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Ápices Digital 1
Ápices Digital 1
REDACCIÓN
Magdalena Cámpora
Susana Fernández Sachaos
Diego Ribeira
Luis H. Biondini
Luis Ángel Della Giovanna
Raúl Lavalle
nº 1 - 2009
1
ÍNDICE
Comentarios de libros p. 33
2
POESÍA GRIEGA ACTUAL: HÁRIS VLAVIANÓS
DÍMITRA CHRISTOFORÍDOU
POESÍA
También la detesto;
claro que existen
cosas más necesarias en la vida
que este scrabble interminable
con repentinas crisis de euforia verbal.
Pero leyéndola
con repudio absoluto
se descubre
en sus páginas en blanco y negro
un lugar destinado a lo auténtico:
un jardín fantástico
con verdaderas arboledas
donde el vestido plegado de la Sra. Moore
arrastra con rítmica magnificencia
las hojas muertas de nuestras vacilaciones.
Χάρης Βλαβιανός
Ποίηση
3
La generación de los 1980 de la poesía griega actual que abarca
el período 1980-99 descarga con Háris Vlavianós (Roma, 1957), poeta
intelectual y reflexivo, teórico y genuinamente romántico. Autor del
libro “A quién concierne la poesía. Pensamientos acerca de un arte
innecesario”1, responde que la poesía concierne a una “inmensa
minoría”, evocando al propio Juan Ramón Jiménez. 2
1
Atenas, Editorial Pólis, 2007.
2
Entrevista de Vlavianós a la revista Intellectum, 2007-2008, nº 3: “Háris Vlavianós: El
territorio frágil de la poesía”, pp. 71-91.
3
En Complete Poems of Marianne Moore, New York: Macmillan, 1967.
4
RENÉ CHAR, L’ÉTERNITÉ À LOURMARIN
L´éternité à Lourmarin1
Albert Camus
La eternidad en Lourmarin
Albert Camus
Ya no hay línea recta ni ruta iluminada con un ser que nos dejó.
¿Dónde se aturde nuestro afecto? Ojera tras ojera, si él se acerca, es para
hundirse de inmediato. Su rostro a veces se imprime sobre el nuestro,
produciendo sólo un destello helado. El día que alargaba la felicidad
entre él y nosotros no está en ninguna parte. Todas las partes – casi
1
Albert Camus está enterrado en Lourmarin.
5
excesivas – de una presencia se han dislocado de golpe. Rutina de
nuestra vigilancia… Sin embargo ese ser suprimido se mantiene dentro
de algo rígido, desierto, esencial en nosotros, donde nuestros milenarios,
juntos, apenas tienen el espesor de un párpado cerrado.
Con el que amamos, hemos cesado de hablar, y no es el silencio.
¿Qué es entonces ? Sabemos, o creemos saber. Pero solamente cuando el
pasado que significa se abre para darle paso. Aquí está a nuestra altura, y
luego lejos, adelante.
6
Ştefan, ouvi o vosso nome
e o vosso vestigio me tocou
e me seguiu também
nos passos do homem
tornado mendigo
e cuja dignidade o impediu
de me dirigir una súplica.
LUCIANO MAIA
Esteban, oí tu nombre
y tus vestigios me tocaron
y me siguieron también,
en los pasos de un hombre
que se volvió mendigo
y cuya dignidad le impidió
dirigirme una súplica.
7
Por el Bulevar Esteban el Grande
escuché las voces de aquella lengua
de pastores y soldados en lucha intrépida
por sus abuelos y por los que –hoy–
son callados testimonios
de la opresión de un pueblo.
1
Sobre Moldavia, cf.: http://es.wikipedia.org/wiki/Moldavia .
8
(IN MEMORIAM)
LUIS ÁNGEL DELLA GIOVANNA
Alma,
gota pura
donde se muestra
el cielo.
1
Coronel, Amanda (1983). Tránsitos, Botella al Mar, Buenos Aires.
9
En otro de sus abalorios, esa acción purificadora del agua es
anhelada por la poetisa con la esperanza de hallar su verdadero “yo” y
así poder ver desde el alma:
Lluvia,
lava mi rostro.
Quiero ver.
Cero
Todo
Nada
Me devuelves la unidad.
Nunca es siempre…
¡Oh sueño de vida
para luz
10
en tinieblas!
¡Cuántas manos
Para un mismo objeto!
¡Cuántas almas
En busca de una mano!
Semilla,
transparente vibración
en libre cauce.
11
Una flor es espera
de un ciclo muy pequeño.
Demos…
Hay que empezar.
12
SIGNIFICADOS DEL EXILIO EN LA CASA Y EL
VIENTO DE HÉCTOR TIZÓN
LUIS H. BIONDINI
13
través de la mediación de la palabra para darle un significado al dolor del
destierro.
El largo adiós
1
La novela iba a titularse El largo adiós, pero un amigo lo disuade, pues Chandler
había editado un libro homónimo: The long goodbye.
14
La paradoja del exilio radica en que para la tradición occidental se
presenta la salida como una desgracia –la desgracia por excelencia–. Y
por otra parte, aparece el exilio dotado de características positivas; como
si la caída, la partida que implica, fuese indispensable para la realización
del ser (Nancy, 1996, p. 34).
En la tradición griega y cristiana, el exilio aparece como algo
transitorio, como el pasaje, en definitiva: para los griegos se lo asocia
con el regreso, y para los cristianos con el tránsito entre la caída (falta) y
la redención. Es decir, se sale de lo propio para regresar a ello. El exilio,
entonces, “no vale por sí mismo” según esta tradición; se lo considera un
simple momento en una dialéctica en la que está prefigurada la
superación de su carácter negativo: la redención es el único destino del
expatriado.
Según este enfoque habría un núcleo irreductible de expectativas
en el exilio. El novelista jujeño describe su actitud con todo el peso de la
paradoja que se establece entre la desdicha del destierro y su posible
superación: “Así pasan los años, unos detrás de otros, pero no como una
suma o como el tiempo cuyas cifras un preso escribe y anota en los
muros de una celda, sino como la soterrada, oscura y no dicha
(¿desdicha?) esperanza de volver” (Tizón, 2004, p. 123).
Ahora bien, habría un segundo momento en la tradición del exilio
que lo consideraría como “negatividad pura y simple: la dureza y la
desgracia del exilio que no conduce a nada, no se reconvierte en nada.
La deportación sin retorno” (Nancy, 1996, p. 38). Exilio como la
máxima de las desdichas. Es el caso de Ovidio, que inmortalizó su exilio
en los Tristia: el regreso se mantiene diferido en el tiempo, parece
imposible. Se está relegado en tierras bárbaras de por vida, y el frío
invierno parece asediarlo todo, incluso el ánimo del exiliado: “Lejos de
mi patria ha de acabar mi vida, sobre el carro de Bóreas” (Ovidio, Tr. IV,
4 v. 41). El poeta de Ausonia lo entiende como una maldición de los
dioses, como una pérdida de la gracia divina: “yo tengo que carecer de la
patria a perpetuidad, si no se calma la cólera del dios a quien he
agraviado” (Ovidio. I, 3, v. 83-84). E incluso, en los momentos más
aciagos, encuentra una oscura esperanza en la muerte, para acabar con
sus desdichas: “La única esperanza que me consuela en tanto extremo es
que la muerte abreviará la duración de mis tormentos” (Ovidio, Tr. IV, 4
v.v. 45-50).
El mismo clima agobiante se respira en las páginas de la novela
de Tizón. La vacilación entre el miedo y la esperanza, presente en todo
exiliado, se intensifica generando momentos de gran desasosiego y furia.
Si a la noche siente tanto tristeza como temor, al día siguiente con la
claridad del cielo reaparece la esperanza: “certeza de que todo valía la
15
pena y de que el hombre es, a la vez, muchos hombres” (Tizón, 1984, p.
381).
Para el protagonista el viaje no es una ocasión para la aventura ni
para la esperanza, sino que es una figura de negativa tristeza: “Durante
toda mi vida las mudanzas de lugares estuvieron ligadas en mí, no a la
curiosidad, ni a la esperanza o el asombro, sino a las pérdidas y la
melancolía” (Tizón, 1984, p. 428).
El narrador se esfuerza penosamente por retener los últimos
momentos que vive en la Puna: “Quiero dejar atrás la estupidez y la
crueldad, pero en compensación debo retener la memoria de este otro
país para no llegar vacío a donde viviré recordándolo” (Tizón, 1984, p.
428).
El exiliado vive en el recuerdo de su patria pérdida, por eso se
cierra a la experiencia presente. El propio Tizón comenta cómo se
obstinaba en “apurar los días de la espera, esconder la cara y cerrar los
ojos para que aquellos meses se consuman y acortar así la distancia que
me separaba del regreso conjetural” (Tizón, 2004, p. 116).
Pero, como el poeta latino, el protagonista de la novela toma
conciencia de que ya nada será igual, luego de la partida; empieza a
cuestionar su propia identidad: “como todos los que se van ya no podría
ser el mismo” (Tizón, 1984, p. 370).
El “estar fuera de”, el “haber salido de” se convierten en
estructuras a través de las cuales hay que descubrir la propia identidad.
Como señala Nancy (1996), el exilio en la modernidad es –
subrayando ese ex–, “el momento de salida y del afuera”, cuya existencia
para el hombre es salida, estar fuera de lo propio. Debe ser pensado
como constitutivo de la existencia, y no como una salida de lo propio
“con vistas a un regreso” –posible o imposible–, sino como “la
dimensión misma de lo propio” (Nancy, 1996, p. 34, 39). Entonces, el
yo es la salida misma; es una apertura, en tanto lo otro, lo ajeno, que
encuentro en ese afuera, me constituye como huésped. El propio yo se
configura en esa vacilación entre lo propio y lo ajeno absoluto.
La distancia que provoca este movimiento centrífugo, en
principio, es espacial: se cambia de ambiente, de hábitat. Este aire ya no
es el que se respiraba; el paisaje se vuelve tan extraño como las personas
del país que en el que se hospeda el expatriado. Pero también hay una
distancia temporal entre el yo anterior al exilio y el posterior: el yo
exiliado. Es en esta dimensión en la que va a aparecer la rememoración
como intento de salvar este hiato intrasubjetivo en un sentido dinámico:
el yo exiliado se construye en la extenuación del recuerdo de lo
abandonado para resguardar su identidad. No vive en el presente, sino
que muestra lo que todavía está presente en el recuerdo, lo que no
termina de morir del todo: la experiencia primera del lugar de origen. En
la novela hay varios pasajes que ilustran está indagación en la memoria.
16
Por ejemplo, mientras el narrador, recuerda a un amigo se su padre que
se parecía al dueño de un burdel surge está reflexión:
Busco en los versos el olvido de mis miserias, y si consigo este premio me daré por
satisfecho
Ovidio
17
noche y el día, como si se tratara de un territorio límite que estuviese
entre el sueño y la vigilia; es decir, como una alucinación. Si a la noche
siente tanto tristeza como temor, al día siguiente con la claridad del cielo
reaparece la esperanza: “certeza de que todo valía la pena y de que el
hombre es, a la vez, muchos hombres” (Tizón, 1984, p. 381).
El recuerdo se vuelve casi patológico, propio de la melancolía. Si
el autor considera la propia novela como perteneciente al trabajo del
duelo es porque en ella se ve cómo se va aproximando el recuerdo a una
comprensión más cabal de lo que se ha abandonado. Esta elaboración del
duelo se realiza “pieza por pieza” y necesita de un tiempo: el dolor de la
pérdida no se puede extinguir inmediatamente. En la melancolía se
agrega a este proceso las autoinculpaciones, reproches y, sobre todo, un
odio contra sí mismo. El personaje siente culpa por las personas que ha
abandonado: “había defraudado la confianza de los otros” (Tizón, 1984,
p. 370). En la fuga hacia la frontera, piensa en los habitantes de su
pueblo. Se preocupa por aquello que van a pensar sobre su huida, que él
mismo considera una “estupidez sin enmiendas” (Tizón, 1984, p. 370).
El tópico del viaje como momento de descubrimiento es
subvertido y aparecen erráticos los desplazamientos más “vinculados a
turbulencias metafísicas”(Stockli, 2007, p. 52) que a una conciencia de
un destino cierto.
Lo que se ha perdido es parte de la subjetividad, pero como tal
habrá que descubrirlo para no perderse en esa ausencia. En la novela
aparece una conciencia de la conmoción que el desarraigo supone para la
propia identidad: “como todos los que se van ya no podría ser el mismo”
(Tizón, 1984, p. 370).
En la melancolía la persona sabe lo que perdió pero no lo que
perdió en él (en su propia persona). Por eso Freud dice que “la sombra
del objeto cae sobre el yo” (Freud, 1920 [1997], p. 1637). La pérdida del
objeto ha sido sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el
cual no hay nada oculto en lo que atañe a la pérdida.
En la novela tenemos planteado un problema en cuanto a que “lo
propio se sustrae y desestabiliza de modo siniestro” (Stockli, 2007,
p.149). El narrador percibe las cosas con cierto aire de irrealidad, y
aparece en él la sensación de estar huyendo de sí mismo como si la
amenaza estuviese dentro de sí (Tizón, 1984, p. 395). El narrador de la
novela tiene que encontrar lo que sobrevive en él de todo eso que está a
punto de perder exiliándose definitivamente:
18
uno de estos hombres, desprenderme de mi propio
lenguaje, de mi piel, de la memoria de mi cuerpo,
pero ahora sólo consigo pensarlo, sabiendo que
pensar es engañoso [...] Sólo el frío, el calor, el
hambre, las ganas, no mienten. (Tizón, 1984, p.
403)
19
complejidad: momento de estar afuera, solo en el mundo, pero
reconociendo que esa falta de pertenencia –el ex de la salida– lejos de ser
absoluta, convive en nuestra tradición occidental con la esperanza de una
vuelta al hogar. Por eso, en el último capítulo, el personaje nos dice
desde el exilio:
20
tendrá que darle forma para darles un “adiós” definitivo, y empezar así
“una nueva vida” a la distancia.
LUIS H. BIONDINI
Fuente
Tizón, Héctor (1998 [1984]). La casa y el viento. Buenos Aires: Perfil.
Bibliografía
Da Costa, Ana (2007). Héctor Tizón: un ejemplar de frontera. Buenos
Aires: Ediciones de la Flor.
Freud, Sigmund (1997 [1920]). Duelo y Melancolía. En Obras
Completas, vol. 14. Madrid: Losada.
Lorenzano, Sandra (2001). Escrituras de sobrevivencia: Narrativa
argentina y dictadura. México: UAM.
Nancy, Jean-Luc (1996). “La existencia exiliada”. Archipiélago.
Cuadernos de crítica de la cultura, Nº 26–27, p. 34-40.
Ovidio. Las Tristes [traducción de José Quiñónez Melgoza (1987)].
México: UNAM.
Stöckli, Gabriela (2007). Héctor Tizón: El arte de prescindir. Buenos
Aires: Paradiso.
Tizón, Héctor (2004). No es posible callar, Buenos Aires: Taurus.
21
EL POETA ISLANDÉS GUOLAUGSSON Y
SHAKESPEARE TRADUCIDOS EN SALTA1
CARLOS MARÍA ROMERO SOSA
1
Publicado en Claves, año XVII, nº 175, Salta, nov. 2008.
22
profesor, ni menos un amigo, sino un objeto ameno de burlas y chistes
de la peor especie”. 1
Pero hubo también otros personajes foráneos y aquerenciados
en Salta a quienes, sino la insolencia y la ignorancia, les cupo sufrir en
cambio y además de la inevitable nostalgia por sus patrias de origen, la
conciencia de no hallar mayor eco en sus proyectos destinados a la
comunidad y al cabo presagiar el definitivo ocaso de lo que de esas
metas pudo realizarse. Fue el caso del dinamarqués oriundo de
Copenhague Cristian Nelson (1867-1947)2. Un episodio infantil que
solía memorar con simpatía lo pinta de cuerpo entero: a los doce años
huyó de su hogar noble y hasta entroncado con la realeza del Viejo
Mundo hacia Groenlandia de donde fue regresado por pescadores al
seno familiar. “Aunque la aventura me salió mejor que a Julio Verne
embarcado de incógnito como grumete de niño, y al que su padre halló
en un puerto francés antes de que el barco cruzara el Atlántico”,
contaba risueño.
Nelson, que con el tiempo llegó a ser un científico especializado
en geología, en ciencias naturales y en las disciplinas del hombre,
había completado su formación en universidades de Europa, entre ellas
Munich, y vino a dar a Salta en 1912 cuando era gobernador Avelino
Figueroa. Antes recorrió la pampa bonaerense y el Litoral, trabajó
como jardinero en Olivos, Buenos Aires, actuó en el periodismo
santafecino, instaló una farmacia en Rosario, promovió en Esperanza la
Unión Agrícola y organizó una de las primeras cooperativas lecheras
del país sino la primera3. En Salta se ganó la existencia en varias
actividades hasta ser designado Subjefe de la Oficina de Estadística con
un modesto salario; recién en 1928 su amigo Daniel Policarpo
Romero, a la sazón legislador por el Departamento de Rivadavia y
Vicepresidente de la Cámara de Diputados, logró que se le asignara al
cargo una mejor remuneración, hecho que el beneficiario agradeció en
una carta de su puño y letra donde se advierte cierta contrariedad ante
la falta de reconocimiento que había merecido hasta entonces su labor
civilizadora: “el aumento pedido está muy lejos de ser algo
extraordinario, por cuanto de ninguna manera recompensa los muchos
1
Colegio Nacional de Salta. Publicación recordando el L aniversario, Salta, Imprenta
C. Velarde, 1926.
2
Al cumplirse el centenario de su nacimiento apareció una breve noticia biográfica
publicada en La Nación, el 12 de mayo de 1967 (p. 12). La redactó Carlos Gregorio
Romero Sosa, uno de sus discípulos, su colaborador juvenil en el Museo de Fomento
y a quien Nelson inició en el estudio de las ciencias de su especialidad,
principalmente en las investigaciones arqueológicas. como que con éste realizó
trabajos de campo en la zona de Chicoana y luego lo vinculó con el Museo de
Gotemburgo (Suecia).
3
Ricardo Piccirilli, Francisco L. Romay y Leoncio Gianello. Diccionario Histórico
Argentino, tomo V, página 418-419, Buenos Aires, 1954.
23
servicios que con buena voluntad he prestado a esta provincia sin
fijarme nunca en remuneraciones equitativas.”1
Es de imaginar por otra parte que no debían ser muchos los que
advertían su verdadera estatura intelectual, siendo que a la clase
dirigente salteña la conformaban para el tiempo de su actuación
personas cultas, de buena formación y algunas hasta eruditas pero las
más de ellas ajenas por completo al campo de sus inquietudes
científicas. Apenas transitaron por esas materias el sacerdote
Clodomiro Arce (1854-1909), el ingeniero Víctor Arias (1887-1925),
descubridor de la llamada “Cultura de la Candelaria” e interlocutor de
Eric Boman, más adelante Juan Carlos Dávalos autor del libro
“Ensayos biológicos” (1941) o el historiador y jurista Atilio Cornejo al
que nada de lo humano ni de lo terreno le era indiferente. Sin olvidar
por supuesto en el siglo XIX a Juan Martín Leguizamón (1833-1881),
mencionado con elogio por Florentino Ameghino. Además, muchos
salteños progresistas como Miguel Tedín, un amigo de José Martí 2,
Joaquín Castellanos –Gobernador Constitucional que debió renunciar
en 1921 amenazado con un juicio político–, Luis y Adolfo Güemes,
Indalecio Gómez, Manuel Alvarado o Carlos Serrey, en general habían
buscado otros horizontes o actuaban en la política nacional radicados
en Buenos Aires. De tal modo Nelson, socialista utópico, positivista,
con espíritu algo esotérico y cosmovisión universalista –una amalgama
del “hombre rebelde” de Albert Camus y del “hombre desplazado” de
Tzvetan Todorov– no del todo a gusto en un medio conservador,
cerrado, renuente al cambio y poco permeable a los vientos de
movilidad social que soplaban justicieros o amenazadores -según se
viera-, recibía en los hechos más consideración personal a sus calidades
éticas y su innato señorío que propiamente solidaridad y compañía en
sus empeños democratizadoras del conocimiento.
Con el ex Intendente Municipal de la Capital Agustín
Usandivaras fundó la Unión Salteña, institución cultural cuya labor
estudiaron y difundieron Ricardo N. Alonso y Gregorio Caro Figueroa3,
y que entre otras iniciativas auspició y logró del gobernador
Robustiano Patrón Costas la creación del Museo de Fomento que se
estableció por decreto número 476 de 16 de junio de 1915 refrendado
por el ministro Julio Cornejo. Aunque el texto de la norma –trascripta
por Tomás I. Gray en el libro Noroeste4– no lo menciona, el organismo
fue puesto bajo la dirección honoraria de Nelson que con tesón reunió
1
Carta de Cristian Nelson a Daniel Policarpo Romero (original en poder del autor).
2
Carlos María Romero Sosa: “José Martí y el político salteño Miguel Tedín”,
Claves, año XVII, nº 169, Salta, mayo 2008.
3
Ricardo N. Alonso y Gregorio Caro Figueroa. “La Unión Salteña, el Grupo Salta y
un proyecto inconcluso”, La Provincia de Salta; Enfoques y perspectivas, Salta,
CriSol Ediciones, 2004.
24
allí colecciones zoológicas, botánicas, arqueológicas, etnológicas,
exhibió en una de las vitrinas una momia indígena que descubrió y
trajo en mula desde Olapacato, en la Puna, y numerosas piezas
históricas así como elementos referentes a las producciones de la
provincia y del Noroeste todo, ya que Nelson fue un visionario
promotor de la integración regional del NOA, región que denominó en
artículos con su firma la Zona Comercial del Norte.
Este hombre de múltiples inquietudes que se reconocía a sí
mismo simplemente “Organizador”, un título que figuraba impreso
bajo su nombre en los papeles de su correspondencia, descubrió el
Campo Magnético Calchaquí, redactó una Memoria Descriptiva de
Salta, reunió seudónimos de escritores locales y él mismo oculto tras
el humorístico de “Chimisapagua” ejercitó el aforismo de índole moral
no carente de un fondo de utilitarismo protestante o de pragmatismo
hasta en su forma de enunciación con números arábigos: “Diez
esfuerzos aislados producen 10. Diez esfuerzos unidos producen 100”;
y en dicho género las máximas filosóficas en la línea de Nietzsche o
incisivas a lo La Rochefoucauld. Y hasta practicó la poesía breve y
celebrante: “¡Oh Salta generosa / como un panal de miel, / dichosas tus
montañas / en donde mora Ariel!”
Asimismo al promediar la segunda década del siglo pasado se
dio a la tarea de traducir poetas dinamarqueses, noruegos e islandeses,
no como un ejercicio de evasión y de vuelo añorante hacia las zonas
boreales de la infancia sino con evidente ánimo de divulgar visiones
ajenas del mundo y homenajear sensibilidades desconocidas en estas
latitudes, dado que más allá de los cuentos infantiles del danés Hans
Christian Andersen, de alguna pieza teatral del noruego Ibsen y de las
referencias mitológicas nórdicas presentes en Castalia bárbara del
boliviano modernista radicado en Tucumán Ricardo Jaimes Freire,
pocos se interesaban aquí por las literaturas escandinavas; a excepción
quizá del teósofo Leopoldo Lugones, que en 1906 realizó un viaje
iniciático por los países del Norte de Europa. Faltaban varios años para
que Borges desde sus páginas convocara por igual las sagas y las
milongas, los vikingos y los orilleros porteños, a Snorri Sturluson y a
Jacinto Chiclana, a Emmanuel Swedemborg y a Evaristo Carriego.
Cristian Nelson tradujo al castellano varias obras del poeta y
periodista islandés Jónas Guólaugsson, un representante del
neorromanticismo de su patria que se hallaba unida a la corona danesa
hasta independizarse en 1944. De ese movimiento estético-patriótico
también formaron parte Einar Benediktsson, Sigurour Sigurosson,
Stefán fra Hvítardal y el dramaturgo Jóhann G. Sigurjónsson 1.
4
Buenos Aires, Peuser, 1944. Hay un capítulo que lleva por título “Una charla con
Nelson”, p. 31-39.
25
Guólaugsson –Nelson escribió Gudlausson–, fue un lírico
evocador de su helada tierra de géiseres y montañas nevadas nacido en
1887 en Stadarhraun (Hitardalur, Myra) y muerto en 1916, a los
veintinueve años, en Dinamarca, donde estudió agricultura. Era un
trotamundos que –sin duda como su propio intérprete al español en los
momentos de quebranto– se lamentaba por lo irremediables y fatales
que resultaron ser sus impulsos errantes causales de privarlo de patria
y hogar, como expresa el último y amargo verso de Recuerdos de
Islandia. En esa composición, a partir de enumeraciones de accidentes
y fenómenos de la naturaleza y descripciones geográficas, todos
elementos nacionalistas característicos del Nýrómantik, se afila igual
que una espada para el duelo mortal la idea angustiosa del desarraigo:
***
1
Mariano González Campo. Fausto en Islandia: El Galdra-Loftur de Jóhann
Sigurjónsson, Universidad de Murcia.
26
Muy diferentes fueron las circunstancias de la extensa residencia
en Salta del religioso lateranense Benito J. Larracoechea Aguirrezabala,
durante muchos años profesor de inglés en el Colegio Belgrano, fundado
en 1900 luego de la llegada –un año antes– de los primeros miembros de
la orden a la diócesis salteña cuando la gobernaba Monseñor Calixto
Linares, desempeñándose como primer rector del establecimiento
educativo el R.P. Eusebio Lardizabal (CRL).
En cuanto al Padre Benito, nació un 24 de junio de 1894 en
Zeanuri (Vizcaya) e ingresó en 1907 al Seminario de los Canónigos
Regulares de Alsasua. Ordenado como presbítero en Gazteiz (Vitoria) el
22 de diciembre de 1917, entre 1928 y 1936 fue Director de las Escuelas
Municipales de Oñati. Durante la Guerra Civil Española fue un
antifranquista acérrimo, partidario del Lehendakari (Presidente) José
Antonio de Aguirre y Lecube –un social cristiano moderado– y del
Estatuto de Autonomía del País Vasco aprobado por las Cortes de la
República Española en 1936, antecedentes ideológicos que debieron
escandalizar bastante a la sociedad conservadora y sectariamente clerical
de Salta, jugada en general durante la contienda española por el bando
nacionalista y que poco entendía o quería entender de la antigua divisa
vascuence “Dios y Fueros”. Al Colegio Belgrano llegó destinado por sus
superiores en 1941, luego de una larga estada en Inglaterra y de otra
más breve en el Uruguay. En virtud pues de su devoción y de su origen
no era extraño que quien con gran vozarrón entonaba testimonial en las
ceremonias el Himno a San Agustín, en la intimidad se entrecortara
emocionado al cantar las estrofas del Guernikako arbola de Iparraguirre.
Este religioso y maestro de alma dueño de un temperamento
manso, del innato don didáctico y predispuesto a la actitud persuasiva,
nunca adscribió al dudoso método seudo pedagógico basado en el
precepto de que la letra con sangre entra. No en vano al celebrar en
1967 las bodas de oro sacerdotales, participó de la recordación una
multitud entre la que se destacaban en primera línea muchos de sus
viejos ex alumnos de inglés. Uno de ellos era mi padre al que le había
dado clases particulares de ese idioma de su dominio. Carlos Gregorio
Romero Sosa, de paso por la Provincia al tiempo de ese aniversario
mantenía, más allá de su radicación en Buenos Aires, un estrecho
vínculo con su antiguo educador.
27
El Padre Benito solía visitarlo cada vez que viajaba a la Capital
Federal. Entonces aquél le leía capítulos de su libro El Colegio Belgrano
de los Padres Lateranenses. Sus orígenes y significado en la cultura de
Salta y estrofas de su Ronda de los sonetos del Colegio, labores ambas
que permanecen inéditas. Le contaba historias del Obispo Diocesano de
Salta y Jujuy Monseñor José Gregorio Romero y Juárez y sus gestiones
en Europa –durante el Concilio Plenario Latinoamericano convocado por
León XIII–, en calidad de secretario de Monseñor Linares al que sucedió
en el episcopado, para conseguir la llegada de los Lateranenses a la
Argentina. Juntos recordaban a otros Canónigos Regulares de Letrán; a
los padres Guillermo Anduaga, Ignacio de Beobide, Luis de Mallea
(músico y creador del Coro Lagun Onak), Francisco de Madina, Juan
Iñurritegui, Fidel Zuviría, a los Abades Fernando de Urquía y Ubaldo
Abalía y al Hermano Domingo Alberdi, la mayoría de ellos vivos aún en
la década de los ’60.
Un día de 1971 el sacerdote le comentó que se disponía a dejar
Salta para pasar los últimos años en la Canónica de Oñati, en Guipúzcoa.
También que llevaría allí entre su escaso equipaje –fiel al desafío
franciscano de precisar muy poco de lo poco y de ser tan funcional como
aquel sabio griego practicante del omnia mecum porto– sus traducciones
a la lengua euskera de las treinta y siete comedias de Shakespeare, tarea
que para mantener y revalorizar la lengua materna prohibida por Franco,
había realizado en los ratos libres que le dejaban las actividades de su
sagrado ministerio y las obligaciones en la docencia salteña. Nada más
supo de él Romero Sosa durante un par de años. Un día de mil
novecientos setenta y tantos, una carta del médico Gaspar Solá Figueroa
le trajo una buena noticia: el Padre Benito vivía más que nonagenario en
Oñati y hasta le enviaba su dirección. Así reestablecieron el contacto y
en uno de los correos que se intercambiaron, el religioso le volvió a
hablar de sus traducciones shakesperianas elaboradas en Salta y de su
intenso deseo de que se publicaran pronto. Incluso le hizo saber que
existía la posibilidad de ello, lo cual se concretó entre 1974 y 1976, de
acuerdo con datos aportados en un resumen biográfico-conmemorativo
compuesto por el Padre Manuel Murúa y que a mi pedido rastreó y me
remitió el periodista y dirigente católico Roberto V. Casas.
28
El tributo mayor que el Padre Benito Larracoechea supo rendir
tanto al genio de Strattford-upon-Avon cuanto a su Euskalerria, fue
reconocido y mereció distinciones conferidas por especialistas en
William Shakespeare y también por sus paisanos vascos: entre otros
lauros la versión suya al euskera de El mercader de Venecia recibió un
premio en París y él mismo ocupó un sitial académico en la
Euskaltzaindia, la Real Academia Vasca de la Lengua, fundada en 1919
por Alfonso XIII. Su existencia se apagó en Oñati el 16 de julio de
1990. El Euskaltegui local (una escuela de enseñanza de la lengua
euskera) lleva su nombre.
CARLOS MARÍA ROMERO SOSA
1
Valerio Máximo, Acciones y palabras memorables 4, 4.
29
Quinto Curcio, antiguo escritor latino, en su Historia de
Alejandro Magno, cuenta que Parmenión, uno de los generales del
conquistador, le aconsejó aceptar la oferta de Darío y no proseguir con la
guerra. El rey persa le ofrecía una hija como esposa y, como dote, un
inmenso territorio y gran cantidad de oro. Alejandro dijo palabras que se
hicieron célebres: ‘También yo, si fuera Parmenión, preferiría el dinero
antes que la gloria.’1 Indudablemente sabía que, como rey, debía estar
por encima de lo material, aunque la gloria incluía también pecunia; para
él la verdadera riqueza era la gloria.
1
Quinto Curcio, Historia de Alejandro Magno, 4, 11.
2
Cito por: Fr. Justo Pérez de Urbel. Año cristiano, vol. III, 3ª ed. Madrid, Fax, 1945.
pp. 326-327.
3
The Catholic Encyclopedia, en el artículo St. LAWRENCE:
http://www.newadvent.org/cathen/09089a.htm .
4
‘He aquí los talentos, tómalos. / Adornarás la ciudad de Rómulo, / enriquecerás la casa
del príncipe / y te harás tú mismo más rico’ (“Himno en honor de San Lorenzo”, vv.
309-312). Cito por: Aurelio Prudencio. Obras completas. Madrid, BAC, 1981.
30
sus poemas1 elogia el desapego de Anfínomo y Anapis (tales sus
nombres), pues se hicieron notables por el venerando pondere,
‘venerable peso’, que llevaron (v. 1) y por despreciar las riquezas
(spretis opibus, v. 29). Para ellos el blanco cabello de sus padres era
sancta canities (v. 30).
1
Claudiano, “De los piadosos hermanos y de sus estatuas en Catania”, Poemas
menores, 17; cito por: Claudii Claudiani Carmina, ed. John Barrie Hall. Leipzig,
Teubner, 1985.
2
Cf.: http://www2.informatik.uni-muenchen.de/tangos/msg01497.html .
31
COMENTARIOS DE LIBROS
Peter TREMAYNE. Cicuta al anochecer. Buenos Aires, Peuco, 2005,
502 pp.
32
Pero el punto fuertísimo del libro –me parece– es que, mediante
el ameno género policial, aprendemos cosas sobre la Irlanda de entonces
y sobre el mundo celta. Entre diversos temas, en mi ignorancia destaco la
gran labor cultural que misioneros y estudiosos irlandeses llevaron a
cabo en abadías y focos culturales de Europa occidental; también, el
avanzado sistema legal y judicial irlandés de esa época; no menos me
interesó el debate entre Roma y la iglesia de Irlanda sobre el celibato,
potestativo entonces. Para quienes poco sabemos de celtismo, son
inapreciable ayuda la Introducción del propio Tremayne (pp. ix-xiv), dos
mapas (pp. xv-xvii) y un utilísimo glosario, que no solo trae nombres
celtas sino también alguno latino (pp. 498-502).
Solo una cosa para terminar. Está claro que en la narración
histórica es muy difícil que el autor se libre del todo de la mentalidad de
sus días. Pero aquí leemos: “A pesar de que los religiosos irlandeses
salían al mundo desarmados para predicar la Fe, la mayoría conocía el
troid-sciathagid o combate por defensa, un método a través del cual
podían defenderse sin el uso de armas” (p. 380). La propia Fidelma
estaba entrenada en él; tanto que una vez había dejado lesionado por tres
días y lleno de moretones a un agresor (cf. pp. 476-477). No dudo de la
existencia histórica de tales técnicas, pero ¿no es demasiado
cinematográfica una monja karateca? Si tal respuesta interesa, quede a
cargo de los conocedores. Lo que importa es lo dicho, que vale la pena
conocer a este personaje y a su Éireann, la cual no era solo tierra de
labriegos y de bebedores de rubia cervisia (no está mal esto). También
nutrió gramáticos, filólogos, helenistas, filósofos, teólogos y –mi
insipiencia lo desconocía– un culto y práctico sistema legal y eminentes
hombres de leyes. [R.L.]
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