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Milton Iván Peralta Patiño

Zapotlán no se acaba nunca

Estación Sur
Espero que
cuando yo esté muerto
comprendas

que conseguí
tanto
como
pude

CHARLES BUKOWSKI, TODO

COLECCIÓN ESTACIÓN SUR


Me molesta la fama
Ayuntamiento Constitucional de Zapotlán El Grande en parte porque no me permite pasar desapercibido,
me saca del anonimato en el cual me gusta vivir
Zapotlán no se acaba nunca. No. 1 de la colección.
D. R. © Milton Iván Peralta Patiño, 2006 JULIO RAMÓN RIBEYRO

© De esta edición:
Archivo Histórico Municipal, Zapotlán el Grande
Director: Arq. Fernando G. Castolo

Director de la colección: Ricardo Sigala

Corrección: Marcela Moreno Espinoza

Diseño: Darbo Scalante


Asistente de edición: Marcela Moreno Espinoza

Ilustración: Leonel Guerrero

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida,


ni en todo ni en parte, ni registrada o transmitida por un sistema de recupe-
ración de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímico o electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cual-
quier otro, sin permiso previo, por escrito, del escritor.

Impreso y Hecho en México / Made and Printed in Mexico


PRIMERA PARTE

DE IRONÍA Y SINCERIDAD
ZAPOTLÁN NO SE ACABA NUNCA

La ironía es la forma más alta de la sinceridad.

ENRIQUE VILA-MATAS, París no se acaba nunca.

Decidí imitar —literalmente— la bohemia del escritor parisi-


no en Zapotlán el Grande, sólo por mi escasez de dinero y la
cercanía con Tamazula. Tomé un camión, me tocó la fila siete,
asiento B, en el que encontré basura.
Me habían dicho que Zapotlán era la “pequeña Atenas de
Jalisco” por su extensa cultura y sus hombres ilustres en la
literatura. Me imaginaba que el arte brotaba por todos lados;
nunca había estado en ese lugar pero soñaba que el tránsito se
detenía debido a las obras de teatro y las lecturas de poesía.
Había leído a Carlos Cuauhtémoc Sánchez, J. J. Benítez,
algo de Daniel Steel y algunas revistas; casi nada llega a Tama-
zula. Mi padre no me apoyaba, quería que trabajara en el inge-
nio como él, pero yo deseaba ser escritor así que fui directo a
donde nacen los grandes.
Con mis ahorros y un poco de lo que me dio mi madre
tomé el camión y partí a mi destino.

II

Esa mañana hacía frío y llovía un poco. En la central ca-


mionera me quedé a tomar un café, mientras que en una libre-

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ta hacía apuntes. En eso entró una mujer hermosa “de cara IV
fresca como una moneda recién acuñada, si vamos a suponer
que se acuñan monedas en carne suave de cutis fresco”, ja- Durante días fui y vine sin encontrar alguna persona relacio-
lando su maleta, se sentó sola; la miraba con excitación. De nada con la literatura. Encontré pintores, llevaban su arte a
donde yo venía era fácil encontrar bellas mujeres pero no que las cucharas, tenedores y platos, músicos en los portales, en-
leyeran, ella leía TVynovelas, pensé que sería una revista de contré una librería esotérica, una parroquial y a un tipo medio
crítica de libros. extraño vendedor de libros usados que los tenía en el suelo de
Busqué hospedaje, pero mi economía no me permitía que- los portales, pero como no me pareció de fiar no le compré.
darme por mucho tiempo en un hotel, así que decidí regresar La gente ignoraba todo sobre escritores pero recordaban a un
en las noches a Tamazula; de todos modos sólo era media loquito que andaba en moto por la ciudad, se decía poeta y
hora de viaje. hasta salía en la tele, había muerto hace tres años, pero de su
obra la gente no supo decirme.
III
V
Zapotlán no era como me lo imaginaba, encontré muchos
puestos de revistas, la mayoría de la gente leía la de vaqueros, Mi padre se cansaba de mi juego, yo sabía que Zapotlán no
Harlequín, Eres y otras más que no recuerdo, pero a pesar de se acababa, que debía quedar algún rastro de su literatura, y le
esto supe de un taller literario y me dirigí hacía esa fonda don- decía que llega un momento en el cual un hombre debe escri-
de se juntaban. Aprovecharía el taller para comer y aprender bir su obra maestra, a lo cual respondió mascando un pedazo
literatura. Ya en “las Peñas” el dueño me indicó que sí había de caña y rascándose la panza peluda: “Llega el momento de
existido un taller, pero algunos de sus integrantes terminaron todo padre que descubre que su hijo es un idiota que no sabe
haciendo pláticas con locos de la ciudad, a quienes invitaban qué hará de su vida”.
a tomar café, mientras que otros inventaban historias de vam-
piros, ovnis y doncellas atrapadas en palacios; así que decidió VI
correrlos del lugar. Era mi primer fracaso.
Horas después encontré la Casa de la Cultura y le pregunté Seguí vagando por la ciudad con mi libretita en mano, que-
al policía sobre la existencia de un taller literario, pensó un riendo escribir la frustración de no poder escribir nada. Esta
poco, y al final atinó a decir “tal vez serían unos tipos que ciudad en la que deseé ser pobre pero muy feliz, me enseñó
platicaban los sábados, sí, ellos son. Pues ya no se encuentran que fui pobre e infeliz.
aquí, tal vez los veas en una cantina o en un téibol”. Fui en su Me sentía como un idiota vagando por las calles, dando la
búsqueda sin encontrar su rastro, parecía que la cultura en Za- idea de intelectual, vestido de negro con unos lentes falsos
potlán estaba perdida. que no me servían para nada, sentado en el jardín haciendo
En la Casa del Arte me dijeron que el taller había termina- creer a la gente que era un intelectual leyendo a Carlos Cuau-
do por tener pocos alumnos, ya que nadie quería pagar por la htémoc Sánchez.
cultura, ni la misma Casa del Arte. Entendí que no era negocio
ser escritor. VII

Supe de otros talleres, uno de ellos arrinconado en el olvido;

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siendo un taller católico, creí que a mi padre le encantaría,
pero duré pocos días, descubrí que hasta para mí era ridículo. EN BUSCA DE BARTLEBY
Asistí a uno de maestros, el cual me recordó por qué la escuela
es absurda y aburrida, además no deseaba escuchar poemas
de cuando alguien era alcohólico. Tal vez no sabía tanto de
literatura, pero sí tenía la idea de no ser como ellos. No todo
fue tan malo, me dijeron que la persona encargada del Archivo
Municipal sabía mucho.

VIII

Me costó trabajo llegar al archivo. Después de perderme en


un laberinto, lo encontré escondido en la última planta de la
presidencia. Me platicó de los grandes hombres de Zapotlán,
me mostró libros viejos y algunas fotos, pero a mi pregunta
de dónde están los actuales escritores respondió “Zapotlán CÓMO CONOCÍ A BARTLEBY
no se acaba nunca en su cultura, porque nunca existió. Zapo-
tlán sólo tuvo un destello de arte, la gente importante nació Ignoraba lo que era ser un Bartleby, hasta que leí una reseña
y nunca estuvo aquí. Se fueron para convertirse en grandes del libro de Helman Melville (Nueva York 1819-1891), Bart-
literatos.” leby el escribiente, en una revista barata de literatura. La historia
me atrapó tanto que decidí buscar el libro, pero dónde, en Za-
IX potlán no existen librerías, sólo se sabe quemar libros frente
a catedral.
Con un fracaso a cuestas, sin poder adivinar qué me depararía Salí de la ciudad en busca de una librería, y fue un fracaso
el destino, tomé el último camión de vuelta a Tamazula, ese tras otro, no encontré nada en Tuxpan ni en San Gabriel ni
día también llovía, se iba la ilusión de ser pobre y feliz. Ya en Apulco y mucho menos en Sayula. Me quedaban dos op-
en casa, mi hermano me dijo que buscaría suerte en Zapot- ciones: Colima y Guadalajara; la primera la desconocía, pero
lán vendiendo discos piratas, me repitió esa frase tantas veces a la segunda había viajado un par de veces, preferí visitar la
dicha por mí “Zapotlán no se acaba nunca”, a lo que pensé, opacada Perla Tapatía. Mi jefe, a pesar de intentar ser un buen
“lamentablemente”. hombre, no me dejaría ausentarme, ya que apenas hace unas
semanas había tomado mis vacaciones.
Laboro de amanuense en un viejo edificio con unos com-
pañeros extraños que no vale la pena ni siquiera mencionar.
Como mi sueldo era muy malo, decidí cortar algunos gastos,
gastar lo mínimo, entre ello no pagar la luz ni la renta. A todos
les conté sobre las ganas de leer el libro de Bartleby, se ofrecie-
ron a una ida a Guadalajara a buscármelo, pero no acepté, mi
jefe dijo que por internet sería fácil, pero también me negué,

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Bartleby preferiría no aceptar la ayuda de nadie. EL PORQUÉ NO ESTÁ BARTLEBY
En varios meses conseguí tanto dinero para financiarme la
búsqueda de Bartleby, pero también conseguí que me corrie- Me hospedé en el hotel Nueva York, en el cuarto 18, desde ahí
ran del departamento, así que para reducir más gastos vendí lo busqué durante varios días en bibliotecas y librerías, nada,
los muebles y clandestinamente viví en la oficina unos días, llegué a la conclusión de que Bartleby no se encontraría en
nadie se daría cuenta, o eso fue lo que pensé, pero no fue así. estos lugares con gente aparentando ser intelectual.
El jefe fue a adelantar un poco su trabajo un domingo por la Seguí buscando por tiendas, en calles solitarias y demacradas,
mañana cuando me vio saliendo del baño, con una toalla ama- en cárceles de Guadalajara y nada. Comenzaba a creer que
rrada a la cintura. Me corrió, me dio una semana para abando- nunca lo encontraría, pero continuaba con mis interrogantes
nar la oficina, así que recogí mis cosas y me dirigí a la central sobre Bartleby, una de mis muchas preguntas era: ¿qué habrá
camionera. hecho antes de abandonar todo? ¿qué abandonó, a sus pa-
dres, su vida, tal vez un amor mal correspondido, tal vez una
EL VIAJE A BARTLEBY guerra? Es difícil adivinar el pensamiento de Bartleby, pero al
estar con él muchas preguntas serán resueltas. También algo
Sin muchas demoras tomé el camión rumbo a Guadalajara, que me cuestionaba era su apariencia, ¿sería un tipo alto, pá-
me asignaron la fila B y el asiento 7, donde encontré algo de lidamente pulcro, vestido con un traje negro, con una mirada
basura, pensé que el anterior pasajero debió haber sido un que se pierde en el espacio? No lo sé, pero cómo lo recono-
verdadero cochino. El autobús partió a las 10:15 de la maña- cería al verlo era una gran pregunta, tal vez Bartleby prefiera
na, una mañana lluviosa. Durante el viaje pensé en Bartleby, que no lo reconozca.
cavilaba en los lugares donde podríamos encontrarnos, un
bar, alguna plaza, tomaríamos cerveza o café y comeríamos BARTLEBY NO SE ENCUENTRA AQUÍ
bizcochos; no sé, tal vez preferiría no comer nada, sólo nos
quedaríamos sentados viendo el paisaje. Decepcionado, casi sin dinero, y sin encontrar algún rastro de
Me cuestionaba en qué consistirían nuestras pláticas, ¿en Bartleby, sentado bajo un árbol en el centro de Guadalajara,
largos silencios con las piernas cruzadas, con miradas nunca se me ocurrió pensar que no se encontraría en una ciudad tan
penetrantes? o ¿hablaríamos de algún tema aburrido y sin grande y ruidosa, pero ya no tenía ni opciones ni dinero, ten-
sentido como lo es la política y el fut-bol? o ¿simplemente dría que volver a Zapotlán, una ciudad tranquila donde nunca
estaríamos sentados hasta quedarnos dormidos? pasa nada.
El viaje se me hacía eterno, tal vez era la emoción de cono-
cer un personaje poco común para una persona no común, no OTRA VEZ EN CASA
lo sé, el tiempo transcurría lentamente o tal vez el camión era
el lento. ¿Será fácil encontrar a Bartleby en esta inmensa reali- De un bote de basura saqué el Diario, para buscar trabajo,
dad? Con la prisa de la gente, con el ir y venir de los autos, tal pero nada. Deambulando por el pueblo encontré a un señor
vez estará en un lugar más tranquilo, donde la gente prefiera ya pasado en años, moreno, que ponía sus libros en el sue-
no hacer nada y perderse en su realidad. lo encima de un plástico, y le dije que le ayudaba y el señor
El primer lugar a visitar sería una biblioteca y después una aceptó, con una pésima paga, acomodaría revistas viejas y uno
librería, son lugares donde la gente está tranquila y todo es que otro libro, pensé que desde ahí podría seguir buscando a
silencio. Bartleby.

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LLUVIA DE HOJAS

En una vieja caja polvorienta encontré un libro de pasta ana-


ranjada, le quité el polvo para revisarlo, era Bartleby el escribiente,
retrocedí, no lo podría creer, leí varias veces el título, estaba
en lo cierto: era lo que había buscado con tanto anhelo, Bar-
tleby en persona, viejo, pálido, desolado, poco elegante por
los años, las hojas casi se deshacían, era el hombre con el que
me sentaría por horas para escuchar el susurro del silencio. Lo
abracé contra mi pecho, y corrimos hasta llegar al jardín, nos
recostamos en el pasto, atrás del busto de Arreola; comencé a
leerle pero no terminé la primera página, Bartleby así lo prefe-
ría, y yo también; así que nos recostamos en el pasto sintiendo
las hojas que caían sobre nosotros y comenzamos a soñar que
nos encontrábamos “entre reyes y concejales”.
SEGUNDA PARTE

CUERPOS MUERTOS

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EL DÍA QUE DESCUBRÍ PARA QUÉ NACÍ

Tardé años en convencerme de que fue un accidente, que es-


tuve en el lugar equivocado, con la persona errónea; pasé años
convenciendo a un juez de que yo no fui. Ella resbaló, no
pude hacer nada para que no cayera, se soltó de mis manos.
Murió.
Lloré años en la cárcel, fui como un fantasma y salí por
buena conducta. Traté de reiniciar mi vida. Ya la había perdi-
do, no encontraba trabajo, no me aceptaban por haber estado
en prisión; cuando por fin me contrataron me fue mal, no era
bien pagado pero no importó, le eché ganas, cumplía, deseaba
mostrar que estaba rehabilitado. Fue un accidente el que se me
cayera esa mujer.
Pasaron varios años y conocí a una muchacha; era joven,
bella, estudiante de medicina. Me enamoré un día que fue a
llevar su auto al taller mecánico, donde la atendí; era recatada,
de buenos modales, hija de familia. La vi dos veces y con eso
tuve. La visité en el CUSur donde estudiaba medicina, salimos
varias ocasiones. Estaba enamorado. Sabía que existía para
ella, había nacido para estar a su lado, estaba seguro que des-
cubriría algo importante. Salimos varios meses. Era la mujer
más linda que había conocido, me trataba muy bien, yo le era
fiel. Siempre se dio a respetar. La cuidaba, sabía que para mí,
la relación con ella sería importante.

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Mientras, en las noches soñaba cómo se me resbalaba de
mis manos aquella otra mujer, cómo su cuerpo se reventaba CUERPOS MUERTOS
contra el pavimento.
Una noche en que salí de la cama y fui a vagar por las calles,
llegué a un centro nocturno de esos en que las mujeres rentan
su cuerpo, un lugar en el que jamás había entrado. Vi más de
lo que hubiera imaginado; sentí una decepción, pero también
un deseo brutal golpeó mi ser, pedí una cerveza y otra y otra
y me alcoholicé como nunca antes. Por muchos días no supe
de mí.
Días después me encontré con mi pequeña doctorcita, pla-
ticamos largo rato; por primera vez la seduje. Nos fuimos a
dar el “rol” en mi carro por la ciudad, intenté convencerla de
ir a mi departamento pero no quiso, prefirió ir solamente a
los Ocotillos. Ella me condujo, corriendo la alcancé. Nos be-
samos, el cielo comenzaba a llorar; la besé salvajemente como Trabajar como agente de tránsito te hace ver cosas extrañas;
nunca lo había hecho, íbamos a hacer el amor por primera por ejemplo lo que sucedió durante este choque, en el perifé-
vez. Sus ojos verdes, puros, hondos, de un verde que vale por rico enfrente de “Los monos”. Un camión le pegó a un auto,
todos los de la sabana; la desnudé, su cuerpo blanco como el una señora histérica salió del carro y el tipo del camión intentó
miedo, su cabello dorado; sus manos recorrían mi cuerpo y sobornarla, ¿cuál es el motivo porque las mujeres no aceptan
las mías tomaban su piel, esas que un día tiraron a otra mujer. sobornos? Siempre claman justicia, y uno está para dársela.
La iba a penetrar, el momento más bello, la excitación más Pasaron unos minutos para que quisiera acercarme. La se-
grande pero no como en aquella tarde en la que cayó la otra; ñora se la pasaba gritándome, así que no me quedó de otra.
la iba a penetrar cuando ella se sacó… no quiso, se burló de Inmediatamente el tipo quiso sobornarme, la señora me hacía
mí, me dijo que era un imbécil, cómo pude haber pensado que a un lado. Él, nervioso, se ponía las manos sobre la cabeza,
una mujer de categoría estaría con un simple mecánico. Me pedía disculpas. La señora exigía le pagaran los daños. Él le
molesté, la golpeé, llovió, me excité, la escuché gritar, patalear. ofrecía seis mil pesos. Ella no aceptaba. Yo le eché un vistazo
Me gustó. Le pedía que bailara como en aquel lugar donde la al camión, parecía que transportaba carne. Ella tiró al suelo el
vi unas noches antes. dinero que él le daba. Les pedí sus papeles. Ella fue a su carro,
Le mordí los pezones hasta arrancárselos, me los tragué y el tipo me ofrecía veinte mil pesos, no acepté y pedí refuer-
bebí su sangre, no recuerdo cuántas veces eyaculé en su piel, zos.
nunca estuve tan excitado y no supe en qué momento murió, Al llegar la policía, obligaron al tipo a sacar sus papeles. Él
bailé alrededor de su cuerpo inerte, la sangre me la embarré, la subió a la cabina. La señora exigía que saliera. La policía lo
lluvia caía y el cielo rugía festejando mi gran descubrimiento. presionó. Ella presionó. Él presionó… el gatillo de su pisto-
Ese día, el más feliz de mi existencia, supe que había nacido la.
para asesinar mujeres. Poco tiempo después llegó el comandante con un abogado
y abrieron el camión; al ver la carga se comunicaron con el
presidente municipal, quien habló con el gobernador, y éste

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mandó al ejército. Se le pagaron sus daños a la señora para
que no dijera nada; nosotros trasladamos el camión a un lugar
solitario.
El ejército se distribuyó por toda la ciudad y los alrede-
dores buscando algo. Los forenses se encargaron de hacer
la cuenta del cargamento: colgados como reses, un total de
ochenta cuerpos de niños entre los dos y los diez años, miles
de frascos con sus órganos, y de quién sabe cuántos más.

TERCERA PARTE

FICCIONES

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CUESTIONES

A pesar de los días y a lo largo de ellos sigo pensando en lo


ocurrido, sobre todo en esa frase que no me deja descansar e
inevitablemente tengo tatuada en mis pensamientos.
Estábamos reunidos en el jardín principal esperando el
gran evento de las próximas horas. El maestro Mondragón
nos había llevado de campamento por primera vez. El camión
nos había conducido durante varias horas hacia un desierto.
Ahí la noche cayó, las fogatas azules fueron encendidas, como
siempre, nos separamos en grupos.
Me aparté de todos; recostado en unas rocas miré la luna,
cuarto menguante. Teníamos para nosotros ese enorme cielo
como una mala profecía, pero tan inspiradora para el destie-
rro. Otro camión fue por nosotros y poco a poco fuimos su-
biendo, no nos interesaba a qué íbamos y nadie lo sabía.
En la madrugada el profesor nos despertó para que viéra-
mos el cielo; casi nadie lo hizo, pero los que obedecieron obli-
garon a los demás a voltear, la luna llena era de color rojo. Eso
no interesaba, lo que atrajo toda la atención fue un pequeño
planeta de color azul que estaba más arriba. Muy pronto llega-
mos a nuestro destino, en medio de la nada había un pequeño
cuarto negro muy alto e inclinado en el cual había un telesco-
pio; el maestro indicó que entráramos uno por uno —era una
lástima que yo fuera de los últimos—; mientras explicaba que

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ése era un acontecimiento nunca antes visto, o por lo menos
del cual no se tiene registro. Dudas había demasiadas; me tocó EL DÍA QUE DIOS LLORÓ
el turno, ahora se iban a despejar algunas.
En el telescopio, miré y descubrí que aquel planeta era
nuestro hogar; era raro, ya que nosotros nos encontrábamos
en él, acerqué la lente y lo comprobé: era el planeta tierra, lo-
graba ver algunas ciudades; la sensación de asombro no quedó
ahí, llegó el momento en que me vi a mí mismo como frente
a un espejo, retrocedimos, volvimos a mirarnos, nos sorpren-
dimos tanto que no supe de nosotros después de eso.
Afuera era todavía de noche, las luces de la cuidad brilla-
ban y la luna estaba en cuarto menguante, me tenía que ir, me
desplacé entre la multitud, pero por la banqueta de enfrente vi
a mi sobrina –una niña de 11 años– y le grité: “Nayeli, vamos
a casa”. Antes de llegar vimos a Mónica y le grité: “¿A dón-
de vas, Mónica?”. Ella volteó y me sonrió, siguió avanzando, Aún estábamos nombrando a los animales del paraíso. Ha-
miré de nuevo al frente pero ya no era Mónica sino un ser os- bíamos conocido al caballo, a la paloma, al lagarto, al delfín;
curo que parecía derretirse; brincó a una azotea hasta perderse vimos volar entre nuestras cabelleras a la hoja doblada. Se hi-
de vista; miré a mi sobrina pero ya no era ella sino un duende cieron presentes el axolote, el león, la pantera, el pez, la cabra,
que se retiraba haciendo malabares. el buitre, el jabalí; corrimos entre los árboles y la caña, nos
Desde ese día sigo aquí parado echando raíces, mientras recostamos en un prado de flores y cortamos tréboles y pisa-
que en mi mente queda una frase que aún no logro descifrar: mos el estiércol. Al final conocimos a un animal parecido al
“Si cada cabeza es un mundo, entonces ¿en la cabeza de quién caballo, pero del color de la paloma y tenía un cuerno como
vivimos nosotros?” el mío. Este unicornio —así dijo que se llamaba— nos llevó
por las praderas del Edén junto a otros animales. Éste fue el
segundo día más memorable que se recuerde en el paraíso.
Al día siguiente fuimos a buscar al unicornio para que nos
paseara. Lo encontramos recostado junto a la cascada entre
unas piedras, parecía dormido. Así duró varios días, creíamos
que dormía como el oso, pero la serpiente nos dijo que el uni-
cornio no invernaba, que el Edén había descubierto la muerte.
Era un estar dormido del que jamás despertaría.
Dios, al oír el alboroto en el paraíso, vino a ver lo que pasa-
ba. Al darse cuenta de que el unicornio estaba muerto cuestio-
nó lo que había sucedido, pero nadie supo responderle. Dios
tomó entre sus brazos al unicornio y durante cuarenta días
lloró, lloró como nunca más llorará en su vida, ni aun después
de que Simón sea crucificado de cabeza, ni cuando Judas Is-

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cariote se cuelgue en una higuera, ni cuando Juana de Arco
sea quemada viva; es más, Dios no llorará ni cuando muera su
hijo, si es que algún día llega a tener uno.
Pero Dios en su desesperación toma la tierra del Edén y
sus lágrimas, trata de volver a crear al unicornio pero en su
melancolía resulta una bestia endurecida y abstrusa, ya no es
esa criatura poética. No, ahora es una figura que sale de entre
la tierra bufando y levantando ese cuerno obtuso de agresión
masculina. Dios ha creado al rinoceronte.

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ZAPOTLÁN NO SE ACABA NUNCA.
Número 1 de la colección Estación Sur:
se terminó de imprimir en julio de 2006,
en el taller del Archivo Histórico Municipal
Zapotlán el Grande, Jalisco.
La edición consta de 200 ejemplares.

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