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LA VIEJA: ¡Hija mía! (Se abrazan). ¿Pero cómo estás aquí? ¿Has dejado
tu trabajo en aquella casa tan buena?
LA VIEJA: No hay duda, hija mía de que eres una mujer con suerte. ¿Y
dónde has guardado la pulsera?
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pensé: ¡Qué buena cosa debe ser ir a caballo! No se cansa una, ni se
mancha una los zapatos. Y él me preguntó que por qué iba a pie y yo le dije
que porque no tenía caballo y él me dijo, ¡te lo vendo! Y se lo cambié por la
pulsera de oro.
LA VIEJA: ¿Y aceptó?
JUANA: Sí, madre, ni siquiera lo pensó dos veces. ¡Tengo una suerte!
LA VIEJA: Sí, hija mía; la verdad es que has nacido con buena estrella.
¡Gracias a Dios que siempre te salen bien las cosas! ¿Habrás dejado l
caballo fuera bien amarradito? Vamos, que quiero verlo.
JUANA: Iba con él andando y como tengo tanta suerte pasó un labrador
con una vaca y me dijo, que si no montaba el caballo que para qué lo quería
y que me lo cambiaba por la vaca. Y así lo hicimos.
LA VIEJA: ¡Hay que ver que suerte! No sabes, hija mía cuánto me alegro.
¿Y la vaca?, vamos, enséñame dónde está, que quiero verla.
JUANA: Espera, madre, que aun no ha acabado aquí la cosa. Iba yo con mi
vaca, muy contenta y se me ocurrió ordeñarla para tomarme un vasito de
leche. Empecé a tirarle de la teta pero la leche no aparecía por ningún
lado y encima la vaca se enfadó y me tiró una patada que si me da no lo
cuento.
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JUANA: ¡Has visto, madre, la suerte que tengo! Y no queda ahí la cosa,
porque apareció entonces un hombre con un cerdo para venderlo en la
plaza y yo me dije: ese cerdo sí que nos vendría bien, comeríamos buenos
jamones, chorizos, tocino y morcillas. Y como tengo tanta suerte me
cambió su cerdo por mi vaca.
LA VIEJA: ¡Qué bien, hija mía! ¿Sabes lo que haremos con él? Lo
mataremos por la Pascua, invitaremos a …
JUANA: Espera, madre, que eso no es todo… Verás. Iba yo con el cerdo,
saltando de alegría, cuando tropecé con un afilador que decía: ¡Afilo
tijeras, cuchillos y navajas! Le conté todo lo que me había pasado desde
que salí de casa de mi señora y él me dijo: lo que tú necesitas es dinero
contante y sonante. En eso tiene razón, pero ¿cómo lo consigo? Entonces
me dijo él, tú me das tu cerdo, yo te doy mi piedra de afilar y asunto
arreglado.
JUANA: ¿Cómo que dije que sí? Si es que no le dejé acabar. Le di las
gracias, cogí la piedra y seguí mi camino.
LA VIEJA: Eso está muy bien. Así podrás ganas dinero afilando cuchillos
en el pueblo. Pero dime, dónde has dejado la piedra.
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LA VIEJA: (Abraza a su hija) ¡Sí que has tenido suerte, hija mía! Yo
siempre lo he dicho: Mi Juanita es la niña con más suerte del mundo.
¡Bendito sea Dios, que hace que todo le salga bien!