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JUAN PABLO II, Carta a las

familias Gratissimam sane, 2-II-


1994, n. 16
La educación
 ¿En qué consiste la educación? Para responder a esta
pregunta hay que recordar dos verdades fundamentales.
 La primera es que el hombre está llamado a vivir en la
verdad y en el amor.
 La segunda es que cada hombre se realiza mediante la
entrega sincera de sí mismo.
 Esto es válido tanto para quien educa como para quien es
educado. La educación es, pues, un proceso singular en el
que la recíproca comunión de las personas está llena de
grandes significados.
 El educador es una persona que «engendra» en sentido
espiritual. Bajo esta perspectiva, la educación puede ser
considerada un verdadero apostolado. Es una comunicación
vital, que no sólo establece una relación profunda entre
educador y educando, sino que hace participar a ambos en la
verdad y en el amor, meta final a la que está llamado todo
hombre por parte de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
 El «nosotros» de los padres, marido y mujer, se desarrolla, por
medio de la generación y de la educación, en el «nosotros» de
la familia, que deriva de las generaciones precedentes y se abre
a una gradual expansión. A este respecto, desempeñan un papel
singular, por un lado, los padres de los padres y, por otro, los
hijos de los hijos.
 Si al dar la vida los padres colaboran en la obra creadora
de Dios, mediante la educación participan de su
pedagogía paterna y materna a la vez. La paternidad
divina, según san Pablo, es el modelo originario de toda
paternidad y maternidad en el cosmos (cf. Ef 3, 14-15),
especialmente de la maternidad y paternidad humanas. 
 Los padres son los primeros y principales educadores de sus
propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia
fundamental: son educadores por ser padres. Comparten su
misión educativa con otras personas e instituciones, como la
Iglesia y el Estado. Sin embargo, esto debe hacerse siempre
aplicando correctamente el principio de subsidiariedad. Esto
implica la legitimidad e incluso el deber de una ayuda a los
padres, pero encuentra su límite intrínseco e insuperable en su
derecho prevalente y en sus posibilidades efectivas. El
principio de subsidiariedad, por tanto, se pone al servicio del
amor de los padres, favoreciendo el bien del núcleo familiar. 
 Uno de los campos en los que la familia es insustituible es
ciertamente el de la educación religiosa, gracias a la cual la familia
crece como «iglesia doméstica». La educación religiosa y la
catequesis de los hijos sitúan a la familia en el ámbito de la Iglesia
como un verdadero sujeto de evangelización y de apostolado. Se
trata de un derecho relacionado íntimamente con el principio de la
libertad religiosa. Las familias, y más concretamente los padres,
tienen la libre facultad de escoger para sus hijos un determinado
modelo de educación religiosa y moral, de acuerdo con las propias
convicciones. Pero incluso cuando confían estos cometidos a
instituciones eclesiásticas o a escuelas dirigidas por personal
religioso, es necesario que su presencia educativa siga
siendo constante y activa.
 Es el evangelio del amor la fuente inagotable de todo lo que nutre a la
familia como «comunión de personas». En el amor encuentra ayuda y
significado definitivo todo el proceso educativo, como fruto maduro
de la recíproca entrega de los padres. A través de los esfuerzos,
sufrimientos y desilusiones, que acompañan la educación de la
persona, el amor no deja de estar sometido a un continuo examen.
 Para superar esta prueba se necesita una fuerza espiritual que se
encuentra sólo en Aquel que «amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). De
este modo, la educación se sitúa plenamente en el horizonte de la
«civilización del amor»; depende de ella y, en gran medida,
contribuye a construirla.
LA FAMILIA EN EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
por el Cardenal William J. Levada
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

El Papa Pablo VI llamó al Concilio Vaticano II el "Catecismo de nuestro


tiempo". Sus dieciséis documentos constituyen un tesoro tan abundante y rico de
enseñanzas que, no obstante hayan trascurrido cuarenta y un años de la
conclusión del Concilio, una de las tareas principales de la Iglesia sigue siendo
el estudio y aplicación de sus enseñanzas.
 "El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones
con sus padres, porque esta relación es la más universal,” dice el Catecismo.
Pero el cuarto mandamiento "se refiere también a las relaciones de parentesco
con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y
reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los
deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a
los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos
respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan”.
Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio
Los hijos, don preciosísimo del matrimonio
 Según el designio de Dios, el matrimonio es el fundamento de la
comunidad más amplia de la familia, ya que la institución misma del
matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y
educación de la prole, en la que encuentran su coronación.
 En su realidad más profunda, el amor es esencialmente don y el amor
conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco
«conocimiento» que les hace «una sola carne», no se agota dentro de la
pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación posible, por la
cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una
nueva persona humana. De este modo los cónyuges, a la vez que se dan
entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de
su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e
inseparable del padre y de la madre.
 Al hacerse padres, los esposos reciben de Dios el don de una nueva
responsabilidad. Su amor paterno está llamado a ser para los hijos el
signo visible del mismo amor de Dios, «del que proviene toda
paternidad en el cielo y en la tierra».
 Sin embargo, no se debe olvidar que incluso cuando la procreación no
es posible, no por esto pierde su valor la vida conyugal. La esterilidad
física, en efecto, puede dar ocasión a los esposos para otros servicios
importantes a la vida de la persona humana, como por ejemplo la
adopción, la diversas formas de obras educativas, la ayuda a otras
familias, a los niños pobres o minusválidos.
TODOS SOMOS HIJOS DE DIOS SEGÚN
EL PAPA

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