describen la situación sino que las hacen, las realizan. Fue el lingüista británico J. L. Austin quien hacia mediados de los años cincuenta propuso estudiar aquellos “actos del habla” que afectan el estado de las cosas en el momento mismo de su ejecución. En esta nueva manera de analizar el discurso, tan importante es la competencia comunicativa como el contexto del enunciado performativo. A diferencia de enunciados indicativos o imperativos, los “performativos” son aquellos que ejercen alguna acción transformadora; por ejemplo, el discurso que acompaña un bautizo o una boda. (Prieto: 16) No sólo era utilizado en el campo de la lingüística “sino también en la reflexión sobre los alcances del discurso visual, verbal y gestual, tanto en el teatro como en el arte-acción” (Prieto: 17) en filosofía, sociología, el feminismo, por nombrar algunos.
Ésta nace asociada a la aparición del arte de la/el performance, es decir,
en la emergencia de escapar de los limites canónicos de las artes visuales.
Es así que en los años ´60, comienza a ser el cuerpo uno de los soportes del arte.
Ya en los años ´70, la/el performance comienza a aparecer de manera más
formal en el campo académico y al que se le asocian diversas prácticas: el ritual, el teatro, la danza, las manifestaciones políticas, fiestas entre otras. La performatividad “se refiere a actos discursivos o gestuales que ejercen un cambio en el estado de las cosas, no necesariamente por medio del simulacro” (Prieto: 4) por lo tanto, no se da sólo en la representación, sino en la acción misma, por ello el término esta tan ligado a las acciones performativas que escapan de los límites del teatro.
Desde allí el teatro ya no es solo concebido como un espacio
material de semiotización, la imagen y acción del cuerpo del actor ahora es un factor clave en la performatividad. El teatro, exceptuando las prácticas actuales, fue un arte que tenía su estructura de creación con límites espacio/temporales más o menos fijos, utilizando la convención como un punto consciente entre actores y espectadores; sin embargo, éste escapa a sus propias reglas y no es sólo un arte inmóvil, sino que trasgrede con su energía creando momentos que ya no responden al análisis de tipo semiótico. La fluidez, lo efímero que ocurre en el hecho escénico ha dotado al teatro, en gran medida por su interdisciplinariedad, de lo performático. Por un lado tenemos la teatralidad que pone énfasis en su capacidad de construcción y en la conciencia de ser transformada para ser vista por un otro, el espectador. Y por otro, tenemos la performatividad que “enfatiza la acción, el dinamismo, y por lo tanto huye de la representación en busca de la manifestación de un mundo permanentemente cambiante (…) Los límites entre realidad y ficción son móviles y dependen de acuerdos permanentes y de transformaciones que la situación experimenta.” (Sánchez, 2011, p. 25) La performatividad aparece como elemento presente en la puesta en escena y con una especificidad que la sitúa disímil a la teatralidad. La primera responde a un acto de presentación del cuerpo, donde existe menos control de las acciones, en donde el cuerpo se hace presente con toda su energía y materia, es decir, al acto de flujos constante, de dinamismo, movimiento, sensaciones; en cambio la teatralidad está más relacionada con el ilusionismo, la convención, la artificialidad Podríamos entender que la performatividad no se relaciona con lo material, sino con lo experiencial, con la acción misma, “lo interesante es que el teatro ha tomado muchos aspectos de la performance, por el hecho de que ésta puede despojarse completamente de la representación” (Féral, 2003, p. 32) La performatividad es una práctica que surge como una forma de escapar a las limitaciones de representación y no está dada sólo en lo verbal ya que el actor no solamente es palabra o cuerpo, es también vida, energía, materia, emociones y temperatura. La diferencia entre el arte de la performance y el teatro es que este último se trata de una realidad que crea ilusión. La performance niega la ilusión para anclarse en la realidad misma. La ilusión apela al espectador en tres niveles: el de la sensación, el de la percepción y por último el de la interpretación y las emociones (Féral, 2003, p. 33) El acto performativo surge en la praxis, en el hacer. Se potencia lo instintivo, lo energético, aquello que existe después del drama, después de la representación. La performatividad no se relaciona con la mímesis como podríamos entenderlo en la teatralidad, sino que existe en esos momentos de azar. Una obra que reconocemos con características performativas, es aquella en donde los actores poseen una cualidad de hacer algo nuevo, distinto de lo ensayado, en la frontera entre el ser y el aparecer. Hoy en día muchas compañías se constituyen y crean a partir de prácticas performativas, de dinámicas que no trabajan en pos de un resultado y donde una nueva obra teatral no siempre nace desde el texto. La globalización es un aspecto que ha influido en estas nuevas formas, la tecnología, la multimedialidad, las artes son elementos que aportan a una nueva manera de resolver interrogantes en las puestas en escena. Por lo tanto, la experimentación es una característica esencial en el teatro en donde el cuerpo funciona como elemento móvil de acción y reflexión.