben, nuestros queridos Hermanos, que tenemos razón para aplaudir a
nuestros Superiores y bendecir a la Providencia que nos envía personas.
Esperemos por tanto que aquel que multiplica las armas, multiplicará también a
los Hermanitos de María y que por medio de nuevos reclutas, podremos cada año
fundar nuevos Establecimientos, sostener aquellos que ya tenemos, y reemplazar a
las personas que el tiempo lleva a la eternidad. Han muerto 23 Hermanos o
novicios después de enero de 1842. Recomendamos a todos a sus plegarias,
especialmente a los buenos Hermanos Coste, Julien, Abbon, Siméon y Damien, que
eran profesos perpetuos. Saben que estos Hermanos eran todos buenos religiosos;
tratemos de imitar sus virtudes, disponernos como ellos, por una vida más
religiosa, a tener una buena y santa muerte.
Pocas cosas se han construido en el Hermitage, después; pero se han hecho
muchas reparaciones, principalmente en el Noviciado, en los patios, en los

221
dormitorios, etc. Se ha también alargado el paseo del bosque alrededor de 20
metros, y han plantado dos bonitas líneas de árboles.
El Noviciado del Hermitage está formado por una cincuentena de bravos
jóvenes. Los Superiores decidieron enviar a los más jóvenes a la Grange-Payre,
bajo la dirección de los queridos Hermanos Photius, Arséne y Fidéle; los otros son
formados en las virtudes religiosas por el respetable Hermanos Bonaventure, que
es siempre muy querido en la Sociedad a causa de su celo y de su dedicación.
Los Hermanos mayores del Hermitage hablan con frecuencia de ustedes; les
quieren todos mucho: creemos que les gustaría que les diésemos noticias suyas, y
para comenzar por el decano de todos les diremos que el Hermano Luis está tan
poseído del espíritu mercantil que si el viaje a Oceanía fuese tan difícil como el de
Lyon, iría todos los meses para ofrecerles libros o papel. El buen Hermano
Estanislao sueña siempre con las bonitas estatuas de la Santa Virgen y otras, los
bellos ornamentos y las bellas ceremonias. El venerable Hermanos Juan José pasa
la lanzadera con tanto coraje como si no tuviese más que treinta años. Las sotanas
y los pantalones son arreglados por el Hermano Hipólito, y el Hermano Santiago
pasea siempre sin cesar alrededor de sus vacas y de sus pollos. En cuanto a los
Hermanos Pedro y Honorato siguen trabajando con la piedra y los ladrillos. El
Hermano Jerónimo conduce bien el caballo. Los Hermanos Marcelino, Juan
Claudio, Columbino y Pedro José siguen ocupados en los mismos empleos. Sabrán
sin duda con gusto que al Hermano Espiridón le gustaría llevarle zapatos, e ir a ver
al Hermano Basile, pero sus fuerzas traicionan sus ganas.
Hablemos todavía un poco de nuestras casas provinciales. No desconocerán
sin duda, nuestra fusión con los Hermanos de la Instrucción Cristiana de Saint-
Paul-Trois-Châteaux. Esta Congregación ha mejorado mucho bajo la dirección del
Hermano Juan María. Tiene hoy 16 Establecimientos y 75 Hermanos o novicios.
La regularidad y la piedad se han desarrollado muy sensiblemente entre los
Hermanos de esta Provincia. Nuestros Hermanos Visitadores lo mismo que el
querido Hermano Director General no pueden discrepar a la hora de hablar bien
de ellos.
A lo largo del mes de mayo último, los Hermanos de Viviers se han
fusionado a los Hermanos de María, en las mismas condiciones que aquellos de
Saint-Paul. La Casa- Madre de este Instituto está en Viviers. Monseñor el Obispo
de esta ciudad la ha trasladado a La Bégude cerca de Aubenas (Ardéche). Su
Grandeza ha preparado para este fin una vasta casa con sus dependencias. El
Hermano Luis Bernardino ha sido enviado a esta casa en calidad de Provincial y el
R. P. Besson como capellán, y ha sido reemplazado en el Hermitage por el R. P.
Déclas, el primer Padre de la Sociedad; es un excelente anciano, lleno de celo y
erudición, que ayuda perfectamente al P. Matricon. Esta provincia se compone de
53 personas, ha fundado 11 Establecimientos en el departamento de Ardéche.
Vean, nuestros queridos Hermanos, cómo María bendice y atiende a su
Sociedad; cómo ella ha estado en la fusión de los Hermanos de Saint-Paul y los de
Viviers, supliendo la autorización que el Gobierno francés nos ha negado tan
reiteradamente. ¡Oh! Sí, Maria es una buena Madre, seamos pues sus verdaderos
hijos. El noviciado de Vouban comienza también a volverse importante. Esta
cuenta actualmente con 32 personas de las que se espera mucho. Nuestros
establecimientos del Norte van muy bien, no obstante el Noviciado no es todavía
pujante.
Nuestros queridos Hermanos, terminaríamos aquí nuestros detalles si no
temiésemos aburrirles, pero convencidos de que les agradará leer estos noticias que

222
les hemos dado, pondremos a todavía a su consideración la tabla de las personas
que se encuentran actualmente en cada Provincia, la lista de los Establecimientos y
el puesto que ocupan los principales Hermanos que conocen.

Hermitage St. Paul Le Bégude Nord Vauban Total


H. Profesos 171 20 9 2 202
H.no Profesos 130 19 22 1 13 185
H. Novicios 93 21 12 1 7 133
Postulantes 50 15 10 3 12 90
Totales 444 75 53 6 32 610

Los autores de esta carta terminan animando a los Hermanos de las misiones. Admiran sus
vidas de privaciones y lo importante de su apostolado. Les anuncian que el Papa Gregorio XVI ha
concedido indulgencia plenaria a los Hermanitos de María en todas las fiestas de la Virgen y en las
demás fiestas principales del año.

¿Cómo reaccionaron los Superiores y los Hermanos en Francia? No cabe duda,


que debido a las dificultades de comunicación, no se les pudo hacer sentir el cariño y la
cercanía que necesitaban, pero nos va a quedar claro, por las circulares y las cartas que
vamos a leer a continuación, que no se les abandonó a su suerte y que hubo un cuidado
muy especial por tenerlos al tanto de lo que sucedía con el Instituto en Francia.

En esta carta circular a los Hermanos que hay trabajando en la Polinesia se refleja el cuidado
que ponían los superiores por tenerlos informados, aunque las cartas tardeban a veces años en llegar a
las manos de los destinatarios o en otras ocasiones los Padres Maristas que había con ellos no veían
oprtuno dárseles por diversos motivos.

Carta Circular a los hermanos misioneros en Oceanía

26 de junio de 1849

“Hace largo tiempo que deseaba escribirles, he esperado con impaciencia


una ocasión la que a menudo tenía el dolor de no poder aprovechar. Pero en una
entrevista que he tenido con el P. Poupinel he tomado las medidas para tener más
fácilmente y más seguidamente comunicaciones con ustedes, sabiendo con qué
gusto reciben noticias del Hermitage y de lo que se refiere a nuestra querida
Sociedad.
Esperaba para escribirles la salida de Monseñor d´Amatha, que ha tenido a
bien honrarnos con su visita y que nos ha hablado de una manera tan interesante
de las misiones de Oceanía, pero ha salido en la época de vacaciones y saben que
durante este tiempo estoy extremadamente ocupado. El retiro no ha terminado en
una casa, cuando tengo que acudir a otra para comenzar un segundo, un tercero,
etc... como podrán ver en las circulares de las vacaciones de 1847 y 1848 que les he
dirigido. Uno aún a estos dos circulares aquella sobre el Espíritu de Fe, del 15 de
diciembre de 1848, convencido de que la leerán con interés. Pienso que puedo
enviar las Circulares a Oceanía como lo hago a otras partes, eso servirá para
estrechar aún más los lazos de unión y caridad fraternal entre todos los miembros
de la Sociedad.
Habrán sabido ya sin duda de nuestra unión con los Hermanos de la
Instrucción Cristiana de St. Paul-Trois- Chateau y con los de Viviers, que llevan el
mismo nombre. Estos dos Institutos están autorizados por el gobierno.”

223
Más adelante les habla de la situación de los noviciados, de las dificultades que tienen éstos a
causa del cambio de gobierno. Les cuenta que hay muchas peticiones de las escuelas, pero que muchas
deben ser rechazadas debido a la falta de obreros para trabajar en la viña del Señor.
También les comunica los problemas que hay en el Papado, en la persona de Pío IX y el apoyo
que ha tenido de las tropas francesas.

Sigue la carta del Hermano Francisco:

“Tenemos novicios que, desde su entrada, nos anunciaron sus disposiciones


para la obra de las misiones extranjeras. Vean que no les hemos olvidado.
Si sienten placer al recibir nuestras cartas, crean que todos los hermanos no
lo sienten menos al recibir las de ustedes. ¡Si supieran con qué avidez buscan en
cada números de los Anales de la Propagación de la Fe, con la esperanza de
encontrar algunas noticias de Oceanía, y cuál se su alegría cuando aparece algo de
la Sociedad de María! ¡Si fuesen testigos de la atención con la que escuchan la
lectura de sus cartas, con qué santa impaciencia quieren saber todo el contenido
desde los comienzos de la lectura! ¡Si supiesen que contentos se ponen al saber todo
el bien que hacen, cómo toman parte en sus penas y en sus alegrías, en sus
consuelos y en sus sufrimientos!¿ Juzguen el cariño y el afecto que tienen por
ustedes!
La lectura de un número de los Anales, de una carta de Oceanía, es por
muchos días motivo ordinario de las recreaciones. Se calcula los progresos de la
misión, sus esperanzas; se sienten las dificultades y los impedimentos, en fin, todos
los Hermanos de Francia expresan el más alto interés que tienen por los Hermanos
del otro mar.
Recomendamos con frecuencia a los Hermanos y a los novicios para que
recen oraciones especiales en el oficio de la mañana y en el de la tarde.
Los Hermanos de los establecimientos hacen también rezar a los niños por
el éxito de sus trabajos, en una palabra, se asocian a su manera a su obra, y como
les he dicho, muchos suspiran tener el honor de tomar parte más activa.
Nos hemos enterado con mucha alegría y satisfacción de cómo en octubre de
1847, Monseñor Pompallier ha fundado el noviciado de N. D. Del Hermitage en
Futuna y que un cierto número de jóvenes insulares se han enrolado bajo los
estandartes de la Reina de los cielos. Rezamos a esta buena Madre para que
proteja, multiplique y afirme más y más esta nueva casa para que sea como un
vivero de nuevos religiosos.
Es un motiva de celo y emulación para todos los Hermanos y novicios de la
Sociedad, y ven también con un placer indecible este nuevo establecimiento que les
dará Hermanos a una distancia tan grande, Hermanos que la mayor parte de ellos
sin duda no podremos ver jamás, pero que amaremos todos, siempre muy
tiernamente y por tanto esperaremos sus noticias con el mayor placer”.

A continuación les habla de la visita del P. Colin, Superior General de la Sociedad de María al
Hermitage.

“ Hemos llorado y gemido con ustedes al enterarnos de la muerte o más


bien del martirio de Monseñor Epalle, de los Padres y de los Hermanos que han
sido masacrados por los infieles, pero estamos alegres con ustedes por el dulce
pensamiento de que son también ilustres mártires y protectores de Oceanía y que
su sangre llegará a ser semilla fecunda de nuevos cristianos.

224
En fin, mis queridos hermanos, cualquiera que sea el tiempo, las
circunstancias y los acontecimientos, en cualquier país, cualquier estado, cualquier
posición en la que nos encontremos y sea lo que sea lo que vamos a hacer, no
olvidemos que es Dios quien regula todo, que dispone todo, que hace todo para su
gloria y para bien de sus elegidos, que sin El no somos nada, no tenemos nada, no
podemos nada. No nos atribuyamos nunca el bien que hace en nosotros; tratemos
por el contrario, de ser más humildes y más modestos a mediada que hace en
nosotros cosas más grandes, y si somos probados, redoblemos el celo, la confianza y
el amor; mostrémonos siempre como verdaderos hijos de aquella que fue a la fe la
más humilde y más elevada de las criaturas mereceremos por esto que ella se
nuestre siempre como nuestra buena y buena Madre. Los Hermanos Asistentes se
unen a mí para asegurarles su afectuoso recuerdo y su sincera unión...
P.S. Hemos recibido con mucho gusto las curiosidades que nos han enviado
desde Oceanía. Si un día viésemos llegar a un joven Hermano de N. D. Del
Hermitage de Futuna ¡Que fiesta! ¡Qué alegría! Adiós, algunas noticias de tiempo
en tiempo, les escribiré tan seguido como me sea posible.”

En 1850, de nuevo el Hermano Francisco se preocupa de hacerle llegar circulares y


documentos de la Congregación para tenerlos al tanto y demostrarles con hechos que no han sido
olvidados.

1850... A los Hermanos en Oceanía

“Les hemos enviado, hace algunos días, nuestra pequeña circular para las
vacaciones de este año 1850. Pienso que ya habrán recibido nuestra segunda sobre
el espíritu de fe, del 16 de julio de 1849. Después que la tercera sea impresa, se la
mandaré también, y es de esta manera, como tendremos una comunicación más
íntima de pensamientos, de sentimientos, de afectos y de intenciones entre los
miembros de la Sociedad a la distancia que se encuentren. Es verdad que en
nuestras circulares que nuestras circulares hay muchas cosas que sólo interesan a
los Hermanos que están empleados en las escuelas, pero les pueden ser muy útiles y
lo mismo que las cartas que ustedes nos envían nos permiten transportarnos en
espíritu en medio de ustedes, en las regiones lejanas que ustedes evangelizan, para
tomar parte en sus trabajos, en sus penas, en sus alegrías y en sus consuelos,
también pienso que estarán interesados en que les demos posibilidad de
transportarse igualmente por el pensamiento en medio de nosotros, y acordarse de
lo que han hecho ustedes mismos en otras ocasiones y esto es lo que hacen sus
cohermanos que reciben anualmente nuestras circulares.
Hubiese querido en otra escribir a cada uno de ustedes en particular para
responder a sus interesantes cartas, pero las circuntancias no me lo han permitido
todavía. Lo haré lo más pronto posible y deseo también que continúen dándonos
noticias lo más seguido que les sea posible. Nosotros las recibiremos con el más
tierno interés.”

Seguidamente el Hermano Francisco les habla de los problemas vocacionales que han
surgido. Les dice que cada año muere un grupo considerable de Hermanos que cuesta reemplazar.
Además las peticiones de nuevas fundaciones son cada vez más numerosas y muchas de ellas deben
ser rechazadas.

“Vean pues cómo seguir uniendo sus plegarias a las nuestras para conjurar
al Señor que multiplique los obreros destinados a cultivar su viña y para recoger su
cosecha, lo mismo en Francia como en Oceanía.”

225
Continúa dando muchos detalles de la situación del Instituto.

“Creo que les gustará que ponga aquí la lista de nuestros establecimientos y
de los Hermanos Directores que los dirigen. Ustedes conocen muchos.”

En el capítulo General de 1852 se trató el día 12 de julio este tema. Veamos lo


que pone el acta:

“...Se lee a continuación el proceso verbal de la tercera secretaría que


presenta los asuntos siguientes: 1º Que sean dadas las explicaciones al Capítulo
General sobre la situación de los Hermanos de Oceanía; 2º que los profesos sean solo
empleados en la formación de los sujetos en las virtudes religiosas y en la enseñanza;
3º que el cordón se dé a los novicios al mismo tiempo que la sotana. El Reverendo
Hermano Superior responde 1º que los hermanos de Oceanía están bajo la
subordinación de los Padres Maristas, y por lo tanto son siempre parte de los
Hermanos; que están bien, pero que no se tienen noticias de ellos mas que
ocasionalmente...”
Antes de esta sesión del Capítulo General, el Hermano Francisco había tomado
las medidas para que se hiciese un seguimiento a los Hermanos misioneros. En junio de
1849, le pide al P. Poupinel, que se encargue de una manera más constante de la
atención de los Hermanos que trabajan en Oceanía.
La preocupación de la pertenencia o no a los Hermanitos de María viene
expresada en una carta escrita por el H. Marie-Nizier desde Futuna al H. Francisco en
1855. El Hermano pregunta si la separación formal de las dos ramas de la Sociedad,
significa que los Hermanos misioneros ya no están vinculados a los Hermanos de
Francia. En su respuesta el H. Francisco de cómo el Capítulo General ha discutido el
tema y ha decidido que los Hermanos que trabajan en Oceanía son todavía considerados
como miembros de la Sociedad de Hermanos.

En 1858 el Hermano Francisco se encuentra inmerso en todos los asuntos relacionados con la
aprobación del Instituto. Ya llevan muchos años tratando de llevar a feliz término los trámites que en su
día comenzo Champagnat. En esta nueva carta circular a los Hermanos de Oceanía les trata de informar
de todo lo que está aconteciendo en relación a este tema.

25 de diciembre de 1858
A los Hermanos empleados en las misiones de Oceanía

“Mis queridísimos Hermanos:


Hubiese querido aprovechar la salida de nuestros Hermanos para Oceanía
para enviarles a cada uno una carta detallada de todo lo que ha pasado de
importante en el Instituto después de la época en la que les escribí el año pasado,
en el mes de enero, pero no he podidos, sea a causa de mi viaje a Roma, sea a causa
de los retiros de los Hermanos que han ocupado mi tiempo. Sin embargo, para
resarcirles de esta privación, les he enviado mientras tanto, algunas circulares
impresas, con una memoria sobre el Instituto que hemos hecho con motivo de
nuestras gestiones para obtener la aprobación de la Santa Sede. Les he añadido
algunas medallas indulgenciadas por nuestro Santo Padre el Papa que he dado a
todos como recuerdo.”

A continuación les comunica las dificultades por las que están pasando para la aprobación del
Instituto.

226
“ Y es verdad que nosotros ya estuvimos propuestos para la aprobación de
la Santa Sede en 1835, junto con los Padres Maristas por el R. P. Colin, que era
entonces Superior General de los unos y de los otros. Pero Roma juzgó conveniente
hacer dos Sociedades distintas, pues el cardenal encargado de examinar este
asunto, consideró que los Padres y los Hermanos eran bastante numerosos y
teniendo una finalidad y empleos muy diferentes, un solo superior no podía bastar
y pues cada rama tenía necesidad de una dirección especial, debía por tanto tener
un superior particular. La causa de los Padre se aprobó antes de la de los
Hermanos, la Santa Sede se contentó entonces con aprobar la Sociedad de los
Padres y les confió las misiones de Oceanía.”

Termina hablando largo tiempo del tema de la aprobación del Instituto y los pasos que están
dando apoyados por los Padres Maristas.

El Hermano Luis María les dirige una carta circular en 1862. Se alegra de las noticias que van
recibiendo periódicamente por medio del P. Poupinel. También expresa su pena de no poder con la
rapidez que le gustaría, las cartas que le escriben.
Les comunica el nombramiento del Hermano Pascal como el encargado de contestarle las
cartas.

“ Saint-Genis- Laval ( Rhône ) 15 de noviembre de 1862


Carta circular dirigida a los Hermanos de Oceanía
...No puedo menos que regocijarme y bendecir a Dios con ustedes, mis muy
queridos hermanos, de las buenas noticias que el Reverendo P. Poupinel nos ha
traído.
...Pero lo que nos consolado sobre todo han sido las palabras que ha dicho
sobre cada uno de ustedes. ¡Qué contentos estaban los antiguos de volver a oír sus
nombres queridos! ¡Cómo nos hemos enterado todos con alegría que nuestros
buenos hermanos de Oceanía están bien, que están contentos y que ayudan con
todas sus ganas a los misioneros en la obra de la conversión de los pueblos.
Yo mismo me he colmado de consuelo, al poder apretar los lazos de caridad
y fe que nos unen a todos bajo la protección de María y en su pequeña Sociedad,
oyendo al Reverendo Padre decir que conservan todo el apego por el Instituto;
toda la felicidad que experimentan al recibir nuestras noticias, al saber que el buen
Dios continúa bendiciendo nuestra obra y haciéndola prosperar.
Estos sentimientos y disposiciones, las encuentro con frecuencia en sus
cartas y son expresadas con tanto ardor y vivacidad que experimento una
verdadera pena de pensar que con mucha frecuencia deben esperar largo tiempo
nuestras respuestas. Así que he decidido para facilitar esta correspondencia mutua
que es su consolación y la nuestra, confiarla a un hermano Asistente como la
correspondencia ordinaria de otras provincias del Instituto. Casi todos han salido
de esta casa del Hermitage donde tenemos los restos preciosos del Fundador. Por lo
tanto es a la provincia del Hermitage a la que sus distintos establecimientos serán
unidos y el querido hermano Pascal será su Asistente.
Este hermano es excelente, lleno de celo y afecto. Estoy seguro que pondrá
toda la puntualidad en responderles y que encontrarán bien todas las relaciones
que tengan con él. Para él será un honor satisfacer sus peticiones, ayudarles con
sus consejos y entenderse con el R. Padre encargado de las misiones para las
pequeñas comisiones que le puedan confiar.

227
Continuaría con su correspondencia de una manera particular porque me
son particularmente conocidos y particularmente queridos. Si me descargo
ordinariamente en un hermano Asistente, es para prevenir las tardanzas y los
olvidos que pudieran traer las ausencias prolongadas o la administración de los
asuntos del Instituto.
Les renuevo por tanto hoy a todos, mis muy queridos hermanos, la
seguridad de que todo nuestro afecto y de todos nuestros piadosos recuerdos. Les
consideramos siempre como nuestros, aunque han sido dados a una de las misiones
lejanas a las que se deben ofrecer y consagrar por entero. Por lo tanto, por este
afecto y estos sacrificios, contribuyen más que todos los demás al bien de nuestra
obra común. ¡ Oh, cuántas gracias y bendiciones traerán sobre todo el Instituto de
los Pequeños Hermanos de María aquellos que Dios asociara a la vida de los
Apóstoles y que tengan bastante constancia y generosidad para usar sus fuerzas y
su salud para ofrecerse hasta la muerte.
Fue, va a hacer pronto 27 años, una gran alegría y una gran esperanza para
nuestro venerado Padre y Fundador, cuando vio salir sus primeros hermanos para
esta bella misión, y nadie de nosotros duda que el bien que se ha hecho después y el
que ustedes continúan haciendo, no sea una de las causas principales de la
prosperidad y el desarrollo de nuestra obra en toda Francia y después en las Islas
Británicas y en Bélgica.
...Trataré en la primera ocasión de darles un estado detallado de todo el
Instituto y dirigir a cada uno la respuesta que él desee.
En espera, quedamos más unidos que nunca de espíritu y de corazón, de
oraciones y de trabajos, y reciban la seguridad de estar unidos con aquel que soy
etc.
Les pido hacer llegar mis muy humildes respetos a los que están con ustedes
y recomendarme a sus buenas oraciones y a sus santos sacrificios.”
Hermano Luis María

El 20 de mayo de 1854, el Hermano Pascal es nombrado Asistente y encargado


de la correspondencia con las misiones de Oceanía.

En 1863, este Hermano le dirige una carta circular a los Hermanos que trabajan en las
misiones del Pacífico.
Comienza con un acto de humildad muy de moda en aquellos tiempos, pues les dice que con él
no van a tener nada.
Toda la carta está llena de noticias y datos que les hacen conocer a los Hermanos destinados en
Oceanía, la situación del creciente Instituto de los Hermanitos de María.

“V.J.M.J.

Saint-Genis-Laval (Rhône) 8 de diciembre de 1868


Carta Circular a los Hermanos de Oceanía.
Mis muy queridos Hermanos:
Esperimento una sincera y dulce consolación de que me hayan encargado de
la correspondencia de los buenos Hermanos de Oceanía. Parece que por este
motivo tendré una parte muy especial en la obra de las Misiones en la que trabajan
tan directamente, podré mirar un poco como mios los servicios que ustedes rinden
continuamente a los RR.PP. con los que tienen el honor de estar asociados. ¡ Pero

228
ay! Pudieran recibir abundantes consuelos y poderosos ánimos por medio de una
buen corresponsal. ¿Conmigo qué tendrán? ...No sé nada, mis queridos Hermanos.
De mí, no tendrán nada, absolutamente nada, puede ser que menos todavía.
¡ Gran Dios que miseria! Siempre pido y pediré a la buena Madre, al P.
Champagant, a nuestros primeros Hermanos que se pongan de acuerdo para que
se deslicen en las cartas que debo escribirles, la piedad, la unción, la caridad que le
son tan indispensables para cumplir santamente los deberes de la bella misión que
han abrazado. De su parte, ustedes pidanlo también. Después esperaremos del
buen Dios, de Nuestro señor Jesucristo, las abundantes bendiciones que desea
tanto repartir sobre los fieles obreros de su viña.
Después de que el R. H. Luis María les ha escrito, el buen Dios nos ha
favorecido con grandes ayudas. También habran sabido que el Capítulo General
ha estado reunido después de poco tiempo; se había detenido hasta que se hiciesen
las instancias annte el Santo Padre para obtener la aprobación positiva en especial
de nuestra querida y pequeña Congregación. Después de dos viajes hechos por el
Reverendo Hermano Luis María a lo largo de 1862, nuestro Santo Padre el Papa,
tomando conocimiento de la Congregación, de si espíritu, de su finalidad, lo mismo
que de sus artículos fundamentales de su organización, la Sagrada Congregación
de los Obispos Regulares habiendo hecho un serio análisis de nuestro asunto, su
santidad nos ha definitivamente aprobado el 9 de enero de 1863. A partir de esta
época, tenemos el insigne favor de podernos decir, de una manera más exclusiva
que antes, Los Hijos de la Santa Iglesia Romana.
Nuestro espíritu, nuestra finalidad, nuestros votos, nuestra organización,
bajo un Superior General elegido por nosotros mismos, todo ha sido
definitivamente aprobado y bendecido por el Santo Pontífice Pío IX. Es este un
favor al que damos un valor inmenso y que ha llenado de alegría a todos los
miembros de nuestra querida Sociedad.
A continuación de esta autorización, el Capítulo General se ha convocado de
nuevo con el fin de recibir con toda la solemnidad conveniente la primera
publicación de este gran favor. Y a continuación procedió a la elecciçon del primer
Superior General del que su autoridad debía emanar directamente de la Santa
Sede. Los votos no se han compartido para nada, el nombre del R. H. Luis María
ha salido de la urna y el venerado Hermano que nos ha dado ya tan grandes
ejemplos, y testimonios de amor, de solicitud y de celo, oara el desarrollo y el
afianzamiento de nuestra Sociedad, a sido proclamado Superior General de los
Hermanitos de María. Inmediatamente, toda la comunidad ha cantado el
Magníficat para dar gracias a Dios por medio de María por todo lo que nos ha
dado a la vez, un padre que es todo corazón para el amor, un superior lleno de
sabiduría para gobernar y un Maestro lleno de ciencia para instruir. Después se ha
tenido la elección de los Asistentes. El querido Hermano Juan Bautista ha sido
elegido primer Asistente y designado para la provincia de Saint-Genis- Laval. El
querido Hermano Pascal, 2º Asitente para la provincia del Hermitage; el querido
Hermano Teófano, tercer asistente, para la provincia de Norte que comprende la
de Périgord, las Casas de Bélgica, Inglaterra, de Escocia y de Irlanda; el querido
Hermano Philogone, 4º Asistente, para la Provincia de Begude y el querido
Hermano Eubert, 5º Asistente, para la Provincia de Saint-Paul.Trois-Chateaux.
El R. H. Francisco continúa su retiro en la Casa del Hermitage en donde se
desenvuelve singularmente en medio de una centena de Hermanos que están, tanto
por los estudios como por el servicio de la Casa.

229
Una vez que el Caspítulo terminó, los Capitulares han ido a llevar la noticia
a las provincias y a los Establecimientos. Siempre, el R. H. Superior ha podido
dirigir todos los Retiros excepto el de Escocia y anunciar el mismo esta aprobación
mil veces bendita.

Habla de la indulgencia que le ha dado el Papa a todos los Hermanos .


Con este mismo fin, les he mandado a cada uno las tres últimas circulares
del R. P. Supeior General. No solamente ustedes las leerán, sino que estoy seguro
de que las meditarán con cariño. Sacarán en abundancia el espíritu que les debe
animar a todos, el espíritu que debe constantemente fortificarles, el espíritu que
debe conducirnos al cielo.

Al final les cuenta una desgracia que se ha dado en la casa Madre de Sain-Genist-Laval, el 6
de septiembre, en la que han muertos dos Hermanos, los Hermanos José y Maximino.
Hemos conocido la desgrecia del mismo género que le ha llegado al
Hermano Jacques Peloux. Estamos también apenados, es lo que nos ha escrito tan
edificante sobre este tema el R.P. Eloy, es lo mismo que el R. P. Poupinel viene a
decirnos, nos ha llenado de admiración por la virtud de este buen Hermano. Con
ustedes esperamos que él esté también en el cielo.
Me detengo aquí por esta vez M.B.C.F. Ustedes tendrán por otra parte
abundantes noticias por el P. Poupinel. Y les dirá que la Congregación continúa
más allá de nuestras esperanzas. Nuestras casas de Inglaterra sobre todo parecen
prometer grandes frutos. Puede ser que lleguen a ellas para darnos algunos buenos
sujetos, para las escuelas en la misionres de Nueva Zeland.”

Al morir el H. Pascal prematuramente, en 1967, el H. Philogone, Asistente para


la Provincia de Aubenas, fue nombrado sucesor encargado de los Hermanos de Oceanía.
Finalmente, cuando las escuelas fueron abiertas nuevamente en el Cabo de Buena
Esperanza, en Australia, en Samoa y en Nueva Caledonia, la administración general
nombró un Provincial para las misiones de Oceanía, que sería el responsable para los
Hermanos del sector, trabajasen o no en las escuelas.
Trece fueron los Hermanos que llegaron a Nueva Zelanda entre 1838 y 1842. De
los dos que allí estaban cuando llegaron los Hermanos enseñantes, sólo uno pidió
juntarse a ellos; transcurridos algunos años pidió volverse a su antigua residencia con
los Padres, el otro Hermanos permaneció siempre en la misma. Siempre era el
Provincial de Oceanía quien tenía la última palabra, de acuerdo con el obispo del lugar,
el Vicario Apostólico o el Superior local marista.

230
Como ya hemos visto anteriormente, los primeros Hermanitos de María
misioneros, comenzaron a llegar a Nueva Zelanda en los tiempos en los que los Padres
Maristas y los Hermanos Maristas, nacidos de una común inspiración, estaban, por
decirlo de alguna manera, bajo la común autoridad del P. Colin. Más tarde siguiendo las
orientaciones de la Santa Sede, las dos ramas se separaron y cada una de ellas, a partir
de ese momento, tuvo una vida y un desarrollo independiente.
En 1876, los Hermanos Maristas fueron llamados a fundar en Nueva Zelanda,
escuelas dedicadas únicamente a la instrucción y educación cristiana de los niños, como
las que ya se dirigían en Francia y en otros países.
Así anunciaban las crculares la salida de los primeros Hermanos para Nueva
Zelanda:

231
“ Hoy mismo, 21 de noviembre, nuestro querido Hermano John, antiguo
Director de St- André en Glasgow, Hermano de cuatro votos, se ha embarcado en
Marsella, en el Malle, con dos Padres Maristas, para hacer la visita a las diferentes
Casas de las Misiones extranjeras, y para residir a continuación en Sidney
( Parramatta ), en calidad de Hermano Provincial para todas las Misiones, con los
poderes y las atribuciones que las Contituciones dan sea a los Hermanos Directores
Provinciales, sea a los Hermanos Visitadores. Y es bastante probable que, vistas la
distancia de los lugares y la dificultad de las correspondencias, será obligado a
ejercer estos poderes. Será no obstante la práctica y la experiencia por la que
fijaremos este asunto, y será el Capítulo General el que decidirá. A la espera de
esto, el Superior General de acuerdo con sus Asistentes, le dará, por Carta de
Obediencia, la instrucciones y las delegaciones especiales que pedirán las
necesidades de estos diversos establecimientos.
Hacia mitad de diciembre, tres Hermanos daben salir de Londres, en
compañía de tres Padres Maristas, para fundar un establecimiento en Wellington
( Nueva Zelanda), que Su Grandeza Monseñor Redwood, Obispo de Wellington,
nos ha pedido, hace más de un año. Estos son el Hermano SIGISMOND, Director,
de la Provincia de Saint-Paul-Trois-Chateaux; el Hermano PAPINIEN, Sub-
director, de la Provincia de Aubenas; y el Hermano MATHEW, de la casa de
Dumfries, de la Provincia de las Islas.
Encomendamos a estos cuatro nuevos Hermanos Misioneros a las oraciones
de todos, su larga travesía, y los éxitos en los empleos que les serán confiados.
Recomendamos igualmente, de nuevo, a la Obra entera de las Misiones
extranjeras. Esta es una piadosa intención que todos deben hacer en sus oraciones
y buenas obras de cada día; pero, para recordarlo más rotundamente, en las Casas
de Noviciado, se recitará, durante los cuatro meses de travesía, del 21 de
noviembre al fin de marzo, el Ave Maris Stella, en la visita de las once y media.”

Una vez llegados a Nueva Zelanda se sucedieron las fundaciones. A


continuación ponemos un pequeño resumen de las primeras fundaciones en Nueva
Zelanda.

Wellington
La primera petición para dirigir una escuela, fue hecha por Monseñor Redwood,
de la Sociedad de María, que fue el sucesor en la sede episcopal de Wellington de
Monseñor Viard.
En un informe que dirige hacia finales de 1875 a la oficina central de la
Propagación de la Fe sobre el estado de su vasta diócesis, dice:
“Tenemos 35 escuelas, de las cuales 5 son dirigidas por religiosos y las otras
por laicos...necesitaríamos por los menos 20 más; desgraciadamente estamos detenidos
por las más variadas dificultades: falta de dinero, dispersión de las familias católicas,
que están en la imposibilidad de enviar a sus hijos a un centro común, impedidos de
encontrar maestros capaces, etc. Como resultado de esto muchos de los niños se ven
obligados a quedar con sus padres u obligados a frecuentar las escuelas protestantes,
con el riesgo de perder la fe o de contraer hábitos de indiferencia práctica...”

Animado por los Padres Maristas que estaban en su diócesis Monseñor Redwood
acudió a los Superiores de los Hermanos Maristas para la fundación de una, e incluso si
era posible de dos escuelas. Se acudió a la joven provincia de Australia que ya por esa

232
época comenzaba a prosperar y que en el noviciado ya había formado algunos buenos
hermanos, y haciendo un esfuerzo respondió favorablemente.
A comienzos del año 1876, el H. Jhon, que representaba a los Superiores,
condujo el mismo a los tres primeros hermanos Sugismond, Papinien y Edwin a
Wellington. El Obispo estaba entonces en una visita pastoral y fueron recibidos por el P.
Petitjean. Este en el sermón del domingo siguiente hizó un gran discurso sobre la misión
del hermano educador y entonó un Te Deum para dar gracias a Dios de la llegada de los
Hermanos Maristas.
Cuando Monseñor llegó, en la misa pontifical que ofició, habló de la llegada de
los Hermanitos de María como un gran acontecimiento para su diócesis.
En el segundo año de la fundación, el número de los hermanos de la comunidad
llegó a cuatro, para más tarde llegar a cinco. Los alumnos llegaban a 280.
Más tarde, en 1911, los Padres Maristas hicieron una nueva escuela en
Hawkestone Street, y la confiaron a los Hermanos Maristas. La comunidad estaba
compuesta por tres hermanos.

Napier
A 280 kilómetros al noroeste de Wellington, sobre la orilla meridional de la
bahía de Hawke, se encuentra la ciudad de Napier.
En 1878 se fundó la primera escuela marista en esta ciudad. Su primer director
fue el H. Papinien, pero fue el subdirector, el H. José Francisco Javier, quien hizo la
primera clase. Aunque tenía 27 años, estaba dotado de unas buenas dotes pedagógicas y
de un gran espíritu religioso. La marcha de esta escuela dio plena satisfacción al P.
Forest antiguo colaborador del P. Champagnat en el Hermitage. Este padre cuidó a los
hermanos como verdaderos hijos hasta su muerte. La comunidad estaba compuesta por
tres hermanos y se educaba a unos 130 alumnos.

Auckland
Esta ciudad fue la capital de Nueva Zelanda entre 1843 y 1865, está situada al
noreste de la Isla Norte, sobre la costa septentrional de un istmo estrecho que separa el
golfo de Hauraki de la bahía de Manukau, formada por el océano sobre la costa opuesta
de la isla.
Los hermanos fueron llamados en 1883 por Monseñor Luck, segundo sucesor de
Monseñor Pompallier en la sede episcopal. Los fundadores fueron los hermanos Edwin,
Vial, Damien y Jérôme, que llegaron el 17 de agosto. Sus clases, que se abrieron el 7 de
septiembre, comenzaron con 80 alumnos el primer día. Más tarde, al lado de este primer
colegio se elevó el del Sagrado Corazón. En 1894, durante una visita que hizo el H.
Teófano, Superior General de los Hermanos, tuvo el honor de presentar sus respetos al
Sr. Obispo y este la habló de la necesidad de separar los dos colegios y dotar al de High
School de una internado.

Wanganui
Wanganui es un bello y pintoresco en el río que desciende de las más elevadas
cumbres de la Isla Norte, que al bajar deja dos llanuras muy fértiles. Hacia 1850 los
colonos que habían buscado establecerse cerca de Wellington, encontraron en la parte
baja del río un lugar que les gustó e hicieron una aglomeración de casas que más tarde
fue la villa de Wanganui.
El P. Pezant de la Sociedad de María, ayudado por el H. Eulogio, vivieron allá,
sosteniendo la fe de un pequeño número de católicos. A su lado, cerca de allí, el P.
Lampila y el H. Elie-Regis, lograron la conversión de un buen número de maorís. El

233
lugar se convirtió en un lugar de referencia de la fe católica, pero su desarrollo se vio
frenado por la guerra de los Haou-Haou.
En 1893, el P. Kirk había sustituido al P. Pezant. Éste había construido al lado
del templo una escuela de tres clases y una casa que era un modelo de buen gusto.
Deseaba confiar esta escuela a nuestros hermanos, e hizo a los Superiores una petición
de tres hermanos. Su petición fue escuchada. El primer superior fue el H. Alfred,
ayudado por los hermanos Colman y Mary Edmund. Las clases se abrieron el 2 de
febrero de 1894 y comenzaron con 80 alumnos.

Chistchurch
Primitivamente la diócesis de Wellington comprendía la mitad meridional de la
Isla Norte y toda la Isla Sur. Después la mayor parte de esta última se dividió en dos
diócesis la de Dunedin, y la de Chistchurch.
Está situada en la mitad de una llanura fértil en el distrito de Canterbury. En
1887, su obispo Monseñor Grimes de la Sociedad de María, expresó el deseo de tener
una comunidad de Hermanos para la educación cristiana de los jóvenes. Al poco tiempo
vio satisfecho su deseo con la llegada del H. José Francisco Javier, por aquellos tiempos
director de Napier. Con él llegaron otros cuatro Hermanos. Llegados al comenzar
febrero de 1888, comenzaron las clases el 13 del mismo mes. Los fondos faltaron para
terminar la escuela. Gracias a Dios el H. Director era un hombre con mucha iniciativa,
llamó a todos los católicos de la ciudad que respondieron la escuela se pudo terminar.

Timaru y Greymouth
En 1889, Monseñor Grimes, se encontraba en Roma, pidiendo a los Superiores
otras dos comunidades de tres Hermanos para dos de las ciudades más importantes de
su diócesis: Timaru, situada en la costa oriental de la Isla Sur, a 140 kilómetros al este
de Chistchurch; y Greymouth, situada al noroeste de la misma ciudad de la costa
opuesta. Las dos fundaciones fueron efectuadas la una en 1891 y la otra en 1892.

Invercargill
Invercargill esta situada en extremo meridional de la Isla Sur, sobre el estrecho
de Foveaux, que la separa de la isla de Stewart. La comunidad marista fue fundada en
1897 y estaba compuesta por tres Hermanos.
A continuación vamos a trascribir dos cartas que escribe el hermano John,
nombrado asistente para las misiones de Oceanía, en las que cuenta la situación de las
obras y de los hermanos que están trabajando en Nueva Zelanda. La primera carta esta
escrita desde Sydney el 3 agosto de 1876:
“...A mi regreso a Sydney he visto que no podía soñar con el hermano
Augustinus. De tal manera que los hermanos no podrán hacerse cargo de la
escuela de St. Joseph a pesar de los inconvenientes del local insuficiente en el que
están , y de la probabilidad de que muchos de los niños de St. Joseph irán a la
escuela de los protestantes con el riesgo de que queden con ellos después de la que
la nueva escuela sea terminada. En la escuela de Sta. Marie para “ School Fees”
exigimos un chelín por semana a los pequeños y un chelín y medio a los grandes. Y
hay algunos aún más pequeños que pagan la primera cifra. Será bastante difícil
obtener esta primera cifra de todos. Es Monseñor quien ha fijado está cifra
después de haberlo convenido conmigo.”
Años más tarde, el 17 de febrero de 1881, escribía desde Wellington:
“He salido de Napier el 29 de enero a las 7 de la tarde y el día siguiente a las
dos de la tarde he llegado a Wellington. Los Hermanos me esperaban. Están todos

234
con buena salud. Al día siguiente he comenzado mi visita por las clases. Hacía ocho
días que los alumnos habían vuelto de las vacaciones. He encontrado 78 en la
primera clase que la dirige el Hermano Francis Borgia. El buen hermano está muy
entregado pero el espacio es muy pequeño para sacar partida de tanta gente. Tiene
nada más que una pequeña sala de 15 pies por 20. He hecho las instancias a los
curas para lograr una modificación bastante simple que le aumentaría tres veces
más de espacio suprimiendo una especie de plataforma. Los dos curas están de
acuerdo y esperan obtenerla de Monseñor Redwood a su vuelta. Las disposiciones
de estas clases son muy incómodas para los Hermanos y los niños. En un principio
se ha querido subordinar todo a una especie de teatro o Meeting Hall. Esto ha
supuesto muchas más fatigas y penas para los hermanos y menos progreso para los
Alumnos. Hemos terminado por convencer a los curas de las dos parroquias que
era necesario hacer de la gran sala (que tiene 70 pies por 30) res bonitas clases
separadas por tabiques de vidrios que por los que se podrá salir en caso de
necesidad por los Meetings. Falta ganarse a Monseñor a su vuelta.
Los niños de la clase de los pequeños están sobre todo débiles para el
catecismo. Generalmente los niños saben recitar las oraciones muy bien en
particular pero para la recitación en común, no comprenden nada. Este defecto es
general, pero menos sensible en las otras clases. La lectura está bastante bien y la
escritura igualmente aceptable en lo que se refiere a los principios. La aritmética
está bastante débil. Hay un avance considerable para la disciplina.
El Hermano Francis-Borgia se ha portado bastante bien durante el año. Ha
sido regular, bastante piadoso. Ha trabajado un poco durante los estudios, pero
pienso que hará avances durante este año. Tendrá la edad para la Profesión en el
próximo retiro he hablado un poco. Sin tener razones muy claras, no sé bien si él
está solidamente apegado a su vocación. Por lo tanto el se considera contento.
En la tercera clase ( 2 ª Book) que dirige el hermano Valerian he encontrado
42 niños presentes. Aquí todavía el catecismo es el punto débil, sobre todo en lo que
se refiere a la letra. Las oraciones están bastante bien recitadas. Los cuadernos
están generalmente bastante bien hechos y la escritura esmerada, pero los
fundamentos parecen defectuosos.”

235
Colegio de los Hermanos
Maristas de Wellington
Hawestone a finales del siglo
XIX.

DE PARA ESCRITA DESDE FECHA


Pompallier Champagnat St. Lavaranne 2 mayo 1842
Pompallier Champagnat Lyon 18 agosto 1833
Pompallier Champagnat Lyon 13 noviembre 1835
Pompallier Champagnat Lyon 29 diciembre 1835
Pompallier Champagnat Lyon 17 febrero 1836
Pompallier Champagnat Lyon 9 octubre 1836
Pompallier Champagnat Havre 10 diciembre 1836
Champagnat Pompallier París 27 mayo 1838
Pompallier En el barco 1837
Pompallier Akaroa 16 abril 1844
Servant Champagnat Havre 15 diciembre 1836
Servant Valparaíso 14 junio 1837
Servant Hokianga 15 octubre 1839
Servant Bahía de las Islas 14 mayo 1840
Servant Hokianga 29 mayo 1841
Servant Futuna 20 julio 1846
Michel Bahía de las Islas 17 mayo 1840
Pompallier Bahía de las Islas 31 agosto 1840
Epalle Bahía de las Islas 31 agosto 1840
Michel Matahori 2 noviembre 1840
Servant Sin lugar Sin fecha
Forest Sin lugar 7 octubre 1842
Epalle Sin lugar 9 noviembre 1842

236
Seon Matamata 23 abril 1843
Forest Sin lugar Marzo 1843
Reignier Opotiki 27 junio 1843
Francisco Eulogie Hermitage Sin fecha
Claude Marie Brest 25 enero 1840
Claude Marie Goreé - Senegal 25 marzo 1840
Claude Marie Bahía de las Islas 18 julio 1840
Claude Marie Hokianga 7 septiembre 1840
Claude Marie Hokianga 2 enero 1842
Claude Marie 2 febrero 1843
Claude Marie 18 octubre 1843
Claude Marie Kororareka 12 febrero 1844
Claude Marie Hokianga 1 noviembre 1844
Claude Marie Opotiki 6 enero 1846
Claude Marie Hokianga 6 junio 1849
Claude Marie Nelson 1 noviembre 1859
Francisco Claude Marie Hermitage Sin fecha
Claude Marie Nelson 24 mayo 1867
Claude Marie Napier 24 agosto 1880
Florentin Akaroa 29 octubre 1840
Florentin Akaroa 9 marzo 1842
Florentin Akaroa 14 marzo 1842
Florentin Akaroa 7 febrero 1843
Florentin Auckland 15 diciembre 1844
Francisco Florentin Hermitage Sin fecha
Pierre Marie Sin lugar Sin fecha
Pierre Marie Cabo de Buena 21 febrero 1841
Esperanza
Pierre Marie Kororareka 20 mayo 1842
Pierre Marie Kororareka 20 mayo 1842
Pierre Marie Kororareka 14 febrero 1843
Pierre Marie Kororareka 2 noviembre 1843
Pierre Marie Kororareka 14 abril 1844
Pierre Marie Kororareka 18 abril 1844
Pierre Marie Kororareka 29 diciembre 1845
Francisco Pierre Marie Hermitage Sin fecha
Emery Bahía de las Islas 1843
Emery Bahía de las Islas 1843
Emery Bahía de las Islas 5 julio 1845
Francisco Emery Hermitage Sin fecha
Basile Kororareka 2 noviembre 1843
Francisco Basile Hermitage Sin fecha
Colomb Sin lugar 21 noviembre 1843
Elie Regis Valparaíso 12 enero 1839
Elie Regis Sin lugar 1842
Elie Regis Wakatane 30 junio 1846
Francisco Elie Regis Hermitage Sin fecha
Luc Kororareka 20 mayo 1842
Luc Kororareka 12 febrero 1843
Luc Kororareka 1 septiembre 1843

237
Epalle Kororareka Sin fecha
Pompallier Kororareka 31 agosto 1840
Epalle Kororareka 12 diciembre 1840
Francisco Justin Hermitage 9 enero 1857
Marie Nizier Poupinel
Francisco Poupinel 17 enero 1859
Luis María Poupinel S. Genis Laval 4 enero 1863
Hermitage Oceanía Hermitage 20 enero 1844
Circular 26 junio 1849
Circular 1850
Circular 25 diciembre 1858
Circular 15 noviembre 1862
Pascal Oceanía S. Genis Laval 8 diciembre 1868
Jonh Sidney 1876
Jonh Welligton 17 febrero 1881

En las Circulares del Istituto aparece la siguiente lista de los Hermanos Misioneros que fueron enviados a
Oceanía. Cabe destacar el nombre del Hermano Luc Mace, que parece que pertenecía a los Hermanos Cuadjutores, pero
que aparece en la lista entre los Hermanos Maristas.

238
1836 Marie-Nizier J. M. Delorme 1836 Londres, 1874
1836 Michel Colomban 1836 Salió del Instituto
1836 J. F. Xavier J. Luzy 1836 Sydney, 1873
1838 Ekie-Régis Et. Morin 1837 Nueva Zelanda,1872
1838 Marie Augustin Joseph Drevet 1836 Salió del Instituto
1838 Florentin J. B. Francon 1837 Sydney, 1903
1839 Attale Grimaud 1839 Pea, 1847
1840 Ammon Duperron 1838 Salió del Instituto
1840 Claude Marie J. B. Bertrand 1836 Nueva Zelanda, 1893
1840 Pierre Marie Perenon 1834 Hermitage, 1873
1840 Basile P. Montchallin 1837 Nueva Zelanda, 1898
1840 Justin Et. Perrel 1839 Lyon, 1871
1840 Colomb Pierre Poncet 1840 Salió del Instituto
1840 Euloge A. Chabany 1841 Nueva Zelanda, 1864
1841 Deodat Villemagne 1841 Nueva Zelanda, 1842
1841 Luc * Mace 1841 * S.M. Salió del Instituto
1845 Bertrand Cl. Besselle 1841 Lifou, 1890
1845 Aristide J. Brun 1844 Salió del Instituto
1845 Gennade P. Rolland 1844 Sydney, 1898
1845 Gérard Fougerouse 1845 Apia, 1847
1845 Optat Bergillon 1845 Salió del Instituto
1845 Paschase J. Martin 1845 Ovalu, 1853
1845 Lucien Manhaudier 1844 Apia, 1893
1845 Hyacinthe Chatelet 1845 San Cristóbal, 1847
1849 Charise J. P. Gross 1949 S. Paul-Trois-Chateaux, 1884
1849 Sorlin F. Gente 1849 Fidji 1903
1857 Emery P. Roudet 1844 Toulon, 1882
1857 Augule J. L. Charouze 1851 Sydney, 1907
1858 Abraham Cl. Marquet 1849 Apia, 1870
1858 Ptelémée J. B. Royer 1857 Tonga, 1863
1858 Germanique Fleury Boudoy 1958 Salió del Instituto
1858 Annet Ducrost 1852 Viti
1858 Edouard ( P. M. ) J. Buisson 1856 Solevu,1875
1859 Thérèse M. Mathieu 1853 Nueva Caledonia,

239
Para terminar quiero tener un recuerdo especial a
todas aquellas personas que han colaborado en la
realización del presente trabajo.
A lo largo de un periodo tan largo han sido
muchas y espero no olvidarme de nadie.
En las traducciones me han ayudado: El Hermano
Avelino Jiménez, con el francés. Tere y Arturo
Morales con algunas traducciones inglesas.
El Hermano Aureliano Brambila, me introdujo en
el apasionante mundo de la investigación.
A los Hermanos Joseph Ronzon y el Hermano
Edward Clisby, por los trabajos que han realizado
sobre nuestros primeros Hermanos Misioneros, el
primero en francés y el segundo en inglés.
El Hermano Jesús Sáiz de Vicuña, que con tanto
interés me facilitó los documentos del archivo de la
Casa Generalicia en Roma.
Al Padre archivero, Carlo María Schianchi, de la
Casa Generalicia de los Padres Maristas que me
facilitó el acceso a las cartas que se conservan en
Roma de algunos de los Hermanos que trabajaron en
Nueva Zelanda.
Al Hermano Patricio Pino, de la Provincia Santa
María de los Andes, que me ayudó en la traducción de
algunas cartas y con el que compartí el interés por la
investigación de los orígenes del Instituto.

BIBLIOGRAFÍA

1.- LES ORIGINES DE LA FOI DANS LA NOUVELLE – ZELANDE


LIBRERIE GENERALE EMMANUEL VITTE

240
Lyon 1896

2.- VIE DU FRERE FRANCOIS


ABEÉ L. PONTY
EMMANUEL VITTE
Lyon 1899

3.- TRES REVEREND PERE COLIN


IMPRIMERIE EMMANUEL VITTE
Lyon 1900

4.- VIE DU FRERE LOUIS MARIE


EMMANUEL VITTE
Lyon 1907

5.- CIRCULAIRES
Troisieme volume
LIBRAIRIE EMMANUEL VITTE
Lyon 1914

6.- CENTENAIRE DES MISSIONS MARISTES EN OCEANIE


EMMANUEL VITTE
Lyon 1936

7.- ORIGINES MARISTES ( 1786 – 1836)


J. COSTE – G. LESSARD
Piazzale M. Champagnat, 2
Roma 1985

8.- LETTRES 2. REPERTOIRES


RAYMOND BORNE – PAUL SESTER
Piazzale M. Champagnat, 2
Roma 1987

9.- FRERES COADJUTEUR


A.F. M.
Roma

10.- 48 LETTRES CONTENUES DANS EN CAHIER


(De nuestros primeros Hnos. misioneros)
A. F. M. Roma

11.- CRONOLOGÍA DEL INSTITUTO


H. ISIDRO AZPELETA S. Chile
Roma, 1988

12.- LETTRES PERSONNELLES 1- (1841-1852)


Frere François
FR. PAUL SESTER
Rome, 1996

13.- LETTRES PERSONNELLES 2


Frere François
FR. PAUL SESTER
Rome, 1996

14.- CONTRIBUTION A UNE ETUDE SUR LES DEBUTS DES MISSIONS MARISTES
D´OCEANIE
FRERES MARISTES EN OCEANIE
FR. JOSEPH RONZON

241
Saint-Genis-Laval, 1997

15.- JEAN MARIE DELORME, FRERE MARIE-NIZIER


FRÈRE JOSEPH RONZON, fms
Saint- Martin-en-Haut, 1995

16.- GOD GIVES, GOD TAKES AWAY


Father Michel Borjon & Br. Deodat Villemagne
BR. EDWARD CLISBY
Auckland, 1992

17.- LETTRES DIVERSES SUR LES MISSION D’OCEANIE DÉS 1846


A.F.M.
Roma

18.- PETITE BIOGRAFIE DU PERE POUPINEL


A.P.M.
Roma

19.- LA COMUNIDAD MARISTA EN TIEMPOS DEL FUNDADOR:


Rasgos carácterísticos a partir de los escritos del Beato Marcelino Champagnat
JOSÉ LUIS ELÍAS BECERRA
Roma, 1992

20.- LA GUÍA DEL TROTAMUNDOS, NUEVA ZELANDA


MOISES MARTÍNES MARTÍNEZ
EDICIONES GAESA
Madrid, 1985

21.- COUR D´HISTOIRE DE LA SICIÉTÉ DE MARIE


(PÉRES MARISTES) 1786-1854
J. COSTE, S.M.
Rome, 1965

22.- BULLETIN DE L´INSTITUT DES PETITS FRÉRES DE MARIE


TOME XVIII- N. 131 Année 1948
IMPRIMERIE EMMANUELLE VITTE
Lyon, 1948

23.- A “NUESTROS “ HERMANOS DE OCEANÍA


REVISTA ORIENTACIONES MARZO DE 1999
H. JOSÉ PÉREZ LÓPEZ
León, 1999

24.- EL HERMANO ÉLIE-REGIS, EXPERTO EN CONTROVERSIA


REVISTA MENSAJE, ABRIL DE 1990 -NUMERO 7
H. EDWARD CLISBY
Roma, 1990

25.- ENTREVISTA CON EL P. JEAN COSTE, S.M.


REVISTA MENSAJE, DICIEMBRE DE 1990 -NUMERO 8
H. EDWARD CLISBY
Roma, 1990

26.- LES LETTRES DE FRERE MARIE NIZIER


FR. JOSEPH RONZON
Sin data de lugar ni fecha de edición

242
243
INDI CE

INTRODUCCIÓN............................................................................................................1
1. Y DIO EL CIENTO POR UNO............................................................................... .3
2. NUEVA ZELANDA: UN ARCHIPIÉLAGO DIFERENTE...................................9
3. HISTORIA DE NUEVA ZELANDA......................................................................18
4. LOS NATIVOS DE NUEVA ZELANDA: LOS MAORIES..................................20
5. MONSEÑOR POMPALLIER. .............................................................................. 36
6. EL PADRE SERVANT...........................................................................................51
7. EL HERMANO MICHEL......................................................................................62
8. LAS PRIMERAS SIEMBRAS.............................................................................. 68
9. SI EL GRANO DE TRIGO NO MUERE..............................................................81
10. EL HERMANO CLAUDE MARIE.......................................................................92
11. EL HERMANO FLORENTIN............................................................................128
12. EL HERMANO MARIE PIERRE..................................................................... 135.
13. EL HERMANO EMERY.................................................................................... 160
14. HERMANO BASILE............................................................................................167
15. HERMANO COLOMB.........................................................................................182
16. HERMANO ELIE REGIS....................................................................................185
17. EL HERMANO LUC........................................................................................... 199
18. EL HERMANO AMON.........................................................................................205
19. EL HERMANO JUSTIN.......................................................................................207
20. EL PADRE POUPINEL........................................................................................211
21. NO LES HEMOS OLVIDADO............................................................................217
22. LA HISTORIA CONTINÙA.................................................................................228
AGRADECIMIENTOS................................................................................................232
BIBLIOGRAFÍA..........................................................................................................233
ÌNDICE.........................................................................................................................236

244

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