Calvin, nació en Noyon, localidad de la Picardía, en el norte de Francia, el 10 de julio de 1509. Dotado de una mente más lógica y rigurosa que la de Lutero, Calvino llevó hasta sus últimas consecuencias las premisas fundamentales de la doctrina protestante. El protestantismo calvinista tuvo una fuerza expansiva superior al Luteranismo, se introdujo profundamente en Hungría y Bohemia y ganó a parte de la aristocracia polaca. La doctrina de Calvino se polariza en la soberanía de Dios: ‘Sólo a Dios la gloria’. La justificación y la santificación del hombre son obra exclusiva de Dios, que predestina a unos hombres para la salvación ‘antes de tener en cuenta sus méritos’ futuros, y lo consigue concediéndoles gracias eficaces e irresistibles que aseguran su perseverancia hasta el final. En consecuencia, Calvino tuvo que admitir también que los pecadores, los condenados, no habían escapado a la eficaz voluntad divina: Dios los había predestinado a la destrucción antes de prever sus pecados y, en la doctrina calvinista más rígida, incluso antes de prever el pecado original de Adán en el Paraíso. De acuerdo con esta doctrina, sólo se admiten dos sacramentos, el bautismo y la eucaristía, pero su carácter es meramente simbólico y no proporcionan la gracia.