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2.-Táctica y Estrategia
Si por genio se entiende "el grado más alto a que llegan las
facultades intelectuales del hombre" o "grande ingenio, fuerza intelectual
extraordinaria o facultad capaz de crear o inventar cosas nuevas y
admirables" o "la más alta porencia a que pueden elevarse las facultades
humanas", ningún general puede, con más propiedad que Lautaro, merecer el
calificativo de genio, porque ninguno de ellos fué creador, en el verdadero
sentido de la palabra. Lautaro, en cambio, lo creó todo.
Si tuviera que definir a Lautaro, diría que fué un general, que sin
haber aprendido nada, lo supo todo.
Sufren un error los que creen que Lautaro aprendió de los
españoles el arte de la guerra, durante los varios años que fué prisionero de
ellos, por que nada de lo que estos practicaban, podía tener aplicación en el
ejército araucano.
¿De qué podía servirle la táctica, que soldados provistos de
corazas adoptaban para el empleo de la caballería y de las armas de fuego, a
las tropas de un ejército que combatía desnudo, a pie y con picas y mazas?
La táctica está íntimamente relacionada con la calidad de las armas
y con ellas evoluciona.
Al período de las armas blancas correspondieron las formaciones
en masa de la falange y la legión; a las armas de fuego, las guerrillas y los
tiradores frente a las armas horriblemente mortíferas de nuestros días, ya no
se presentan sino hombres aislados.
Ninguno de los grandes generales fué creador, ninguno de ellos
ideó nuevas armas ni modificó substancialmente los procedimientos tácticos
de su época. El mérito de ellos consistió en el brillante, en el geniaÍ empleo
que hicieron de sus respectivos ejércitos.
Si Lautaro no hubiera hecho sino eso, no habría pasado a la
historia como general de fama, pues con sólo emplear su ejército según la
preparación y capacidad que tenía, por genial que ese empleo hubiera sido,
no habría logrado cambiar el rumbo de los acontecimientos. Se habría
repetido en Chile el heroico, pero estéril sacrificio de los aztecas y de otros
valientes pueblos de la América.
Era indispensable una brusca y completa evolución en los
procedimientos de combate, y tal cambio de frente no podía ser producido
sino por un genio, por un hombre capaz de concebir y crear nuevos sistemas.
En estricta justicia, no fué evolución, sino creación la que Lautaro
realizó, Los indios no conocían otro sistema de combate que el choque en
masa y el desordenado y frenético empuje de millares de esfuerzos, ajenos a
toda cooperación, a toda armonía de fines y a todo objetivo común. Por eso,
Lautaro tuvo que crearlo todo.
Comenzó por fraccionar su ejército en unidades que obedecían a
determinados jefes, le dió instrucción de combate y lo empleó escalonado, en
olas, según el giro y las exigencias de la lucha. Constituyó reservas para tener
en su mano el medio de contrarrestar sorpresas, de hacer cambiar el centro
de gravedad de la lucha y para buscar la decisión y, por fin, hizo del terreno
tan acabado aprovechamiento, que la inteligencia más sutil no sabría hacerle
observaciones.
Sus planes de combate cumplieron siempre con las dos
primordiales exigencias del arte militar: sencillez y eficacia.
De aquí, que nunca le fallaran y que fueran siempre de decisivos
resultados.
En el terreno de las armas, bien poco podía hacer Lautaro, dado el
estado embrionario ,en que se encontraba la industria entre los indios, que ni
siquiera trabajaban el hierro. Sin embargo, después de suprimir la flecha, por
ser absolutamente ineficaz contra las corazas españolas, ideó (después de
Tucapel), el lazo, arma que llegó a ser temible en manos de los indios, que
casi costó la vida a Villagra en la batalla de Marigueñu y a la cual el cronista
Góngora de Marmolejo llamó "invención diabólica".. (Historiadores, Tomo II,
Pág. 47). Poco más tarde ideó el escudo, que lo hizo fabricar de cuero, y, por
fin, el garrote, que le dió muy buenos resultados contra la caballería. "Tan
largos como el brazo y si los caballos viniesen tan armados que no tuviesen
temor de los muchos garrotazos que les tirarían y los rompiesen, se
recogerían a la palizada que tenían hecha". (Historiadores, Tomo II, Pág. 59):
En los tiempos actuales, la infantería tiene en los rifles y
ametralladoras eficacísimos recursos contra las aterradoras cargas de la
caballería; pero los indios carecían en absoluto del medio de detener o
síquiera de atenuar el impulso de esas masas de hombres y caballos, que
pasaban sobre ellos sembrando la muerte.
Vió Lautaro que era indispensable hacer algo, sino para detenerlas,
por lo menos, para desorganizarlas, e ideó el garrote, una especie de bastón
corto y pesado que podía ser lanzado desde cierta distancia contra la cabeza
o contra las patas de los caballos, Esta arma rindió todo el efecto que de ella
se esperaba y fué empleada por primera vez en la batalla de Concepción,
produciendo el más completo desconcierto en las filas enemigas.
En el campo de la estrategia, la obra de Lautaro es aún más digna
de admiración, pues tuvo que vencer en él casi insuperables dificultades. Por
eso, sólo antes de los combates. le fué posible mantenerse dueño de la
situación. Logró siempre combinar sus movlmientos con la necesaria
precisión para ser el más fuerte en el campo de batalla, donde jamás dejó de
tener oportunamente concentrado su ejército; pero no pudo nunca coronar su
obra con una enérgica persecución estratégica, porque todos sus esfuerzos
se estrellaron impotentes contra la costumbre rutinaria de los indios, de
entregarse a la orgía después de cada victoria.
Esta fatal circunstancia, restó a Lautaro una enorme ventaja, ya
que rechazar al adversario no es sino iniciar la victoria, Para coronarla, se
impone siempre, como indispensable, una persecución a fondo que agote,
desmoralice y desorganice por completo al enemigo,
La parte estratégica fué Ia tarea más difícil para Lautaro, como lo
fué después para sus sucesores, por lo engorroso que era el manejo de
tropas que debían moverse, concentrarse y alimentarse en un teatro de
operaciones de pocos recursos y de muy malas y escasas comunicaciones.
Hasta con la sup,erstición de sus tropas tuvo que luchar Lautaro y
buena prueba de ello fué su fracaso en el ataque a Imperial, donde en marcha
hacia lá ciudad, fué sorprendido por una borrasca que los indios consideraron
de mal agüero y que produjo, como consecuencia, la dispersión del ejércíto
entero 2. ¿Qué otro general tuvo que vencer tantas y tan graves dificultades?
Era tanta la superioridad técnica del ejército español, que con
masas desordenadas, por fuertes y valientes que hubieran sido, no habría
existido la posibilidad de derrotarlo. Esto fué lo que comprendió Lautaro y lo
que se propuso remediar.
Tenía que comenzar por dar a su ejército una organización y un
fracionamiento adecuado a la calidad de mando de sus jefes y lo ideó y lo
implantó en el más breve plazo; había que establecer una sólida disciplina
para alcanzar el objetivo decisivo de lograr una obediencia ciega en el
momento oportuno, y la estableció con mano férrea, hasta llegar muchas
veces a la crueldad; y había, por fin, que dar a las tropas la indispensable
preparación que requerían sus operaciones militares y se la dió en cuanto fué
posible.
Como el servicio de exploración, para llegar a ser eficiente,
requiere una preparación relativamente larga que no podía obtenerse en el
breve plazo de gue él disponía, buscó ia manera de reemplazarlo por otro,
que siendo tan eficaz y requiriendo menos estudio, le permitiera aprovechar
las aptitudes de su gente, y empleó el espionaje, con el cual alcanzó los más
brillantes resultados.
Y fueron tan rápidos y efectivos, los progresos que los indios
hicieron en materia de instrucción y adiestramiento, que, cuatro años más
tarde, dieron motivo para que un cronista de la época se expresara así:
"Atacaron los indios en escuadrones cerrados; tan bien organizada la
piquería, como si fueran soldados alemanes muy cursados y expertos en
semejantes ocasiones". 3
Preparado ya así el ejército, el resto era tarea del general que lo
mandara y comenzó, por consiguiente, la obra de Lautaro.
El primer problema que tenía que resolver, era el de idear un
procedimiento de combate que ofreciera las posibilidades de contrarrestar la
eficiencta de las armas españolas. ¿Lo consiguió? ¡Acertó con el único que
existía! Por lo menos hasta hoy, a nadie se le ha ocurrido que por otros
medios se hubiera podido llegar a los mismos resultados,
2
El 23 de Abril de 1554 fracasó Lautaro en su ataque a.
Imperial porque "una gran tempestad de viento y lluvia, acom~ pafiada de
truenos y relámpagos, sembró la desorganización y el espanto entre los indios", y desistiendo
de su propósito, se volvieron a sus casas en completa dispersión", (Barros Arana, Tomo II,
Pág, 59)
3
Documentos Inéditos. Tomo XXVIII. Pág, 144
Viendo que de sus armas, casi del todo impotentes contra las
corazas españolas, no podía esperar la victoria, resolvió aprovechar su
superioridad numérica -el único factor que tenía a su favor- para producir el
agotamiento físico de los hombres y de los caballos enemigos.
Para alcanzar estos resultados fraccionó su ejército en numerosos
escuadrones 4 y los instruyó para alcanzar de elIos una eficiente y armónica
obra de conjunto.
Estudió en seguida el campo en que pensaba librar su primer
combate y proyectó en él la distribu, ción que convema dar a sus tropas para
alcanzar los siguientes pri!ll0rdiales objetivós:
1) Asegurar la sucesiva y oportuna intervención de sus diversos
escuadrones.
2) Obligar a los españoles a pelear en una dirección determinada
para alcanzar así, entre otros resultados, el de imponer a la caballería el pie
forzado de cargar siempre cuesta arriba.
3) Situar el teatro de la lucha en forma tal, que en cuanto se
produjera el rechazo de uno de sus escuadrones, la retirada se pudiera
efectuar sin el peligro de ser perseguido por la caballería enemiga.
4) Combinar y regir los movimientos de sus tropas de manera que,
producida la derrota de los españoles, no les quedara a éstos ningún camino
por donde practicar la retirada.
En forma impecable y con precisión matemática, se realizaron
estos cuatro objetivos, y tan perfectos fueron sus resultados, que permitieron
a Lautaro alcanzar una de las victorias más decisivas que registra la historia
universal.
¿De qué otro gran general puede decirse lo mismo, siquiera algo
parecido?
5
Algunos cronistas dejan constancia de que entre los soldados que
acompañaban a don P·edro de Villagra en 1563 iban ya muchos chilenos de nacimIento
(Barros Arana, tomo Ir, pág. 314).
6
Capitulo XVIII, página 109
7
Medina. Biblioteca Hispano-Chilena, tomo ir, pág, 38
8
Ult!mo desengaño de la guerra de Chile, Medina. BIblioteca Hispano-Chilena, tomo II. página 308
CAPITULO VI
LAUTARO EN ACCION
9
En el proceso de Francisco de Villagra, don Juan Gal'cés da ese número en su declaración (XXII, 13). La
mayor parte de los testigos dicen 150 y tantos; pero Cristóbal Vareja expresa: "Ciento e cincuenta e cuatro
hombres de a caballo e infantes muy bien armados e aderezados, y este testigo los contó por mandato del
dicho Francisco de Villagra en un alarde que se hizo".
los españoles calcularon en 100,000 hombres la fuerza de Lautaro. Esta es
una prueba concluyente de que las cifras sobre los efectivos araucanos, hay
que aceptarlas siempre con beneficio de inventario,
En un espacio tan reducido oomo el que acabamos de conocer, no
pueden combatir 10,000 hombres por· que no tendrían dónde tomar distancia,
avanzar, retirarse. relevar las tropas de primera línea, como lo hizo Lautaro,
etc,10 Lo más que podrÍa. concederse, es qué la fuerza de los araucanos fué
en esa ocasión de unos 4,000 a 5,000 hombres.
Otro ejemplo nos dirá hasta qué punto eran exagerados los datos
sobre las fuerzas enemigas, dados por los españoles.
En la batalla de Penco, Valdivia dió cuenta de haber sido atacado
por un ejército de 40,000 indios, que divididos en cuatro grandes unidades,
atacaron simultáneamente.
Por excepción, en este caso, los españoles se defendían tras una
empalizada, es decir, en un recinto que, dados sus escasos efectivos, no
puede haber sido de más de 100 metros por cada lado. Pues bien, las cuatro
unidades de 10,000 hombres cada una, atacando simultáneamente, no sólo
no se estorbaron, si· no que quedaron tan separadas, que le fué posible a los
españoles una contraofensiva en que las batieron aisladamente. En la
realidad, esto habría sido sensillamente imposible en tan reducido espacio.
Hecha esta digresión, pasemos a la narración de la batalla.
Villagra, ante el temor de que la cuesta que daba acceso a la
meseta se hallara ocupada por tropas enemigas, destacó una vanguardia de
30 a 40 hombres al mando de su maestre de campo, don Alonso de Reinoso.
No se había equivocado, pues al llegar a la mitad de la cuesta,
Reinoso tuvo que hacer frente a un impetuoso ataque que tropas emboscadas
le llevaron desde ambos lados del camino.
Como la misión de la vanguardia no era comprometerse a fondo,
comenzó a replegarse, tan pronto como le fué posible desprenderse de sus
enemigos, y poco más tarde, logró incorporarse al grueso de la columna.
Sin detenerse por este incidente, Villagra continuó su avance y a
las ocho de la mañana, después de rechazar muchos ataques parciales, logró
coronar la cumbre.
Con la mayor rapidez que le fué posible, tomó sus disposiciones,
fraccionando sus fuerzas, distribuyéndolas en el campo, fijando posiciones a
la artillería, etc.
Es de suponer que Lautaro recién terminaba también de ganar la,
posición con el grueso de sus fuerzas, que a ser de otra manera, no habría
dejado de atacar con más energía a la subida de la cuesta o cuando Villagra
tomaba sus primeras disposiciones.
Con todo, cuando apenas terminaban las tropas españolas de
tomar sus primeras colocaciones, el combate comenzó, partiendo de los
indios la iniciativa, con un impetuoso ataque.
10
Los testigos que comprueban el mando de Lautaro en Tucapel afirman también que durante toda su vida
permaneció frente a las huestes araucanas, Que mandó en Maríguefiu lo declaran, además. Martín
Hernández (XXI, .523) y Gabriel de Villagra (XXI, 558), Lo confirman Ercilla y Gongora de Marmolejo,
Como siempre, el resultado de este primer choque fué el rechazo
de los indios ante el ímpetu arrollador de los caballos y la mayor eficacia de
las armas españolas, Desgraciadamente para éstos, era su primera ventaja
un hecho ya previsto por Lautaro, como estaban tamhién previstos, los
sucesivos rechazos que tras ese se seguirían.
Derrotada la primera división, avanzó otra, que al ser a su vez
derrotada, fué relevada por una tercera, luego ésta por una cuarta, y así
sucesivamente: la táctica de Lautaro en plena acción.
Pasaron así las primeras cuatro horas de combate sin que los
indios dieran un sólo momento de tregua a los. fatigados españoles, que
careciendo de reservas y de tiempo para tomar un refrigerio, veían cómo,
paso a paso, los abrumaba el cansancio, decaía el vigor de sus caballos y se
raleaban las filas.
Entretanto, las tropas de Lautaro, descansando alternativamente y
recibiendo agua y alimentos que se les tenían listos a retaguardia, peleaban
siempre con renovados bríos, sin dar muestra alguna de fatiga 11.
Esto tenía que producir, forllosamente, un grave desaliento en las
filas españolas, pues la tropa se daba cueni a de que no hacía otra cosa que
prolongar su agonía, Y si la situación se mantenía, era, en gran parte, debido
al ejemplo de Villagra, que infatigable y valiente cual ninguno, combatía
constantemente en primera fila, estimulando y alentando a sus soldados.
Lautaro se dió cuenta, tanto de esta situación, como del efecto que
el ejemplo de Villagra producía y resolvió proceder directamente contra el jefe
español, lanzando contra él un poderoso grupo le soldados que provistos de
lazos (la nueva arma que había ideado) avanzaron gritando "al apo, al apo" (al
jefe).
El ataque surtió pleno ef'ecto, pues Villagra fué enlazado y
arrancado del caballo. Comenzaban ya los indios a arrastrarlo, cuando los
españoles que con él se hallaban, acudieron en su auxilio, logrando
rescatarlo. No impunemente, por cierto, pues perdió el caballo y la celada y,
además, salió herido12. Sin embargo, nada había adelantado Lautaro con este
golpe de audacia, porque, como si la herida no hubiera sino exacerbado su
valor, tomó Villagra un nuevo caballo y otra celada, y continuó luchando en
primera línea con redoblado empuje 13.
Y fué porque más que nunca era en esos momentos necesario su
valor y su presencia de ánimo, cuando ya los caballos no obedecían y cuando
sus soldados, extenuados, desmoralizados y los más heridos, se hallaban al
borde de la derrota.
11
Declaración de Alonso de Reinoso (XXI, 379)
12
Dice Martín Hernández en su declaración en el proceso de ViIlagra (XXI. 502): "arremetieron contra él y
lo pusieron a punto de muerte con un arma, al parecer no usada hasta entonces por los indios y cuyo uso en
aquellas circunstancias está manifestando la cercanía de los combatientes y la confusión de la lucha: le
echaron un lazo al pescuezo hecho con una pica y varas y cargaron muchos indios a tirar de la pica en que
estaba el dicho lazo y dieron con él en el suelo",
13
Declaración de Juan Garcés (XXII) 350),
Nada lograba atenuar el brío con que los indios luchaban sin mirar
los innumerables cadáveres que ya les costaba la batana, ni el enorme
éstrago que seguían haciendo las armas españolas, y muy especialmente la
artillería, a la cual las formaciones en masa de los indios ofrecían un blanco
ideal, afrontaban con imperturbable serenidad el peligro, y renovándose sin
cesar, ganaban paso a paso el camino de la victoria.
Se prolongó así la batalla hasta las cuatro de la tarde. Ocho horas
de combate, y de combate cuerpo a cuerpo, era más de lo que podían resistir
los espíritus más fuertes y los organismos más vigorosos, y llegó el instante
en que la retirada se impuso como necesidad impostergable.
Este era el momento que Lautaro acechaba ansiosamente para
asestar su golpe de muerte. Puso en acción su reserva y moviéndola con rara
habilidad, logró aislar a la artillería, que aunque estaba fuertemente protegida
por numerosos indios auxiliares, cayó íntegramente en su poder, después de
grandes destrozos, y después de la muerte de los 20 soldados españoles que
la servían 14. Se calcularon en 2,500 los indios auxiliares que murieron en ese
ataque; pero, sin la menor duda, este número es tan exagerado como el de
los 100,000 indios de Lautaro.
No hay para qué decir que con esta pérdida los españoles
recibieron el golpe de gracia.
Villagra dió la orden de retirada, indicando el camino por donde
creyó más viable la operación.
Si hasta ese momento, la actitud de Villagra fué digna de todos los
elogios, en adelante, agigantado por el desastre y por el generoso deseo de
salvar la mayor parte de su gente, su heroísmo y su pujanza, rayaron en lo
imposible.
Pocos ejemplos hay en la historia de un valor tan sereno y de una
resistencia tan tenaz a la fatiga, como lo que demostró Villagra en esa noche
triste dsue vida.
Ante otro adversario, la retirada no habría tenido nada de
extraordinario, pero ante Lautaro, se transformó en un problema casi
insoluble.
Y fué porque el caudillo indio, hombre dinámico por excelencia y de
extraordinaria clarividencia, junto con dirigir el combate, fué preparando la
hecatombe de los españoles, y trabajó con tanto acierto, que si no se operaba
un milagro, ninguno de sus enemigos había de salvar con vida, durante la
retirada.
Aprovechando su perfecto conocimiento del terreno, había hecho
barrear todos los caminos de retirada, colocando albarradas y otros
obstáculos que hacían imposible el paso, sin un previo trabajo de destrucción.
No contento con esto, en cada obstáculo colocó una fuerte guarnición
encargada de defenderlo, lo que significaba para los españoles, en el trágico
momento de la retirada, un triple esfuerzo que no se hallaban en situación de
realizar: defenderse de los perseguidores, derribar los obstáculos y resistir el
14
El maestre de campo, Alonso de Reinoso dice; "Cerraron con la artilleria e la ganaron e tomaron mucha
gente de a pie con ella (XXI, 379). Tomaron equivale a mataron, pues alll los indios no hicieron prisioneros.
ataque de los que defendían el paso. Agréguese a ésto el desorden
consiguiente a una derrota, el cansancio de las tropas, las heridas de los más
y la obscuridad en que los choques se producían, y se tendrá un cuadro
aproximado de la tremenda situación creada a las fuerzas españolas. Y
conste que todo esto fué ordenado y preparado por Lautaro durante la batalla,
pues los españoles no encontraron en su avance nada de lo que fué la causa
principal de su desastre, al efectuar la retirada. Previó la retirada, se dió
tiempo para dirigir la batalla y, simultáneamente, ordenó la construcción de los
obstáculos a retaguardia de los españoles, fijando las tropas que debían
guarnecerlos.
Iniciada la retirada, Villagra constituyó, eligiendo entre los que
mejor habían librado de la batalla, una retaguardia de unos 30 a 40 jinetes 15
y comenzó, con inauditos esfuerzos, el trabajo de contener a los indios
perseguidores.
Tal vez, dada las condiciones del terreno, la retirada se podría
haber producldo sin grandes pérdidas, si ya en plena noche no hubiera
aparecido la complicación de que las tropas eran atacadas también desde el
lado opuesto.
C¡uando a esto se unió la presencia de los obstáculos que
oerraban el camino, el repliegue se detuvo, y a Villagra, que se debatía
desesperadamente por contener la persecución, le llegó la noticia de que sus
tropas no podían avanzar más. Galopó entonces hacia la vanguardia y al ver
una albarrada que en vano sus soldados trataban de forzar, lanzó contra ella
su caballo a toda la velocidad que le fué posible y logró derribarla 16.
Este fué el milagro que se necesitaba para salvar los restos del
ejército español, pues a no producirse ese hecho, a las tropas les habría sido
forzoso continuar por otro camino que de allí se desprendía y que las habría
conducido a un precipicio, donde ya las esperaban los indios para consumar
la hecatombe,
La retirada continuó y Villagra regresó a la retaguardia, donde llegó
a. tiempo para rescatar a un soldado que, aislado y acosado por los indios,
estaba a punto de sucumbir.17
Todavía por algún tiempo se prolongó el desesperado esfuerzo de
los español'es para desprenderse de sus tenaces perseguidores, lo que al fin
se consíguió, gracias a la incansable actividad de Villagra y a su serena
dirección.
Cerca de la media noche, los restos deshechos del ejército español
pudieron llegar al Bío-Bío, donde por suerte se hallaban aún las
embarcaciones que habían servido en la marcha, de avance.
Hasta el último momento fué Villagra el héroe de la jornada, Vigiló y
dirigió el embarque de sus tropas y sólo cuando ya todo estaba en salvo,
15
Es el número que fija Alonso de Reinoso en su declaración (XXI, 320 )
16
"e tizo un portillo", por donde pasaron los que allí habla", (Cristóbal Varela, XXI, 329, Y Alonso de
Reinoso, XXI, 381)' (2) Declaración de Martín Hernández (XXI, 504),
17
Declaración de Martín Hernández (XXI, 504)
pasó, él, el último de todos 18.
Fué tal el esfuerzo desarrollado por los españoles en esta retirada,
que a pesar de la oposición que los indios presentaron y a pesar de las
barreras, del cansancio, del hambre y de hallarse casi todos herídos, en las
solas horas que mediaron entre la caída de la. tarde y la medianoche,
recorrieron los cuarenta kilómetros que separan el campo de batalla del río
Bío-Bío.
De los 154 soldados que entraron en acción, 88 habían caído en la
refriega y de los 66 salvados, casi todos estaban heridos, algunos de tal
gravedad, que 5 de ellos murieron poco después. De las bajas entre los indios
auxiliares la historia no hace mención; pero es lo más probable que casi todos
hayan caído en el combate, ya que ellos eran la verdadera carne de cañón (si
se me permite la expresión).
Tuvo esta batalla la particularidad de haber dado origen a la única
crítica que los historiadores han hecho a las campañas de Lautaro: la de no
haber destruído las embarcaciones que aseguraban en el Bío-Bío la retirada
de Villagra.
Encontramos muy discutible la justicia de esta crítica.
La hallaríamos bien fundada, si Lautaro no hubiera tomado las
necesarias medidas para cortar la retirada a su enemigo; pero sabiendo como
sabemos que las tomó de tal eficiencia, que fué un milagro que no lo
consiguiera, la crítica pierde mucho de su valor.
Era, a la verdad, difícil imaginarse que un enemigo en derrota,
pudiera salir bien librado de una retirada en que el camino se hallaba
completamente obstruído y defendido por numerosas tropas, Lautaro creyó
que estas medidas le daban la suficiente garantía de éxito, eso fué todo. No
contó con los prodigios de valor, resistencia y serenidad de que iba hacer gala
Villagra.
Aquí termina lo que se conoce con el nombre de Primera Campaña
de Lautaro.
18
Cuando poco más tarde Villagra fué procesado, los que se hallaban presentes en esta batalla
no supieron negarle el testimonio de su admiración y entre otras cosas dijeron:
"Uno de los más valerosos y animosos hombres que se pudo ver" (Martín Hernández), "Cree este
testigo que si estuviera Cipión no pelearía inejor que el dicho Villagra" (Declaración de Diego de
Arana. XXI, 221).
CAPITULO VIII
20
Barros Arana, tomo II. pagina 74.
21
Así lo afirman, en informacfones de servIcios, Juan Martínez de Leiva (XVI, 68) Y Diego Dlaz (XXV, 253).
Otros informantes hablaron de 19. 23. 24, 27 y hasta 30.
CAPITULO IX
Con lo hasta aquí narrado, hay, ya base suficiente para que hasta
los más escépticos se vean forzados a reconocer que en Lautaro se reunían
excepcionales condiciones de hombre de guerra. Inventiva, rápidas
concepciones, clarividente precisión y tenacidad inquebrantable para lograr
sus propósitos, fueron sus principales características.
Sentado esto, desconcierta, al continuar el estudio de sus
campañas, su continua pérdida de ocasiones para terminar con la dominación
española.
El completo desconocimiento que tenemos de lo que ocurría en el
lado de los araucanos, hace, como ya dije, que sólo a priori podamos juzgar
los acontecimientos que entre ellos se producían.
De esos acontecimientos se desprende, que después de
Marigueñu la situación interna de Arauco cambió radicalmente. Intrigas y tal
vez envidias de los que se creían tan capaces y aún más dignos que Lautaro
de asumir el mando supremo, lo hicieron caer en desgracia entre los ancianos
caciques que dispensaban el poder, y así se vió que pasaron muchos meses,
que fueron de espléndida oportunidad, sin que el extraordinario caudillo
tomara ninguna iniciativa.
Y cuando la necesidad lo impuso, cuando ya no fué posible
prescindir de él, si no se querían perder todas las ventajas ganadas, se le dió
apenas un ejérdto de 2,000 a 4,000 hombres, a todas luces pequeño para
tomar la ofensiva contra un ejército superiormente armado y reforzado con
numerosos indios auxiliares.
Esta situación se fué agravando poco a poco, y ya en la tercera
campaña, se le vió salir de Arauco acompañado de sólo un puñado de
hombres ,y, con el propósito de ir reclutando gente de otras tribus para formar
un ejército. l
Claramente se ve que Arauco le negaba su concurso. ¿Por qué?
Eso es lo que no se sabe y lo que sólo es dable conjeturar.
Una característica del pueblo araucano, fué el acendrado amor a
su tierra y su absoluta falta de espíritu de conquista.
Aunque fué en América durante siglos un guerrero invencible,
jamás dió un paso fuera de sus fronteras en busca de nuevos territorios con
que ensanchar sus dominios: no fué, pues, un pueblo conquistador.
La proposición de Lautaro de marchar sobre Santiago, rompía esta
tradición y no es, por eso extraño, que haya encontrado seria resistencia entre
los ancianos y en toda la tribu.
Esta podría ser una explicación a las dificultades que encontró en
Arauco, para reclutar la gente que le era necesaria para dar forma a la genial
idea de ir a golpear a su adversario en pleno corazón.
Plan de tan alto vuelo estratégico, no fué comprendido por los
indios y dieron con ello origen al fracaso y a la muerte de Lautaro.
De qwe ésta fuera la verdadera explicación no cabría la menor
duda, si no existiera el antecedente de que cuando se presentó la necesidad
de atacar a Coricepción, al ser repoblada por los españoles, tampoco
respondió Arauco en la forma que habría sido necesaria.
Ya en esa época Lautaro comenzó a sentir que sus compatriotas lo
abandonaban.
Este, no resignándose a la inactividad, mientras su patria se veía
invadida, continuó en sus esfuerzos de arrojar a los españoles, valiéndose de
cuanto indio podía reclutar en otras tribus.
Naturalmente que esto no era fácil, pues carecía de la necesaria
autoridad para levantar ejércitos fuera de las fronteras de Arauco. A falta de
autoridad, Lautaro empleó la fuerza, el rigor y hasta la crueldad, y éste fué el
origen de su pérdida.
Los indios agráviados, fueron concibiendo poco a poco tal terror
por Lautaro, que llegaron a temerlo más que a los españoles y no pensaron
sino en librarse de él.
Hecha esta aclaración, será ya más fácil explicarse los sucesos
posteriores.
Agotando los medios de persuación, primero, y recurriendo a la
fuerza, después, fué Lautaro, poco a poco, engrosando las filas del pequeño
ejército con que salió de Arauco en Juio de 1556, y cuando ya llegó a la zona
peligrosa, para apoyarse más sólidamente en el terreno, comenzó a construir
recintos fortificados (pucaraes), en uno de los cuales fué atacado por don
Diego del Cano.
Había éste salido de Santiago, a fines de Julio, con la misión, dada
por Villagra, de avanzar al sur con catorce jinetes para contener la actividad
que, según noticias recibidas, desplegaban los indios araucanos. iCatorce
jinetes! i Con qué rapidez se habia, olvidado Villagra de'Tucapel, Marigüeñu y
Concepción!
Al llegar al Mataquito, supo del Cano que Lautaro había pasado el
Maule en marcha hacia el norte y sin arredrarse avanzó contra él.
Logró atacarlo por sorpresa y su osadía tuvo al· principio una
compensación, pues, ausente Lautaro, logró penetrar en el pucará, poniendo
en serias dificultades a la guarnición. Pero no le duró mucho la ventaja,
porque muy luego llegó Lautaro, restableció el orden e hizo cambiar la faz de
los sucesos. El resultado de esta loca aventura fué la muerte de uno de los
españoles, apellidado Barrera, y la precipitada fuga de los restantes, casi
todos heridos.
La primera medida de del Cano, después de este fracaso, fué dar
cuenta a Villagra por medio de un propio, de todos los detalles de la acción.
Volvió en sí Villagra con estas noticias y tomándole el peso al peligro que
entrañaba para Santiago la marcha de Lautaro, impuso a cada vecino de la
capital la obligación de proporcionar de uno a tres hombres de guerra con
armas y caballos, -o, en subsidio; $ 100 en dinero 22
Logró así reunir 50 jinetes bien armados y los colocó a las órdenes
de su primo, don Pedro de Villagra, que le inspiraba plena confianza 23(1).
Sin pérdida de tiempo, se puso éste en marcha hacia el sur, en
busca de Lautaro. Encontró en su camino a del Cano, que herido y seguido
de varios soldados también heridos, se encaminaba hacia, Santiago.
Después de recibir todas las informaciones que éste le pudo dar,
Villagra continuó su marcha hacia Peteroa, donde esperaba encontrar a
Lautaro. Lo encontró, en efecto, sólo dos leguas más al norte del punto en
que había vencido a del Cano.
Las pocas tropas de que el caudillo indio disponía lo obligaban a
este avance lento y saltando de pucará en pucará.
El fuerte en que ahora se encontraba era mas reforzado que el
anterior. Lo había apoyado en un pantano, rodeándolo en seguida de pozos
de lobo y albarradas,
Haciendo honor a sus antecedentes, Villagra no vaciló en atacar
con todo vigor y poniendo en acción a toda su gente.
Tan enérgico fué el choque, que toda la primera línea de Lautaro
fué rechazada; pero muy luego logró éste rehacer sus huestes y
contraatacando con total resolución, arrolló a los españoles y los expulsó del
pucará.
Villagra no se desalentó por esto, y después de un corto descanso,
volvió al ataque con nuevos bríos.
No fué esta vez más afortunada. Bien apercibido ahora Lautaro, lo
obligó a retirarse, después de hacerle sufrir un nuevo quebranto24.
Hay que imaginarse lo escasas que serían las fuerzas de Lautaro,
cuando, no sólo prescindió de la ventaja alcanzada, sino que, aprovechando
la protección de la noche, inició cautelosamente su retirada 25. Cuando
Villagra se dió cuenta de ello, era ya demasiado tarde para iniciar la
persecución.
22
Declaración de, Juan Jufré
23
Alfonso Hidalgo (XXI, 236) y Diego Cano (XXI, 368) dan este número: Juan Jufré (XXII, 504) da 44 mas o
menos y Alonso Escobar (XXII,529) los reduce a 40 más o menos)
24
DeclaracIón de Alonso de Escobar y Diego Cano (XXI, 367)
25
id
De esta actitud de Lautaro se puede lógicamente deducir, que
había fracasado en su intento de constituir un ejército capaz del objetivo de
llegar a Santiago y que se retiraba con el propósito de reforzarlo más al sur.
Tan pronto como Villagra sufrió el primer rechazo, pidió al
Gobernador que le mandara refuerzos, pedido que fué inmediatamente
atendIdo con el envío de 32 hombres, que avanzaron a las órdenes de don
Juan Godinez 26.
Aún con este refuerzo, Villagra no se resolvió a salir detrás de
Lautaro, sino que juzgó más prudente regresar a Santiago en busca de un
descanso que ya necesitaba, y para curarse de las heridas, que tanto él como
su gente, habían recibido.
Dejó a Godinez y a sus 32 hombres, encargados de mantener el
contacto con los indios.
Tres días después de la partida de Villagra, algunos indios que ya
comenzaban a traicionar a Lautaro, le llevaron a Godinez la noticia de que
aquél se hallaba a unas doce leguas al sur, ocupado en un recIutamiento
forzoso en que no rehusaba medios para conseguirse adeptos. (haciendo
grandes daños a los naturales), lo que prueba que no contaba con ellos.
Al llegar Godinez a Guaquila, encontró a un cacique amigo que se
ofreció para espiar a Lautaro, ansioso de vengarse, porque el caudillo
araucano, sólo el día antes, le había hecho pedazos a su padre. Cum~pliendo
su palabra, salió esa misma noche y después de andar 10 leguas bajo "una
gran tempestad de agua", regresó con noticias sobre Lautaro.
Como se hallaba fuera del territorio araucano, encontraba Lautaro
serias dificultades para engrosar su ejército y se veía obligado a emplear
medios violentos y aún crueles, con grave perjuicio de su propia causa.
El primer efecto de esta dura política, que las circunstancias le
impusieron fué el c'omplot que los indios formaron para espiar y comunicar a
los españoles los movimientos de Lautaro. De aquí que Godinez, desde ese
momento, se encontrara constantemente informado de todo lo que le
interesaba.
Supo así, que las hopas de su adversario, seguramente para
facilitar la alimentación, se encontraban repartidas en varias aldeas y
aprovechando ésta, para él, ventajosa situación, cayó sobre una de ellas
donde chocó con 150 indios que se le opusieron valientemente. Perdió allí
Godinez un soldado y varios caballos, pero al fin derrotó a los indios, después
de matar cerca de ciento27.
Tras esta victoria, Godinez se replegó prudentemente ante el temor
de que apareciera Lautaro, medida muy acertada, pues una hora más tarde
"llegaron más de mil lanzas, que a cogerlo antes en la mala tierra, no quedara
hombre vivo".
El completo fracaso del reclutamiento que había intentado, obligó a
26
Alonso de Escobar (XXII, 529) y Alonso López de la Raygada (XXVI, 47)
27
"Y se mataron hasta 1()0 in.dios, poco más o menos", según Alonso de Escobar; má,s de, 80, 'según
López de la Rayga~ da (XXVI, ~7) Y entre 60 é5 70, los más de ellos capitanes, según Alonso Alvarez <-
XX!:I. 594)
Lautaro a continuar su repliegue y se retiró al sur del Maule, tal vez en la
esperanza de poder engrosar allí su ejército. Renació con esto la tranquilidad
en Santiago, y pudo ya Villagra dedicarse a la preparación del ejército que
necesitaba para conjurar la sublevación que veía venir.
CAPITULO X
29
Góngora de Marmolejo, capítulo XXII
30
Herrera: Década VIlI. Libro VII. capítulo 8
vuelto la espalda, transformando en enemigos suyos a todos los indios de la
región.
Por éstos supieron los españoles todo lo que a Lautaro se refería y
les fué fácil sorprenderlo en su pucará. Veamos cómo.
Al llegar al Mataquito, recibió ya Villagra la noticia de que Lautaro
se hallaba en Peteroa 31, punto del cual sólo lo separaban unas tres a cuatro
leguas y un cordón de cerros, providencialmente colocado para servirle de
pantalla en su movimiento de aproximación.
Junto con ésta, recibió la noticia de que, a no mucha distancia, otra
partida de españoles iba tras el mismo objetivo de atacar a Lautaro 32,
Alentado con esta noticia, Villagra envió inmediatamente a Juan Ruiz, con la
orden de decir a Godinez (a éste se refería la noticia) que sin pérdida de
tiempo tratara de juntársele 33.
Mientras Godinez llegaba, Villagra ocultó su tropa en un bosque.
En la misma noche Godinez alcanzó a juntarse con Villagra. Con
este refuerzo, las tropas españolas. sumaron 57 soldados, 5 arcabuses y, por
lo menos, 400 indios auxiliares 34, Para tal fuerza, eran bien poca cosa ~s 800
indios de Lautaro 35.
2.-Combate de Peteroa
DESPUES DE LAUTARO
36
Declaración que dió en la probanza de servicios de don Garcla de Mendoza y Manrique (XXVII, 114),
CAPITULO XII
GENERALES ARAUCANOS
39
Gay. tomo 1, pág. 485.
40
Maestre de campo lué un graao militar que nació en el siglo XVI y que correspondió al comandante de un
tercio, unidad equivalente más o menos a un batallón; pero en la cual el Jete, maestre de campo, estaba
revestido de atribuciones especiales. Duraron estos maestres hasta 1704, en que Felipe V suprimió los
tercios, cambiandolos por regimIentos de 12 compañias.
Diciembre de 1562 y principios de Enero de 1563 41.
Con el objeto de infundir confianza a los españoles para que se
lanzaran resueltamente al ataque, Antuhuenu colocó bastante a vanguardia
de su reducto, numerosas, pero débiles fracciones de tropas, con la misión de
retirarse atemorizadas, después de ofrecer sólo cortas resistencias.
Cayeron los españoles en el lazo que así les tendió Antuhuenu y
llevados por su valor e impetuosidad, perdieron toda prudencia y avanzaron
violentamente.
Era lo que el toqui deseaba, para sacar el mayor provecho de los
pozos de lobo con que había sembrado todo el frente de su pucará, pozos,
que cuidadosamente había hecho mimetizar con ramas, tepes y pasto.
Unos tras otros, fueron cayendo varios españoles en esos pozos,
de los cuales no se libraron ni siquiera Villagra y Altamirano. A VilIagra la
caída le fué fatal, pues acto seguido un indio le dió un lanzaso en la boca, que
poco después le produjo la muerte. Altamirano salvó, tal vez, porque fué
socorrido a tiempo.
"Yendo el primero Altamirano, fué la primera víctima de la celada
del indígena. Sin ver el engaño, cayó en un hoyo hecho a manera de
"Sepultura" tan hondo como una estatura de un hombre y tras él cayeron
muchos en otros hoyos, de tal suerte que, como los indios les tiraban muchas
flechas y los alcanzaban con sus lanzas, no podían ser bien socorridos" 42.
El primero en atacar fué el capitán Gómez de Lagos, como lo fué
también en ser rechazado; pero eso no obstó, a que, rehaciéndose, volviera a
atacar, obligando a los indios a buscar refugio detrás de las trincheras de las
cuales recién habían avanzado.
Este fué el momento en que intervino Villagra, lo que indujo al
soldado Gregorio Cabrera a gritar imprudentemente: "A ellos que huyen". No
necesitaron más los impulsivos españoles, para avalanzarse ciega y
desordenadamente hacia las trincheras, salvarlas y caer en un entrevero
mortal, que costó la vida de 18 españoles y de más de 60 indios auxiliares.
Ante tan doloroso fracaso y viendo que en todo el frente los
españoles salían rechazados, Altamirano y Lagos, con todos los hombres que
pudieron salvar, se precipitaron por los despeñaderos del llano, de Colcura,
siguiendo por ahí ,su retirada.
A muchos españoles, sin embargo, no les fué posible hallar camino
para retirarse y viéndose acorralados dentro del pucará, no les quedó más
arbitrio que resolverse a vender caras sus vidas.
Entre ellos, el destino le reservó acl hileno, Pedro Cortés, la parte
más gloriosa, pues ignorante de la suerte que habían corrido Villagra y
Altamirano en la parte opuésta del pucará, le correspondió, a ia cabeza de
sólo 14 hombres, resistir el peso a brumador de numerosos indígenas que lo
atacaron corajudamente.
41
Según Barros Arana entre fines de Enero y principios de Febrero de 1563. Según don Francisco Encina
el 16 de Enero de 1563.
42
Francisco de Villagra".,...por don Crescente Errázuriz.
Lo acompañaban, además, algunos indios auxiliares y Agustín
Hernández, quien, viendo hasta qué punto era desesperada la situactón, le
aconsejó tirarse por el despeñadero de ese flanco 43.
A esta proposición contestó el joven Cortés: nos retiraremos
peleando y, no haya aquí más voz que la mía, ni nadie se rinda; la muerte o
una honrosa salvación!" 44
Ayudado por su íntimo amigo Francisco Pérez, también chileno,
salvó la vida cuando, muerto su cabaIlo, habría sido ultimado sin piedad, si
Pérez no lo coloca a la grupa del suyo.
Luchando sin tregua durante las cinco horas que le costó bajar de
la meseta, llegó a las inmediaciones de la ensenada de Chivilingo, con sólo
Pérez y Gonzalo de Salazar, pues todos sus otros compañeros habían ya
caído. En este momento nuevos enemigos salieron a su encuentro y (cedo
aquí la palabra a don Claudio Gay) "el caballo de Pérez se atasca en un
barrizal; algunos indios se adelantan contra los fugitivos; salta en tierra el
generoso Cortés, pues no quiere ser causa de que por él perezca su amigo;
acomete furioso a los araucanos más adelantados, tiende a dos de ellos con
su espada, deteniéndose los otros a la vista de tal acción, y como Pérez ha
salido del atolladero, como la fortuna pone delante un indio auxiliar a caballo y
con un niño español, Cortés se revuelve alarga el niño a Pérez, salta en la
cabalgadura del auxilar y se salvan todos llegando a Arauco el adalid chileno
con ocho terribles heridas, de las que ni siquiera había cuidado, durante su
maravillosa resistencia"45.
Así terminó el encuentro entre el joven genenI Villagra y el
destacado caudillo Antuhuenu.
Los españoles lo habían atacado con 90 soldados y 500 indios
auxliiares 46 (yanaconas) y habían perdido, además de su general, 47
soldados, gran número de caballos y de armas y muchos indios auxiliares 47.
Narraron detalladamente esta batalla Mariño de Lobera (libro II,
Cap. 15) y Góngora de Marmolelo (Cap. 36).
Realizada esta hazaña, Antuhuenu se lanzó contra la plaza de
Arauco, defendida por el famoso capítán español, don Lorenzo Bernal,
hombre de tan sobresalientes condiciones militares, que mereció el honor de
ser conocido con el apodo de "El Cid Ruiz Díaz de Chile".
Hay que hacer resaltar estas condiciones, porque nos van a servir
para aquilatar las que adornaban a Antuhuenu.
Como expugnar sin una larga preparación la plaza de Arauco, era
43
Este detalle nos pone de manifiesto que, por lo menos, ese flanco del reducto estaba apoyado en un
despeñadero.
44
Gay, tomo I, pág. 501.
45
Tomo l. Página 502
46
Barros Arana, tomo II, pág. 314.
47
Gay, tomo l. pág. 502. Según el Sr. Encina murieron 42 y el resto salvó sin armas ni bagajes.
operación superior a sus fuerzas, Antuhuenu resolvió ponerle sitio y hecho
esto, tomó la más inesperada y extrana resolución que pueda uno imaginarse:
retó a duelo singular al famoso capitán Bernal.
¿Debía aceptar Bernal? Sus antecedentes de hombre esforzado,
valiente y maestro en el manejo de las armas, lo impulsarían seguramente a
no rehuír situación tan definida; pero, ¿qué garantías de hidalguía,
caballerosidad y corrección (condiciones fundamentales de un caso tal) podía
ofrecerle un salvaje de la edad de piedra? ¿No se exponía a caer en una
celada, a ser golpeado a traición, etc.?
Pesadas estas consideraciones, a nadie podría extrañar que Bernal
se negara a aceptar el reto, fundándose en que el adversario no era digno de
cruzar sus armas con él; pero más pudieron en el adalid español sus ímpetus
y arrestos de guerrero y sin vacilar, recogió el guante.
Cabe aquí preguntar, ¿de dónde ese salvaje de la más primitiva
cultura, sacaba esos instintos caballerescos y en qué fundaba su creencia de
que podía competir con un guerrero tan diestro en el manejo de las armas,
como era Bernal? .
¿Cuál tenía que ser el resultado fatal de un duelo semejante?
Sabemos que era ocupación preferente de los araucanos el ejercicio de las
armas; pero de nada vale ese ejercicio si no se realiza bajo la dirección de
maestros que exploten la experiencia de varios siglos. La esgrima es un arte
que se perfecciona acumulando experiencias.
Iba a realizarse, pues, el duelo más extraño y, según todas las
probabilidades, el más desigual.
Se convino en que los adversarios concurrirían al campo del honor
acompañados de igual número de testigos o padrinos cada uno y que el duelo
tendría lugar en la planicie que separaba el fuerte de las tropas de Antuhuenu.
El resultado de la lucha se conoce; pero, por desgracia, no ha
llegado hasta nosotros ninguno de los detalles. Nada sabemos de las armas
que emplearon, ni de si se batieron a pie o a caballo.
Oigamos la relación que de duelo tan singular, hace el padre
Miguel de Olivares: "Lidiaron en un lugar llano y descubierto igualmente
distante de la plaza y de los reales enemigos, asistido cada cabo 48 de igual
número de soldados para precaver algún trato doble; pero como batallasen
largo tiempo sin conocerse ventaja de parte de alguno de los combatientes se
metieron por medio los soldados de ambas naciones, de común
consentimiento y los separaron sin disgusto de ellos, que habían conocido
mutuamente que no les sería fácil la victoria; y que era peligroso aspirar más
tiempo a conseguirla".
Tan extraño como inesperado resultado, sirve para formarse una
idea de los puntos que calzaba en materia de valor, destreza e hidalguía, el
gran caudillo araucano.
Resuelto así el lance, las cosas volvieron a su primer estado y el
sitio continuó hasta que Bernal, viendo que no podía esperar auxilio de
Concepciqn, porque el gobernador se hallaba allí, a su vez, estrechamente
48
Caudillo, capitan, jefe.-<N. del A.)
asediado por el toqul Antunecul, resolvió abandonar el fuerte, aprovechando
las tinieblas de la noche. Antuhuenu habia conseguido así una victoria más.
Pero no iba a ser éste el último encuentro ele esos dos caudillos.
Poco tiempo después, resolvió Antuhuenu construir un pucará en la
confluencia de los ríos Bío-Bío y Vergara. Para dar más fuerza a este reducto,
Antuhuenu lo hizo apoyar en fosos y terraplenes, construídos especialmente.
El cabildo de la ciudad de los Confines, viendo en este pucará una
amenaza para su tranquilidad, dió al capitán Bernal orden de atacarlo.
Avanzó Bernal a la cabeza de 50 soldados españoles y 400 indios
auxiliares y una vez en las vecindades del fuerte, con prudencia muy
laudable, en vez de lanzarse inconsideradamente al asalto, ordenó un
reconocimiento a fondo de la posición y de sus alrededores.
Pudo así convencerse de que el pucará estaba bien dispuesto y
bien guarnecido y que se hacía necesario contar con el apoyo de una pieza
de artillería y de algunos refuerzos.
Sólo cuando ya estos elementos se hallaron a sa disposición,
Bernal resolvió el ataque y lo hizo, según dice Carvallo y Goyeneche, yendo
hacia la fortificación "con buen orden". y luego agrega: "Puesto a distancia de
500 pasos, dispuso hacerle ataques falsos toda la noche para que
consumiesen todos los cartuchos que tenían, y le salió bien, porque el fuego
que hicieron fué sin efecto. No sabían todavía usar los arcabuces y más bien
les servían de embarazo que de defensa" .
Nada tiene de extraño - y ya se dijo- que en los primeros años los
indios hallaran serias dificultades para el acertado empleo de los arcabuces,
no sólo porque nadie se lo había enseñado, sino porque ni era fácil ni corto el
aprendizaje. Algo semejante les pasó al principio con los cañones.
El desenlace de esta jornada fué determinado por un incidente
pueril que revela, que pone de manifiesto, cuán grande era la ignorancia y
cuán grande la superstición de los indios araucanos.
Ocurrían estos hechos el 25 de Marzo de 1564 y, al amanecer
-según refiere Carvallo y Goyeneche-"pasó una zorra entre el pucara del
Vergara y el campamento español y que un perro de Cortés le dió caza".
Incidente de tan poca importancia para gente de mediana cultura,
fué para el desdichado Antuhuenu, de las más fatales consecuencias.
Lo juzgaron los indios de mal agüero para su causa y ni las
exhortaciones del caudillo, ni el ejemplo que les dió lanzándose
denodadamente a la lucha "puesto a caballo y blandiendo una lanza", fueron
capaces de devolver el aliento a esos indios desmoralizados por la más
desatinada superstición.
A pesar de todo y a pesar, especialmente, del decidido empeño
que los españoles pusieron en tomarse el pucará, pues era para ellos la
derrota araucana; de vital importancia en esos momentos difíciles porque
atravesaba la conquista, pudo tanto la energía con que Antuhuenu dirigió el
combate y el ejemplo que dió con su valor, que la lucha durante mucho
tiempo, se mantuvo indecisa.
Continúa la narración del combate, Carvallo y Goyeneche,
diciendo: "Muchos araucanos eran ya muertos, pero también habían caído no
pocos auxiliares y estaban heridos 20 españoles. Conoció Bernal que por el
lado del sur cargaba doble número de araucanos y conoció debilidad por allí,
y dirigió los" ataques contra aquél, con su esforzado brazo. Defendió este
punto un valiente capitán de los araucanos, que no le cedió sino con el último
aliento. Muerto éste, desampararon la brecha y entraron por ella los
españoles, conduciendo los horrores de la muerte por donde pasaban.
Amedrentados los araucanos se tiraron muchos al río Vergara, para conservar
la vida, repasándolo a nado. "Lo advirtió Antuhuenu y con tanta entereza
como presencia de ánimo, dió voces llamando por sus nombres a los
capitanes que huían, y pidiéndoles que no lo desamparasen. Mucho pudo
aquel hombre con la energía de su voz y volvieron a la batalla, pero ya fué a
destiempo, porque aprovecharon los españoles aquel momento y se declaró
por ellos la victoria" .
Don Claudio Gay narra así la última fase de esta batalla:
"Ya se habían gastado en la pelea más de dos horas, y
considerables estragos traían hechos las armas de los dos partidos, cuando
Lorenzo Bernal, que con singular bizarría se obstinaba en romper el flanco
enemigo, advirtió cómo éste cargaba en masa a la parte que él quería forzar,
dejando casi descubierto el frente; resolviéndose con la celeridad del rayo,
cargó tan repentino sobre el punto flaco, que con los suyos y gran número de
auxiliares penetró al recinto, corre entonces a resolver la contienda el cuerpo
de reserva, entra en los indios la confusión, el campo se convierte en una
espantosa carnicería, en vano el animoso toqui pretende contener a los
fugitivos que a docenas se arrojan en las aguas del Vergara, para asegurar
sus vidas en la opuesta margen; en vano acaba por sí mismo, y con algunos
cuerpos y capitanes disciplinados hechos de sin par gallardía, porque al cabo
cantan victoria los conquistadores; los auxiliares la vociferan con feroz alegría,
y Antuhuenu ya solo, ya desesperado, se arroja al Bío-Bío, que, como si de
parte del dichoso vencedor estuviera, apagó un espírítu de brillante porvenir,
la vida de un guerrero que supo sustentar ilesa la libertad de su, patria, la
gloria de las armas araucanas, con su juventud nueva y aún no hecha a la
maestría y superior poder de las del audaz conquistador". (Historia de Chile,
Tomo I, Página 522).
Parece que la derrota afectó profundamente el ánímo de
Antuhuenu y que no quiso sobrevivir a ella, pues no de otro modo se explica
que un hombre de tantas aptitudes físicas y buen nadador, como eran todos
los araucanos, se hubiera ahogado al atravesar el río Bío-Bío.
Terminó así la vida de un gran general araucano, de uno de los
muchos que ilustraron con sus hazañas, la brillante historia militar de esa
desconocida tribu de Arauco.
CAPITULO XIII
LONGONAVAL
49
Barros Arana escribia Saravia. Creo que lo correcto es con b (Gay).
una seria resistencia, se retiraron paulatinamente hacia las regiones más
escarpadas de la sierra, evitando así la persecución de la caballería.
Ante esta dificultad, en realidad insalvable, Avendaño optó por
retirarse para dar cuenta de lo poco que había visto.
Tan pobre resultado en la expedición, molestó mucho al
gobernador, atribuyéndolo tal vez a poca resolución o iniciativa de parte de
Avendaño.
Mariño de Lovera dice que Avendaño, al cual nombra Miguel de
Velasco, fué enviado con 90 hombres de a caballo y que a su regreso el
gobernador "lo reprendió con palabras ásperas y coléricas por haberse vuelto
como se fué, diciéndole que cuando no hallara enemigos, que había que
pelear con los árboles, por no hacer viaje en vano; lo cual sintió harto don
Miguel aunque disimuló, no dando respuesta a quien tanto respeto se le
debía".
Tras esto y tal vez para dar una lección a sus capitanes sobre la
manera de combatir a los indios, Bravo de Sarabia dió orden de que todo el
ejército se moviera inmediatamente en dirección de Catirai.
Gay dice que en esta ocasión, el ejército español se componía de
260 españoles y 500 indios auxiliares 50.
Habiéndose puesto en marcha -el ejército español, el 7 de Enero
de 1569, al amanecer del 8, se halló frente a la posición araucana,
recientemente reforzada.
Encontró a Longonaval completamente apercibido, después de
haber hecho un gran acopio de piedras "gruesas como membrillos", dice
Góngora de Marmolejo, y de haber recibido el refuerzo de tropas que le llevó
el toqui, Millalelmo.
Describe la posición Góngora de Marmolejo diciendo: "El fuerte que
tenían era un alto cerro, delante del hacía un poco llano; por los demás lados
al derredor tenía laderas que el fuerte las señoreaba, y una quebrada grande,
y por junto al llano tenía una puerta, por ella entraban los indios y salían".
El ataque al fuerte de Catirai comenzó (8-1-1569) cuando ya el
calor del sol principiaba a hacerse sentir con bastante intensidad y a lo largo
del camino zigzagueante y polvoroso, que en fuerte pendiente nevaba hacia
la cima del cerro.
Iba adelante la fracción que comandaba el capitán Avendaño y a
retaguardia la del general Ruiz de Gamboa. (Bernal había quedado como
gobernador en Concepción) .
Longónaval los dejó avanzar hasta el pie mismo de la posición y
sólo entonces, poniendo repentinamente en acción numerosa tropa y a la vez
las piedras de que ,en gran cantidad disponla, lanzó tan poderoso
contraataque, que las tropas españolas se desconcertaron, no tanto por las
piedras de las cuales no sabían cómo defenderse, como por el envolvimiento
de que se vieron objetó.
Asustados los caballos, se hicieron indóciles, siendo Avendaño la
primera víctima de esta indocilidad, pues fué llevado por su caballo al centro
50
Hlstoria de Chile, tomo II, pág. 45.
mismo de un grupo de guerreros enemigos, de donde difícilmente fué
rescatado.
"Ni el arresto de los españoles (dice Gay en la página 47 de su
tomo Il) igualmente. que el de sus auxiliares; ni la presencia de ánimo de los
jefes Velasco y Cortés; ni la temeridad de Francisco Hernández Rondón,
penetrando más de cien pasos el campo araucano, del que arrancó un
español que allí tenían prisionero, nada bastó a contener el empuje de· los
indios, y fué preciso declararse en retirada, con la sensible pérdida de 44
españoles y 100 auxiliares que tendidos quedaron en el pecho de aquel
Hadario 51 e imponente cerro".
Un envolvimiento ordenado por Avendaño (a quien Gay y Barros
Arana llaman Velasco) y realizado por 20 españoles, no produjo efecto porque
se terminó cuando ya la derrota se habia producido.
Apenas inidada la retirada, los indios salieron de sus trincheras y
en vigorosa e implacable ofensiva, persiguieron sin dar cuartel a los ya
desorganizados y desmoralizados españoles.
Esta fué una de las más graves y tal vez la más desmoralizadora
de las derrotas sufridas por los españoles. Toda entera hay que cargarla a la
impericia y testarudez de Bravo de Sarabia, pues tuvo que advertir que sus
subalternos no fueron partidarios del ataque a Catirai, ya tan funesto para los
españoles.
El mismo lo comprendió así y convencido por fin de que no se
exageraba al decir que la conquista de Arauco presentaba muchas
dificultades, presentó al rey la renuncia de un puesto que no se sintió capaz
de servir. Parece que esta renuncia no fué aceptada, pues, como veremos a
continuación, Bravo de Saravía continuó gobernando.
Por suerte para los españoles, Longonaval, que era toda una
promesa para los araucanos por las grandes condiciones que reveló durante
su corta actuación, enfermó y murió poco después.
51
Adjetivo anticuado, que significa desdichado.-(Nota del
Autor). ,
CAPITULO XIV
PAILEACAR
54
Carta de Bravo de Sarabía a Felipe II de 15 de Octubre de 1571
CAPITULO XV
NAMCUNAHUEL
57
Tomo II página 122
CAPITULO XVI
CADEGUALA
58
Gay dice que eran 200 jinetes .tomo Il,- pág. 129
desfiladero por el cual debía pasar Sotomayor.
Todo hacía suponer que se produciría aquí un encuentro
memorable; pero pasó lo que menos podía esperarse: el esforzado y famoso
capitán que tantas veces se había distinguido en Flandes, el que en cien
ocasiones había desafiado la muerte, como lo probaban las numerosas
cicatrices que ostentaba, al ver las djsposiciones tomadas por su adversario,
vaciló y en vez de impugnar resueltamente, rehuyó el combate, regresando a
su guarnición.
Gay dice que, la descubierta de Sotomayor alcanzó a chocar con
las avanzadas de Cadeguala y que se retiró después de perder seis hombres
59
.
Enorgullecido Cadeguala con esta retirada, que para él era un
triunfo, regresó a Purén y envió a García Ramón un desafío a duelo,
emplazándolo para el tercer día.
Por segunda vez deja constancia la historia de esta actitud
medioeval de un general araucano y por segunda vez, veremos cómo el duelo
se desarrolla sin que ningún detalle haga pensar en que la lucha se libra entre
un hombre civilizado y un salvaje de la edad de piedra.
Narra el suceso el padre Olivares en la siguiente forma: "Al tercero
día se presentó el indio en el lugar del combate con moderado séquito que
dejó en lugar que no diese sospecha; y luego llegó Alonso García Ramón,
dejando 40 españoles un poco atrás, a quienes mandó que se mantuviesen
en tanta distancia como estaban los indios, a menos que no hubiese traición
de parte de ellos. Se pusieron, pues, los dos combatientes a.la vista uno de
otro en poderosos caballos armados de las armas que juzgaron más a
propósito y con sus picas en la mano, con las cuales comenzaron y acabaron
la pelea, porgue habiéndose embestido a toda brida al primer encuentro cayó
muy herido Cadeguala y aunque no quería confesarse vencido.y se esforzaba
a montar, la muerte que venía muy ejecutiva, lo hizo dár traspié, y dentro de
poco expiró".
Gay narra el combate en la siguiente forma: "No rehusó Ramón ese
reto, y como quedara aplazado para la mañana del día siguiente, en el campo
parecieron ambos adversarios, trayendo cada cual de ellos cuarenta caballos
de escolta, y de jefe de los españoles el capitán Francisco Hernández.
Puestos estos dos destacamentos a media distancia, dejando entre ellos
campo bastante para qµe los jefes midieran en toda anchura y libertad sus
armas, salió Gadeguala montado en arrogante potro, y armado de una
enorme pica, y a recibirle corrió impávido el maestre de campo. Como al
cruzar de los dos caballeros, el lanzazo que el toqui dirigfera contra Ramón
pasara en vago por uno de los costados, un revés de la espada del castellano
·cruzo la cara del caudillo araucano, cayendo inmediatamente en tierra, y
aunque con aliento se levantó hasta en ademán de querer montar de nuevo,
no fué sino el último respiro de su malograda vida, que acabó al instante con
pasmo y desaliento de todos los suyos, que se retiraron en silencio, para no
volver a pensar en la continuación del cerco, sin traer con ellos un nuevo
59
Tomo II, página, 129
toqui". (Tomo II, página 131) .
Lo que la historia no establece -y es de sentirlo- es la forma en que
los contendores iban armados. Se sabe que se atacaron con pica, pero
¿llevaba coraza el español? Parece lo más probable. ¿Iba semidesnudo el
indio? Si así fué; hay que reconocer que contra el indio estaban todas las
probabilidades y que el resultado queda plenamente justificado.
Una vez más, la suerte favoreció a los españoles, librándolos de un
adversario que era toda una esperanza para la causa araucana.
Los araucanos abandonaron el sitio, tan pronto como perdieron a
su jefe. Es lo que hicieron siempre en casos semejantes. ¿Por qué? Tal vez
sería un homenaje a la memoria del fallecido, tal vez desmoralización.
CAPITULO XVII
JANEQUEO
60
Gay, tomo II, pág, 202
Insistió Loyola en la convocación de un parlamento y sobre lo que a
esta insistencia siguió, hay dos versiones igualmente interesantes y de un
fondo casi igual.
Según Gay, Paillamacu envió al esclarecido cacique Antupillán (día
del diablo y hora de la potestad de las tinieblas), hombre de grandes recursos,
falaz, solapado y de mucho ingenio, en calidad de plenipotenciario.
Llegado éste a presencia del gobernador, lo oyó con calma,
mientras le pintaba el poder y las inmensas fuerzas con que contaba su rey, el
mucho amor que sentía por los indios y las dichas que en su real ánimo tenía
reservadas para los habitantes, de estas tierras, desde que sumisos vivieran
en su obediencia.
A todo lo cual Antupillán contestó:: "Si en paz apetecéis vivir con
nosotros, paz ofrecemos, mas dejad nuestro suelo libre. Pero permitidme,
señor, que trocándose los cuidados, sea yo quien os aconseje la paz y que no
elijáis la guerra. Observad religiosamente los tratados que yo os propongo ,en
nombre de mi nación, y permanente y duradera veréis esa deseada paz. Por
si hiciereis lo que habéis ténido de costumbre, estad cierto de que uno solo
que de los nuestros quede, ese habrá de mantener la guerra, hasta que rinda
gloriosamente la vida en obsequio de la libertad y de la patria" 61.
Según Carvallo y Goyeneche, autor de la Histor:a dei Reino de
Chile, Antupillán, concurrió al parlamento y al discurso en que Loyola le
ofreció la paz, como una concesión del más poderoso monarca de la tierra, el
indio contestó con esa espartana elocuencia que les dió a los araucanos tanta
fama de grandes oradores.
Después de decir a Loyola que no tenía para qué ponderarle el
poder de su rey, pues ellos se habían dado perfecta cuenta de que era
inmenso, le pidió que considerara cuál sería la gloria de su nación, que con
armas y recursos muy inferiores, había sabido mantener la guerra durante
más de 50 años. Y luego con una elocuencia que no necesita ser poriderada,
agregó: 'Por ocioso y por inútil debisteis, señor, tener el amenazarnos con ese
poder y con vuestras armas.
Peleamos nosotros por la libertad y por la patria. Nacimos libres y
defendemos el suelo en que hemos nacido. Ese poder y esas armas nada nos
pueden traer más funesto que la muerte, pero nosotros que apreciamos más
la libertad que la vida, jamás hemos sabido temer los horrores de aquélla.
Vuestras amenazas, señor, me hacen sospechar que graduáis a la muerte
como el mayor mal de los mortales. Pues bien, de allí debéis inferir el horror
que tenemos a la servidumbre, graduada "por nosotros de mayor mal que la
misma muerte. Esto es lo que nos puso las armas en las manos y jamás las
dejaremos mientras no veamos que la servidumbre ha quedado muy distante
de nosotros y de nuestras tierras". i Admirable concisión y elocuencia!
Sea cual fuere la verdadera versión, ambas reflejan por igual, la
altivez de la raza y el amor que los indios sentían por la libertad.
Como a Loyola inspiraban los mejores propósitos y como a los
61
Tomo Il, pág, 204.
indios, en el peor de los casos, no les iba mal una tregua que les permitiera
prepararse mejor para la guerra y acumular aprovisionamientos, Se hizo fácil
llegar a un avenmiento por el cual quedó concertada la paz, con solemne
juramento de respetarla.
Como se ve, antes de 50 años de guerra, ya Arauco trataba de
potencia a potencta con el gran imperio español, con ese imperio que a
ningún otro pueblo americano, concedió los derechos de beligerancia.
Esto ocurrió en 1593.
CAPITULO XIX
Paillamacu
UN EPISODIO SENTIMENTAL
63
El refuerzo fué de 952 soldados y llegó a Santiago, a través de la cordillera el 6 de Noviembre de 1605.
Partió Cortéz hacia la región de la costa con la misión de perseguir
implacablemente a los indíos de Arauco y Tucapel y García Ramón penetró
en el valle central, para atacar a los adversarios en esa dilección.
Los naturales, ante la manifiesta superioridad de los españoles, se
replegaron hacia sus montañas, haciendo así infructuosa esta primera
campaña de García Ramón.
Intentó, poco más tarde, la repoblación de Angol, misión que confió
al capitán Núñez de Pineda. Se puso éste en marcha en los últimos días de
Marzo y al atravesar un desfiladero montañoso, cayó sobre su retaguardia un
numeroso grupo de indios en impetuoso ataque.
En la calidad del terreno, que hizo imposible el despliegue de las
tropas españolas, hallaron los naturales un poderoso aliado y pudieron, no
sólo desorganizar por completo a su adversario, sino matar a 20 españoles y
retirarse en seguida hacia sus montañas, con un valioso botín de caballos,
armamento y vestuario.
Al coronel Cortéz, en su avance por la costa, no le fué mejor y
García Ramón perdió el año en dar golpes en el vacío, pues los indios no
presentaban combate, sino cuando les convenía.
Con todo, optimista como casi todos los otros gobernadores, en
carta que escribió al rey el 12 de Mayo, después de pedirle un nuevo refuerzo
de 500 hombres, le daba la seguridad de que al cabo de tres años, ya Chile
podría sostenerse con un ejército mucho menor.
Los indios se encargaron, asestándole golpe trasgolpe, de debilitar
ese optimismo.
Entre ellos, se puede citar el de la plaza de San Fabián.
Mientras García Ramón operaba hacia el interior y mientras el
capitán Lisperguer, desde el fuerte de Boroa, en frecuentes salidas, talaba y
asolaba toda la región, los araucanos cayeron sorpresivamente sobre la plaza
de San Fabián y mataron a toda la guarnición y a todos los habitantes de la
plaza, los que en conjunto llegaban a 400 personas 64.
Aún más grave que este golpe -por sus consecuencias- fué el que
tuvo que sufrir el mismo Lisperguer.
Para proveerse de carbón, estableció o armó un gran horno, a un
cuarto de l'egua del fuerte, y el 29 de Septiembre, acompañado de 150 a 160
soldados salió con el objeto de recoger la hornada.
Los indios, al mando de Huenencura (Gay) lo esperaban en acecho
y en el momento que creyeron cportuno, cayeron sobre él: tan de sorpresa y
con tal superioridad numérica, que toda resistencia eficaz se hizo imposible.
Los españoles se defendieron con la bravura que los caracterizaba;
pero sin otro resultado que el de prolongar inútilmente la resistencia. Sólo
salvaron 15, que fueron tomados prisioneros. Murieron todos los demás,
incluso Lisperguer.
Con los pocos hombres que quedaron en el fuerte, el capitán Gil
Negrete resistió valientemente todos los ataques que con gran insistencia le
llevaron los indios, hasta que, después de dos meses de desesperada lucha,
64
Gay, tomo II, página 332.
llegó Garcia Ramón, a tiempo sólo para salvar a la guarnición, ordenando, en
seguida, la demolición del fuerte.
Fué tal el efecto moral que estos golpes produjeron, que en Cabildo
Abierto los capituladores de Santiago -asesorados por los capitanes de más
experiencia- acordaron- "que para seguridad de la ciudad y su territorio, se
haga una requisición de armas y caballos, que los corregidores vigilen los
indios de sus respectivos partidos, y desde luego les hagan entregar las
armas que tengan en su poder".
García Ramón, por su parte, recomendó a los encomenderos que
dieran buen trato a los indios, tal vez para evitar las represalias.
García Ramón murió en Chile, siendo aún gobernador, el 19 de
Julio de 1610, 65 después de cinco años (sin contar el tiempo en que fué
gobernador interino) de un gobierno fructífero y por varios conceptos, digno
de aplausos.
65
Esta techa es de Barros Arana.-Según Gay, murió el 5 de Agosto de 1610, fundándose en que su
sucesor don Luis Merlo de la Fuente en carta al rey de 16 de Agosto de 1610 decía: "A los 5 de Agosto de
1610 fué Nuestro Señor servido de llevar para si a uno de los mayores y mejores criados y de más buena
intención que V.M. tenia a su servicio, Alonso García Ramón, gobernador y capitán general de la Real
Audiencia y provincias de Chile".
CAPITULO XXII
LIENTUR
67
Tomo II página 432.
CAPITULO XXIII
BUTAPICHUN
68
Padre Olivares.
69
Gay, tomo II. pág. 462,
contrarrestar el pánico que había invadido a los indios: la retirada no pudo ser
contenida.
A las grandes condiciones militares que adornaban al general
Butapichún, hay que agregar el mérito indiscutible y muy grande, de haber
sidó el inventor de la Infantería montada, arma de la cual voy a tratar en el
capítulo siguiente.
De 12 batallas que libró contra los españoles, Btltapichún ganó 6.
(Latcham. - "Capacidad guerrera de los araucanos".)
CAPITULO XXIV
INFANTERIA MONTADA
PAZ DE QUILLEN
LEVANTAMIENTO GENERAL
La paz, que pudo ser una realidad durante muchos años, fué
bruscamente interrumpida con el gran levantamiento del 14 de Febrero de
1655.
Con el propósito de apresar indígenas para venderlos como
esclavos 73, iniciaron los españoles frecuentes incursiones en el territorio
araucano y esto exasperó tanto a los indios, que, poniéndose de acuerdo
todas las tribus, produjeron un levantamiento general, que abarcó casi todo el
territorio comprendido entre el Maule y Chiloé.
El estallido de la sublevación fué simultáneo y de la más extrema
violencia.
Los indios de servicio de todas las haciendas existentes entre el
Bío-Bío y el Maule, cayeron de improviso sopre las casas de las estancias,
atacando y matando a los hombres, apresando a las mujeres y a los niños,
robando los ganados e incendiando y destruyendo todo lo que podían.
El cálculo que más tarde se hizo de las pérdidas que este
levantamiento produjo, fué de ocho millones de pesos.
Tan general y tan violento fué el levantamiento, que las plazas
comenzaron a ser abandonadas por sus presidios y por sus pobladores, todos
los cuales huyeron a Concepción.
Los vecinos de esta ciudad, buscando un responsable, encontraron
al gobernador, don Antonio dé Acuña y Cabrera, y lo obligaron a renunciar,
nombrando en su lugar al veedor general del ejército, don Francisco de la
Fuente VilIalobos.
Esta rebeldía sin precedentes contra la autoridad real, no pudo ser
tolerada por la Audiencia de Santiago y mandó reponer en su puesto al
gobernador Acuña, censurando a la vez a Villalobos, tanto por haber
73
Según un informe dado en Lima en 1656, por el capitán don Diego, por cada indio se pagaba más de $
100, por cada mujer o muchacho más de $ 200 y más de $ 100 por los que no llegaban a 10 años.
aceptado el puesto, como por las medidas militares que había tomado.
La paz que deseaba Villalobos no podía ser aceptada por las
autoridades españolas, pues, se hallaban ansiosas de aplicar a los indios el
más riguroso castigo.
Ante esta situación de intranquilidad, el virrey del Perú llamó al
gobernador Acuña e interinamente nombró para reemplazarlo, al Almirante
Porter Casanate, con fecha 30 de Octubre de 1655. Llegó a Chile este
gobernador cuando el país se hallaba en medio de la mayor confusión y
espanto. El levantamiento costaba ya cerca de 300 muertos y gran número de
mujeres y niños, que gemían en el cautiverio.
Desde el primer momento, Porter Casanate, que era un militar de
grandes antecedentes, se mostró activísimo, atacando a los indios que se
acercaban a Concepción y estableciendo el fuerte de San Fabián, al norte de
esta ciudad y el de las colinas de Chepe, al sur.
Organizó en seguida una columna de 700 infantes y de algunos
jinetes, la puso a las órdenes del maestre de campo, don Francisco Núñez de
Pineda y la envió hácia Boroa, en los úItimos días de Febrero de 1656.
Despµés de vencer la resistencia que los indios le opusieron en el
paso del río Laja y en Los Sauces, este destacamento llegó a Boroa el 18 de
Marzo.
Los sitiadores de la plaza se sintieron impotentes para oponerse a
los 700 hombres de Núñez de Pineda y pudo así éste, no sólo levantar el sitio
que dede hacía trece meses soportaba la plaza, sino hacerla evacuar,
después de destruir y quemar todas las instalaciones.
. Llevándose, a más de la guarnición, todas las armas y
municiones, el 21 de Marzo Núñez de Pineda regresó a Concepción y
venciendo toda la resistencia que los indios le opusieron -que no fué poca-
püdo hallarse de nuevo en su punto de partida, el 29 de Marzo.
Con esto se creyó más o menos restablecida la tranquilidad y el
gobernador se puso en marcha hacia Santiago.
CAPITULO XXVII
EL MESTIZO ALEJO
Una vez .más los españoles se engañaron al creer que era paz la
aparente tranquilidad que se notaba en el teatro de operaciones araucano.
Mientras Porter Casanate tomaba en Santiago algunas medidas
administrativas y preparaba las divisiones (dos) que pensaba poner en
campaña simultáneamente, estalló de nuevo la guerra con violencia
extraordinaria en el territorio araucano.
Un nuevo gran caudillo había de pronto aparecido, dando muestras
de un dinamismo y de una capacidad excepcionales. Se le llamaba "El
Mestizo Alejo" y hasta hacía poco, había servido como soldado en lafs filas
españolas. Era de obscuro origen, pero "distinguido por su audacia y su
maestría en el manejo de las armas".
Disgustado por el desprecio con que fué recibida su petición de que
se le hiciera oficial, resolvió pasarse al lado de los suyos, para probarles a los
españoles que era capaz y digno de mandar tropas.
Muy luego se halló al frente de unos 1,000 indios araucanos con
los cuales se dirigió hacia el fuerte español de Conuco, en la jurisdicción de
Concepción.
Coincidió con el avance de El Mestizo, el del capitán don Pedro de
Gallegos. que a la cabeza de más de 200 españoles, se dirigía también hacia
el fuerte de Conuco, sin sospechar, por cierto, la proximidad de los indios. El
encuentro que fatalmente tenía que producirse, tuvo lugar en el Molino del
Ciego, donde Gallegos alcanzó a tomar una ventajosa posición, en una loma
situada a la derecha del camino.
Los flancos de la línea española quedaron apoyados en sendas
quebradas y como el frente era despejado y propicio para el aprovechamiento
del fuego de los mosquetes, el capitán hizo desmontar a su caballería y
constituyó así una línea defensiva muy difícil de atacar, sobre todo por los
indios.
Tan cierto era esto, que el primer ataque araucano fué fácilmente
rechazado y que El Mestizo, convencido de que no iba por buen camino,
resolvió buscar otro.
Gallegos había dejado sus caballos a retaguardia, cerca de un
bosque que allí había y en ese detalle fundó Alejo su nueva resolución.
Horw que un grupo de sus soldados, haciendo un largo rodeo,
cayera sobre los caballos y los atacara con las picas, procurando que éstos
escaparan hacia las propias líneas de los españoles.
El ardid produjo todo el efecto que el toqui indio esperaba, pues los
caballos, en medio del mayor espanto, se precipitaron sobre la línea de
defensa. produciendo en ella el más completo desorden y confusión.
Haciendo coincidir esta operación con un violento ataque frontal, El
Mestizo logró quebrar la línea española, a pesar de la desesperada
resistencia que opuso, e introducir en ella tál desorganización Y tal pánico,
que en pocos momentos la derrota más compieta hizo presa de los aterrados
españoles; los que ya no atinaron sino a buscar en la fuga su salvación.
Era, tarde, por desgrada, para apelar a este recurso. Sin cejar un
puntó en su afán de destrucción, los indios se cebaron en sus víctimas,
haciendo entre ellos una horrible carnicería. Allí no hubo sino muertos,
heridos y prisioneros. Sólo lograron escapar algunos que fueron dejados por
muertos en el campo de batalla.
Entre éstos, estaba el mismo capitán Gallegos, tan mal herido, que
falleció pocos días más tarde, durante el proceso que se le instauró como
responsable de la catástrofe.
Poco tiempo después, la suerte le deparó al Mestizo Alejo una
nueva ocasión de batir a los españoles.
En un sitio llamado Perales, chocó con un destacamento español
de unos 250 soldados, que al mando del capitán don Bartolomé Pérez de
Villagrán, había salido de Conuco.
En esa refriega el destacamento español fué rudamente batido,
casi completamente destrozado, y se vió forzado a emprender la retirada
degpués de perder a su jefe y a muchos soldados.
Un nuevo encuentro se produjo pocos días después con otro
destacamento de 280 españoles, que mandaba el sargento mayor don
Bartolomé Gómez Bravo, en un lugar próximo a Yumbel, denominado
Lonquén y aunque en esta ocasión fueron los indios los que se vieron
obligados a retirarse, no lo hicieron sino cuando los españoles ya habían
perdido a su jefe y a varios soldados.
Se ve que El Mestizo fué fatal para los que llevaban el nombre de
Bartolomé.
A fines de Agosto de 1660, un nuevo triunfo del Mestizo Alejo llegó
a aumentar la intranquilidad y hasta, la angustia, que la infatigable e
inteligente actividad de este caudillo causaba en la población española.
Creyendo muy débilmente guarnecida a Concepción, resolvió
atacarla por sorpresa, aprovechando el perfecto conocimiento que de la
región tenía, y poniéndose al frente de sólo 300 mocetones, emprendió su
avance, pasando sigilosamente el Bío-Bío por el punto denominado Hualqui.
No lejos de Concepción, entre el Andalién y el Bío-Bío,
aprovechando unas colinas que allí existían, el gobernador había fundado un
fuerte con él nombre de Chepe, dotándolo de una guarnición de 400
soldados, que puso al mando del capitán don Juan de Zúñiga.
Ignorando este antecedente, El Mestizo llegó hasta el valle
Palomares, formado por el río de este nombre (río que después toma el
nombre de Andalién). después de dar un gran rodeo con el objeto de
conseguir que su avance no fuera advertid'o.
No consiguió el indio su objetivo, pues a la activa vigilancia del
capitán Zúñiga, no se le escapó esta operación, y tan pronto como se dió
cuenta del carácter que tenía y de las escasas fuerzas con que se realizaba,
poniéndose al frente de 200 españoles, se adelantó al encuentro de los
indios.
Conviene tomar aquí nota de que el choque se va a producir entre
200 españoles, contra sólo 300 indios, muy inferiormente armados. La
desproporción de fuerzas no puede ser más desfavorable para los naturales.
Apenas El Mestizo Alejo se dió cuenta del avance de los
españoles, se separó del camino que llevaba y con toda rapidez, ganó unas
alturas vecinas, donde tomó posición. Este lugar se llamaba Hudenco.
Desde allí comenzó a provocar a los españoles, con el manifiesto
propósito de inducirlos a atacarlo de frente.
Confiado el capitán Zúñiga en su relativa superioridad, no vaciló en
proceder de, acuerdo con los deseos de Alejo y se lanzó al ataque frontal, en
vez de buscar el flanco de su adversario.
Como la cuesta era bastante empinada, el repecho le significó a los
españoles un verdadero esfuerzo y cuando Alejo vió que ya el avance se les
hacía extremadamente fatigoso, tomó enérgicamente la ofensiva, lanzando a
sus indios como una tromba, pues la pendiente favorable les daba un impulso
que los ya cansados españoles no pudieron resistir a pie firme.
El talento de .Alejo consistió en saber elegir el momento de su
máximo esfuerzo: aquel en que su adversario no podia oponerle sino el
mínimo.
Acosados los españoles por todos lados, empujados cuesta abajo y
casi agotados por el esfuerzo que les había significado la subida de la cuesta,
no lograron oponer sino una leve resistencia, tras la cual llegó la
desmoralización, que se transformó muy luego en una desbandada general.
Hábilmente aprovechado este momento crítico por los dinámicos
indios, la derrota española se hizo inevitable y sangrienta, a tal punto, que
costó más de 70 muertos, quedados en el campo de batalla, aparte de los que
cayeron en la enérgica persecución con que el Mestizo coronó su victoria.
Entre los caídos figuró el jefe español, víctima de su impetuosidad
y de su desprecio por el adversario, falta ésta, que no por ser de las más
funestas, deja de ser frecuente en los comandantes de tropa.
En ésta, como en tantas otras ocasiones, la suerte se puso de
parte de los españoles, librándolos, cuando menos lo esperaban, de un, por
muchos conceptos, temible adversario.
Tenía el Mestizo Alejo dos funestas debilidades: el amor y el licor.
No contento con poseer una mujer, tenía varias, y muy luego brotó
entre ellas una rivalidad, que se transformó en celos del más violento
carácter.
De aquí nació la resolución de dos de ellas de terminar con la vida
del brillante caudillo, y una noche, en que lo sorprendieron dormido y
completamente ebrio, lo asesinaron despiadadamente.
Fué así como Alejo murió víctima de sus dos grandes pasiones, a
manos del amor y en brazos de la embriaguez.
Ningún suceso pudo, en esos momentos, ser más digno de
celebración para los españoles, ni más funesto para la causa araucana.
CAPITULO XXVIII
¿ATAVISMO?
OPINIONES
74
Gay, tomo lI, capitulo XXVIII
Chile, ganaban una batalla en Europa y ponían en peligro la capital de la
civilización; y lo que los españoles no han podido hacer, ningún ejército lo
hubiera hecho, en iguales circunstancias 75".
El historiador nacional es don Francisco Encina, que en su Histnria
de Chile, repetidamente, rinde tributo al genio militar araucano.
Me bastará recordar el siguiente juicio:
"Pero lo que permitió al pueblo mapuche sostenerse por tres siglos
frente al español y después su descendiente, el chileno, fué su cerebro y nó
su heroísmo. El valor sin la poderosa imaginación creadora latente en la raza
lo habría conducido al sacrifícío estéril, ¡habría acortado fa duración de la
contienda en vez de prolongarla! Al paso que los peruanos y los aztecas nada
inventaron, en su lucha contra el invasor, ninguno de los pueblos guerreros en
igual grado de evolución mental que registra la historia, exteriorizó la
imaginación del mapuche. "Delante de los nuevos elementos para él
totalmente desconocidos, que ei español esgrimió en su lucha, inventó
nuevas armas e ideó una nueva táctica y una nueva estrategia".
"Creó en cuatro años lo que los pueblos bien dotados suelen crear
en siglos 76".
Como se ve, Gay y Encina -especialmente el último- han sido los
primeros historiadores que se han dado cuenta cabal de la escasa influencÍa
que el valor tuvo en la epopeya araucana Y de que si los araucanos no
hubieran contado sino con él, su sacrificio, no sólo habría sido inútil, sino
contraproducente.
Sin duda, pues, que voy en buena compañía, al hacer la siguiente
declaración:
'La raza araucana fué una raza militar de características tales, que
creo, punto menos que imposible, encontrar otra que pueda comparársela, en
toda la historia de la humanidad.
Su historia militar es única en el mundo y las hazañas por ella
realizadas, lindan en lo maravilloso.
Tanto, pues, como los griegos fueron dignos de ser cantados por
Homero, fueron los araucanos dignos, de ser cantados por Ercilla.
75
Gay, tomo II, capitulo XXVIII
76
Página 113.
CAPITULO FINAL
77
Digo que los inventaron, porque de los españoles --que no los usaron- no los pudieron copiar, nI pudieron
saber que ya César las habla usado en la Guerra de las Galias. ConvIene sí, establecer, que lo que César
usó fueron sólo los pozos de lobo contra la caballería y que los pozos contra la infantería fueron netamente
araucanos: al César lo que es del César".
araucano era valiente, esforzado, hidalgo e inteligente. ¿Puede pedirse más a
una raza salvaje
Los contradictores podrán decir que cometieron crueldades
inauditas y que muchas veces faltaron a su palabra, pero ¿no hicieron otro
tanto los españoles? En ese terreno estaba planteada la guerra y renunciar a
un recurso, aunque fuera vedado, habría equivalido a colocarse en un plano
de inferioridad, que ninguno de los dos bandos estaba en situación de
soportar.
Podrán también decir que son ladrones y borrachos; pero no
podrán décir que eso es, a pesar de la educación que nuestros gobiernos se
han esforzado en darles, ni a pesar de la protección incondicional que se les
ha prestado. Nó, eso nó, porque lo que se ha hecho con ellos ha sido mirar
con la más completa indiferencia cómo se les perseguía, cómo se les quitaba
sus tierras y lo que era peor, cómo se les hundía en el vicio de la embriaguez.
Por suerte, en los últimos años se ha reacclonado, se les ha
dispensado una protección directa, se han dictado leyes en su favor y se les
ha reconocido el derecho de ser tan ciudadanos del país, como cualquiera de
sus compatriotas chilenos.
Sin embargq, lo honrado es reconocer que en la degeneración de
esa raza admirable, hemos sido nosotros, los chilenos, los primeros culpables
y que si no son aún unos verdaderos salvajes, es a la imponderable
abnegación de las misiones católicas a quien se lo deben.
Prueba indiscutible de la gran calidad de esa raza, es que, apenas
se les ha iniciado en el camino del estudio, han lanzado al caudal de nuestra
cultura varios profesionales universitarios, representantes ante el Congreso
Nacional y muchos hombres de trabajo, de alto nivel moral.
Tiempo es, pues, ya de decir la verdad sobre esa raza ciclópea,
que con su valor, con su esfuerzo y con su inteligencia, escribió una historia
que hace innecesario a nuestros niños, el estudio de la legendaria historia
griega.
Durante varios siglos han dormido en la historia los nombres de
Arauco y de Lautaro, pero llega ya la hora de hacerles justicia, lanzándolos en
alas de la fama.
No cumplirá nuestra patria con el más sagrado de sus deberes
mientras en la parte más destacada de su capital, no se levante un soberbio
monumento que, a la vez que un símbolo de la raza, sea la perpetuación de la
memoria del más grande de sus hijos.
INDICE
Pág.
Advertencia 3
CAPITULO 1
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
- 236-
CAPITULO V
CAPITULO VI
Lautaro en acción 53
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO IX
CAPITULO X
CAPITULO XI
CAPITULO XII
Generales araucanos 113
Antuhuenu 114
CAPITULO XIII
Longopaval 129
CAPITULO XIV
Paillacar 135
CAPITULO XV
Namcunahuel 141
CAPITULO XVI
Codeguala 147
CAPITULO XVII
Janequeo 153
CAPITULO XVIII
CAPITULO XIX
CAPITULO XX
CAPITULO XXII
Lientur 177
CAPITULO XXIII
Butapichún 185
CAPITULO XXIV
CAPITULO XXV
CAPITULO XXVI
CAPITULO XXVII
CAPITULO XXVIII
¿Atavismo? 215
CAPITULO XXIX
Opiniones 221
Capítulo Final 225
MAPA PRIMITIVO
DE CHILE