Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
FLORENCIA
I. Martín V, Papa universal
En el verano de 1417, la deposición de Benedicto XIII
eliminaba los últimos restos del cisma que durante tantos
años había dividido a los pueblos de la Europa cristiana.
Ahora quedaba por fin expedito el camino para la
elección de un nuevo Papa, que fuese reconocido por
toda la Cristiandad y restableciera la anhelada unidad de
la Iglesia. Pero el Concilio, que había logrado acabar con
el cisma, se hallaba dividido en cuanto al orden según el
cual se habría de proceder en adelante. Todos estaban de
acuerdo en que los dos grandes negocios todavía
pendientes eran la elección pontificia y la reforma de la
Iglesia. Mas la desavenencia surgía a propósito de cuál de
las dos cuestiones había de ser resuelta antes.
El emperador Segismundo pretendía que se
diese precedencia a la reforma, de tal manera
que fuera el Concilio quien, en su calidad de
suprema autoridad eclesiástica, la llevase a
término y colocase así al futuro Papa ante el
hecho consumado de una Iglesia renovada. La
mayoría de las «naciones» deseaban, sin
embargo, poner rápido término a la orfandad de
la Iglesia por la elección de un nuevo Papa y
confiar a éste, en unión con el Concilio, la misión
de dirigir la reforma eclesiástica.
El compromiso a que se llegó quedó plasmado en el decreto Frequens,
de 9 de octubre de 1417, que dispuso la periódica reunión del Concilio
ecuménico. De este modo, quienes temían que la elección papal
pudiera dilatar sine die la reforma eclesiástica, recibían la garantía de
que no sería así y que los futuros Concilios velarían por que se
realizase. El decreto Frequens estableció que el próximo Concilio se
celebraría al cabo de cinco años, el siguiente a los siete y los sucesivos
de diez en diez años; si surgía un cisma, el Concilio ecuménico se
reuniría sin necesidad de convocatoria. Una periodicidad conciliar se
había previsto desde antiguo en la Iglesia a nivel regional y -como se
vio en otro lugar- la disciplina eclesiástica se esforzó durante mucho
tiempo por conseguir la celebración anual de los Concilios
provinciales. Pero la transformación del Concilio ecuménico en
asamblea periódica constituía una novedad sin precedentes en la
tradición eclesiástica. Este hecho, unido a la declaración de
supremacía del Concilio contenida en el decreto Sacrosancta, equivalía
a modificar sustancialmente la constitución de la Iglesia y a convertir
ésta en una especie de monarquía parlamentaria.
Para que todo fuera insólito en esta hora singular de la vida de la
Iglesia, el colegio electoral del nuevo Papa se formó esta vez, y sin
que sirviera de precedente, por los 23 cardenales presentes en
Constanza, a los que se agregaron treinta electores más, seis por cada
una de las cinco naciones del Concilio. El cónclave se constituyó el 8
de noviembre en el «Kaufhaus» -el palacio de los mercaderes-, y tres
días después, el 11, el cardenal Otón Colonna era elegido Papa y
tomaba el nombre de Martín V. La elección pontificia fue acogida con
inmensa alegría por el pueblo de Constanza y por Europa entera. Por
fin, después de tantos años de espera, la Cristiandad volvía a estar
unida bajo un solo pastor, cuya legitimidad era universalmente
reconocida. En los meses siguientes, el Concilio aprobó varias
medidas parciales de reforma de la Iglesia y se concluyeron los
llamados «concordatos de Constanza», acuerdos sobre cuestiones
eclesiásticas entre el Papa y las diversas «naciones» conciliares. En
abril de 1418, el Concilio se clausuró y Martín V marchó pronto
camino de Italia, tras declarar que el próximo Concilio se celebraría
cinco años más tarde en Padua.
Clausurado el Concilio podía hacerse ya el balance de la
obra llevada a cabo en Constanza. La asamblea -que había
sido el más largo Concilio universal conocido hasta
entonces- tenía en su haber algunos éxitos indiscutibles:
había puesto fin a cuarenta años de cisma, había devuelto
la unidad espiritual a la Cristiandad europea, había dado un
Papa indiscutido a la Iglesia. Como contrapartida habría
que decir que los decretos promulgados por el Concilio
-que Martín V no promulgó formalmente- dirigidos a
limitar los poderes del Papa y a dar una constitución
conciliarista a la Iglesia, no sólo despertaban justificados
recelos en el terreno doctrinal, sino que contenían también
los gérmenes de futuros conflictos. Estos conflictos
culminaron en el abierto enfrentamiento que pronto se
produjo entre el Papado y el Concilio de Basilea.
Del Concilio de Constanza, empezado con la cristiandad dividida en
tres facciones, salió un Papa reconocido por todos: Martín V (1417-
1431). Juan XXIII murió como cardenal de Florencia (1419); Gregorio
XII, en Recaniti (1417), antes de acabar el Concilio y antes de que
Martín V hubiese sido elegido; Benedicto XIII, ni renunció al
pontificado ni desistió de sus pretensiones de universalidad; después
del Concilio de Constanza se refugió en Peñiscola, y conservó siempre
fervorosos partidarios en Francia, España y Escocia. Después de su
muerte fue elegido, para sucederle, el canónigo barcelonés Gil Muñoz,
que se dio el nombre de Clemente VIII (1423); pero terminó
reconciliándose con Martín V (1429).
› Libertad de predicación.
› Comunión bajo las dos especies.
› Abolición del poder temporal y de la propiedad del clero.
› Castigo de todos los pecados mortales públicos.
Participantes: