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Revista ÁPICES DIGITAL

REDACCIÓN

Magdalena Cámpora
Susana Fernández Sachaos
Diego Ribeira
Luis H. Biondini
Luis Ángel Della Giovanna
Raúl Lavalle

Editor responsable: Raúl Lavalle


Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
raullavalle@fibertel.com.ar

nº 1 - 2009

1
ÍNDICE

Dímitra Christoforídou. Poesía griega actual: Háris Vlavianós p. 3

René Char. L’éternité à Lourmarin (trad. Magdalena Cámpora) p. 5

Luciano Maia. Ode ao Bulevar de Chişinău p. 7

Luis Ángel Della Giovanna. “Abalorios” de Amanda Coronel p. 9

Luis H. Biondini. Significados del exilio en La casa y el viento


de Héctor Tizón p. 13

Carlos María Romero Sosa. El poeta islandés Guólaugsson y


Shakespeare traducidos en Salta p. 22

Raúl Lavalle. La verdadera riqueza (Valerio Máximo y otros) p. 29

Comentarios de libros p. 33

2
POESÍA GRIEGA ACTUAL: HÁRIS VLAVIANÓS
DÍMITRA CHRISTOFORÍDOU

POESÍA

También la detesto;
claro que existen
cosas más necesarias en la vida
que este scrabble interminable
con repentinas crisis de euforia verbal.

Pero leyéndola
con repudio absoluto
se descubre
en sus páginas en blanco y negro
un lugar destinado a lo auténtico:
un jardín fantástico
con verdaderas arboledas
donde el vestido plegado de la Sra. Moore
arrastra con rítmica magnificencia
las hojas muertas de nuestras vacilaciones.

Traducción: DÍMITRA CHRISTOFORÍDOU

Χάρης Βλαβιανός
Ποίηση

Κι εγώ την απεχθάνομαι·


ασφαλώς και υπάρχουν
πιο αναγκαία πράγματα στη ζωή
απ’ αυτό το ατέρμονο scrabble
με τις ξαφνικές κρίσεις λεκτικής ευφορίας.

Διαβάζοντάς την όμως


με απόλυτη αποστροφή
ανακαλύπτει κανείς
μέσα στις άχρωμες σελίδες της
έναν τόπο προορισμένο για το αυθεντικό:
έναν φανταστικό κήπο
με πραγματικές αλέες
όπου το πτυχωτό φόρεμα της κ. Μουρ
σαρώνει με ρυθμική μεγαλοπρέπεια
τα νεκρά φύλλα των ενδοιασμών μας.

3
La generación de los 1980 de la poesía griega actual que abarca
el período 1980-99 descarga con Háris Vlavianós (Roma, 1957), poeta
intelectual y reflexivo, teórico y genuinamente romántico. Autor del
libro “A quién concierne la poesía. Pensamientos acerca de un arte
innecesario”1, responde que la poesía concierne a una “inmensa
minoría”, evocando al propio Juan Ramón Jiménez. 2

Primer acercamiento, matemático: Desplegar posibilidades


mediante la ley de las probabilidades. Acaso el mecanismo que coordina
los tiempos reales de la poesía hasta transformarla en praxis de logos,
debería sintetizar el largo proceso poético en encarnecer, sinceramente
tomar carnes, empezar a datar de la época del espesor de sus raíces.

Segundo acercamiento, semiológico: Poema rotundo de la


intertextualidad “Poesía” de Vlavianós recupera el peso de la poesía
misma poniéndola en escena y devolviéndole –¿dotándola de?– el
auténtico carácter de cómplice de la cotidianidad. Como Marianne
Moore, versión verdadera de su poema “Poetry”3 o máscara de la
valiosísima realidad poética.

1
Atenas, Editorial Pólis, 2007.
2
Entrevista de Vlavianós a la revista Intellectum, 2007-2008, nº 3: “Háris Vlavianós: El
territorio frágil de la poesía”, pp. 71-91.
3
En Complete Poems of Marianne Moore, New York: Macmillan, 1967.

4
RENÉ CHAR, L’ÉTERNITÉ À LOURMARIN

Traducción: MAGDALENA CÁMPORA

L´éternité à Lourmarin1

Albert Camus

Il n’y a plus de ligne droite ni de route éclairée avec un être qui


nous a quittés. Où s’étourdit notre affection ? Cerne après cerne, s’il
approche c’est pour aussitôt s’enfouir. Son visage parfois vient
s’appliquer contre le nôtre, ne produisant qu’un éclair glacé. Le jour qui
allongeait le bonheur entre lui et nous n’est nulle part. Toutes les parties
– presque excessives - d’une présence se sont d’un coup disloquées.
Routine de notre vigilance… Pourtant cet être supprimé se tient dans
quelque chose de rigide, de désert, d’essentiel en nous, où nos
millénaires ensemble font juste l’épaisseur d’une paupière tirée.
Avec celui que nous aimons, nous avons cessé de parler, et ce
n’est pas le silence. Qu’en est-il alors ? Nous savons, ou croyons savoir.
Mais seulement quand le passé qui signifie s’ouvre pour lui livrer
passage. Le voici à notre hauteur, puis loin, devant.

À l’heure de nouveau contenue où nous questionnons tout le


poids d’énigme, soudain commence la douleur, celle de compagnon à
compagnon, que l’archer, cette fois, ne transperce pas.

René Char, La parole en archipel, 1962

La eternidad en Lourmarin

Albert Camus

Ya no hay línea recta ni ruta iluminada con un ser que nos dejó.
¿Dónde se aturde nuestro afecto? Ojera tras ojera, si él se acerca, es para
hundirse de inmediato. Su rostro a veces se imprime sobre el nuestro,
produciendo sólo un destello helado. El día que alargaba la felicidad
entre él y nosotros no está en ninguna parte. Todas las partes – casi
1
Albert Camus está enterrado en Lourmarin.

5
excesivas – de una presencia se han dislocado de golpe. Rutina de
nuestra vigilancia… Sin embargo ese ser suprimido se mantiene dentro
de algo rígido, desierto, esencial en nosotros, donde nuestros milenarios,
juntos, apenas tienen el espesor de un párpado cerrado.
Con el que amamos, hemos cesado de hablar, y no es el silencio.
¿Qué es entonces ? Sabemos, o creemos saber. Pero solamente cuando el
pasado que significa se abre para darle paso. Aquí está a nuestra altura, y
luego lejos, adelante.

En la hora nuevamente contenida donde cuestionamos todo el


peso de enigma, súbitamente comienza el dolor, el de compañero a
compañero, que el hombre del arco, esta vez, no traspasa.

ODE AO BULEVAR DE CHIŞINĂU

6
Ştefan, ouvi o vosso nome
e o vosso vestigio me tocou
e me seguiu também
nos passos do homem
tornado mendigo
e cuja dignidade o impediu
de me dirigir una súplica.

Aquele homem, grande Ştefan-Voivoda


carregaba sobre os ombros
todos os séculos da vossa Moldávia
insubmissa. Hoje é apenas
uma nostalgia
perambulando pelo bulevar
que ostenta o vosso nome.

Pelo Bulevar Ştefan cel Mare


escutei as vozes daquela língua
de pastores e soldados em luta intrépida
pelos seus avós e pelos que –hoje–
são caladas testemunhas
da opressão de um povo.

LUCIANO MAIA

ODA AL BULEVAR DE CHIŞINĂU

Esteban, oí tu nombre
y tus vestigios me tocaron
y me siguieron también,
en los pasos de un hombre
que se volvió mendigo
y cuya dignidad le impidió
dirigirme una súplica.

Aquel hombre, gran vaivoda Esteban,


cargaba sobre sus hombros
todos los siglos de vuestra Moldavia
no sometida. Hoy es apenas
una nostalgia,
deambulando por el bulevar
que ostenta tu nombre.

7
Por el Bulevar Esteban el Grande
escuché las voces de aquella lengua
de pastores y soldados en lucha intrépida
por sus abuelos y por los que –hoy–
son callados testimonios
de la opresión de un pueblo.

Luciano Maia, brasileño actual, hizo varios libros de poesía. Es


miembro de la Academia Cearense de Letras y de la Academia de Letras
e Artes do Nordeste do Brasil; también, Comendador da Orden Nacional
da Romênia. Activísima figura de la latinidad, habla y escribe
fluidamente en varias lenguas neolatinas, incluso en rumano. Le
agradecemos el habernos permitido reproducir este poema, publicado en
Pátria dos cataventos (Fortaleza, Expressão Gráfica, 2007, p. 90). En
correo personal de fecha 8 jun. 2008, respondió a mi pregunta sobre el
contexto. Me decía que, estando en Chişinău, capital de Moldavia, un
pordiosero lo siguió, como preguntando algo que él no entendió. En este
hecho vio como un resultado de la opresión rusa sobre Moldavia y
lamenta aquí la permanente pérdida de identidad rumana (quiere decir
latina) que experimentan los moldavos: “Los moldavos casi no son más
moldavos… ¡Qué lástima!”, me escribía.1 Esteban III de Moldavia,
también llamado Esteban el Grande, fue príncipe de Moldavia entre
1457 y 1504. Durante su mando, hizo de su patria un estado poderoso
que mantuvo su independencia frente a Hungría, Polonia y el Imperio
Otomano. El Bulevar Esteban el Grande está en Chişinău. Luciano ve
entonces una suerte de contrasentido entre el nombre de un apóstol de la
identidad moldava y la falta de identidad de un moldavo actual, que
parecía deambular sin un norte –sin una cultura de arraigo. Mi
traducción al español no tiene vuelo poético, pero espero que sirva como
ayuda para esta bella y sentida poesía en portugués. [R. L.]

“ABALORIOS” DE AMANDA CORONEL

1
Sobre Moldavia, cf.: http://es.wikipedia.org/wiki/Moldavia .

8
(IN MEMORIAM)
LUIS ÁNGEL DELLA GIOVANNA

“Tu paz es mi confianza”


Amanda Coronel

Amanda Coronel (1924-2008), poetisa pampeana que fuera


considerada Mujer del año en 1992 y 1993 por el International
Biographical Institute, de Carolina del Norte, USA, estudió Filosofía en
la Universidad de Buenos Aires, ejerció la docencia a nivel secundario y
se destacó como crítica de arte en revistas especializadas. Una parte de
su obra ha sido traducida al inglés, al francés y al griego y publicada en
diversas revistas del mundo. Mereció el honor de ser incluida en la
World Poetry Intercontinental, antología de carácter universal editada en
la India. Publicó tres libros de poemas: Piel errante (1964), Tránsitos
(1983) y Maternidad (1994). En homenaje a su persona, recientemente
desaparecida, invitamos a los lectores a reflexionar con los “Abalorios”,
una serie de poemas muy breves pertenecientes a su texto Tránsitos,
acerca de los cuales Arturo Cuadrado ha expresado: “Ola y sol florecen
los Abalorios. Joyas transparentes y unidas al esplendor de la existencia.
Así, comprometido dogma, no habrá más que andar, obligarse a renacer,
y quedarse extasiados ante los imprevistos, profundos y hermosos
poemas de Amanda Coronel.”1

A modo de pequeñas y coloridas cuentas de cristal, estos


abalorios ensartados en el broche final del libro, constituyen el cierre de
un poemario variado, por momentos complejo, maduro, de trasfondo
filosófico, con un hábil manejo de la palabra. Desde los primeros versos
se hace evidente la espiritualidad subyacente al mencionar el alma y
“materializarla” a través del agua, que es fuente vital, medio de
purificación y centro de regeneración. Cabe recordar que el agua,
símbolo de vida, en el Antiguo Testamento, se convierte en símbolo del
Espíritu en el Nuevo Testamento. Amanda cree en la pureza del alma
que, como el agua pura, nos introduce en lo eterno.

Alma,
gota pura
donde se muestra
el cielo.

1
Coronel, Amanda (1983). Tránsitos, Botella al Mar, Buenos Aires.

9
En otro de sus abalorios, esa acción purificadora del agua es
anhelada por la poetisa con la esperanza de hallar su verdadero “yo” y
así poder ver desde el alma:

Lluvia,
lava mi rostro.
Quiero ver.

Uno de los problemas en los que repara Coronel es la


temporalidad: la finitud del tiempo humano frente al tiempo divino
infinito. El tiempo interior posibilita encauzar el yo íntimo por lo
atemporal y lo intemporal, con lo cual el espacio pasa a un segundo
plano y la incertidumbre se torna en esperanza implícita. Ya sea un
minuto o un siglo se opondrán a la eternidad.

Más allá de la distancia


quizás el tiempo se detenga,
se dé como latido de uno mismo,
exista en uno...
Siglo,
Minuto,
Eternidad.

Aquí, la reiteración de “uno” no es casual. No olvidemos que uno


es el símbolo del ser y, por otra parte, el principio activo, a su vez
opuesto al cero, signo numérico que carece de valor en sí mismo. Así, el
contraste uno-cero se verá acentuado por todo-nada en otro de sus
poemas, en el cual, a través de un juego de números y cantidades, se
recupera la unidad y, por lo tanto, la poetisa se reencuentra consigo
misma (con uno mismo):

Cero
Todo
Nada
Me devuelves la unidad.

En el próximo poema se observa cómo se enfatiza el manejo de


los opuestos, con los adverbios temporales del primer verso y con la
metáfora que encierran los versos siguientes: sueño-realidad, luz-
oscuridad, acentuados además por la exclamación.

Nunca es siempre…
¡Oh sueño de vida
para luz

10
en tinieblas!

A su vez, resulta significativo cómo los elementos señalados se


unen, se “reciclan”, reaparecen en diferentes abalorios, cómo en éste en
el que afloran la idea de cantidad, lo material vs. lo inmaterial, lo
trascendente…

¡Cuántas manos
Para un mismo objeto!
¡Cuántas almas
En busca de una mano!

En este barco de náufragos


Cabrían muchos más
Si cada uno se despojara
De sus pertenencias.

En varios poemas de esta serie y también de otros textos,


Amanda Coronel extiende su yo íntimo a la naturaleza, para
consustanciarse con ella, para anidarse en espacios no convencionales o
para reflexionar acerca del ciclo vital y recordarnos que el término es
comienzo, como en estos versos en los cuales se enlazan los conceptos
de arte, naturaleza y vida:

¡Tus girasoles, Van Gogh!


Gracias por obligarme a renacer.

No olvidemos que, según los chinos, el girasol es considerado


como un alimento de la inmortalidad y esa especie de luz móvil que
mana de la fuente solar tiene la virtud de iluminar al creador y al que
contempla la obra, al poeta y al lector. Pero también vale la pena reparar
en ese renacer, en el grano que muere y se multiplica. Así, la semilla que
vibra bajo la tierra como el ser humano en gestación en el vientre de su
madre, nacerá y vivirá, como el hombre que, libremente, traza su propio
recorrido día tras día:

Semilla,
transparente vibración
en libre cauce.

Ese paralelo implícito entre la semilla y la criatura que estará por


nacer, se explicita en el siguiente poema en el que aparece la idea del
interés del hombre por lo material, en la imposibilidad de dar como lo
hace la flor, como lo hace la naturaleza:

11
Una flor es espera
de un ciclo muy pequeño.

Nuestra vida es espera


de eternas consecuencias
sin saber dar un solo
pétalo
sin deudores.

Quizás, a modo de síntesis de los versos anteriores, los próximos


nos invitan a tomar conciencia del valor del dar:

Demos…
Hay que empezar.

Estos pequeños pensamientos cargados de fuerza y vitalidad


rematan en un poemario único, a partir del cual podremos interpretar y
recrear para que sea el texto mismo el que se exprese ante él de una
manera privilegiada. Para concluir, nada más apropiado que permitirle
al lector reflexionar sin abrumarlo con demasiadas palabras, pues, como
expresa la poetisa…

Al igual que la lámpara,


el silencio precisa
quien lo encienda.

LUIS ÁNGEL DELLA GIOVANNA

12
SIGNIFICADOS DEL EXILIO EN LA CASA Y EL
VIENTO DE HÉCTOR TIZÓN
LUIS H. BIONDINI

Y carecer de patria es la única pena


Ovidio

Bloqueado y apesadumbrado por el destierro, un escritor


argentino decide consultar a un psicólogo mientras está en España; las
sesiones de terapia se suceden, pero el escritor empieza a impacientarse
y en una de ellas le comenta al analista el esfuerzo que le representa
tener que preparar lo que va a decir en cada encuentro. Ante esto, el
terapeuta le solicita al escritor las notas; las lee atentamente y le
aconseja: “Usted no se ha dado cuenta pero eso es su novela; la tiene que
publicar” (Da Costa, 2007, p. 162). El escritor es Héctor Tizón y la obra
no es otra que La casa y el viento, la cual reescribe y termina cuando
regresa a nuestro país en 1984.
En el presente trabajo nos proponemos examinar los significados
del exilio que aparecen en esta novela y estudiar el pathos del expatriado
en toda su complejidad. Para ello, creemos necesario descentrar el
estudio de la novela de su dimensión política, que ya ha sido
ampliamente estudiada (Lorenzano, 2001). No la vamos a interpretar
como un acto de resistencia –valorable o no–, sin matices ni zonas
grises, haciendo de su autor un héroe político. Semejante uso de la
novela puede ser válido, aunque conviene tener presente que un enfoque
demasiado centrado en el aspecto sociohistórico de una obra tiende a
reproducir cierta conceptualización de lo literario como mero
epifenómeno de una época –el Zeitgeist de los románticos–.

Tampoco defendemos un concepto de lo textual como objeto


cerrado –autónomo– a la dimensión histórica. Nada de eso. Queremos
en estas páginas destacar la mundanidad del texto, rescatando su
funcionamiento como operador de sentido en una experiencia personal,
que seguramente encuentra analogías con otras tantas de la época en la
descripción política, pero que, ante todo, presenta una irreductible
singularidad en cuanto la consideremos como plasmación estética. Si,
como pensamos, esta obra perdurará, el motivo no será tanto su relación
con el turbio momento de la historia argentina que provoca el exilio de
su autor, sino, por el contrario, sobrevivirá por el contenido emotivo y
reflexivo que el autor desarrolla en ella. Se trata, en definitiva, del
trabajo de un escritor a partir de su pathos vital. Por ello nos
preguntaremos cómo aparece este último en la superficie textual, es
decir, cómo se plasma en la novela la inmediatez de los sentimientos a

13
través de la mediación de la palabra para darle un significado al dolor del
destierro.

El largo adiós

Pero antes de huir quería ver lo que dejaba


Héctor Tizón

La novela es una figuración del propio exilio, pues éste aparece


transformado en ella: el autor no realizó el viaje hacia la frontera de la
Puna que realiza el protagonista-narrador, sino que partió en un avión de
línea como la mayoría de los expatriados del momento. La decisión de
exiliarse no surge del propio autor, sino de su esposa, quien –debido a la
difícil situación que atravesaba el país– temía por la seguridad de sus
hijos; Tizón duda al principio, pero termina accediendo al pedido de ella.
En la ficción, en cambio, el protagonista manifiesta que se entrega a la
huida motu proprio, no por circunstancias externas (Tizón, 1984, p. 364);
aún más, en un momento refiere que su mujer y su hijo están muertos
(Tizón, 1984, p. 442).
En la obra se difiere el momento de la partida definitiva, y se lo
prolonga en la narración para revisitar los escenarios de la Puna y, sobre
todo, los recuerdos del protagonista. Como si en la demora de ese paso
final se hiciera posible una comprensión suprema del propio dolor. El
personaje-narrador quiere ver lo que va a dejar. El motivo de la demora
aparece en la voz del narrador, quien dice que “no estaba madura la
partida” y que tiene que completar el “inventario del adiós”. Explica su
fuga con motivos personales, y desestima la explicación política: “En
verdad, nadie deliberadamente me perseguía” (Tizón, 1984, p. 395).
Tizón pensó en un momento que se quedaba definitivamente sin
patria –entendida en el sentido primordial, como el lugar en el que
descansan los restos de los padres– y que el retorno resultaría imposible,
por tanto, surge en él el proyecto de la novela como un acto de
despedida.1
El propio autor señala que en el libro aparece “el estado de ánimo
que tenía en ese momento” (Da Costa, 2007, p. 163). Por un lado,
podemos señalar en una serie negativa, el dolor, la nostalgia, la
autocompasión y la cólera. Aunque en la novela van apareciendo otros
estados relacionados con la esperanza, con las ganas de salvarse. Aun
más, surge en el exiliado la pregunta respecto de la posibilidad de
empezar de nuevo, en otro lado, lejos del hogar.

1
La novela iba a titularse El largo adiós, pero un amigo lo disuade, pues Chandler
había editado un libro homónimo: The long goodbye.

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La paradoja del exilio radica en que para la tradición occidental se
presenta la salida como una desgracia –la desgracia por excelencia–. Y
por otra parte, aparece el exilio dotado de características positivas; como
si la caída, la partida que implica, fuese indispensable para la realización
del ser (Nancy, 1996, p. 34).
En la tradición griega y cristiana, el exilio aparece como algo
transitorio, como el pasaje, en definitiva: para los griegos se lo asocia
con el regreso, y para los cristianos con el tránsito entre la caída (falta) y
la redención. Es decir, se sale de lo propio para regresar a ello. El exilio,
entonces, “no vale por sí mismo” según esta tradición; se lo considera un
simple momento en una dialéctica en la que está prefigurada la
superación de su carácter negativo: la redención es el único destino del
expatriado.
Según este enfoque habría un núcleo irreductible de expectativas
en el exilio. El novelista jujeño describe su actitud con todo el peso de la
paradoja que se establece entre la desdicha del destierro y su posible
superación: “Así pasan los años, unos detrás de otros, pero no como una
suma o como el tiempo cuyas cifras un preso escribe y anota en los
muros de una celda, sino como la soterrada, oscura y no dicha
(¿desdicha?) esperanza de volver” (Tizón, 2004, p. 123).
Ahora bien, habría un segundo momento en la tradición del exilio
que lo consideraría como “negatividad pura y simple: la dureza y la
desgracia del exilio que no conduce a nada, no se reconvierte en nada.
La deportación sin retorno” (Nancy, 1996, p. 38). Exilio como la
máxima de las desdichas. Es el caso de Ovidio, que inmortalizó su exilio
en los Tristia: el regreso se mantiene diferido en el tiempo, parece
imposible. Se está relegado en tierras bárbaras de por vida, y el frío
invierno parece asediarlo todo, incluso el ánimo del exiliado: “Lejos de
mi patria ha de acabar mi vida, sobre el carro de Bóreas” (Ovidio, Tr. IV,
4 v. 41). El poeta de Ausonia lo entiende como una maldición de los
dioses, como una pérdida de la gracia divina: “yo tengo que carecer de la
patria a perpetuidad, si no se calma la cólera del dios a quien he
agraviado” (Ovidio. I, 3, v. 83-84). E incluso, en los momentos más
aciagos, encuentra una oscura esperanza en la muerte, para acabar con
sus desdichas: “La única esperanza que me consuela en tanto extremo es
que la muerte abreviará la duración de mis tormentos” (Ovidio, Tr. IV, 4
v.v. 45-50).
El mismo clima agobiante se respira en las páginas de la novela
de Tizón. La vacilación entre el miedo y la esperanza, presente en todo
exiliado, se intensifica generando momentos de gran desasosiego y furia.
Si a la noche siente tanto tristeza como temor, al día siguiente con la
claridad del cielo reaparece la esperanza: “certeza de que todo valía la

15
pena y de que el hombre es, a la vez, muchos hombres” (Tizón, 1984, p.
381).
Para el protagonista el viaje no es una ocasión para la aventura ni
para la esperanza, sino que es una figura de negativa tristeza: “Durante
toda mi vida las mudanzas de lugares estuvieron ligadas en mí, no a la
curiosidad, ni a la esperanza o el asombro, sino a las pérdidas y la
melancolía” (Tizón, 1984, p. 428).
El narrador se esfuerza penosamente por retener los últimos
momentos que vive en la Puna: “Quiero dejar atrás la estupidez y la
crueldad, pero en compensación debo retener la memoria de este otro
país para no llegar vacío a donde viviré recordándolo” (Tizón, 1984, p.
428).
El exiliado vive en el recuerdo de su patria pérdida, por eso se
cierra a la experiencia presente. El propio Tizón comenta cómo se
obstinaba en “apurar los días de la espera, esconder la cara y cerrar los
ojos para que aquellos meses se consuman y acortar así la distancia que
me separaba del regreso conjetural” (Tizón, 2004, p. 116).
Pero, como el poeta latino, el protagonista de la novela toma
conciencia de que ya nada será igual, luego de la partida; empieza a
cuestionar su propia identidad: “como todos los que se van ya no podría
ser el mismo” (Tizón, 1984, p. 370).
El “estar fuera de”, el “haber salido de” se convierten en
estructuras a través de las cuales hay que descubrir la propia identidad.
Como señala Nancy (1996), el exilio en la modernidad es –
subrayando ese ex–, “el momento de salida y del afuera”, cuya existencia
para el hombre es salida, estar fuera de lo propio. Debe ser pensado
como constitutivo de la existencia, y no como una salida de lo propio
“con vistas a un regreso” –posible o imposible–, sino como “la
dimensión misma de lo propio” (Nancy, 1996, p. 34, 39). Entonces, el
yo es la salida misma; es una apertura, en tanto lo otro, lo ajeno, que
encuentro en ese afuera, me constituye como huésped. El propio yo se
configura en esa vacilación entre lo propio y lo ajeno absoluto.
La distancia que provoca este movimiento centrífugo, en
principio, es espacial: se cambia de ambiente, de hábitat. Este aire ya no
es el que se respiraba; el paisaje se vuelve tan extraño como las personas
del país que en el que se hospeda el expatriado. Pero también hay una
distancia temporal entre el yo anterior al exilio y el posterior: el yo
exiliado. Es en esta dimensión en la que va a aparecer la rememoración
como intento de salvar este hiato intrasubjetivo en un sentido dinámico:
el yo exiliado se construye en la extenuación del recuerdo de lo
abandonado para resguardar su identidad. No vive en el presente, sino
que muestra lo que todavía está presente en el recuerdo, lo que no
termina de morir del todo: la experiencia primera del lugar de origen. En
la novela hay varios pasajes que ilustran está indagación en la memoria.

16
Por ejemplo, mientras el narrador, recuerda a un amigo se su padre que
se parecía al dueño de un burdel surge está reflexión:

Los rostros de los hombres se repiten y yo soy,


otra vez, un niño errante en busca de una casa. Este
descubrimiento me trajo la súbita alegría de no
estar solo y vacío, de que tal vez existiese una
armonía universal que no comprendemos hasta
alcanzar la propia; que huimos del dolor, pero
luego sentimos la voluptuosidad de su recuerdo, y
su recuerdo nos enriquece. (Tizón, 1984, pág. 401)

Si el exilio impone una esencial discontinuidad en la experiencia


de sí mismo, el personaje debe buscar una “continuidad imposible” por
medio de los recuerdos y la lengua (Lorenzano, 2001, p. 167 ). La
búsqueda de identidad que se despliega en la novela consiste entre otras
cosas en llenar el hiato entre lo que uno fue, que persiste dolorosamente
en el recuerdo, y lo que no se termina de formar: una identidad de
desplazado; ser un extraño en una tierra hostil.

Entre la memoria y el olvido

Busco en los versos el olvido de mis miserias, y si consigo este premio me daré por
satisfecho
Ovidio

En su viaje errante, el narrador innominado de la novela se


esfuerza por retener los últimos momentos que vivirá en la Puna:
“Quiero dejar atrás la estupidez y la crueldad, pero en compensación
debo retener la memoria de este otro país para no llegar vacío a donde
viviré recordándolo” (Tizón, 1984, p. 432). Como hemos mencionado,
dentro de los motivos del viaje el narrador afirma que todavía “no estaba
madura la partida”, y que tiene que completar el “inventario del adiós”
(Tizón, 1984, p. 395).
El propio escritor jujeño señala que se obstinaba en “apurar los
días de la espera, esconder la cara y cerrar los ojos para que aquellos
meses se consuman y acortar así la distancia que me separaba del regreso
conjetural” (Tizón, 2004, p. 116). La percepción del momento presente
se vuelve imposible; el exiliado vive entre los fragmentos de su pasado
que la memoria trae una y otra vez exigiendo coherencia y sentido.
Además de su marcada omnipresencia, el recuerdo emerge en diversos
momentos con insistencia, sin un esfuerzo voluntario del personaje.
Irrumpe como un sueño, incluso no son escasos los pasajes en los que el
narrador se despierta y se encuentra llorando (Tizón, 1984, p. 365). En
La casa y el viento estas reflexiones sobre la memoria aparecen entre la

17
noche y el día, como si se tratara de un territorio límite que estuviese
entre el sueño y la vigilia; es decir, como una alucinación. Si a la noche
siente tanto tristeza como temor, al día siguiente con la claridad del cielo
reaparece la esperanza: “certeza de que todo valía la pena y de que el
hombre es, a la vez, muchos hombres” (Tizón, 1984, p. 381).
El recuerdo se vuelve casi patológico, propio de la melancolía. Si
el autor considera la propia novela como perteneciente al trabajo del
duelo es porque en ella se ve cómo se va aproximando el recuerdo a una
comprensión más cabal de lo que se ha abandonado. Esta elaboración del
duelo se realiza “pieza por pieza” y necesita de un tiempo: el dolor de la
pérdida no se puede extinguir inmediatamente. En la melancolía se
agrega a este proceso las autoinculpaciones, reproches y, sobre todo, un
odio contra sí mismo. El personaje siente culpa por las personas que ha
abandonado: “había defraudado la confianza de los otros” (Tizón, 1984,
p. 370). En la fuga hacia la frontera, piensa en los habitantes de su
pueblo. Se preocupa por aquello que van a pensar sobre su huida, que él
mismo considera una “estupidez sin enmiendas” (Tizón, 1984, p. 370).
El tópico del viaje como momento de descubrimiento es
subvertido y aparecen erráticos los desplazamientos más “vinculados a
turbulencias metafísicas”(Stockli, 2007, p. 52) que a una conciencia de
un destino cierto.
Lo que se ha perdido es parte de la subjetividad, pero como tal
habrá que descubrirlo para no perderse en esa ausencia. En la novela
aparece una conciencia de la conmoción que el desarraigo supone para la
propia identidad: “como todos los que se van ya no podría ser el mismo”
(Tizón, 1984, p. 370).
En la melancolía la persona sabe lo que perdió pero no lo que
perdió en él (en su propia persona). Por eso Freud dice que “la sombra
del objeto cae sobre el yo” (Freud, 1920 [1997], p. 1637). La pérdida del
objeto ha sido sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el
cual no hay nada oculto en lo que atañe a la pérdida.
En la novela tenemos planteado un problema en cuanto a que “lo
propio se sustrae y desestabiliza de modo siniestro” (Stockli, 2007,
p.149). El narrador percibe las cosas con cierto aire de irrealidad, y
aparece en él la sensación de estar huyendo de sí mismo como si la
amenaza estuviese dentro de sí (Tizón, 1984, p. 395). El narrador de la
novela tiene que encontrar lo que sobrevive en él de todo eso que está a
punto de perder exiliándose definitivamente:

¿Cuántos días han transcurrido desde que


abandoné mi casa? Todo ha quedado atrás, muerto
tal vez, pero insepulto, porque nuestros recuerdos y
nuestro olvidos conviven. Quiero convertirme en

18
uno de estos hombres, desprenderme de mi propio
lenguaje, de mi piel, de la memoria de mi cuerpo,
pero ahora sólo consigo pensarlo, sabiendo que
pensar es engañoso [...] Sólo el frío, el calor, el
hambre, las ganas, no mienten. (Tizón, 1984, p.
403)

Si el personaje quiere recordar lo que abandona no lo hace sólo


desde una idealización del pasado, sino para conservarlo de alguna
manera. Le teme al olvido porque necesita de esos fragmentos para
configurar la silueta de lo que ha perdido. El yo que recuerda recuperará
las huellas del hombre que se traslada hacia la frontera para completar
esa penosa tarea.
El análisis de estos recuerdos aparecerá consignado en las notas
que el narrador va tomando en su viaje; con esas páginas fragmentarias
intentará conjurar el desarraigo y construir una memoria que le de alguna
coherencia a su conmovida identidad. También podríamos aventurar –
siguiendo la teoría de Bergson– dos tipos de rememoración en la novela:
por un lado, aquella que surge de manera involuntaria y, por otro, la que
surge como proceso de evocación voluntario.
Dentro de la memoria involuntaria podemos incluir los recuerdos
de la infancia que irrumpen en la narración en las situaciones más
diversas. En un pasaje, el protagonista sale de cacería con Juan, un indio
de la zona; pero no acierta ningún disparo, lo cual genera en él una
sensación de odio: “sentía ganas de gritar, de llorar y de pronto recordé
cuando era niño”. Este sentimiento va a generar en el narrador el
recuerdo de un episodio en el que él y su padre perdieron un tren en una
estación desconocida (cf. Tizón, 1984, p. 377). La impotencia y la furia
de la cacería se relacionan con la angustia de ese momento pasado.
Pero también, hay pasajes en los que el recuerdo se vuelve
epifanía, revelación súbita de un principio que trasciende al narrador. La
repetición de un rostro, de un paisaje, de una situación, lo llevan a
reencontrarse nuevamente con su yo infantil, la única e irreductible
patria. Su recuerdo trae dolor, pero, según parece decirnos, también una
lúcida comprensión de su persona.
Otro recuerdo paterno aparece unas páginas adelante, cuando el
protagonista narra un episodio en el que su padre lo había castigado y se
escapó de su casa corriendo bajo la lluvia, luego volvió y se durmió:
“Entonces como ahora soñé inquieto y semidespierto, acorralado por un
sentimiento de soledad en el mundo, entre los demás” (Tizón, 1984, p.
416-17).
En este pasaje aparece una sensación de no pertenecer al mundo
como si se estuviese en una intemperie absoluta, fuera del hogar. Quizá
esta sea una buena imagen para describir la salida del exiliado en toda su

19
complejidad: momento de estar afuera, solo en el mundo, pero
reconociendo que esa falta de pertenencia –el ex de la salida– lejos de ser
absoluta, convive en nuestra tradición occidental con la esperanza de una
vuelta al hogar. Por eso, en el último capítulo, el personaje nos dice
desde el exilio:

Tal vez volveré a ver aquí, aquietado el dolor del


exilio, el cantar obstinadamente olvidado y recordado,
cuando, ahora, estoy pidiendo que este invierno no me
sequé el alma, que no me impida ver entre el polvo, los
escombros y la locura; que no destierre también mi alma
de esa luz de verano entre los sauces, patrimonio de los
enamorados y de los viejos. (Tizón, 1984, p. 448)

En el presente trabajo hemos intentado indagar algunos de los


sentidos que Tizón da a su exilio valiéndose del distanciamiento que le
permite la escritura de ficción. El narrador protagonista se permite un
último recorrido por la Puna a modo de último adiós, algo que a su autor
le estuvo vedado, por el carácter abrupto de la fuga. En la novela, escrita
en los tristes, oscuros tiempos del exilio, el escritor jujeño intenta
conjurar el dolor de la partida. Como hemos visto, aparecen los tópicos
referentes al exilio de la tradición occidental, pero no armonizados, sino
en toda su crudeza existencial.
Tizón se permite “transcribir” las tonalidades afectivas del
momento del exilio, en toda su ambigüedad y ambivalencia. Por eso,
hemos considerado algunos pasajes en los que se entremezcla el estado
de ánimo del narrador con las reflexiones sobre el exilio. Esta transición
entre sentimiento y escueto análisis nos ha parecido una de las claves
interpretativas de la novela, pues su recurrencia permite abonar nuestra
hipótesis de que la novela es en definitiva un intento de darle un sentido
a la catástrofe personal que representa el exilio.
Por otra parte, hemos visto que el narrador encuentra en la
memoria –una memoria que se impone con melancolía– no sólo el
recuerdo lacerante de lo que ha dejado, distante e irrecuperable, sino
también la posibilidad de descubrir en él aquello del pasado que lo habita
en el presente, y que a la larga le resultará indispensable enfrentarlo para
“superarse”.
La esperanza que transmite La casa y el viento no es aquella que
proviene de un acto más o menos rígido de voluntad, o de unas cuantas
proposiciones edificantes. No. Es más bien un sentimiento del tipo que
arrecia en tiempos de catástrofe. Si el hombre ha perdido todo lo que
parecía definirlo: país, hogar, amigos, lengua, al menos permanecen en
su memoria los fragmentos dispersos de un rico pasado a los cuales

20
tendrá que darle forma para darles un “adiós” definitivo, y empezar así
“una nueva vida” a la distancia.

LUIS H. BIONDINI

Fuente
Tizón, Héctor (1998 [1984]). La casa y el viento. Buenos Aires: Perfil.

Bibliografía
Da Costa, Ana (2007). Héctor Tizón: un ejemplar de frontera. Buenos
Aires: Ediciones de la Flor.
Freud, Sigmund (1997 [1920]). Duelo y Melancolía. En Obras
Completas, vol. 14. Madrid: Losada.
Lorenzano, Sandra (2001). Escrituras de sobrevivencia: Narrativa
argentina y dictadura. México: UAM.
Nancy, Jean-Luc (1996). “La existencia exiliada”. Archipiélago.
Cuadernos de crítica de la cultura, Nº 26–27, p. 34-40.
Ovidio. Las Tristes [traducción de José Quiñónez Melgoza (1987)].
México: UNAM.
Stöckli, Gabriela (2007). Héctor Tizón: El arte de prescindir. Buenos
Aires: Paradiso.
Tizón, Héctor (2004). No es posible callar, Buenos Aires: Taurus.

21
EL POETA ISLANDÉS GUOLAUGSSON Y
SHAKESPEARE TRADUCIDOS EN SALTA1
CARLOS MARÍA ROMERO SOSA

Sorprende rastrear la labor intelectual que cumplieron varios


extranjeros afincados en Salta. Aunque sobre los inmigrantes a la
Provincia –y más allá de alguna reticencia opuesta por Carlos Ibarguren
en su libro Nuestra tierra, publicado de 1917, en el sentido de que “La
inmigración –avalancha fecunda como gleba aluvial– adolece de los
defectos de todo lo adventicio: falta de cohesión y heterogeneidad”–,
hubo siempre consenso en destacar tanto su rápida asimilación al
medio cuanto en estimar la importancia económica o cultural de
muchos de sus emprendimientos.
Claro está que no todos los forasteros alcanzaron en vida la
plena valoración de sus contemporáneos; por lo menos de la manera en
que fueron reconocidos, entre otros, el humanista alemán Benedicto
Luft, de tanta influencia sobre Juan Carlos Dávalos y su grupo; el
pintor italiano Aristene Papi, fundador de la primera escuela de dibujo
y pintura provincial; el periodista español Ángel Galarreta, director del
diario La Provincia, decano de la prensa salteña; el misionero
redentorista alsaciano Padre Luis María Lorber o el industrioso español
Ildefonso Fernández, dueño del bazar y tienda La Argentina, emplazada
durante décadas en pleno centro de la ciudad.
Así el propio Juan Carlos Dávalos llegó a lamentarse y hasta
hacer mea culpa al recordar la suerte corrida por Santiago E. Meaney
(1852-1913), un astrónomo irlandés que se carteaba con Flammarion y
otros científicos ingleses e italianos y fue profesor del Colegio
Nacional salteño durante los rectorados de Eliseo F. Outes, Eduardo
Figueroa y Juan Pablo Arias Romero. De los dichos de Dávalos se
desprende que sus penares en la docencia podrían parangonarse en algo
con los que sobrellevó en el Colegio Nacional de Buenos Aires el
francés Juan Mariano Larsen, aquel filólogo retratado por Miguel Cané
en Juvenilia, con sus clases interrumpidas por las mofas de los
educandos. Lo mismo pues que Larsen, cuenta el evocador que “El
gringo Meaney, como le llamaban sus malos alumnos, fue en el
Colegio la última víctima de nuestra incultura. Y agrega: “Tocóle al
pobre gringo –pobre por lo demás solo por esto– quién sabe por qué
azar de su destino, radicarse en Salta y enseñar inglés a treinta hornadas
de aldeanos bellacos que veían en el talentoso gentleman, no un

1
Publicado en Claves, año XVII, nº 175, Salta, nov. 2008.

22
profesor, ni menos un amigo, sino un objeto ameno de burlas y chistes
de la peor especie”. 1
Pero hubo también otros personajes foráneos y aquerenciados
en Salta a quienes, sino la insolencia y la ignorancia, les cupo sufrir en
cambio y además de la inevitable nostalgia por sus patrias de origen, la
conciencia de no hallar mayor eco en sus proyectos destinados a la
comunidad y al cabo presagiar el definitivo ocaso de lo que de esas
metas pudo realizarse. Fue el caso del dinamarqués oriundo de
Copenhague Cristian Nelson (1867-1947)2. Un episodio infantil que
solía memorar con simpatía lo pinta de cuerpo entero: a los doce años
huyó de su hogar noble y hasta entroncado con la realeza del Viejo
Mundo hacia Groenlandia de donde fue regresado por pescadores al
seno familiar. “Aunque la aventura me salió mejor que a Julio Verne
embarcado de incógnito como grumete de niño, y al que su padre halló
en un puerto francés antes de que el barco cruzara el Atlántico”,
contaba risueño.
Nelson, que con el tiempo llegó a ser un científico especializado
en geología, en ciencias naturales y en las disciplinas del hombre,
había completado su formación en universidades de Europa, entre ellas
Munich, y vino a dar a Salta en 1912 cuando era gobernador Avelino
Figueroa. Antes recorrió la pampa bonaerense y el Litoral, trabajó
como jardinero en Olivos, Buenos Aires, actuó en el periodismo
santafecino, instaló una farmacia en Rosario, promovió en Esperanza la
Unión Agrícola y organizó una de las primeras cooperativas lecheras
del país sino la primera3. En Salta se ganó la existencia en varias
actividades hasta ser designado Subjefe de la Oficina de Estadística con
un modesto salario; recién en 1928 su amigo Daniel Policarpo
Romero, a la sazón legislador por el Departamento de Rivadavia y
Vicepresidente de la Cámara de Diputados, logró que se le asignara al
cargo una mejor remuneración, hecho que el beneficiario agradeció en
una carta de su puño y letra donde se advierte cierta contrariedad ante
la falta de reconocimiento que había merecido hasta entonces su labor
civilizadora: “el aumento pedido está muy lejos de ser algo
extraordinario, por cuanto de ninguna manera recompensa los muchos
1
Colegio Nacional de Salta. Publicación recordando el L aniversario, Salta, Imprenta
C. Velarde, 1926.
2
Al cumplirse el centenario de su nacimiento apareció una breve noticia biográfica
publicada en La Nación, el 12 de mayo de 1967 (p. 12). La redactó Carlos Gregorio
Romero Sosa, uno de sus discípulos, su colaborador juvenil en el Museo de Fomento
y a quien Nelson inició en el estudio de las ciencias de su especialidad,
principalmente en las investigaciones arqueológicas. como que con éste realizó
trabajos de campo en la zona de Chicoana y luego lo vinculó con el Museo de
Gotemburgo (Suecia).
3
Ricardo Piccirilli, Francisco L. Romay y Leoncio Gianello. Diccionario Histórico
Argentino, tomo V, página 418-419, Buenos Aires, 1954.

23
servicios que con buena voluntad he prestado a esta provincia sin
fijarme nunca en remuneraciones equitativas.”1
Es de imaginar por otra parte que no debían ser muchos los que
advertían su verdadera estatura intelectual, siendo que a la clase
dirigente salteña la conformaban para el tiempo de su actuación
personas cultas, de buena formación y algunas hasta eruditas pero las
más de ellas ajenas por completo al campo de sus inquietudes
científicas. Apenas transitaron por esas materias el sacerdote
Clodomiro Arce (1854-1909), el ingeniero Víctor Arias (1887-1925),
descubridor de la llamada “Cultura de la Candelaria” e interlocutor de
Eric Boman, más adelante Juan Carlos Dávalos autor del libro
“Ensayos biológicos” (1941) o el historiador y jurista Atilio Cornejo al
que nada de lo humano ni de lo terreno le era indiferente. Sin olvidar
por supuesto en el siglo XIX a Juan Martín Leguizamón (1833-1881),
mencionado con elogio por Florentino Ameghino. Además, muchos
salteños progresistas como Miguel Tedín, un amigo de José Martí 2,
Joaquín Castellanos –Gobernador Constitucional que debió renunciar
en 1921 amenazado con un juicio político–, Luis y Adolfo Güemes,
Indalecio Gómez, Manuel Alvarado o Carlos Serrey, en general habían
buscado otros horizontes o actuaban en la política nacional radicados
en Buenos Aires. De tal modo Nelson, socialista utópico, positivista,
con espíritu algo esotérico y cosmovisión universalista –una amalgama
del “hombre rebelde” de Albert Camus y del “hombre desplazado” de
Tzvetan Todorov– no del todo a gusto en un medio conservador,
cerrado, renuente al cambio y poco permeable a los vientos de
movilidad social que soplaban justicieros o amenazadores -según se
viera-, recibía en los hechos más consideración personal a sus calidades
éticas y su innato señorío que propiamente solidaridad y compañía en
sus empeños democratizadoras del conocimiento.
Con el ex Intendente Municipal de la Capital Agustín
Usandivaras fundó la Unión Salteña, institución cultural cuya labor
estudiaron y difundieron Ricardo N. Alonso y Gregorio Caro Figueroa3,
y que entre otras iniciativas auspició y logró del gobernador
Robustiano Patrón Costas la creación del Museo de Fomento que se
estableció por decreto número 476 de 16 de junio de 1915 refrendado
por el ministro Julio Cornejo. Aunque el texto de la norma –trascripta
por Tomás I. Gray en el libro Noroeste4– no lo menciona, el organismo
fue puesto bajo la dirección honoraria de Nelson que con tesón reunió
1
Carta de Cristian Nelson a Daniel Policarpo Romero (original en poder del autor).
2
Carlos María Romero Sosa: “José Martí y el político salteño Miguel Tedín”,
Claves, año XVII, nº 169, Salta, mayo 2008.
3
Ricardo N. Alonso y Gregorio Caro Figueroa. “La Unión Salteña, el Grupo Salta y
un proyecto inconcluso”, La Provincia de Salta; Enfoques y perspectivas, Salta,
CriSol Ediciones, 2004.

24
allí colecciones zoológicas, botánicas, arqueológicas, etnológicas,
exhibió en una de las vitrinas una momia indígena que descubrió y
trajo en mula desde Olapacato, en la Puna, y numerosas piezas
históricas así como elementos referentes a las producciones de la
provincia y del Noroeste todo, ya que Nelson fue un visionario
promotor de la integración regional del NOA, región que denominó en
artículos con su firma la Zona Comercial del Norte.
Este hombre de múltiples inquietudes que se reconocía a sí
mismo simplemente “Organizador”, un título que figuraba impreso
bajo su nombre en los papeles de su correspondencia, descubrió el
Campo Magnético Calchaquí, redactó una Memoria Descriptiva de
Salta, reunió seudónimos de escritores locales y él mismo oculto tras
el humorístico de “Chimisapagua” ejercitó el aforismo de índole moral
no carente de un fondo de utilitarismo protestante o de pragmatismo
hasta en su forma de enunciación con números arábigos: “Diez
esfuerzos aislados producen 10. Diez esfuerzos unidos producen 100”;
y en dicho género las máximas filosóficas en la línea de Nietzsche o
incisivas a lo La Rochefoucauld. Y hasta practicó la poesía breve y
celebrante: “¡Oh Salta generosa / como un panal de miel, / dichosas tus
montañas / en donde mora Ariel!”
Asimismo al promediar la segunda década del siglo pasado se
dio a la tarea de traducir poetas dinamarqueses, noruegos e islandeses,
no como un ejercicio de evasión y de vuelo añorante hacia las zonas
boreales de la infancia sino con evidente ánimo de divulgar visiones
ajenas del mundo y homenajear sensibilidades desconocidas en estas
latitudes, dado que más allá de los cuentos infantiles del danés Hans
Christian Andersen, de alguna pieza teatral del noruego Ibsen y de las
referencias mitológicas nórdicas presentes en Castalia bárbara del
boliviano modernista radicado en Tucumán Ricardo Jaimes Freire,
pocos se interesaban aquí por las literaturas escandinavas; a excepción
quizá del teósofo Leopoldo Lugones, que en 1906 realizó un viaje
iniciático por los países del Norte de Europa. Faltaban varios años para
que Borges desde sus páginas convocara por igual las sagas y las
milongas, los vikingos y los orilleros porteños, a Snorri Sturluson y a
Jacinto Chiclana, a Emmanuel Swedemborg y a Evaristo Carriego.
Cristian Nelson tradujo al castellano varias obras del poeta y
periodista islandés Jónas Guólaugsson, un representante del
neorromanticismo de su patria que se hallaba unida a la corona danesa
hasta independizarse en 1944. De ese movimiento estético-patriótico
también formaron parte Einar Benediktsson, Sigurour Sigurosson,
Stefán fra Hvítardal y el dramaturgo Jóhann G. Sigurjónsson 1.

4
Buenos Aires, Peuser, 1944. Hay un capítulo que lleva por título “Una charla con
Nelson”, p. 31-39.

25
Guólaugsson –Nelson escribió Gudlausson–, fue un lírico
evocador de su helada tierra de géiseres y montañas nevadas nacido en
1887 en Stadarhraun (Hitardalur, Myra) y muerto en 1916, a los
veintinueve años, en Dinamarca, donde estudió agricultura. Era un
trotamundos que –sin duda como su propio intérprete al español en los
momentos de quebranto– se lamentaba por lo irremediables y fatales
que resultaron ser sus impulsos errantes causales de privarlo de patria
y hogar, como expresa el último y amargo verso de Recuerdos de
Islandia. En esa composición, a partir de enumeraciones de accidentes
y fenómenos de la naturaleza y descripciones geográficas, todos
elementos nacionalistas característicos del Nýrómantik, se afila igual
que una espada para el duelo mortal la idea angustiosa del desarraigo:

Blancas montañas, ventisqueros virginales,


Verdes paraísos en valles encantados,
Que altivos conquistan el humano pensar,
Con fuerza extraña de divino poder.

Humo azulado que sube de humildes casitas,


Chasquidos de fustas, relinchos caballares,
Aroma de henos y rumos de cascadas,
Arreboles sobre los cerros y el mar.

Noches norteñas con aurora boreal


Que tiñe de rojo el mar y las playas,
Sueños juveniles con ansias que buscan
Los mundos lejanos del cosmos sin fin.

Tierra sublime, jamás volveré a ver


Tus valles hermosos, tus peñascos de cristal,
Porque el destino implacable hizo de mí,
Un bardo errante, sin patria, ni hogar.

Esta y otras traducciones al castellano las vertió Cristian


Nelson en forma mecanografiada sobre hojas de papel impresas con el
membrete y el emblema de la Unión Salteña, así como sus divisas:
“Organización y Educación”, en el ángulo izquierdo, y “Vivir y dejar
vivir”, en el derecho. Ambas, incitaciones al esfuerzo, la tolerancia y el
progreso, indelebles sobre un fondo hoy amarillento. Aunque bien
legible y practicable...

***
1
Mariano González Campo. Fausto en Islandia: El Galdra-Loftur de Jóhann
Sigurjónsson, Universidad de Murcia.

26
Muy diferentes fueron las circunstancias de la extensa residencia
en Salta del religioso lateranense Benito J. Larracoechea Aguirrezabala,
durante muchos años profesor de inglés en el Colegio Belgrano, fundado
en 1900 luego de la llegada –un año antes– de los primeros miembros de
la orden a la diócesis salteña cuando la gobernaba Monseñor Calixto
Linares, desempeñándose como primer rector del establecimiento
educativo el R.P. Eusebio Lardizabal (CRL).
En cuanto al Padre Benito, nació un 24 de junio de 1894 en
Zeanuri (Vizcaya) e ingresó en 1907 al Seminario de los Canónigos
Regulares de Alsasua. Ordenado como presbítero en Gazteiz (Vitoria) el
22 de diciembre de 1917, entre 1928 y 1936 fue Director de las Escuelas
Municipales de Oñati. Durante la Guerra Civil Española fue un
antifranquista acérrimo, partidario del Lehendakari (Presidente) José
Antonio de Aguirre y Lecube –un social cristiano moderado– y del
Estatuto de Autonomía del País Vasco aprobado por las Cortes de la
República Española en 1936, antecedentes ideológicos que debieron
escandalizar bastante a la sociedad conservadora y sectariamente clerical
de Salta, jugada en general durante la contienda española por el bando
nacionalista y que poco entendía o quería entender de la antigua divisa
vascuence “Dios y Fueros”. Al Colegio Belgrano llegó destinado por sus
superiores en 1941, luego de una larga estada en Inglaterra y de otra
más breve en el Uruguay. En virtud pues de su devoción y de su origen
no era extraño que quien con gran vozarrón entonaba testimonial en las
ceremonias el Himno a San Agustín, en la intimidad se entrecortara
emocionado al cantar las estrofas del Guernikako arbola de Iparraguirre.
Este religioso y maestro de alma dueño de un temperamento
manso, del innato don didáctico y predispuesto a la actitud persuasiva,
nunca adscribió al dudoso método seudo pedagógico basado en el
precepto de que la letra con sangre entra. No en vano al celebrar en
1967 las bodas de oro sacerdotales, participó de la recordación una
multitud entre la que se destacaban en primera línea muchos de sus
viejos ex alumnos de inglés. Uno de ellos era mi padre al que le había
dado clases particulares de ese idioma de su dominio. Carlos Gregorio
Romero Sosa, de paso por la Provincia al tiempo de ese aniversario
mantenía, más allá de su radicación en Buenos Aires, un estrecho
vínculo con su antiguo educador.

27
El Padre Benito solía visitarlo cada vez que viajaba a la Capital
Federal. Entonces aquél le leía capítulos de su libro El Colegio Belgrano
de los Padres Lateranenses. Sus orígenes y significado en la cultura de
Salta y estrofas de su Ronda de los sonetos del Colegio, labores ambas
que permanecen inéditas. Le contaba historias del Obispo Diocesano de
Salta y Jujuy Monseñor José Gregorio Romero y Juárez y sus gestiones
en Europa –durante el Concilio Plenario Latinoamericano convocado por
León XIII–, en calidad de secretario de Monseñor Linares al que sucedió
en el episcopado, para conseguir la llegada de los Lateranenses a la
Argentina. Juntos recordaban a otros Canónigos Regulares de Letrán; a
los padres Guillermo Anduaga, Ignacio de Beobide, Luis de Mallea
(músico y creador del Coro Lagun Onak), Francisco de Madina, Juan
Iñurritegui, Fidel Zuviría, a los Abades Fernando de Urquía y Ubaldo
Abalía y al Hermano Domingo Alberdi, la mayoría de ellos vivos aún en
la década de los ’60.
Un día de 1971 el sacerdote le comentó que se disponía a dejar
Salta para pasar los últimos años en la Canónica de Oñati, en Guipúzcoa.
También que llevaría allí entre su escaso equipaje –fiel al desafío
franciscano de precisar muy poco de lo poco y de ser tan funcional como
aquel sabio griego practicante del omnia mecum porto– sus traducciones
a la lengua euskera de las treinta y siete comedias de Shakespeare, tarea
que para mantener y revalorizar la lengua materna prohibida por Franco,
había realizado en los ratos libres que le dejaban las actividades de su
sagrado ministerio y las obligaciones en la docencia salteña. Nada más
supo de él Romero Sosa durante un par de años. Un día de mil
novecientos setenta y tantos, una carta del médico Gaspar Solá Figueroa
le trajo una buena noticia: el Padre Benito vivía más que nonagenario en
Oñati y hasta le enviaba su dirección. Así reestablecieron el contacto y
en uno de los correos que se intercambiaron, el religioso le volvió a
hablar de sus traducciones shakesperianas elaboradas en Salta y de su
intenso deseo de que se publicaran pronto. Incluso le hizo saber que
existía la posibilidad de ello, lo cual se concretó entre 1974 y 1976, de
acuerdo con datos aportados en un resumen biográfico-conmemorativo
compuesto por el Padre Manuel Murúa y que a mi pedido rastreó y me
remitió el periodista y dirigente católico Roberto V. Casas.

28
El tributo mayor que el Padre Benito Larracoechea supo rendir
tanto al genio de Strattford-upon-Avon cuanto a su Euskalerria, fue
reconocido y mereció distinciones conferidas por especialistas en
William Shakespeare y también por sus paisanos vascos: entre otros
lauros la versión suya al euskera de El mercader de Venecia recibió un
premio en París y él mismo ocupó un sitial académico en la
Euskaltzaindia, la Real Academia Vasca de la Lengua, fundada en 1919
por Alfonso XIII. Su existencia se apagó en Oñati el 16 de julio de
1990. El Euskaltegui local (una escuela de enseñanza de la lengua
euskera) lleva su nombre.
CARLOS MARÍA ROMERO SOSA

LA VERDADERA RIQUEZA (VALERIO MÁXIMO Y


OTROS)
RAÚL LAVALLE

Casi todos pensamos mucho en el dinero pero existe también un


tópico que piensa que la verdadera riqueza no es el oro sino los bienes
espirituales. Hay algo –quizás mucho– de cierto en ello y siempre enseño
a mis alumnos lo que aprendí de un profesor. Si regalo a alguien un duro,
ya no lo tengo más. Esas pelas están irremediablemente perdidas. Pero si
enseño a alguien quién fue Virgilio, nada pierdo de lo que doy; más aún,
tengo más de lo que antes tenía. Pero escuchemos a Valerio Máximo,
autor de comienzos de la era cristiana: “Cornelia, la madre de los
Gracos, recibía como huésped a una matrona de Campania. Ella le
mostraba sus adornos, los más hermosos de ese siglo; mientras tanto
Cornelia la entretuvo con la conversación, hasta que sus hijos volvieron
de la escuela. ‘Estos son –dijo– mis adornos.’ ”1

Cornelia era hija de Publio Cornelio Escipión, el Africano mayor.


Se había casado con Tito Sempronio Graco y tuvo con él dos hijos, los
tribunos Tiberio Graco y Cayo Graco, famosos por haber intentado
audaces medidas sociales y económicas; en especial, una reforma
agraria. El latín dice ornamenta, ‘adornos’, que parece entenderse aquí
en sentido particular de ‘joyas.’ Cornelia se sintió tocada por cierta
arrogancia de la mujer de Campania, una región de gran fertilidad,
debida quizás a su condición volcánica y a su mar (los nobles romanos
solían tener villas muy ricas allí). En fin, no sin superbia, la severa
matrona romana no se echó atrás: haec ornamenta mea sunt. Parece una
oposición entre la gravitas antigua romana y una mentalidad como de
nouveau riche.

1
Valerio Máximo, Acciones y palabras memorables 4, 4.

29
Quinto Curcio, antiguo escritor latino, en su Historia de
Alejandro Magno, cuenta que Parmenión, uno de los generales del
conquistador, le aconsejó aceptar la oferta de Darío y no proseguir con la
guerra. El rey persa le ofrecía una hija como esposa y, como dote, un
inmenso territorio y gran cantidad de oro. Alejandro dijo palabras que se
hicieron célebres: ‘También yo, si fuera Parmenión, preferiría el dinero
antes que la gloria.’1 Indudablemente sabía que, como rey, debía estar
por encima de lo material, aunque la gloria incluía también pecunia; para
él la verdadera riqueza era la gloria.

Todos conocemos a San Lorenzo, diácono y mártir de Hispania.


Nació en Huesca en el s. III y llegó a ser diácono en la Iglesia de Roma.
Tenía a su cargo la administración de las cosas sagradas y de los bienes.
Durante la persecución del emperador Valeriano, el prefecto le ordenó
entregar las riquezas de la Iglesia. El diácono pidió tres días, para poder
reunir todo. Se presentó al cabo de ellos y “señalándole el ejército de
cojos, de ciegos, de niños, de pobres y desgraciados que alimentaba la
Iglesia romana, con el mismo acento con el cual Cornelia mostraba al
pueblo sus hijos, los jóvenes Gracos, añadió: ‘Estos son mis tesoros.’
Este rasgo heroico e irónico a la vez, este valor indomable y este gracejo
aragonés, encendieron la ira del magistrado.”2 En efecto mandó
quemarlo a la parrilla. Según la Enciclopedia católica esta anécdota no
es seguro que sea verdadera, pero nos importa aquí más la ejemplaridad
que lo que realmente pasó.3 Y vimos que también Pérez de Urbel asoció
la historia de Lorenzo con la de Cornelia. Aurelio Prudencio, poeta latino
cristiano del s. IV, así imaginó parte de la respuesta al prefecto: Eccum
talenta, suscipe, / ornabis urbem Romulam, / ditabis et rem principis, /
fies et ipse ditior.4

Existía en tiempos antiguos la leyenda de la piedad de dos


hermanos de Catania, Sicilia. En una erupción del Etna ellos, en vez de
poner fuera de peligro algunos bienes materiales, salvaron los
verdaderos. En efecto llevaron a horcajadas a sus padres; uno al padre y
el otro a la madre. Varios autores antiguos se refirieron al hecho, pero
solo menciono a Claudiano, poeta latino de finales del s. IV. En uno de

1
Quinto Curcio, Historia de Alejandro Magno, 4, 11.
2
Cito por: Fr. Justo Pérez de Urbel. Año cristiano, vol. III, 3ª ed. Madrid, Fax, 1945.
pp. 326-327.
3
The Catholic Encyclopedia, en el artículo St. LAWRENCE:
http://www.newadvent.org/cathen/09089a.htm .
4
‘He aquí los talentos, tómalos. / Adornarás la ciudad de Rómulo, / enriquecerás la casa
del príncipe / y te harás tú mismo más rico’ (“Himno en honor de San Lorenzo”, vv.
309-312). Cito por: Aurelio Prudencio. Obras completas. Madrid, BAC, 1981.

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sus poemas1 elogia el desapego de Anfínomo y Anapis (tales sus
nombres), pues se hicieron notables por el venerando pondere,
‘venerable peso’, que llevaron (v. 1) y por despreciar las riquezas
(spretis opibus, v. 29). Para ellos el blanco cabello de sus padres era
sancta canities (v. 30).

Y me vino a la mente un último ejemplo, del tango. En efecto en


El retrato de mamá, de Falero y Russo,2 el yo poético es un hombre
humilde que ha ido a visitar a su hermano rico. Admira su “Cadillac en
la puerta”, sus cuadros y la decoración “a lo moderno.” Pero “entre tanta
parada / falta la joya más cara: / el retrato de mamá.” En cambio el
hermano pobre se jacta de tener: “en mi humilde bulincito / el retrato de
la vieja, / que por vos todo lo dio.” A muchos esto les parecerá algo
melodramático, y creo que llevan razón. No obstante, creo también que
todos los textos que cité expresan una verdad profunda, la de los afectos.
Dicen que el dinero hasta eso puede comprar… Estoy en el grupo de los
idealistas que piensan que no.
RAÚL LAVALLE

1
Claudiano, “De los piadosos hermanos y de sus estatuas en Catania”, Poemas
menores, 17; cito por: Claudii Claudiani Carmina, ed. John Barrie Hall. Leipzig,
Teubner, 1985.
2
Cf.: http://www2.informatik.uni-muenchen.de/tangos/msg01497.html .

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COMENTARIOS DE LIBROS
Peter TREMAYNE. Cicuta al anochecer. Buenos Aires, Peuco, 2005,
502 pp.

No hay duda de que los temas célticos despiertan mucho interés.


Argentina es también un caso especial, porque no pocos de sus
habitantes tienen algo de esa ascendencia, sobre todo en la vertiente
irlandesa. El libro que aquí nos ocupa narra diversos casos sabiamente
resueltos por la hermana Fidelma. Ella es una religiosa que vive en la
Irlanda del s. VII, pero además es una abogada de las Cortes de Justicia,
que utiliza el antiguo sistema legal de los brehons (palabra que significa
‘juez’). Sobre su autor, “PETER TREMAYNE is the fiction writing
pseudonym of the Celtic scholar and author Peter Berresford Ellis.”1 El
título de todo el libro está tomado de uno solo de los cuentos, “Hemlock
at Vespers.”
No soy experto sino amante del género policial. Solo puedo decir
que los casos del libro me parecieron muy buenos. En todo caso, me
gustaría saber si, fuera de algún eclesiástico de afición detectivesca que
alguna vez apareció en televisión,2 hay alguien más además de Father
Brown y la religiosa creada por Tremayne. Ella suele recurrir al
procedimiento de juntar a los sospechosos al final; a veces no tiene todas
las cartas en la mano, pero el culpable no es raro que se traicione. Otro
de sus principios es que la justicia no siempre se identifica con la ley, ley
de la cual ella es eximia conocedora. No todos los cuentos transcurren en
Irlanda: por ejemplo, “El cáliz envenenado” se desarrolla en una
pequeña iglesia de los suburbios de Roma.
1
Cf. http://www.sisterfidelma.com/ , sitio de The International Sister Fidelma Society.
2
Cf.: Father Dowling mysteries: http://members.aol.com/sherryberry88/dowling.html .
No me imagino a un catedrático inspirándose en la visio televisifica, pero en esa serie
había también una Sister Steve, bonita como Fidelma.

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Pero el punto fuertísimo del libro –me parece– es que, mediante
el ameno género policial, aprendemos cosas sobre la Irlanda de entonces
y sobre el mundo celta. Entre diversos temas, en mi ignorancia destaco la
gran labor cultural que misioneros y estudiosos irlandeses llevaron a
cabo en abadías y focos culturales de Europa occidental; también, el
avanzado sistema legal y judicial irlandés de esa época; no menos me
interesó el debate entre Roma y la iglesia de Irlanda sobre el celibato,
potestativo entonces. Para quienes poco sabemos de celtismo, son
inapreciable ayuda la Introducción del propio Tremayne (pp. ix-xiv), dos
mapas (pp. xv-xvii) y un utilísimo glosario, que no solo trae nombres
celtas sino también alguno latino (pp. 498-502).
Solo una cosa para terminar. Está claro que en la narración
histórica es muy difícil que el autor se libre del todo de la mentalidad de
sus días. Pero aquí leemos: “A pesar de que los religiosos irlandeses
salían al mundo desarmados para predicar la Fe, la mayoría conocía el
troid-sciathagid o combate por defensa, un método a través del cual
podían defenderse sin el uso de armas” (p. 380). La propia Fidelma
estaba entrenada en él; tanto que una vez había dejado lesionado por tres
días y lleno de moretones a un agresor (cf. pp. 476-477). No dudo de la
existencia histórica de tales técnicas, pero ¿no es demasiado
cinematográfica una monja karateca? Si tal respuesta interesa, quede a
cargo de los conocedores. Lo que importa es lo dicho, que vale la pena
conocer a este personaje y a su Éireann, la cual no era solo tierra de
labriegos y de bebedores de rubia cervisia (no está mal esto). También
nutrió gramáticos, filólogos, helenistas, filósofos, teólogos y –mi
insipiencia lo desconocía– un culto y práctico sistema legal y eminentes
hombres de leyes. [R.L.]

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