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Olivia que un buen día, mientras sus padres veían la televisión, decidió ir a dar un paseo.

Pero, lejos de ser una caminata tranquila, el paseo se convirtió en toda una aventura.
Olivia terminó metiéndose dentro ¡de una alcantarilla!. Y allí abajo se dio de bruces con un
montón de cajas donde se encontraban las cosas perdidas más preciosas de toda la ciudad.

. Todas las cosas perdidas nos hará pasear junto a Oliva, su protagonista, por una ciudad en
la que la gente parece hastiada, donde la paciencia ha desaparecido y donde los vecinos no se
comunican entre ellos.

En un determinado momento, Oliva escucha un ruido bajo sus pies. Ella, como cualquier niño
de su edad, es curiosa por naturaleza, así que ni corta ni perezosa se asoma a una alcantarilla
para averiguar qué ha sido ese extraño sonido…

Durante su paseo, Oliva escuchó un RUIDO EXTRAÑO que venía de la boca de una alcantarilla
abierta en la calle. 
INTRIGADA, bordeó el agujero de la alcantarilla, se rascó la
cabeza y decidió EXPLORAR un poco más y echar un vistazo
dentro.
¿Hola? dijo Oliva en voz baja.
Pero no obtuvo respuesta. ¡HOLA! dijo otra vez MÁS ALTO.
Allí, en el subsuelo, descubre centenares de cajas etiquetadas.
Pero ¿por qué están ahí? Una ancianita encargada de cuidar las
cajas le cuenta que todo aquello que ve son 
todas las cosas perdidas de la ciudad y que nadie ha ido a
recuperarlas, de modo que invita a Oliva a llevarse lo que quiera
o necesite.
llevada por la curiosidad, Oliva bajó las escaleras y, al final de
ellas, encontró decenas de cajas.
Había tantas cajas como alcanzaba la vista. Y cada caja tenía su
etiqueta: lápices, bonos de autobús, ceras, nervio,
pensamientos…
Muy intrigada, Oliva preguntó a la ancianita que allí se
encontraba para qué eran las cajas:
‘Son TODAS LAS COSAS PERDIDAS de toda la ciudad’
Como en este tiempo nadie había ido a por ellas, la anciana le
da permiso a Oliva para que se lleve todo lo que desee.
Así, toma cinco tarros vacíos… ¿y qué pensáis que hizo con
ellos?
Os desvelamos el destino del primer tarro: lo llenó con una
cucharada enorme de MEMORIA. Este iba a llevárselo a casa
para el abuelo, a quien siempre le costaba recordar dónde
había dejado sus gafas (o cualquier otra cosa por el estilo).
Con sus cinco tarros bien cerrados y guardados en su mochila,
dio las gracias a la ancianita y emprendió el camino de vuelta
siendo la larga, larga escalera. 
La invitación de la anciana emociona a nuestra joven e intrépida
protagonista quien, ni corta ni perezosa, coge cinco frascos
vacíos y comienza a llenarlos de lo que cree que su familia
puede necesitar :).
El primer tarro lo llena de MEMORIA e irá destinado al abuelo,
porque a veces (¡cosas de la edad!) se le olvida dónde ha dejado
las gafas.
El segundo tarro lo llena de SENTIDO DEL HUMOR, que es
algo que parece haber perdido su hermana mayor…
El resto los llena de VISTA, de EL CAMINO… Y de
ESPERANZA.
Oliva le agradece a la anciana el precioso regalo y vuelve a la
superficie. Así, la niña continúa su paseo subiendo la colina más
alta de la ciudad. Allí sube al edificio más alto de la colina y,
una vez allí, llega al piso más alto del edificio más alto de la
colina más alta de la ciudad. Una vez allí abre el tarro de la
ESPERANZA y baña con él toda la ciudad…
Caminó, caminó por una ciudad llena de edificios grises, subió
hasta el edificio más alto de la colina más alta. En concreto,
hasta el último piso.
Y, desde allí, abrió el tarro de la ESPERANZA.
Esta se enredó con el viento, que se la llevó por toda la ciudad,
girando y girando, como un remolino, para dejarla caer con
delicadez sobre las calles, de modo que quien la hubiera
perdido pudiera encontrarla de nuevo.
Ojalá fuese tan sencillo hacer que los ánimos a tu alrededor
cambien, ¿verdad? En un mundo de prisas, estrés, baja
tolerancia a la frustración, competitividad etc, necesitamos a
los niños por su manera de ver las cosas (y los problemas),
su increíble bondad y capacidad de perdonar, de no anclarse
a sensaciones o sentimientos negativos.

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