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B.

RUSSELL, en 1953:
La ciencia ha entrado ahora en un nuevo
reino de destrucción

Una carta:

2 de agosto de 1939

Señor;
Algunos recientes trabajos de E. Fermi y L. Szilard, quienes me
han sido comunicados mediante manuscritos, me llevan a
esperar, que en el futuro inmediato, el elemento uranio puede ser
convertido en una nueva e importante fuente de energía. Algunos
aspectos de la situación que se han producido parecen requerir
mucha atención y, si fuera necesario, inmediata acción de parte
de la Administración. Por ello creo que es mi deber llevar a su
atención los siguientes hechos y recomendaciones.
En el curso de los últimos cuatro meses se ha hecho probable -a
través del trabajo de Loiot en Francia así como también de Fermi
y Szilard en Estados Unidos- que podría ser posible el iniciar una
reacción nuclear en cadena en una gran masa de uranio, por
medio de la cual se generarían enormes cantidades de potencia y
grandes cantidades de nuevos elementos parecidos al uranio.
Ahora parece casi seguro que esto podría ser logrado en el futuro
inmediato.
Este nuevo fenómeno podría utilizado para la construcción de
bombas, y es concebible -pienso que inevitable- que pueden ser
construidas bombas de un nuevo tipo extremadamente
poderosas. Una sola bomba de ese tipo, llevada por un barco y
explotada en un puerto, podría muy bien destruir el puerto por
completo, conjuntamente con el territorio que lo rodea. Sin
embargo, tales bombas podrían ser demasiado pesadas para ser
transportadas por aire.(…)

Carta de A. Einstein a F. R. Roosevelt,


presidente de los Estados Unidos
Después, la constitución de un comité de expertos, inicio de investigaciones,
construcción de prototipos, … creación de un proyecto
El PROYECTO MANHATTAN
y la determinación de su objetivo:
el 9 de octubre de 1941 el presidente Roosevelt autorizó el desarrollo del arma
atómica.

En 2 años, 3 meses y 16 días, el objetivo estaba cumplido.


Y el 16 de julio de 1945, en el desierto de Alamogordo, Nuevo México, se probó la
primera bomba atómica de la historia humana.

Tras el éxito, el proyecto continuó con la construcción de dos bombas más.

Al final una orden:

25 de Julio de 1945
Para: General Carl Spaatz. Comandante General. Fuerzas Aéreas Estratégicas de Estados Unidos

1. El Grupo Mixto 509 de la 20 Fuerza Aérea lanzará la primera bomba especial, después del 3 de
agosto de 1945, tan pronto como el clima permita el bombardeo visual, en uno de los siguientes
blancos: Hiroshima, Kokura, Nugata y Nagasaki. Acompañarán al avión de bombardeo otros
aviones que llevarán personal científico civil y militar del Departamento de Guerra, para observar y
registrar los efectos de la explosión de la bomba. Los aviones de observación se mantendrán a
varias millas de distancia del punto de impacto de la bomba.

Y el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima


… y el 9 de agosto en Nagasaki
El 6 de agosto de 1945, el sol del amanecer se despertaba sobre el horizonte de la
ciudad japonesa de Hiroshima, situada en Honshu, la isla principal del Japón. El día
se anunciaba magnífico, sin nubes.
Hiroshima era una ciudad con más de 300.000 habitantes, famosa por sus bellísimos
sauces y que hasta aquel día, pese al sesgo desfavorable que la guerra había
tomado para el Japón, no había experimentado más conmoción que el estallido de
12 bombas enemigas. Aquella mañana despejada, sus habitantes se disponían a
hacer su vida habitual. El puerto, antes animado por los embarques de tropas,
aparecía desierto, paralizado por las actividades bélicas. Fábricas, almacenes y
enlaces ferroviarios trabajaban a pleno rendimiento para aprovisionar y equipar a
un ejército que, muy pronto, tendría que afrontar el desembarco de los americanos
en sus propias islas.
Afanada en sus quehaceres diarios, la gente prestó escasa atención a las sirenas
que sonaron anunciando la presencia de un avión enemigo, un B-29 que volaba a
gran altura y que, después de cruzar por dos veces el cielo de la ciudad,
desapareció. Una hora más tarde, los radares de Hiroshima revelaron la cercanía
de tres aviones enemigos. Las autoridades militares se tranquilizaron: tan pocos
aviones no podrían llevar a cabo un ataque aéreo masivo. Como medida
precautoria, las alarmas y radios de Hiroshima emitieron una señal de alerta para
que la población se dirigiera a los refugios antiaéreos.

Unas horas antes, a la 1:45, desde una base militar de las Islas Marianas, en el sur del
Océano Pacífico, un avión B-29, la superfortaleza volante del ejército
estadounidense, despegó rumbo a Japón. Su misión, en esta ocasión, no era el
bombardeo de ciudades enemigas, sino la observación, la meteorología. Justo una
hora después, y desde esa misma base, despegaron otros tres B- 29 tomando la
misma dirección que el anterior. Sólo uno de ellos, el Enola Gay, al mando del
coronel Paul Tibbets, máximo responsable, además de la misión, llevaba en sus
bodegas carga explosiva.
En realidad esa carga consistía en una bomba, una sola bomba pero tan enorme
que había obligado a modificar la estructura interna del aparato para que fuera
posible instalarla en él, y tan pesada (4000 kilos) que obligó al avión a usar la plena
potencia de sus motores en el momento del despegue. Y en su carcasa exterior, se
había grabado un nombre, Little Boy.
La escuadrilla realizaba su vuelo sin novedad sobre la capa de nubes por encima
de la zona de turbulencia. Poco a poco se iban percibiendo las tenues luces del
amanecer. Se acercaba la hora del alba.

A las 7.09 se recibió en el Enola Gay un esperado mensaje. Era del comandante
Claude EatherIy del Straight Flush, el avión meteorológico que les había precedido
en el despegue y que en aquellos momentos volaba a 10.000 metros sobre
Hiroshima. En él se confirmaba que la ciudad, en medio de un profundo anillo de
nubes, aparecía completamente despejada y con visibilidad perfecta. Ese mensaje
selló el destino de la ciudad pues entonces y sólo entonces quedó marcado y
definido el objetivo de esa bomba.

El coronel Tibbets ordenó el rumbo preciso hacia Hiroshima, conectó el piloto


automático, reunió a la tripulación y les explicó la naturaleza exacta del explosivo
que llevaban a bordo, una bomba de uranio que nunca antes había sido probada,
y de la misión a cumplir.
A las 8:15 de la mañana, la bomba fue lanzada sobre la ciudad, explotando, 55
segundos después, como estaba previsto a 600 metros del suelo.
Repentinamente, el espacio se había convertido en una bola de fuego cuya
temperatura interior era de centeneres de miles de grados. Una luz, como
desprendida por mil soles, deslumbró a pesar de las lentes protectoras, a Bob Caron,
el ametrallador de cola, que, por su posición en el aparato, quedó encarado al
punto de explosión. Una doble onda de choque sacudió fuertemente al avión,
mientras abajo una inmensa bola de fuego se iba transformando en una masa de
nubes purpúreas que empezó a elevarse hacia las alturas, coronándose en una
nube de humo blanco densísimo que llegó a alcanzar 12 kilómetros de altura y que
adoptó la forma de un gigantesco hongo.

El Enola Gay, superada la prueba de la onda de choque, viró hacia el sur y voló
sobre las afueras de Hiroshima, a fin de fotografiar los resultados del histórico
bombardeo. Y entonces fue cuando la tripulación pudo comprobar la espantosa
destrucción que habían sembrado. Iniciado el vuelo de regreso, a 600 km de
distancia todavía era visible el hongo que abría una nueva y dramática era en la
historia de la humanidad.

El coronel Tibbets, desbloqueó el sistema de comunicación, y como liberado de la


tensión nerviosa acumulada hasta entonces, emitió el mensaje que se esperaba
miles de kilómetros más allá: „Resultados obtenidos superan todas las previsiones’

«Una columna de humo asciende rápidamente. Su


centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura
turbulencia. Es una masa burbujeante gris violácea,
con un núcleo rojo. Todo es pura turbulencia. Los
incendios se extienden por todas partes como llamas
que surgiesen de un enorme lecho de brasas.
Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres,
cuatro, cinco, seis... catorce, quince... es imposible.
Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la
forma de hongo de la que nos habló el capitán
Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de
melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que
tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura
y unos ochocientos de altura. Crece más y más. Está
casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy
negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño.
La base del hongo se parece a una densa niebla
atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar
abajo de todo eso. Las llamas y el humo se están
hinchando y se arremolinan alrededor de las
estribaciones. Las colinas están desapareciendo bajo
el humo. Todo cuanto veo ahora de la ciudad es el
muelle principal y lo que parece ser un campo de
aviación».
Bob Caron,
artillero de cola/fotógrafo del Enola Gay
Tokio, situado a 700 kilómetros de distancia, perdió todo contacto con Hiroshima:
hubo un silencio absoluto. El alto mando japonés envió una misión de
reconocimiento para informar sobre lo acontecido. Después de tres horas de vuelo,
los enviados no podían creer lo que veían: de Hiroshima sólo quedaba una enorme
cicatriz en la tierra, rodeada de fuego y humo.

Dos kilómetros a la redonda de la vertical donde había explotado la bomba, la


catástrofe fue absoluta: el fuego y el calor mataron instantáneamente a todos los
seres humanos, plantas y animales. En esta zona no permaneció en pie ni una sola
edificación y se quemaron además las estructuras de acero de los edificios. No
quedó absolutamente nada. Las ondas expansivas de la explosión hicieron estallar
vidrios de ventadas situadas incluso a 8 kilómetros del lugar de la explosión. Los
árboles fueron arrancados desde la raíz y quemados por el calor. En algunas
superficies, como los muros de algunos edificios, quedaron plasmadas las “sombras”
de carbón de las personas que fueron desintegradas repentinamente por la
explosión.

El fuego se apoderó de la
ciudad, formándose una
verdadera tormenta de
fuego con vientos de hasta
60 kilómetros por hora. Había
incendios por todos lados.
Miles de personas y animales
murieron quemados, o bien
sufrieron graves quemaduras
e incluso heridas por los
fragmentos de vidrio y otros
materiales que salieron
disparados por la explosión.

Las tejas de barro de las casas se derritieron y la gran mayoría de las residencias de
madera ardieron en llamas. Los sistemas telefónicos y eléctricos quedaron
prácticamente arruinados. Cerca de veinte mil edificios desaparecieron.
De los 300.000 habitantes de Hiroshima, se calcula de 70. 000 murieron ese mismo
día, en el mismo instante de la explosión de la bomba, y otros 70.000 en la semana
posterior.
Las víctimas supervivientes de las explosiones atómicas son llamadas HIBAKUSHA (en
japonés, literalmente, persona bombardeada)

Estaba a poco más de un kilómetro del epicentro


cuando sentí como si hubiera sido lanzado Quise llegar a la casa de mis padres, había mucha,
adentro de una bola de fuego. Fue todo mucha gente tratando de salir, muchos casi sin ropa.
instantáneo y no escuché nada. Fui lanzado como Las calles estaban repletas de cadáveres quemados,
diez metros hacia adelante, hubo una luz, pero fue parecían sardinas asadas.
todo tan rápido que ni siquiera lo procesé
conscientemente; cuando vi la luz ya estaba en el No podía ni caminar, no había espacio, y sin querer
suelo. pisé un montón de cadáveres. De abajo salió un
Cuando levanté la cabeza, vi justo en frente el brazo y se agarró de mi pie. Era una persona herida,
sitio de una escuela para niñas. El edificio, de dos que estaba muriendo y estaba debajo de los
plantas, había sido aplastado como una caja de cadáveres carbonizados. Había tantos muertos en
fósforos. Enseguida la polvareda y la oscuridad lo las calles porque justo aquel día Hiroshima había
invadieron todo y no veíamos nada, quedamos en
convocado a todos los estudiantes de secundaria y a
una penumbra
No se si teníamos los oídos afectados, pero sólo otras personas a limpiar la ciudad. Así que cuando
se escuchaba un gran silencio. cayó la bomba, los estudiantes estaban en las calles.
Y empecé a ver que la gente venía cargando Todos ellos murieron. Hiroshima tiene muchos ríos, y
muchos trapos o ropa colgada del brazo o de la yo vi todos esos ríos llenos de cadáveres.
mano. Caminaban como si arrastraran el paso. Después de varios desvíos, logré llegar al sitio de la
Cuando llegaron cerca, vi que lo que estaban casa de mis padres. Aquel rayó cayó y quemó todo
cargando era su propia piel que se había soltado
en forma instantánea. No quedaron ni los cadáveres
del cuerpo. La piel había caído como un trapo y
estaba prendida sólo de las uñas. Arrastraban su de mis padres, no encontré ni los huesos.
propia piel, mientras gemían “¡Quiero agua, agua!”

Éramos cuatro o cinco trabajadores en cada excavación. “Terminemos este antes de ir a almorzar,
nos queda poco”, dijo uno de mis compañeros, cantamos una canción y trabajábamos a su ritmo.
De pronto un fogonazo azulado-blanco apareció en mis ojos. No sé cuánto tiempo estuve
inconsciente pero cuando me desperté estaba dentro del refugio que excavábamos y todavía tenía la
pala entre mis manos. Permanecí allí por unos minutos hasta que me di cuenta que mis compañeros
habían desaparecido, arrojé la pala y al levantarme me encontré con una tierra desconocida. Los
alrededores habían cambiado, había gente toda quemada, ennegrecida, boca arriba, otros
permanecían hacia abajo, como si estuvieran durmiendo. Miré hacia la fábrica y pude apreciar
grandes columnas de fuego. Salí del agujero y ante mi pasó un calidoscopio de personas que corrían.
Muchos se dirigían hacia el río Urakami y otros iban en otras direcciones con sus ropas en llamas.
Al llegar a una colina comencé a trepar, las plantas eran como látigos que golpeaban mis heridas y
hacían que el dolor aumentara. Me uní a un grupo de gente que clamaba por agua, lo que me
provocó sed. Estaba descalzo y sólo tenía como ropa mis calzoncillos rasgados. Muchas personas
tenían sus rostros inflamados, era imposible distinguir hombres de mujeres. Enseguida me di cuenta
de mi propia realidad. Mis manos, pecho y abdomen estaban totalmente quemados y muy
inflamados. Tenía grandes ampollas en las manos.

Tsutomu Yamaguchi, doble hibakusha, el único


superviviente, reconocido oficialmente, de los dos
bombardeos atómicos.
Yamaguchi se encontraba en Hiroshima en un viaje
de negocios cuando estalló la bomba. Sufrió graves
quemaduras en el lado izquierdo de su cuerpo, pero
el 8 de agosto regresó a su tierra natal, Nagasaki, y allí
padeció y sobrevivió a la segunda explosión.
Murió el 4 de enero de 2010
Dieciséis horas después del ataque el Presidente H. Truman anunció públicamente
desde Washington el uso de una bomba atómica:

Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Ahora les hemos
devuelto el golpe multiplicado. Con esta bomba hemos añadido un nuevo y revolucionario
incremento en destrucción a fin de aumentar el creciente poder de nuestras fuerzas armadas.
En su forma actual, estas bombas se están produciendo. Incluso están en desarrollo otras
más potentes. [...] Ahora estamos preparados para arrasar más rápida y completamente toda
la fuerza productiva japonesa que se encuentre en cualquier ciudad. Vamos a destruir sus
muelles, sus fábricas y sus comunicaciones. No nos engañemos, vamos a destruir
completamente el poder de Japón para hacer la guerra. [...] El 26 de julio publicamos en
Potsdam un ultimátum para evitar la destrucción total del pueblo japonés. Sus dirigentes
rechazaron el ultimátum inmediatamente. Si no aceptan nuestras condiciones pueden esperar
una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto en esta tierra.

Después de la detonación sobre Hiroshima, Einstein comentaría: "debería quemarme


los dedos con los que escribí aquella primera carta a Roosevelt."

Sadako Sasaki tenía dos años cuando fue lanzada la


bomba sobre Hiroshima. Vivía a poco más de un
kilómetro de la zona cero de la deflagración.
Sobrevivió al impacto de la bomba y al apocalíptico
desastre inmediatamente posterior, pero 9 años después,
le fue diagnosticada una leucemia, consecuencia
directa de la radiación nuclear.

Durante el tratamiento médico a que fue sometida, que


se aventuraba estéril, cuentan que una amiga le recordó
una tradición japonesa antigua: alguien había realizado
mil grullas de papel y las divinidades le concedieron un
deseo; y le regaló la primera grulla realizada con papel
dorado.
El 25 de octubre de 1955, con doce años, Sadako murió víctima del cáncer. En el
momento de su muerte había conseguido realizar 644 grullas de papel. Sus
compañeros de colegio completaron la tarea que la niña dejó inacabada: hicieron
las 456 grullas restantes.
En el Parque Memorial de la Paz de Hiroshima, se levanta
una estatua en su nombre y recuerdo. En su base está
escrito:
Este es nuestro grito, esta es nuestra plegaria. Paz en el
mundo

La historia trascendió y hoy la tradición de las grullas de


papel es un símbolo de paz.

Un libro sobre la historia: Sadako y las mil grullas de papel,


de Eleanor Coerr.
Y una página web:
http://www.pcf.city.hiroshima.jp/virtual/VirtualMuseum_e/exhibit_e/exh0107_
e/exhi_top_e.html
La Cúpula Genbaku fue la estructura más próxima que resistió al impacto de la
bomba atómica; una de las pocas edificaciones que quedó en pie.
Hoy se conserva en las mismas condiciones en que quedó tras la explosión,
presidiendo el Parque Memorial de la Paz

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