31 de enero de 2020 • Se dice que el maíz salió de la mano de un anciano. Se cree que era Dios ese anciano, vivía en una casa y ahí llegó un niño diciendo que tenía mucha hambre. Al escuchar lo que decía el niño, el señor le entregó un grano de maíz en la mano y mandó al niño que lo sembrara por tres veces seguidas; sin probarlo, hasta que lo cosechara tres veces y que lo cuidara lo mejor que pudiera, porque si se le perdía ya no tendría para comer. El niño hizo lo que el anciano le ordenaba. • Los días pasaban como horas cortas. La primera mata de maíz nació y creció rápido y dio una mazorca; el niño desgranó esa mazorca y la sembró por segunda vez y volvió a cosechar más maíz; lo volvió a sembrar por tercera vez y con esa cosecha llenó una troje grande. • Cuando el niño cumplió con la orden le avisó al anciano que ya tenía el maíz. El anciano ordenó que ya podía comer de ese maíz, pero faltaba con qué cocerlo, el niño no tenía lumbre; le preguntó al anciano cómo iba a comerse la comida. El anciano mandó al niño al monte para que fuera a buscar un pájaro que se llama Churea (corre camino). • El niño fue al monte en busca del pájaro y lo encontró sobre una piedra, lo agarró y se lo llevó al anciano. El anciano mandó al niño a que juntara leñitos para hacer la lumbre y cocinar la comida; el niño obedeció, trajo la leña y la amontonó en el patio de la casa. El anciano agarró el pájaro y le sobó la cabecita; en cada sobada que le daba, el pájaro soltaba chispas de lumbre como si fuera un eslabón. • Mientras el niño hacía todo lo que le pedían, una mujer se dedicó a hacer trastes de barro: ollas, cajetes y jarros. Una vez que obtuvieron la lumbre y los trastes, ya pudieron cocer la comida y comerla cocida. Así fue como se originó el maíz y la lumbre. Según dicen, el pájaro llamado Churea tiene una chispa roja en la cabeza porque de ahí se originó la lumbre. Así lo contaban los ancianos uarijíos.
Recopilado por Francisco Trías Ortiz. Publicado en México Indígena, México,
Instituto Nacional Indigenista, No. 16, año III, mayo-junio de 1987, p. 30.