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UNA RAZA MILITAR

General Indalicio Tellez


(1876-1964)
ADVERTENCIA

Hace varios años di en la Universidad de Chile una conferencia


sobre Lautaro, el gran caudillo araucano, conferencia que poco después hice
imprimir en un folleto de corta tirada y que hoy, algo ampliado, pienso refundir
en el presente estudio sobre las condiciones militares de los indlos araucarias.
Están tan íntimamente ligados ambos temas, que no es posible
prescindir del uno, al tratar del otro, y eso es lo que da plena justificación a la
fusión que aquí se hará.
La tarea que me he impuesto de dar a conocer los méritos militares
de Lautaro y de los araucanos, la vengo cumpliendo a medida de mis fuerzas
desde 1924, año en que publiqué mi primer trabajo histórico sobre Chile,
trabajo que tuvo la suerte de ser premiado en un certamen. La he continuado
a través de "Epopeyas Chilenas", de "La Historia Militar de Chile" (que fué
presentada al Congreso Pan Americano de Río de Janeiro y editada por la
Universidad de Chile) y de "Lautaro", y hoy hago el último esfuerzo con este
estudio, en que pretendo probar, no sólo que Lautaro fué uno de los genios.
militares más grandes que ha producido la humanidad, sino que el pueblo
araucano constituyó una raza militar de características únicas en la historia.

Para comenzar, creo necesario dar una ligera idea de la situación


militar en que los araucanos se encontraban al iniciarse la conquista y del
concepto, que de su capacidad bélica se formó Valdivia, al encontrarse con
ellos.
Después de descubrir y conquistar a Cuba, Venezuela, Panamá,
Centro América, México y Perú, España emprendió el descubrimiento y la
conquista de Chile.
Correspondió a Almagro en 1536 el descubrimiento del norte de
Chile, como había correspondido a Magallanes el descubrimiento del sur, en
1520, pero las vicisitudes de la campaña y la noticia de que el rey de España
había determinado los límites de su jurisdicción y la de Pizarro, lo hicieron
regresar, cuando apenas iniciaba el descubrimiento.

Cuatro años más tarde, el esforzado capitán, don Pedro de


Valdivia, emprendió la tarea de continuar la obra de Almagro y después de
algunos encuentros con los aborígenes, llegó al valle del Mapocho, donde
fundó la ciudad de Santiago (hoy capital de la República), el 12 de Febrero de
1541.
Instalada aquí su base de operaciones, se preparó durante varios
años para iniciar el descubrimiento y la conquista de la región poblada por los
indios araucanos, famosos, ya en esos tiempos por sus grandes aptitudes
guerreras y prestigiados por el antecedente de no haber sido jamás
dominados por ninguna otra raza.
Por fin, en los primeros días de 1550, se puso en marcha hacia el
sur, a la cabeza de 200 guerreros españoles -aparte de los yanaconas (indios
auxiliares) - y tras varios, días de marcha, llegó al río Laja, donde tuvo su
primer encuentro con los araucanos.
No fué ésta sino una escaramuza, que se repitió pocos días
después al atravesar el río Bío-Bío; pero le sirvió ya a Valdivira para darse
cuenta del empuje y del carácter de la raza araucana.
Desde ese momento, el avance se convirtió en una continuada
lucha, pues los indios no le dieron tregua, ni de día ni de noche.
Felizmente para Valdivia, era tan rudimentaria la civilización de
esos indios, tan primitivas sus armas y tan escasos sus conocimientos
guerreros, que la superior organización y la eficacia de las armas de que él
disponía, le daban, una ventaja casi incontrarrestable.
Con todo, fué tal la bravura y belicosidad de esos indios, que el
caudillo español no juzgó prudente continuar el avance y repasó el Bío-Bío y
el Laja, para buscar un puerto en el cual apoyarse y desde donde poder pedir
a Santiago algunos refuerzos.
Marchando y pernoctando con toda clase de precauciones, llegó al
valle del Andalién, donde acampó en un sector de terreno protegido por el río
Bío-Bío y algunas lagunas.
Ya en reposo toda la gente y cuando sólo velaban las guardias y
los centinelas, con gran violencia y vocerío, un numeroso ejército indio, (que
Valdivia hizo subir a 20,000 hbs) cayó sobre el campamento español,
emprendiendo un ataque, tan tenaz, que a no ser por la protección que el río y
las lagunas ofrecieron, habría terminado con todos los españoles.
Baste decir que, segñun un cronista de la época (Góngora de
Marmolejo), a pesar de sus corazas, todos los españoles quedaron heridos,
cosa jamás vista en América hasta esa época. Además, salieron también
heridos 60 caballos.
Refiriéndose a esta batalla, dijo Valdivia en una comunicación al
rey de España: "Atacaron con tal ímpetu y alarido que parecían hundir la
tierra. Prometo por mi fe que ha 30 años que sirvo a V.M. y he peleado contra
muchas naciones y nunca tal tesón de gente he visto jamás en el pelear como
estos indios tuvieron contra nosotros; que en espacio, de tres horas no podía
entrar con dento de á caballo en el escuadrón".
Ante tal muestra de capacidad guerrera, Valdida ya no pensó sin
en realizar en el más breve plazo el proyecto de buscar contacto con el mar y
dándose el tiempo apenas indispensable para curar a sus heridos, continuó
su marcha hacia la costa, hasta llegar a un lugar llamado Penco, dentro de la
bahía de Talcahuano.
Mientras esperaba aquí los refuerzos que debían llegarle por mar,
juzgó prudente apoyarse firmemente en el terreno e hizo levantar una sólida
empalizada, tras la cual dió abrigo a toda su tropa.
Muy a tieinpo tomó esa medida de precación, pues algunos días
más tarde, se presentaron de nuevo los indios, llevándole un ataque
simultáneo desde los cuatro puntos cardinales.
Una vez más, tras largo esfuerzo, los españoles alcanazaron la
victoria.
Siguió a esta batalla una larga paralización de las operaciones,
debida a la necesidad que los indios tenían de recoger sus cosechas y de
prepararse para la siguiente campaña, que prometía ser de larga duración.
Eran los primeros días de Marzo de 1553.
Valdivia interpretó mal, la tregua que los indios le daban,
atribuyéndola al temor y al convencimiento de que se sentían impotentes para
vencer al ejército español, y en vez de prepararse para la continuación de
una dura campaña, se dedicó a fundar ciudades y a la explotación de
lavaderos de oro.
Este fué el momento en que, en realidad, se inició la guerra secular
entre las dos grandes razas que se habían de refundir para formar la raza
chilena.
CAPITULO I

RAZON DE LA RESISTENCIA ARAUCANA

Entre los muchos hechos y fenómenos sorprendentes de que está


sernbráda la historia del descubrimiento y coriquista de América, descuelIa,
sin la menor duda, la inexpliicable e invencible resistencia que los aracanos
opusieron al, hasta entonces, incontrarrestable empuje de las fuerzas
españolas .
Pero, si sorprendente es este fenómeno, no lo es en menor grado
la indiferencia con que los chilenog lo hemos contemplado, sin parar mientes
siquiera en que se trata de un caso, tal, vez. único en la historia de la
humanidad.
Antes de continuar, dejemos constancia de dos antecedentes de
indisclltible veracidad histórica.
1.- En el momento del descubrilniento y conquista de América, .el
ejército español era, si no el primero, uno de los primeros ejércitos del mundo.
Junto con conquistar uno de Ios más grandes continentes, los ejércitos
españoles se paseaban victoriosos a través de toda Europa, de Italia a los
Países Bajos, de Pavía a San Quintín.
Y era que, aparte de su organización, aparte de contar con la mejor
infantería del mundo, poseía un material humano de insuperable calidad, no
sólo por el valor de sus hombres, sino por la casi sobrehumana resistencia de
que dieron pruebas.
No fué pues extraño, que en sus encuentros con los aborÍgenes
americanos, ese ejército alcanzara invariablemente la victoria, cualquiera que
fuera el número de sus adversarios, ni que se moviera victoriosamente desde
California hasta el corazón de Chile (hasta el Maule), sin encontrar enemigós
de su talla.
2.- Los araucanos,que iban a ser los únicos rivales dignos de ellos,
figuraban entre los pueblos más atrasados de la América y entre los menos
numerosos, pues, constituían solo una modesta tribu.
Siendo esto asi, ¿cuál debía ser, fatalmente, el resultado de un
choque eritre españoles y araucanos? No podía ser otro que la aplastante
derrota del pueblo araucano.
Y no fué así, sin embargo ¿Por qué? Esta es la pregunta que aún
no se ha cohtestado y. ,que ni siquiera hemos intentado contestar; Nos hemos
conformado con la infantil explicación que dieron los primeros historiádores:
que ello se debió al indomable valor de los indios araucanos,
No pudo deberse al valor de los indios, por la sImple razón de que
el valor no es factor decisivo de vidoria, sino en escasas y fugaces ocasiones.
Si los araucanos hubieran opuesto sólo su valor al empuje de las huestes
españolas, habrían sido derrotados, aniquilados, mucho antes que cualquiera
otra tribu americana.
Sólo en los albores de la historia del arte militar, cuando se
combatía cuerpo a cuerpo, el valor, junto con el número, la fuerza y la
destreza, fué factor decisivo de victoria.
El advenimiento de las armas de fuego, cambió fundamentalmente
ésta situación. Las formaciones compactas comenzaron a disgregarse y poco
a poco, fueron perdiendo hasta tal punto su densidad, que el orden disperso
con sus líneas de tiradores, no pudo salvar la valla que le opusieron en 1914
las modernas armas de fuego, con su casi matemática precisión: fué
reemplazado por el avance de hombtes aislados. El concepto del valor, que
en su forma más simple no es sino, el desprecio por la vida, fue reemplazado
por el amor a la vida. Hoy, el mejor soldado no es el más valiente, sino,el más
hábil en avanza, burlanqo a la muerte. Y es que las batallas .las ganan los
vivos y no los muertos.
Valientes fueron los incas y aún en mayor grado lo fueron los
aztecas; pero eso no obstó a que los españoles los derrotaran en cada
ocasión. Y es porque el valór, en ejércitos mal preparados o deficientemente
armados, se resuelve sólo en un desordenado espíritu de sacriftcio, que
facilita más bien que entraba, la acción destructora de las armas enemigas.
Entre un ejército que se lanza ciegamente al ataque y otro que lo
hace aprovechando todas las ventajas que la táctica y el terreno ofrecen, hay
esta diferencia: a los primeros no hay más que aniquilarlos, para los
segundos, hay que estudiar la manera de vencer.
Todo esto no se opone, a que en determinadas circunstancias muy
calificadas, sIga aún siendo el valor una preciosa cualidad en eI soldado, ya
que es él, el que le da la necesaria serenidad en los momentos más difíciles
de la lucha.
¿Es completamente moderna esta estimación del valor? No,
parece muy antigua, pues ya los griegos, cuando tuvieron que designar al
heredero de las armas de Aquiles, no eligieron al más valiente y fuerte de sus
compatriotas, no eligieron a Ayax, sino al prudente Ulises, al hombre de las
estratagemas.
Pero volviendo al punto que dió origen a esta digresión, veamos
cuál fue la influencia que tuvo el valor de los araucanos en su iucha con los
españoles.
Desde el primer choque los españoles se dieron cuenta de que el
rasgo caracterlstico de sus adversarios, era el valor desenfrenado del que
hacían gala, así como los araucanos se dieron cuenta, a su vez, de que
habían chocado con hombres invencibles, con verdaderos semidioses, que
formaban un solo cuerpo con el caballo.
Como era de esperar, la victoria, una tras otra vez, correspondió a
las armas españolas.
Los primeros en comprender que de nada les servía el valor, ante
la superior capacidad militar de los españoles, fueron los araucanos, pues
vieron que tan preciada cualidad no hacía otra cosa que facilitar la acción
destructiva de las armas enemigas.
Con profundo dolor vieron los pobres indios, que ese valor, que
tantos triunfos les había dado, ya había hecho su época y que el destino los
había colocado frente a la alternativa de encontrar un nuevo camino de
victoria o perecer.
Pues bien, si no fué el valor el factor determinante de los grandes
éxitos araucanos, ¿cuál fué? Fué la rara circunstancia de constituir el pueblo
araucano una raza militar.
Si los araucanos escribieron la epopeya más grandiosa que
registra la historia de los pueblos primitivos, no fué sólo por su imponderable
valor, sino, múy especialmente, por las admirables aptitudes militares de sus
hombres, adquiridas y acentuadas en largos siglos de incesante batallar.
CAPITULO II

LA RAZA MILITAR ARAUCANA

Sabido es que ciertos pueblos poseen especiales aptitudes para el


ejercicio de un arte determinado. Así, los italianos han sido pintores y
músicos, los españoles y franceses literafos, etc. Hasta en el orden físico
existen especialidades, ya que sóio los italianos y españoles producen
grandes tenores, los rusos grandes bajos, los alemanes tenores wagnerianos,
etc. .Y así como hay pueblos literatos, hay también pueblos militares, con la
sola diferencia, de que mientras aquéllos abundan, éstos escasean hasta el
punto de que, fuera de los araucanos, no ha existido, que yo sepa, otro
pueblo de tan acentuadas características de pueblo militar.
¿Qué es lo que puede llamarse Pueblo Militar?
Es, a mi juicio, aquel que posee extraordinarias facultades para el
ejercicio del arte militar.
Han de ser facultades extraordinarias, que las solas aptitudes, no
bastan para dar a un pueblo el derecho a figurar entre las razas militares.
Los franceses podrán vencer a los alemanes, éstos a los españoles
o los ingleses a los rusos, si cuentan con la necesaria superioridad en
número, en armamento, en organización y en dirección suprema; pero no por
características de raza, no porque los unos sean militarmente superiores a los
otros.
¿Y los araucanos? ¿Poseían acaso tan extraordinarias facultades
que nos obliguen a calificarlos como pueblo militar? Eso lo dirá el somero
estudio que nos proponemos hacer, de la guerra de tres siglos que
sostuvieron contra los españoles.

Cuando un pueblo civilizado choca con un pueblo salvaje, éste


opone al civilizado el ejército, el armamento, la organización y, la táctica que
posee en el momento del choque y si sale derrotado -lo que ha ocurrido
invariablemente- según el temple de la raza, vuelve dos, tres o más veces a
probar la suerte de las armas, hasta que, al fin, convencido de su impotencia,
se entrega, se somete incondicionalmente.
Esto fué lo que ocµrrió con los aztecas, con los incas y con todas
las demás tribus americanas, como es también lo que ha ocurrido con los
salvajes de tocios los continentes.
Ninguno de esos pueblos ha reaccionado, ninguno ha evolucionado
durante la campaña contra el pueblo civilizado.
¿Pasó lo mismo con los araucanos? No; los araucanos
reaccionaron violentamente, es decir, hicieron lo que no había hecho ninguna
otra raza.
Como carecían de táctica, inventaron una de extraordinaria
eficacia, abandonaron el arma que no les servía (la flecha), inventaron otras
(el lazo, el garrote y el escudo), crearon el espionaje, idearon nuevos
sistemas de combate, crearon la fortificación de campaña, la infantería
montada, el telégrafo de señales, idearon el mimetismo y reanudando la
guerra, infligieron a los españoles la primera derrota que éstos sufrían en
América. ¡Y qué, derrota! Tal vez la más decisiva que registra la historia
universal. En efecto, jamás se ha visto -si no es en Tucapel- que en una
batalla campal y como fruto, no ocasional, sino de un bien meditado plan de
combate, mueran todos los adversarios.
Las Termópilas y Concepción fueron combates defensivos, donde
el heroísmo determinó la muerte de todos los defensores; pero Tucapel fué un
combate en campo abierto, en el cual las medidas preventivas que los indios
habían tomado dentro de su plan de combate, fueron las que hicieron a los
españoles imposible la retirada.
Y no se detuvo aquí la evolución de los araucanos. Tomaron a sus
adversarios el arcabuz y se hicieron arcabuceros, les tomaron el cañón y se
hicieron artilleros, les tomaron el caballo y se hicieron centauros. ¿Por qué no
ocurrió lo mismo con otros pueblos de mucho más avanzada cultura?
¿Qué pasó frente al cañón, arma estruendosa y completamente
desconocida para los indios? Los aztecas y los incas, dos razas muy
evolucionadas, que ya sabían mucho de mecánica, de arquitectura y hasta de
astronomía, giraron, tal vez, alrededor de la pieza; pero no se atrevieron a
tocarla, poseídos de un supersticioso temor. El araucano, en cambio, a pesar
de ser un hombre de la más primitiva cultura y de hallarse dominado por toda
clase de supersticiones, se avalanzó sobre ella, comenzó a manipularla y tras
breve plazo, la dominó tan ampliamente, que pudo volverla contra sus
enemigos.
¿Hay exageración en este cuadro? No. La artillería se empleó en
Chile, por primera vez, en la batalla de Marigüeñu, ganada por Lautaro y las
seis piezas que la constituían, fueron tomadas por los indios, después de
matar a los veinte artilleros que las servían. En este hecho están contestes
todos los historiadores.
Pues bien, el primer Gobernador español que llegó a Chile, García
Hurtado de Mendoza, recibió la sorpresa, al atacar el fuerte araucano de
Quiapo, de que los indios empleaban contra él la artillería. ¿Quiénes les
habían enseñado a manejarla, si la arrebataron a los españoles, después de
matar a los veinte artilleros que la servían?
Para el ataque al fuerte San Luis, defendido por García Hurtado de
Mendoza (el 25 de Agosto de 1557), ya los indios se presentaron con lanzas
de punta de fierro, lo que unido a los escudos y a la habilidad adquirida en el
manejo de las armas blancas, hacía que tres o cuatro indios equivalieran a un
español (Encina, Historia de Chile, Pág. 500).
¿No es todo esto revelar aptitudes extraordinarías para el ejercicio
del arte militar?
En esta misma ocasión emplearon arcabuses; pero todavía sin
puntería. Esta la adquirieron poco a poco, cosa muy natural. (Historia del
Reino de Chile, Rosales, Tomo II, Cap. XXI).
De lo hasta aquí expuesto resulta, que en su evolución, los
araucanos crearon una táctica, crearon armas, descubrieron la forltificación de
campaña, se apropiaron de las armas españolas y las emplearon contra sus
enemigos, etc., Cada uno de estos hechos será tratado en su oportunidad.

Retrocedamos ahora al momento en que los araucanos se


convencieron de su impotencia para vencer a los españoles. ¿Qué hicieron?
Ni pasó siquiera por sus mentes la idea de rendirse, de entregarse, como
hicieron todas las otras tribus americanas.
Se replegaron a sus montañas y comenzaron a deliberar y a
estudiar el problema que se les había creado. La solución era difícil; pero
también era difícil, que se resignaran a la derrota, esos guerreros orgullosos,
que a través de varios siglos, se habían visto halagados por el triunfo.
Desesperaban ya de encontrar el remedio a tan grave mal, cuando
apareció en una de sus Juntas (especie de Congresos que ellos celebraban)
un muchacho araucano, hijo del cacique Curiñanco, que iba huyendo del
cautiverio en que, por algunos años lo habían mantenido los españoles.

Pidió la palabra y haciendo gala de una elocuencia, que según los


misioneros españoles era muy frecuente encontrar entre los indios (1), dijo, en
substancia, que se equivocaban si creían que los españoles eran inmortales,
pues morían como todos, que no formaban una sola pieza con sus caballos y
que él se como prometía a vencerlos, si le entregaban el mando del ejército.
Tal confianza en sí mismo demostró este muchacho y tan
desesperada era la situación en que se encontraban los araucanos, que con
olvido de sus hábitos y de sus tradiciones, concedieron el mando del ejército a
un individuo que carecía de los títulos y de los antecedentes que la costumbre
imponía como necesarios para aspirar a tan alto puesto.
CAPITULO III

CAPACIDAD DE LA RAZA ARAUCANA PARA


PRODUCIR UN GENIO

Así apareció en la escena del mundo, uno de los genios militáres


más grandes que haya producido la humanidad.
No se me oculta que declaración tan rotunda como sorprendente,
ha de ser recibida por todos los lectores con el más grande escepticismo y
que la han de atribuir a una admiración tan exagerada como desprovista de
fundamento.
L.a primera objeción que a ella se ha de hacer, será, seguramente,
la de que jamás se ha visto brotar un genio de una raza salvaje, de una raza
que haya carecido de la indispensable base de cultura y de larga gestación
que requiere el genio.
En efecto, es ley casi invariable, la de que el genio no es una
planta exótica, ni de las que brotan por generación espontánea. Es el
producto de la labor silenciosa y fecunda de muchas generaciones que hacen
calladamente su obra de evolución.
Nunca se ha visto que de un pueblo salvaje nazca un genio
literario, pictórico o musical. Sólo las razas que durante muchos años o siglos
han cultivado algunas de esas especialidades, son capaces de producirlos.
Por eso Rafael, Miguel Angel y Leonardo da Vinci, fueron hijos de
un pueblo de artistas; Wagner, Mozart y Beethoven, de un pueblo de músicos;
Cervantes y Calderón de la Barca, de un pueblo de literatos, etc.
Lautaro no fué una excepción a esta regla.
Nació de un pueblo que durante varios siglos no hizo otra cosa que
estudiar, eJercitarse y practicar el arte de la guerra.
Para los araucanos no había otra ocupación digna de ellos, que la
guerra y la preparación para la guerra. Dejaban a sus mujeres los pocos
trabajos que su primitiva civilización les imponía, mientras ellos. con sus hijos
de trece años para arriba, ocupaban el día en el estudio del mejor empleo de
sus armas ,y en juegos atléticos que los robustecían y les daban agilidad y
resistencia.
Este sistema de vida produjo un fenómeno extraño, que es
necesario destacar.
Nació de allí una dualidad en la personalidad del indio, que le dió
dos faces completamente distintas.
Como salvaje, era el más perfecto salvaje, pues no había pasado
de la edad de piedra, según lo declaró el señor Barros Arana.
"Eran incapaces de fijar su atención siquiera en otro orden de ideas
de aquel a que estaban habituados".
"Nuestros indios vivían en plena edad de piedra, utilizando sólo
para la construcción de sus armas, la piedra, las espinas. de los pescados, las
conchas, les huesos, etc. No tenían idea de la propiedad de la tierra.
Distinguían sólo dos estaciones: invierno y verano".
En contraposición a estas condiciones, como milItar, era un hombre
evolucionado, que se había adelantado en varios siglos a su personalidad de
salvaje.
En efecto, por el escaso grado de civilización que había alcanzado,
el araucano no tenía todavía los conceptos del derecho, del deber, del honor,
de la responsabilidad , de la justicia, ni de la divinidad. "No tenían la menor
idea de la divinidad" (Obispo Ovando, en el capítulo 87 de su obra
"Descripción de Chile y el Perú"). Pero, en el terreno militar, su situación era
muy diversa.
Se le podía comparar con un espejo, de superficie pulida y brillante
por un lado, y áspera y opaca por el otro.
En su afán de prepararse para la guerra, inventó juegos deportivos
como el linao y la chueca, juegos de tan perfecta factura y de organización tan
acabada, que no pudieron ser ideados síno por mentalidades ya muy
evolucionadas.
Además, las reglas por que se regían esos juegos, implicaban el
reconocimiento de derechos y obligaciones; la existencia de un árbitro, el
reconocimiento de la justicia y la condición de que los fallos del árbitro fueran
inapelables, un respeto al derecho ajeno completamente incompatible con el
escaso grado de civilización que habían alcanzado.
Para formarse una idea del lináo, basta pensar en lo que es el
football o balonpie actual, en su cancha, en su meta, etc. Todo era igual, con
la sola diferencia de que la pelota, hecha por lo general de cochayuyo, no se
movía con los pies sino que era llevada bajo el brazo y de que en el centro de
la cancha había una faja, neutra, paralela a los lados cortos de ella, donde por
un pequeño momento encontraba refugio el jugador que llevaba la pelota.
Mientras se hallaba dentro de esa faja, el jugador era intangible. Los fallos del
juez eran inapelables.
¿ No es profundamente extraño que individuos tan primitivos,
hayan podido concebir un juego de organización tan acabada y que,
voluntariamente, se hayan sometido, respetándolo siempre, al fallo del juez?
Y esto no era sino porque el deporte formaba parte esencial de la preparación
para la guerra.
Los detalles de este juego no se conocen porque hayan quedado
escritos en las crónicas o historia de la conquista, sino porque ha llegado
hasta nuestros días. Aún no hace muchos años, el linao se jugaba
apasionadamente en el sur de Chile. Un detalle curioso, es el de que para
jugarlo, los participantes iban desnudos de la cintura para arriba.
Y no podría háber sido de otra manera, pues era tan brusco el
juego, que no había habido pieza de vestir capaz de resistirlo.
Y eso, por la particularidad característica, de que en ese juego no
existe el foul. ¿Por qué? Porque ese deporte no era otra cosa que una
preparación para la guerra y como en la guerra no existe el foul, ya que se
puede golpear hasta a traición, era natural que en su preparación tampoco
existiera.
El carácter belicoso y desconfiado que los caracterizaba, hizo que
vivieran en continuas guerras, ya con las tribus vecinas, ya con otras razas.
Eran reservados. Esta reserva habitual los hacía desconfiados y los
obligaba a vivir con las armas en la mano: casi viendo en cada hombre un
enemigo. 1
Más tarde se verá, en sus duelos singulares con los españoles,
cómo poseían también los sentimientos del honor y de la hidalguía. Rendían
culto al valor de sus adversarios. ("Eran admiradores del valor y de la
hidalguía. Muy orgullosos, no se creían inferiores a ninguna otra raza".
Encina) y esa era también una prueba de altura de sentimientos, que no era
dable esperar de seres de tan primitiva cultura.
Poseían para todo lo que se relacionara con el arte militar, una
capacidad de comprensión y un poder de asimilación verdaderamente
asombrosos, como lo revelaron al emplear las armas y recursos bélicos de los
españoles, con habilidad y acierto de avezados profesionales. Hicieron así lo
que no pudieron hacer otros pueblos de avanzada cultura. ¿Podrán negarse a
estas cualidades y aptitudes el carácter de extraordinarias?
No fueron, pues, los araucanos lo que la generalidad de los
pueblos primitivos. No tormaron sólo un pueblo belicoso, ni una tribu de
bravos guerreros, sino un pueblo militar, un pueblo que había hecho de la
guerra una profesión, que había dedicado a ella todas, absolutamente todas,
sus facultades y actividades y que, como lógica consecuencia, se había
llegado a colocar en una situación única, en lo que se refiere al desarrollo de
sus facultades militares, tanto física como intelectualmente, lo cual es fácil
demostrar.
El exclusivismo con que se dedicaron al estudiom y a la práctica de
la guerra, esa vida unilateral, si así puede decirse, a que se entregaron
durante varios siglos, creó en ellos como una segunda naturaleza y les dió
tales aptitudes para el ejercicio del atte militar, que pudieron realizar el
prodigioso esfuerzo de resistir durante casi tres siglos a la más poderosa
potencia militar de esa época.
¿Cuándo se ha visto que en el choque de una gran nación
1
Barros Arana, Tomo I pag 109
civilizada con una tribu salvaje, la guerra se eternice para resolverse al fin en
la más absoluta impotencia de aquélla contra ésta?
¿Y quién puede creer que la causa de este fenómeno sea sólo el
valor de los salvajes, sobre todo cuando sus adversarios, eran los españoles,
los soldados más esforzados y valientes de todos los tiempos?
Preciso es, pues, reconocer que ese pueblo, como consecuencia
de la práctica incesante del arte de la guerra durante siglos, llegó a desarrollar
en tal forma sus facultades militares, que pasó a constituir una raza
netamente militar. Por consiguiente, si reconocemos como lógico que un
pueblo de artistas haya producido a Miguel Angel, que un pueblo de músicos
haya producido a Beethoven, y que uno de literatos haya producido a
Cervantes, ¿por qué no podemos convenir en que los araucanos, pueblo
militar por excelencia, pueblo cuyos hombres durante varios siglos tuvieron la
mente puesta en una estratagema o en un ardid de guerra, pudieron muy bien
producir un genio militar?
No hay, por otra parte, para qué dar a este punto más importancia
de la que en realidad tiene, Lo que importa, np es saber si el pueblo araucano
se hallaba o no en situación de producir un genio, sitio probar que lo produjo.
CAPITULO IV

LAUTARO COMO GENIO MILITAR

1.--El Ejército Araucano

Poco a poco se irán destacando en el cuerpo de este estudio las


razones en que podemos fundarnos para creer que Lautaro fué un genio
militar.
Al iniciar esta tarea, conviene advertir que la historia de Arauco
tiene la particularidad de que sóio por un lado posee fuentes de información.
La conocemos por las crónicas, las declaraciones en juicios y las historias que
escribieron los contemporáneos; pero como los araucanos nada escribieron,
lo que entre ellos ocurrió durante sus campañas sólo puede reconstituÍrse
juzgando a priori, es decir, ascendiendo de los efectos a las causas.
Puede decirse que entre los últimos encuentros de los araucanos y
la aparición de Lautaro, transcurrieron, aproximadamente, dos años, de los
cuales, tal vez uno, tal vez menos, aprovechó éste en la preparación del
ejército que había de oponer a los españoles.
¿Qué era el ejército araucano antes de Lautaro?
Simplemente una horda de valientes. No había allí
fraccionamiento, jerarquía de mando, organización, ni nada.
Contaba, en cambio, con una materia prima de la más alta calidad.
Valentía, vigor, espíritu de disciplina, extraordinario poder de asimilación y
rara intuición para todo lo que se refiriera al arte militar; deben haber sido las
cualidades características de esa informe masa de gente, que antes de
Lautaro se lanzaba en masa al ataque, como lo haría una muchedumbre o
una turba e impulsada sólo por su desenfrenado valor, haciendo cada uno
todo lo que podía.
Frente a los españoles, un ejército, de tan deficiente preparación,
estaba condenado a un seguro fracaso, especialmente, si se considera la
enorme inferioridad de las armas con que contaba.
Lautaro lo comprendió así Y, poniendo en acción su enorme
dinamismo y su férreo carácter (ambas cosas hay que suponerlas, pues sin
ellas la tarea que realizó habría sido imposible), impuso la más rígida
disciplina, fraccionó el ejército en diversas unidades, lo ejercitó en el manejo
de sus armas (suprimiendo la flecha por ineficaz contra las corazas de los
espafloles) y en moverse en orden, en silencio y en perfecto acuerdo con las
órdenes recibidas y, por fin, le dió una táctica, factor indispensable, del que
carecía en absoluto el ejército araucano.

2.-Táctica y Estrategia

Como en el curso de este estudio he de hablar repetidamente de


táctica y de estrategia, y como este trabajo no está destinado sólo a los
profesionales, creo de necesidad una corta disertación sobre estas dos ramas
del arte militar.
Una campaña se parece mucho -aunque parezca extraño- a una
novela.
El que quiere escribir una novela, comienza por idear el argumento,
ordenar el proceso de los acontecimientos y determinar el desenlace. Tal es
la estrategia de la obra.
Con esto, ha realizado la primera parte de su trabajo. La segunda
parte es escribirla, entregar los originales a la imprenta, corregir las pruebas,
etc., . en fin, terminar la novela. Esta es la táctica de la obra.
Algo parecido ocurre en una campaña. Se comienza por idear, por
resolver si la campaña va a ser ofensiva o defensiva, en seguida se crea el
plan que se proyecta seguir, ordenando el curso de las operaciones, hasta
llegar al primer objetivo decisivo. Más allá no se puede ir, porque la
continuación dependerá siempre del resultado que se haya alcanzado en la
realización de ese primer plan de operaciones. De aquí resulta que, lo
corriente, es que un plan de campaña se componga de varios planes de
operaciones.
Con un ejemplo se verá esto más claramente. Supongamos que se
resuelve tomar la ofensiva, avanzando simultáneamente por dos caminos. Se
fracciona el ejército, se determina el punto y el momento en que se inician los
movimientos y se organizan las jornadas de manera que ambas fracciones
puedan concentrarse en un día determinádo, en un punto o en una línea del
territorio enemigo.
Si aquí se produce ya el primer choque con el adversario, del
resultado de ese choque dependerá el curso que han de tomar las siguientes
operaciones, dándose así origen al segundo plan de operaciones.
Todos estos planes son obra de la estrategia; pero la ejecución de
ellos, es obra de la táctica. Es ésta la que reune a las tropas en los puntos
iniciales de marcha, la que las pone en movimiento, la que regula los
descansos, la que toma las necesarias medidas de seguridad, la que alimenta
a la gente, la que fortifica, si hay necesidad, y la que, por fin, dirige y realiza el
combate.
Se ve, pues, que, como en la novela, sólo el plan es de la
estrategia, la que realiza ese plan es la táctíca.
Por eso se ha definido a la táctica diciendo que "es la forma que,
en su realización, toman las ideas de la estrategia".
Puede también decirse, que mientras la estrategia es la
concepción, la táctlca es la ejecución.
Esto no se opone a que dentro del campo de operaciones y aún
dentro del combate, haya también estrategia.
Así, por ejemplo, si a la noticia de la presencia del ejército enemigo
en una zona determinada" se resuelve avanzar para el combate y las tropas
que se han de mover son tan numerosas que no pueden marchar por un solo
camino, todas las medidas que se tomen, fuera del campo de acción del
adversario, para el fraccionamiento del ejérdto y para la ordenacíón armónica
de su avance, de manera que todo él pueda quedar concentrado en el mismo
día en el punto probable del combate, es acción estratégicá.
Por lo que al combate mismo se refiere, si se le presenta al
comandante de las tropas la posibilidad de rechazar a su adversario, lo mismo
en una que en otra dirección, puede, por razones estratégicas, optar por la
que más convenga a los futuros planes de operaciones. En este caso, se
hace, aún dentro del combate, obra estratégica.
Deslindados así los dos campos de acción, conviene advertir que
sin embargo, cuando se habla de táctica, en general, uno se refiere a la
actividad de las tropas en el combate.
Y es que hasta hace no muchos años, se aceptaba todavía la
clasificación que del arte militar hizo el gran escritor y general francés,
Enrique Jomini, quien daba a la estrategia la concepción de los planes, a la
táctica sublime la realización de los combates y dejaba a la logística todas las
restantes actividades de la guerra.
Esta teoría no prosperó, tal vez porque no era sino una
logomaquia.
3.- Primeras actividades de Lautaro

Si por genio se entiende "el grado más alto a que llegan las
facultades intelectuales del hombre" o "grande ingenio, fuerza intelectual
extraordinaria o facultad capaz de crear o inventar cosas nuevas y
admirables" o "la más alta porencia a que pueden elevarse las facultades
humanas", ningún general puede, con más propiedad que Lautaro, merecer el
calificativo de genio, porque ninguno de ellos fué creador, en el verdadero
sentido de la palabra. Lautaro, en cambio, lo creó todo.
Si tuviera que definir a Lautaro, diría que fué un general, que sin
haber aprendido nada, lo supo todo.
Sufren un error los que creen que Lautaro aprendió de los
españoles el arte de la guerra, durante los varios años que fué prisionero de
ellos, por que nada de lo que estos practicaban, podía tener aplicación en el
ejército araucano.
¿De qué podía servirle la táctica, que soldados provistos de
corazas adoptaban para el empleo de la caballería y de las armas de fuego, a
las tropas de un ejército que combatía desnudo, a pie y con picas y mazas?
La táctica está íntimamente relacionada con la calidad de las armas
y con ellas evoluciona.
Al período de las armas blancas correspondieron las formaciones
en masa de la falange y la legión; a las armas de fuego, las guerrillas y los
tiradores frente a las armas horriblemente mortíferas de nuestros días, ya no
se presentan sino hombres aislados.
Ninguno de los grandes generales fué creador, ninguno de ellos
ideó nuevas armas ni modificó substancialmente los procedimientos tácticos
de su época. El mérito de ellos consistió en el brillante, en el geniaÍ empleo
que hicieron de sus respectivos ejércitos.
Si Lautaro no hubiera hecho sino eso, no habría pasado a la
historia como general de fama, pues con sólo emplear su ejército según la
preparación y capacidad que tenía, por genial que ese empleo hubiera sido,
no habría logrado cambiar el rumbo de los acontecimientos. Se habría
repetido en Chile el heroico, pero estéril sacrificio de los aztecas y de otros
valientes pueblos de la América.
Era indispensable una brusca y completa evolución en los
procedimientos de combate, y tal cambio de frente no podía ser producido
sino por un genio, por un hombre capaz de concebir y crear nuevos sistemas.
En estricta justicia, no fué evolución, sino creación la que Lautaro
realizó, Los indios no conocían otro sistema de combate que el choque en
masa y el desordenado y frenético empuje de millares de esfuerzos, ajenos a
toda cooperación, a toda armonía de fines y a todo objetivo común. Por eso,
Lautaro tuvo que crearlo todo.
Comenzó por fraccionar su ejército en unidades que obedecían a
determinados jefes, le dió instrucción de combate y lo empleó escalonado, en
olas, según el giro y las exigencias de la lucha. Constituyó reservas para tener
en su mano el medio de contrarrestar sorpresas, de hacer cambiar el centro
de gravedad de la lucha y para buscar la decisión y, por fin, hizo del terreno
tan acabado aprovechamiento, que la inteligencia más sutil no sabría hacerle
observaciones.
Sus planes de combate cumplieron siempre con las dos
primordiales exigencias del arte militar: sencillez y eficacia.
De aquí, que nunca le fallaran y que fueran siempre de decisivos
resultados.
En el terreno de las armas, bien poco podía hacer Lautaro, dado el
estado embrionario ,en que se encontraba la industria entre los indios, que ni
siquiera trabajaban el hierro. Sin embargo, después de suprimir la flecha, por
ser absolutamente ineficaz contra las corazas españolas, ideó (después de
Tucapel), el lazo, arma que llegó a ser temible en manos de los indios, que
casi costó la vida a Villagra en la batalla de Marigueñu y a la cual el cronista
Góngora de Marmolejo llamó "invención diabólica".. (Historiadores, Tomo II,
Pág. 47). Poco más tarde ideó el escudo, que lo hizo fabricar de cuero, y, por
fin, el garrote, que le dió muy buenos resultados contra la caballería. "Tan
largos como el brazo y si los caballos viniesen tan armados que no tuviesen
temor de los muchos garrotazos que les tirarían y los rompiesen, se
recogerían a la palizada que tenían hecha". (Historiadores, Tomo II, Pág. 59):
En los tiempos actuales, la infantería tiene en los rifles y
ametralladoras eficacísimos recursos contra las aterradoras cargas de la
caballería; pero los indios carecían en absoluto del medio de detener o
síquiera de atenuar el impulso de esas masas de hombres y caballos, que
pasaban sobre ellos sembrando la muerte.
Vió Lautaro que era indispensable hacer algo, sino para detenerlas,
por lo menos, para desorganizarlas, e ideó el garrote, una especie de bastón
corto y pesado que podía ser lanzado desde cierta distancia contra la cabeza
o contra las patas de los caballos, Esta arma rindió todo el efecto que de ella
se esperaba y fué empleada por primera vez en la batalla de Concepción,
produciendo el más completo desconcierto en las filas enemigas.
En el campo de la estrategia, la obra de Lautaro es aún más digna
de admiración, pues tuvo que vencer en él casi insuperables dificultades. Por
eso, sólo antes de los combates. le fué posible mantenerse dueño de la
situación. Logró siempre combinar sus movlmientos con la necesaria
precisión para ser el más fuerte en el campo de batalla, donde jamás dejó de
tener oportunamente concentrado su ejército; pero no pudo nunca coronar su
obra con una enérgica persecución estratégica, porque todos sus esfuerzos
se estrellaron impotentes contra la costumbre rutinaria de los indios, de
entregarse a la orgía después de cada victoria.
Esta fatal circunstancia, restó a Lautaro una enorme ventaja, ya
que rechazar al adversario no es sino iniciar la victoria, Para coronarla, se
impone siempre, como indispensable, una persecución a fondo que agote,
desmoralice y desorganice por completo al enemigo,
La parte estratégica fué Ia tarea más difícil para Lautaro, como lo
fué después para sus sucesores, por lo engorroso que era el manejo de
tropas que debían moverse, concentrarse y alimentarse en un teatro de
operaciones de pocos recursos y de muy malas y escasas comunicaciones.
Hasta con la sup,erstición de sus tropas tuvo que luchar Lautaro y
buena prueba de ello fué su fracaso en el ataque a Imperial, donde en marcha
hacia lá ciudad, fué sorprendido por una borrasca que los indios consideraron
de mal agüero y que produjo, como consecuencia, la dispersión del ejércíto
entero 2. ¿Qué otro general tuvo que vencer tantas y tan graves dificultades?
Era tanta la superioridad técnica del ejército español, que con
masas desordenadas, por fuertes y valientes que hubieran sido, no habría
existido la posibilidad de derrotarlo. Esto fué lo que comprendió Lautaro y lo
que se propuso remediar.
Tenía que comenzar por dar a su ejército una organización y un
fracionamiento adecuado a la calidad de mando de sus jefes y lo ideó y lo
implantó en el más breve plazo; había que establecer una sólida disciplina
para alcanzar el objetivo decisivo de lograr una obediencia ciega en el
momento oportuno, y la estableció con mano férrea, hasta llegar muchas
veces a la crueldad; y había, por fin, que dar a las tropas la indispensable
preparación que requerían sus operaciones militares y se la dió en cuanto fué
posible.
Como el servicio de exploración, para llegar a ser eficiente,
requiere una preparación relativamente larga que no podía obtenerse en el
breve plazo de gue él disponía, buscó ia manera de reemplazarlo por otro,
que siendo tan eficaz y requiriendo menos estudio, le permitiera aprovechar
las aptitudes de su gente, y empleó el espionaje, con el cual alcanzó los más
brillantes resultados.
Y fueron tan rápidos y efectivos, los progresos que los indios
hicieron en materia de instrucción y adiestramiento, que, cuatro años más
tarde, dieron motivo para que un cronista de la época se expresara así:
"Atacaron los indios en escuadrones cerrados; tan bien organizada la
piquería, como si fueran soldados alemanes muy cursados y expertos en
semejantes ocasiones". 3
Preparado ya así el ejército, el resto era tarea del general que lo
mandara y comenzó, por consiguiente, la obra de Lautaro.
El primer problema que tenía que resolver, era el de idear un
procedimiento de combate que ofreciera las posibilidades de contrarrestar la
eficiencta de las armas españolas. ¿Lo consiguió? ¡Acertó con el único que
existía! Por lo menos hasta hoy, a nadie se le ha ocurrido que por otros
medios se hubiera podido llegar a los mismos resultados,
2
El 23 de Abril de 1554 fracasó Lautaro en su ataque a.
Imperial porque "una gran tempestad de viento y lluvia, acom~ pafiada de
truenos y relámpagos, sembró la desorganización y el espanto entre los indios", y desistiendo
de su propósito, se volvieron a sus casas en completa dispersión", (Barros Arana, Tomo II,
Pág, 59)

3
Documentos Inéditos. Tomo XXVIII. Pág, 144
Viendo que de sus armas, casi del todo impotentes contra las
corazas españolas, no podía esperar la victoria, resolvió aprovechar su
superioridad numérica -el único factor que tenía a su favor- para producir el
agotamiento físico de los hombres y de los caballos enemigos.
Para alcanzar estos resultados fraccionó su ejército en numerosos
escuadrones 4 y los instruyó para alcanzar de elIos una eficiente y armónica
obra de conjunto.
Estudió en seguida el campo en que pensaba librar su primer
combate y proyectó en él la distribu, ción que convema dar a sus tropas para
alcanzar los siguientes pri!ll0rdiales objetivós:
1) Asegurar la sucesiva y oportuna intervención de sus diversos
escuadrones.
2) Obligar a los españoles a pelear en una dirección determinada
para alcanzar así, entre otros resultados, el de imponer a la caballería el pie
forzado de cargar siempre cuesta arriba.
3) Situar el teatro de la lucha en forma tal, que en cuanto se
produjera el rechazo de uno de sus escuadrones, la retirada se pudiera
efectuar sin el peligro de ser perseguido por la caballería enemiga.
4) Combinar y regir los movimientos de sus tropas de manera que,
producida la derrota de los españoles, no les quedara a éstos ningún camino
por donde practicar la retirada.
En forma impecable y con precisión matemática, se realizaron
estos cuatro objetivos, y tan perfectos fueron sus resultados, que permitieron
a Lautaro alcanzar una de las victorias más decisivas que registra la historia
universal.
¿De qué otro gran general puede decirse lo mismo, siquiera algo
parecido?

4.- Paralelo entre Lautaro y los grandes generales

Para llegar a conclusiones definitivas, creo que lo más efectivo es


hacer un paralelo entre Lautaro y los cinco generales de más fama en la
historia militar; Alejandro, Aníbal, César, Federico el Grande y Napoleón.

Edad.- En edad sólo puede comparáresle con Alejandro, que,


como él, tomó el mando de su ejército a los 18 años.

Conocimientos.-Todos los grandes generales fueron hombres de


vastos conocimientos, hombres que se desarrollaron en un ambiente de alta
4
En la milicia antigua se conocia con este nombre a una porcIón de tropas formadas en filas con cierta
disposición, según las reglas de la táctica militar. En los tiempos más antiguos la táctica era conocida con el
nombre de arte de escuadronar.
cultura y con una esmerada educación.
Alejandro fué hijo del Rey Filipo de· Macedonia y discípulo de
Aristóteles, el genial filósofo griego; César, que pretendía descender de
Eneas, de Venus de Anquises, fué un hombre ilustrado, de gran elocuencia y
de destacadas aptitudes políticas (bastaría decir que fué el autor de Los
Comentarios) ; Aníbal, hijo de Amícar Barca, general cartaginés, a quien
siguió a España, hizo su carrera desde soldado a las órdenes de su cuñado
Asdrúbal y se formó, por consiguiente, en un ambiente netamente militar;
Federico, hijo de rey y rey él mismo de un pueblo civilizado, no hay para qué
decir que fué un hombre de cultura superior y, por fin, Napoleón, fué militar de
profesión, formado en el colegio militar de Brienne y en la escuela militar de
París.
Todos éstos llevaron, pues, a la guerra el aporte de su preparación
y el de las lecciones y experiencias militares que hasta entonces existían,
todos fueron hombres de estudio y de grandes conocimientos.
Lautaro, en cambio, fué un indio analfabeto, sin la menor noticia de
lo que en el mundo había ocurrido antes de él, sin saber siquiera que habían
existido otros generales, ni lo que ellos habían hecho, sin ejemplo ninguno
que seguir y, lo que es peor, sin gimnasia intelectual de ninguna especie,
pues nunca había tenido oportunidad de ejercitar su inteligencia.

Ejército.- Ninguno de los grandes generales tomó el mando de un


ejército de mediana calidad.
El de Alejandro fué el que formó su padre, Filipo de Macedonia, el
que usaba la falange, la formación más eficiente de esa época.
César tomó el mando del ejército romano, el mejor de su tiempo, ya
evolucionado, pues en vez de la falange, usaba la legión.
Aníbal peleó al mando del aguerrido ejército cartaginés, que ya
había sabido vencer en Italia y en España.
Federico recibió de su padre, el Rey Sargento, el ejército más
·disciplinado y aguerrido de su época.
Napoleón, baste decir que tomó el mando del gran ejército francés
del siglo XVIII. Hay sí que reconocer, que en ei momento de hacerlo -al iniciar
la campaña de Italia- ese ejército se hallaba completamente desmoralizado
por el abandono en que lo tenía el Gobierno.
¿y Lautaro? Se hizo cargo del peor ejército del mundo y de la tarea
de combatir, con el que, tal vez, era el mejor ejército del mundo.
En ese ejército no se conocía la instrucción, no había organización,
táctica, jerarquía de mando, ni otra base para constituir un ejército, que la del
material humano.
Pero para establecer en forma concreta y aproximada el verdadero
valor militar del ejército que Lautaro recibió, hay que proceder, una vez más,
en forma inductiva.
¿Fué sólo una horda, como correspondía al escaso grado de
cultura que la tribu había alcanzado?
Habría derecho a suponerlo, pero eso no armonizaría con los
siguientes antecedentes, perfectamente comprobados:
1.- Eran guerreros que invariablemente habían vencido, a través
de varios siglos, a todas las tribus que se le habían opuesto;
2.- No sólo habían peleado con tribus de su misma cultura, sino
con una raza tan evolucionada como la que poblaba el Perú (los incas), la
cual, después de ingentes y repetidos esfuerzos para conquistarlos, renunció
a la guerra, declarándolos promaucas, o lo que es lo mismo, "enemigos
libres"; y
3.- Vivían dedicados exclusivamente a su preparación para la
guerra y esto impone el deber de suponer, por lo menos, que eran muy
diestros en el manejo de sus armas, que eran ágiles y resistentes a toda clase
de fatigas y que conocían y apreciaban el inmenso valor de la disciplina.
A estos antecedentes hay que agregar, sí, la ignorancia casi
absoluta que de toda materia militar tenía Lautaro, y hecho esto, hay que
arribar forzosamente a la conclusión de que a él no le quedaba otro recurso,
que inventarlo todo

Armamento.-Todos los grandes generales pelearon con los


mejores armamentos que en sus respectivas épocas existían, en tanto que
Lautaro tuvo que hacer frente a un ejército tan superiormente armado, que se
vió reducido casi a la más absoluta impotencia.
Se ve, pues, que mientras los grandes generales gozaron de todas
las ventajas que podía ofrécerles un buen ejército, una vasta ilustración, etc.,
Lautaro tuvo que realizar sus campañas sin otra ayuda que la potencia de su
genio creador.
Y tan poderoso fué ese genio, que creándose recursos, mandando
tropas colecticias, descubriendo leyes y procedimientos e improvisando sus
armas, debeló adversarios, donde quiera que los encontró, logrando morir
invicto.

Sintetizando lo ya dicho sobre Lautaro, podemos llegar a la


conclusión de que, sin apasionamiento de ningún género, y a la luz de sólo
los hechos perfectamente históricos, se le pueden atribuir como principales
méritos los siguientes:
1.- Sólo tenía 18 años al tomar el mando de su ejército.
2.- Era analfabeto y de la más absoluta ignorancia.
3.- Ningún general del mundo ha tenido que realizar sus
campañas con un ejército tan deficiente y tan mal armado como el que
empleó Lautaro,
4.- Toda la organización y toda ia instrucción del ejército
araucano, fué obra de Lautaro. Mérito es éste, del cual ningún otro general ha
podido vanagloriarse.
5.- Creó una táctica especial para su ejército, táctica que le
permitió alcanzar los más brillantes resultados.
6.- Fué un maestro en el arte del aprovechamiento del terreno,
arte que en él, fué una verdadera creación.
7.- Ideó planes de combate y los realizó en forma tan perfecta,
que, invariablemente, lo condujeron a la victoria.
8.- Su primera batalla fué una de las victorias más completas que
registra la historia militar del mundo.
9.- Empleó la fortificáción del campo de batalla, sin haberla
aprendido de los españoles, pues éstos nunca hicieron de la fortificación una
aliada para el combate, sino un refugio para descansar en la tranquilidad de
que no serían sorprendidos. Eran, pues, muy distintas las características de
ambas fortificaciones.
10.- Ideó el procedimitmto de fortificaciones a retaguardia de la
primera línea de combate, procedimiento que sólo en la penúltima guerra
europea ha venido a consagrarse como bueno.
11.- Descubrió todas las leyes de la guerra y en el campo de la
estrategia -materia ésta en la cual nada pudieron decirle los procedimientos
españoles, movió sus masas de tropa en un vasto y pobre teatro de
operaciones, sin sufrir nunca un fracaso.
12.- Inventó nuevas armas que rindieron todo el fruto que de ellas
podía esperarse.
13.- Jamás perdió una batalla: murió invicto.
14.- Como todos .los grandes generales, gozó de un enorme
prestigio entre sus soldados y llegó a ser el terror de sus enemigos.
¡De ningún otro general puede decirse lo mismo!
Lautaro iguala a unos en ciertos rasgos, a otros en otros, pero
nadie lo iguala a él en todos.
CAPITULO V

COSTO DE LA GUERRA DE ARAUCO

Antes de comenzar el estudio de la guerra secular que Arauco


sostuvo contra España, me parece oportuno poner de manifiesto, con
antecedentes indiscutibles, la enorme diferencia que existió entre la
resistencia opuesta a los españoles por los araucanos y la que opusieron las
restantes tribus americanas.
El descubrimiento y conquista de América, que fué un duelo a
muerte entre España y los aborígenes de nuestro continente, se caracterizó
especialmente, por la invariable superioridad que revelaron las armas
españolas.
Sin excepción, bastó un pequeño ejército español, a, veces 50
jinetes, para derrotar a los más poderosos ejércitos americanos.
Con poco más de 600 soldados invadió Cortés el poderoso imperio
azteca y librando numerosas y sangrientas batallas, en que jamás salió
derrotado, llegó con ellos a posesionarse de la opulenta capital, a los seis
meses y días de haber desembarcado en Veracruz.
Reforzado, poco más tarde, llegó a contar con algo más de 1000
soldados, los que le bastaron para terminar completamente la dominación de
México. ¿Cuántos hombres costó a España esta campaña? No alcanzaron a
160.
Con menos gente aún, fué invadido Perú, nación poderosa y
conquistadora cuyos dominios se habían extendido ya desde el Ecuador
hasta Bolivia y Chile. Bastaron a Pizarro 170 soldados, 70 caballos, 3
arcabuses y 20 ballestas para llegar hasta Cajamarca y ponerse al frente del
poderoso ejército que mandaba Atahualpa.
Tras estas invasiones, siguieron las respectivas conquistas, que
fueron relativamente breves y de carácter definitivo.
Subyugados así los dos grandes imperios que predominaban en
América, lógico fué que los españoles dieran por terminada la parte más difícil
de su tarea, sin imaginarse siquiera la dolorosa sorpresa que les reservaba el
porvenir.
Llegaron los españoles a Chile al mando de uno de los más
brillantes oficiales que vieran los teatros de guerra americanos, don Pedro de
Valdivia, y su encuentro con los araucanos fué el principio de una era digna
de los tiempos heroicos de la antigua Grecia. Fué el choque violento de dos
razas gigantes, a las cuales no intimidaban la muerte, ni los más grandes
sacrificios.
Aunque extraño, es por eso explicable, que el descubrimiento y
conquista de Chile, haya costado a España más, pero inmensamente más,
que el descubrimiento y la conquista de la América entera.
La conquista, que en los demás países duró sólo unos cuantos
años, en Chile nunca fué terminada. Después de 270 años de no interrumpida
lucha, los españoles, los mejores guerreros de esa época, se retiraron de
Chile sin poder decir que por un momento siquiera, habían dominado a los
araucanos.
Este solo antecedente dice ya más que todo lo que pudiera
escribirse sobre el valer militar del pueblo araucano.
No nos fué mejor a los chilenos, que continuamos la obra de los
españoles durante más de medio siglo, con los mismos resultados negativos.
La única tribu americana con la cual España pactó treguas y
tratados de paz, reconociendo la independencia de los indios, deslindando
fronteras, arreglando canjes de prisioneros y estableciendo determinadas y
recíprocas relaciones de convivencia, fué la araucana (Paces de Quillén,
1641).
Por eso, mientras en los demás países se mantenían ejércitos de
unos cuantos cientos de hombres, ya a principios del siglo XVII, el rey de
España dispuso que en Chile existiera permanentemente uno no inferior a
1.500 soldados españoles, sostenido por el real situado que pagaba el Perú.
En 1603, el rey dispuso que en ChÍle se mantuviera
permanentemente un ejército de 1.500 hombres y en 1606, Felipe II ordenó,
para poderlo mantener, que el situado que pagaba el Perú, se elevara a
212:000 ducados.
En Abril de 1620, el ejército constaba de 1.587 plazas.
y así fué cómo en 1605, el ,Gobernador, don Alonso García
Ramón, inició sus operaciones contra Arauco con un ejército superior a 1.200
soldados españoles y otro, aún mucho mayor, de indios auxilíares. Esto no se
vió. nunca en ningún otro teatro de guerra arnericano.
Casi no hubo gobernador que no llegara a Chile con un respetable
refuerzo de tropas, aparte de las remesas extraordinarias que España hizo, y
esto, unido a los innumerables hijos de españoles que en casi tres siglos
nacieron en Chile, hizo que fueran muchas las decenas de miles de soldados
que cayeran en el trágico tonel de las Danaides de la guerra de Arauco5.
El más autorizado de los historiadores coloniales, contemporáneo a
esa gloriosa época, don Diego Rosales, calculaba que a fines del siglo XVII, la
guerra de Arauco costaba ya a España 42.000 soldados y más de 50 millones
de duros6. Sólo en el lapso comprendido entre 1601-1698 la guerra costó
9000 soldados y 16.109.661 pesos y 3 reales.
Con estos antecedentes coinciden los siguientes
1.- En 1614, don Pedro Cortés Monroy, enviado como Procurador
del Gobernador don Alonso de Ribera, ante la Corte de España, pidió al rey
un ejército de cuatro o cinco mil hombres, muchas armas y toda clase de
elementos, para poder terminar la guerra en cinco o seis años7.
2) En 1664, Jorge de Esquía y Lumbe, en carta al rey de España,
ponía en su conocimiento que, hasta esa fecha, habían muerto en la guerra
29.000 españoles y 60.000 indios auxiliares8.
Si estas son las cifras de muertos hasta fines del siglo XVII, dable
es calcular, sin la menor exageración, que hasta principios del siglo XIX, en
que la guerra terminó, las bajas sufridas por España no pudieron ser inferiores
a 50.000 y tal vez más hombres. Y conste, que en estos cálculos, no están
comprendidos los heridos, prisioneros, ni desaparecidos.
jQué contraste forman estos antecedentes, con el ya conocido de
que, para dominar completamente al gran imperio azteca, España no perdiera
sino 160 hombres! Si se computan las bajas sufridas en el resto de América,
me parece muy difícil llegar a los 300 hombres.

5
Algunos cronistas dejan constancia de que entre los soldados que
acompañaban a don P·edro de Villagra en 1563 iban ya muchos chilenos de nacimIento
(Barros Arana, tomo Ir, pág. 314).

6
Capitulo XVIII, página 109
7
Medina. Biblioteca Hispano-Chilena, tomo ir, pág, 38
8
Ult!mo desengaño de la guerra de Chile, Medina. BIblioteca Hispano-Chilena, tomo II. página 308
CAPITULO VI

LAUTARO EN ACCION

Tan pronto como Lautaro se sintió en situación de hacer frente al


poderío español, lanzó su grito de guerra, atacando el fuerte de Tucapel.
Era Tucapel un pequeño fuerte guarnecido por unos cuantos
soldados españoles, al mando del capitán Ariza.
Valiéndose los indios de la circunstancia de que diariamente les era
dado entrar al fuerte, llevando la provisión de leña y pasto que la guarnición
necesitaba, en una de esas veces, llegaron con armas cuidadosamente
ocultas en las cargas, y aprovechando el descuido de los españoles, cayeron
sobre ellos logrando desconcertarlos oon la sorpresa.
Mas, esto duró poco. Muy luego Ariza logró restablecer el orden
entre los suyos y, contraatacando, después de grandes y sangrientos
esfuerzos, logró arrojar a sus enemigos del fuerte y aún perseguirlos por corto
trecho.
Desgraciadamente para los españoles, este triunfo momentáneo
había costado mucha sangre y Ariza se dió cuenta, viendo llegar nuevos
refuerzos indios, de que no le quedaba otro recurso que abandonar el fuerte,
lo que realizó al caer la noche.
La velocidad de sus caballos le permitió sustraerse a la
persecución de los indios y pudo, sin ningún entorpecimiento, llegar al vecino
fuerte de Purén, Los indios, viéndose dueños del fuerte, lo incendiaron,
prendiendo así de nuevo la antorcha de la guerra.
Según don Crescente Errázuriz, es a Lautaro a quien hay que
atribuir esta sublevación. Dice sí, en la pág. 558 del 2" tomo de su obra sobre
Pedro de Valdivia: "Fué, sin duda, Lautaro quien infundió en las leguas de
Arauco, Tucapel y Purén, el espíritu de revuelta; quien concibió el plan de
conflagración general, al ver la imprudente división de las fuerzas españolas.
"En toda su vida, tan corta como agitada y gloriosa, siguió
ejerciendo su autoridad sin contrapeso. Designaba a los caciques e indios
principales, que en cada empresa habían de tomar parte; los convocaba y
mandaba; desechaba a cuantos no creía aptos; perseguía y castigaba sin
piedad a los que rehusaban ayudarlos o permanecían sujetos a los
españoles".
También dice de él: "el más ilustre, poderoso y obedecido de sus
capitanes generales".
En la página 559, refiriéndose a la presencia de Lautaro en
Tucapel, dice: "El haber sido Lautaro en esa época "Capitán General de los
Indios" lo afirman Francisco de Villagra en la pregunta 68 de su interrogatorio,
y, en sus respuestas a ella, no menos de 20 de sus testigos, sin que ninguno
lo ponga en duda. Eso mismo afirman Juan Gómez de Almagro y sus testigos
(XI, 192 y otras), don García de Mendoza (XI, 421) Y numerosos capitanes y
soldados".
Tan pronto como Valdivia tuvo conocimiento de la destrucción del
fuerte de Tucapel, resolvió reconstruir el fuerte incendiado y salió de
Concepción a la cabeza de sólo quince jinetes, para dirigirse a las minas de
Chilacoya, que en esos momentos explotaban con una gran cantidad de
indios sumisos.
Lo que tan apresuradamente lo hacía proceder, era el temor de que
la insurrección se propagara y el consecuente deseo de apagarla en germen.
OcurrÍa esto el 15 de Diciembre de 1553, aproximadamente.
Aun cuando en las minas no se tenía ninguna noticia de la
insurrección y los indios se mantenían tranquilos, tomó Valdivia la precaución
de levantar un fuerte que diera cierta garantía de seguridad a la tropa
destacada allí.
Esto le permitió también retirar algunos soldados, que unidos a los
que pudo sacar de Arauco, a su paso hacia Tucapel, hizo subir su partida a
50 jinetes.
Tomó al mismo tiempo la precaución de enviar ai capitán Gómez
de Almagro, comandante del fuerte Purén, la orden de ponerse en marcha
hacia Tucapel con trece de los jinetes que tenía a su mando y de encontrarse
en el punto de la cita el 25 de Diciembre, (Sobre la fecha exacta en que
ocurrió la batalla de Tucapel, no se han puesto de acuerdo los historiadores.
Para el objetivo que en este trabajo me propongo, una diferencia de días,
carece en absoluto de importancia.)
Fué relativamente fácil que esta noticia llegara a oídos de Lautaro,
pues Gómez de Almagro leyó públicamente en Purén la carta de Valdivia.
Conviene ya establecer aquí, que los españoles, (aún cuando ellos
no lo declararon nunca en sus crónicas ni en sus partes, tal vez por creerlo
innecesario), jamás dejaron de ir a los combates reforzados con un buen
número de indios auxiliares (Yanaconas).
Algunos cronistas, entre ellos Rosales, han fijado en 2.000 el
número de yanaconas que acompañaron a Valdivia en Tucapel.
Estos indios peleaban valientemente al lado de los españoles y
servían, tanto en los servicios auxiliares, como para proteger los flancos o
para ocupar determinados puntos en el campo de batalla. En el caso que
comentamos, concurrieron también, pero en un número que, como dijimos, no
ha sido posible fijar exactamente.
Este avance de Valdivia hacia Tucapel, no tomó desprevenido a
Lautaro, quien, gracias a su servicio de espionaje, se mantuvo en todo
momento orientado sobre el curso de los acontecimientos.
Como su propósito era batir a Valdivia en Tucapel, no hizo esfuerzo
alguno para molestarlo en el camino, ni para detenerlo en su avance y se
limitó a observarlo por medio de sus espías.
A la viveza y sagacidad de sus indios, no escapó ni siquiera la
orden dada a Gómez de Almagro para concurrir a Tucapel, por la razón que
consignamos anteriormente, y como esto significaba un refuerzo para su
adversario, se propuso hacerla fracasar.
Entre cien generales, por lo menos 90 habrían resuelto en este
caso, destacar contra la fracción de Gómez de Almagro la gente necesaria
para rechazarlo o, por lo menos, para detenerlo durante todo el tiempo que
hubiera sido necesario. Esta era la solución, al parecer más lógica y, sin
embargo, a Lautaro no le pareció la mejor.
Destacar tropas contra Gómez de Almagro para detenerlo en su
avance, con ser lo más simple, no pareció a Lautaro un recurso apropiado, ya
que se resolvía, al fin, en una equivalencia: hacía perder fuerzas a su
adversario, pero perdiéndolas él, a su vez. Buscó, pues, otro medio más
eficaz, que fué el de hacer saber a Gómez de Almagro que el 24 su fuerte
sería atacado con grandes fuerzas. Bastó tal noticia, como era natural, para
que éste resolviera postergar por un día su avance a Tucapel.
¿Cómo hacer llegar esa noticia? También éste era un problema
que necesitaba ser resuelto con mucho tino, pues no era tan fácil engañar a
los españoles.
Lo que Lautaro hizo, fué ordenar a un indio, que debe haber sido
muy ladino, que rondara cerca del fuerte simulando mucho interés en no ser
visto y procurando, a la vez, que lo sorprendieran. Consiguió su objetivo y el
indio fué apresado por los españoles,
Interrogado sobre la intención que allí lo llevaba, se negó a
contestar hasta que, viéndose muy apremiado -esto había que esperarlo-
confesó que andaba reconociendo el fuerte, porque los indios pensaban
atacarlo el 24 con grandes fuerzas. Se ve que a Lautaro no se le escapaba
ningún detalle.
Es de hacer notar que el interés de Lautaro no fué impedir la salida
de Purén de Gómez de Almagro, sino retardar esa salida, ¿Por qué? Porque
a él le convenía esa salida para poderlo batir en campo abierto, como,
efectivamente, ocurrió el 26 de Diciembre.
Con sólo la pérdida de cuatro jinetes, adelantados para explorar y
que fueron copados y muertos por las avanzadas de Lautaro, llegó Valdivia a
Tucapel, antes del medio día del 25 de Diciembre de 1553. (Estos jinetes
fueron don Luis de Bobadilla y tres soldados que Valdivia destacó desde
Lavolebo.)
Avanzó hasta llegar cerca del lugar en que había existido el fuerte,
y se aprestaba ya para dar descanso a su tropa, cuando de un bosque vecino
salió, en compacta formación y con denodado empuje, un escuadrón
araucano.
Valdivia, con la rapidez que era de esperar de tan experto capitán,
dividió en tres partes su escuadrón y designó a una de ellas, para salir al
encuentro de los indios.
El choque fué tremendo. Los españoles, sedientos de venganza,
cayeron como una tromba sobre las compactas filas de los indios, arrollando y
matando a diestro y siniestro.
Los indios, entretanto, no les iban en zaga, poseídos de una
altísima moral, seguros ya de que los españoles morían como ellos, y
convencidos de que había sonado la hora de su redención, resistían y
luchaban con un valor desesperado, defendían palmo a palmo el terreno y
vendían caras sus vidas.
Sin embargo, aunque el resultado podía hacerse esperar, era muy
difícil que en ese choque de los aceros contra los pechos desnudos de los
indios, fuera otro que la derrota de éstos. Cedieron, pues, el campo los
naturales, para precipitarse por las quebradas (de antemano elegidas para el
caso) donde no los podían perseguir los jinetes enemigos. No antes sí, de
haber herido a muchos españoles y de haberlos abrumado de cansancio.
Con esto se habían logrado ya dos de los objetivos de Lautaro:
debilitar la resistencia española y evitar la persecución de sus tropas.
Así terminó la primera fase del combate de Tucapel, y siguiéndolo
en su desarrollo, vamos a ver ahora como se desenvolvió el plan que Lautaro
había concebido.
Convencido de que en un choque con los españoles su ejército
llevaría siempre la peor parte, si lo empleaba en masa, se había propuesto
hacer de la batalla, no un encuentro formidable, como siempre había ocurrido,
sino tantos encuentros parciales como fueran necesarios, para agotar las
fuerzas de su adversario en un combatir incesante y siempre renovado,
Era el combate en olas, que debía esperar varios siglos para ser
aceptado por el arte militar.
Ideaba con esto un nuevo sistema de combatir, creaba una táctica;
pero le faltaba realizar y completar su plan y lo hizo en una forma impecable.
La sucesiva y no interrumpida intervención de sus escuadrones se
produjo con precisión matemática y sin que ninguno se denunciara antes de
entrar en acción. Cómo logró tal orden y disciplina en un ejército que poco
tiempo antes se hallaba formado por tropas absolutamente colecticias? Este
es uno de los fenómenos más dignos de ser admirados.
Sigamos ahora el curso de los acontecimientos.
Rechazada la primera fracción de tropas de Lautaro, una segunda
ocupó inmediatamente su lugar, con iguales bríos, obligando a Valdivia a
emplear contra ella, un segundo grupo de jinetes.
Esta vez la resistencia de los indios fué aún más tenaz, y ésto,
unido a la fatiga que producía el ardiente sol de un caluroso día de verano,
aumentó en tal forma el cansancio de los jinetes y de los caballos, que
Valdivia creyó indispensable precipitar el desenlace para resolver cuanto
antes un combate que ya se prolongaba inusitadamente. Para llegar a tal
resultado, puso en acción todas sus tropas simultáneamente y así logró, como
era natural, la retirada de la segunda división de Lautaro, aunque sin alcanzar
sobre ella un triunfo decisivo, porque, como la anterior, consiguió también
burlar la persecución, precipitándose a las quebradas.
Apenas resuelta así la segunda fase del combate, apareció, con el
mismo orden y brío que los anteriores, el tercer escuadrón de Lautaro.
Fácil es imaginarse la situación que esta tercera ola de ataque creó
a los españoles, ya completamente extenuados, muchos de ellos heridos y
desprovistos en absoluto de tropas de refresco. No se desalentaron, sin
embargo. Dando, una vez más, elocuentes pruebas del acerado temple de
sus almas, en un esfuerzo supremo, cargaron con renovados bríos. ¡Empeño
inútil! Extenuados ya los jinetes, agotados los caballos y muy raleadas las
filas, faltaron fuerzas para romper la muralla de pechos, que los tenaces
indios oponían.
Era el -instante decisivo y, dirigiéndose a sus oficiales, Valdivia
preguntó? ¿Qué hacemos? El capitán extremeño, Altamirano de Medellín,
tomando la representación de todos, contestó: ¿Qué quiere vuestra señoría
que hagamos, sino que peleemos y muramos?
Esta respuesta espartana, da idea de la fibra de esos hombres, que
escribieron con hazañas nunca superadas, la epopeya que cantó Ercilla,
como cantó Homero la de los griegos.
Para soldados de ese temple, cuando no se podía vencer, había
que morir, y a morir tocaron las trompetas cuando ordenaron repetir la carga.
El choque fué tan impotente como el anterior, y por segunda vez se
produjo el repliegue de los españoles,
Continuar el combate era ya imprudencia temeraria e inútil
sacrificio, y Valdivia, sobre quien pesaba toda la responsabilidad, se vió
forzado a ordenar la retirada.
Conociendo la rapacidad de los indios, pensó en que si les
abandonaba sus bagajes, por saquearlos, le dejarían escapar con los pocos
hombres que aún le quedaban en pie.
Comenzaba a poner en obra este plan, cuando en medio de una
ensordecedora vocería, se vió atacado por todos lados por numerosas
partidas de indios que avanzaban con loco ardor. Era la reserva, que al
mando de Lautaro, intervenía en el momento preciso, para consumar la
derrota de los españoles,
Y llegó el epílogo de esa odisea admirable, en que el genio de
Lautaro rayó a la altura del espartano valor de los españoles. Por un momento
pudieron aún los castellanos ofrecer alguna resistencia; pero eran ya tan
pocos y se hallaban tan extenuados, que no vieron otra salvación que la fuga.
Desgraciadamente, ni a este recurso se pudieron acoger, porque
Lautaro había tomado ya sus medidas para cerrar todos los caminos de
retirada.
Los indios, entretanto, enardecidos con la victoria, y sedientos de
venganza, atacaban con verdadera furia, acabando a lanzadas con los pocos
sobrevivientes.
Valdivia, en compañía de un clérigo apellidado Pozo, había logrado
escapar del campo de batalIa, pero detenido por un pantano, fué alcanzado
por los indios y ultimado sin piedad. El clérigo corrió la misma suerte.
Los autores no están de acuerdo sobre el género de muerte que
sufrió Valdivia. Mientras unos creen que murió en el campo de batalla, otros le
atribuyen una muerte horrorosa, martirizado por los indios.
Yo me inclino a creer que no salió vivo del campo de batalla,
porque juzgo poco probable que Valdivia, conociendo la crueldad de los indios
y sabiendo que tenían que vengar en él muchos agravios, se hubiera dejado
tomar prisionero. Por otra parte, es también poco probable que en esa orgía
de sangre, los indios hubieran pensado en tomar prisioneros.
Terminó, pues, la batalla de Tucapel, la primera que los indios
ganaban y la primera que Lauiaro dIrigía, con la muerte de todos los
españoles, sin exceptuar uno solo.
La muerte de todos los españoies, hizo difícil la reconstitución de
esta batalla y lo que de ella se sabe, lo dijeron los pocos indios auxiliares que
escaparon de la hecatombe. Uno de los principales cronistas de la época,
Góngora de Marmolejo, obtuvo la mayor parte de sus datos del indio Alonso,
guardarropa de Valdivia, que peleó a su lado en Tucapel.
La aparición de Lautaro marcó, en consecuencia, el principio de
una nueva era: la de la vulnerabilidad española.
Hasta entonces, los castellanos no habían conocido en Chile al
derrota, como no la habían conocido tampoco en el resto del continente
americano, que se lo había sido impotente testigo de sus ininterrumpidos
triunfos.
Algo extraordinario tenía que resultar del choque de esos dos
titanes: Valdivia que no conocía la derrota y Lautaro que no la había de
conocer jamás.
Como se ha visto, uno a uno se cumplieron los propósitos de
Lautaro, cosa tan difícil en la guerra, que casi se tiene por imposible. Ni
llegaron los refuerzos de Purén, ni salvó con vida uno solo de los enemigos.
A consecuencia del ardid de Lautaro, Gómez de Almagro llegó a
las inmediaciones de Tucapel 24 horas después de la hecatombe y al darse
cuenta de la irreparable desgracia, pensó en el peligro que a él mismo le
acechaba e inició inmediatamente su retirada.
Desgraciadamente, era ya tarde para hacerlo impunemente.
Atacado por numerosas partidas de indios, al mando de Lincoyán, tuvo que
desplegar Gómez de Almagro y los trece jinetes que lo acompañaban tal
energía y heroicidad, que han pasado a la historia con el honroso título de
"Los catorce de la fama". De los 14 cayeron 7 y los restantes salvaron todos
muy mal heridos.
CAPITULO VII

PRIMERA CAMPAÑA DE LAUT ARO

Batalla de Marigüeñu (26-II-1554)

Convencidos . los españoles, después de doce años de no


interrumpidas viétorias, de que sus huestes eran invencibles, no sólo se·
sentían completamente seguros, sino que la confianza. en sus armas los
había llevado a, una exagerada y peligrosa dispersión de sus fuerzas. En su
afán de fundar ciudades, no pensó Valdivia en que cada una de ellas le
significaba una sensible .disminución de sus efectivos de combate,
Por eso, la derrota de Tucapel y la muerte de Valdivia, produjeron
verdadera consternación en la vecina ciudad de Concepción.
Sorpresivamente, sus habitantes se vieron privados de las tropas que los
protegían y, a la vez, del experimentado caudillo en quien tenían puesta toda
su confianza.
Fué, pues, indescriptible el pánico que la noticia del desastre de
Tucapel llevó a los ánimos de los habitantes de todas las ciudades y fuertes
que existían al sur del Mau)e.
La guarnición de los Confines y una parte del Cabildo, escaparon
de Imperial, y la de Arauco; con gran parte de los pobladores, huyó a
Concepción, donde fueron a aumentar el espanto que ya reinaba en la ciudad,
El primer problema que se presentaba, era la elección del jefe que
debía reemplazar a Valdivia y, por suerte, con la más completa unanimidad,
todos pusieron sus ojos en el Teniente Gobernador, don Francisco de
Villagra, valiente y experimentado capitán, que inspiraba plena confianza y
que arrastraba todas las simpatías.
Aceptó Villagra el honroso encargo, a pesar de conocer la grave
responsabilid'ad que asumía y lo difícil que era la tarea que debía cumplir, y
comenzó, sin pérdida de tiempo, a reunir y a organizar un ejército que le diera
alguna garantía de triunfo contra el caudillo araucano.
Juntando toda la tropa que le fué posible y separando a los menos
aptos para encargarlos de la defensa de Concepción, logró formar un ejército
de 154 soldados 9 y 6 cañones, fuerzas éstas que eran las más numerosas de
las que hasta entonces habían operado en el campo araucano. Mucho se
esperaba, especialmente de la artillería, arma hasta ese momento
desconocida en Chile y que estaba destinada a producir gran efecto material y
aún mayor efecto moral, entre los ignorantes y supersticiosos indios.
A esto hay que agregar un gran número de indios auxiliares.
En cuanto Villagra se sintió en estado de operar, nombró a su tío,
don Gabriel Villagra, jefe de la guarnición de Concepción, y emprendió su
marcha hacia Arauco. Era el 24 de Febrero de 1554.
A los dos días de marcha, sin hallar el menor rastro de los indios,
llegó al valle de Chivilingo, al pie del cerro de Laraquete.
El conocimiento que tenía del carácter de los indios, hizo que en
vez de confianza, esta ausencia de enem;gos le produjera recelos,
obligándole a extremar las precauciones para evitar una sorpresa.
La marcha del día 26 debía iniciarse repechando la cuesta del
cerro Laraquete, que aunque no ofrecía fuertes pendientes, tenía el
inconveniente de hallarse cubierta de grandes matorrales, capaces de
encubrir una emboscada.
Coronando el cerro a que daba acceso esta cuesta, se extendía
una meseta "larga algunas cuadras y ancha cuanto alcanza un tiro de fusil,
pero entrecortada de bosques y espesuras. Por la parte oriental está cerrada
de una selva densa que no da paso, por el occidente la ciñe un gran precipicio
que cae hasta el mar". (Descripción del cronista de la época, el padre jesuíta
Miguel de Olivares, Historia de Chile, libro II Cap, XVI).
La descripción tan precisa que el cronista hizo de esta meseta,
tiene para nosotros la más alta importancia, porque en ella fué donde se
desarrolló la batalla de Marigueñu y.allí, donde los españoles dijeron que
Lautaro había peleado a la cabeza de 100,000 hombres. (Así lo declararon
Francisco de Villagra y cuatro testigos más),
"Larga algunas cuadras".,. ¿Cuántas? Segurament€ no serían más
de tres, tal vez cuatro. "Ancha, cuanto alcanza un tiro de fusil". Esto equivale a
decir, que no tendría más de 200 a 300 metros de anchura, (En esos tiempos
los rifles no tenían más alcance), "Cerrado por el oriente por una selva densa
que no da paso y ceñida al occidente por un precipicio que cae hasta el mar",
Se cierra así un polígono de forma más o menos rectangular y de
unos 400 a 500 metros de largo por unos 250 metros de ancho. No hay que
olvidar que la meseta se "hallaba entrecortada de bosques y espesura",
¿Cuánta tropa cabe en un espacio así?
En formación compacta, difícilmente podrían colocarse allí 10,000
hombres, en formación de combate, a duras penas la mitad, Y, sin embargo,

9
En el proceso de Francisco de Villagra, don Juan Gal'cés da ese número en su declaración (XXII, 13). La
mayor parte de los testigos dicen 150 y tantos; pero Cristóbal Vareja expresa: "Ciento e cincuenta e cuatro
hombres de a caballo e infantes muy bien armados e aderezados, y este testigo los contó por mandato del
dicho Francisco de Villagra en un alarde que se hizo".
los españoles calcularon en 100,000 hombres la fuerza de Lautaro. Esta es
una prueba concluyente de que las cifras sobre los efectivos araucanos, hay
que aceptarlas siempre con beneficio de inventario,
En un espacio tan reducido oomo el que acabamos de conocer, no
pueden combatir 10,000 hombres por· que no tendrían dónde tomar distancia,
avanzar, retirarse. relevar las tropas de primera línea, como lo hizo Lautaro,
etc,10 Lo más que podrÍa. concederse, es qué la fuerza de los araucanos fué
en esa ocasión de unos 4,000 a 5,000 hombres.
Otro ejemplo nos dirá hasta qué punto eran exagerados los datos
sobre las fuerzas enemigas, dados por los españoles.
En la batalla de Penco, Valdivia dió cuenta de haber sido atacado
por un ejército de 40,000 indios, que divididos en cuatro grandes unidades,
atacaron simultáneamente.
Por excepción, en este caso, los españoles se defendían tras una
empalizada, es decir, en un recinto que, dados sus escasos efectivos, no
puede haber sido de más de 100 metros por cada lado. Pues bien, las cuatro
unidades de 10,000 hombres cada una, atacando simultáneamente, no sólo
no se estorbaron, si· no que quedaron tan separadas, que le fué posible a los
españoles una contraofensiva en que las batieron aisladamente. En la
realidad, esto habría sido sensillamente imposible en tan reducido espacio.
Hecha esta digresión, pasemos a la narración de la batalla.
Villagra, ante el temor de que la cuesta que daba acceso a la
meseta se hallara ocupada por tropas enemigas, destacó una vanguardia de
30 a 40 hombres al mando de su maestre de campo, don Alonso de Reinoso.
No se había equivocado, pues al llegar a la mitad de la cuesta,
Reinoso tuvo que hacer frente a un impetuoso ataque que tropas emboscadas
le llevaron desde ambos lados del camino.
Como la misión de la vanguardia no era comprometerse a fondo,
comenzó a replegarse, tan pronto como le fué posible desprenderse de sus
enemigos, y poco más tarde, logró incorporarse al grueso de la columna.
Sin detenerse por este incidente, Villagra continuó su avance y a
las ocho de la mañana, después de rechazar muchos ataques parciales, logró
coronar la cumbre.
Con la mayor rapidez que le fué posible, tomó sus disposiciones,
fraccionando sus fuerzas, distribuyéndolas en el campo, fijando posiciones a
la artillería, etc.
Es de suponer que Lautaro recién terminaba también de ganar la,
posición con el grueso de sus fuerzas, que a ser de otra manera, no habría
dejado de atacar con más energía a la subida de la cuesta o cuando Villagra
tomaba sus primeras disposiciones.
Con todo, cuando apenas terminaban las tropas españolas de
tomar sus primeras colocaciones, el combate comenzó, partiendo de los
indios la iniciativa, con un impetuoso ataque.

10
Los testigos que comprueban el mando de Lautaro en Tucapel afirman también que durante toda su vida
permaneció frente a las huestes araucanas, Que mandó en Maríguefiu lo declaran, además. Martín
Hernández (XXI, .523) y Gabriel de Villagra (XXI, 558), Lo confirman Ercilla y Gongora de Marmolejo,
Como siempre, el resultado de este primer choque fué el rechazo
de los indios ante el ímpetu arrollador de los caballos y la mayor eficacia de
las armas españolas, Desgraciadamente para éstos, era su primera ventaja
un hecho ya previsto por Lautaro, como estaban tamhién previstos, los
sucesivos rechazos que tras ese se seguirían.
Derrotada la primera división, avanzó otra, que al ser a su vez
derrotada, fué relevada por una tercera, luego ésta por una cuarta, y así
sucesivamente: la táctica de Lautaro en plena acción.
Pasaron así las primeras cuatro horas de combate sin que los
indios dieran un sólo momento de tregua a los. fatigados españoles, que
careciendo de reservas y de tiempo para tomar un refrigerio, veían cómo,
paso a paso, los abrumaba el cansancio, decaía el vigor de sus caballos y se
raleaban las filas.
Entretanto, las tropas de Lautaro, descansando alternativamente y
recibiendo agua y alimentos que se les tenían listos a retaguardia, peleaban
siempre con renovados bríos, sin dar muestra alguna de fatiga 11.
Esto tenía que producir, forllosamente, un grave desaliento en las
filas españolas, pues la tropa se daba cueni a de que no hacía otra cosa que
prolongar su agonía, Y si la situación se mantenía, era, en gran parte, debido
al ejemplo de Villagra, que infatigable y valiente cual ninguno, combatía
constantemente en primera fila, estimulando y alentando a sus soldados.
Lautaro se dió cuenta, tanto de esta situación, como del efecto que
el ejemplo de Villagra producía y resolvió proceder directamente contra el jefe
español, lanzando contra él un poderoso grupo le soldados que provistos de
lazos (la nueva arma que había ideado) avanzaron gritando "al apo, al apo" (al
jefe).
El ataque surtió pleno ef'ecto, pues Villagra fué enlazado y
arrancado del caballo. Comenzaban ya los indios a arrastrarlo, cuando los
españoles que con él se hallaban, acudieron en su auxilio, logrando
rescatarlo. No impunemente, por cierto, pues perdió el caballo y la celada y,
además, salió herido12. Sin embargo, nada había adelantado Lautaro con este
golpe de audacia, porque, como si la herida no hubiera sino exacerbado su
valor, tomó Villagra un nuevo caballo y otra celada, y continuó luchando en
primera línea con redoblado empuje 13.
Y fué porque más que nunca era en esos momentos necesario su
valor y su presencia de ánimo, cuando ya los caballos no obedecían y cuando
sus soldados, extenuados, desmoralizados y los más heridos, se hallaban al
borde de la derrota.

11
Declaración de Alonso de Reinoso (XXI, 379)
12
Dice Martín Hernández en su declaración en el proceso de ViIlagra (XXI. 502): "arremetieron contra él y
lo pusieron a punto de muerte con un arma, al parecer no usada hasta entonces por los indios y cuyo uso en
aquellas circunstancias está manifestando la cercanía de los combatientes y la confusión de la lucha: le
echaron un lazo al pescuezo hecho con una pica y varas y cargaron muchos indios a tirar de la pica en que
estaba el dicho lazo y dieron con él en el suelo",
13
Declaración de Juan Garcés (XXII) 350),
Nada lograba atenuar el brío con que los indios luchaban sin mirar
los innumerables cadáveres que ya les costaba la batana, ni el enorme
éstrago que seguían haciendo las armas españolas, y muy especialmente la
artillería, a la cual las formaciones en masa de los indios ofrecían un blanco
ideal, afrontaban con imperturbable serenidad el peligro, y renovándose sin
cesar, ganaban paso a paso el camino de la victoria.
Se prolongó así la batalla hasta las cuatro de la tarde. Ocho horas
de combate, y de combate cuerpo a cuerpo, era más de lo que podían resistir
los espíritus más fuertes y los organismos más vigorosos, y llegó el instante
en que la retirada se impuso como necesidad impostergable.
Este era el momento que Lautaro acechaba ansiosamente para
asestar su golpe de muerte. Puso en acción su reserva y moviéndola con rara
habilidad, logró aislar a la artillería, que aunque estaba fuertemente protegida
por numerosos indios auxiliares, cayó íntegramente en su poder, después de
grandes destrozos, y después de la muerte de los 20 soldados españoles que
la servían 14. Se calcularon en 2,500 los indios auxiliares que murieron en ese
ataque; pero, sin la menor duda, este número es tan exagerado como el de
los 100,000 indios de Lautaro.
No hay para qué decir que con esta pérdida los españoles
recibieron el golpe de gracia.
Villagra dió la orden de retirada, indicando el camino por donde
creyó más viable la operación.
Si hasta ese momento, la actitud de Villagra fué digna de todos los
elogios, en adelante, agigantado por el desastre y por el generoso deseo de
salvar la mayor parte de su gente, su heroísmo y su pujanza, rayaron en lo
imposible.
Pocos ejemplos hay en la historia de un valor tan sereno y de una
resistencia tan tenaz a la fatiga, como lo que demostró Villagra en esa noche
triste dsue vida.
Ante otro adversario, la retirada no habría tenido nada de
extraordinario, pero ante Lautaro, se transformó en un problema casi
insoluble.
Y fué porque el caudillo indio, hombre dinámico por excelencia y de
extraordinaria clarividencia, junto con dirigir el combate, fué preparando la
hecatombe de los españoles, y trabajó con tanto acierto, que si no se operaba
un milagro, ninguno de sus enemigos había de salvar con vida, durante la
retirada.
Aprovechando su perfecto conocimiento del terreno, había hecho
barrear todos los caminos de retirada, colocando albarradas y otros
obstáculos que hacían imposible el paso, sin un previo trabajo de destrucción.
No contento con esto, en cada obstáculo colocó una fuerte guarnición
encargada de defenderlo, lo que significaba para los españoles, en el trágico
momento de la retirada, un triple esfuerzo que no se hallaban en situación de
realizar: defenderse de los perseguidores, derribar los obstáculos y resistir el

14
El maestre de campo, Alonso de Reinoso dice; "Cerraron con la artilleria e la ganaron e tomaron mucha
gente de a pie con ella (XXI, 379). Tomaron equivale a mataron, pues alll los indios no hicieron prisioneros.
ataque de los que defendían el paso. Agréguese a ésto el desorden
consiguiente a una derrota, el cansancio de las tropas, las heridas de los más
y la obscuridad en que los choques se producían, y se tendrá un cuadro
aproximado de la tremenda situación creada a las fuerzas españolas. Y
conste que todo esto fué ordenado y preparado por Lautaro durante la batalla,
pues los españoles no encontraron en su avance nada de lo que fué la causa
principal de su desastre, al efectuar la retirada. Previó la retirada, se dió
tiempo para dirigir la batalla y, simultáneamente, ordenó la construcción de los
obstáculos a retaguardia de los españoles, fijando las tropas que debían
guarnecerlos.
Iniciada la retirada, Villagra constituyó, eligiendo entre los que
mejor habían librado de la batalla, una retaguardia de unos 30 a 40 jinetes 15
y comenzó, con inauditos esfuerzos, el trabajo de contener a los indios
perseguidores.
Tal vez, dada las condiciones del terreno, la retirada se podría
haber producldo sin grandes pérdidas, si ya en plena noche no hubiera
aparecido la complicación de que las tropas eran atacadas también desde el
lado opuesto.
C¡uando a esto se unió la presencia de los obstáculos que
oerraban el camino, el repliegue se detuvo, y a Villagra, que se debatía
desesperadamente por contener la persecución, le llegó la noticia de que sus
tropas no podían avanzar más. Galopó entonces hacia la vanguardia y al ver
una albarrada que en vano sus soldados trataban de forzar, lanzó contra ella
su caballo a toda la velocidad que le fué posible y logró derribarla 16.
Este fué el milagro que se necesitaba para salvar los restos del
ejército español, pues a no producirse ese hecho, a las tropas les habría sido
forzoso continuar por otro camino que de allí se desprendía y que las habría
conducido a un precipicio, donde ya las esperaban los indios para consumar
la hecatombe,
La retirada continuó y Villagra regresó a la retaguardia, donde llegó
a. tiempo para rescatar a un soldado que, aislado y acosado por los indios,
estaba a punto de sucumbir.17
Todavía por algún tiempo se prolongó el desesperado esfuerzo de
los español'es para desprenderse de sus tenaces perseguidores, lo que al fin
se consíguió, gracias a la incansable actividad de Villagra y a su serena
dirección.
Cerca de la media noche, los restos deshechos del ejército español
pudieron llegar al Bío-Bío, donde por suerte se hallaban aún las
embarcaciones que habían servido en la marcha, de avance.
Hasta el último momento fué Villagra el héroe de la jornada, Vigiló y
dirigió el embarque de sus tropas y sólo cuando ya todo estaba en salvo,
15
Es el número que fija Alonso de Reinoso en su declaración (XXI, 320 )
16
"e tizo un portillo", por donde pasaron los que allí habla", (Cristóbal Varela, XXI, 329, Y Alonso de
Reinoso, XXI, 381)' (2) Declaración de Martín Hernández (XXI, 504),
17
Declaración de Martín Hernández (XXI, 504)
pasó, él, el último de todos 18.
Fué tal el esfuerzo desarrollado por los españoles en esta retirada,
que a pesar de la oposición que los indios presentaron y a pesar de las
barreras, del cansancio, del hambre y de hallarse casi todos herídos, en las
solas horas que mediaron entre la caída de la. tarde y la medianoche,
recorrieron los cuarenta kilómetros que separan el campo de batalla del río
Bío-Bío.
De los 154 soldados que entraron en acción, 88 habían caído en la
refriega y de los 66 salvados, casi todos estaban heridos, algunos de tal
gravedad, que 5 de ellos murieron poco después. De las bajas entre los indios
auxiliares la historia no hace mención; pero es lo más probable que casi todos
hayan caído en el combate, ya que ellos eran la verdadera carne de cañón (si
se me permite la expresión).
Tuvo esta batalla la particularidad de haber dado origen a la única
crítica que los historiadores han hecho a las campañas de Lautaro: la de no
haber destruído las embarcaciones que aseguraban en el Bío-Bío la retirada
de Villagra.
Encontramos muy discutible la justicia de esta crítica.
La hallaríamos bien fundada, si Lautaro no hubiera tomado las
necesarias medidas para cortar la retirada a su enemigo; pero sabiendo como
sabemos que las tomó de tal eficiencia, que fué un milagro que no lo
consiguiera, la crítica pierde mucho de su valor.
Era, a la verdad, difícil imaginarse que un enemigo en derrota,
pudiera salir bien librado de una retirada en que el camino se hallaba
completamente obstruído y defendido por numerosas tropas, Lautaro creyó
que estas medidas le daban la suficiente garantía de éxito, eso fué todo. No
contó con los prodigios de valor, resistencia y serenidad de que iba hacer gala
Villagra.
Aquí termina lo que se conoce con el nombre de Primera Campaña
de Lautaro.

18
Cuando poco más tarde Villagra fué procesado, los que se hallaban presentes en esta batalla
no supieron negarle el testimonio de su admiración y entre otras cosas dijeron:
"Uno de los más valerosos y animosos hombres que se pudo ver" (Martín Hernández), "Cree este
testigo que si estuviera Cipión no pelearía inejor que el dicho Villagra" (Declaración de Diego de
Arana. XXI, 221).
CAPITULO VIII

SEGUNDA CAMPAÑA DE LAUTARO

Si la derrota de Tucapel produjo alarma en las poblaciones del sur,


la de Marigueñu llevó el miedo a su grado máximo. Quedó probado que no
había por el momento, fuerzas capaces de contener a Lautaro y ya los
habitantes no pensaron sino en la fuga.
Aunque la noticia llegó a Concepción poco después de la media
noche, cundió con tal, velocidad, que momentos más tarde los pocos hombres
que en la ciudad quedaban, se tenían que ocupar en contener a la población
para que no se pusiera en fuga inmediatamente.
Villagra fué uno de los últimos en llegar a Concepción (después del
medio día) y en tal estado, que hubo que sangrarlo inmediatamente y echarlo
a la cama.
Sin embargo, ante la alarma, y ante la necesidad de abandonar
luego a Concepción, Villagra se vió obligado a dejar el lecho para atender a la
salvación de las mujeres y de los niños, que ya comenzaban a salir de la
ciudad.
No es este el momento de relatar los hechos y nos bastará decir
que, parte por mar (mujeres, niños y enfermos) y parte por tierra, todos
huyeron a Santiago, logrando llegar a la capital, sólo porque los indios se
mostraron inactivos.
Grave cargo sería éste contra Lautaro, si no se supiera que eso se
debía a la inveterada costumbre de los indios de entregarse a las fiestas
después de cada victoria, fiestas a las cuales seguía la dispersión del ejército.
Y no era posible que en unos cuantos meses, Lautaro lograra cambiar
costumbres seculares, profundamente arraigadas en el carácter de esa gente.
A no haber sido así, Lautaro habría terminado con la dominación
española en Chile, pues le habría bastado llevar a cabo las persecuciones
estratégicas que nunca pudo realizar, para producir la ruina completa de las
fuerzas enemigas.
Después de Marigueñu, Lautaro no dió señales de vida durante un
largo tiempo. Las razones no se conocen.
Alentados con esta situación, los españoles resolvieron repoblar a
Concepción, y en Octubre partieron de Santiago la tropa y los pobladores que
debían llenar esa misión.
Los indios vecinos pidieron inmediatamente auxiIio a las tribus de
Arauco, y Lautaro respondió al llamado, poniéndose a la cabeza de sólo 4,000
indios.19
Así fué como a los 26 días de haber, sido repoblada Concepción,
ya sus habitantes supieron, con terror, que Lautaro se hallaba a sus puertas.
Era el 12 de Diciembre de 1555.
Todo era distinto, esta vez, para Lautaro. Realizaba una operación
estratégica ofensiva, contaba con un ejército muy inferior a los que antes
había manejado, tenía tácticamente que tomar también la ofensiva y el ataque
tenía que producirse contra una ciudad protegida por sólidas empalizadas.
Veamos cómo procedió.
Después de estudiar el probable teatro del combate y de suponer
que los españoles, impetuosos de suyo, y acostumbrados a tomar la ofensiva,
no se contendrían, dentro de los límites de su fortificación, calculó que lo más
probable sería que su pequeño ejército fuera impotente para resistir el contra-
ataque español, con el sólo recurso de sus rudimentarias armas, y resolvió
apoyarse en el terreno, construyendo a retaguardia un reducto abierto por la
gola (parte posterior) y apoyado en una quebrada para hacer así imposible la
persecución de la caballería, .
A primera vista parece que nada de extraordinario hubiera en estas
disposiciones y sin embargo, fueron necesarios casi cuatro siglos para que la
táctica viniera a consagrar como bueno el procedimiento de fortificar a
retaguardia una segunda y aún una tercera línea de resistencia. Esta fué una
de las lecciones que nos dejó la última guerra europea, He aquí, pues, cómo
Lautaro se adelantaba a su época! ¿ Puede citarse algo semejante de algún
otro general?
Preparado así para una contingencia, se adelantó hacia la ciudad.
Muy luego los españoles le dieron la razón, pues arrastrados por su
impetuosidad, cometieron la imprudencia de salir a campo abierto y de atacar
con grandes bríos.
Tal como Lautaro lo había previsto.
Esto era lo que el caudillo indio esperaba para poner en acción las
dos nuevas armas que había ideado: el escudo y el garrote.
Convenientemente adiestrados sus indios lanzaron en el momento oportuno
19
SIendo éste el número que Córdoba y Figueroa fijan, hay derecho a suponer que en realidad, fueron
muchos menos, tal vez 2.000.
sus pesados garrotes, que cayendo como una lluvia sobre las cabezas de los
cabalios los hicieron encabritarse, caer, arrojar sus jinetes y formar, en fin, tal
confusión, que inmediatamente la ventaja se pronunció a favor de los
naturales. .
Cuatro españoles cayeron en el primer momento, (entre ellos el
regidor Pedro Gómez de las Montañas, capitán de caballería) 20, muchos
quedaron heridos, y fué tanta la desorganización que se les produjo, que ya
no pensaron sino en buscar su salvación dentro de las empalizadas.
La retirada en estas cóndiciónes, se hizo desordenadamente y muy
luego se convirtió en despavorida fuga.
El combate le había costado a los españoles 18 a 20 muertos,
numerosos heridos y un considerable número de bajas en los indios auxiliares
21
. (Se ve que éstos nunca faltaron).
Por tercera vez, Lautaro conseguía la victoria y por segunda vez
producía el despueble de Concepción.
(Aprovechando un buque que había en la bahía, se embarcaron las
mujeres, los heridos y los niños y el resto de los españoles emprendió por
tierra la retirada hacia Santiago.
Los indios, como de costumbre, entregados al saqueo y a la
borrachera, hicieron a Lautaro imposible una persecución a fondo.

20
Barros Arana, tomo II. pagina 74.
21
Así lo afirman, en informacfones de servIcios, Juan Martínez de Leiva (XVI, 68) Y Diego Dlaz (XXV, 253).
Otros informantes hablaron de 19. 23. 24, 27 y hasta 30.
CAPITULO IX

TERCERA CAMPAÑA DE LAUTARO

Con lo hasta aquí narrado, hay, ya base suficiente para que hasta
los más escépticos se vean forzados a reconocer que en Lautaro se reunían
excepcionales condiciones de hombre de guerra. Inventiva, rápidas
concepciones, clarividente precisión y tenacidad inquebrantable para lograr
sus propósitos, fueron sus principales características.
Sentado esto, desconcierta, al continuar el estudio de sus
campañas, su continua pérdida de ocasiones para terminar con la dominación
española.
El completo desconocimiento que tenemos de lo que ocurría en el
lado de los araucanos, hace, como ya dije, que sólo a priori podamos juzgar
los acontecimientos que entre ellos se producían.
De esos acontecimientos se desprende, que después de
Marigueñu la situación interna de Arauco cambió radicalmente. Intrigas y tal
vez envidias de los que se creían tan capaces y aún más dignos que Lautaro
de asumir el mando supremo, lo hicieron caer en desgracia entre los ancianos
caciques que dispensaban el poder, y así se vió que pasaron muchos meses,
que fueron de espléndida oportunidad, sin que el extraordinario caudillo
tomara ninguna iniciativa.
Y cuando la necesidad lo impuso, cuando ya no fué posible
prescindir de él, si no se querían perder todas las ventajas ganadas, se le dió
apenas un ejérdto de 2,000 a 4,000 hombres, a todas luces pequeño para
tomar la ofensiva contra un ejército superiormente armado y reforzado con
numerosos indios auxiliares.
Esta situación se fué agravando poco a poco, y ya en la tercera
campaña, se le vió salir de Arauco acompañado de sólo un puñado de
hombres ,y, con el propósito de ir reclutando gente de otras tribus para formar
un ejército. l
Claramente se ve que Arauco le negaba su concurso. ¿Por qué?
Eso es lo que no se sabe y lo que sólo es dable conjeturar.
Una característica del pueblo araucano, fué el acendrado amor a
su tierra y su absoluta falta de espíritu de conquista.
Aunque fué en América durante siglos un guerrero invencible,
jamás dió un paso fuera de sus fronteras en busca de nuevos territorios con
que ensanchar sus dominios: no fué, pues, un pueblo conquistador.
La proposición de Lautaro de marchar sobre Santiago, rompía esta
tradición y no es, por eso extraño, que haya encontrado seria resistencia entre
los ancianos y en toda la tribu.
Esta podría ser una explicación a las dificultades que encontró en
Arauco, para reclutar la gente que le era necesaria para dar forma a la genial
idea de ir a golpear a su adversario en pleno corazón.
Plan de tan alto vuelo estratégico, no fué comprendido por los
indios y dieron con ello origen al fracaso y a la muerte de Lautaro.
De qwe ésta fuera la verdadera explicación no cabría la menor
duda, si no existiera el antecedente de que cuando se presentó la necesidad
de atacar a Coricepción, al ser repoblada por los españoles, tampoco
respondió Arauco en la forma que habría sido necesaria.
Ya en esa época Lautaro comenzó a sentir que sus compatriotas lo
abandonaban.
Este, no resignándose a la inactividad, mientras su patria se veía
invadida, continuó en sus esfuerzos de arrojar a los españoles, valiéndose de
cuanto indio podía reclutar en otras tribus.
Naturalmente que esto no era fácil, pues carecía de la necesaria
autoridad para levantar ejércitos fuera de las fronteras de Arauco. A falta de
autoridad, Lautaro empleó la fuerza, el rigor y hasta la crueldad, y éste fué el
origen de su pérdida.
Los indios agráviados, fueron concibiendo poco a poco tal terror
por Lautaro, que llegaron a temerlo más que a los españoles y no pensaron
sino en librarse de él.
Hecha esta aclaración, será ya más fácil explicarse los sucesos
posteriores.
Agotando los medios de persuación, primero, y recurriendo a la
fuerza, después, fué Lautaro, poco a poco, engrosando las filas del pequeño
ejército con que salió de Arauco en Juio de 1556, y cuando ya llegó a la zona
peligrosa, para apoyarse más sólidamente en el terreno, comenzó a construir
recintos fortificados (pucaraes), en uno de los cuales fué atacado por don
Diego del Cano.
Había éste salido de Santiago, a fines de Julio, con la misión, dada
por Villagra, de avanzar al sur con catorce jinetes para contener la actividad
que, según noticias recibidas, desplegaban los indios araucanos. iCatorce
jinetes! i Con qué rapidez se habia, olvidado Villagra de'Tucapel, Marigüeñu y
Concepción!
Al llegar al Mataquito, supo del Cano que Lautaro había pasado el
Maule en marcha hacia el norte y sin arredrarse avanzó contra él.
Logró atacarlo por sorpresa y su osadía tuvo al· principio una
compensación, pues, ausente Lautaro, logró penetrar en el pucará, poniendo
en serias dificultades a la guarnición. Pero no le duró mucho la ventaja,
porque muy luego llegó Lautaro, restableció el orden e hizo cambiar la faz de
los sucesos. El resultado de esta loca aventura fué la muerte de uno de los
españoles, apellidado Barrera, y la precipitada fuga de los restantes, casi
todos heridos.
La primera medida de del Cano, después de este fracaso, fué dar
cuenta a Villagra por medio de un propio, de todos los detalles de la acción.
Volvió en sí Villagra con estas noticias y tomándole el peso al peligro que
entrañaba para Santiago la marcha de Lautaro, impuso a cada vecino de la
capital la obligación de proporcionar de uno a tres hombres de guerra con
armas y caballos, -o, en subsidio; $ 100 en dinero 22
Logró así reunir 50 jinetes bien armados y los colocó a las órdenes
de su primo, don Pedro de Villagra, que le inspiraba plena confianza 23(1).
Sin pérdida de tiempo, se puso éste en marcha hacia el sur, en
busca de Lautaro. Encontró en su camino a del Cano, que herido y seguido
de varios soldados también heridos, se encaminaba hacia, Santiago.
Después de recibir todas las informaciones que éste le pudo dar,
Villagra continuó su marcha hacia Peteroa, donde esperaba encontrar a
Lautaro. Lo encontró, en efecto, sólo dos leguas más al norte del punto en
que había vencido a del Cano.
Las pocas tropas de que el caudillo indio disponía lo obligaban a
este avance lento y saltando de pucará en pucará.
El fuerte en que ahora se encontraba era mas reforzado que el
anterior. Lo había apoyado en un pantano, rodeándolo en seguida de pozos
de lobo y albarradas,
Haciendo honor a sus antecedentes, Villagra no vaciló en atacar
con todo vigor y poniendo en acción a toda su gente.
Tan enérgico fué el choque, que toda la primera línea de Lautaro
fué rechazada; pero muy luego logró éste rehacer sus huestes y
contraatacando con total resolución, arrolló a los españoles y los expulsó del
pucará.
Villagra no se desalentó por esto, y después de un corto descanso,
volvió al ataque con nuevos bríos.
No fué esta vez más afortunada. Bien apercibido ahora Lautaro, lo
obligó a retirarse, después de hacerle sufrir un nuevo quebranto24.
Hay que imaginarse lo escasas que serían las fuerzas de Lautaro,
cuando, no sólo prescindió de la ventaja alcanzada, sino que, aprovechando
la protección de la noche, inició cautelosamente su retirada 25. Cuando
Villagra se dió cuenta de ello, era ya demasiado tarde para iniciar la
persecución.
22
Declaración de, Juan Jufré
23
Alfonso Hidalgo (XXI, 236) y Diego Cano (XXI, 368) dan este número: Juan Jufré (XXII, 504) da 44 mas o
menos y Alonso Escobar (XXII,529) los reduce a 40 más o menos)
24
DeclaracIón de Alonso de Escobar y Diego Cano (XXI, 367)
25
id
De esta actitud de Lautaro se puede lógicamente deducir, que
había fracasado en su intento de constituir un ejército capaz del objetivo de
llegar a Santiago y que se retiraba con el propósito de reforzarlo más al sur.
Tan pronto como Villagra sufrió el primer rechazo, pidió al
Gobernador que le mandara refuerzos, pedido que fué inmediatamente
atendIdo con el envío de 32 hombres, que avanzaron a las órdenes de don
Juan Godinez 26.
Aún con este refuerzo, Villagra no se resolvió a salir detrás de
Lautaro, sino que juzgó más prudente regresar a Santiago en busca de un
descanso que ya necesitaba, y para curarse de las heridas, que tanto él como
su gente, habían recibido.
Dejó a Godinez y a sus 32 hombres, encargados de mantener el
contacto con los indios.
Tres días después de la partida de Villagra, algunos indios que ya
comenzaban a traicionar a Lautaro, le llevaron a Godinez la noticia de que
aquél se hallaba a unas doce leguas al sur, ocupado en un recIutamiento
forzoso en que no rehusaba medios para conseguirse adeptos. (haciendo
grandes daños a los naturales), lo que prueba que no contaba con ellos.
Al llegar Godinez a Guaquila, encontró a un cacique amigo que se
ofreció para espiar a Lautaro, ansioso de vengarse, porque el caudillo
araucano, sólo el día antes, le había hecho pedazos a su padre. Cum~pliendo
su palabra, salió esa misma noche y después de andar 10 leguas bajo "una
gran tempestad de agua", regresó con noticias sobre Lautaro.
Como se hallaba fuera del territorio araucano, encontraba Lautaro
serias dificultades para engrosar su ejército y se veía obligado a emplear
medios violentos y aún crueles, con grave perjuicio de su propia causa.
El primer efecto de esta dura política, que las circunstancias le
impusieron fué el c'omplot que los indios formaron para espiar y comunicar a
los españoles los movimientos de Lautaro. De aquí que Godinez, desde ese
momento, se encontrara constantemente informado de todo lo que le
interesaba.
Supo así, que las hopas de su adversario, seguramente para
facilitar la alimentación, se encontraban repartidas en varias aldeas y
aprovechando ésta, para él, ventajosa situación, cayó sobre una de ellas
donde chocó con 150 indios que se le opusieron valientemente. Perdió allí
Godinez un soldado y varios caballos, pero al fin derrotó a los indios, después
de matar cerca de ciento27.
Tras esta victoria, Godinez se replegó prudentemente ante el temor
de que apareciera Lautaro, medida muy acertada, pues una hora más tarde
"llegaron más de mil lanzas, que a cogerlo antes en la mala tierra, no quedara
hombre vivo".
El completo fracaso del reclutamiento que había intentado, obligó a
26
Alonso de Escobar (XXII, 529) y Alonso López de la Raygada (XXVI, 47)
27
"Y se mataron hasta 1()0 in.dios, poco más o menos", según Alonso de Escobar; má,s de, 80, 'según
López de la Rayga~ da (XXVI, ~7) Y entre 60 é5 70, los más de ellos capitanes, según Alonso Alvarez <-
XX!:I. 594)
Lautaro a continuar su repliegue y se retiró al sur del Maule, tal vez en la
esperanza de poder engrosar allí su ejército. Renació con esto la tranquilidad
en Santiago, y pudo ya Villagra dedicarse a la preparación del ejército que
necesitaba para conjurar la sublevación que veía venir.
CAPITULO X

ULTIMA CAMPAÑA y MUERTE DE LAUTARO

1.-Plan estratégico de Lautaro

Aprovechando la calma que se produjo en el segundo semestre de


1556, Villagra (el Gobernador interino de Chile), en su deseo de tomar
contacto con las ciudades del sur, expedicionó hasta Imperial, partiendo de
Santiago en los primeros días de 1557. No encontró novedades de
importancia; pero era tal la alarma que los preparativos guerreros de los
indios habían llevado a esa ciudad, que se vió obligado a dejarle un refuerzo
de 20 soldados 28.
Con los 40 que le restaban regresó a Santiago, y sin incidentes que
merezcan ser mencionados, negó hasta el pueblo de Reynoguelén, donde
recibió una noticia que, con mucha razón, lo llenó de la más viva inquietud.
Supo allí que Lautaro, aprovechando la circunstancia de que Santiago se
hallaba casi desguarnecido, había concebido el atrevido y eficacísimo plan de
marchar sobre la capital.
Ya sabemos que no era ésta la primera vez que Lautaro intentaba
esta decisiva operación estratégica y que si antes no la había realizado, era
porque carecía de las fuerzas necesarias. ¿Contaba ahora con ellas?
Tampoco; muy lejos de eso; pero era tan propicia la situación, que no vaciló
en lanzarse en esa aventura, con sólo 800 hombres.
Basta meditar un momento en esta operación, para convencerse
de que era difícil concebir otra de más alto vuelo estratégico.
Si en vez de 800 hombres, Lautaro hubiera dispuesto siquiera de
unos 2,000, no habría tenido necesidad de detenerse en Peteroa y
marchando rectamente sobre Santiago, a la vuelta de pocos días, la sltuación
28
Interrogatorio puesto por Villagra y declaración de Martín Hernández (XXI, 523).
habría sido la siguiente; Santiago en ruinas, su población desaparecida o en
precipitada fuga, y Villagra sin punto alguno de apoyo y con pocas tropas, de
nuevo al frente del temido rival que ya sabía derrotarlo.
No es necesario forzar mucho la imaginación para ver que,
planteado así el problema, el más probable resultado habría sido el término
de la primera campaña española en Chile.
Me parece incuestionable que si los araucanos no hubieran negado
a Lautaro su concurso, habría sido muy distinto el curso de los
acontecimientos y el rumho de nuestra historia.
Por suerte para Villagra, la ventaja que Lautaro le llevaba era tan
escasa, que forzando la marcha podía alcanzarlo perfectamente, antes de
que llegara a Santiago.
Lautaro en su avance llegó a las minas de Pocoa, pusó en fuga a la
guarnición española, después de matarle dos hombres y se apoderó del oro
que allí se había acumulado 29.
Siguió a Peteroa, donde, en la esperanza de reclutar más gente, se
detuvo por algún tiempo al amparo de un pucará.
No debe extrañarnos este empeño de Lautaro en reforzar su
ejército, porque, sin contar con que él debía calcular un mínimum de 20 indios
para batir a cada español, hay que tomar también en cuenta el concurso de
los indios auxiliares, que en la ocasión a qué nos referimos, por confesión de
los mismos españoles, acompañaban a Villagra en número de 400. Estos
datos prueban bien claramente que, en los últimos. tiempos, en las
postrimerías, de sus campañas, ya Lautaro peleaba en gran inferioridad de
fuerza con los españoles.
Por otra parte, ¿cuándo en América se vió que los indios
presentaran un combate con tan escasos efectivos?
Aparte de lo temerario que era ponerse en campaña con ese
puñado de gente, hay que considerar también la ignorancia en que Lautaro se
encontraba, respectó a la cantidad de tropa que guarnecía a Santiago.
Con los antecedentes que ya tenemos sobre la animosidad que los
indios sentían por Lautaro, no debe extrañarnos que su avance haya sido
oportunamente conocido en la capital.
Como era de presumir, tal noticia produjo la más viva alarma y para
conjurar ese peligro, se envió a Juan Godinez, al mando de 25 hombres, con
la misión de que, por lo menos, retardara el avance de Lautaro hasta la
llegada de Villagra 30.
Fué así como, sin saberlo, Lautaro se encontró entre dos fuegos:
entre Godinez que salía a su encuentro y Villagra que le seguía los pasos a
marchas forzadas.
En circunstancias normales, este no habría sido para Lautaro sino
un peligro fácil de burlar, pues habría tenido oportuno conocimiento del
avance y de los movimientos de ambos enemigos. Pero ya la fortuna le había

29
Góngora de Marmolejo, capítulo XXII
30
Herrera: Década VIlI. Libro VII. capítulo 8
vuelto la espalda, transformando en enemigos suyos a todos los indios de la
región.
Por éstos supieron los españoles todo lo que a Lautaro se refería y
les fué fácil sorprenderlo en su pucará. Veamos cómo.
Al llegar al Mataquito, recibió ya Villagra la noticia de que Lautaro
se hallaba en Peteroa 31, punto del cual sólo lo separaban unas tres a cuatro
leguas y un cordón de cerros, providencialmente colocado para servirle de
pantalla en su movimiento de aproximación.
Junto con ésta, recibió la noticia de que, a no mucha distancia, otra
partida de españoles iba tras el mismo objetivo de atacar a Lautaro 32,
Alentado con esta noticia, Villagra envió inmediatamente a Juan Ruiz, con la
orden de decir a Godinez (a éste se refería la noticia) que sin pérdida de
tiempo tratara de juntársele 33.
Mientras Godinez llegaba, Villagra ocultó su tropa en un bosque.
En la misma noche Godinez alcanzó a juntarse con Villagra. Con
este refuerzo, las tropas españolas. sumaron 57 soldados, 5 arcabuses y, por
lo menos, 400 indios auxiliares 34, Para tal fuerza, eran bien poca cosa ~s 800
indios de Lautaro 35.

2.-Combate de Peteroa

Tan pronto como se produjo la conjunción de las fuerzas


españolas, Villagra ordenó el avance sobre Peteroa.
Fielmente guiado por los indios de la comarca y aprovechando los
senderos menos frecuentados, poco antes del amanecer del 1 de Abril de
1557, llegó con sus tropas a la proximidad del pucará en que Lautaro
descansaba, completamente ajeno al peligro que lo acechaba.
También, gracias al conocimiento que los indios traidores tenían de
la situación, logró Villagra, al despuntar la aurora ("amanece, no amanece",
dijo un testigo presencial) penetrar cautelosamente en el pucará en que
Lautaro y sus indios dormían aún.
31
Declaración de Juan Martínez (XXI, 410),
32
Declaración de Juan Jufré (XXII, 506),
33
Declaración de Juan Godfnez (XXII, 481),
34
Carta escrita en Lima por Villagra al rey, 24-I-1558
35
Declaraciones de Juan Fernámiez y Juan Jufré (XXII, 249-506) y carta escrita en Lima al rey por
Francisco Villagra el 24-1-1558
Seguro Lautaro de que ningún peligro lo amenazaba y de que no
podía producirse una aproximación de los españoles, sin que los indios se lo
advirtieran, descansaba en la mayor confianza. Este es, en realidad, el único
error que a Lautaro puede achacarse en toda su carrera militar. Nada puede
excusar esa falta de precaución, ni aún el antecedente de que tenía poca
probabilidad de ser atacado,
Tal era el respeto que Lautaro infundía a los españoles, que antes
de lanzarse Villagra al ataque, juzgó necesario arengar a su gente, diciéndole,
según relata un testigo presencial, todo lo preciso para animarIa y
agregándoles, que "miraran que eran españoles y aquellos eran indios que
asimismo miraran cuanto se servía a Dios y a Su Majestad; que aquel indio
(Lautaro) por ser tan belicoso y haciendo tanto daño e alteraciones en la tierra
por él fuese desbaratado e muerto, y que mirasen que la mayor parte de la
gente de guerra e la más bien armada estaba allí e que ficieran todo lo que
debían a hijos dalgos que eran".
Pronunciada esta arenga, dió la orden de avanzar y, siempre
guiado por los indios, logró llegar hasta el punto mismo en que Lautaro
dormía. Este, sin sospechar siquiera la traición de que era víctima, reposaba
aún de sus fatigas, entregado a la confianza de la larga distancia a que
suponía a sus enemigos. Fruto de esa falsa confianza, fué el despertar
doloroso que le ocasionaron sus propios compatriotas.
Repentinamente rodeado por numerosos españoles que llegaban
ansiosos de matarlo, él y los pocos que se hallaban a su lado, lucharon con
desesperado valor, fieros y serenos ante la muerte, como correspondía a su
legendaria raza y ofrendando gustosos a la patria el último aliento de sus
corazones gigantes.
Lautaro fué de los primeros en caer; pero tal vez por encontrarse
en un recinto cerrado, sus soldados no se dieron cuenta de este accidente y
continuaron luchando, como si se hallaran al mando del general invicto que
los había llevado giempre a la victoria. Y lucharon estos indios con tanto valor,
con tan desesperada tenacidad, que no cedieron el campo sino cuando ya
habían caído más del 80 % .
Para apreciar esta proporción de bajas, bastará recordar que,
ordinariamente, las batallas se deciden con el 20 a 30% de ellas. De los 800
indios que tomaron parte en esta acción, murieron 660 (82,5%).
Este episodio habla con elocuencia del enorme prestigio militar de
Lautaro. Para los indios, Lautaro no podía perder una batalla: su sola
presencia era la más segura garantía del triunfo.
Podemos, pues, decir que Lautaro, como del Cid Campeador dice
la leyenda, mandó la batalla después de muerto.
Para una deducción muy interesante se presta esta batalla: para
formarnos un concepto más o menos aproximado del valor relativo de las
fuerzas contendoras. 57 españoles atacando a 800 indios, alcanzaron la
victoria, a pesar de la desesperada resistencia de éstos y después de matar a
más del 80 % de sus enemigos. Quince indios por cada español, fueron, pues
impotentes para alcanzar la victoria.
CAPITULO XI

DESPUES DE LAUTARO

l.- Don García Hurtado de Mendoza

Un fenómeno étnico tan conocido como el de qué el genio nace


únicamente de razas preparadas para producirlo, es el de que jamás brota
solo, aislado, sino escoltado, puede decirse, por numerosos talentos y aún
genios de la misma especie.
Por eso, con Rafael, Miguel Angel y Leonardo, se vió una legión de
destacados artistas italianos; con Cervantes y Calderón innumerables
grandes literatos españoles; con Wagner y Beethoven, una pléyade de
músicos famosos, etc.
Y con Lautarlo, ¿pasó algo semejante? A esta pregunta, los hechos
contestan con bastante elocuencia. Si a Lautaro lo hubiera seguido una
verdadera cohorte de grandes generales, con su muerte habría terminado la
resistencia araucana, pues, aún siendo brillantes las cualidades militares de la
raza, ningún éxito se habría alcanzado sin un empleo inteligente de su
capacidad. ¿De qué sirve la espada mejor tempIada, si no hay un brazo fuerte
y diestro que sepa esgrimirla?
Casi con la muerte de Lautaro coincidió la llegada a Chile del
primer Gobernador, don García Hurtado de Mendoza, acompañado de un
gran refuerzo de tropas y provisto de muchos elementos bélicos y de
aprovisionamiento. Fué éste, pues, un momento crítico para la causa
araucana, sobre todo si se considera que el nuevo gobernante era un hombre
joven, dinámico y valiente, que no tardó en hacer sentir el peso de su fuerza y
de su acción.
Alternando la clemencia con el rigor, la ofensiva con las ofertas de
perdón; don García fué alcanzando uno tras otro triunfo, que poco a poco, es
cierto, se le fueron haciendo más difíciles de lograr.
El cansancio que a los españoles producía la lucha sin tregua a
que los naturales los obligaban, por un lado, y por otro, las privaciones a que
se veían sometidos por la escasez de alimentos que ya se hacía. sentir con
bastante rigor, hizo que el ritmo de la guerra comenzara a decaer y que, poco
a poco, se sintieran como sitiados, pues ya no eran dueños sino estrictamente
del territorio que ocupaban. Las tropas que guarnecían a Cañete, llegaron a
pasar cuarenta días sin probar un bocado de carne.
2.-La quebrada de Purén

Apremiado por la necesidad, don García resolvió enviar a Imperial


una demanda de auxilio, que confió al capitán don Miguel de Velasco,
dándole el mando de 20 soldados de caballería. .
Con toda felicidad llegó Velasco a Imperial, obtuvo los víveres que
necesitaba (mil quinientos cerdos y numerosas cargas de granos y galletas) y
tomó el regreso a Cañete, eligiendo, por creerlo más seguro, el camino que
atravesaba la cordillera de la costa, por el desfiladero donde nace el río
Cayucupil o Tongol-Tongol.
Previendo un ataque de los indios en el desfiladero, don García
dispuso que el capitán don Alonso de Reinoso saliera con 100 hombres al
encuentro del convoy. Con tal oportunidad avanzó Reinoso, que al amanecer
del 20 de Enero de 1558, se hallaba a la puerta del desfiladero, en el
momento preciso en que el convoy iniciaba su entrada por el lado opuesto.
De ambos lados se inició el avance y cuando ya el convoy se
hallaba en el centro del desfiladero, cayó sobre los españoles una lluvia de
flechas, piedras y palos, funesto anuncio de .la iniciación del ataque, que muy
luego los indios formalizaron, con tanto coraje como valor.
Tras cuatro largas horas de furiosa lucha, emprendieron los indios
la retirada, llevándose gran parte de los víveres que tan ansiosamente habían
defendido los españoles. Estos llegaron a Cañete en la tarde de ese mismo
día, con sólo una parte de lo que habían sacado de Imperial, heridos todos y
completamente estropeados.
A esta altura de la campaña, ya don García se había dado cuenta
de la alta calidad dé sus adversarios y de la necesidad en que se encontraba
de continuar la guerra, no sólo· con energía, sino con mucha prudencia.
Este combate, conocido también con el nombre de batalla de la
Quebrada de Purén, fué relatado por Gógora de Marmolejo (capítulo 27),
Mariño de Lobera . (Libro II, Cap. 7) y con más exactitud que ninguno, por
Ercilla (Canto XXVIII) que, como actor de la jornada, es el más autorizado.
3.-Caupolicán

Hasta este momento, los indios no estaban mandados sino por


caciques o caudillos de segundo orden, entre los cuales hay que contar a
Caupolicán, caudillo que fué, de mucho prestigio, pero no por su talento, sino
por su valor y su fuerza. (Todo esto, si no tiene razón don Crescente
Errázuriz, que más se inclina a creerlo un héroe de leyenda) .
Don García, para reponerse de las fatigas que su continua
actividad guerrera y exploradora le había ocasionado, pasó casi todo el
invierno del año 58 en el pueblo de Imperial, donde los indios lo dejaron en
paz.,
El que tuvo que soportar por ese tiempo toda la actividad bélica de
los indios, fué don Alonso de Reinoso, que se hallaba a cargo de la guarnición
de Cañete. Le cupo también a él, la gloria de capturar a Caupolicán, gracias a
la traición de un indio, que se prestó para guiar a los españoles hasta las
inmediaciones del bosque en que el caudillo tenía su refugio.
Capturado Caupolicán y bárbaramente ejecutado, los españoles
creyeron entrar en una era de relativa tranquilidad; pero apenas llegada la
primavera, renació la actividad de los indios, a tal punto, que en Octubre,
Reinoso se vió en la necesidad de ensanchar y reforzar el fuerte de Cañete .
No satisfecho con esto pidió refuerzos a Imperial, pedido que don
García contestó con el envío de 50 hombres, al mando de don Luis de Toledo.
Tras este refuerzo, llegó a Cañete el mismo gobernador, al frente de 200
hombres.
Nada se logró, sin embargo, con este despliegue de fuerza, pues
muy luego se supo que de nuevo los infatigables indios comenzaban a
reunirse en son de guerra. Aludiendo a este momento, dice Góngora de
Marmalejo: "Dió pena a todos ver que de nuevo se había de volver a hacer la
guerra".
4.-Fortificaciones araucanas

Como los indios no se atrevieron a irse sobre Cañete, ya tan


fuertemente guarnecido, resolvieron fortificarse en Quiapo, al amparo de un
pantano, de ciénagas y de un gran barranco.
Iniciaban con esto, los indígenas su entrada en la aplicación de un
nuevo recurso del arte militar: la fortificación. Esta fué una rama de ese arte,
en la cual los araucanos rayaron a tal altura, que puede decirse que la
fortificación llegó en sus manos al más alto grado de perfección.
En efecto, a los reductos que los araucanos construyeron, ya
durante los primeros años de su guerra contra los españoles, el arte moderno
militar no les puede hacer la más mínima observación. Cumplían con la cinco
condiciones fundamentales que hoy exige el arte militar:

1.- Campo despejado al frente.


2.- Obstáculos en el frente.
3.- Apoyo, por lo menos en una de sus alas.
4.- Libre comunicación a lo largo de toda la línea, y
5.- Comunicación a retaguardia.

Nunca el arte nace perfecto. Sus primeros pasos son siempre


vacilantes, inciertos. Explora, enmienda, etc., hasta que, al fin, de
mejoramiento en mejoramiento, alcanza la perfección que el hombre le puede
dar. Pero no fué esto lo que pasó con el arte de la fortificación entre los
araucanos: de sus manos nació perfecto.
Ya me parece oír la observación de siempre: lo aprendieron de los
españoles.
Basta pensar un momento, para comprender que nó.
Desde el primer fuerte que los españoles construyeron en Penco
se vió que, obedeciendo a sus necesidades, ellos no buscaron en él otra cosa
que una protección contra los asaltos y sorpresas de los indios, buscaron
amparo y seguridad.
Los araucanos, en cambio, no buscaban en el fuerte un refugio,
sino un aliado. Les servía para resistir el ataque de los españoles y desde él
combatían, en tanto que los españoles salían de él para combatir.
Y salían por la sencillísima razón, de que no podían desperdiciar
las inmensas ventajas de su arma principal: la caballería.
Por eso, los fuertes españoles eran por lo general palizadas,
reforzadas a veces con murallas de adobe, lo que constituía obstáculo
suficiente a un asalto sorpresivo, para tropas que carecían de artillería y de
toda clase de elementos de asalto.
Si los araucanos hubieran aprendido de los españoles el arte de la
fortificación, lo habrían declarado éstos así, en vez de mostrar su gran
admiración ante obras que "en Italia no se podrían construir mejores" .
Entre un fuerte construido por los araucanos y el que se puede
construir hoy, no hay más diferencias que las que impone el actual progreso,
la calidad de las armas del presente y los recursos con que hoy se cuenta. Así
se verá en los fuertes modernos, punto de observación, centro de
comunicación, nidos de ametralladoras, posiciones para artillería, alambradas.
etc.
Nada de lo que podían ofrecer el terreno y los recursos de que los
indios disponían, faltaba en los fuertes araucanos y en esto fueron tan lejos,
que hasta el mimetismo, que es una invención moderna, fué aplicado por
ellos, en forma tan. perfecta, que lograron engañar siempre a los españoles.
Los obstáculos que al frente de sus fuertes construían, no podían
ser alambradas, porque el alambre era un material que ellos no conocían,
pero constituían una explotación intensa e inteligente de todos los recursos de
que podían disponer.
Fué así como, además de las albarradas y de las talas de árboles,
idearon los pozos de lobo, de los cuaIes unos eran para los infantes y otros
para los caballos. Estos estaban formados por hoyos cilíndricos de unos 20 a
30 centime~ros de diámetro por unos 50 de profundidad y aquéllos, por hoyos
de unos 50 a 60· centímetros de diámetro, por 1,80 metros de profundidad
más o menos.
En el momento oportuno veremos qué resultados aicanzaron con el
empleo de estos obstáculos, que tan a la perfección lograron ellos mimetizar.
Para dar a estos hechos todo el valor que les corresponde, es
precIso tener siempre presente que los que los realizaban, eran salvajes de la
más primitiva cultura, de ninguna gimnasia intelectual..
5.-El fuerte de Quiapo

Sobre la verdadera constitución del fuerte de Quiapo no hay


noticias exactas. Sólo se sabe que se hallaba apoyado en unas ciénagas, en
un gran pantano y en un gran barranco.
Dados los antecedentes que hay sobre los araucanos, es
perfectamente lógico suponer que detrás de la gola, es decir; a la retaguardia,
se hallaba el barranco, línea natural de retirada, por ser camino vedado a la
caballería, que una de las alas del fuerte se hallaba apoyada en las ciénagas
o en el pantano, y que el otro obstáculo dificultaba el ataque de frente, si no
era el apoyo de la otra ala.
Por primera vez, los indios emplearon la artillería, defendiendo este
fuerte. (Dos de las piezas se tomaron en Marigüeñu).
Según la relación que los cronistas de la época hacen, don García,
después de un recopocimiento que duró tres días, se lanzó al asalto del
pucará (así llamaban los indios a sus fuertes), atacándolo por tres puntos
simultáneamente.
Los indios resistieron bravamente y la victoria por parte de los
españoles no se declaró, hasta que una fracción de caballería desmontada,
logró burlar la vigilancia de los indios atacando por retaguardia.
Hubo aquí un detalle que no debe pasar inadvertido.
La primera condición que una posición fortificada debe cumplir, la
condición sin la cual la obra no tiene razón de ser, es la de obligar al
adversario a atacarla. ¿Cuidaron de ella los araucanos? Tanto y tan bien
cuidaron, que atacarla, resultó para los españoles de mortal necesidad.
iComo que la habían colocado entre Concepción y Cañete, cortando la
comunicación entre ambas ciudades! Bien se ve que no había detalle que se
les escapara a los araucanos.
Este combate de Quiapo no tiene otra importancia que la de haber
sido la iniciación del empleo de la fortificación por parte de los indios y el de
haberse librado en un período en que los araucanos carecían de un caudillo
digno de ellos.
Fué de este pucará del cual dijo don Martín de Guzmán: "el fuerte
era de calidad que en Italia no se podía hacer mejor" 36.

36
Declaración que dió en la probanza de servicios de don Garcla de Mendoza y Manrique (XXVII, 114),
CAPITULO XII

GENERALES ARAUCANOS

Como lo que me propongo, no es hacer la historia de la guerra


ciclópea que Arauco sostuvo contra España; de la guerra legendaria que,
asombrados, vieron los siglos XVI, XVII y XVIII, entre una de las más
modestas y atrasadas tribus de la América y uno de los más grandes y
poderosos imperios de esa época, sino, simplemente probar, que si se hizo
posible hecho tan extraordinario, fué porque los araucanos constituían una
raza militar de excepcionales características, no seguiré paso a paso el curso
de esa guerra, sino que me limitaré a perfilar las personalidades araucanas
más descolIantes en esa lucha titánica.
Creo que así podré alcanzar el doble objetivo, de poner en relieve
las grandes condiciones de la raza y la extraordinaria capacidad militar de sus
caudillos.
Antuhuenu

Don García Hurtado de lVIendoza se retiró d8' Chile, convencido de


que éJ había dado término a la. conquista, de -que dejaba a Arauco
completamente pa-· cificado.
Así lo comunicó al rey de. España, Felipe II, en carta escrita des4e
Lima, quien teniendo presentes estos servicios, al nombrarlo virrey del Perú
en 1588, le decía en la real cédula, ·aludiendo a su actuación como
Gobernador de Chile: "Que gobernastes loablemente, acabando por entonces
aquella guerra, mediante la victoria que Nuestro Reñor fué servido daros en
siete batallas que tuvistes con los indios, entre los cuales poblastes nueve
ciudades".
Sufrió así don García la pequeña equivocación, de dar por
terminada una guerra que apenas comenzaba.
No menos equivocados que él estaban los araucanos, pues, a su
vez, creían que los españoles no eran sino aventureros errantes, que
aparecían sin patria ni hogar y a los cuales, en un rasgo de magnanimidad,
habia que ofrecer algunos terrenos donde se pudieran establecer y cultivar los
frutos que. necesitaban para su sustento. Y así lo hicieron, cuando a
principios de Mayo de 1562, al llegar el gobernador VilIagra a Imperial, se le
presentaron por intermedio,· de numerosos caciques, ofreciéndole terreno
para Sil gente, garantizándole que no serían allí inquietados en manera
alguna; "pero que no habían de contar con mitagos 37 sino que ellos mismos
ganasen el pan con su propio sudor" 38.
DIfícil sería decir cuánto había de malicia y cuánto de ingenuidad
en esta proposición, que Villagra fingió agradecer con respuestas evasivas y
con algunos regalos. Tampoco el español quería que indios se compenetrarán
de sus verdaderos propósitos, que no podían ser de paz, ante la manifiesta
rebelión en que se mostraba toda la región.
Y tan resuelto estaba el gobernador a seguir la guerra, que apenas
se retiraron los caciques, partió para Valdivia, desde donde, reuniendo
apresuradamente las tropas que pudo sacar de Osorno y Villarrica, envió a su
hijo, don Pedro de Villagra y al maestre de campa don Julián Gutiérrez de
Altamirano, para que desde Cañete iniciaran contra los indios una campaña
de hostilidad y de castigo.
Por ese tiempo, había aparecido ya el primer caudillo araucano de
acentuada personalidad militar, el toqui (general en jefe) Antuhuenu.
Sin pérdida de tiempo, había puesto sitio a Cañete, de manera que
cuando Altamirano llegó a esa plaza, tuvo que abrirse paso a través de las
tropas sitiadoras.
Al ver llegar este refuerzo, que era de unos 170 hombres,
Antuhuenu no se sintió suficientemente fuerte para provocar un encuentro
37
Indios que trabaJaban en la mita.
38
Historia de Chile, Gay, tomo I, pág. 482.
decisivo y prefirió retirarse, para dedicar sus tropas al hostigamiento y
destrucción de los destacamentos, que indefectiblemente habían de enviar los
españoles, en busca de los víveres y forrajes, de que ya se sentían muy
escasos.
Altamirano salió tras él, después de reforzar su destacamento con
algunas tropas del presidio, y a la cabeza de 280 hombres, atacó a
Antuhuenu, que se había fortificado en Lincoya, término de Tucapel.
Rechazado aquí Antuhuenu, se replegó.hacia Nahuelbuta, donde,
en la parcialidad de Rucapillán, ofreció una nueva resistencia que los
españoles vencieron una vez más; pero a costa ya, de cuatro muertos y de
muchos heridos.
Tan mal parados salieron los españoles de esta refriega, que,
cuando a su regreso a Cañete, tuvo Altamirano que enviar un refuerzo a
Angol, no pudo disponer sino de unos 25 hombres. Y era que casi todos los
demás, estaban heridos o maltrechos 39.
Una orden del gobernador para que se traslada ra a Arauco, obligó
a Gutiérrez de Altamirano a dejar en su lugar al capitán Arias Pardo
Maldonado, y a éste correspondió ir, a su vez, contra Antuhuenu, que se
había fortificado en Catirai.
Fué distinto, en esta ocasión, el curso de los acontecimientos. Más
reforzado ya el ejército de Antuhuenu y más práctico éste en el empleo de sus
tropas, infligó a Arias Pardo una completa derrota, después de matarle 20
soldados. (Versión de Carvallo y Goyeneché.) .
Huyeron, pues, los españoles, unos a Cañete, a donde acababa de
llegar Altamirano, y otros a Arauco. Con éstos iba Adas Pardo, gravemente
herido.
Alentado Antuhuenu con este triunfo y haciendo lujo de movilidad,
se presentó casi al mismo tiempo fnmte a Arauco, Cañete y Los Infantes,
aunque sin otro propósito, al parecer, que el de distraer la atención de sus
adversarios, pues, sin atacar, desapareció rápidamente para aparecer poco
después, ocupando un poderoso pucará en la ya trágica cuesta de
Marigueñu.
Los españoles, al tener conocimiento de esta determinación,
arrastrados por el joven e impetuoso general Villagra (hijo del gobernador),
resolvieron atacar, también ailí a Antuhuenu. Acompañaron en esta ocasión al
general Villagra, los experimentados y prestigiosos capitanes Gutiérrez de
Altamirano (maestre de campo) 40y Lorenzo Bernal, aunque no estaban de
acuerdo con Villagra, en la oportunidad, ni en la conveniencia de esa
operación, que ellos juzgaron peligrosa.
El ataque al pucará de Antuhuenu se produjo entre fines de

39
Gay. tomo 1, pág. 485.
40
Maestre de campo lué un graao militar que nació en el siglo XVI y que correspondió al comandante de un
tercio, unidad equivalente más o menos a un batallón; pero en la cual el Jete, maestre de campo, estaba
revestido de atribuciones especiales. Duraron estos maestres hasta 1704, en que Felipe V suprimió los
tercios, cambiandolos por regimIentos de 12 compañias.
Diciembre de 1562 y principios de Enero de 1563 41.
Con el objeto de infundir confianza a los españoles para que se
lanzaran resueltamente al ataque, Antuhuenu colocó bastante a vanguardia
de su reducto, numerosas, pero débiles fracciones de tropas, con la misión de
retirarse atemorizadas, después de ofrecer sólo cortas resistencias.
Cayeron los españoles en el lazo que así les tendió Antuhuenu y
llevados por su valor e impetuosidad, perdieron toda prudencia y avanzaron
violentamente.
Era lo que el toqui deseaba, para sacar el mayor provecho de los
pozos de lobo con que había sembrado todo el frente de su pucará, pozos,
que cuidadosamente había hecho mimetizar con ramas, tepes y pasto.
Unos tras otros, fueron cayendo varios españoles en esos pozos,
de los cuales no se libraron ni siquiera Villagra y Altamirano. A VilIagra la
caída le fué fatal, pues acto seguido un indio le dió un lanzaso en la boca, que
poco después le produjo la muerte. Altamirano salvó, tal vez, porque fué
socorrido a tiempo.
"Yendo el primero Altamirano, fué la primera víctima de la celada
del indígena. Sin ver el engaño, cayó en un hoyo hecho a manera de
"Sepultura" tan hondo como una estatura de un hombre y tras él cayeron
muchos en otros hoyos, de tal suerte que, como los indios les tiraban muchas
flechas y los alcanzaban con sus lanzas, no podían ser bien socorridos" 42.
El primero en atacar fué el capitán Gómez de Lagos, como lo fué
también en ser rechazado; pero eso no obstó, a que, rehaciéndose, volviera a
atacar, obligando a los indios a buscar refugio detrás de las trincheras de las
cuales recién habían avanzado.
Este fué el momento en que intervino Villagra, lo que indujo al
soldado Gregorio Cabrera a gritar imprudentemente: "A ellos que huyen". No
necesitaron más los impulsivos españoles, para avalanzarse ciega y
desordenadamente hacia las trincheras, salvarlas y caer en un entrevero
mortal, que costó la vida de 18 españoles y de más de 60 indios auxiliares.
Ante tan doloroso fracaso y viendo que en todo el frente los
españoles salían rechazados, Altamirano y Lagos, con todos los hombres que
pudieron salvar, se precipitaron por los despeñaderos del llano, de Colcura,
siguiendo por ahí ,su retirada.
A muchos españoles, sin embargo, no les fué posible hallar camino
para retirarse y viéndose acorralados dentro del pucará, no les quedó más
arbitrio que resolverse a vender caras sus vidas.
Entre ellos, el destino le reservó acl hileno, Pedro Cortés, la parte
más gloriosa, pues ignorante de la suerte que habían corrido Villagra y
Altamirano en la parte opuésta del pucará, le correspondió, a ia cabeza de
sólo 14 hombres, resistir el peso a brumador de numerosos indígenas que lo
atacaron corajudamente.

41
Según Barros Arana entre fines de Enero y principios de Febrero de 1563. Según don Francisco Encina
el 16 de Enero de 1563.
42
Francisco de Villagra".,...por don Crescente Errázuriz.
Lo acompañaban, además, algunos indios auxiliares y Agustín
Hernández, quien, viendo hasta qué punto era desesperada la situactón, le
aconsejó tirarse por el despeñadero de ese flanco 43.
A esta proposición contestó el joven Cortés: nos retiraremos
peleando y, no haya aquí más voz que la mía, ni nadie se rinda; la muerte o
una honrosa salvación!" 44
Ayudado por su íntimo amigo Francisco Pérez, también chileno,
salvó la vida cuando, muerto su cabaIlo, habría sido ultimado sin piedad, si
Pérez no lo coloca a la grupa del suyo.
Luchando sin tregua durante las cinco horas que le costó bajar de
la meseta, llegó a las inmediaciones de la ensenada de Chivilingo, con sólo
Pérez y Gonzalo de Salazar, pues todos sus otros compañeros habían ya
caído. En este momento nuevos enemigos salieron a su encuentro y (cedo
aquí la palabra a don Claudio Gay) "el caballo de Pérez se atasca en un
barrizal; algunos indios se adelantan contra los fugitivos; salta en tierra el
generoso Cortés, pues no quiere ser causa de que por él perezca su amigo;
acomete furioso a los araucanos más adelantados, tiende a dos de ellos con
su espada, deteniéndose los otros a la vista de tal acción, y como Pérez ha
salido del atolladero, como la fortuna pone delante un indio auxiliar a caballo y
con un niño español, Cortés se revuelve alarga el niño a Pérez, salta en la
cabalgadura del auxilar y se salvan todos llegando a Arauco el adalid chileno
con ocho terribles heridas, de las que ni siquiera había cuidado, durante su
maravillosa resistencia"45.
Así terminó el encuentro entre el joven genenI Villagra y el
destacado caudillo Antuhuenu.
Los españoles lo habían atacado con 90 soldados y 500 indios
auxliiares 46 (yanaconas) y habían perdido, además de su general, 47
soldados, gran número de caballos y de armas y muchos indios auxiliares 47.
Narraron detalladamente esta batalla Mariño de Lobera (libro II,
Cap. 15) y Góngora de Marmolelo (Cap. 36).
Realizada esta hazaña, Antuhuenu se lanzó contra la plaza de
Arauco, defendida por el famoso capítán español, don Lorenzo Bernal,
hombre de tan sobresalientes condiciones militares, que mereció el honor de
ser conocido con el apodo de "El Cid Ruiz Díaz de Chile".
Hay que hacer resaltar estas condiciones, porque nos van a servir
para aquilatar las que adornaban a Antuhuenu.
Como expugnar sin una larga preparación la plaza de Arauco, era

43
Este detalle nos pone de manifiesto que, por lo menos, ese flanco del reducto estaba apoyado en un
despeñadero.
44
Gay, tomo I, pág. 501.
45
Tomo l. Página 502
46
Barros Arana, tomo II, pág. 314.
47
Gay, tomo l. pág. 502. Según el Sr. Encina murieron 42 y el resto salvó sin armas ni bagajes.
operación superior a sus fuerzas, Antuhuenu resolvió ponerle sitio y hecho
esto, tomó la más inesperada y extrana resolución que pueda uno imaginarse:
retó a duelo singular al famoso capitán Bernal.
¿Debía aceptar Bernal? Sus antecedentes de hombre esforzado,
valiente y maestro en el manejo de las armas, lo impulsarían seguramente a
no rehuír situación tan definida; pero, ¿qué garantías de hidalguía,
caballerosidad y corrección (condiciones fundamentales de un caso tal) podía
ofrecerle un salvaje de la edad de piedra? ¿No se exponía a caer en una
celada, a ser golpeado a traición, etc.?
Pesadas estas consideraciones, a nadie podría extrañar que Bernal
se negara a aceptar el reto, fundándose en que el adversario no era digno de
cruzar sus armas con él; pero más pudieron en el adalid español sus ímpetus
y arrestos de guerrero y sin vacilar, recogió el guante.
Cabe aquí preguntar, ¿de dónde ese salvaje de la más primitiva
cultura, sacaba esos instintos caballerescos y en qué fundaba su creencia de
que podía competir con un guerrero tan diestro en el manejo de las armas,
como era Bernal? .
¿Cuál tenía que ser el resultado fatal de un duelo semejante?
Sabemos que era ocupación preferente de los araucanos el ejercicio de las
armas; pero de nada vale ese ejercicio si no se realiza bajo la dirección de
maestros que exploten la experiencia de varios siglos. La esgrima es un arte
que se perfecciona acumulando experiencias.
Iba a realizarse, pues, el duelo más extraño y, según todas las
probabilidades, el más desigual.
Se convino en que los adversarios concurrirían al campo del honor
acompañados de igual número de testigos o padrinos cada uno y que el duelo
tendría lugar en la planicie que separaba el fuerte de las tropas de Antuhuenu.
El resultado de la lucha se conoce; pero, por desgracia, no ha
llegado hasta nosotros ninguno de los detalles. Nada sabemos de las armas
que emplearon, ni de si se batieron a pie o a caballo.
Oigamos la relación que de duelo tan singular, hace el padre
Miguel de Olivares: "Lidiaron en un lugar llano y descubierto igualmente
distante de la plaza y de los reales enemigos, asistido cada cabo 48 de igual
número de soldados para precaver algún trato doble; pero como batallasen
largo tiempo sin conocerse ventaja de parte de alguno de los combatientes se
metieron por medio los soldados de ambas naciones, de común
consentimiento y los separaron sin disgusto de ellos, que habían conocido
mutuamente que no les sería fácil la victoria; y que era peligroso aspirar más
tiempo a conseguirla".
Tan extraño como inesperado resultado, sirve para formarse una
idea de los puntos que calzaba en materia de valor, destreza e hidalguía, el
gran caudillo araucano.
Resuelto así el lance, las cosas volvieron a su primer estado y el
sitio continuó hasta que Bernal, viendo que no podía esperar auxilio de
Concepciqn, porque el gobernador se hallaba allí, a su vez, estrechamente
48
Caudillo, capitan, jefe.-<N. del A.)
asediado por el toqul Antunecul, resolvió abandonar el fuerte, aprovechando
las tinieblas de la noche. Antuhuenu habia conseguido así una victoria más.
Pero no iba a ser éste el último encuentro ele esos dos caudillos.
Poco tiempo después, resolvió Antuhuenu construir un pucará en la
confluencia de los ríos Bío-Bío y Vergara. Para dar más fuerza a este reducto,
Antuhuenu lo hizo apoyar en fosos y terraplenes, construídos especialmente.
El cabildo de la ciudad de los Confines, viendo en este pucará una
amenaza para su tranquilidad, dió al capitán Bernal orden de atacarlo.
Avanzó Bernal a la cabeza de 50 soldados españoles y 400 indios
auxiliares y una vez en las vecindades del fuerte, con prudencia muy
laudable, en vez de lanzarse inconsideradamente al asalto, ordenó un
reconocimiento a fondo de la posición y de sus alrededores.
Pudo así convencerse de que el pucará estaba bien dispuesto y
bien guarnecido y que se hacía necesario contar con el apoyo de una pieza
de artillería y de algunos refuerzos.
Sólo cuando ya estos elementos se hallaron a sa disposición,
Bernal resolvió el ataque y lo hizo, según dice Carvallo y Goyeneche, yendo
hacia la fortificación "con buen orden". y luego agrega: "Puesto a distancia de
500 pasos, dispuso hacerle ataques falsos toda la noche para que
consumiesen todos los cartuchos que tenían, y le salió bien, porque el fuego
que hicieron fué sin efecto. No sabían todavía usar los arcabuces y más bien
les servían de embarazo que de defensa" .
Nada tiene de extraño - y ya se dijo- que en los primeros años los
indios hallaran serias dificultades para el acertado empleo de los arcabuces,
no sólo porque nadie se lo había enseñado, sino porque ni era fácil ni corto el
aprendizaje. Algo semejante les pasó al principio con los cañones.
El desenlace de esta jornada fué determinado por un incidente
pueril que revela, que pone de manifiesto, cuán grande era la ignorancia y
cuán grande la superstición de los indios araucanos.
Ocurrían estos hechos el 25 de Marzo de 1564 y, al amanecer
-según refiere Carvallo y Goyeneche-"pasó una zorra entre el pucara del
Vergara y el campamento español y que un perro de Cortés le dió caza".
Incidente de tan poca importancia para gente de mediana cultura,
fué para el desdichado Antuhuenu, de las más fatales consecuencias.
Lo juzgaron los indios de mal agüero para su causa y ni las
exhortaciones del caudillo, ni el ejemplo que les dió lanzándose
denodadamente a la lucha "puesto a caballo y blandiendo una lanza", fueron
capaces de devolver el aliento a esos indios desmoralizados por la más
desatinada superstición.
A pesar de todo y a pesar, especialmente, del decidido empeño
que los españoles pusieron en tomarse el pucará, pues era para ellos la
derrota araucana; de vital importancia en esos momentos difíciles porque
atravesaba la conquista, pudo tanto la energía con que Antuhuenu dirigió el
combate y el ejemplo que dió con su valor, que la lucha durante mucho
tiempo, se mantuvo indecisa.
Continúa la narración del combate, Carvallo y Goyeneche,
diciendo: "Muchos araucanos eran ya muertos, pero también habían caído no
pocos auxiliares y estaban heridos 20 españoles. Conoció Bernal que por el
lado del sur cargaba doble número de araucanos y conoció debilidad por allí,
y dirigió los" ataques contra aquél, con su esforzado brazo. Defendió este
punto un valiente capitán de los araucanos, que no le cedió sino con el último
aliento. Muerto éste, desampararon la brecha y entraron por ella los
españoles, conduciendo los horrores de la muerte por donde pasaban.
Amedrentados los araucanos se tiraron muchos al río Vergara, para conservar
la vida, repasándolo a nado. "Lo advirtió Antuhuenu y con tanta entereza
como presencia de ánimo, dió voces llamando por sus nombres a los
capitanes que huían, y pidiéndoles que no lo desamparasen. Mucho pudo
aquel hombre con la energía de su voz y volvieron a la batalla, pero ya fué a
destiempo, porque aprovecharon los españoles aquel momento y se declaró
por ellos la victoria" .
Don Claudio Gay narra así la última fase de esta batalla:
"Ya se habían gastado en la pelea más de dos horas, y
considerables estragos traían hechos las armas de los dos partidos, cuando
Lorenzo Bernal, que con singular bizarría se obstinaba en romper el flanco
enemigo, advirtió cómo éste cargaba en masa a la parte que él quería forzar,
dejando casi descubierto el frente; resolviéndose con la celeridad del rayo,
cargó tan repentino sobre el punto flaco, que con los suyos y gran número de
auxiliares penetró al recinto, corre entonces a resolver la contienda el cuerpo
de reserva, entra en los indios la confusión, el campo se convierte en una
espantosa carnicería, en vano el animoso toqui pretende contener a los
fugitivos que a docenas se arrojan en las aguas del Vergara, para asegurar
sus vidas en la opuesta margen; en vano acaba por sí mismo, y con algunos
cuerpos y capitanes disciplinados hechos de sin par gallardía, porque al cabo
cantan victoria los conquistadores; los auxiliares la vociferan con feroz alegría,
y Antuhuenu ya solo, ya desesperado, se arroja al Bío-Bío, que, como si de
parte del dichoso vencedor estuviera, apagó un espírítu de brillante porvenir,
la vida de un guerrero que supo sustentar ilesa la libertad de su, patria, la
gloria de las armas araucanas, con su juventud nueva y aún no hecha a la
maestría y superior poder de las del audaz conquistador". (Historia de Chile,
Tomo I, Página 522).
Parece que la derrota afectó profundamente el ánímo de
Antuhuenu y que no quiso sobrevivir a ella, pues no de otro modo se explica
que un hombre de tantas aptitudes físicas y buen nadador, como eran todos
los araucanos, se hubiera ahogado al atravesar el río Bío-Bío.
Terminó así la vida de un gran general araucano, de uno de los
muchos que ilustraron con sus hazañas, la brillante historia militar de esa
desconocida tribu de Arauco.
CAPITULO XIII

LONGONAVAL

Terminado el gobierno de la Real Audiencia (creada por Felipe II y


que gobernó desde los primeros días de Agosto de 1567 hasta la segunda
quincena de Agosto de 1568), se hizo cargo del gobierno de Chile el doctor
don Melchor Bravo de Sarabia 49, que pudo tener muchos merecimientos; pero
que careció del que en esos momentos era esencial; ser militar.
Para colmar este defecto, llegó a Chile con un prejuicio que le fué
funesto. Creía, como muchos otros en el Perú y en España, que los
españoles de Chile exageraban las dificultades de la conquista para
conservar sus puestos y crearse prebendas. Y es que no podían entender
cómo era que una modesta tribu oponía tan inverosímil resistenda.
Esto hizo que, a pesar de su ya avanzada edad (pasaba de los 70
años), apenas llegado a Concepción, pensara en salir a campaña, tras el fácil
objetivo de conseguir la pacificación de los indios.
Y así fué, cómo a fines de 1568, este improvisado general, se
hallaba ya al frente de un ejército relativamente fuerte, acampado al pie de las
serranías de la antigua Talcamávida y listo para emprender las operaciones
militares.
Por suerte para él, contaba en esa ocasión con la valiosa
cooperación de soldados tan distinguidos como Miguel de Avendaño y
Velasco, Martín Ruiz de Gamboa y Lorenzo Bernal del Mercado, militares de
probada capacidad y de vasta experiencia en la guerra con los indios.
A poco de terminar su instalación en el valle do Talcamávida,
recibió Bravo de Sarabia la noticia de que los indios se preparaban para
cerrarle el paso, reforzando el ya famoso pucará de Catirai.
Para orientarse y aclarar bien la situación, el gobernador dió al
capitán Avendaño la orden de avanzar con un destacamento montado.
Eeto ocurría en los momentos en que recién tomaba el mando del
ejército araucano, un joven general llamado Longonaval.
Como era natural, a éste no le pasó inadvertido el avance de
Avendaño y le hizo recibir por pequeñas partidas de indios, que sin oponer

49
Barros Arana escribia Saravia. Creo que lo correcto es con b (Gay).
una seria resistencia, se retiraron paulatinamente hacia las regiones más
escarpadas de la sierra, evitando así la persecución de la caballería.
Ante esta dificultad, en realidad insalvable, Avendaño optó por
retirarse para dar cuenta de lo poco que había visto.
Tan pobre resultado en la expedición, molestó mucho al
gobernador, atribuyéndolo tal vez a poca resolución o iniciativa de parte de
Avendaño.
Mariño de Lovera dice que Avendaño, al cual nombra Miguel de
Velasco, fué enviado con 90 hombres de a caballo y que a su regreso el
gobernador "lo reprendió con palabras ásperas y coléricas por haberse vuelto
como se fué, diciéndole que cuando no hallara enemigos, que había que
pelear con los árboles, por no hacer viaje en vano; lo cual sintió harto don
Miguel aunque disimuló, no dando respuesta a quien tanto respeto se le
debía".
Tras esto y tal vez para dar una lección a sus capitanes sobre la
manera de combatir a los indios, Bravo de Sarabia dió orden de que todo el
ejército se moviera inmediatamente en dirección de Catirai.
Gay dice que en esta ocasión, el ejército español se componía de
260 españoles y 500 indios auxiliares 50.
Habiéndose puesto en marcha -el ejército español, el 7 de Enero
de 1569, al amanecer del 8, se halló frente a la posición araucana,
recientemente reforzada.
Encontró a Longonaval completamente apercibido, después de
haber hecho un gran acopio de piedras "gruesas como membrillos", dice
Góngora de Marmolejo, y de haber recibido el refuerzo de tropas que le llevó
el toqui, Millalelmo.
Describe la posición Góngora de Marmolejo diciendo: "El fuerte que
tenían era un alto cerro, delante del hacía un poco llano; por los demás lados
al derredor tenía laderas que el fuerte las señoreaba, y una quebrada grande,
y por junto al llano tenía una puerta, por ella entraban los indios y salían".
El ataque al fuerte de Catirai comenzó (8-1-1569) cuando ya el
calor del sol principiaba a hacerse sentir con bastante intensidad y a lo largo
del camino zigzagueante y polvoroso, que en fuerte pendiente nevaba hacia
la cima del cerro.
Iba adelante la fracción que comandaba el capitán Avendaño y a
retaguardia la del general Ruiz de Gamboa. (Bernal había quedado como
gobernador en Concepción) .
Longónaval los dejó avanzar hasta el pie mismo de la posición y
sólo entonces, poniendo repentinamente en acción numerosa tropa y a la vez
las piedras de que ,en gran cantidad disponla, lanzó tan poderoso
contraataque, que las tropas españolas se desconcertaron, no tanto por las
piedras de las cuales no sabían cómo defenderse, como por el envolvimiento
de que se vieron objetó.
Asustados los caballos, se hicieron indóciles, siendo Avendaño la
primera víctima de esta indocilidad, pues fué llevado por su caballo al centro
50
Hlstoria de Chile, tomo II, pág. 45.
mismo de un grupo de guerreros enemigos, de donde difícilmente fué
rescatado.
"Ni el arresto de los españoles (dice Gay en la página 47 de su
tomo Il) igualmente. que el de sus auxiliares; ni la presencia de ánimo de los
jefes Velasco y Cortés; ni la temeridad de Francisco Hernández Rondón,
penetrando más de cien pasos el campo araucano, del que arrancó un
español que allí tenían prisionero, nada bastó a contener el empuje de· los
indios, y fué preciso declararse en retirada, con la sensible pérdida de 44
españoles y 100 auxiliares que tendidos quedaron en el pecho de aquel
Hadario 51 e imponente cerro".
Un envolvimiento ordenado por Avendaño (a quien Gay y Barros
Arana llaman Velasco) y realizado por 20 españoles, no produjo efecto porque
se terminó cuando ya la derrota se habia producido.
Apenas inidada la retirada, los indios salieron de sus trincheras y
en vigorosa e implacable ofensiva, persiguieron sin dar cuartel a los ya
desorganizados y desmoralizados españoles.
Esta fué una de las más graves y tal vez la más desmoralizadora
de las derrotas sufridas por los españoles. Toda entera hay que cargarla a la
impericia y testarudez de Bravo de Sarabia, pues tuvo que advertir que sus
subalternos no fueron partidarios del ataque a Catirai, ya tan funesto para los
españoles.
El mismo lo comprendió así y convencido por fin de que no se
exageraba al decir que la conquista de Arauco presentaba muchas
dificultades, presentó al rey la renuncia de un puesto que no se sintió capaz
de servir. Parece que esta renuncia no fué aceptada, pues, como veremos a
continuación, Bravo de Saravía continuó gobernando.
Por suerte para los españoles, Longonaval, que era toda una
promesa para los araucanos por las grandes condiciones que reveló durante
su corta actuación, enfermó y murió poco después.

51
Adjetivo anticuado, que significa desdichado.-(Nota del
Autor). ,
CAPITULO XIV

PAILEACAR

Después de la derrota de Catirai, lo que juzgó más urgente, Bravo


de Sarabia, fué solicitar refuerzos y al efecto, envió al Perú a don Miguel de
Avendaño (o Miguel de Velasco), que de ambas maneras se le nombra en las
historias, quien salió de Chile en Mayo de 1569.
No era empresa pequeña en esos tiempos hallar gente dispuesta a
sacrificarse en tan cruenta e interminable lucha y por eso fué que, a pesar del
celo gastado por Avendaño y del interés que el virrey demostró para enviar
socorros a Chile, la expedición de refuerzos no pudo salir del Callao antes del
8 de Abril de 1570. Llegó a Chile a mediados de Julio.
Creo de interés estampar aquí algunos detalles de lo que costó
conseguir ese pequeño refuerzo.
El virrey del Perú, don Francisco de Toledo, en su deseo de
socorrer a Chile, rozo pregonar en Lima un bando solemne para que "todos
los caballeros, gentiles hombres y soldados que quisieran ir a servir a Su
Majestad en la defensa y pacificación de las provincias del reino de Chile,
acudan a los oficiales leales que S.M. tiene en esta ciudad, que ellos los
asentarán, y por orden que tienen los ayudarán y favorecerán con pIata,
armas, ropa, vituallas y otras cosas necesarias para la dicha jornada, demás
que la Majestad real y S. E. en su real nombre, tendrá siempre particular
cuenta de los que así fuesen a servir a S.M. en esta jornada para hacerles
toda merced, y los gratificar, honrar y aprovechar en todo lo que se ofreciese,
así en esta tierra como en otras partes, conforme a los servicios de cada uno"
52
.
Como se ve, no le quedó al virrey nada que ofrecer, llevado por el
interés que tenía en conseguir voluntarios para tan ingrata tarea como era le
de venir a Chile y, sin embargo, tal era el temor que inspiraba la guerra de
Arauco, que cinco días más tarde, los oficiales reales tuvieron que certificar,
que un inscrito era todo el resultado del pomposo bando publicado. La historia
ha conservado el nombre de ese valiente: se llamaba Francisco de León.
Y no podía ser de otra manera. Tan desastrosa era la reputación
52
Vlrreyes del Perú, de don Tristán Sánchez, capítulo 15
que Chile se había ganado, que un cronista de la época dice que se le
conocía con el nombre de "sepultura de españoles". Según Bravo de Saravia,
las gentes creían en el Perú, que enviarlas a Chile para meterlos en Arauco y
Tucapel, era lo mismo que "ponerlos en galeras" 53.
Ante tan rotundo fracaso, el virrey recurrió al arbitdo de organizar
una compañía con sus propios servidores. No siendo esto aún suficiente,
dispuso que se destinaran al cuerpo auxiliar a todos los condenados a
deportación fuera del Perú.
Sólo así y después de tres meses de laborioso reclutamiento, se
logró reunir 250 hombres, una buena cantidad de municiones y 4 piezas de
artillería.
Apenas recibidos estos refuerzos en Santiago, comenzó Bravo de
Sarabia a prepararse para avanzar hacia Arauco; pero no se hallaba listo aún,
cuando ya fué sorprendido con la noticia de que un destacamento de 16
hombres, mandados por el capitán Gregorio de Oña, había sido sorprendido y
deshecho en las vegas de Purén, con pérdida de 8 hombres, entre los cuales
figuraba el mismo capitán Oña. -
Para remediar en algo este desastre, Bravo de Sarabia dispuso
que inmediatamente partiera hada el sur, un destacamento de 100 hombres,
al mando del general Miguel de Avendaño y que Ramiro Yáñez y el capitán
Gaspar de la Barrera, se trasladaran por mar a Valdivia, para reunir alli todos
los contingentes de tropas con que las provincias del sur pudieran contribuir a
la campaña que se iba a iniciar.
Avendaño llegó a Concepción a principios de Enero de 1571 y sin
pérdida de tiempo se trasladó a Angol, en cuyas inmediaciones se instaló. Allí
recibió el refuerzo que le llevaron desde Valdivia, Yáñez y de la Barrera y
como no cabía duda de que lo sublevación de los indios se iba a producir de
un momento a otro, para ganar la iniciativa, Avendaño se puso en acción
inmediatamente. Contaba con 130 soldados y algunas piezas de artillería,
más los indios auxiliares, qué no faltaron nunca, aunque raras veces fueron
mencionados por los españoles.
A la cabeza de las tropas araucanas se hallaba, por ese tiempo, el
toqui Paillacar, señor del valle de Purén. Mandaba unos 1500 hombres, tal
vez el doble de lo que mandaba Avendaño, contando las tropas auxiliares.
Hay que reconocer, que si esta proporción le daba superioridad numérica no
le daba superioridad de fuerza, contra un ejército que disponía de caballería y
artillería.
El primer encuentro tuvo lugar cerca de los Confines, en un
extenso llano, muy apropiado para la actividad de la caballería y para el
intenso empleo de la artillería. Esto ocurría por primera vez, pues los indios,
con muy fundadas razones, habían rehuído siempre ofrecer tan favorables
condiciones a sus adversarios.
.
Prima facie, parece que fué una desgracia para los españoles, que
Avendaño no supiera o no quisiera aprovechar situacion tan favorable y que
53
Barros Arana, tomo II, pág. 413.
en vez de atacar resueltamente, se colocara a la defensiva en un recodo del
río Purén, aprovechando la protección que a sus espaldas daban las
barrancas del mismo río.
Tal crítica a las disposiciones de Avendaño, parece muy bien
fundada y, sin embargo, los hechos le dieron la razón a él, pues mientras se
mantuvo a la defensiva, todo fué bien y en cuanto salió de su posición para
atacar en campo abierto, la situación camblió bruscamente de aspecto, en
favor de los araucanos.
¿ Por qué ocurrría eso; contra todo lo que era de esperar? Primero,
porque las tropas que componían el refuerzo enviado desde el Perú, eran
completamente colecticias, tropas que carecían de la necesaria solidez y
cohesión para combatir en campo abierto, y segundo, porque las huestes
araucanas habían alcanzado ya tan alto grado de progreso, que se las podía
hacer evolucionar, avanzar y retroceder, sin que el general dejara de tenerlas
siempre en la mano.
Se vió, pues, que las tropas araucanas eran más manejables, que
las cargas de los españoles no las desorganizaban, que las unidades se
reorganizaban rápidamente y esto, unido a la decisión de vencer que las
animaba, comenzó a desconcertar a las bisoñas tropas españolas, que no
tardaron en declararse en desbandada.
¿Quién pudo imaginarse, cuando se inició esta guerra, que iba a
llegar un momento, no muy lejano, en que las tropas araucanas superaran a
las españolas en cohesión, disciplina y preparación?
Sólo habían pasado 20 años y quedaban atrás de dos siglos por
delante, en los cuales tenían aún mucho que ver los españoles, esos
conquistadores de incontrarrestable empuje, que habían recorrido invictos
casi toda la América.
Aunque esta batalla no costó sino unos cuatro o cinco españoles y
la pérdida de toda la artillería y de todos los pertrechos, su efecto
desmoralizador fué enorme, pues la derrota se había producido frente a muy
escasas tropas araucanas y cuando más ventajas ofrecían las condiciones en
que el encuentro se produjo.
Por eso, al dar cuenta de ese fracaso, Bravo de Sarabia, decía al
rey: "Fué una de las mayores desgracias que han sucedido en esta tierra y
donde más reputación se ha perdido por haber sido acometidos los españoles
en llano, donde nunca habían sido desbaratados" 54:
Góngora de Marmolejo dice, corroborando lo anterior: "Fué una
pérdida la que allí se hizo no vista, ni oída en las Indias, porque allí perdieron
los españoles toda la reputación que entre los indios tenían, teniéndolos en
poco de allí adelante. Viendo que en llano las habían desbaratado y quitado
sus haciendas, haciéndolas huír afrentosamente, cobraron grandísimo ánimo,
porque antes de esto, en tierra llana, nunca los indios osaron parecer cerca
de donde anduviesen cristianos. Quedaron soberbios y los españoles corridos
de su flaqueza y poco ánimo" 55 .

54
Carta de Bravo de Sarabía a Felipe II de 15 de Octubre de 1571
CAPITULO XV

NAMCUNAHUEL

Al gobernador Bravo de Sarabia sucedió el adelantado don Rodrigo


de Quiroga, cuyo nombramiento llegó a Chile en el mes de Enero de 1575.
Dos años después partió hacia Arauco al frente de un ejército de
más de 400 españoles y 1,500 indios auxiliares. Con él se paseó por algún
tiempo a través del territorio araucano, sin encontrar resistencias que valgan
la pena de mencionar.
Durante estas correrías recibió la noticia de que, una vez más, los
araucanos se fortificaban en el cerro Catirai, ya de infausta fama para los
españoles en los anales de la guerra de Arauco.
Sin vacilar se dirigió hacia allá, llegó hasta colocarse a una legua
del cerro y allí asentó su campo, dispuesto a realizar el ataque.
No lo hizo, sin embargo, porque, jefes de tanto prestigio como Ruiz
de Gamboa, Lorenzo Bernal y Miguel de A vendaño, supieron convencerlo de
que era, esa una empresa que una cruel experiencia aconsejaba no intentar.
Fué así, como los araucanos pudieron gozar de la stisfacción de
ver que los españoles rehuían un encuentro con ellos.
Para reemplazar a Quiroga, que se hallaba muy viejo y achacoso,
nombró el rey, en 1581, al reputado capitán español de los tercios de Flandes,
don Alonso de Sotomayor, caballero de Santiago y Comendador de Villa
Mayor.
Entre los gobernadores de Chile fué éste, sin duda alguna, el de
más honrosos antecedentes militares. Tenía sólo 37 años de edad y de ellos
22 habían sido de servicios prestados a la corona. Había comenzado como
simple soldado entre los voluntarios que el duque de Alba llevó a Flandes y
culminaba ahora su carrera con el cargo de gobernador, después de haber
"tomado parte en innumerables batallas, en que, dando pruebas de gran
valor, se había cubierto de gloriosas heridas. Salió de España con un refuerzo
de 600 soldados, de los cuales, según parece, sólo llegaron a Chile 400.
El gobierno de este gobernador se caracterizó por la inaudita
55
Góngora de Marmolejo, capitulo 74.
crueldad con que realizó la guerra. Hizo lo que se llama, una guerra a sangre
y fuego.
Era el mayor error que podía cometer, porque tal actitud, a más de
ser injustificada, tenia que resultar, fatalmente, contraria a los intereses
españoles: eso no era matar la guerra, sino echar fuego a la hoguera. Reveló
así no conocer la idioslincracia del pueblo araucano.
Y muy luego tuvo Sotomayor la prueba de que su proceder era
contraprudecente. La guerra se avivó, brotaron caudiilos por todas partes y
todo el teatro de operaciones se puso en ebullición. Fué el período de
Codeguala, Paineñancu, Taruchima, Coyancura, Millalemu, Lonconahuel,
Pilquetegua, Canintaro, Ruenualca, Cadepinque, Huechuntureo y
Namcunahuel.
Y fué también la época en que brilló, como astro de primera
magnitud, la,. gran JANEQUEO (Yanequén), de la cual me ocuparé en breve,
aunque sea suscintamente.
El adversario más efectivo que en esa época tuvo el ejército
español, fué el toqui Cadeguala, que, a la cabeza de un ejército bastante
numeroso, fustigó sin descanso a Sotomayor, mientras éste se hallaba en la
región de Angol. De él se hablará en el capítulo siguiente.
Antes de ocuparme de las hazañas de este toqui, creo de justiclia
rendir un tributo de admiración al malogrado general Namcunahuel, que fué el
creador de. la caballería araucana.
Organizó, el primero, un escuadrón de 160 jinetes, lo armó de
largas picas y lo adiestró pzra el combate. Dice Gay: "La caballería araucana
parecía en aspecto formidable; bien armada de lanzas de extraordinario
alcance, conducida con regularidad y mostrando los jinetes desembarazo,
soltura y no poca gallardía" 56
Hijo del cacique Cayaucura, el que no pudo soportar la vergüenza
de haber sldo vencido por el maestro de campo García Ramón, fué elegido
por su padre, para que lo reemplazara en el mando de las tropas y tan bien
acogido fué este nombramiento, que las juventudes de todas las tribus
corrieron presurosas a enrolarse en las filas de su ejército.
Sin pérdida de. tiempo, puso sitio al fuerte San Felipe, donde se
hallaban las tropas que habían vencido a su padre.
García Ramón no se sintió esta vez con fuerzas suficientes para
hacer frente al nuevo toqui e hizo saber a Namculahuel, que podía contar con
la plaza, si lo dejaba retirarse con toda la guarnición. El toqui aceptó la
proposición y los españoles pudieron abandonar el fuerte, para dirigirse al de
Purén, donde se refugiaron.
Una vez más, se vió aquí cómo los araucanos sabían hacer honor
a su palabra, pues si la hubieran violado -hecho, que para indios de tán
primitiva ·cultura, nada de extraordinario podía tener dada la cantidad y
calidad de las fuerzas de que en esos momentos disponía Namcunahuel, lo
más probable habría slido ia total destrucción de las tropas españolas.
Esta retirada de los españoles fué un gran aliciente para el toqui
56
Tomo II, página 120
araucano y acto seguido se puso en marcha hacia Purén, cuya guarnición
acababa de ser reforzada por las tropas de García Ramón.
Con claro concepto del empleo de la nueva arma que acababa de
crear, la envió adelante en servicio de reconocimiento. Esta tropa sorprendió
cerca del fuerte a una docena de españoles, de los cuales cayeron tres.
VIendo García Ramón (que por su grado había tomado el mando
del fuerte) la necesidad de aprovechar el momento en que todavía se hallaba
sola la caballería araucana, envió a batirla al capitán Francisco Hernández, al
mando de unos 80 hombres.
Los araucanos, sabiendo que su infantería se encontraba ya en el
bosque que tenían a su espalda, comenzaron a retirarse en esa dirección,
imprudentemente seguidos por los españoles.
No se hizo esperar el resultado, pues muy luego éstos se vieron
rodeados por.numerosos indios, que los atacaron con gran vigor.
El choque fué terrible, porque los españoles, viéndose acosados en
todas· direcciones, se defendieron con el valor que dan las situaciones
desesperadas.
El resultado de este encuentro debió ser la muerte de todos los
españoles; pero la suerte llegó en auxilio de ellos, en la persona de Tomás
Olavarría, que tuvo la fortuna de matar a Namcunahuel, haciéndole pedazos
todo el brazo derecho, con un tiro de arcabuz.
Desconcertados los indios con esta desgracia, acudieron en masa
al lado de su jefe y dejaron así que se les escapara una victoria segura, pues
dieron tiempo a Hernández para replegarse hada el fuerte, con sólo 30
hombres de pérdida. .
La herida recibida por el toqui fué tan grave, que todos los
esfuerzos de los indios por salvarlo resultaron infructuosos. La muerte cortó
en flor las grandes esperanzas que los indios tenían puestas en su joven y
esforzado general.
Gay dice de él: "La muerte se apresuró a quitar de las filas del
belicoso pueblo un joven caudillo, tal vez hecho para eclipsar las hazañas de
un Lautaro, si tanto tiempo en la milicia quisiera la suerte dejarle" 57.

57
Tomo II página 122
CAPITULO XVI

CADEGUALA

Merece especial mención este general, no sólo por el orden, la


disciplina y la instrucción que logró dar a su ejército, sino por haber sido el
segundo -que se sepa- que tuvo la audacia de retar a duelo a un capitán
español.
Como el anterior, actuó durante el gobierno de Sotomayor, a quien
hostilizó tenazmente, cuando éste se hallaba en Angol, al frente del ejército.
Puso en seguida sitio a la plaza de Purén, defendida por el
sargento mayor don Alonso García, Ramón, y lo hizo con tal orden y tan
acertadas disposiciones, que el comandante de la plaza se sintió perdido y
pidió auxilio al gobernador, explicando su situación.
Sobre la manera de proceder de Cadeguala, dice el Padre
Olivares: "procedió como cabo de experiencia formando sus líneas regulares,
haciendo montar la guardia y poniendo centinelas que se reanudasen con sus
señas y contraseñas, todo al modo de los españoles". Luego agrega: "esta
nueva forma de sitiar con tanto acuerdo y pericia, y tan diferente de la que
solía practicar esta nación bárbara, puso en cuidado al comandante Alonso
García Ramón, que defendía ahora esta plaza, como antes la de Arauco, y
dió parte al gobernador de su aprieto".
Dan estos sucesos un nuevo testimonio de las extraordinarias
aptitudes que los araucanos poseían para asimilar conocimientos militares
pues eso de disponer con acierto sus líneas de vigilancia, y lo de emplear las
señas y las contraseñas para evitar que los centinelas se dejaran sorprender
por espías o destacamentos enemigos, revela una actividad mental que no
podía esperarse de salvajes tan poco evolucionados.
El gobernador dió al apuro en que García Ramón se veía, toda la
importancia que en realidad tenía y eligiendo cuidadosamente entre sus
hombres, formó un escuadrón con el cual acudió en auxilio de Purén 58.
De la aproximación de este refuerzo tuvo Cadeguala oportuno
conocimiento y escogiendo a su vez unos 500 hombres, se adelantó hasta un

58
Gay dice que eran 200 jinetes .tomo Il,- pág. 129
desfiladero por el cual debía pasar Sotomayor.
Todo hacía suponer que se produciría aquí un encuentro
memorable; pero pasó lo que menos podía esperarse: el esforzado y famoso
capitán que tantas veces se había distinguido en Flandes, el que en cien
ocasiones había desafiado la muerte, como lo probaban las numerosas
cicatrices que ostentaba, al ver las djsposiciones tomadas por su adversario,
vaciló y en vez de impugnar resueltamente, rehuyó el combate, regresando a
su guarnición.
Gay dice que, la descubierta de Sotomayor alcanzó a chocar con
las avanzadas de Cadeguala y que se retiró después de perder seis hombres
59
.
Enorgullecido Cadeguala con esta retirada, que para él era un
triunfo, regresó a Purén y envió a García Ramón un desafío a duelo,
emplazándolo para el tercer día.
Por segunda vez deja constancia la historia de esta actitud
medioeval de un general araucano y por segunda vez, veremos cómo el duelo
se desarrolla sin que ningún detalle haga pensar en que la lucha se libra entre
un hombre civilizado y un salvaje de la edad de piedra.
Narra el suceso el padre Olivares en la siguiente forma: "Al tercero
día se presentó el indio en el lugar del combate con moderado séquito que
dejó en lugar que no diese sospecha; y luego llegó Alonso García Ramón,
dejando 40 españoles un poco atrás, a quienes mandó que se mantuviesen
en tanta distancia como estaban los indios, a menos que no hubiese traición
de parte de ellos. Se pusieron, pues, los dos combatientes a.la vista uno de
otro en poderosos caballos armados de las armas que juzgaron más a
propósito y con sus picas en la mano, con las cuales comenzaron y acabaron
la pelea, porgue habiéndose embestido a toda brida al primer encuentro cayó
muy herido Cadeguala y aunque no quería confesarse vencido.y se esforzaba
a montar, la muerte que venía muy ejecutiva, lo hizo dár traspié, y dentro de
poco expiró".
Gay narra el combate en la siguiente forma: "No rehusó Ramón ese
reto, y como quedara aplazado para la mañana del día siguiente, en el campo
parecieron ambos adversarios, trayendo cada cual de ellos cuarenta caballos
de escolta, y de jefe de los españoles el capitán Francisco Hernández.
Puestos estos dos destacamentos a media distancia, dejando entre ellos
campo bastante para qµe los jefes midieran en toda anchura y libertad sus
armas, salió Gadeguala montado en arrogante potro, y armado de una
enorme pica, y a recibirle corrió impávido el maestre de campo. Como al
cruzar de los dos caballeros, el lanzazo que el toqui dirigfera contra Ramón
pasara en vago por uno de los costados, un revés de la espada del castellano
·cruzo la cara del caudillo araucano, cayendo inmediatamente en tierra, y
aunque con aliento se levantó hasta en ademán de querer montar de nuevo,
no fué sino el último respiro de su malograda vida, que acabó al instante con
pasmo y desaliento de todos los suyos, que se retiraron en silencio, para no
volver a pensar en la continuación del cerco, sin traer con ellos un nuevo
59
Tomo II, página, 129
toqui". (Tomo II, página 131) .
Lo que la historia no establece -y es de sentirlo- es la forma en que
los contendores iban armados. Se sabe que se atacaron con pica, pero
¿llevaba coraza el español? Parece lo más probable. ¿Iba semidesnudo el
indio? Si así fué; hay que reconocer que contra el indio estaban todas las
probabilidades y que el resultado queda plenamente justificado.
Una vez más, la suerte favoreció a los españoles, librándolos de un
adversario que era toda una esperanza para la causa araucana.
Los araucanos abandonaron el sitio, tan pronto como perdieron a
su jefe. Es lo que hicieron siempre en casos semejantes. ¿Por qué? Tal vez
sería un homenaje a la memoria del fallecido, tal vez desmoralización.
CAPITULO XVII

JANEQUEO

A un pueblo tan viril y esforzado como el araucano, no pudo faltarle


una heroína, una heroína que hiciera honor a las grandes condiciones
militares de la raza: se llamaba JANEQUEO o YANEQUEN.
Figuró también durante el gobierno de Sotomayor, gobierno cruel,
si los hubo, durante ese gobierno que fundó su autoridad en el rigor y en la
venganza.
Con motivo de ciertas infidelidades cometidas por algunas
parcialidades de Toltén y Villarrica, Sotomayor dió orden a su maestre de
campo, García Ramón, de que entrara a sangre y fuego en los estados de
Purén, Angol y Catirai, mientras él hacía otro tanto en Toltén y Villarrica.
En esos raids, en que no se respetó mujeres, niños ni ancianos,
quiso la mala suerte que cayera prisionero un cacique, que por sus
merecimientos gozaba de las más altas consideraciones entre los naturales
de Toltén y Villarrica. Se llamaba Hueputaún y en él se ensañó Sotomayor,
haciéndole morir en un suplicio atroz.
Como era de esperar, estas crueldades produjeron una violenta
reacción en el ánimo de los indígenas, que ya no pensaron sino en
venganzas, violencias y represalias.
Bajo la dirección del caudillo Huenchuntureu, se comenzó a
preparar un levantamiento general y en esos precisos momentos apareció en
escena una mujer joven y atrayente, que con lágrimas en los ojos, recorría la
región clamando venganza: era la viuda de Hueputaún.
Tanto pudo la elocuencia con que se expresaba, su varonil actitud
y la justicia de su causa, que en un verdadero delirio de entusiasmo se
inflamaron los corazones de todos los indios y que el mismo caudillo
Huechuntureu, le ofreció su cooperación. Nada tenía esto de extraño, pues
Huechuntureu era hermano de Janequeo.
Con sendas partidas de tropa comenzaron Huechuntureu y
Janequeo a recorrer la región, atacando a los españoles donde quiera que los
encontraran.
Don Luis 8otomayor, hermano del gobernador, que desde Santiagó
salió en persecución de ellos, chocó con Huechuntureu en los campos de
Purén, lo derrotó y lo tomó prisionero.
Por incidencias que sería largo relatar, poco después,
Huechuntureu tuvo que batirse con el cacique Cadepinque y murió en el
duelo.
Quedó así sola Janequeo, pero al frente de algunos serranos o de
Purén, Nahuelbuta, Arauco y Tucapel y con ellos, gastando una incansable
actividad, comenzó a fustigar a los españoles cayendo sobre uno y otro de
sus establecimientos, en no interrumpida sucesión.
Fué así como se hicieron inseguros todos los caminos y como en
casi todas sus salidas, experimentaban les españoles alguna desgracia.
En su incansable actividad, Janequeo comenzó a deslizarse hacia
el sur, en busca de más españoles que matar y de más ocasiones para
hostilizarlos, hasta que, por fin, tropezó con un destacamento español que de
Osorno se dirigía a Villarrica. Lo copó, los hizo apresar a todos y ordenó que
se les cortara la cabeza, para que con ellas se corriera la flecha, en o las
cuatro direcciones de los puntos cardinales.
Envalentonada con este triunfo y en busca de otro de mayor
significación, intentó caer sobre el fuerte que acababan de construir los
españoles en el valle de Andalepe y que Sotomayor había dejado a cargo del
capitán Cristóbal de Aranda; pero a la noticia de que el gobernador se
aproximaba en su persecución, se replegó hacia la montaña, para esperar allí
una ocasión más propicia.
Su dinamismo y la impaciencia de vengarse de que estaba
poseída, no le permitieron mantenerse allí por mucho tiempo y a la cabeza de
sus tropas se puso en marcha hacia la plaza de Puchangui.
Dándose cuenta de que expugnarla era extremadamente difícil,
optó por ponerle sitio e inició una serie de asaltos, encabezados siempre por
ella y en los cuales reveló una increíble audacia.
Defendía el fuerte el oficial, Manuel Castañeda, que ampliamente
provisto de todo lo que pudiera necesitar para resistir un largo sitio, con
tenacidad y valentía, soportó los embates incesantes, con que la heroína lo
fustigó durante largos meses.
Fatigada por fin de sus estériles esfuerzos y obligada por la
crudeza del invierno que se le echó encima, se retiró a un valle interior, donde
la historia perdió sus huellas.
Muy difícil es creer que voluntariamente haya suspendido sus
actividades bélicas y todo hace suponer que fué víctima de algún accidente o,
lo que es lo más probable, de la peste que por ese tiempo asolaba la región.
CAPITULO XVIII

CONVENIO DE PAZ DE 1593

Como sucesor de Sotomayor, designó el rey al caballero de la


orden de Calatrava, maestre de campo del reino del Perú y pariente cercano
(sobrino) de San Ignacio de Loyola, don Martín GarcÍa Oñez de Loyola, que a
más de todos estos antecedentes, tenía el no menos significativo, de ser
esposo de la real princesa inca (hija de Tupac Amaru), doña Beatriz Clara
Coya (Princesa de Oro).
Con un refuerzo de más de 400 soldados y de gran cantidad de
provisiones de boca y de guerra, llegó este gobernador a Valparaíso, el 23 de
Diciembre de 1592 .
La política que en Chile pretendía adoptar, era diametralmente
opuesta a la que con tan mala fortuna había puesto en práctica Sotomayor, y
su primer paso fué proponer a Paillamacu, que por ese tiempo se hallaba a la
cabeza del ejército araucano, un convenio de paz, "pues él llegaba a Chile por
expresa voluntad del rey para ajustar paces con los indios todos y se había
prestado gustoso a semejante misión, no por otra causa sino porque, como
esposo de una india, un entrañable afecto sentía por todos los de su nación, y
no había de parar hasta dejar asegurada su perpetua felicidad" 60.
Paillamacu, que por ese tiempo se hallaba en Lumaco, reforzando
e instruyendo su ejército, contestó a la insinuación de Loyola que le placía
mucho ver en la suprema autoridad de los españoles a un hombre casi indio
por los vínculos que los unían a la hija de un príncipe americano; pero que
por esa inisma circunstancia y en prenda de la ventura que quería labrar a los
americanos, debía comenzar S.S. por la despoblación de todos los
establecimientos españoles desde el río !tata ltasta el canal de Chiloé,
declarando a los pueblos intermedios en plena libertad y absoluta
independencia. y le agregó al comisario de Loyola (un indio neutro):
"Proponédselo al gobernador y prometo no romper las hostilidades hasta
saber en esa parte cuál es su voluntad".

60
Gay, tomo II, pág, 202
Insistió Loyola en la convocación de un parlamento y sobre lo que a
esta insistencia siguió, hay dos versiones igualmente interesantes y de un
fondo casi igual.
Según Gay, Paillamacu envió al esclarecido cacique Antupillán (día
del diablo y hora de la potestad de las tinieblas), hombre de grandes recursos,
falaz, solapado y de mucho ingenio, en calidad de plenipotenciario.
Llegado éste a presencia del gobernador, lo oyó con calma,
mientras le pintaba el poder y las inmensas fuerzas con que contaba su rey, el
mucho amor que sentía por los indios y las dichas que en su real ánimo tenía
reservadas para los habitantes, de estas tierras, desde que sumisos vivieran
en su obediencia.
A todo lo cual Antupillán contestó:: "Si en paz apetecéis vivir con
nosotros, paz ofrecemos, mas dejad nuestro suelo libre. Pero permitidme,
señor, que trocándose los cuidados, sea yo quien os aconseje la paz y que no
elijáis la guerra. Observad religiosamente los tratados que yo os propongo ,en
nombre de mi nación, y permanente y duradera veréis esa deseada paz. Por
si hiciereis lo que habéis ténido de costumbre, estad cierto de que uno solo
que de los nuestros quede, ese habrá de mantener la guerra, hasta que rinda
gloriosamente la vida en obsequio de la libertad y de la patria" 61.
Según Carvallo y Goyeneche, autor de la Histor:a dei Reino de
Chile, Antupillán, concurrió al parlamento y al discurso en que Loyola le
ofreció la paz, como una concesión del más poderoso monarca de la tierra, el
indio contestó con esa espartana elocuencia que les dió a los araucanos tanta
fama de grandes oradores.
Después de decir a Loyola que no tenía para qué ponderarle el
poder de su rey, pues ellos se habían dado perfecta cuenta de que era
inmenso, le pidió que considerara cuál sería la gloria de su nación, que con
armas y recursos muy inferiores, había sabido mantener la guerra durante
más de 50 años. Y luego con una elocuencia que no necesita ser poriderada,
agregó: 'Por ocioso y por inútil debisteis, señor, tener el amenazarnos con ese
poder y con vuestras armas.
Peleamos nosotros por la libertad y por la patria. Nacimos libres y
defendemos el suelo en que hemos nacido. Ese poder y esas armas nada nos
pueden traer más funesto que la muerte, pero nosotros que apreciamos más
la libertad que la vida, jamás hemos sabido temer los horrores de aquélla.
Vuestras amenazas, señor, me hacen sospechar que graduáis a la muerte
como el mayor mal de los mortales. Pues bien, de allí debéis inferir el horror
que tenemos a la servidumbre, graduada "por nosotros de mayor mal que la
misma muerte. Esto es lo que nos puso las armas en las manos y jamás las
dejaremos mientras no veamos que la servidumbre ha quedado muy distante
de nosotros y de nuestras tierras". i Admirable concisión y elocuencia!
Sea cual fuere la verdadera versión, ambas reflejan por igual, la
altivez de la raza y el amor que los indios sentían por la libertad.
Como a Loyola inspiraban los mejores propósitos y como a los
61
Tomo Il, pág, 204.
indios, en el peor de los casos, no les iba mal una tregua que les permitiera
prepararse mejor para la guerra y acumular aprovisionamientos, Se hizo fácil
llegar a un avenmiento por el cual quedó concertada la paz, con solemne
juramento de respetarla.
Como se ve, antes de 50 años de guerra, ya Arauco trataba de
potencia a potencta con el gran imperio español, con ese imperio que a
ningún otro pueblo americano, concedió los derechos de beligerancia.
Esto ocurrió en 1593.
CAPITULO XIX

GOBIERNO y MUERTE DE OÑEZ DE LOYOLA

Paillamacu

A Loyola le pasó lo que a muchos otros gobernadores que llegaron


a Chile animados del decidido propósito de encauzar la conquista por el
camino de la paz y de una bondadosa administración: cambiaron
radicalmente su política, ante el indomable tesón con que los araucanos
defendían su liberlad y su territorio. No querían éstos saber nada de
dependencia, por paternal que ella fuera.
Poco tardó, pues, Loyola en transformarse en un enemigo
implacable de los indios.
La paz que se convino en 1593 no fué sincera, ni de parte de
Loyola, ni de parte de los indios.
Paillamacu la aceptó gustoso, porque le daba el tiempo necesario
para completar la instrucción de su ejército, para cimentar su disciplina y para
completar la preparación que necesitaba en la campaña a fondo, que
pensaba emprender contra los invasores.
Loyola persistía en su propósito (común a todos los gobernadores)
de ir adueñándose poco a poco del país, por medio de la fundación de nuevos
fuertes y ciudades.
Siguiendo esta política, pasó al sur del Bío-Bío frente a Yumbel y
fundó los fuertes de Chibicura y Jesús y poco después la ciudad de Santa
Cruz de Coya (en memoria de su esposa), en donde instaló 80 vecinos con
dos alcaldes ordinarios, cuatro regídores, un síndico y un escribano: Como
corregidor, fué nombrado el capitán don Antonio de Avendaño.
En los fuertes de Chibicura y de Jesús, dejó el gobernador sendos
presidios de 50 hombres, al mando de don Juan Rivadeneira.
Esto constituía para los araucanos la más irritante provocación y
pronto pudo el gobernador notar que por todas partes despuntaban los
síntomas de sublevación.
Fué así cómo, apenas se alejó Loyola del fuerte Jesús, el cacique
Loncoteua cayó a media noche sobre él y le prendió fuego por los cuatro
costados.
Tan de sorpresa tomó esto a los españoles, que no pudieron -a
pesar de los enormes esfuerzos que hicieron evitar que del fuerte quedaran
sólo los escombros.
Y muy mal lo habrían pasado todos, si en la furiosa lucha que se
trabó, no hubiera caído herido de muerte el bravo Loncoteua, atravesado por
la espada de Rivadeneira. Como de costumbre, la muerte del jefe, ocasionó la
dispersión de la tropa.
Paillamacu se puso en acción en Mayo de 1594, no en una
campaña formal, sino de guerrillas, en que a la vez que hostilizaba a los
españoles, entrenaba a su gente para las operaciones en grande que
pensaba emprender.
Esto exasperó al gobernador y se propuso continuar la guerra a
sangre y fuego.
El 2 de Enero de 1595, salió de Concepción al trente de 400
españoles y de más de 2.000 indios auxiliares, pasó el Bío-Bío frente a los
fuertes Jesús y Chibicura y fué a caer sobre los indios catirayes, cuyos
campos arrasó, dejando a la región sumida en la desolación y en un ansia
desesperada de vengar tantas y tan frecuentes devastaciones. .
No sería justo hacer graves cargos a los españoles por estas
devastaciones, pues ellos no hacían otra cosa que pagar con la misma
moneda. No era ésa una guerra regida por el Derecho Internacional, sino por
la ley del más fuerte, una lucha a muerte en que todos los recursos se hacían
buenos.
Fué en seguida el gobernador a acampar sobre las ruinas de Purén
y desde allí envió a Paillamacu, nuevas proposiciones de paz. Para esto ya
era tarde, el juego estaba descubierto y no tenía Loyola fundamento alguno
para creer que los araucanos fueran tan simples como para caer en una
nueva trampa de paz.
No debió, pues, extrañarle que Paillamacu le contestara que "ya no
se debía pensar sino en el exterminio total de uno de los dos pueblos, la
Araucanía para los españoles, sin uno siquiera de todos los hijos, o la
Araucanía para sus hijos, sin nombre ni reliquia de español"
Despreció Loyola, ésta, que consideró una simple bravata, reedificó
el fuerte de Purén, levantó otro en las márgenes del lago Lumaco, reforzó
guarniciones y regresó a Concepclón, donde pasó a cuarteles de invierno.
Era, parece, lo que Paillaínacu deseaba, pues apenas supo que el
gobernador había llegado a Conoepción, puso sitio formal a los fuertes de
Purén y Lumaco, cortando a la vez con sus destacamentos las
comunicaciones a Concepción. Gracias a esta precaución, Loyola demoró
más de dos meses en recibir noticias de lo que estaba ocurriendo.
Pero, apenas lo supo, y a pesar, de que los serios inconvenientes
que la estación oponía a cualquiera clase de operación, comisionó al
esforzado capitán Pedro Cortéz para que con 130 españoles y 600 indios
auxiliares, acudiera inmediatamente en auxilio de las fortalezas amagadas.
Tan malos estaban los caminos que Cortéz-pese a todos los
esfuerzos que hizo- sólo pudo ponerse a la vista de Purén, catorce días
después de salir de Concepción.
Paillamacu, tan sagaz como prudente (de cobarde no se le podría
acusar), no quiso exponerse a ser tomado entre dos fuegos y a la
aproximación de Cortéz, se replegó hacia la montaña, para esperar allí una
ocasión más propicia.
Tan pronto como Loyola tuvo conocimiento de la retirada de
Paillamacu, tomó toda la gente que le quedaba y partió en persecución del
toqui, a quien deseaba ansiosamente debelar.
Tal vez para disponer de un mayor número de tropas, demolió los
fuertes de Purén y Lumaco y reforzado con sus presidios, salió en
persecución de Paillamacu. Fué empeño inútil, pues el toqui, ni ninguno de
sus soldados, se dejaron ver por parte alguna,
Decepcionado de su empresa, don Martín fué a sentar sus reales
en sus Infantes de Angol, desde donde, a principios de Diciembre de 1596,
con 400 españoles y 1.700 yanaconas, se trasladó a Quinel.
Entretanto, quiso su buena fortuna que el virrey del Perú, don Luis
de Velasco, conociendo las necesidades que la guerra de Arauco imponía,
resolviera enviar a Chile un refuerzo de 700 españoles, el cual después de'
desembarcar en Valparaíso y de detenerse sólo algunos días en Santiago,
siguió su marcha hacia la Araucanía, a las órdenes de don Gabriel de Castilla.
Con la llegada de este refuerzo a Quinel, dispuso ya Loyola de
1.100 españoles, una parte de los cuales envió a la provincia de Cuyo.
Viéndose así, suficientemente fuerte para batir a Paillamacu, salió
en su busca y durante todo el año 1597- vagó entre Imperial, Villarrica, ,lago
Lumaco y Purén, sin lograr echarle la vista encima.
El toqui supo mantenerse siempre fuera del alcance de las
superiores fuerzas de Loyola; pero sin perder el contacto, pues por sus espías
estaba continuamente informado de cuanto ocurría en el campo español.
Fué así cómo los araucanos tuvieron exacto conocimiento de que
el 21 de Noviembre de 1598, había el gobernador partido de Imperial con el
propósito de llegar a Angol y escoltado sólo por 60 oficiales reformados y 600
soldados auxiliares.
Con la necesaria oportunidad, los caciques Ancanamón y Pelantaru
recibieron esta noticia por intermedio del capitán correo, Naguelhuri y sin
pérdida de tiempo, con sólo 500 infantes (para poder ocultar mejor su
avance), partieron al encuentro de Loyola.
Este, convencido de que ya nada tenia que temer de los indios,
hizo que los auxiliares regresaran a Imperial y continuó su viaje, acompañado
sólo de los 60 oficiales.
Otros autores nada dicen de esta devolución y dejan constancía de
que hasta el último momento, la fuerza de que Loyola dispuso, fué de 50
españoles y 300 yarraconas.
Como en el curso del día no alcanzó Loyola a salvar la distancia
que media entre Imperial y Angol, al caer la tarde, estableció su campamento
en el valle de Curalaba.
Los indios lo habían seguido cautelosamente y él, que ni
remotamente se imaginaba tal contingencia, no sólo descuidó el
reconocimiento, sino que prescindió de la indispensable precaución de
establecer guardias y centinelas.
Sus enemigos, que no le perdían pisada, no podían desperdiciar
ocasión tan propicia y al amanecer, divididos en cuatro grupos y al grito de
ilape! llape! (muera, muera) cayeron sobre el campamento, cuando todavía se
hallaban los españoles sumidos en el más profundo sueño.
La sorpresa fué completa y aunque algunos alcanzaron a
defenderse con valor y desesperación, no pudieron evitar la verdadera
hecatombe que se produjo, ya que de los 150 españoles (entre escolta, frai·
les y acompañantes) que en el campamento había, sólo tres lograron
escapar, muy mal heridos. Entre los que quedaron vivos, se recuerda a un
clérigo, natural de Valdivia, llamado Bartolomé Pérez, y a Bernardo de
Pereda, que quedó por muerto y que, cubierto de heridas, tras setenta días de
penoso viaje, llegó a Imperial.
La cabeza del gobernador fué llevada por los indios a Purén, para
emplear el cráneo en las tradicionales libaciones a que se entregabán
después de sus victorias.
Para desgracia de los araucanos, Paillamac cayó muy luego en
manos de los españoles, víctima de una sorpresa.

El padre Rosales narra así la muerte de Paillamacu:


" ... un indio feroz, de gruesos brazos y piernas, espaldudo y de
grandes fuerzas".
"Prendióse a Paillamacu estando durmiendo a la sombra de un
roble, que habiéndose apartado de 80 indios valientes que consigo traía, se
puso allí a sestear, y llegando el capitán Zuruzo a aquel paraje, le echó los
brazos y conociéndole le sujetó sin dejarle tomar la lanza".
"Mucha alegría produjo al capitán Cortéz y a los españoles esta
afortunada aprehensión, pues fué Paillamacu uno de los generales más
activos y capaces que tuvo Arauco".
"Le preguntó Cortéz por qué siendo natural de Arauco, se había
hecho salteador en las tierras de Tucapel y el indio le contestó: "En tus tierras
lo fuera de mejor gana, pues me usurpas las mías tiránicamente. Yo nací en
Melirupu y ahora en tus manos, acabaré mis días con mucho gusto en
Tucapel, por morir defendiendo la libertad de mi patria. Dejé mis tierras
porque tus españoles me forzaban mis mujeres y me robaban mis comidas y
por no ver semejantes sinrazones me retiré a estas montañas a morir, siendo
de guerra, por no morir en mala paz" 62
62
Rosales, tomo II, página 471.
Cortéz hizo ahorcar a todos los indios que con Paillamacu tomó
prisioneros; pero a éste lo hizo arcabucear.
CAPITULO XX

UN EPISODIO SENTIMENTAL

En la noche del 21 de Mayo de 1601, en medio de una violentísima


tempestad, la ciudad de Osorno se vió sorprendida por el impetuoso ataque
de numerosos indios, que entraron a Isangre y fuego, matando, saqueando e
incendiando por doquier.
En ese ataque los indios hicieron muchos prisioneros,
especialmente mujeres y entre éstas, a la monja de Santa Isabel, doña
Gregoria Ramírez, dama de gran belleza.
El indio Huentemagu se enamoró perdidamente de esta religiosa y
la requirió de amores, con la insistencia que da una verdadera pasión.
Fácil es imaginarse la situación que a la pobre monja le creó la
insistencia del indio, por un lado, y por otro, su deber, su pudor y la natural
repulsión que el indio le producía.
Y, sin embargo, estaba condenada a la esclavitud, por su situación
de prisionera, a quien no protegía ley, tratado, ni consideración moral de ni
nguna especie. Frente a un salvaje regido sólo por sus instintos, y sin freno
moral alguno, su suerte estaba echada.
Con todo, su destino fué muy distinto del que se pudo esperar.
El indio, hombre de corazón sencillo, pero hidalgo como muchos
araucanos, se sintió más impresionado por la virtud que por la belleza de esa
mujer y no solo no la presionó con violencia, sino que se propuso salvarla, lo
que no era fácil.
Comenzó por constituirse en su guardián y protector, esforzándose
por hacerle llevadera la triste situación a que el destino la había conducido y
luego, para coronar su obra, ahogando sus sentimientos, se puso de acuerdo
con un español, para que éste le robara su prisiontlra.
El plan que concibieron se llevó a cabo con toda felicidad y la
monja recuperó su libertad, sin que el indio apareciera con la menor
responsabilidad en la fuga que se produjo.
Este fué el homenaje que el amor del indio hizo a su ídolo. Tal vez
porque, por un extraño contraste, en el guerrero van casi siempre
hermanados la violencia con la nobleza de sentimientos, el valor con la
hidalguía.
CAPITULO XXI

GOBIERNO DE DON ALONSO GARCIA RAMON

Políticamente, este gobierno fué uno de los más interesantes que


hubo en Chile, durante la colonia pero, militarmente, es de escaso valor,
porque en él el ritmo de la guerra declinó sensiblemente, como consecuencia
de la acción del famoso padre Luis de Valdivia.
Fué este padre el que se hizo la ilusión de que la dominación
araucana podía conseguirse predicando, la paz y la confraternidad. Probó así
que desconocía en absoluto la idiosincrasia de los indios y la índole y el
objetivo de la guerra que ellos sostenían.
Este plan, fué el que se conoció con el nombre de "Guerra
Defensiva".
Olvidó o no supo el padre Valdivia, que los indios no tenían otro
móvil, otro propósito, ni otro deseo, que el de ver a su país independiente y
libre de toda influencia extraña. Y como esto era absolutamente incompatible
con el proyecto del padre, el fracaso se hizo inevitable.
García Ramón, desconfiando en la eficacia de los planes del padre
Valdivia, no descuidó ni por un momento su preparación para salir a campaña
en las mejores condiciones posibles y como la suerte lo favoreció con la
llegada al país de un refuerzo directamente enviado desde España 63, El 7 de
Enero de 1606 pudo ya salir de Concepción con un ejército de más de 1.200
soldados españoles, el mayor que se hubiera visto en Chile y, por
consiguiente, en América.
A esta favorable situación se unió la grata nueva de que el rey, con
fecha 5 de Diciembre de 1606, había elevado el situado a 212.000 ducados,
que era la suma que de Chile se había solicitado.
Inició su campaña García Ramón, dividiendo su Ejército en dos
fracciones, de 500 hombres la una y de 700 la otra y confiando el mando de la
primera al coronel Cortéz, para encargarse él, personalmente, del mando de
la segunda.

63
El refuerzo fué de 952 soldados y llegó a Santiago, a través de la cordillera el 6 de Noviembre de 1605.
Partió Cortéz hacia la región de la costa con la misión de perseguir
implacablemente a los indíos de Arauco y Tucapel y García Ramón penetró
en el valle central, para atacar a los adversarios en esa dilección.
Los naturales, ante la manifiesta superioridad de los españoles, se
replegaron hacia sus montañas, haciendo así infructuosa esta primera
campaña de García Ramón.
Intentó, poco más tarde, la repoblación de Angol, misión que confió
al capitán Núñez de Pineda. Se puso éste en marcha en los últimos días de
Marzo y al atravesar un desfiladero montañoso, cayó sobre su retaguardia un
numeroso grupo de indios en impetuoso ataque.
En la calidad del terreno, que hizo imposible el despliegue de las
tropas españolas, hallaron los naturales un poderoso aliado y pudieron, no
sólo desorganizar por completo a su adversario, sino matar a 20 españoles y
retirarse en seguida hacia sus montañas, con un valioso botín de caballos,
armamento y vestuario.
Al coronel Cortéz, en su avance por la costa, no le fué mejor y
García Ramón perdió el año en dar golpes en el vacío, pues los indios no
presentaban combate, sino cuando les convenía.
Con todo, optimista como casi todos los otros gobernadores, en
carta que escribió al rey el 12 de Mayo, después de pedirle un nuevo refuerzo
de 500 hombres, le daba la seguridad de que al cabo de tres años, ya Chile
podría sostenerse con un ejército mucho menor.
Los indios se encargaron, asestándole golpe trasgolpe, de debilitar
ese optimismo.
Entre ellos, se puede citar el de la plaza de San Fabián.
Mientras García Ramón operaba hacia el interior y mientras el
capitán Lisperguer, desde el fuerte de Boroa, en frecuentes salidas, talaba y
asolaba toda la región, los araucanos cayeron sorpresivamente sobre la plaza
de San Fabián y mataron a toda la guarnición y a todos los habitantes de la
plaza, los que en conjunto llegaban a 400 personas 64.
Aún más grave que este golpe -por sus consecuencias- fué el que
tuvo que sufrir el mismo Lisperguer.
Para proveerse de carbón, estableció o armó un gran horno, a un
cuarto de l'egua del fuerte, y el 29 de Septiembre, acompañado de 150 a 160
soldados salió con el objeto de recoger la hornada.
Los indios, al mando de Huenencura (Gay) lo esperaban en acecho
y en el momento que creyeron cportuno, cayeron sobre él: tan de sorpresa y
con tal superioridad numérica, que toda resistencia eficaz se hizo imposible.
Los españoles se defendieron con la bravura que los caracterizaba;
pero sin otro resultado que el de prolongar inútilmente la resistencia. Sólo
salvaron 15, que fueron tomados prisioneros. Murieron todos los demás,
incluso Lisperguer.
Con los pocos hombres que quedaron en el fuerte, el capitán Gil
Negrete resistió valientemente todos los ataques que con gran insistencia le
llevaron los indios, hasta que, después de dos meses de desesperada lucha,
64
Gay, tomo II, página 332.
llegó Garcia Ramón, a tiempo sólo para salvar a la guarnición, ordenando, en
seguida, la demolición del fuerte.
Fué tal el efecto moral que estos golpes produjeron, que en Cabildo
Abierto los capituladores de Santiago -asesorados por los capitanes de más
experiencia- acordaron- "que para seguridad de la ciudad y su territorio, se
haga una requisición de armas y caballos, que los corregidores vigilen los
indios de sus respectivos partidos, y desde luego les hagan entregar las
armas que tengan en su poder".
García Ramón, por su parte, recomendó a los encomenderos que
dieran buen trato a los indios, tal vez para evitar las represalias.
García Ramón murió en Chile, siendo aún gobernador, el 19 de
Julio de 1610, 65 después de cinco años (sin contar el tiempo en que fué
gobernador interino) de un gobierno fructífero y por varios conceptos, digno
de aplausos.

65
Esta techa es de Barros Arana.-Según Gay, murió el 5 de Agosto de 1610, fundándose en que su
sucesor don Luis Merlo de la Fuente en carta al rey de 16 de Agosto de 1610 decía: "A los 5 de Agosto de
1610 fué Nuestro Señor servido de llevar para si a uno de los mayores y mejores criados y de más buena
intención que V.M. tenia a su servicio, Alonso García Ramón, gobernador y capitán general de la Real
Audiencia y provincias de Chile".
CAPITULO XXII

LIENTUR

En 1621, durante el gobierno interino del oidor de la Real


Audiencia, don Cristóbal de la Cerda; se fué con sus compatriotas, el cacique
Lientur, cacique que por varios años se había mantenido al lado de los
españoles, en la reducción de Cayuhuenu.
Según el padre Rosales, la razón que tuvo Lientur para abandonar
a los españoles, fué el agravio que le hizo el Sargento Mayor Jiménez de
Lorca, no entregándole a una hermana que había quedado sola en el fuerte
Yumbel, porque el yanacona. que con el vivía, se había pasado al campo
enemigo.
Antes de entrar en la narración de las hazañas de Lientur, se hace
necesario -porque es pertinente- una ligera digresión sobre la superioridad de
fuerzas.
Es argumento muy socorrido, cuando se trata de justipreciar el
mérito de los triuníos araucanos, decir que ellos se debieron, en gran parte, a
la inmensa superioridad de fuerzas con que lucharon.
En esta materia, se debe hacer una distinción: hay que distinguir
entre superioridad numérica y superioridad de fuerza.
Cuando se trata de ejércitos de equivalente capacidad bélica o
combativa, la superioridad numérica implica superioridad de fuerza; pero
cuando en esa capacidad existe un serio desequilibrio, no hay nada tan difícil
como determinar la superioridad de fuerza. Y este es el caso que necesitamos
contemplar.
¿Cuántos indios semi-desnudos, armados de pica y maza, se
necesitaban oponer a un soldado español, cubierto de coraza, jinete en un
caballo también acorazado, armado de sable y lanza y apoyado por infantes
armados de arcabuz, para producir un equilibrio de fuerzas?
Si nos atenemos a lo que ya se había visto en los incontables
combates que los españoles habían librado con los aborígenes; a través de
casi todo el continente americano, ninguna desproporción numérica era capaz
de dar a los indios la superioridad de fuerzas, pues, ni aún en la batalla de
Otumba, en que los españoles lucharon contra un mar humano de guerreros
aztecas, pudieron los naturales alcanzar la victoria.
Esto no quiere decir, naturalmente, que la superioridad de fuerza
de los españoles no tenia limites, pero permite, sí, establecer, que ni la
proporción de uno a ciento, era para los naturales garantía segura de triunfo.
Con todo, como lo que aquí se trata de probar es que los
araucanos poseían extraordinarias !acultades para el ejercicio del arte militar,
lo natural es exigirles mucho más que a todos los otros guerreros americanos.
¿Les exigiremos vencer en la proporción de uno a cincuenta? Sería
poco toda vía. ¿ De uno a veinte? Lo hicieron muchas veces. ¿De uno a diez,
de uno a cinco? También lo hicieron. ¿Y EN IGUALDAD NUMERICA?
También, también LOS VENCIERON EN IGUALDAD NUMERICA.
¿Alcanzaremos al absurdo de que los araucanos LLEGARON A
VENCER A LOS ESPAÑOLES, HALLANDOSE EN INFERIORIDAD
NUMERICA? No habrá otro recurso que contestar: sí, TAMBlEN LOS
VENCIERON EN ESAS CONDICIONES.
¿Quién lo ha dicho? Por cierto que no han sido los araucanos,
como luego se verá.
¿Puede pedirse más? ¿Se p1,lede ir más lejos en lo
extraordinario? Me parece que no, salvo que se tratara de llamar la atención a
los chilenos, lo que, según hasta aquí se ha visto, no es muy fácil conseguir.
Sigamos, ahora, con Lientur.
Fué durante el gobierno de don Luis Fernández de Córdoba
(nombrado el 4 de Enero de 1625), cuando en realidad, comenzaron las.
actividades del ·nuevo toqui. El Sargento Mayor, Juan Fernández de
Rebolledo, se puso en campaña a fines del año 1627, penetrando en el
territorio araucano hasta más allá del lugar en que había estado edificada la
ciudad de Imperial. Su avance quedó marcado por los apresamientos de
indios, por el robo de animales y por las depredaciones, que, según era
costumbre, constituían las características de esta clase de incursiones, tanto
en uno, como en otro bando.
Lientur, que hasta ese momento se había mantenido tranquilo, al
imponerse de estas tropelías, se puso también en campaña, acompañado
sólo de un grupo más o menos numeroso de indígenas, que apresuradamente
logró reunir. Se puso sobre las huellas de Fernández de Rebolledo y comenzó
a seguir sus pasos, en acecho de una ocasión propicia para atacarlo.
No tardó ésta en presentarse.
Ignorando el mayor español que tan de cerca era seguido,
descuidó una noche sus necesarias medidas de seguridad y cónfiadamente
Se entregó al descanso.
No desperdició Lientur tan favorable ocasión, y con toda rapidez y
acierto, cayó sobre el campamento español causando a Fernández la pérdida
de 28 soldados y de todos los indios que ya había hecho prisioneros. 66
La retirada, después de esta sorpresa, se hizo muy difícil, ante la
66
Barros Arana, tomo IV, página 211
persistente presión con que Lientur fustigó a los españoles.
Con incansable actividad el toqui araucano prosiguió sus
operaciones de guerrillas, sorprendiendo aquí, asaltando allá, robando
animales, y cayendo por fin, sobre los campos vecinos a Chillán, donde con
sus depredaciones mantuvo en constante alarma a los españoles.
Animado con las ventajas así adquiridas, el 6 de Febrero de 1628,
algunas horas antes del amanecer, y con un ejército ya más numeroso, cayó
como un alud sobre la plaza de Nacimiento, atacando corajudamente y con el
valor que le era característico.
Prendió fuego a los cobertizos y a las palizadas con que los
españoles se protegían, y puso en tan serios aprietos a sus enemigos, que los
obligó a retirarse del fuerte para refugiarse en un torreón, donde el capitán
Pablo de Juneo, comandante de la placa, defendiéndose, con todo heroísmo,
logró mantenerse hasta las 10 de la mañana, hora en que el gobernador,
oportunamente avisado por un indio amigo,- acudió en su socorro.
Fué así cómo la guarnición se libró de su total destrucción, pues
Lientur, sintiéndose impotente para oponerse a los refuerzos, se retiró
llevándose dos cañones de bronce y muchas armas, ropas y pertrechos.
El efecto moral que la destrucción de este fuerte produjo, fué
desastroso y sus consecuencias se hicieron sentir muy luego en el ánimo
exaltado y belicoso de todos los indios de la región.
Como era natural, el sargento mayor, don Juan Fernández, ansiaba
mucho encontrarse de nuevo con Lientur, y éste, que lo sabía, se propuso
sorprenderlo.
Tuvo Fernández noticias de esta aproximación y envió al capitán
Monje, con 20 indios amigos, en una especie de reconocimiento, durante el
cual mató tres centinelas avanzados de Lientur. Los centinelas restantes se
retiraron hacia un bosque hasta donde Monje los siguió, recibiendo la
desagradable sorpresa de un inesperado e impetuoso ataque de numerosos
indios, que lo obligaron a retroceder en dirección a sus fuerzas principales
que ya avanzaban en busca de Lientur.
El choque de los gruesos de ambas fuerzas se produjo así
rápidamente, y como ambos partidos se hallaban ansiosos de este encuentro,
la lucha se hizo violentísima desde el primer momento.
Lientur atacó con la furia de un león -dice el Padre Rosales,- los
españoles se defendieron como sabían hacerlo, pero como los indios eran
más, "los trageron a mal traher y el Sargento Mayor, animando a todos y
peleando con grande esfuerzo, se vio en gran peligro de la vida y le tubieron
dos veces assido y se lo llebaban captivo; mas socorrióle el Alférez Basco
Sánchez, soldado de grande ánimo y le libró de los enemigos sacando tres
heridas".
Después de hora y media de heroica resistencia, los españoles se
vieron en la penosa necesidad de retirarse, dejando en el campo más de 60
muertos entre oficiales y tropa y 37 prisioneros, sin contar a numerosos indios
amigos, gran cantidad de caballos, lanzas, espadas y arcabuces.
La única cabeza que los indios cortaron, fué la de Pedro Gamboa,
por ser éste. el que mayor valor había demostrado.
A costa, pues, de muchas pérdidas, había logrado el sargento
mayor, Fernández, su deseo de encontrarse con Lientur.
En Abril de 1629, Lientur cayó sobre Chillán, sin causar grandes
destrozos, porque sólo io acompañaba un escaso número de tropa, y el
corregidor de la ciudad, el capitán don Gregorio Sánchez Osorio, salió tras él,
con el propósito de infligirle un serio castigo.
En ese intento, el corregidor perdió, no sólo la vida, sino la de dos
de sus hijos -uno, dice el Padre Rosales- y en el combate más extraordinario
de los ganados por Lientur, por haber logrado ese triunfo, hallándose él, en
inferioridad numérica.
Entre los que han narrado este combate, tal vez el más autorizado
es don Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, (quien fué prisionero de
Lientur), hijo del maestre de campo don Alvaro Núñez, y autor del libro
"Cautiverio Feliz".
En ese libro, haciendo la narración de este combate, dice:
" ... pues,. Arrojándose al paso ,el capitán y caudillo, con particular
valor y esfuerzo (que las más· veces, el atrevimiento sin sagaz consejo, sólo
de precipitarse sirve), adonde al punto que él entró resuelto, a lanzas lo
derribaron del caballo abajo; y dos hijos que iban en su compañía, habiendo
visto en tan evidente peligro a su padre, por defenderlo le siguieron, dejando
valerosamente sus vidas, y otros tres o cuatro soldados que hicieron
reputación de quedar a donde su corregidor y cabo había dado el último fin de
sus días".
Y luego agrega: "En el combate en que sucumbió Sánchez Osorio
con sus dos hijos, los indígenas VENCIERON a los españoles peleando con
ellos, no en igualdad de fuerzas, sino con fuerzas NUMERICAMENTE
INFERIORES a las de éstos. .. porque, como después supimos con evidencia,
no era el número de ellos más que de OCHENTA y los nuestros pasaban de
más de CIENTO, gente valerosa y escogida con que no les hubiera sucedido
al contrario de lo que la disposición y buen acuerdo pudo ofrecerles".
También Gay, en su Historia de Chile, 67 dice que "los españoles
eran ciento y los araucanos no pasaban de ochenta:'.
Queda, pues, comprobado, que hasta en inferioridad numérica, los
araucanos vencleron a los españoles.

67
Tomo II página 432.
CAPITULO XXIII

BUTAPICHUN

VIvía aún Lientur, cuando ya surgIó un nuevo caudillo, que en valor


ni en talento le iba en zaga: Butapichún (Barros Arana lo llama Butapichón).
Fué durante el gobierno de don Francisco Lazo de la Vega, miilitar
muy distinguido, que llegó a Concepción el 23 de Diciembre de 1629, y que el
mismo día fué reconocido como gobernador por el Cabildo de la ciudad.
En actitud provocadora, el 24 de Enero de 1630, Butapichún se
presentó ante la plaza de Arauco, al frente de sólo un pequeño escuadrón de
indios.
Mandaba en la plaza el maestre de campo, don Alonso de
Córdoba, soldado de muchos bríos que no sabía tolerar altanerías y no fué
por eso extraño que sin pérdida de tiempo y a la cabeza de tres compañías de
caballería y seis de infantería, saliera al encuentro del atrevido toqui
araucano.
Este, simulando un temor, que por cierto no sentía, comenzó a
retirarse en dirección a Picoloé (o Picolhué), un lugarejo vecino donde tenía
emboscado el grueso de sus tropas.
Poco a poco logró llevar a los españoles hasta un punto en que el
camino se estrechaba tanto, que el avance se hacía difícil (Paso de don
García), y allí, cuando los españoles menos se lo imaginaban, cayeron sobre
ellos los indios que en ese punto se hallaban emboscados, atacándolos por
todos lados.
Desde el primer instánte, la situación se ·hizo crítica para los
peninsulares.
Rodeados de indios que los acosaban con una muralla de picas, se
vieron ante el dilema de morir luchando o de buscar en la fuga su salvación.
Optaron por lo último, lográndolo difícilmente, y sólo a costa de la pérdida de
más de 40 oficiales y soldados y de muchos indios auxiíiares. (Una vez más
hay que hacer notar que los españoles no dejaron nunca de ir acompañados
de numerosos yanaconas, que sólo incidentalmente mencionaban) .
Gay cuenta que la caballería. Atravesó el Paso de don García y
qué, derrotada al otro lado, se retiraba atropelladamente por el desfiladero,
cuando encontró a la infantería, que a su vez avanzaba, y pasando a través
de ella, le hizo tanto daño, "que no deja nada que hacer a los enemigos".
Entre los capitanes que alli cayeron, Gay menciona a Carmona,
Avendaño, Lillo, Bernal, Téllez y Morales.
Este es el combate que se conoce con el nombre de Picolhué.
Con este estreno de Butapichún, conocieron ya los españoles los
puntos que calzaba el nuevo toqui araucano.
Poco más tarde, hallándose el gobernador en la plaza de San
Felipe, recibió la noticia de que Butapichún había caído sobre San Bartolomé
de Gamboa, y de que l!acía estragos en las estancias españolas de esa
región.
Tales eran los deseos que Lazo de la Vega sentía de castigar al
atrevido toqui, que aún sintiéndose enfermo, no vaciló en salir en su
persecución.
Al frente de 400 españoles y de 100 indios auxiliares se puso en
marcha inmediatamente, y con tanto empeño lo hizo, que en pocas horas
avanzó ocho leguas. Al día siguiente repitió tan dura jornada v así, sin
saberlo, por cierto, a las cuatro de la tarde, con los caballos completamente
rendidos, acampó a sólo un tiro de arcabuz de las tropas de Butapichún. Era a
las orillas de Itata, en un lugar llamado Los Robles.
Butapiehún, que desde un bosque vecino lo acechaba, esperó que
las tropas españolas entraran en descanso, y cuarrdo ese momento llegó, por
tres puntos a la vez, cayó como una tromba sobre el campamento enemigo,
produciendo, como era natural, la alarma y el desconcierto más completos.
Se debe tener presente que para una operación como ésta, en que
lo más importante .es la simultaneidad y la armonía de acción, Se requiere
contar con tropa muy disciplinada y' con un jefe listo y enérgico, que sea
capaz de mantenerla en la mano, haciéndola fiel instrumento de su voluntad.
Se ve que en este camino, habían avanzado ya mucho los ·araucanos.
Tan sorpresivo y violento fué el ataque, que dentro de un prudente
cáÍculo de probabilidades; a los españoles no les quedo ninguna esperanza
de escapar a una completa destrucción.
Pero derrotar al gobérnador no era tan fácil.
Soldado valiente, tranquilo y de gran experiencia, no demoró
mucho en devolver a su gente, con su ejemplo, la serenidad que había
perdido y poco a poco, las formaciones se fueron reconstituyendo y el orden
se afianzó, Produciéndose así un equilibrio de fuerzas que permitió a los
españoles oponer porfiada resistencia.
La lucha se prolongó en medio de la mayor confusión, por más de_
una hora y sólo ya cuando las sombras de la noche hicieron difícil la
continuación, Butapichún .ordenó la retirada, llevándose numerosos
prisioneros. El campo quedó cubierto de cadáveres de ambos bandos.
Naturalmente, fué entre los indios donde hubo mayor número de
bajas, número que con exactitud no se conoce; pero para los españoles fué
extremádamente doloroso comprobar, que a más de los cautivos, habían
perdido más de cuarenta soldados y que quedaban con numerosos heridos.
Esa· noche fué para ros españoles de continua alarma, pues
esperaron constantemente que de un momento a otro, se reprodujera el
ataque.
No hubo allí, vencedores ni vencidos, a pesar de que se peleó en
igualdad numérica, según lo establece don Domingo Contreras, en su obra
"La Ciudad de Los Angeles".
Fué tal el entrevero que se formó en el combate, que Butapichún
logró arrebatarle a Lazo de la Vega su capote de grana.
Se había hecho necesaria esta dolorosa experiencia. para que
Lazo de la Vega cambiara la idea. con que llegó a Chile, de la capacidad
militar de los araucanos.
Aludiendo a esa opinión del gobernador, dice Córdoba y Figueroa:
"La pericia militar· de don Francisco desestimó la guerra y el valor
decantado de los indios de Chile y oía con impaciencia lo opuesto a su
dictamen; mas quedó sólo el volante y sin subsistencia la pintura que de ellos
había hecho; y con modesto rubor mudó de dictamen con la experiencia de
Los Robles y la experimentada batalla del maestre de campo, don Alonso de
Córdoba, haciéndose más apreciable la salud que se debió a la enfermedad,
que no la que gozó sin ella".
Todavía una vez más, tuvo Lazo de la Vega que hallarse al frente
de Butapichún y fué en la batalla de la Albarrada.
Era el 13 de Enero de 1631.
Desde Arauco, donde estaba acuartelado y al frente de 800
españoles y de más de 500 indios auxiliares, el gobernador se puso en
marcha, poco antes del amanecer, con los indios auxiliares adelante,
(adornados con una escarapela blanca para no confundirlos con los
adversarios) en busca de los araucanos, que según las noticias recibidas, se
hallaban ya muy cerca.
Esta gran guardia de indios auxiliares chocó muy luego con los
enemigos, retirándose, tras una lígera escaramuza, después de matar a
cuatro araucanos, de tomar dos prisioneros·y de tener algunos heridos.
Continuó su avance Lazo de la Vega hasta llegar al punto en que
se había producido el choque de los indios, una loma suave llamada Loma de
Petaco, y ahí ordenó sus tropas, colocando a la derecha a su infantería,
mezclada· con los indios amigos, al mando del sargento mayor y a la
izquierda a la caballería al mando del maestre de campo Zea. La reserva,
formada por gente escogida, quedó a las órdenes de Dn. Alonso Villanueva.
Amanecía apenas, cuando los españoles vieron avanzar a los
indios, tan airosos, y en tan correcta formación, que Lazo de la Vega...
"ejercitadísimo. por veinticinco años en las guerras de Flandes, alabó mucho
la buena formación de los indios" 68.
Sobre la fuerza, de los araucanos, no están de acuerdo los autores;
pero parece lo más probable que ella estaba formada por 4000 jinetes y 1000
infantes.
Tanto el padre Olivares como Gay afirman que las lanzas de los
araucanos medían 40 palmos, dimensión a mi juicio exagerada, pues eso
equivale a. 8,40 metros. Cierto es que un arma así da, una gran ventaja en el
choque; pero no lo es menos, que su manejo merece serias dificultades.
"Butapichún desplegó sus tropas rápidamente, confiando a
Queupuantú la caballería" que quedó en el ala derecha y tomando él el
mando de la infantería, con la cual constituyó el ala izquierda.
Arengó en seguida a sus tropas, recordándoles las victorias de
Chillán y de las Cangruejeras y la heroica resistencia con que defendían a su
patria desde hacía cerca de 100 años 69
Queupuantú no hacía otra cosa que demostrar su impaciencia por
entrar en acción y Lazo de la Vega que lo observaba, dijo: démosle gusto y
ordenó a Zea que con la caballería cargara sobre la infantería de Butapichún.
Aunque la carga fué impetuosa y bien concertada, no logró
conmover las filas araucanas, que la recibió con la punta de sus lanzas, sin
dar un solo paso atrás. 'Desconcertada la caballería española, volvió grupas y
en un confuso tropel, que más parecía fuga, llegó hasta la retaguardia de sus
tropas.
Este fué el momento que pudo aprovechar Butapichún para
alcanzar la más completa victoria; pero el destino había dispuesto otra cosa y
en vez de un enérgico ataque araucano, lo que se vió fué la retirada de todá
la línea. ¿Qué había pasado? Que Butapichún había caído gravemente
herido, lo mismo que su caballo y ese accidente, tomado como de mal agüero
por los indios, produjo la desbandada, en cuanto la caballería española,
urgida por el gobernador, repitió la carga.
Una vez más, los generales araucanos eran vÍctimas de la
superstición de sus tropas.
Es interesante oír la relación que de la carga hace un testIgo
presencial, don Santiago de Tresillo:
"Ejecutóse con resolución, pero fué tan grande la resistencía del
enemigo, que sin poderlo romper ni aun obligarle a ningún movimiento, se
halló forzada nuestra caballería a volver con desairados remolinos casi hasta
nuestra retaguardia Y casi a espaldas vueltas, con que quedó todo a
disposición de la fortuna y aún pareció que se iba declarando por el enemigo
(notable accidente), en que ya no podía obrar la destreza, sino el valor y
arrojamiento de nuestro general que, enfurecido, daba voces a la caballería
para obligarla, a segundo acometimiento, diciéndoles que volviesen como
españoles por sí mismos y por la honra de su rey".
Inútiles fueron los inauditos. esfuerzos que Queupuantú hizo para

68
Padre Olivares.
69
Gay, tomo II. pág. 462,
contrarrestar el pánico que había invadido a los indios: la retirada no pudo ser
contenida.
A las grandes condiciones militares que adornaban al general
Butapichún, hay que agregar el mérito indiscutible y muy grande, de haber
sidó el inventor de la Infantería montada, arma de la cual voy a tratar en el
capítulo siguiente.
De 12 batallas que libró contra los españoles, Btltapichún ganó 6.
(Latcham. - "Capacidad guerrera de los araucanos".)
CAPITULO XXIV

INFANTERIA MONTADA

Uno de los problemas de más difícil solución .para un General en


Jefe, es el que presenta la necesidad muy frecuente, de contar en un
momento determinado con las fuerzas necesarias para alcanzar un objetivo.
Por lo general, estas fuerzas han de ser de infantería, porque sólo
con ellas se puede llegar a resultados decisivos ; pero, ¿cómo trasladarlas?
La infantería no sólo avanza muy lentamente (de ordinario no más
de 25 Kmts. por día), sino que necesita ser exigida con prudencia, para que
pueda llegar al combate con el vigor y la energía que éste requiere.
Especialmente importante es la solución de este problema, cuando
se necesita llegar oportunamente al campo de batalla o cuando se trata de
ganar un punto o una línea de gran valor táctico o estratégico antes que el
adversario.
El medio más eficaz con que en los tiempos modernos se cuenta
para llegar a este fin, es el empleo de la infantería montada (no considerando
los ultramodernos de las tropas motorizadas y paracaidistas), que no es otra
cosa que infantería a caballo.
Pero, ¿cuál fué el primer ejército que la empleó? ¿Fué el francés,
el alemán o el español? Ninguno de ellos. Fué el araucano.
Se me podría decir que no fué Butapichún, sino Aníbal el que en
Italia y por primera vez en el mundo, transportó a la infantería a caballo. Es
cierto, pero una cosa es colocar a los infantes a las ancas de la caballería,
para hacerlos llegar más rápidamente al campo de batalla -como lo hizo
Aníbal- y otra, montar a la infantería en caballos propios, para darle mayor
movilidad en cualquiera operación, hacerla llegar a su objetivo, desmontarla
allí, dejar los caballos en manos de los "tenedores de caballos" y quedar así
en condiciones de hacerla montar de nuevo, cuando se crea oportuno. El arte
militar moderno, no le ha agregado ni un solo detalle a la creación de
Butapichún, que empleó su infantería montada con los mismos fines y en la
misma forma en que se emplea hoy.
La ideó el toqui araucano en su primera batalla contra el
gobernador, Francisco Lazo de la Vega- en 1631, batalla en que llegó al
combate con toda su tropa a caballo. Hizo desmontar a la que era infantería,
dejando los caballos a cargo de los muchachones, y a la verdadera caballería
la dividió en dos fracciones, para colocarla escalonada a retaguardia de
ambas alas 70. No lo habría hecho mejor, el más aguerrido general moderno.
La infantería montada es, por consiguiente, una creación del genio
militar araucano.
Como era de esperar, los españoles se dieron cuenta
inmediatamente de las grandes ventajas que este nuevo sistema de
transporte aportaba al ejército araucano y solicitaron de su rey que les diera
los medios para organizarla.
Antonio Parisi, cura y vicario de los españoles, en carta al rey le
decía: "Conviene que de España se lleven muchas armas defensivas, pues
hay tanta falta de ellas en el ejército, que viene mejor armado el enemigo que
lo están muchos españoles" 71.
Pedía en seguida que se adoptara la infantería montada, creada
por los indios, y decía "La razón de esto es haber de pelear casi siempre con
gente de a caballo los cuales a dos pasos dejan la infantería y se ríen de ella,
y en un pensamiento están sobre ella; y aunque es más fuerte para la
defensa, después de formado el escuadrón; no puede ofender al enemigo
siguiendo el alcance, ni de los enemigos de a caballo, ni de los enemigos de a
pie, siendo los enemigos infantes más sueltos y ligeros que los nuestros" 72.
Después de la batalla de Albarada, Butapichún se retiró a Quilicura
y allí recluído, esperaba con impaciencia la curación de sus heridas; pero
como ésta nI llegaba y la inactividad del ejército no podía continuar, los
Butalmapus acordaron nombrarle sucesor y eligjeron con tal fin a
Queupuantú, el que mandó una de las alas del ejército araucano, en la batalla
de Albarrada.
Lazo de la Vega tuvo noticia de este nombramiento, como también
del lugar ,en que el nuevo toqui residía y resolvió sorprenderlo en su guarida.
Envió con este objeto un destacamento de 100 españoles y 300
yanaconas, con el encargo de proceder con la mayor cautela.
Llegó el destacamento y fraccionado en tres grupos, comenzó a
penetrar sigilosamente en el bosque donde Queupuantú tenía su choza.
Aunque sorprendido con el inesperado ataque, el toquí alcanzó a
huír, ínternándose en el bosque, pero engañado sobre la verdadera fuerza de
sus enemigos, regresó poco después, acompañado de 50 mocetones, con los
70
Latcham en su libro "Capacidad guerrera de los araucanos" (Del libro "Relación de la victoria que' Dios
Nuestro Señor fué servido en dar en el Reino de Chile a los 13 de Enero de 1631, etc.", por Francisco
Gómez Pastrana, Lima, Biblioteca Hispano-Chilena, tomo I, página 368.
71
Medina, Biblioteca Hispano-Chilena, tomo II, página 212
72
Medina, Biblioteca Hispano-Chilena, .tomo II, página 216
cuales atacó.
Rechazado por fuerzas superiores y ligeramente herido, se replegó
de nuevo hacia el bosque; pero para volver, una vez más, con un pequeño
refuerzo que él creyó suficiente.
Trabado de nuevo en combate, los españoles pusieron en acción
toda su gente, situación con la cual el toqui no contaba. Esto tornó la situación
tan desfavorable, que Queupuantú se vió perdido y lo que fué peor, sin poder
ya retirarse, porque se hallaba completamente rodeado de enemigos.
Resuelto a morir luchando,empezó a gritar: "Yo soy Queupuantú, el
que ha matado a tantos españoles. Quisiera extermínarlos a todos y tener mil
vidas para perderlas todas por la patria y por la libertad".
Comentando esta declaración, dice Figueroa: "¿No es esto tan
heroico como el "ahora nazco, pues así muero" de Epaminondas ?".
Comandante de los indios auxiliares, era un indio de gran
musculatura, valiente y diestro en el manejo de las armas. Se llamaba
Loncomilla.
Oyendo a Queupuantú, se enfureció y se adelantó para presentarle
combate.
Trabados en lucha singular, se tiran y se paran golpes con
verdadera zaña, luchando largo rato sin tocarse y con tal fuerza chocan sus
lanzas, que, al fin, ambas se quiebran. Toman entonces sus macanas y la
lucha continúa con no disminuído furor, hasta que, favorecido por la suerte,
Loncomilla logra asestar tan poderoso golpe sobre la cabeza de su
adversario, que materialmente, se la hace trizas.
Así murió Queupuntú, sin alcanzar a ejercitar el mando supremo.
Tenía al caer 23 heridas, recibidas en esa misma mañana.
CAPITULO XXV

PAZ DE QUILLEN

Por cédula real de 30 de Marzo de 1638, fué nombrado


Gobernador de Chile, por un período de ocho años, don Francisco López de
Zúñiga, caballero del hábito de Santiago y Marqués de Baides. Llegó a
Conoepción el 1 de Marzo de 1639, a Ia cabeza de tres compañías, cuya
gente sumaba 326 individuos.
En su primera carta al rey, le daba cuenta de que en vez de las
2.000 plazas de españoles que se consignaban en el situado, sólo existían
1.738, de manera que queda así establecido que este gobernador iniciaba su
gobierno con más de 2,000 soldados españoles.
Sin embargo, la impresión que se formó al estudiar el teatro de
guerra y los recursos con que contaba, fué la de que nada convenía más que
buscar el camino para llegar a pactar con los indios una paz definitiva. Se
convenció de que para vencer a los indios, se necesitaba contar con un
ejército en el cual, no se podía ni soñar.
Para preparar el terreno, de acuerdo con la Real Audiencia, hizo
levantar una información firmada por diez personas ilustres, con el objeto de
probar al rey que los españoles no estaban en situación de poder continuar la
guerra con espectativas de triunfo. Esta información fué remitida al rey,
acompañada de una carta en que, con él, firmaban todos los regidores, y en
ella, entre otras cosas, se decía: "La guerra de este reino y pacificación de
estos rebeldes, en común sentir de soldados prácticos, se halla al presente no
menos dificultuosa y entera que antes, i tanto que al paso i en la forma que
hasta aquí se ha tratado, no se debe esperar prudentemente en largos años
su conclusión i fin deseado, antes se reputa por perpetua ... "
Como se ve, es este el reconocimiento más explícito de la
impotencia .española, frente a la férrea resistencia araucana.
Aunque decidido Baides a buscar la paz, no había encontrado aún
la forma de llegar a ella y, entre tanto, no pudo desentenderse de la obligación
que tenía de ponerse en campaña, aprovechando el numeroso y aguerrido
ejército de que disponía.
El 4 de Enero de 1640 se puso, pues, en movimiento, partiendo de
las inmediaciones de Nacimiento, a la cabeza de 1,700 españoles. Como
siempre, los indios auxiliares deben haber ido en gran cantidad, pero su
número se desconoce.
Enarbolando una bandera blanca y haciendo ofrecimientos de paz
(según dicen varios cronistas), entró Baides en el territorio araucano y antes
de muchos días se iniciaban ya las primeras conversaciones sobre ella.·
Lincopichón, caudillo de las tribus que habitaban en las faldas de la cordillera,
fué el primero en presentarse al llamado de la paz y fué afectuosamente
recibido por ,el gobernador.
Inmediatamente, en el campo espanol se pronunciaron dos
corrientes de opinión: unos que querían y creían en la paz que ofrecía
Lincopichón, y otros que la repudiaban por no juzgarla sincera y porque el
caudillo ese, no representaba a todos los araucanos.
Baides, aconsejado por los jesuítas y frailes que lo acompañaban y
cediendo a sus propios sentimientos, despidió amablemente al caudillo indio,
después de hacerle muchos regalos y se retiró a la frontera para preparar allí
los términos de la paz.
Durante el invierno el gobernador no se movió de Concepción.
Cuidó, además, de prohibir toda incursión hostil contra el territorio araucano,
invitando y agasajando a la vez a los naturales que se le presentaban, con lo
cua! iba preparando el advenimiento de la paz.
Puesto ya de acuerdo con los índios, el 6 de Octubre el gobernador
lanzó un auto que se publicó en todas las ciudades de Chile, y en él ordenó a
todos los encomenderos, hallarse en Concepción el 15 de Diciembre, para
acompañarlo en el solemne parlamento que se iba a celebrar con los indios.
Saliendo por fracciones de Concepción, y después de concentrarse
en Nacimiento, el 6 de Enero de 1641 se hallaron todos los españoles en los
llanos de Quillén, a orillas del río del mismo nombre, punto de cita para
concertar la paz.
Principiaron las ceremonias con misas que los españoles
ofrecieron a Dios "por el buen suceso de esas paces" y con la muerte de
algunas ovejas de la tierra (guanacos), por parte de los araucanos.
Se inició la conferencia con un discurso del gobernador (transmitido
a los indios por el intérprete general del reino, don Miguel de Ibancos) en el
cual se trató de convencer a los indios de que el rey de España no buscaba
en esa guerra una mayor extensión de sus dominios, sino la conversión y la
felicidad de los indios.
Contestaron varios toquis y caciques indios en conceptuosos
discursos, mostrándose todos decididos partidarios de la paz. Entre los
concurrentes figuraban Lientur y Butapichún.
El padre Rosales describe así a Butapichún: "era de mediana
estatura, robusto, moreno de rostro y feroz en su aspecto, arrogante en las
acciones y iracundo en el obrar, natural de Angol, noble por su ascendencia y
estimado por su lanza".
El acuerdo a que se llegó -en términos generales- fué el siguiente:

1) Absoluta independencia de los indios, sin que nadie pudiera


molestarlos en su territorio, ni reducirlos a esclavitud.
2) Canje de prisioneros.
3) Derecho de los misioneros para entrar en el territorio araucano
con el objeto de predicar el cristianismo.
4) Compromiso de los indios de ser enemigos de los enemigos de
los españoles. Y .
5) Destrucción del fuerte español de Angol.

Aunque de este tratado no se pudo dejar constancia por escrito,


por ser analfabetos los indios, por las solemnidades con que se celebró y por
la importancía que el rey Felipe IV le concedió, es digno de figurar -como en
el hecho figuró- entre los más formales tratados de la historia internacional de
España. Esta nación trató, pues, de igual a igual, con la nación araucana.
Tal fué la importancia que España concedió a este tratado, que por
cédula real de 29 de Abril de 1643. se le aprobó como tal, ratificando
explícitamente las estipulaciones que en él se habían fijado y ordenando que
no se fundasen más pueblos en la Araucanía.
Hubo más: mereció. el honor de ser incluído -como cualquier otro
tratado de importancia- en la "Gran coleccíón de tratados de paz, alianzas,
neutralidad, garantía, etc., hechos por los pueblos, reyes y príncipes de
España, con los pueblos, reyes y príncipes de Europa y otras partes del
mundo" de la cual fué autor don José A.Abreu y Bertodorto, marqués de
RegaIfa.
Queda con esto plenamente comprobado que las relaciones entre
España y Arauco fueron únicas en América por el rango de nación que a
Arauco se conquistó y por el respeto y consideraciones que España dispensó
al único pueblo aborigen, que ante ella alcanzó derechos de beligerante.
CAPITULO XXVI

LEVANTAMIENTO GENERAL

La paz, que pudo ser una realidad durante muchos años, fué
bruscamente interrumpida con el gran levantamiento del 14 de Febrero de
1655.
Con el propósito de apresar indígenas para venderlos como
esclavos 73, iniciaron los españoles frecuentes incursiones en el territorio
araucano y esto exasperó tanto a los indios, que, poniéndose de acuerdo
todas las tribus, produjeron un levantamiento general, que abarcó casi todo el
territorio comprendido entre el Maule y Chiloé.
El estallido de la sublevación fué simultáneo y de la más extrema
violencia.
Los indios de servicio de todas las haciendas existentes entre el
Bío-Bío y el Maule, cayeron de improviso sopre las casas de las estancias,
atacando y matando a los hombres, apresando a las mujeres y a los niños,
robando los ganados e incendiando y destruyendo todo lo que podían.
El cálculo que más tarde se hizo de las pérdidas que este
levantamiento produjo, fué de ocho millones de pesos.
Tan general y tan violento fué el levantamiento, que las plazas
comenzaron a ser abandonadas por sus presidios y por sus pobladores, todos
los cuales huyeron a Concepción.
Los vecinos de esta ciudad, buscando un responsable, encontraron
al gobernador, don Antonio dé Acuña y Cabrera, y lo obligaron a renunciar,
nombrando en su lugar al veedor general del ejército, don Francisco de la
Fuente VilIalobos.
Esta rebeldía sin precedentes contra la autoridad real, no pudo ser
tolerada por la Audiencia de Santiago y mandó reponer en su puesto al
gobernador Acuña, censurando a la vez a Villalobos, tanto por haber
73
Según un informe dado en Lima en 1656, por el capitán don Diego, por cada indio se pagaba más de $
100, por cada mujer o muchacho más de $ 200 y más de $ 100 por los que no llegaban a 10 años.
aceptado el puesto, como por las medidas militares que había tomado.
La paz que deseaba Villalobos no podía ser aceptada por las
autoridades españolas, pues, se hallaban ansiosas de aplicar a los indios el
más riguroso castigo.
Ante esta situación de intranquilidad, el virrey del Perú llamó al
gobernador Acuña e interinamente nombró para reemplazarlo, al Almirante
Porter Casanate, con fecha 30 de Octubre de 1655. Llegó a Chile este
gobernador cuando el país se hallaba en medio de la mayor confusión y
espanto. El levantamiento costaba ya cerca de 300 muertos y gran número de
mujeres y niños, que gemían en el cautiverio.
Desde el primer momento, Porter Casanate, que era un militar de
grandes antecedentes, se mostró activísimo, atacando a los indios que se
acercaban a Concepción y estableciendo el fuerte de San Fabián, al norte de
esta ciudad y el de las colinas de Chepe, al sur.
Organizó en seguida una columna de 700 infantes y de algunos
jinetes, la puso a las órdenes del maestre de campo, don Francisco Núñez de
Pineda y la envió hácia Boroa, en los úItimos días de Febrero de 1656.
Despµés de vencer la resistencia que los indios le opusieron en el
paso del río Laja y en Los Sauces, este destacamento llegó a Boroa el 18 de
Marzo.
Los sitiadores de la plaza se sintieron impotentes para oponerse a
los 700 hombres de Núñez de Pineda y pudo así éste, no sólo levantar el sitio
que dede hacía trece meses soportaba la plaza, sino hacerla evacuar,
después de destruir y quemar todas las instalaciones.
. Llevándose, a más de la guarnición, todas las armas y
municiones, el 21 de Marzo Núñez de Pineda regresó a Concepción y
venciendo toda la resistencia que los indios le opusieron -que no fué poca-
püdo hallarse de nuevo en su punto de partida, el 29 de Marzo.
Con esto se creyó más o menos restablecida la tranquilidad y el
gobernador se puso en marcha hacia Santiago.
CAPITULO XXVII

EL MESTIZO ALEJO

Una vez .más los españoles se engañaron al creer que era paz la
aparente tranquilidad que se notaba en el teatro de operaciones araucano.
Mientras Porter Casanate tomaba en Santiago algunas medidas
administrativas y preparaba las divisiones (dos) que pensaba poner en
campaña simultáneamente, estalló de nuevo la guerra con violencia
extraordinaria en el territorio araucano.
Un nuevo gran caudillo había de pronto aparecido, dando muestras
de un dinamismo y de una capacidad excepcionales. Se le llamaba "El
Mestizo Alejo" y hasta hacía poco, había servido como soldado en lafs filas
españolas. Era de obscuro origen, pero "distinguido por su audacia y su
maestría en el manejo de las armas".
Disgustado por el desprecio con que fué recibida su petición de que
se le hiciera oficial, resolvió pasarse al lado de los suyos, para probarles a los
españoles que era capaz y digno de mandar tropas.
Muy luego se halló al frente de unos 1,000 indios araucanos con
los cuales se dirigió hacia el fuerte español de Conuco, en la jurisdicción de
Concepción.
Coincidió con el avance de El Mestizo, el del capitán don Pedro de
Gallegos. que a la cabeza de más de 200 españoles, se dirigía también hacia
el fuerte de Conuco, sin sospechar, por cierto, la proximidad de los indios. El
encuentro que fatalmente tenía que producirse, tuvo lugar en el Molino del
Ciego, donde Gallegos alcanzó a tomar una ventajosa posición, en una loma
situada a la derecha del camino.
Los flancos de la línea española quedaron apoyados en sendas
quebradas y como el frente era despejado y propicio para el aprovechamiento
del fuego de los mosquetes, el capitán hizo desmontar a su caballería y
constituyó así una línea defensiva muy difícil de atacar, sobre todo por los
indios.
Tan cierto era esto, que el primer ataque araucano fué fácilmente
rechazado y que El Mestizo, convencido de que no iba por buen camino,
resolvió buscar otro.
Gallegos había dejado sus caballos a retaguardia, cerca de un
bosque que allí había y en ese detalle fundó Alejo su nueva resolución.
Horw que un grupo de sus soldados, haciendo un largo rodeo,
cayera sobre los caballos y los atacara con las picas, procurando que éstos
escaparan hacia las propias líneas de los españoles.
El ardid produjo todo el efecto que el toqui indio esperaba, pues los
caballos, en medio del mayor espanto, se precipitaron sobre la línea de
defensa. produciendo en ella el más completo desorden y confusión.
Haciendo coincidir esta operación con un violento ataque frontal, El
Mestizo logró quebrar la línea española, a pesar de la desesperada
resistencia que opuso, e introducir en ella tál desorganización Y tal pánico,
que en pocos momentos la derrota más compieta hizo presa de los aterrados
españoles; los que ya no atinaron sino a buscar en la fuga su salvación.
Era, tarde, por desgrada, para apelar a este recurso. Sin cejar un
puntó en su afán de destrucción, los indios se cebaron en sus víctimas,
haciendo entre ellos una horrible carnicería. Allí no hubo sino muertos,
heridos y prisioneros. Sólo lograron escapar algunos que fueron dejados por
muertos en el campo de batalla.
Entre éstos, estaba el mismo capitán Gallegos, tan mal herido, que
falleció pocos días más tarde, durante el proceso que se le instauró como
responsable de la catástrofe.
Poco tiempo después, la suerte le deparó al Mestizo Alejo una
nueva ocasión de batir a los españoles.
En un sitio llamado Perales, chocó con un destacamento español
de unos 250 soldados, que al mando del capitán don Bartolomé Pérez de
Villagrán, había salido de Conuco.
En esa refriega el destacamento español fué rudamente batido,
casi completamente destrozado, y se vió forzado a emprender la retirada
degpués de perder a su jefe y a muchos soldados.
Un nuevo encuentro se produjo pocos días después con otro
destacamento de 280 españoles, que mandaba el sargento mayor don
Bartolomé Gómez Bravo, en un lugar próximo a Yumbel, denominado
Lonquén y aunque en esta ocasión fueron los indios los que se vieron
obligados a retirarse, no lo hicieron sino cuando los españoles ya habían
perdido a su jefe y a varios soldados.
Se ve que El Mestizo fué fatal para los que llevaban el nombre de
Bartolomé.
A fines de Agosto de 1660, un nuevo triunfo del Mestizo Alejo llegó
a aumentar la intranquilidad y hasta, la angustia, que la infatigable e
inteligente actividad de este caudillo causaba en la población española.
Creyendo muy débilmente guarnecida a Concepción, resolvió
atacarla por sorpresa, aprovechando el perfecto conocimiento que de la
región tenía, y poniéndose al frente de sólo 300 mocetones, emprendió su
avance, pasando sigilosamente el Bío-Bío por el punto denominado Hualqui.
No lejos de Concepción, entre el Andalién y el Bío-Bío,
aprovechando unas colinas que allí existían, el gobernador había fundado un
fuerte con él nombre de Chepe, dotándolo de una guarnición de 400
soldados, que puso al mando del capitán don Juan de Zúñiga.
Ignorando este antecedente, El Mestizo llegó hasta el valle
Palomares, formado por el río de este nombre (río que después toma el
nombre de Andalién). después de dar un gran rodeo con el objeto de
conseguir que su avance no fuera advertid'o.
No consiguió el indio su objetivo, pues a la activa vigilancia del
capitán Zúñiga, no se le escapó esta operación, y tan pronto como se dió
cuenta del carácter que tenía y de las escasas fuerzas con que se realizaba,
poniéndose al frente de 200 españoles, se adelantó al encuentro de los
indios.
Conviene tomar aquí nota de que el choque se va a producir entre
200 españoles, contra sólo 300 indios, muy inferiormente armados. La
desproporción de fuerzas no puede ser más desfavorable para los naturales.
Apenas El Mestizo Alejo se dió cuenta del avance de los
españoles, se separó del camino que llevaba y con toda rapidez, ganó unas
alturas vecinas, donde tomó posición. Este lugar se llamaba Hudenco.
Desde allí comenzó a provocar a los españoles, con el manifiesto
propósito de inducirlos a atacarlo de frente.
Confiado el capitán Zúñiga en su relativa superioridad, no vaciló en
proceder de, acuerdo con los deseos de Alejo y se lanzó al ataque frontal, en
vez de buscar el flanco de su adversario.
Como la cuesta era bastante empinada, el repecho le significó a los
españoles un verdadero esfuerzo y cuando Alejo vió que ya el avance se les
hacía extremadamente fatigoso, tomó enérgicamente la ofensiva, lanzando a
sus indios como una tromba, pues la pendiente favorable les daba un impulso
que los ya cansados españoles no pudieron resistir a pie firme.
El talento de .Alejo consistió en saber elegir el momento de su
máximo esfuerzo: aquel en que su adversario no podia oponerle sino el
mínimo.
Acosados los españoles por todos lados, empujados cuesta abajo y
casi agotados por el esfuerzo que les había significado la subida de la cuesta,
no lograron oponer sino una leve resistencia, tras la cual llegó la
desmoralización, que se transformó muy luego en una desbandada general.
Hábilmente aprovechado este momento crítico por los dinámicos
indios, la derrota española se hizo inevitable y sangrienta, a tal punto, que
costó más de 70 muertos, quedados en el campo de batalla, aparte de los que
cayeron en la enérgica persecución con que el Mestizo coronó su victoria.
Entre los caídos figuró el jefe español, víctima de su impetuosidad
y de su desprecio por el adversario, falta ésta, que no por ser de las más
funestas, deja de ser frecuente en los comandantes de tropa.
En ésta, como en tantas otras ocasiones, la suerte se puso de
parte de los españoles, librándolos, cuando menos lo esperaban, de un, por
muchos conceptos, temible adversario.
Tenía el Mestizo Alejo dos funestas debilidades: el amor y el licor.
No contento con poseer una mujer, tenía varias, y muy luego brotó
entre ellas una rivalidad, que se transformó en celos del más violento
carácter.
De aquí nació la resolución de dos de ellas de terminar con la vida
del brillante caudillo, y una noche, en que lo sorprendieron dormido y
completamente ebrio, lo asesinaron despiadadamente.
Fué así como Alejo murió víctima de sus dos grandes pasiones, a
manos del amor y en brazos de la embriaguez.
Ningún suceso pudo, en esos momentos, ser más digno de
celebración para los españoles, ni más funesto para la causa araucana.
CAPITULO XXVIII

¿ATAVISMO?

Surge ahora una pregunta: ¿hemos heredado las aptitudes


militares de nuestros aborígenes?
Mi opinión es que sí, que hemos heredado ciertas aptitudes; pero
no las facultades extraordinarias que poseían los araucanos. Por eso, podrá
decirse de nosotros que somos un pueblo de guerreros -como lo hemos
probado en todas nuestras campañas- pero no un pueblo militar.
Es notoria la facilidad con que nuestro pueblo asimila los
conocimientos militares, la rapidez con que nuestros hombres se transforman
en grandes, jinetes, la habilidad con que intuitivamente se mueven en el
terreno, etc., y buena prueba de ello es el hecho, de que los instructores
alemanes que hubo en nuestro Ejército, lo observaron y lo declararon
inmediatamente.
Hubo aquí un oficial ruso que dejó en el Ejército los más gratos
recuerdos por su bondad y su vasta ilustración, el Teniente Coronel Drentel.
Llegó a Chile, Iquique, cuando en esa ciudad se preparaba el
ejército que se pensaba, oponer al de Balmaceda, y tan pobre y
desamparado, que se presentó a un cuartel, solicitando la plaza de soldado.
(Nunca se conocieron las razones que tuvo para abandonar su puesto en el
ejército ruso, donde era teniente de la Guardia Imperial).
Como había muchas vacantes de soldados, fué admitido sin
ninguna dificultad.
Muy pronto los oficiales se dieron cuenta de que no era ese un
hombre vulgar, y lo ascendieron a cabo, luego a sargento y antes de pocos
meses, era ya oficial.
A Concón llegó con el grado de capitán y al frente de una
compañía con la cual se lució, tomando por asalto una batería.
Pocos años más tarde, era profesor de balística en la Escuela
Militar y un buen día, en una digresión sobre la capacidad militar de ciertos
pueblos, nos dijo: (a los alumnos) "yo no me canso de admirar las aptitudes
militares del roto chileno".
"En Concón me conquisté cierta fama de buen militar, porque con
mi compañia tomé por asalto una batería; pero en esa hazaña tuve yo tanta
parte como en el descubrimiento de América".
"Llegué a Concón al frente de una compañía que recién se me
entregaba y cuya gente, por consiguiente, yo no conocía. Sumen a esto mi
poco dominio del idioma, mi desconocimiento del terreno y la carencia de
cartas y comprenderán cómo yo avancé, durante la primera parte del
coinbate, en medio de la más completa desorientación. Pero, de pronto, oigo
que un soldado me dice: por acá, mi capitán; luego otra me díce: paremos
aquí, mi capitán; sigamos, mi capitán; corramos, mi capitán y así,
obedeciendo yo como un autómata, no supe ni cómo ni cuándo, me había
tomado una batería".
En la táctica hace mucha falta una clasificación para distinguir las
batallas que se libran en vista de un análisis de la situación, de un plan
preconcebido y de una orden bien meditada, de aquellas que no hacen otra
cosa que seguir el curso de los acontecimientos, amoldarse a ellos y proceder
en consecuencia.
A las primeras se las podría conocer con el nombre de batallas
premeditadas y a las segundas con el de ocasionales.
Las primeras sólo las libran los generales de gran talento o los de
vasta preparación militar, las libran, o un Napoleón o un Moltke; las segundas
están al alcance de todos los generales y forman, tal vez, el 95% de las
batallas que se han dado.
La independencia americana no dió lugar a batallas premeditadas:
ni Chacabuco, ni Maipú, ni Carabobo, ni Junín, ni Ayacucho, fueron de esa
clase.
Durante la guerra del Pacífico, nuestro ejército fué mandado por el
general Baquedano, un general que, militarmente considerado, era hombre de
muy escasos conocimientos.
Y no podía ser otra cosa, el militar de un país donde no había
Academia de Guerra, escuelas técnicas, ni de aplicación, donde no se
conocían las maniobras, ni los viajes técnicos, ni estratégicos, ni excursiones
tácticas, ni siquiera los ejercicios en el terreno. ¿Cómo podía haber en esa
época oficiales preparados, si carecían de todos los medios que les eran
indispensables para conseguir esa preparación?
Ni siquiera en teoría podían prepararse, porque sólo había una qúe
otra traducción del francés, de libros que carecían de todo valor práctico y
ninguna del alemán, que habría sido lo más importantte.
Tan escasa era la preparación de nuestro ejército antes de la
llegada de los oficiales alemanes, que a pesar de haber empleado el año 79
el material Krupp, llegó al año 91 sin saber cómo se empleaba el schrapnel, ni
para qué servía la espoleta y fué así cómo se vió a la artillería de Balmaceda,
emplear el schrapnel como si hubiera sido un proyectil sólido.
Pues bien, dados estos antecedentes, ¿qué derecho tenía el país
para pedirle a Baquedano que dirigiera bien una batalla. Ninguno. Y, ¿qué
pasó? Que Baquedano se condujo, como sólo habría podido hacerlo un gran
general. Fué el primer general que en América dió batallas premeditadas.
En Chorrillos supo que el adversario se había fortificado en la línea
San Juan-Morro Solar. ¿ Qué hizo, qué disposlciones tomó?
Lo primero y lo que más le interesó conocer, fué la fuerza del
ejército adversario, la distribución que de ella se había hecho y las
condiciones y características del terreno por donde se debía avanzar.
Para averiguarlo, empleó intensamente sus órganos de
exploración, ordenó reconocimientos en fuerza y, por último, se adelantó todo
lo que el terreno y la situación se lo permitían, para alcanzar una impresión
más clara y completa de todo lo que le interesaba. Hizo, por consiguiente,
todo lo que debía y todo lo que se podía hacer.
Una vez en posesión de los antecedentes que necesitaba, concibió
su plan de ataque y en seguida lo tradujo en una orden clara y precisa, en que
dió a cada una de sus grandes unidades, una misión concreta que cumplir.
Pueden haber faltado en esa orden muchos detalles; pero nada esencial,
nada fundamental. La complementó poco más tarde, designando la reserva.
Tanto el plan como el desarrollo de la batalla fueron correctos y
alcanzaron, en las mejores condiciones, el fin que perseguían.
Baquedano, lo mismo en esta batalla que en otras ocasiones, se
condujo como un general avezado o inteligente. ¿De dónde sacaba estas
aptitudes? .
¿De dónde, las sacaron BuInes, Canto, Lagos, Gorostiaga y tantos
otros, que en semejantes ocasiones, demostraron ser buenos generales?
En materia de resistencia y de vigor, son innumerables las pruebas
que nuestros rotos dieron durante la pesadísima campaña del Pacífico, en
que a través de cordilleras y desiertos, tan luego soportaron climas glaciales,
como tropicales, hambre, sed, saroche, etc.
Conocida es la diferencia que se produjo entre Chile y Alemania,
con motivo de la reclamación que en un mitin hicieron los cargadores del
puerto de Hamburgo, por el excesivo peso de las cargas de salitre.
Tramitada la reclamación por conducto del Ministerio de
Relaciones, el Ministro del Interior pidió al Intendente de lquique que
propusiera una solución, porque en el gobierno existía el propósito de
acceder, en lo que fuera posible, al deseo de los cargadores de Hamburgo.
El Intendente contestó que no sabía qué solución proponer, pues
las cargas que los cargadores de Hamburgo encontraban tan pesadas, eran
sólo medias cargas: todos los cargadores de Iquique, se echaban al hombro
dos.
iFácil es comprender lo que nuestro pueblo sería, sin alcohol ni
enfermedades sociales!
CAPITULO XXIX

OPINIONES

Son muchos los que han admirado el valor de los araucanos y la


invencible resistencia que opusieron al poder español; pero son muy pocos,
los que han sabido apreciar en todo su valer, la capacidad militar de ese
pueblo y sus características raciales.
Entre estos últimos, se destacan dos historiadores, un extranjero y
un nacional.
El extranjero fué don Claudia Gay, que emitió los siguientes
justicieros conceptos, hadendo un parangón entre los españoles y los
araucanos:
"¡Qué movimiento! iQué multitud de hechos heroicos y de héroes
de una y otra parte!. .. Es una particularidad de la Historia de Chile, sin
parangón en las demás historias .. Por un lado el tesón y la perseverancia de
los Españoles, -sus padecimientos y sus grandes desgracias. Por otro, los
esfuerzos incesantes, el arrojo y la bizarría de aquellos brillantes Araucanos
que en una nación culta hubiesen tenido estatuas y láminas de broncé" 74.
"Las causas de la eterna duración de la guerra eran la táctica y el
valor de esos hombres invencibles.
El número de sus guerreros en verqad ilustres, ilustres por hechos
asombrosos, sin mezcla alguna de sofisma, parece increíble y su táctica. lo
repetimos, era la de Follard, la de los mariscales de Luxemburgo y de Villan; y
otros célebres autores sobre el arte de la guerra".
"Si a estas consideraciones añadimos la consideración de no
menor importancia, del valor y de la experiencia de los Españoles, veremos
que desde el gran Ciro hasta ellos, no ha habido historia militar más fértil en
grandes acciones que la de los Araucanos. Porque, en efecto, sus enemigos
eran los vencedores de Europa. El mismo día en que fundaban una plaza en

74
Gay, tomo lI, capitulo XXVIII
Chile, ganaban una batalla en Europa y ponían en peligro la capital de la
civilización; y lo que los españoles no han podido hacer, ningún ejército lo
hubiera hecho, en iguales circunstancias 75".
El historiador nacional es don Francisco Encina, que en su Histnria
de Chile, repetidamente, rinde tributo al genio militar araucano.
Me bastará recordar el siguiente juicio:
"Pero lo que permitió al pueblo mapuche sostenerse por tres siglos
frente al español y después su descendiente, el chileno, fué su cerebro y nó
su heroísmo. El valor sin la poderosa imaginación creadora latente en la raza
lo habría conducido al sacrifícío estéril, ¡habría acortado fa duración de la
contienda en vez de prolongarla! Al paso que los peruanos y los aztecas nada
inventaron, en su lucha contra el invasor, ninguno de los pueblos guerreros en
igual grado de evolución mental que registra la historia, exteriorizó la
imaginación del mapuche. "Delante de los nuevos elementos para él
totalmente desconocidos, que ei español esgrimió en su lucha, inventó
nuevas armas e ideó una nueva táctica y una nueva estrategia".
"Creó en cuatro años lo que los pueblos bien dotados suelen crear
en siglos 76".
Como se ve, Gay y Encina -especialmente el último- han sido los
primeros historiadores que se han dado cuenta cabal de la escasa influencÍa
que el valor tuvo en la epopeya araucana Y de que si los araucanos no
hubieran contado sino con él, su sacrificio, no sólo habría sido inútil, sino
contraproducente.
Sin duda, pues, que voy en buena compañía, al hacer la siguiente
declaración:
'La raza araucana fué una raza militar de características tales, que
creo, punto menos que imposible, encontrar otra que pueda comparársela, en
toda la historia de la humanidad.
Su historia militar es única en el mundo y las hazañas por ella
realizadas, lindan en lo maravilloso.
Tanto, pues, como los griegos fueron dignos de ser cantados por
Homero, fueron los araucanos dignos, de ser cantados por Ercilla.

75
Gay, tomo II, capitulo XXVIII
76
Página 113.
CAPITULO FINAL

Como ya dije, no me he propuesto hacer la historia de la guerra


hispano-araucana, labor tal vez superior a mis fuerzas, sino tratar de probar
que los araucanos constituyeron una raza militar y, por eso, me he limitado a
bosquejar algunos episodios y a presentar a las personalidades militares más
destacadas de ese ejército legendario.
Tarea interminable sería narrar toda esa homérica lucha de dos
razas gigantescas que a través de varios siglos libraron una de las guerras
más largas y encarnizadas que ha visto la historia.
Sólo me resta décir que no hubo resorte guerrero ni invento militar
-dentro de los recursos y de la cultura alcanzados- que los araucanos no
idearan.
A los ya citados en páginas anteriores, quedan sólo por enunciar el
uso del silbato para las maniobras militares y el empleo del telégrafo de
señales para la transmisión de noticias.
El silbato lo hacían de huesos huecos (canillas, generalmente), y
para el telégrafo empleaban las ramas.
No es una novedad en la historia de las razas primitivas, eso de
contar con medios (generalmente acústicos) para transmitir noticias; pero
debe reconocerse que de ordinario los servicios que esos medios prestaban,
eran de muy limitado radio de acción.
Sirven o han servido, por lo general, para comunicar a la tribu o
tribus el avance del enemigo. para dar la orden de movilización, para llamar a
la gente, etc., correspondiendo a cada uno de estos hechos o de estas
órdenes, una señal determinada.
Esto, en el fondo, no tiene nada de extraordinario, porque no exige,
su establecimiento, la acción de un ingenio excepcional.
Pero otra cosa, y muy diversa, es idear un medio de transmisión
que permita, con los más elementales recursos, comunicar todo lo que sea
necesario para orientar a los partidarios, sobre la actitud, actuación y
actividades del adversario.
Prueba de que de esto eran capaces los araucanos, la dan los
siguientes antecedentes:
Entre los años 1771 y 1772 resguardaban las riberas derecha e
izquierda del Bío-Bío, el comandante don Ambrosio O'Higgins y el toqui Ailla
Pagui, respectivamente, y en esa tarea, los indios les llevaban a los
españoles una gran ventaja, con el empleo de un telégrafo, que éstos
maldecían. ("Raza Chilena", del Dr. Vicente Palacios).
Hablando de estos acontecimientos. el cronista Carvallo y
Goyeneche, que se hallaba presente en el teatro de operaciones, pues era,
nada menos que teniente-comandante de uno de los fuertes de la ribera norte
del río, dice lo siguiente:
"Enviaba (Ailla Pagui) con frecuencia dos o tres partidas por
diferentes partes y apostaba sus centinelas en los cerros más elevados que
tienen sobre el río Bío-Bío, para observar los moviinientos de los españoles y
avisar de ellos a sus partidarios, por medio de las señales que les daba y le
salió tan bien esta operación, que no daba golpe en vano"; (Colección; tomo
9, pág. 372.)
¿Y de qué elementos se ·valían los araucanos para esta
transmisión de noticias? De una sencilla rama de árbol.
El telegrafista (llamémosle así) se colocaba en la cumbre de ·un
cerro que tuviera algunas partes boscosas o cubiertas de matorrales y desde
un punto perfectamente conocido y reconocible por todos los partidarios que
tenían que intervenir en la transmisión de las notiicias, hacía las señales
moviendo una rama de árbol.
Justo es reconocer que se necesitó mucho ingenio para idear una
clave de movimiento, capaz de transmitir todo lo que fuera necesario para
orientar y encauzar las propias operaciones. ¿No fué eso adelantarse a su
época? .
Pero, ¿qué les quedó por hacer a los araucanos?
Francamente, me parece que es difícil contestar a esta pregunta.
Condensando en unas cuantas líneas los méritos que deben
atribuirse a los araucanos, creo que se puede llegar a la siguiente conc!us!ón:
1) Fueron los únicos aborígenes americanos que vencieron a los
españoles.
2) Los vencieron lo mismo, con superioridad, con igualdad, que con
inferioridad numérica.
3) Como consecuencia de vivir aún en la edad de piedra, poseían
uno de los peores ejércitos del mundo.
4) Lucharon con una de las razas más esforzadas y de mayor
cultura de la época.
5) Vencieron al que podía considerarse eÍ mejor ejército del mundo.
6) Los araucanos tuvieron que crearlo todo: táctica, estrategia,
armamento, etc.
7) Crearon a la perfección la fortificación de campaña.
S) Crearon el telégrafo, de señales.
9) Crearon la infantería montada.
10) Idearon el mimetismo.
11) Inventaron el obstáculo llamado pozo de lobo, que se usa
hasta, hoy día 77.
12) Idearon nuevos procedimientos de combate.
13) Asimilaron y aplicaron con singular perfección, todos los
progresos militares que poseían sus adversarios, hazaña esta, que no ha
realizado ninguna otra raza.
í4) Hicieron que, a España le significara la guerra contra ellos
sostenida, más de cien veces más esfuerzos y sacrificios de todo orden, que
el descubrimiento y conquista de la Amériéa entera.
15) Lograron, después de casi tres siglos de incesante batallar,
mantener incólume su independencia, obligando a los españoles a reconocer,
que en ninguna época lograron dominarlos. Y ..
16) Impusieron con tal fuerza y tenacidad la personalidad de su
nación, que España se vio obligada a tratarla en un plano de igualdad, que no
soñaron jamás las restantes tribus americanas.

Sé que, en este estudio no encontrará el lector nada que aprender


en materia de historia, pues yo no aporto ningún dato nuevo, ningún hecho ni
documento, que no se halle establecido y hasta mil veces repetido, por todos
los historiadores chilenos y extranjeros. Me he limitado a dar a cada uno de
esos hechos y de esos antecedentes, la importancia que, a mi juicio tienen,
cuando se les mira a través del prisma de la profesión militar.
Por ese camino he llegado a la conclusión, de qué si hay una
nación que pueda y deba sentirse orgullosa de sus aborígenes, esa nación es
Chile.
No hay pues, nada tan infundado como ese prejuicio -por desgracia
muy arraigado en nuestra sociedad- de sentirse avergonzado ante la sola
sospecha de que por sus venas corra una gota siquiera de sangre araucana.
Esa ascendencia se reputa como un baldón y nadie que se estime
decente, reconoce, ni remotamente, su origen araucano: todos son españoles
de la más pura cepa.
Ya nadie se acuerda de que durante muchos años y hasta siglos, a
Chile no llegaron sino muy pocas mujeres, ni de que nuestra raza se
desarrolló por la mezcla de éspañol y araucana. Y una de las razones de que
no llegaron sino hombres, fué la de que a Chile no se venía sino a morir, en
la. más cruenta de las guerras americanas.
De la imparcial narración de los hechos, Se desprende que el

77
Digo que los inventaron, porque de los españoles --que no los usaron- no los pudieron copiar, nI pudieron
saber que ya César las habla usado en la Guerra de las Galias. ConvIene sí, establecer, que lo que César
usó fueron sólo los pozos de lobo contra la caballería y que los pozos contra la infantería fueron netamente
araucanos: al César lo que es del César".
araucano era valiente, esforzado, hidalgo e inteligente. ¿Puede pedirse más a
una raza salvaje
Los contradictores podrán decir que cometieron crueldades
inauditas y que muchas veces faltaron a su palabra, pero ¿no hicieron otro
tanto los españoles? En ese terreno estaba planteada la guerra y renunciar a
un recurso, aunque fuera vedado, habría equivalido a colocarse en un plano
de inferioridad, que ninguno de los dos bandos estaba en situación de
soportar.
Podrán también decir que son ladrones y borrachos; pero no
podrán décir que eso es, a pesar de la educación que nuestros gobiernos se
han esforzado en darles, ni a pesar de la protección incondicional que se les
ha prestado. Nó, eso nó, porque lo que se ha hecho con ellos ha sido mirar
con la más completa indiferencia cómo se les perseguía, cómo se les quitaba
sus tierras y lo que era peor, cómo se les hundía en el vicio de la embriaguez.
Por suerte, en los últimos años se ha reacclonado, se les ha
dispensado una protección directa, se han dictado leyes en su favor y se les
ha reconocido el derecho de ser tan ciudadanos del país, como cualquiera de
sus compatriotas chilenos.
Sin embargq, lo honrado es reconocer que en la degeneración de
esa raza admirable, hemos sido nosotros, los chilenos, los primeros culpables
y que si no son aún unos verdaderos salvajes, es a la imponderable
abnegación de las misiones católicas a quien se lo deben.
Prueba indiscutible de la gran calidad de esa raza, es que, apenas
se les ha iniciado en el camino del estudio, han lanzado al caudal de nuestra
cultura varios profesionales universitarios, representantes ante el Congreso
Nacional y muchos hombres de trabajo, de alto nivel moral.
Tiempo es, pues, ya de decir la verdad sobre esa raza ciclópea,
que con su valor, con su esfuerzo y con su inteligencia, escribió una historia
que hace innecesario a nuestros niños, el estudio de la legendaria historia
griega.
Durante varios siglos han dormido en la historia los nombres de
Arauco y de Lautaro, pero llega ya la hora de hacerles justicia, lanzándolos en
alas de la fama.
No cumplirá nuestra patria con el más sagrado de sus deberes
mientras en la parte más destacada de su capital, no se levante un soberbio
monumento que, a la vez que un símbolo de la raza, sea la perpetuación de la
memoria del más grande de sus hijos.
INDICE

Pág.

Advertencia 3

CAPITULO 1

Razón de la resistencia araucana 9

CAPITULO II

La Raza militar araucana 15

CAPITULO III

Capacidad de la raza araucana para producir


un genio 21

CAPITULO IV

Lautaro como genio militar 29


1) El Ejército Araucano 29
2) Táctica y Estrategia 31
3) Primeras actividades de Lautaro 34
4) Paralelo entre Lautaro y los grandes generales 41

- 236-
CAPITULO V

Costo de la guerra de Arauco 47

CAPITULO VI

Lautaro en acción 53

CAPITULO VII

Primera campaña de Lautaro 65


Batalla de Marigüeñu -26-11-1554- 65

CAPITULO VIII

Segunda campaña de Lautaro 79

CAPITULO IX

Tercera campaña de Lautaro 85

CAPITULO X

Ultima campaña y muerte de Lautaro 93


1) Plan estratégico de Lautaro 93
2) Combate de Peteroa 93

CAPITULO XI

Después de Lautaro 101


1) Don García Hurtado de Mendoza 101
2) La quebrada de Purén 103
3) Caupolicán 105
4) Fortificaciones araucanas 107
5) El fuerte de Quiapo 110

CAPITULO XII
Generales araucanos 113
Antuhuenu 114

CAPITULO XIII

Longopaval 129

CAPITULO XIV

Paillacar 135

CAPITULO XV

Namcunahuel 141

CAPITULO XVI

Codeguala 147

CAPITULO XVII

Janequeo 153

CAPITULO XVIII

Convenio de paz de 1593 157

CAPITULO XIX

Gobierno y muerte de Oñez de Loyola 161


Paillarilacu 161

CAPITULO XX

Un episodio sentimental 169


CAPITULO XXI

Gobierno de don Alonso García Ramón 171

CAPITULO XXII

Lientur 177

CAPITULO XXIII

Butapichún 185

CAPITULO XXIV

Infantería montada 193

CAPITULO XXV

Paz de Quillén 199

CAPITULO XXVI

Levantamiento General 205

CAPITULO XXVII

El Mestizo Alejo 209

CAPITULO XXVIII

¿Atavismo? 215

CAPITULO XXIX
Opiniones 221
Capítulo Final 225
MAPA PRIMITIVO

DE CHILE

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