Está en la página 1de 37

CONSEJERÍA PASTORAL

Lic. M. A. Carlos Francisco Mejia Ceballos


1. UN CORAZÓN HERIDO
“Grandes trabajos han sido creados para todo hombre, un yugo pesado
hay sobre todos los hijos de Adán, desde el día que salieron del vientre
de su madre, hasta el día de retorno a la madre de todo. Sus
reflexiones, el miedo de su corazón, es la idea del futuro, el día de la
muerte. Desde el que está sentado en su trono glorioso, hasta el que
en tierra y ceniza está humillado, desde el que lleva púrpura y corona,
hasta el que se cubre de tela grosera, sólo furor, envidia, turbación,
inquietud, miedo a la muerte, miedo y discordia.
A la hora del descanso en la cama, el sueño de la noche altera el
conocimiento. Poco, casi nada, reposa, y ya en sueños como en
día de guardia, se ve turbado por las visiones de su corazón,
como el que ha huido ante el combate. A la hora de su turno se
despierta, sorprendido de su vano temor. Para toda carne, del
hombre hasta la bestia, mas para los pecadores siete veces más:
muerte, sangre, discordia, espada, adversidades, hambre,
tribulación, azote.
Contra los sin ley fue creado todo esto, y por su culpa se
produjo el diluvio. Todo cuanto de tierra viene, a tierra
vuelve, y cuanto de agua, en el mar desemboca”
(Eclesiástico 40, 1-11).
Yo sufro, tú sufres, él sufre, nosotros sufrimos. El sufrimiento
– físico y moral – es universal. No conoce fronteras ni hace
excepciones. Afecta por igual a todos los seres humanos. Nadie,
ni hombre ni mujer, ni niño ni anciano, ni rico ni pobre, ni
sabio ni ignorante, ni bueno ni malo, ni bonito ni feo, puede
escaparse de él, de su acción, de su alcance, de sus
consecuencias. La Sagrada Escritura nos lo dice con absoluta
claridad, y nosotros lo confirmamos con nuestra propia
experiencia.
Sufrimos y vemos sufrir a otros, muchas veces
con sufrimientos que nos parece imposible
soportar; sufrimos y hacemos sufrir a quienes
viven a nuestro alrededor, inclusive a aquellos
que son más cercanos a nuestro corazón y a
nuestra vida, muchas veces sin quererlo, pero
también sin poder evitarlo.
Sufrimos y el dolor continúa asustándonos,
“doliéndonos” en el cuerpo y en el alma, a pesar
de que podemos decir que lo conocemos desde que
tenemos conciencia de existir, y que es como de
“nuestra familia”.
El corazón del ser humano - su yo más íntimo y profundo, - es,
sin duda ninguna, un corazón herido, un corazón sangrante
que necesita ser atendido. Un corazón que necesita ser curado
y fortalecido. Un corazón que necesita sanar, recuperarse, y
llenarse de vitalidad, para que pueda realizar a plenitud lo que él
es, la misión que le fue encomendada, aquello para lo que fue
creado: dar y recibir amor, amar y dejarse amar.
Yo sufro, tú sufres, él sufre, nosotros sufrimos... ¿Por qué?...
¿Para qué?... ¿Qué sentido tiene el sufrimiento humano?... ¿Cuál
es su valor?... Intentemos dar respuesta a cada una de estas
preguntas; una respuesta desde la fe.
EL DOLOR, UNA REALIDAD AGOBIANTE
“El hombre nacido de la mujer tiene una vida breve,
repleta de miseria” (Job 14, 1)

Aunque Dios nos creó para el bien y la felicidad, porque somos sus hijos muy
queridos, y nos ama con un amor tierno y profundo, es un hecho cierto, que no
necesita demostración y que ninguno de nosotros puede negar, que el sufrimiento –
tanto 13 físico como espiritual – tienen un lugar, un espacio propio en el mundo y más
concretamente en nuestra vida, en la vida de todos los seres humanos, hombres y
mujeres, de todos los tiempos y de todos los lugares de la tierra, sin ninguna
excepción.
Para saberlo, para tomar conciencia de ello, nos basta mirarnos a
nosotros mismos, por dentro y por fuera, confrontar nuestro ser y
nuestra vida. ¡No hay nada qué hacer. El dolor es parte integrante de
ella! ¿Por qué?... ¿Habrá algo que se pueda hacer al respecto?...
Igual cosa sucede si, saliendo de nosotros mismos,
nos detenemos a mirar a nuestro alrededor, a los
otros, al mundo entero, aquí y allá, cerca y lejos.
¡Imposible negar algo tan palpable, tan obvio, tan
elemental, tan profundamente real! El sufrimiento
no admite ninguna discusión. Simplemente se da,
está ahí, nos agobia con su fuerza, nos aplasta con
su presencia constante.
Todos los hombres y todas las mujeres del mundo y de la
historia, sin distinción de raza, de edad, de nacionalidad, de
condición social ni económica, de creencias religiosas ni de
opiniones políticas; todos - unos más y otros menos - sentimos
en nuestra carne y en nuestro corazón, una y otra vez, con más
insistencia de la que quisiéramos, el dolor que nos hiere, física y
espiritualmente, y no podemos hacer nada para escaparnos de él,
para eliminarlo definitivamente de nuestra vida y de nuestra
historia persona.
Enfermedades de todas clases que debilitan nuestro cuerpo y nos
hacen vulnerables a la tristeza y al desánimo; catástrofes
naturales imposibles de detener, que siembran muerte y
desolación; angustias, frustraciones, insatisfacciones,
desprecios, incomprensiones, desilusiones, falta de amor,
traiciones; problemas familiares, infidelidades, soledad,
carencias, miedos, dificultades sin cuento; injusticias de todo
tipo, pobreza física y espiritual; debilidades de diversa índole,
limitaciones físicas e intelectuales, defectos físicos, desajustes
emocionales, agresiones, violencia, y mil cosas más….
Nos hieren y nos duelen profundamente:
El amigo que se va, el desapego de los hijos, las continuas
discusiones con el esposo o la esposa, la muerte de la madre,
del padre, del hijo, o de cualquier otro ser querido; la falta de
trabajo, las habladurías de los vecinos y conocidos, la meta que
no podemos alcanzar, la enfermedad que empieza a gestarse en
nuestro cuerpo, los años que pasan y nos envejecen, las
arrugas del rostro, los deseos que no podemos satisfacer, las
limitaciones que la sociedad nos impone por razones que no
comprendemos ni aceptamos…
También hace sufrir el color de la piel que no nos gusta,
la imagen que producimos en el espejo cuando nos
paramos enfrente de él, vernos y sentirnos disminuidos en
nuestras capacidades físicas y mentales..
VIDEO: 911
Nos hieren y nos duelen profundamente, la mentira que dicen
en contra nuestra, el juicio de los otros, la soledad interior, el
matrimonio que se deshace, los hijos que no responden a
nuestros esfuerzos, la marginación a la que nos someten los
demás, las ofensas que recibimos, el trabajo mal pagado, las
amenazas de los que quieren imponérsenos, las guerras que no
son nuestras, el desorden social, el abandono de nuestros
familiares y amigos, el irrespeto a nuestra dignidad personal,
los derechos que nos son negados...
Nos hieren y nos duelen profundamente, las presiones a las que
nos someten los que tienen poder, la persecución por las ideas o
por las creencias, la incapacidad para enfrentar el miedo que nos
atenaza, la ausencia de oportunidades para salir adelante, el
trabajo que no nos gusta, la necesidad de mantener la cabeza
agachada y la espalda doblegada para poder comer..
Nos hieren y nos duelen profundamente, las lágrimas de los niños postrados por
la enfermedad, los ancianos pobres y rechazados por sus parientes, los jóvenes
sin oportunidades, los desechados de la sociedad, los marginados de todo tipo...
Nos hieren y nos duelen profundamente, los
alcohólicos que permanecen tirados en las
calles de nuestras ciudades y pueblos….
….los drogadictos que se deslizan tercamente hacia
el fondo del abismo de su propia destrucción, ….
Las familias rotas, los niños asesinados en el mismo
vientre de sus madres,
• …los enfermos terminales,
• ….las pandillas juveniles que aterrorizan los
barrios,
• … los cientos de miles de campesinos
desplazados de sus parcelas,,,,
• …las jóvenes violadas para quienes la vida se
rompe en mil pedazo …
• …los niños que no saben sonreír porque la guerra
les ha arrebatado su alegría,
• las madres con sus hijos muertos en los
brazos….
• Los desempleados que recorren la ciudad en busca de un
trabajo que les permita al menos llevar algo de comida a sus
familias,
• ,los que no tienen techo, los que no saben leer, los que
no saben qué es sentirse amados por alguien...
Nos hieren y nos duelen
profundamente, los sufrimientos
propios y los sufrimientos de la
humanidad entera, aquí, cerca, y
en todos los rincones de la tierra...
• ¿Por qué sufrimos?... ¿Para qué sufrimos?... ¿De
dónde viene el dolor?... ¿Cuál es su origen?...
¿Cómo se explica?... ¿Por qué lo permite Dios?...
¿Para qué sirve?... ¿Qué sentido tiene el
sufrimiento humano?... ¿Cómo debemos
asumirlo?... ¿Podemos llegar a vencerlo?...
¿Cómo?...
Mucha gente piensa que el sufrimiento es un
castigo de Dios a quien lo padece. ¿Será cierto
esto?... Pero es que también sufren los buenos,
los justos, los que no tienen culpa del mal que
sucede... ¿Acaso no vemos por todas partes
infinidad de niños sin amor, sucios, desarrapados,
enfermos con enfermedades graves, a punto de
morir, niños que mueren violentamente,
atravesados por las balas que otros disparan?..
¿Dónde está Dios que permite que las
cosas sean así, ¡tan distintas a lo que
nosotros creemos que debe ser! ¡Tan
injustas!?... ¿Por qué no los detiene?...
¿Por qué no los castiga a ellos?... ¿Por
qué no hace que las cosas sean de otra
manera, si Él tiene todo el poder para
hacerlo?... ¿Por qué?... ¿Para qué?...

También podría gustarte