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Elogio de Los Ecos
Elogio de Los Ecos
Es la época de abadías y monasterios con inmensas bibliotecas (panales inagotables de sabiduría, como decía Stefan
Zweig). También es la época de caballeros montados en corceles, de trovadores, juglares y contadores de historias que
construían con palabras puentes indestructibles.
El Diablo no tenía ni cuernos, ni cola, ni pezuñas, ni tridente. El diablo era lo invisible, lo incomprensible, lo insondable.
Estar enfermo era tener un demonio adentro. Era la época de la Santa Inquisición (que de Santa solo tenía el nombre)
porque, como lo demuestra la historia, fueron muchos procesos en los que el Diablo no solo actuó en el culpable, sino
también en los jueces. Una época en la que se condenaba la risa bajo el argumento de que la Biblia nunca representó a
Jesús riendo. La Iglesia sabía que el que ríe es inteligente y quien es inteligente es capaz de cuestionar los dogmas de la fe,
porque la risa espanta el miedo.
Tomando como base este contexto histórico, Umberto Eco le dio vida mediante las palabras a Guillermo de Baskerville, un
hombre para quien la verdad era equidistante de los extremos, un sabio para el que la razón no reñía con la fe, ni la
perspicacia con la humanidad. Le daba significancia a lo insignificante. Para él cada criatura y creatura del mundo es un
enigma por descifrar. “Cuando no poseemos las cosas, usamos signos y signos de signos”, le decía Baskerville a su alumno,
Adso de Melk.
Es claro: Dios hizo el cielo y la tierra; el hombre, el bien y el mal, la belleza y la fealdad, la verdad y la mentira.