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Unidad 5. El humanismo renacentista.

Yo soy yo y mis circunstancias.

José Ortega y Gasset


• Florecimiento del arte.

• Guerras continuas.
  1453 Caída del Imperio Romano de
Oriente.
Nace Nicolás Maquiavelo. 1469  
  1491 Enrique VIII rey de Inglaterra.
  1492 Descubrimiento de América.
Muere Lorenzo de Medici (El
Magnífico).
Alejandro VI Papa (Borgia).

Ingresa a la Cancillería de 1494  


Florencia.
  1503 Muere Alejandro VI.
Pío III (26 días).
Julio II Papa guerrero.
Destierro y prisión de Nicolás. 1512  
Escribe El Príncipe. 1513 Muere Julio II.
León X Papa.
  1515 Muere Luis XII rey de Francia, le
sucede Francisco I.
  1516 Muere Fernando II de Aragón, le
sucede Juana I con Carlos I.
  1518 León X declara hereje a Martín
Lutero.
  1520 Carlos V Emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico.
  1521 Muere León X. Adriano VI Papa.
  1523 Muere Adriano VI.
Clemente VII Papa (Medicis)
Muere Nicolás a los 58 años. 1527  
  1547 Muere Enrique VIII.
  1556 Muere Carlos V.
Territorios controlados en
Europa por Carlos I de España
en 1519. Debido a la
concentración de títulos en su
poder, Francia pasa a estar en
una posición
geopolítica complicada.     
Castilla    
Aragón     
Posesiones borgoñonas     
Herencias de territorios
austríacos     
Sacro Imperio Romano
Trato a los conquistados.

Y respecto a los ofendidos, como quedan dispersos y pobres, no


pueden perjudicar, mientras todos los otros, por una parte,
permanecen sin ser ofendidos y por ello fácilmente aquietados, y
por otra, se sienten temerosos y procuran no errar, para que no
les suceda como a los despojados.
Concluyo, pues, que estas colonias no cuestan, son más fieles y
ofenden menos, y los ofendidos, por pobres y dispersos no
pueden dañar, según dije. Porque ha de notarse que los hombres
deben ser o halagados o destruidos, pues que de las ofensas
pequeñas se vengan, en tanto que de las graves no pueden. (30)
Traición y crueldad.

Podría preguntarse por qué Agátocles, Oliverot y algún otro de la


misma especie lograron, a pesar de tantas traiciones y de
tamañas crueldades, vivir largo tiempo seguros en su patria, y
defenderse de los enemigos exteriores, sin seguir siendo
traidores y crueles.
Permítame llamar buen uso de los actos de rigor el que se ejerce
con brusquedad, de una vez y únicamente por la necesidad de
proveer a la seguridad propia, sin continuarlos luego, y tratando
a la vez de encaminarlos cuanto sea posible a la mayor utilidad
de los gobernados.
Los actos de severidad mal usados son aquellos que, pocos al
principio, van aumentándose y se multiplican de día en día, en
vez de disminuirse y de atenerse a su primitiva finalidad.
Es menester, pues, que el que adquiera un Estado ponga atención
en los actos de rigor que le es preciso ejecutar, a ejercerlos
todos de una sola vez e inmediatamente, a fin de no verse
obligado a volver a ellos todos los días, y poder, no renovándolos,
tranquilizar a sus gobernados, a los que ganará después
fácilmente, haciéndoles bien.
El que obra de otro modo, por timidez o guiado por malos
consejos, se ve forzado de continuo a tener la cuchilla en la
mano, y no puede contar nunca con sus súbditos, porque estos
mismos, que le saben obligado a proseguir y a reanudar los actos
de severidad, tampoco pueden estar jamás seguros con él.
Precisamente porque semejantes actos han de ejecutarse todos
juntos porque ofenden menos, si es menor el tiempo que se tarda
en pensarlos; los beneficios, en cambio, han de hacerse poco a
poco, a fin de que haya lugar para saborearlos mejor.
Ganarse al pueblo.

Debe, pues, aquel que llega a príncipe por el favor del pueblo
conservarlo amigo, lo cual le es fácil, pues que el pueblo no pide
de él sino no ser oprimido. Empero, quien se tornare príncipe
contra el pueblo y a favor de los grandes, debe antes que toda
otra cosa procurar ganarse el pueblo, lo que le será fácil tan
pronto como lo tome bajo su protección. (83)
Justificación de la violencia.

No obstante, el príncipe debe hacerse tener de manera que, si no


consigue el amor, rehúya el odio, porque muy bien puede, a la
par, ser temido y no odiado, lo que logrará siempre que se
abstenga de tocar los bienes de sus ciudadanos y súbditos, así
como también a sus mujeres. Y cuando, sin embargo, le fuere
menester derramar la sangre de alguno, debe hacerlo de modo
que haya justificación conveniente y causa manifiesta; pero
sobre todo abstenerse de dañar los bienes ajenos, porque los
hombres olvidan más pronto la muerte de su padre que la
pérdida de su patrimonio. (130
La astucia.
• Todos advierten cuán laudable es en un príncipe mantener su fe y vivir
con integridad y no con astucia. No obstante, se ha visto en nuestros
tiempos, por experiencia, que los príncipes que han hecho grandes
cosas han sido aquellos que han tenido en poca cuenta la fe prometida
y han sabido con astucia burlar los cerebros de los hombres, superando
al fin a aquellos que se habían fundado en la lealtad. (133)
• Necesitando, pues, un príncipe obrar como bestia, debe imitar a la
zorra y al león, porque el león no se defiende de cepos, ni la zorra de
lobos. Preciso, pues, es ser zorra para conocer los cepos y león para
amedrentar a los lobos. Los que solo cumplen papel de león no están
en lo justo. Así, pues, un señor de hombres, si es prudente, no puede
ni debe observar la fe prometida cuando tal observancia redunda en su
perjuicio y se han extinguido las razones que se hicieron prometer.
(134)
De esto se podrían aducir infinitos ejemplos modernos y mostrar
cuántas paces y promesas han sido anuladas y vueltas vanas por
la infidelidad de los príncipes, habiendo tenido mejor éxito aquel
que supo emular a la zorra. Empero, esta naturaleza es necesario
saberla encubrir bien, siendo gran simulador, pues tan simples
son los hombres y tanto obedecen a las necesidades presentes,
que aquel que engaña nunca dejará de encontrar alguno que se
deje engañar. (135)
De entre los ejemplos recientes quiero no callar uno. Alejandro
VI no hizo nunca otra cosa que engañar hombres, ni pensó en
más, y siempre encontró materia con qué poder hacerlo. Nunca
existió hombre que tuviese mayor eficacia en aseverar, ni que
con mayores juramentos afirmase una cosa, ni que la observase
menos. No obstante, siempre le resultaron los engaños, y ello
porque conocía bien este aspecto del mundo. (135-136)
• Y se ha de entender esto más: que un príncipe, y sobre todo un
príncipe nuevo, no puede observar todas aquellas cosas por las
que los hombres son estimados buenos, ya que necesita a
menudo, para mantener el Estado, obrar con fe, contra la
caridad, contra la Humanidad y contra la religión. Le es, pues,
preciso tener un ánimo dispuesto a girar según los vientos y
variaciones que la fortuna le ordenen y, como arriba dije, no
apartarse del bien, mientras pueda; pero saber entrar en el
mal, de necesitarlo. (136)
• Ha de tener, pues, un príncipe gran cuidado de que nunca le
salga de la boca cosa que no esté llena de las cinco sobrescritas
cualidades, debiendo parecer, a que la vea y oiga, todo piedad,
todo fe, todo integridad, todo humanidad, todo religión. (137)
El estorbo de la bondad.

El hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno


ha de arruinarse entre tantos que no lo son. De aquí
que sea menester a un príncipe, si quiere mantenerse,
aprender a saber no ser bueno, y usar esto o no usarlo
según la necesidad. (120)
• Si todos los hombres fueran buenos, este precepto no lo sería;
pero como son malvados y no observarán su fe contigo, tampoco tú
tienes por qué observar la tuya con ellos. Por ende, nunca a un
príncipe faltarán razones legítimas con que justificar la
inobservancia. (135)
A un príncipe, pues, no le es necesario tener todas las cualidades
que arriba enumeré, pero le es muy necesario parecer tenerlas.
Aún me aventuro a decir más, y es que, teniéndolas y
observándolas siempre, le son dañosas, y pareciendo tenerlas, le
son útiles, como se lo es el parecer piadoso, fiel, humano,
religioso e íntegro, y serlo, pero estar de tal modo edificado de
ánimo, que, cuando fuere menester no serlo, se pueda y se sepa
mudar lo contrario. (136)
El fin justifica los medios

Nada es más necesario parecer tener que esta última cualidad,


porque los hombres, universalmente, juzgan más con los ojos que
con las manos, ya que el ver corresponde a todos y el tocar a
pocos. Todos ven lo que tú pareces y pocos advierten lo que
eres, y estos pocos no osan oponerse a la opinión de muchos, que
además tienen para defenderlas la majestad del Estado. (137)
Además, en los actos de todos los hombres, y esencialmente en los
de los príncipes, contra quienes no hay ocasión de reclamar, solo se
mira al fin. Cuídese, pues, el príncipe de vivir y mantener el Estado,
que los medios siempre serán juzgados y honrosos y loados por
todos, porque el vulgo va siempre con lo que parece y con las
eventualidades de las cosas, y en el mundo no hay sino vulgo, y los
pocos no encuentran lugar sino cuando los muchos no tienen donde
apoyarse. (137-138)
Algún príncipe de nuestros tiempos, al que no es menester nombrar,
no predica otra cosa que paz y fe, y es acérrimo enemigo de una y
otra, advirtiendo que, si una y otra hubiese observado, ellas le
hubiesen muchas veces desprovisto de Estado y de reputación. (138)
 
Aquí hay justicia grande, porque la guerra es justa cuando es
necesaria, y las armas son piadosas allí donde no hay otra esperanza
más que en ellas. (193)
 
La fortuna no muda de criterio donde no se muda de
orden, ni los cielos quieren o pueden sostener una cosa
que se obstina en arruinarse de todos modos. (Discurso a
la Bailía de Florencia sobre como proveer dineros). (339)
La razón por la que Florencia siempre ha variado a menudo de
sus gobiernos ha sido que nunca en ella ha existido república ni
principado que haya tenido las debidas y condignas cualidades,
porque no se puede llamar estable aquel principado donde se
hacen las cosas según lo quiere uno y se deliberan con asenso de
muchos; ni se puede creer duradera aquella república donde se
satisfacen los humores que, de no ser satisfechos, arruinan las
repúblicas. (Discurso sobre la reforma del estado de Florencia,
hecho a instancias del Papa León X) (349)

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